sábado, 4 de marzo de 2006

La mujer justa

En agosto pasado, en pleno desconsuelo del abandono, me tocó leer la novela "La Mujer Justa" escrita por el húngaro Sándor Márai en 1949 (en ese año publica la versión definitiva, estando ya en el exilio). El libro se compone de tres monólogos, uno por cada uno de los tres personajes de una relación amorosa triangular. Primero, en una elegante cafetería de Budapest, una mujer relata a su amiga cómo descubrió que su marido estaba entregado en cuerpo y alma a un amor secreto que lo consumía y cómo ella intentó en vano reconquistarlo. Segundo, también en la capital húngara, el hombre confiesa a un amigo cómo dejó a su esposa por la mujer que deseaba desde años atrás para después perderla para siempre. Finalmente, en una pequeña pensión romana, esta mujer cuenta a su joven amante cómo ella, de origen humilde, se había casado con un hombre rico pero el matrimonio había sucumbido al resentimiento. Cada uno de los tres personajes cuenta su vida (cada uno un periodo distinto) como si respondiera a una ley inmutable que ninguno de ellos podía cambiar, con un realismo crudo y fatalista, con la resignación de saber que la felicidad es un estado que no les está permitido conseguir.

Como otras novelas que he leído de Márai, ésta es muy buena. Pero su lectura coincidió con ese estado de ánimo en que parece que lo escrito lo está para ti, que el autor está hablando de asuntos que te conciernen. "La Mujer Justa" fue, entonces, la novela justa. En ese tiempo pensaba mucho, escribía mucho, le daba mil vueltas a lo que me (nos) estaba pasando. Leí el libro con un lápiz rojo, subrayando aquellas frases que más me tocaban. Luego, por las noches, las transcribía al ordenador y anotaba algunos comentarios propios.

Paso ahora a este blog absurdo algunos de esos comentarios, ya con algo más de medio año de edad. En este periodo han ido evolucionando mis sentimientos, mi manera de entender las cosas y, sobre todo, de valorarlas. Lo que entonces era negativo he empezado a verlo de forma positiva, en términos de cambio, de oportunidad de renacimiento. Mucho han contribuido algunas personas, cada una a su manera, pero todas dándome cariño. Si releyera el libro ahora quizás no me resultara tan elocuente o quizás me sugeriría otras reflexiones.

Las almas apasionadas son orgullosas, sufren muchísimo (pag 58)

Preguntas: ¿y los orgullosos son apasionados?¿El sufrimiento es el producto de la interacción de pasión y orgullo? En R, desde luego, hay orgullo y pasión.

Dios no permite que ahoguemos con pasiones las grandes cuestiones que nos plantea la vida (pag 59)

Pero, ¿cuáles son las grandes cuestiones? En todo caso, es cierto que las pasiones ahogan todo lo ajeno; más que ahogar, yo diría que lo barren como un vendaval. Pero lo ajeno (sean o no grandes cuestiones) sigue ahí. Y cuando dice Dios (es un sacerdote quien habla) ¿quiere decir el principio de lo justo? En tal caso, estaría afirmando que no es lícito, que es éticamente malo dejar que las pasiones ahoguen las grandes cuestiones de la vida.

Usted quiere privar a un hombre de su alma. Eso es lo que siempre quieren hacer todos los enamorados. Y eso es pecado. (pag 59)

El pecado es lo éticamente malo (prescindamos de las acepciones religiosas). En la siguiente frase se aclara: pecado es no contentarse con lo que una persona (la que amamos) nos da libremente y exigimos sus secretos, su libertad. El ansia de poseer el alma del amado quizás no sea ilícita; en todo caso va aparejada al amor (sobre todo al amor pasional). ¿Necesidad de que ese alma llene nuestro vacío? Lo ilícito es forzar esa entrega.

La pobreza y la enfermedad cambian de forma sorprendente el valor de los sentimientos y de las complicaciones emocionales (pag 87)

Por supuesto. Y añado: también trastocan y revolucionan los sentimientos. ¿Confiar en que la realidad irrumpa en una pasión para que el humo se disipe? Lo verdaderamente heroico sería dejar que el fuego se agote al quedarse sin leña. No puede haber más leña en el fogón que ahora está ardiendo que en el abandonado. Pero duele tanto que este último se haya quedado frío.

¿Qué sabía? Simplemente, que en los asuntos del corazón no hay consejo que valga (pag 112)

No valen porque no se quieren oir. Pero sí hay consejos válidos, porque todo se repite y todo responde a mecanismos casi eternos de tan repetidos. Pero el aconsejado, el que necesitaría una guía, no quiere el consejo. Quiere sentir, vivir el sentimiento, aunque sepa (pero a esa sabiduría se la reprime) adonde llevan esos sentimientos. Ha de agotarse el fuego, ha de cumplirse el ciclo. ¿Se puede acelerar el proceso? Seguramente sí, pero imagino que no es lícito (el pecado del que hablaba el sacerdote).

... la razón no puede iniciar ni detener los sentimientos. Pero puede disciplinarlos (pag 115)

Es el escritor quien está explicando a la primera mujer el desbordamiento del enamoramiento, que deja el alma inundada. Ante ese torrente, todo se ahoga (el pecado del sacerdote, referido con una metáfora similar). La razón no puede nada; a lo sumo procurar encauzar, minimizar los daños de la riada. Pero esa razón necesariamente ha de ser la del que está viviendo el enamoramiento, no la de otro (no, por ejemplo, la de quien se ve arrasado por la inundación). Esa razón, si el enamorado es suficientemente honesto consigo mismo, debería ser capaz de ver lo que siente y sus efectos. Eso quizás no pueda impedir que siga sintiendo; ni siquiera debe implicar una oposición a seguir sintiendo. Pero sí al menos debe funcionar como un asidero de reserva que, luego, cuando pase la primera riada, permita salir más fuerte, conociéndose mejor. Y también debería valer para no dejarse engañar: para distinguir la pasión del deseo de pasión, para notar cuando se está alimentando una riada que ya no existe. Pero quien está enamorado no quiere recurrir a la razón; y si ésta aparece (a lo mejor desde la conciencia), se la rechaza, porque es incómoda para el sentir.

... esa especie de hechizo, ese estado de ánimo de los enamorados ... tiene algo en común con el desvarío de los hipnotizados. No ven nada más que un rostro, no oyen nada más que un nombre. Pero un día se despiertan. (pag 128)

Sin comentarios.

Todas nuestras explicaciones de los acontecimientos están viciadas por un irremediable halo literario ... La autocompasión, las mentiras sentimentales y las complicaciones artificiosas ... (pag 137)

Habla Peter y me siento muy cerca a sus opiniones en este asunto. En los últimos meses me vienen resultando cada vez más odiosas las metáforas. Se dicen frases ambiguas, algo rimbombantes, que suenan muy bien y que apenas precisan nada. No es sino una forma de mentira, de esconder la verdad, de no atreverse a mostrar lo que se siente en su desnudez. No necesariamente nacen de una voluntad de engañar; con frecuencia es el miedo a la honestidad, la incapacidad de exponer lo que se siente (incluso ante uno mismo). También (sobre todo) es un mecanismo de defensa emocional, una autojustificación hermosa que permite seguir sintiendo, dejándose arrastrar por la riada emocional sin tomar las riendas del propio alma. Naturalmente, mientras la riada tenga empuje, la mentira literaria no molesta, ayuda a disfrutar. Pero se sale igual o peor que se ha entrado; sin haber crecido en el conocimiento de uno mismo; con rencores contra quienes no han sido capaces de mantener una inundación (y todas las inundaciones se acaban) e insatisfacciones de las que se acusa al mundo. Es la autocompasión (acompañada muchas veces de orgullo): no se quiere ver que el dolor está dentro de uno.

Ojalá pudiéramos enfrentarnos con honestidad a nosotros mismos. Y desde nuestra verdad (sin metáforas engañosas) ofrecer amor.

Pero en lo que me resta de vida yo también quiero entregarme a una pasión. La pasión por la verdad. No voy a tolerar que sigan mintiéndome, ni la literatura ni las mujeres; y no me permitiré en caso alguno mentirme a mí mismo (pag 137)

¿Puede ser capaz alguien de lograr esta meta? Es doloroso. No obstante, creo que es una exigencia ética básica; quiero decir que debe estar en la base de cualquier otro esfuerzo de superación personal.

Hace falta mucho valor para dejarse amar sin reservas. Un valor que es casi heroísmo. La mayoría de la gente no puede dar ni recibir amor porque es cobarde y orgullosa. ... no hay nada de lo que avergonzarse en la vida excepto de la cobardía, que hace que uno no sea capaz de dar sentimientos o no se atreva a aceptarlos. (pag 146/147)

Quizás la incapacidad de dar sentimientos y/o de aceptarlos no se deba sólo a la cobardía o al orgullo. Yo soy (he sido) bastante incapaz de ambas cosas y, sin embargo, no me considero (al menos, no demasiado) ni cobarde ni orgulloso. Puede que esta incapacidad provenga de frustraciones, de amputaciones que uno haya sufrido; así, lo que sea que debe funcionar para que circule (en ambas direcciones) la transferencia del sentimiento con el otro está medio atrofiado. Pero aun así, hay que reconocer que esta explicación es insuficiente, y hace falta recurrir a la cobardía y/o al orgullo. Porque, salvo que uno sea tonto (pero muy muy tonto), te das cuenta de que los sentimientos no están circulando con la fluidez que debieran (y eso levanta murallas). ¿Y por qué no remedias esa atrofia? Cobardía, orgullo ....

... el amor mal interpretado o erróneamente exigido causa más víctimas que la lejía, el automóvil y el cáncer de pulmón juntos. Las personas se matan con el amor como a través de una emanación invisible y letal. Exigen cada vez más amor, quieren para ellos toda la ternura del mundo. Desean sentimientos completos, totales, pretenden extraer de su entorno toda la fuerza vital con la avidez de ciertas plantas gigantescas que absorben sin piedad de los acuíferos y los mantillos de su alrededor toda la humedad, la fuerza, el aroma y la luz. El amor es un egoísmo sin control (pag 167/168)

Se refiere (así lo dice) al amor erróneamente exigido. Sobre todo, creo yo, al enamoramiento. Pero ¡qué difícil es interpretar bien el amor! Casi hay que ser un santo. Y qué jodido cuando quieres hacerlo demasiado tarde y ya no te dejan dar lo mucho que tienes para dar.

No se pueden juzgar las elecciones fundamentales de la vida en términos tan comerciales. No es cuestión de que merezca o no la pena sino de que uno se vea obligado a hacer algo porque así lo ordena su destino o las circunstancias, o su temperamento, o sus glándulas hormonales ... y entonces uno supera su cobardía y actúa (pag 170)

Tal como está construido el personaje, no creo que con estas frases quiera decir que es éticamente bueno hacer lo que ordena el destino (o quien sea que lo ordene); simplemente, que no hay tu tía, que en determinados momentos de la vida se impone la necesidad de vivir (de sentir) algo. Es decir, acepta la inevitabilidad de la fuerza de algo externo que se le impone al hombre y que lo arrastra consigo, independientemente de que ello merezca o no la pena o, incluso, de que sea bueno o malo (para él y para los demás). Volviendo a la riada: no se puede evitar dejarse arrastrar por la riada. Los que nos quedamos fuera de ella no podemos hacer nada sino esperar a que pase y, en todo caso, intentar poner algunos diques (débiles) protectores. Y, por supuesto, confiar en que, aunque esa persona se esté dejando arrastrar, no renuncie a la honestidad.

Quizá entonces todavía ... esperaba que existiese un cuerpo, un único cuerpo capaz de acoplarse en perfecta armonía a otro cuerpo para aplacar la sed del deseo y el hastío de la satisfacción en una especie de manso reposo, en ese sueño que los hombres suelen llamar felicidad. En la vida real no existe, pero yo entonces no lo sabía (pag 187)

Ciertamente que la perfección y la completa calma del deseo y del hastío no se encuentran en ningún cuerpo. Pero yo sí he sentido en un cuerpo un alto porcentaje de esa paz a la que se refiere; y efectivamente, aunque efímera, esa sensación es de felicidad (a lo mejor, porque dejas de ser sólo tú y sientes que has anidado en otra alma; seguramente es una sensación engañosa esa de acariciar una especie de trascendencia: al final siempre estamos solos).

Pero para el delirio no hay explicación. Tarde o temprano irrumpe en todas las vidas ... y quizá sea muy pobre la existencia que no se ha visto arrastrada al menos una vez por la tormenta del delirio. .... ¿Me preguntas si me arrepiento? No, no siento el menor arrepentimiento. Pero tampoco puedo decir que aquellos minutos recojan el sentido de mi vida. Simplemente sucedió, igual que una enfermedad; (pag 195/196)

¿Y si lo que uno ansía es estar siempre enfermo? Supongo que hay que buscar (y encontrar) el equilibrio. Sin inundaciones, pero también sin sequías.

Y mientras tanto, ambos lo saben todo: el paciente sabe que está muy enfermo y el médico también lo sabe, y sabe además que el enfermo sospecha la verdad sobre su enfermedad y que sabe que el médico se la oculta. Pero ninguno puede hacer nada, hay que esperar hasta que la enfermedad hable por sí misma. Y entonces habrá que intervenir como sea. (pag 202)

La enfermedad es el sentimiento que inunda el alma. Quien lo sufre sabe que está enfermo (pero quiere seguir estándolo); quien le ama (y ha sido apartado por la riada) sabe lo que está pasando. Y el enfermo sabe que el otro lo sabe (porque no se lo oculta, a diferencia del médico; aunque no quiere creerle). De todas formas, el resultado es el mismo: nadie puede hacer nada, salvo esperar que la enfermedad llegue a una crisis. Y entonces: ¿cómo se interviene?

Y los celos ... ¿Qué sentido tienen? ¿Qué hay detrás de ellos? Vanidad, por supuesto. ... el carácter de un ser humano está compuesto en su mayor parte de orgullo; el resto es una mezcla de deseos, generosidad, miedo a la muerte y sentido del honor. Cuando un hombre enamorado camina por la calle con los ojos inyectados en sangre porque teme que una mujer -que es igual de orgullosa y desgraciada que cualquier otro ser humano, que también está llena de deseos y de soledad, sedienta de felicidad- pueda estar descansando en los brazos de otro hombre .... lo que pretende no es salvar el cuerpo o el alma de su amada ... sino resguardar su propio orgullo ... (pag 241)

Puede que sea así, aunque no creo que en su totalidad. Y en cualquier caso, aunque se admita que es vanidad, amor propio ... ¡qué difícil es asumir que la persona amada ama a otro! ¿Por qué? ¿Porque nos está quitando un amor que pensamos que debe dárnoslo a nosotros? Entonces sí sería vanidad. Esto supone creer que el amor es cuantitativo y, por tanto, lo que se le da al otro se le quita al uno. Desde esa concepción, ya no es sólo vanidad; también hay miedo a perder el amor, a perder a la amada.

La cuestión es si es verdad que el amor sea cuantitativo. En términos generales tengo bastante claro que no. Se puede amar a más de una persona y no creo que ello implique disminuir la cantidad de amor hacia uno cuando se aumenta la que va hacia el otro. Ahora bien, en términos prácticos creo que es muy difícil, al menos para bastantes personas. Y sobre todo el amor pasional, porque me da la impresión de que este sentimiento es excluyente, ya que tiene una componente obsesiva muy fuerte. El enamoramiento te absorbe y, por tanto, sólo eres capaz de dirigirlo hacia el objeto de pasión, no se puede (creo) compartirlo. Los celos entonces, entendidos como miedo a perder amor de la persona amada, sí tienen base real.

Pero también es cierto que cuando la persona amada se enamora de otro es porque no está enamorada de uno. Lógicamente, si el amor apasionado es excluyente y obsesivo, no puede dirigirse hacia otra persona cuando ya existe: si ella está enamorada de mí, mientras lo siga estando, no puede enamorarse de otro. Por tanto, si se enamora de otro no me está quitando esa pasión porque, simplemente, ya no me la estaba dando.

En el momento de enamorarse de un tercero, la persona amada está llenando (o empezando a llenar) un vacío que existe: la falta de estar enamorada de mí, la falta de pasión hacia mí. Así pues, se enamora porque está predispuesta a enamorarse y, obviamente, aparece alguien de quien puede hacerlo (que activa los mecanismos adecuados para que se dispare el enamoramiento). Y a partir de ahí, la pasión se vuelve el sentimiento más fuerte (por su propia naturaleza) y tiende a excluir los demás. Puede seguir amando al anterior (del que no estaba enamorada), pero ese amor queda latente, sepultado bajo la abrumadora inundación de la nueva pasión. Y además, ese amor hay que ponerlo en "stand by" porque molesta al fluir libre y exagerado del enamoramiento.

El enamoramiento es una droga maravillosamente embriagadora, una borrachera de endorfinas que mantienen a quien lo vive en una excitación brutal. ¿Cómo no sentirse vivo? Lleno de vida, de entusiasmo. Y si es un enamoramiento poco teñido de realidad (con poca convivencia, sin irrupciones de las vulgaridades normales de la existencia), mucho mejor porque la pasión rellena e idealiza la relación, se retroalimenta.

¿Puede el amante abandonado competir con ese nuevo enamoramiento para recuperar su amor? Desde luego que no; o al menos no mientras la inundación esté en la fase de crecida caudalosa. El amante abandonado habría debido darse cuenta de que la pasión había desaparecido y, sobre todo, de que ella ansiaba sentirla. Seguramente no es posible, en una relación estable, mantener la pasión; pero sí debe poderse llenar la necesidad de afectividad, de amor con continuidad; e incluso reinventar la relación para evitar la sensación de hastío, de abandono, de alejamiento (sobre todo) entre los dos.

La lección que se aprende es que hay que evitar la desidia, que en una relación hay que estar constantemente atento a los sentimientos y necesidades afectivas del otro. Pero eso es un esfuerzo grande, que solo se justifica si realmente ambos amantes quieren mantener la relación, quieren que su relación sea el ámbito en el que buscar la felicidad, en el que crecer y resolver sus ansiedades, etc. Llego pues a algo de lo que hace tiempo estoy convencido: conservar (y hacer crecer) una relación amorosa es principalmente (no solo) cuestión de voluntad; hay que querer, hay que empeñarse en que funcione, en que sigamos siendo felices.

Y en este punto es obvio que uno solo no puede. Uno puede estar atento a las carencias del otro e intervenir para saciarlas. Pero el otro debe ser capaz de hacérselas ver, no debe dejar que sus vacíos vayan ahondándose, no debe callar mientras nota que se ensancha el alejamiento. Sin embargo, llegados a una determinada etapa del desencanto, el pecado de omisión no es sólo por falta de voluntad; seguramente entonces uno no se siente capaz de salvar la brecha que nos separa: ve que las cosas van mal, pero se resigna, se nota débil.

Total, que uno se queda celoso, asistiendo al enamoramiento de aquella a quien ama y comprendiendo los errores cometidos y sintiendo, a la vez, que el comprenderlos no le vale para lo que más quiere en este momento: recuperar a su amante, que la pasión que ella siente vuelva hacia él. Uno se promete que en el futuro intentará estar atento, se esforzará en aprender a dar amor, en no dejar que el vacío vuelva a surgir en el corazón de su amada; pero, al mismo tiempo, duda de que haya un futuro con ella en el que pueda poner en práctica sus propósitos de enmienda.

Así que se atormenta, vive en una tristeza continua, se emociona hasta el llanto con cualquier recuerdo de los muchísimos momentos juntos, se angustia ante la probabilidad cierta de que no vayan a repetirse. Y además, se desespera ante la incapacidad de hacer nada. Necesita hacer algo, enfrentarse a esta tremenda agresión a su amor, a su vida. Pero no puede hacer nada, al menos nada inteligente, nada que conduzca a recuperar su relación.

Sólo esperar. Esperar a que la pasión se extinga (o se atenúe). Esperar a que ella vea algo más que su sentimiento excluyente. Esperar a que comprenda que ese sentimiento es una borrachera de sus propias necesidades y que, por tanto, no se resuelve con un enamoramiento ilusorio, porque no tiene las bases para dar paso al amor. Esperar a que entonces, cuando eso ocurra, vea que yo estoy ahí, amándola, ansiando reconstruir con honestidad la relación.

Sólo esperar y, en todo caso, hacerle ver con continuidad que estoy aquí, a su lado, aunque no sea físicamente, aunque la moleste. Y este es otro asunto poco claro: ¿cuánto y cómo debo hacerle ver mi amor? Porque el hacérselo ver le resulta lógicamente incómodo; es una interferencia en la vivencia intensa del enamoramiento. Es (puede percibirse así) un reproche mudo. Y la defensa de la parte de ella que quiere vivir esta pasión podría ser el revolverse rencorosa, cogerme tirria, buscar más argumentos para pintarme como el mal bicho que la hace infeliz y poder justificarse (en su plano inconsciente).

Supongo que hay que encontrar un equilibrio: no agobiarla, pero tampoco dejar que olvide que estoy aquí, esperándola. Quiero que ella tenga presente siempre que la quiero y quiero que volvamos a estar juntos, que quiero reconstruir nuestra relación desde la honestidad, que sé (no que sospecho) lo que está viviendo y que, aunque me duele, entiendo que necesita (en estos momentos) vivirlo, que quiero que no se engañe ....

La cuestión es si podré aguantar. Si podré seguir queriendo lo que quiero, si me nacerá el rencor, si haré alguna gilipollez. No lo sé. Y me imagino que ella no debe ni habérselo planteado .. o quizás sí. Obviamente, el factor tiempo es fundamental: ¿cuánto va a durar esto? Porque está claro que hasta que el enamoramiento no afloje yo no tengo posibilidad de recuperarla, no tengo ni siquiera posibilidad de que me deje llegar mínimamente a su corazón, porque está totalmente ocupado. Además, ella lo sabe y evitará darme oportunidades para que haga flaquear su pasión.

Me he desviado demasiado en el comentario a esta cita. Para acabar: celos, sí hay y sí nacen del orgullo, pero sobre todo del miedo a perder a alguien a quien quiero tanto. Lo que pasa es que los celos pesan en mis sentimientos muchísimo menos que el dolor y el deseo de recuperarla. Y como interfieren en este deseo, los arrincono, los obvio. Mientras aguante.

Pero la esperanza no es otra cosa que miedo de aquello que más deseamos y en lo cual no creemos ni confiamos del todo. (pag 249)

Así es ahora mi esperanza.

el amor, si es verdadero, siempre es letal ... su fin no es la felicidad ... el amor es una llama más siniestra, más trágica. Un día se enciende el deseo de conocer esa pasión destructiva ... La naturaleza regala al ser humano la pasión, pero pretende que esa pasión sea incondicional. En cualquier vida digna de tal nombre llega un momento en que uno se hunde en una pasión. (pag 251/252)

Naturalmente, se está refiriendo al amor pasional. Por eso no dura, por mero instinto de supervivencia. A lo mejor vivir exige un pacto personal e íntimo (un equilibrio) entre el ansia de pasión que se lleva dentro y las restantes cosas, también necesarias para alcanzar cierto grado de felicidad. Y sobre todo, para no palmarla. Me acuerdo de la canción de Sabina: "porque el amor, cuando no muere, mata / porque amores que matan nunca mueren". Es muy bonito, muy poético, pero falso. Esos amores siempre mueren, ya sea porque no se pueden aguantar o, en el peor de los casos, porque matan de verdad (y los muertos no aman).

Dos personas que significan algo la una para la otra no pueden vivir guardando un secreto en el corazón. En eso consiste la traición. (pag 258)

Sé de más de uno/a que no están de acuerdo. Ciertamente dos personas que se aman sí pueden guardar secretos entre sí, pero esos secretos, a la corta o a la larga, son rémoras en su amor. Lo ideal (para mí) es que no sintiéramos la necesidad de ocultar secretos. Pero es un ideal que costará mucho conseguir (y probablemente no se conseguirá). Como en casi todo, lo importante es la voluntad de esforzarse en lograrlo.

Si uno sabe que está ocultando secretos al otro, no es que deba desplegarlos, pero sí preguntarse por qué tiene que esconder esa parte de sí. Y normalmente será porque ese secreto llena algo que el otro no le llena. Y entonces, quien oculta habrá de cuestionarse (si es honesto consigo mismo) si lo que conviene es intentar llenar ese vacío (con lo que, de lograrlo, la necesidad de ocultamiento desaparece) o es mejor (por diversos motivos) renunciar al intento, admitiendo que en esa relación no puede encontrar todo lo que quiere (y aun así seguir porque le compensa). Intuyo que esta segunda opción, aunque sea la que en muchos casos haya de imponerse, es peligrosa a medio plazo.

Otra cosa distinta es si puede mantenerse una relación cuando el secreto ha sido descubierto, pero se sigue negando, se sigue intentando ocultarlo.

La historia entre dos personas tiene que llegar siempre hasta el final, hasta sus últimas consecuencias, si es necesario hasta la aniquilación. (pag 263)

Pues vale: hay que apurar hasta la última gota, por amarga que sea. ¿Es lo que me toca o me estoy poniendo melodramático?

CATEGORÍA: Literaturas
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM

1 comentario:

  1. Hoy he comenzado a leer tu blog desde el comienzo, habia leido ya parte: julio, y Agosto, pero tenía decidido leerlo entero y hoy he comenzado.
    No voy a comentar todos tus post por pereza, aunque me apetece, sin embargo, en algunos como este no puedo evitarlo.
    "La lección que se aprende es que hay que evitar la desidia", me sirve este parrafo a mi como lección para seguir "empeñandome" en que mi relación funcione.
    Me quedo con esa lección y todas la siguientes que nos ofreces sobre los celos, los secretos, la pasión, los miedos de perder al otro...
    Excelente Post, extenso e intenso.
    topmonster.
    Miércoles, 6 Septiembre 2006 16:53

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