Amabilidad
Me hacen llegar este video llamado Kindness Boomerang, que escenifica una serie de sucesivos gestos de amabilidad hilvanados temporalmente en una calle de Red Bank (New Jersey) con el fondo musical de la canción One Day, del cantante reggae Matisyahu (un tío con unas pobladas barbas como corresponde a su condición de judío jasídico). Se trata de un video promocional de Life Vest Inside (chaleco salvavidas en el interior), una organización fundada en 2010 por Orly Wahba, un profesor del colegio Yeshivah de Flatbush, un barrio de Brooklyn. Para este hombre, nuestro chaleco salvavidas, nuestra capacidad para superar las dificultades, está también el interior y es la bondad, manifestada a través de la amabilidad hacia los demás. La amabilidad, opina ese neoyorkino, es lo que nos permite seguir a flote, lo que nos ayuda a levantarnos después de las caídas. El campo de acción de esta organización se focaliza en las escuelas, promoviendo lo que llaman el aprendizaje socioemocional; se basan en un sistema de voluntariado para difundir su convencimiento de que ser amable (esforzarse conscientemente en serlo) contribuye significativamente a mejorar el mundo, a mantenerlo a flote, como dice su slogan.
La amabilidad no es otra cosa que la manifestación activa hacia los otros de la bondad propia. No pienso que sea lo mismo que la cortesía o la buena educación, porque para que un acto sea amable y no meramente cortés, debe estar motivado por una intención benevolente (querer el bien) del actor. Yo no creo, ni mucho menos, que la amabilidad, el deseo de hacer felices a los demás, sea uno de los principales motores del comportamiento humano y, por tanto, un factor predominante para explicarnos la evolución histórica de nuestra especie. Quizá merezca ser tildado de pesimista, pero tiendo a pensar que otras motivaciones bastante menos nobles pesan más en la génesis de nuestros actos. Igual que creo que nuestros sentimientos hacia los demás suelen venir condicionados más por el deseo de recibir que por el de dar. De todas maneras, no me parece tan grave, e incluso diría que el que así sea fomenta, si no la amabilidad, sí al menos el desenvolvimiento habitual de la cortesía. De hecho, las convenciones de buena educación se han ido asentando como mecanismos sociales para evitar que nos matemos unos a otros en las relaciones cotidianas y también para posibilitar cauces de intercambio afectivo "interesado". Soy cortés contigo porque me interesa conseguir algo de ti (en la esfera que sea).
Es muy fácil ser cortés (insisto, no confundir con ser amable, en la acepción que he dado antes a este término), tanto que casi lo hemos interiorizado y, por tanto, carece de mérito. Sin embargo, a veces nos topamos con personas que parecieran disfrutar siendo desagradables, molestando gratuitamente a sus prójimos. En el esquema de Carlo Cipolla que traje a colación hace un par de posts, éste sería, en principio, un perfecto ejemplo de comportamiento estúpido, toda vez que hacen daño a los demás (a nadie le gusta recibir una invectiva) y a sí mismos (se hacen odiosos al otro, lo que no suele traducirse en buenas consecuencias). ¿Por qué lo hacen? Unos cuantos de los que conozco porque están permanentemente amargados y sienten, además, que la culpa de sus males (reales o imaginarios) es del mundo, de modo que vomitan sin cortarse toda su mala leche. También los hay en los que la soberbia, o su pariente menor la vanidad, están en la base de sus malos modales. Esperan la pleitesía del prójimo, el reconocimiento, si no admiración, de su alta valía, de la que están tan convencidos que soportan mal que se les cuestione, lo que les lleva a la descortesía. Es una reacción lógica (desde sus presupuestos), porque las fórmulas de educación son convenciones basadas en el acuerdo implícito (más o menos hipócrita) de la igualdad a priori entre los contertulios. Por eso es frecuente que los soberbios caigan en la descortesías y esgriman en sus discusiones argumentos ad hominem, tanto positivos como negativos (descalificaciones personales o juicios de valor casi siempre poco pertinentes).
Aunque reconozco que a veces incurro en comportamientos poco educados a causa de ramalazos soberbios, creo que mis muestras de descortesía obedecen mayoritariamente al que considero mi peor defecto, la impaciencia. Pierdo con frecuencia la mesura y eso me lleva a no cuidar las formas, sea en el tono de voz o soltando expresiones que mejor habría hecho en callar. Y lo peor es que me doy cuenta de que he hecho daño (a veces incluso con asombro, porque considero que no ha sido para tanto, pero hay mucha gente muy susceptible) y me siento mal. Cuestión distinta es que sepa y pueda reparar el agravio: acabamos siendo prisioneros de nuestra personalidad, incluso de esos rasgos que no nos gustan, y hay que ser muy sabio y muy valeroso para enmendarse y cumplir la penitencia. Si no, piénsese en cuánto nos cuesta disculparnos honestamente y cuantas veces, cuando lo hacemos, más parece que ofrezcamos excusas justificativas.
Pero he hablado de la cortesía y de la descortesía y el post iba a ir de la amabilidad. Mientras que todos podemos y debemos ser corteses, pues basta con atenerse a unas sencillas convenciones y atenuar nuestros "malos bichos", no ocurre lo mismo en cuanto a ser amables. Porque un acto de amabilidad es de amor, cuando lo hacemos estamos amando al receptor del mismo, o si se prefiere un lenguaje menos lindante en la cursilería (consecuencia del abuso del término amor), estamos deseando hacerle bien (benevolencia y amor son, para mí, sinónimos). Para ello, primero, se requiere que tengamos bondad (que es la fuente de la benevolencia), lo cual algunos tienden a dar por supuesta como cualidad universal de la especie aunque yo, en cambio, tengo mis dudas la respecto. En segundo lugar que el prójimo nos despierte el deseo de hacerle el bien, de alegrarle la vida, cosa que hay que reconocer que muchos no nos provocan. Hay a mi juicio un tercer requisito no menos importante: que sepamos cómo hacer efectivo el acto amable. Puede pensarse que es una tontería, pero lo cierto es que a menudo es nuestra torpeza emocional la que nos limita y hasta impide el ejercicio de la amabilidad.
Ahora bien, como todas las torpezas, lo mejor para superarla es la práctica y justamente ése vendría a ser, digo yo, el mensaje de la campaña de esta organización de Brooklyn. Esforcémonos en ser amables, en hacer pequeños gestos que traigan pequeñas dosis de felicidad a los que nos rodean, conocidos o desconocidos, y para ello estemos atentos a las incontables oportunidades que se nos presentan para ejercer la amabilidad. Para mí, lo de estar atento es la clave, porque no paro de corroborar lo despistados que solemos pasar por la vida, sin enterarnos de casi nada y, por tanto, perdiéndonos tantos momentos de asombro maravillado. En este campo, nuestra habitual falta de atención es especialmente dolosa, porque dejamos pasar ocasiones de hacer felices a los demás, empezando por quienes ya amamos (incluyo también la amistad bajo la rúbrica del amor). Sostengo (y según he leído la neurobiología lo confirma) que el ejercicio consciente (hasta forzado, si me apuran) de las manifestaciones de los sentimientos opera en nuestros cerebros como reforzador y hasta generador de ese sentimiento. Así que me atrevo a decir que seamos amables incluso aunque no sintamos amor, como "truco" para que éste aparezca o aumente. A la larga (vuelvo a Cipolla) es el más inteligente de los comportamientos, porque no sólo hacemos bien a los demás, sino que, sobre todo, nos lo hacemos a nosotros mismos: nos sentiremos más a gusto con el prójimos (en la medida en que veamos más sus rasgos "amables") y seremos progresivamente mejores personas (más buenas). Pues eso, que hoy me ha dado por un post moralista.
La amabilidad no es otra cosa que la manifestación activa hacia los otros de la bondad propia. No pienso que sea lo mismo que la cortesía o la buena educación, porque para que un acto sea amable y no meramente cortés, debe estar motivado por una intención benevolente (querer el bien) del actor. Yo no creo, ni mucho menos, que la amabilidad, el deseo de hacer felices a los demás, sea uno de los principales motores del comportamiento humano y, por tanto, un factor predominante para explicarnos la evolución histórica de nuestra especie. Quizá merezca ser tildado de pesimista, pero tiendo a pensar que otras motivaciones bastante menos nobles pesan más en la génesis de nuestros actos. Igual que creo que nuestros sentimientos hacia los demás suelen venir condicionados más por el deseo de recibir que por el de dar. De todas maneras, no me parece tan grave, e incluso diría que el que así sea fomenta, si no la amabilidad, sí al menos el desenvolvimiento habitual de la cortesía. De hecho, las convenciones de buena educación se han ido asentando como mecanismos sociales para evitar que nos matemos unos a otros en las relaciones cotidianas y también para posibilitar cauces de intercambio afectivo "interesado". Soy cortés contigo porque me interesa conseguir algo de ti (en la esfera que sea).
Es muy fácil ser cortés (insisto, no confundir con ser amable, en la acepción que he dado antes a este término), tanto que casi lo hemos interiorizado y, por tanto, carece de mérito. Sin embargo, a veces nos topamos con personas que parecieran disfrutar siendo desagradables, molestando gratuitamente a sus prójimos. En el esquema de Carlo Cipolla que traje a colación hace un par de posts, éste sería, en principio, un perfecto ejemplo de comportamiento estúpido, toda vez que hacen daño a los demás (a nadie le gusta recibir una invectiva) y a sí mismos (se hacen odiosos al otro, lo que no suele traducirse en buenas consecuencias). ¿Por qué lo hacen? Unos cuantos de los que conozco porque están permanentemente amargados y sienten, además, que la culpa de sus males (reales o imaginarios) es del mundo, de modo que vomitan sin cortarse toda su mala leche. También los hay en los que la soberbia, o su pariente menor la vanidad, están en la base de sus malos modales. Esperan la pleitesía del prójimo, el reconocimiento, si no admiración, de su alta valía, de la que están tan convencidos que soportan mal que se les cuestione, lo que les lleva a la descortesía. Es una reacción lógica (desde sus presupuestos), porque las fórmulas de educación son convenciones basadas en el acuerdo implícito (más o menos hipócrita) de la igualdad a priori entre los contertulios. Por eso es frecuente que los soberbios caigan en la descortesías y esgriman en sus discusiones argumentos ad hominem, tanto positivos como negativos (descalificaciones personales o juicios de valor casi siempre poco pertinentes).
Aunque reconozco que a veces incurro en comportamientos poco educados a causa de ramalazos soberbios, creo que mis muestras de descortesía obedecen mayoritariamente al que considero mi peor defecto, la impaciencia. Pierdo con frecuencia la mesura y eso me lleva a no cuidar las formas, sea en el tono de voz o soltando expresiones que mejor habría hecho en callar. Y lo peor es que me doy cuenta de que he hecho daño (a veces incluso con asombro, porque considero que no ha sido para tanto, pero hay mucha gente muy susceptible) y me siento mal. Cuestión distinta es que sepa y pueda reparar el agravio: acabamos siendo prisioneros de nuestra personalidad, incluso de esos rasgos que no nos gustan, y hay que ser muy sabio y muy valeroso para enmendarse y cumplir la penitencia. Si no, piénsese en cuánto nos cuesta disculparnos honestamente y cuantas veces, cuando lo hacemos, más parece que ofrezcamos excusas justificativas.
Pero he hablado de la cortesía y de la descortesía y el post iba a ir de la amabilidad. Mientras que todos podemos y debemos ser corteses, pues basta con atenerse a unas sencillas convenciones y atenuar nuestros "malos bichos", no ocurre lo mismo en cuanto a ser amables. Porque un acto de amabilidad es de amor, cuando lo hacemos estamos amando al receptor del mismo, o si se prefiere un lenguaje menos lindante en la cursilería (consecuencia del abuso del término amor), estamos deseando hacerle bien (benevolencia y amor son, para mí, sinónimos). Para ello, primero, se requiere que tengamos bondad (que es la fuente de la benevolencia), lo cual algunos tienden a dar por supuesta como cualidad universal de la especie aunque yo, en cambio, tengo mis dudas la respecto. En segundo lugar que el prójimo nos despierte el deseo de hacerle el bien, de alegrarle la vida, cosa que hay que reconocer que muchos no nos provocan. Hay a mi juicio un tercer requisito no menos importante: que sepamos cómo hacer efectivo el acto amable. Puede pensarse que es una tontería, pero lo cierto es que a menudo es nuestra torpeza emocional la que nos limita y hasta impide el ejercicio de la amabilidad.
Ahora bien, como todas las torpezas, lo mejor para superarla es la práctica y justamente ése vendría a ser, digo yo, el mensaje de la campaña de esta organización de Brooklyn. Esforcémonos en ser amables, en hacer pequeños gestos que traigan pequeñas dosis de felicidad a los que nos rodean, conocidos o desconocidos, y para ello estemos atentos a las incontables oportunidades que se nos presentan para ejercer la amabilidad. Para mí, lo de estar atento es la clave, porque no paro de corroborar lo despistados que solemos pasar por la vida, sin enterarnos de casi nada y, por tanto, perdiéndonos tantos momentos de asombro maravillado. En este campo, nuestra habitual falta de atención es especialmente dolosa, porque dejamos pasar ocasiones de hacer felices a los demás, empezando por quienes ya amamos (incluyo también la amistad bajo la rúbrica del amor). Sostengo (y según he leído la neurobiología lo confirma) que el ejercicio consciente (hasta forzado, si me apuran) de las manifestaciones de los sentimientos opera en nuestros cerebros como reforzador y hasta generador de ese sentimiento. Así que me atrevo a decir que seamos amables incluso aunque no sintamos amor, como "truco" para que éste aparezca o aumente. A la larga (vuelvo a Cipolla) es el más inteligente de los comportamientos, porque no sólo hacemos bien a los demás, sino que, sobre todo, nos lo hacemos a nosotros mismos: nos sentiremos más a gusto con el prójimos (en la medida en que veamos más sus rasgos "amables") y seremos progresivamente mejores personas (más buenas). Pues eso, que hoy me ha dado por un post moralista.
You're kind - Paul Simon (Still Crazy after all these Years, 1975)
La impaciencia de un cliente es el mayor problema al que se tiene que enfrentar alguien que trabaje de recepcionista en un hotel, como yo. Muchas veces, el cliente no entiende que si no se le atiende con la rapidez que habría querido es porque ello no es posible. Hay que tener mucha calma para no dejarse contagiar por esa impaciencia, porque entonces el cliente aprovechará el nerviosismo del recepcionista y aunque sepa perfectamente que no podrá obtener lo que exige, al menos se desahogará con el recepcionista y le hará pasar un mal rato, lo que a él le servirá de consuelo. Una situación característica en París es cuando un cliente impaciente pide un taxi y no lo hay; entonces se desespera y se pregunta cómo le puede estar sucediendo eso a él. Si el recepcionista se pone nervioso (normalmente por falta de experiencia, o porque tiene ese carácter), el cliente, con muy malas maneras, descargará su frustración vital por no encontrar un taxi contra él. Pero si el recepcionista, tranquilamente y sin apenas levantar la vista del libro que estaba leyendo antes de que vinieran a interrumpirlo con la historia del taxi, le explica que por ahora no lo hay y que lo mejor es ir caminando hasta la parada más cercana que está en tal sitio, y buenas noches, entonces el cliente no tendrá más que decir y decidirá él mismo, sin desahogar su frustración contra nadie, si va hasta la parada o espera. Hay quien da un puñetazo en el mostrador o hace aspavientos con los brazos y grita, pero eso suele ser un último desahogo y lo mejor es no prestarle atención o responderle con un amable “bonne soirée” e incluso una sonrisa escéptica. En fin, cuento todo esto porque es lo que me acaba de pasar mientras leía este post.
ResponderEliminarMuy interesante. Tú, puede que no creas en ese motor evolutivo, pero en fin, con amabilidad, eso se debe a tu desconocimiento del proceso evolutivo. Es bastante seguro que en efecto, la amabilidad como la defines, o el comportamiento altruista en términos más generales (¿no hemos tenido ya esta conversación) haya sido seleccionado en la evolución del Homo sapiens. Lo que el común de la gente no termina de entender es que la agresión y la violencia (el pretendido mal, la llamo Konrad Lorenz un etólogo alemán algo nazi) también. En todo grupo humano son necesarias tanto las personas que utilizan la amabilidad como las que (frente al otro: externo) utilizan la agresión. Lo único malo es que estos últimos en términos intra grupo y no solo extra grupo terminan dominando.
ResponderEliminarEn cuanto al movimiento neoyorquino que reseñas, estoy parcialmente a favor. Adoro a las gentes realmente amables (yo no lo soy, de hecho mi bondad, que la tengo, me da vergüenza o pudor, no sé mostrarla), pero siempre que no sea empalagosa, como ese niños de Dios que andaban antes por las calles y se te acercaban con una sonrisa (falsa, impostada) y te decías, “tengo para tú un mensaje de Dios”. “Y yo uno del diablo” les respondí una vez en el parque del retiro y comprobé complacido como huían despavoridos. No, no soy amable, ojalá.
Yo no calificaría tu post exactamente de moralista. Con todo mi aprecio por la amabilidad tal como se la propone ese movimiento y tú nos la describes, me parece una cosa situada un poco por debajo de lo que yo considero, quizás equivocadamente, moral. Artesanía de la convivencia, más bien, bricolage social, algo así. Una destreza útil, una técnica para hacer más fáciles las cosas, una buena costumbre como la ducha diaria, la gimnasia matutina o el paseo vespertino. (Ya sé, ya, que 'moral' viene, precisamente, de mos, moris, el nombre latino de la costumbre. Pero creo que su significado actual va un poco más allá que la mera regulación de las costumbres, tiene más que ver con el ethos que con las mores.) No quiero que suene desdeñoso, en absoluto, ojalá todo el mundo practicara la amabilidad. Pero se me queda corta, no sé bien cómo explicarlo.
ResponderEliminarVanbrugh, la amabilidad como se describe en el post y en el movimiento reseñado va más allá de lo que dices, aunque tu acepción, en cambio, es la más habitual. La dle post, como digo en mi comentario, se introduce en la idea de altruismo/bondad y es desde ese punto de vista moral
ResponderEliminarYa. Pues entonces me parece que la elección de la palabra, al menos en español, trivializa la idea. No sé cómo suena kindness en inglés, pero amabilidad, en español, suena a mera cortesía, a buenos modales, y de hecho a Miros se le va un tercio del post en diferenciarlas. Por algo será.
ResponderEliminarLansky: Algo he leído (algo sé) del proceso evolutivo, lo suficiente, al menos, para saber que, en efecto, prácticamente todos los rasgos de nuestra especie resultan del mismo. Lo que pasa es que eso no deja de ser una verdad tan genérica que prácticamente no explica nada. De otra parte, todavía no hemos llegado a descubrir, que yo sepa, los precisos mecanismos biológicos de la selección genética de lo que podríamos llamar rasgos o tendencias del carácter, ni tampoco las "leyes" (en analogía a las físicas) que, por ejemplo, interrelacionan el proceso de selección por vía reproductiva o cultural. En todo caso, las tan interesantes investigaciones de la etología (incluyo las de Lorenz), por sus propias limitaciones disciplinares, se mueven en terrenos siempre algo movedizos (con lo que no quiero decir para nada que no esté convencido de sus conclusiones, entre ellas las que señalas).
ResponderEliminarDe todas formas, yo no he dicho que no crea que la amabilidad (o la bondad) del ser humano no juegue ningún papel en la evolución de nuestra historia, sino que me parece que más peso tienen otras "inclinaciones" que Lorenz probablemente incluiría en el saco del "mal". Por lo que dices ("estos últimos terminan dominando") pareciera que coincides con esa impresión mía. Si es así, lo que me parece interesante es preguntarnos si cabe esperar que evolucionemos hacia un progresivo predominio de la "bondad" sobre la "maldad"; si la pretendida inteligencia de nuestra especie le puede impulsar a modificar "conscientemente" esa tendencia. Hay quienes creen que, destapando el entramado ideológico que la sociedad ha ido construyendo (entre otras razones para evitar las manifestaciones más brutales de la agresividad natural), las inclinaciones del humano siguen siendo igualitas a las de sus ancestros de hace miles de años. Yo no diría tanto, pero de haber habido cambios profundos, sí creo que han sido mínimos y desde luego tiendo a pensar que no suficientes para que nosotros mismos nos llevemos a una catástrofe. Pero, en fin, soy pesimista; ojalá me equivoque.
Aunque no estoy en desacuerdo, me rebelo ante lo de que en todo grupo "son necesarias" las personas "buenas" y las "malas". Puede que sea verdad pero no debería serlo. De hecho, me cuesta entender, a la escala de nuestras vidas cotidianas, qué necesidad tenemos de actos "malvados". Por eso, como tú, también simpatizo con movimientos como el del video que cuelgo en el post. Y, también como tú, soy consciente (a veces dolorosamente), de lo difícil que me resulta manifestar mis sentimientos "bondadosos", debido en nada desdeñable medida a una desastrosa educación emocional. Que rasgos de mi carácter como el pudor (que citas) mal entendido o sobrevalorado, la soberbia, la impaciencia o cualquier otro de mi saco de "defectos", me dificulten e incluso impidan ser más amable, es algo que me cabrea, entre otras cosas, porque con ello me muestro a mí mismo (y supongo que a los demás) cuánto me comporto estúpidamente.
Vanbrugh: Ya lo ha aclarado Lansky, así que poco que añadir. De todas formas, tienes razón en que amabilidad (etmológicamente ligada a amor) se ha convertido en casi sinónimo de cortesía. Por eso me he esforzado en separar las acepciones que quería darle a cada uno de estos términos. La amabilidad, por irme a tu terreno, sería la expresión en hechos concretos y visibles del sentimiento de amor al prójimo (ley "moral" básica que, desde luego, no es exclusiva ni originaria del cristianismo).
ResponderEliminarMiroslav:
ResponderEliminarAlgo sabes, no nada sabes, pero no es suficiente, y eso lo evidencia tu idea tautológica de que son generalidades que no explican nada. En cuanto al concepto de ley física aplicado a la biología es inviable, por algo se llama reduccionismo ese talante, y por algo existe la complejidad y las situaciones emergentes.
Lee a Franz de Wal, algo mejor entenderás
Razón tiene Vanbrugh, en cualquier caso, de que ese uso/acepción del término amabilidad no s muy esclarecedor.
Antonio: Decía Santa Teresa que "la paciencia todo lo alcanza". Probablemente la de Ávila exagerara, pero de lo que puedo dar fe, para mi desgracia, es que la impaciencia (casi) todo lo jode. Estoy seguro de que sería incapaz de ocuparme de un trabajo como el tuyo, pero se me ocurre que a lo mejor no me vendría nada mal hacerlo, bajo tu estrecha y severa supervisión, como "master" de paciencia.
ResponderEliminarYo sigo manteniendo una ligera reserva hacia esta campaña de amabilidad. Es teórica, y probablemente erronea, y quizás hasta estúpida. Esdrújula, en cualquier caso, pero es: Desconfío de las morales de raiz utilitaria. Nada que objetarles mientras ética y utilidad coinciden: y a rasgos generales, y en la mayoría de ocasiones, coinciden. Pero imagino que es mi almita de católico irreductiblemente masoquista la que me musita, bajito, que quizás haya alguna recóndita ocasión en que lo socialmente útil y beneficioso no sea lo moralmente correcto. ¿Cuál? Lo ignoro. No se me ocurre, de hecho, ningún posible ejemplo, y me alegro de que así sea. Sería sinceramente feliz si pudiera creer sin reservas que la conducta adecuada es siempre la más globalmente beneficiosa para todos. (Ya sé, me diréis que si la consideramos adecuada es precisamente porque es la más globalmente beneficiosa, que coinciden por definición...) Por formularlo en los términos de los chicos de tu post: no estoy en condiciones de convencerme a mí mismo de que ser amable, aún en ese sentido altruista y benévolo que le dáis, netamente diferenciado de la mera cortesía, vaya a ser siempre, sin excepciones, la conducta que me parezca moralmente adecuada.
ResponderEliminarYo soy optimista, de los que creen en la bondad del hombre. Me parecen bien la cortesía y la amabilidad como gestos que indican un deseo de hacer el bien. Pero claro, ayudar a una viejecita a cruzar la calle no es lo mismo que irte a ayudar en el desarrollo de África. Un pequeño gesto teatral, frente a una verdadera toma de consciencia y un dedicarte en cuerpo y alma a subsanar los males del mundo. Ésa sería la diferencia entre cortesía, amabilidad y sacrificio, tres grados distintos de la conducta moral de cada cual.
ResponderEliminarMuy al contrario, yo desconfió de los que van de altruistas por la vida y lo proclaman. Teresa de Calcuta, a la que detesto, me parece el paradigma, y todos esos cooperantes, no puedo con ellos hacer cajón de sastre, hay de todo, pero sólo respeto a los discrtos y eficientes, los demás me parecen ...casi obscenos
ResponderEliminarVes, Atman, tampoco estoy de acuerdo con tu planteamiento. Pareces considerar que la diferencia fundamental entre la amabilidad y el grado superior, al que llamas sacrificio, estriba en el esfuerzo, o hasta el sufrimiento, que le cuesta al actor. No puedes negarlo, porque hasta el nombre que le has dado alude directamente a eso. Y yo no puedo estar de acuerdo en que una acción sea moralmente más correcta cuanto más esfuerzo cueste. El punto de vista objetivo -saldo global de beneficios producidos,- no me parece suficiente, pero el subjetivo -sacrificio requerido de quien actúa- me parece directamente equivocado. Mi almita católica tiene resabios masoquistas, pero no tantos. La moralidad, corrección, valor ético o como quieras llamarlo de una acción creo que no depende solo de sus efectos, pero desde luego que no depende prácticamente nada del trabajo que cueste. (Creo que dirigir Auschwitz era una tarea francamente ingrata, mientras que a Gates donar unos cuantos millones de dólares con los que resuelve un montón de problemas a mucha gente no le cuesta nada y, de hecho, le hace sentirse bien.)
ResponderEliminarLa inmoralidad, Vanbrugh, también requiere esfuerzo (Auschwitz), y para Gates esas donaciones son apenas un acto de cortesía o amabilidad (¡tendrá pasta el mamón!). En resumen: un acto puede estar enfocado para hacer el bien, el mal, o no estar enfocado hacia ningún sitio y ser moralmente inconsciente. Y además de la cualidad estaría la cantidad, lo que tiene que ver con la economía de los esfuerzos.
ResponderEliminarY Lansky, solo era un ejemplo de generosidad universal, pero si lo prefieres podemos mencionar a aquellas personas que se dedican calladamente a hacer auténticos sacrificios sin moverse de casa, por la abuelita con Alzheimer, por el hijo discapacitado, etcétera.
Sigo sin entender, Atman, la relación que al parecer consideras necesaria entre la bondad de un acto y el sacrificio que supone. Tal como lo dices parece que de dos acciones iguales en su intención, ejecución y efectos, es mejor la que más sacrificio ha costado a su autor. No veo por qué.
ResponderEliminarSi mañana, Vanbrugh, cae maná del cielo sobre el cuerno de África, no cabe duda que será algo bueno, buenísimo, pero no hay moral en ello porque no hay un ser humano detrás de ese hecho. Si Gates dona millones y para él no son nada, es mucho más valioso mi donativo, moralmente hablando, porque para mí sí que resulta un esfuerzo, aunque mi donación sea menor.
ResponderEliminarO dicho de otra manera: A cada persona se le debemos exigir en relación a sus posibilidades y cuanto mayor sea su sacrificio más nota debería ponérsele.
ResponderEliminarjoder con la leñe del sacrificio...
ResponderEliminarNo puedo estar más en desacuerdo. Estás confundiendo el valor de las acciones, que es de lo que hablamos, cuestión objetiva y evaluable, con el mérito de los actores, que quizás sea importante para quien desee premiarlos pero que a los destinatarios de las acciones les da exactamente igual, y que además es una cuestión subjetiva e imposible de evaluar. La amabilidad de la que aquí se habla se caracteriza por el beneficio que sus actos producen a los destinatarios, y es por completo independiente del esfuerzo que supongan a quien los 'comete'. Por hablar claro: yo prefiero recibir un millón de euros que a su donante no le ha costado el menor esfuerzo darme mejor que doscientos cincuenta euros que han supuesto un sacrificio enorme para quien me los da. Querré mucho más al de los doscientos cincuenta, apreciaré más su gesto, le tendré en cuenta en mis oraciones y estoy seguro de que irá al cielo de cabeza, todas ellas cuestiones importantes, pero que nada tienen que ver con lo que aquí se trata. Pero me quedaré con el millón del donante al que probablemente le importo un pito, porque esta es la acción que más me beneficia, al margen del mérito de su autor. De eso sí estamos hablando.
ResponderEliminarVeo que sí, que hablamos de cosas distintas. Jamás se me ocurrió que la amabilidad pudiera medirse en millones de euros.
ResponderEliminarLa amabilidad existe, pero no gobierna el mundo: lo amables educan a los niños, cuidan a los ancianos y enfermos y cobran una miseria porque la sociedad le da muy poco valor a la amabilidad. Por el contrario, los agresivos, desempeñan labores que poco aportan al bien del grupo y mucho a individuos concretos y por el contrario están bien remunerados, son los que controlan la economía y el poder en todos sus ámbitos. Por tanto, si como parece ser es con el dinero con lo que los seres humanos hoy en día ponemos valor a las cosas, claramente la tarea de un educador vale para la sociedad mucho menos que la de un broker de bolsa.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con Lansky en que ambos aspectos del ser humano, el altruismo y el egoísmo, han sobrevivido a la presión natural y nos han acompañado en nuestra evolución, pero no me cabe duda que, de los dos, el egoísmo ha sido muchísimo más exitoso.
No te quedes con la anécdota: el de los millones de euros es solo un ejemplo extremo. De lo que se trata es de distinguir entre los efectos de una acción, más o menos beneficiosos -mídase este beneficio en millones de euros o en felicidad y bienestar humanos (cuestiones para las que los euros, por cierto, presentan una utilidad nada desdeñable)- y el mérito de quien la realiza. No existe ninguna relación entre ambas magnitudes, no es cierto que a un mérito mayor correspondan más efectos beneficiosos y a un mérito menor menos. Por lo que no es admisible que se hable indistintamente de los efectos de una acción o del sacrificio que supone, como si fueran magnitudes relacionadas, porque no lo son. Por lo que interesa al asunto de este post, lo relevante son los efectos de las acciones. Insistir, como tú haces, en hablar del mérito de los actores es, a mi juicio, desvirtuar por completo la cuestión. Para dejar esto claro es para lo que utilizo el ejemplo extremo de los millones de euros, no porque piense que la amabilidad se mide en millones de euros.
ResponderEliminarY te digo más: el sacrificio que una acción cuesta a su autor no solo no tiene NADA que ver con los efectos más o menos beneficiosos de la acción, sino que TAMPOCO tiene nada que ver con la calidad moral de la acción. Puede haber acciones de una gran bondad y de efectos muy beneficiosos, que no cuesten a su autor ningún sacrificio. Puede haber acciones de una gran bondad, efectos inapreciables y sacrificio nulo. Puede haber acciones de intención mala, de efectos buenos y que supongan un enorme sacrificio para el actor. Caben todas las combinaciones imaginables, porque son tres cuestiones por completo distintas e independientes.
ResponderEliminarDe las tres, la del sacrificio -el mérito- en la que tú pones todo el énfasis, es sin duda la que menos me interesa a mí y, creo, la menos relevante -por no decir nada- para la amabilidad de que aquí se habla.
Entiendo muy bien - muy muy bien - la exposición de Miroslav y comprendo además que los tiempos están como para ser bastante pesimista, (y eso que él nos regala unos posts cuidadosos, AMABLES, bien humorados y a veces con cierto optimismo de fondo.)
ResponderEliminarTambién veo que la mayoría de comentarios están razonados y son comprensibles aunque no vayan todos en el mismo sentido respecto a la amabilidad.
Supongo que tengo la suerte de ser optimista aunque a lo largo de mi vida he pasado etapas difíciles y lamentables en distintos aspectos, PERO a mí no me cuesta el menor esfuerzo ser amable con la gente, con las personas: Me sale de dentro, casi no lo puedo remediar. Sin llegar a tonto jubilar ni al extremo de la Madre Teresa...
Naturalmente, en muchas ocasiones he sido borde o antipático porque era necesario, y me he quedado tan a gusto. Volvería a serlo y me quedaría tan Pancho.
Oigan, resumo: creo en la amabilidad. No puede ser mala. Además, no es difícil ser AFABLE. Casi me resulta más molesto para mí mismo ser antipático.)
No sé si la amabilidad forma parte de la urbanidad, para la que no hallo nada que reprochar.
Muchas gracias, Miroslav, por tus consejos. Ahora mismo intentaré cambiar mis dos "palabras" que son ilegibles. Me parece que si somos varios comentando al mismo tiempo también se borran los comentarios.
ResponderEliminarNo sé si la amabilidad es una cualidad innata. Si no lo es, entonces será que te la inculca tu entorno desde muy pequeño. Es verdad que es muy contagiosa pero de allí a pretender hacer cambiar de comportamiento a millones de adultos con una campaña ... No creo que el iniciador obtenga satisfacción propia con su proyecto si es lo que está buscando el buen hombre.
Antonio : La mejor táctica es decirle al cliente que "tiene razón" aunque no la tenga. Verás como se calma enseguida y le dejas mudo de asombro.
Acabo de ver el vídeo. He vivido todas sus escenas menos la de las flores. ¡Jolín! el maldito bumerang siempre vuelve a mí.
ResponderEliminarAl menos, en mis cortas entendederas, la cortesía (ceder el asiento a una señora mayor en el metro) son normas que dicta la sociedad en la que vivimos. El hacerlo con una sonrisa (amabilidad) sale de uno.
ResponderEliminarSobre si es mejor el egoísmo o la generosidad, por la complejidad del tema prefiero contestarles en mi, que también es suya, casa
Ciertamente, C.C, yo también dudo mucho de que una campaña como la que he traído a este post vaya a cambiar el mundo ni creo que el impulsor sea tan ingenuo como para esperarlo. Lo que no comparto es que sea, como insinua Vanbrugh, errónea y hasta estúpida. Me parece justamente al revés y que, en todo caso, las que son "teóricas" (con el aprecio, dicho sea de paso, que le tengo a la "teoría", tan habitualmente minusvalorada) son las dudas de Vanbrugh.
ResponderEliminarComo digo en el post, el objetivo es que hacernos ver lo fácil que es ser amable con los demás, que cada uno "preste atención" a las incontables ocasiones que cotidianamente tenemos de hacer gestos de amabilidad, de "entrenar" nuestra benevolencia. Estoy convencido de que, al margen de valoraciones morales más o menos teñidas de adherencias teológicas, eso, salvo excepciones mínimas, es siempre positivo.
El único posible "error" (y puede que ahí radique la desconfianza de Vanbrug) es, a mi juicio, interpretar que el mensaje de la campaña es que te conviene ser amable con los demás para que ellos lo sean contigo. Es verdad, sí, pero tal no es, para mí, la moraleja a deducir, sino, más bien, que "obligarse" a ser amable es una forma eficaz de hacer que nuestra "bondad" crezca, de hacernos mejores. Por el contrario, dejar de manifestar (por falta de atención, por soberbia, por impaciencia, por pudor o por cualquier otro sentimiento interior propio) nuestra bondad a través de actos cotidianos de amabilidad, provoca a la larga (o no tan a la larga) que esa bondad se vaya marchitando. Es el mismo mecanismo (corroborado a través de la neurobiología) al que ya me referí en un viejo post que titulé "¿podemos educar al cerebro para ser feliz?" (y al que Lansky, que por aquel entonces empezaba a transitar por estos lares virtuales propuso cambiar el sujeto de la acción).
Por eso, manteniéndome en la definición cipolliana de la estúpidez (que es la más útil que conozco), ser amables me parece justamente todo lo contrario de un comportamiento estúpido; es decir, un comportamiento claramente inteligente. Y las ventajas para uno mismo (por el acto de amabilidad en sí mismo, sin contar para nada las eventuales consecuencias retributivas del mismo) me parecen claramente mayores que para los demás. En el fondo, creo que pocas cosas satisfacen más que sentir que estás haciendo feliz a otro y sentir que estás "amando" a otro.
No cabe duda de que me expliqué mal y fui confuso. Cuando escribí "Yo sigo manteniendo una ligera reserva hacia esta campaña de amabilidad. Es teórica, y probablemente errónea, y quizás hasta estúpida. Esdrújula, en cualquier caso, pero es: Desconfío..." dedicaba todos esos esdrújulos calificativos a mi reserva, claro, no a la teoría. Son mis objeciones las que califico de teóricas y posiblemente erróneas y hasta estúpidas. Teóricas, en primer lugar y sin duda, porque en la práctica no tengo nada, sino todo lo contrario, en contra de que todos prodiguemos por doquier las acciones amables, y estoy seguro de que, mayores o menores, las consecuencias de tal cosa serán siempre beneficiosas. De lo que no estoy seguro, como ya expliqué, -e insisto en que probablemente es una duda equivocada o tonta- es de poder aceptar incondicionalmente la 'amabilidad', ni siquiera en el sentido amplio en que la definís, como último criterio de conducta. Me cabrá siempre la duda, ya lo dije, de que puedan darse ocasiones en que la acción amable y la que a mí me parezca moralmente correcta no coincidan. Nada más que eso.
ResponderEliminarPor cierto, el viejo post al que me refiero, tiene la siguiente url: http://desconciertos3.blogspot.com/2008/02/se-puede-educar-al-cerebro-para-ser.html
ResponderEliminarAtman: En cuanto al asunto del "sacrificio" que has traído a colación, creo, como Vanbrugh, que no guarda relación con el objeto de este post. Es más, me parece hasta contraproducente, pero me temo que argumentártelo me exigiría un post específico. Barrunto además que, en términos sociales, el fomento de los actos de ese tipo conduce a la impunidad de los comportamientos malvados y, probablemente, sea globalmente poco recomendable. Pero, como digo, explicar esta tesis sobrepasa el alcance de este post.
Lansky: Ya he empezado a leer "primates t filósofos".
Números: Paso a leer tu post. Creo que ya es el segundo que te "inspiro" (bien por mí :)
Grillo: Se nota que has entendido la idea del post y no me cabe ninguna duda de que eres probablemente de los más inteligentes que por aquí transitan. Aunque sea descaradamente off topic, ayer me ocurrió una anécdota baladí. Iba con un amigo a "desaparcar" su coche, pero le habían puesto otro tapándole la salida: Mientras esperábamos que el incívico apareciera se nos acercó el dueño del coche que estaba aparcado correctamente enfrentado su morro con el de mi amigo (estaba tomando una caña en un bar desde el que nos vio) para retirarlo momentáneamente y darnos salida. Lo hizo con una sonrisa y, además, mientras se lo agradecíamos, sin venir para nada a cuento, se empeñó en contarnos un chiste un tanto salaz pero que nos hizo soltar a ambos la carcajada:
Van dos clítores conversando:
- Me han dicho que desde hace tiempo no tienes orgasmos.
- Bah, las malas lenguas ...
Vanbrugh: Aclarado. Obviamente, te entendí mal. Pero es que no estaba claro cuál era el sujeto elíptico de tu segunda frase.
ResponderEliminarDeberíamos desaprender muchas lecciones para aprender otras nuevas, eso lo tengo muy claro.
ResponderEliminarHace poco he visto que en algún colegio madrileño están introduciendo una nueva asignatura, una especie de educación sentimental. Con ello se pretende que los niños de corta edad empiecen a ahondar en los sentimientos propios y, por ende, en los de los demás. Quizás así logremos una generación mas amable con el prójimo, pero no de una falsa amabilidad sino en una empatía absoluta.
Esta entrada tuya daría para muchas reflexiones, querido Miroslav, pero no procede extenderse por este medio.
Un beso desde los madriles
La conclcusión de Números en su propio blog no es correcta del todo, como explico en un comentario que dejé en él cuando lo autorice
ResponderEliminarUn post de lo más interesante, sobre todo para los que vivimos diariamente, teniendo que diferenciar precisamente entre esa amabilidad (bondad) real de las personas o el interés que realmente, por suerte o por desgracia, nos mueve a todos en el mundo actual.
ResponderEliminarYo si creo que la amabilidad es algo innato, interior, y que muchas veces ni el amable valora como tal, es su forma de ser. Pero también hay un detalle importante que maneja tanto esa amabilidad como otros rasgos de nuestra vida, y que Miroslav mencionaba: nuestra inteligencia emocional...
El amable puede no mostrar sus emociones al exterior por distintos motivos, y no por eso no ser amable, bueno. Muchas veces se reduce a un conflicto interno corazón-cerebro que no sabemos controlar.
¿Es innata la bondad, amabilidad? Yo creo que sí, como algo intrínseco a la propia definición del hombre, como ser que necesita de los demás para vivir.
¿Y la maldad? Pienso, y digo pienso, que es una tergiversación de la misma bondad, donde se priorizan una serie de intereses, no necesariamente malos como tales, pero si egoistas, y orientados a la propia autosatisfacción.
Me gusta mucho tu post, Miroslav, cuando te pones eres único.