El odio de las masas
En L'Ancien Régime et la Révolution, dice Tocqueville que el odio del pueblo francés hacia su aristocracia alcanzó la mayor intensidad y violencia justo cuando más habían perdido los nobles su poder, cuando más débiles eran. Desde esa cita, Hannah Arendt, en su estudio sobre el Antisemitismo (Los Orígenes del Totalitarismo, Taurus 1974) afirma que "ni la opresión ni la explotación como tales han sido nunca la causa principal del resentimiento; la riqueza sin función visible es mucho más intolerable, porque nadie puede comprender por qué debiera tolerarse".
Hablamos del odio de las masas; de ese sentimiento tan repugnante que prende entre las clases más bajas de cualquier sociedad y las enardece, impulsándolas a la comisión de los más atroces y cobardes crímenes colectivos. La tesis de Tocqueville y Arendt viene a decir que esa sucia pasión no la provoca que el de arriba tenga poder sobre nosotros, los de abajo, y lo ejerza despóticamente. Esos de arriba están cumpliendo una función necesaria para que la sociedad funcione y ello justificaría nuestra opresión y su poder y riqueza. Que haya una "racionalidad" en esta relación asimétrica (racionalidad que, de alguna manera, está interiorizada por nuestro "inconsciente colectivo"), explicaría, para la filósofa alemana, que no se genere odio desde los explotados hacia los explotadores. Supongo que en esas situaciones, constantes a lo largo de la historia de la humanidad con las breves excepciones de los momentos "revolucionarios", los explotados experimentan determinadas emociones hacia quienes los explotan, pero según Arendt no son de odio.
El odio que aviva los pogromos, el ejemplo por antonomasia, provendría pues de una combinación de envidia y cobardía; envidia a unos judíos que son ricos pese a ser débiles, incapaces de hacernos daño. Puedo admitir que la envidia derive en odio, pero dudo que explique esos odios colectivos de tan sanguinarios efectos; la tengo como una emoción más miserable y limitada en sus consecuencias. Puedo también entender que los explotados, bajo determinadas circunstancias, no sientan aversión hacia sus explotadores sino incluso sentimientos opuestos, siempre que éstos, efectivamente, sean poderosos. Sin embargo, no creo (y la historia aporta numerosos ejemplos) que esa relación afectiva interclasista sea estable durante mucho tiempo sino que responde, más bien, a periodos de espejismo, como son todos los enamoramientos desequilibrados.
Así que, pese a mi admiración por la Arendt, disiento de esa tesis suya; quizá sea válida en excepciones pero, a mi juicio, no como regla. Creo, por el contrario, que el odio de las masas a un determinado colectivo, sean los aristócratas o los judíos, se alimenta a lo largo del tiempo (nunca surge de golpe) mediante la continuada recepción de daños producto de una relación de explotación. Es decir, las clases bajas van acumulando odio porque van siendo agraviados por el mismo colectivo que es más poderoso que ellas. Ese odio que desemboca en matanzas requiere pues que quienes luego forman esas masas rabiosas hayan percibido durante un tiempo suficientemente largo que los miembros de ese colectivo son más poderosos que ellos y que les están haciendo daño con sus acciones.
Por supuesto, lo importante es que esos dos requisitos sean percibidos por las masas, independientemente de que sean o no verdad. Me atrevería a decir que, en la totalidad de revueltas populares animadas por odios asesinos, esos agravios que han sido interiorizados tienen poco que ver con la realidad, son burdas tergiversaciones instiladas casi siempre por agitadores interesados. Las masas están siempre prestas a mirarse sus agravios y a creer enseguida a quien les señale un culpable. Y, como el odio es una hoguera, una vez que las inflama, más quieren creer en esas culpabilidades y en esos agravios, para justificarse sus crímenes y seguir odiando. No olvidemos el gran poder terapéutico del odio para las masas (nunca para los individuos).
Hay un tercer requisito para que exista ese odio que, de tan tautológico, he olvidado mencionar: las masas tienen que poder identificar inequívocamente a los explotadores (que siempre son individuos concretos) con un grupo determinado al cual se le imputa colectivamente la culpa de los agravios (presuntamente) recibidos. El corolario de esta premisa, aunque no sea consecuencia en términos estrictamente lógicos, es que basta que en cualquier sociedad exista un colectivo claramente identificable como tal para que en un momento u otro sea designado como responsable de males del pueblo y, por tanto, pueda ser objeto del odio popular. De ser correcta esta idea (yo estoy convencido de ella) sobrarían las otras dos condiciones; identifiquemos un grupo social que con facilidad puede "separarse" de las masas indiferenciadas y ya tenemos un candidato más que probable al odio de éstas, independientemente de lo que pueda a hacer; ya habrá quienes "interpreten" los acontecimientos para que "demuestren" la culpabilidad de ese colectivo. Judíos, gitanos, inmigrantes ...
Volviendo al comentario de Hanna Arendt con el que iniciaba este post, diré, para acabar, que quizá la filósofa confundía el momento en que el odio explota criminalmente con el odio mismo. Porque sí que es cierto que las masas, como cobardes que son, sólo se revuelven contra los explotadores cuando perciben la debilidad de éstos. Pero los llevan odiando desde mucho tiempo antes porque, si no, no habría habido tal revuelta; y los odiaban porque eran poderosos no porque no lo son ahora, mientras los matan. Lo que sí puedo admitir es que ahora, mientras los matan, las masas pueden estar sintiendo, como decía Tocqueville, un plus de odio. Pero no creo que sea por la indefensión de sus víctimas (al menos, no creo que ese sea el motivo principal); pienso más bien que se trata de una especie de "odio autoinducido" por los propios asesinos para animarse en sus crímenes. Para ejercer esas cruentas violencias hay que recurrir al odio, exacerbar el que ya se trae.
Hablamos del odio de las masas; de ese sentimiento tan repugnante que prende entre las clases más bajas de cualquier sociedad y las enardece, impulsándolas a la comisión de los más atroces y cobardes crímenes colectivos. La tesis de Tocqueville y Arendt viene a decir que esa sucia pasión no la provoca que el de arriba tenga poder sobre nosotros, los de abajo, y lo ejerza despóticamente. Esos de arriba están cumpliendo una función necesaria para que la sociedad funcione y ello justificaría nuestra opresión y su poder y riqueza. Que haya una "racionalidad" en esta relación asimétrica (racionalidad que, de alguna manera, está interiorizada por nuestro "inconsciente colectivo"), explicaría, para la filósofa alemana, que no se genere odio desde los explotados hacia los explotadores. Supongo que en esas situaciones, constantes a lo largo de la historia de la humanidad con las breves excepciones de los momentos "revolucionarios", los explotados experimentan determinadas emociones hacia quienes los explotan, pero según Arendt no son de odio.
El odio que aviva los pogromos, el ejemplo por antonomasia, provendría pues de una combinación de envidia y cobardía; envidia a unos judíos que son ricos pese a ser débiles, incapaces de hacernos daño. Puedo admitir que la envidia derive en odio, pero dudo que explique esos odios colectivos de tan sanguinarios efectos; la tengo como una emoción más miserable y limitada en sus consecuencias. Puedo también entender que los explotados, bajo determinadas circunstancias, no sientan aversión hacia sus explotadores sino incluso sentimientos opuestos, siempre que éstos, efectivamente, sean poderosos. Sin embargo, no creo (y la historia aporta numerosos ejemplos) que esa relación afectiva interclasista sea estable durante mucho tiempo sino que responde, más bien, a periodos de espejismo, como son todos los enamoramientos desequilibrados.
Así que, pese a mi admiración por la Arendt, disiento de esa tesis suya; quizá sea válida en excepciones pero, a mi juicio, no como regla. Creo, por el contrario, que el odio de las masas a un determinado colectivo, sean los aristócratas o los judíos, se alimenta a lo largo del tiempo (nunca surge de golpe) mediante la continuada recepción de daños producto de una relación de explotación. Es decir, las clases bajas van acumulando odio porque van siendo agraviados por el mismo colectivo que es más poderoso que ellas. Ese odio que desemboca en matanzas requiere pues que quienes luego forman esas masas rabiosas hayan percibido durante un tiempo suficientemente largo que los miembros de ese colectivo son más poderosos que ellos y que les están haciendo daño con sus acciones.
Por supuesto, lo importante es que esos dos requisitos sean percibidos por las masas, independientemente de que sean o no verdad. Me atrevería a decir que, en la totalidad de revueltas populares animadas por odios asesinos, esos agravios que han sido interiorizados tienen poco que ver con la realidad, son burdas tergiversaciones instiladas casi siempre por agitadores interesados. Las masas están siempre prestas a mirarse sus agravios y a creer enseguida a quien les señale un culpable. Y, como el odio es una hoguera, una vez que las inflama, más quieren creer en esas culpabilidades y en esos agravios, para justificarse sus crímenes y seguir odiando. No olvidemos el gran poder terapéutico del odio para las masas (nunca para los individuos).
Hay un tercer requisito para que exista ese odio que, de tan tautológico, he olvidado mencionar: las masas tienen que poder identificar inequívocamente a los explotadores (que siempre son individuos concretos) con un grupo determinado al cual se le imputa colectivamente la culpa de los agravios (presuntamente) recibidos. El corolario de esta premisa, aunque no sea consecuencia en términos estrictamente lógicos, es que basta que en cualquier sociedad exista un colectivo claramente identificable como tal para que en un momento u otro sea designado como responsable de males del pueblo y, por tanto, pueda ser objeto del odio popular. De ser correcta esta idea (yo estoy convencido de ella) sobrarían las otras dos condiciones; identifiquemos un grupo social que con facilidad puede "separarse" de las masas indiferenciadas y ya tenemos un candidato más que probable al odio de éstas, independientemente de lo que pueda a hacer; ya habrá quienes "interpreten" los acontecimientos para que "demuestren" la culpabilidad de ese colectivo. Judíos, gitanos, inmigrantes ...
Volviendo al comentario de Hanna Arendt con el que iniciaba este post, diré, para acabar, que quizá la filósofa confundía el momento en que el odio explota criminalmente con el odio mismo. Porque sí que es cierto que las masas, como cobardes que son, sólo se revuelven contra los explotadores cuando perciben la debilidad de éstos. Pero los llevan odiando desde mucho tiempo antes porque, si no, no habría habido tal revuelta; y los odiaban porque eran poderosos no porque no lo son ahora, mientras los matan. Lo que sí puedo admitir es que ahora, mientras los matan, las masas pueden estar sintiendo, como decía Tocqueville, un plus de odio. Pero no creo que sea por la indefensión de sus víctimas (al menos, no creo que ese sea el motivo principal); pienso más bien que se trata de una especie de "odio autoinducido" por los propios asesinos para animarse en sus crímenes. Para ejercer esas cruentas violencias hay que recurrir al odio, exacerbar el que ya se trae.
CATEGORÍA: Política y Sociedad
Siempre te leo y al final termino por no comentar. Y está mal no dejar algún testimonio de lo fascinantes que me resultan tus posts.
ResponderEliminarPues yo creo que el papel del ideólogo es imprescinble en la dirección de las acciones de las masas. Quiero decir, que la masa en sí no existe sin un cerebro que decida. Igual que el ser individual carece de voluntad sin el razonacimiento que le da su mente, aquí tendríamos un cuerpo físico formado por multitud de cuerpos y un único interés el del ideólogo, o el que lanza sibilinamente la voz o señala a la víctima. Da igual que individualmente no nos sintamos vícitmas o agraviados por el sector al que se va a masacrar, porque aquí lo que se produce es una manipulación de la información que el ideólogo tiene sobre los débiles para transformarla en ese detonante necesario que jugará a favor de sus intereses.
ResponderEliminarCon los ataques a los judíos lo que funcionaba era el aspecto supersticioso de la religión, el pueblo no tenía nada en contra de sus vecinos, pero sólo con nombrar que alguien podía adorar al diablo se quemaban a mujeres inocentes en las hogueras o se saqueaban los guetos de judíos. Y evidentemente esto no respondía a los odios particulares de ningún ciudadano. Las revoluciones han estado respaldadas por otros intereses diferentes de aquellos que se manchaban las manos y eran los intereses de los que iban a turnarse en el poder, todavía no ha habido revolución que produzca una distribución justa de la riqueza así que las cruentas matanzas eran gratuitas por un pueblo engañado por un pequeño grupito que sabía perfectamente o tenía ligera idea de que las consecuencias de aquello les iba a beneficiar.
Es miedo, que se hace colectivo y lleva al silencio social ante actos sociales deshumanizados. Ocuparon casas expropiadas a judíos y se instalaron en ellas con todas sus pertenecias, sin reparos.Porque a sus ojos simplemente habían dejado de ser personas.Y el odio no se limita a un solo colectivo, cuando se extiende se hace poderoso...homosexuales, comunistas, débiles mentales...
ResponderEliminarPor eso no solo es importante el análisis histórico, es imprescindible estar alerta, percibir los brotes de ese odio y rechazo y atajarlo en su raíces.
A mí me encanta Arendt.
Besos
Amy: Por supuesto que, como dices, para que las masas se movilicen es imprescindible el agitador o ideólogo, como lo llamas. Sólo te haré notar que en los ataques a los judíos (y también a los conversos, a partir del siglo XV), al menos en España, el pueblo sí tenía bastante en contra de los mismos; vamos que había un enorme antisemitismo, tanto entre los burgueses como entre las clases populares (no así, en cambio, entre los nobles ni los prelados cultos de la Iglesia). Y no era sólo por motivos religiosos (aunque se disfrazaran de tales) sino, sobre todo, económicos. Los judíos (y luego los conversos) trabajaban más y mejor que los cristianos viejos. Pero el tema da para muchos matices.
ResponderEliminarMita: Me alegro de verte por aquí. Las relaciones entre odio y miedo creo que son bastante significativas, aunque hay que matizarlas. En todo caso, no creo que se odie porque dejen de considerarse humanos; me temo que los cristianos viejos seguían considerando humanos a los judíos. En una segunda fase del odio, cuando éste es más autoinducido como digo en el post, puede que uno empiece a contarse películas de ese tipo para autojustificar su comportamiento, para decirse que no está haciendo sino defenderse de los presuntos terribles agravios. En todo caso, estoy de acuerdo contigo en que, además de la reflexión y estudio histórico, es imprescindible estar alerta a los brotes contemporáneos del odio, para atajarlo mientras se pueda. Coincidimos en nuestro gusto por Arendt.
Complejo e interesante problema. Creo que es difícil señalar un único factor desencadenante del odio de las masas.
ResponderEliminarAl escribir sobre los agravios sufridos por el pueblo, he recordado cuando Dickens habla en "Historia de dos ciudades" de las mujeres que tejían mantas y bufandas, bordando en éstas las atrocidades cometidas por los aristócratas, para que no fuesen olvidadas y, llegado el momento, se castigasen. Aquí se trataría de una "memoria histórica" de agravios reales, pero como bien dices, para que los agravios generen odio no tienen por qué serlo.
Llegados a este punto, me pregunto si el hecho de aceptar acríticamente supuestos agravios, más que la causa del odio, no es una manifestación (o justificación) de ese mismo odio. ¿Odio a los moros porque uno de ellos me robó, o simplemente odio a los moros y lo justifico con el atraco? En el odio, como en otros sentimientos que proyectamos sobre los demás, subyacen multitud de causas que no siempre podemos explicar racionalmente: miedo, envidia, sentimiento de inferioridad, autocompasión...
Cuestión distinta es la manipulación que algunos hacen de ese odio de las masas, canalizándolo hacia sus propios intereses. Como diría aquel, esa es otra historia...
no estoy del todo de acuerdo, pero sí coincido en la admiración a la Arendt.
ResponderEliminargracias de nuevo.