martes, 15 de abril de 2008

Nullitatis Matrimonii, una historia calabresa (VI)

En el legajo que voy traduciendo, a las ya transcritas, siguen más declaraciones de testigos (hasta diecisiete más). Ya veré más adelante si las paso literalmente al blog o hago un resumen, limitándome a las respuestas más interesantes. De momento, en todo caso, doy un salto sobre esa parte y paso a las cartas de la época del noviazgo, que fueron presentadas ante el Tribunal en febrero de 1940. En este post transcribo las que presentaría Rachele y que, en la correspondiente declaración, Caligiuri reconoció como propias; en uno próximo pondré las escritas por la chica. Tras las cartas viene la sentencia del Tribunal de Catanzaro que, como ya he dicho, está en latín. Aunque puedo entender algunas cosas (el sentido genérico de los razonamientos y, por supuesto, del fallo), soy incapaz de traducirla. Estoy intentando que alguien me lo haga y, en cuanto lo consiga, la transcribiré (así que, Amy, paciencia).

Las cartas cubren los dos primeros meses de noviazgo, salvo la última que es de la primavera del 22. Creo que son bastante reveladoras del carácter de Renato e, indirectamente, aportan pistas sobre los sentimientos y actitudes de Rachele; pero que cada uno se haga su propia composición de lugar. De otra parte, también me parece que desvelan claramente cómo se expresaba el amor en esos tiempos, lugares y circunstancias sociales; ciertamente, para entonces, el romanticismo victoriano había ganado ya la batalla. Pero basta de preámbulos.

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Catanzaro, 30 de noviembre de 1921
Lina mía:

¿Es posible que no notes cuánto te amo? ¿No sientes que, cuando estás junto a mí, me aíslo de todos y de todo y no vivo más que para ese instante intenso en el cual puedo mirar en tus limpios ojos serenos tu alma sencilla y buena? Ayer por la tarde me dijiste (repito tus palabras) que, estando seguro de tu afecto, debo tranquilizarme y no preocuparme de nada más. Es justamente esa seguridad la que deseo ansiosamente, Lina. Has estado a mi lado, educada, desenvuelta, sonriente, pero no me has dicho todavía ni una sola palabra que me haga entender que comienzas, al menos, a ocuparte de mí; no me has dicho nada sobre lo que te preguntaba en mi última cartita, a la cual ni siquiera has respondido. ¿Será quizá que eres una niña que sólo quiere amar los juguetes y las golosinas? No es verdad, no, Lina, porque desde el primer momento que te conocí de cerca noté que el precoz desarrollo de tu fina belleza era producto del de tu alma. ¿Y entonces? Lina, te ruego que me escribas en pocas palabras cuál es la impresión que tienes de mí, dime si crees en mi amor, dime todo lo que no puedes decirme de viva voz.

Ves, Lina; te has apoderado de mi vida entera hasta el punto de modificarla completamente; más estoy contigo, más te amo. Cada vez que llega el momento en que debo dejarte, un temblor me advierte del gran vacío que se hará en torno mío. Yo, antes, era bullicioso, jovial, alegre; ahora estoy siempre embargado de una leve melancolía que me hace buscar la soledad para más fácilmente pensar en ti. Lina mía, te amo como a un ideal y te amaré siempre, siempre; si tuviese que perderte (te digo la verdad), me mataría. Sabes que tu voluntad es la mía y que no tienes más que insinuarme un deseo para que yo, sin dudarlo, te lo satisfaga. Lina mía, permanezco a la espera de tu cartita que leeré apasionadamente. Esperaré con fe y con constancia; he esperado tanto tiempo, Lina mía, que cómo no voy a seguir haciéndolo.

Tu Renato

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Catanzaro, 4 de diciembre de 1921
Lina mía:

Había decidido no escribirte más porque ayer por la tarde me volví a casa seguro de que tú no me amas. Primero no quisiste que te acompañase con tu madre (eso es muy tuyo); después, durante la velada, te comportaste como si fuésemos extraños. Como siempre, evitaste sentarte junto a mí; como siempre, no pronunciaste ni una sola palabra que pudiese darme la ilusión de que al menos te ocupas un poco de mí y ni siquiera me dirigiste una mirada distinta de las indiferentes que dirigías a los demás; como siempre, por último, mientras caminábamos juntos al regreso, no me dijiste nada, nada. Me he percatado que cuando estás cerca de mí te conviertes en otra Lina, distinta de esa Lina que, en aquella carta plena de afecto, transmitió todo el perfume de sus sentimientos más queridos, distinta de aquella Lina que recibió con una luminosa sonrisa de amor (ayer por la tarde ni una sola vez me sonreíste de ese modo) desde la terraza. Si no fuera porque esta mañana te me has aparecido como te deseo y no con esa cortesía glacial que usas cuando estamos juntos ... Pero, entonces, Lina mía ¿por qué te comportas así? ¿Te sientes sobrecogida ante mí? Eso me parece imposible. ¿Entonces? Yo quiero amarte de cerca y no a través de páginas de papel; las cosas más dulces, los matices más gentiles de nuestro amor debemos decirlos con nuestros labios, en un susurro apasionado que, en el amor, lo es todo. ¿Me entiendes, Lina? Lina mía, te amo mucho (lo sabes) y no debería ser tratado así. Mañana, cuando vengas, a las cinco, te daré la carta; tú me has de dar la tuya, que tiene que ser larga y en la que me prometerás que hablarás conmigo donde quiera que nos encontremos. De tu visita de mañana espero mucho; debes ser para mí la Lina que amo y no una estatuilla sin alma. Si me haces sufrir, como las otras veces, comprenderé, te repito, que te soy antipático y que no me amas. Mañana pasaré de las diez a las diez y media. Cuando vengas a las cinco te esperaré tras los cristales. Lina mía, te adoro, enloqueceré si no me amas.

Te besa las manitas tu Renato.

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Sin fecha

Lina mía, estoy siempre pensando en ti, a todas horas. Deseo tu fotografía como una reliquia. Lina mía, te amo hasta enloquecer. Perdóname si estoy un poco nervioso. Te amo, te amo.

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Catanzaro, 6 de diciembre de 1921

Lina mía, amor mío:

Te escribo para decirte que te amo cada vez más. Ayer por la tarde, cuando he vuelto a casa, como un niño he besado esa esquina del sofá donde estuviste sentada junto a mí. Cuando no te tengo cerca, Lina mía, la soledad me invade y tu voz me sigue resonando nítida, como un eco insistente y armonioso. No vivo más que para ti; mi felicidad es completa cuando miro tus ojos y aprieto cariñosamente tus manitas. Llevo conmigo tu pequeña fotografía como algo sagrado, y también el pañuelito que conserva tu perfume. Sí, Lina mía, eres el primero, el más grande, el único amor mío, ese que es pasión y que, a veces, puede ser la muerte. Pero eres mi vida. Cuando te siento vivir junto a mí, en tu fragante juventud que ha brotado como un capullo en flor, cuando te oigo hablar de cosas sencillas con una ingenuidad tan llena de gracia y elegancia, unidas a una delicadeza de espíritu que me emociona, cuando te veo tan bella y de alma tan limpia, tan distinta de esas muñequitas estúpidas, coquetas y maquilladas que son casi todas las señoritas de nuestros salones, cuando te veo así y te siento así, toda para mí, créeme, Lina mía, que te amo hasta la locura. Cuando pueda tenerte en casa verás cómo y cuánto te amaré. Lina mía, tesorito mío, te besa las manitas con todo el amor quien es tuyo para siempre

Renato.
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Sin fecha

Como hemos quedado, recibirás el pañuelito no como un regalo, sino como un recuerdo que sustituirá lo que tú me has dado. Te amo, te adoro, Lina mía. Siempre pienso en ti. Mi amor, mi Lina querida, te amo, te amo hasta enloquecer. Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo. Lina mía, ¿piensas un poquito en mí? Lina mía, te amo mucho.

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Catanzaro, 9 de diciembre de 1921

Lina mía:

¿Qué quieres que te diga? Claro que te has dado cuenta de que no estoy tranquilo ni alegre. Creía que, ante mi gran amor, te emocionarías un poco, pero ese dulce momento todavía no ha llegado. Esperaré, Lina mía, esperaré con heroica constancia; en todo caso, yo mismo te lo diré cuando comience a sentirme bien de verdad. Por ahora me contento con verte bella y gentil junto a mí, y eso deberá bastarme. Es todo lo que pedía y que he obtenido como si fuese una victoria. No me lamento, no te digo nada; sólo que te amo como ni siquiera alcanzas a pensar; te amo con ese verdadero amor que desafía incluso a la muerte.

Te besa las manitas,
tu Renato.
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Catanzaro, 29 de enero de 1922

Querida Lina:

Heme aquí escribiéndote todo lo que a viva voz, quizás, no podría decirte con precisión y claridad. Hace mucho tiempo que no te escribo y se me hace un poco difícil, si no casi arduo, empezar esta cartita; es el hábito que, cuando se abandona, crea siempre la dificultad. Heme aquí, Lina, para decirte lealmente lo que turba gravemente mi ánimo. Debo decirte que, cuando sufro intensamente, nunca lloro; debo encontrarme en un estado de acentuada debilidad física, para que pueda ver correr silenciosas mis lágrimas. Eso es rarísimo. Por lo general, el dolor reseca mis ojos y me vuelve piedra. Pero ahora, Lina, debo decirte todo con orden. Hoy estoy presa de un gran dolor. Pero no ocurrirá más porque, si no, te importunaría, haciéndote infeliz.

Vayamos con orden. Ayer tarde, emocionado frente a tu bella dulzura, arrepentido de haberte turbado en los días precedentes con mi constante melancolía, cuando te vi tan querida y tan triste junto a mí, con voluntarioso esfuerzo sofoqué todas mis aburridas tristezas, a fin de verte alegre y serena. ¿Qué son mis melancolías? Tu madre y Totò deben considerarlas, con razón, manías de un chico nervioso y (¿por qué no decirlo?) y un tanto maleducado. Especialmente tiene razón Totò, quien, pese a su fácil irascibilidad, tiene en el fondo un alma verdaderamente buena. Pero ellos juzgan por el exterior. No saben lo que yo tengo y el motivo por el cual, de improviso, me embarga ese extraño malhumor. Saben sólo que por cualquier causa fútil (incluso por una nadería) me cambia de ese modo el ánimo. Pero tú, en tu corazón, sientes por qué me turbo de ese modo, tú, en tu corazón, sabes perfectamente que la causa de mis turbaciones es en casi todas las ocasiones una sola, la misma. Porque bastan nada más una palabra tuya, dicha o callada, una mirada o un gesto a menudo insignificante, una alusión aparentemente inocua, una simple sonrisa, para que se me alborote el ánimo. Hoy, por ejemplo, he sentido que te ha importunado tenerme junto a ti y que ante mis palabras ansiosas y mis leves caricias has reaccionado con esa indulgencia indiferente y generosa con la que se hacen las cosas que no se pueden evitar. Lo veo todo esto, porque soy inteligente y comprendo demasiado; el fulgor de tus pupilas tiene para mí un particular significado. Pero tu madre y Totò podrían a este respecto objetarme: "no debes fijarte en estas pequeñeces; además ¿no te habíamos advertido desde el primer momento que Lina era una niña?" Esto sería cierto si fueses verdaderamente una niña, pero te me has revelado, desde el inicio, mujer y mujer inteligente, en el sentido más completo y más verdadero. ¿Y entonces? Trato de abreviar para no aburrirte demasiado. Te pido perdón si te he aburrido hasta ahora con mis melancolías. Hasta hoy te he amado a mi modo; de ahora en adelante, te amaré igualmente pero de otro modo. No te aburriré más con más malhumores inútiles. Estaré sereno y sonriente como quieres verme y no me cansaré de hablarte de cosas divertidas cuando esté contigo.

Tienes razón: he sido insoportable; pero desde ahora seré distinto, te lo repito. Esto quería decirte, para tranquilizarte y, sobre todo, para darte gusto.

tu Renato.
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Sin fecha (hacia marzo-abril de 1922)
Lina:

Después de lo que me has dicho esta tarde y que, de otra parte, no es sino lo que siempre, de rato en rato, me has dado a entender desde que nos conocimos, sé que comprendes perfectamente (porque no eres ni tonta ni ingenua, como creen tus padres) que es inútil ilusionarnos: como todos los sueños, el nuestro ha acabado. Y ha acabado antes de convertirse en la más viva y palpitante realidad.

En todo caso, era de prever: tú nunca me has amado y mi amor solo no podía bastar. Y así, Lina, nuestra vida en común habría sido la infelicidad.

No te digo más que, viendo el modo en que me has tratado mientras yo te he amado tanto, sólo siento por ti un odio invencible, profundo, que te grito con toda el alma y con todas mis lágrimas. Te odio como se odia el mal o la muerte, y deseo como una liberación no volverte a ver.

Renato Caligiuri

CATEGORÍA: Personas y personajes

10 comentarios:

  1. Es curioso esta mañana en el telediario de las siete ha salido una noticia de una niña de ocho años que ha denunciado a su marido de treinta. En el Yemen creo haber oido. Condenan a los padres de la muchacha a darle ciento cincuenta euros al marido, porque el matrimonio ha sido anulado. Supongo que todas estas niñas estarán sufriendo lo que antes se sufría aquí en Europa. Supongo que en estos países musulmanes los maridos compran literalmente a sus esposas. Por lo menos en Europa teníamos la consideración de pagarle una dote al esposo como compensación supongo, por llevarse a la hija. No sé qué puede resultar más denigrante si lo piensas detenidamente. Pero me da a mi la impresión que todas estas mujeres lo van a tener mucho más complicado que nosotras o posiblemente para nosotras es más fácil no haberlo visto desde esa perspectiva porque pertenecemos a las generaciones que ya no tendrán que sufrirlo y para Lina fue tan horrible la experiencia como para esta chica de ocho años. Y este es justo el punto donde yo dije hace algunos post que me parecía que Lina mentía mucho más que el marido, porque ella insinúa que no habían habido relaciones sexuales, y supongo ese es el principal punto de sufrimiento para estos matrimonios tan disparatados. Y porque como se puede deducir tras leer estas cartas, ella daba una de cal y otra de arena. Cuando lea las de ella ya veremos. A lo que me refiero es que era mentira que ella manifestara con claridad a su prometido que no lo quería y que la forzaban a casarse, como dice ante el tribunal. La ambigüedad no es sinónimo de claridad, cosa que veo totalmente lógica en una niña de catorce años que está sometida por sus padres. Pero también es lógico que una adulta que no está sometida a nadie sabe perfectamente que está mintiendo para conseguir sus fines.

    Para mi estos matrimonios hacía infelices a las dos partes, la situación de sometimiento de la mujer al hombre típica de la época evidentemente ponía en desventaja la posición de la mujer. Pero este señor según sus cartas quería casarse con una mujer enamorada de él, y posiblemente para él fuera más fácil dejarse engañar y no aceptar lo que su corazón y las evidencias le dejaban claro, pero los enamorados al fin y al cabo eran ciegos en esa época y siguen siendo ciegos en la nuestra. A ese chico hoy en día lo hubiesen engañado de la misma forma en nuestros días y el resultado hubiera sido el mismo la infelicidad. Aquí los que se querían aprovechar del dinero del señor fueron los padres, hoy en día hubiera sido la misma interesada en contraer matrimonio. En Yemen es una compraventa pura y dura.

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  2. Este pobre hombre era un cretino, me da la impresión, pero da cierta pena también él.

    No es posible saber hasta qué punto las apasionadas declaraciones de amor son retórica obligada, -impuesta por el género, podríamos decir- y hasta qué punto corresponden a un sentimiento que él, al menos, creía auténtico. Pero, en la medida en que él mismo se las creyera ¿cómo es posible llamar amor, y hablar de él en esos términos, a una relación tan distante, tan formal, sin el menor contacto no digo ya sexual, sino meramente humano, y con unas muestras tan claras de indiferencia y de rechazo por parte de ella? Alguien que en esas circunstancias cree de verdad estar profundamente enamorado tiene un grave problema psicológico, que no sé en qué medida hay que atribuir a su caso particular y en cuál otra a todo un planteamiento social disparatado, falso y tirando a esquizofrénico.

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  3. Supongo, que no afirmo, señor Vanbrugh que todas las relaciones eran básicamente así. ¿O qué tipo de relación pretende usted que hubiera entre un hombre y una niña a la que habían educado para guardar su virginidad por muy años locos que fueran los años veinte?. El amor del romanticismo era exagerado como el que este hombre expresa y en cierta medida inventado conforme la pluma dejaba volar la imaginación del enamorado. De hecho el amor carnal que tanto marca hoy la diferencia entre lo real y lo imaginario era desdeñado. Creo, sin equivocarme demasiado, que si la actitud de Lina hubiera sido otra, más cercana, más como hoy en día entendemos una relación entre hombre y mujer, nuestro querido Renato no hubiera aceptado a la chica ni por todo el oro del mundo. Aysss el recato de nuestras abuelas.

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  4. Menos mal que no le besó las manitas también en la última carta...

    A mí me parece que los sentimientos son atemporales. Sólo ha cambiado la forma de decirlos y de callarlos. ¿Es típico sólo del pensamiento machista eso del "es imposible que no me ame"? Con lo feliz que hubiera sido la ruptura para ambos.

    Besazos.

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  5. Yo tengo la sensación de que, efectivamente, él la amaba (o creía amarla que, para el caso, es lo mismo) y, desde luego, es también evidente que su orgullo le hacía creer imposible que la pobre Lina no le correspondiera.

    Desgraciada ella pero él también.

    Besos

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  6. Querida Amy, perdona que me empeñe en replicarte. Yo creo que Renato no fue engañado, simplemente se engañó a sí mismo. Solemos hacerlo todos con frecuencia, no es nada raro. Pero las consecuencias de su autoengaño las pagó Rachele. La niña no le fue ofrecida, creo haber entendido que fue él quien solicitó su mano, y además le costó un tiempo conseguirla. Por tanto no estaba en situación de aceptar ni rechazar nada, aunque Rachele se hubiera mostrado más "afectuosa".

    Un beso muy grande

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  7. Por lo que parece en las cartas, él en esos momentos se daba cuenta de que no era correspondido pero prefería obviarlo y quizás por la falta de correspondencia ponía más empeño. Una persona insegura y blanda a la par que prepotente por lo que no tenía muchas papeletas de despertar en Lina, a su edad, grandes pasiones...
    ¿No es peor maltrato el que esperen un amor que no puedes dar que el quererte "tanto" cuando no lo has pedido?
    Cuando alguien te quiere o mejor dicho se encapricha y no es correspondido al final te hace culpable a ti en vez de reconocer que ha hecho el indio..

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  8. Amy y Zaffe: He estado pensando sobre si Renato fue o no engañado. En lo que creo que ambas estaréis de acuerdo es que Renato se engañó a sí mismo (sobre lo sentimientos de Rachele hacia él) y lo hizo porque así lo quiso (o porque su orgullo ridículo no le dejaba otra salida). En cuanto a si los padres de Rachele o la propia Rachele le engañaron, pienso que quizá ésta sea una palabra algo excesiva. Sin embargo, sí coincido con Amy en que no le hicieron ver con absoluta claridad toda la verdad. No me cuesta suponer que el padre de Rachele, cuando el prometido se quejara del comportamiento poco afectuoso de la niña, le dijera mentirijillas, disimulando los verdaderos sentimientos de ella; ¿llamamos a eso engañar? Respecto a Rachele no creo que llegara a decirle (quizás excepcionalmente y forzada por su padre) mentiras directas, lo que él deseaba oír (que le amaba), pero sí pienso que no pudo (por su edad, su miedo, su educación, etc) expresarle con claridad sus sentimientos. Resulta fuerte, como he dicho, llamar a eso engañar, pero es cierto que no dijo inequívocamente toda la verdad (tenía motivos más que justificados para excusarla). Esos atisbos de engaños, por lo visto, le valieron a Caligiuri para persistir en su autoengaño. Si ni siquiera hubieran existido esos "atisbos" (si tanto los padres como Rachele le hubieran dicho continua y claramente que la hija le tenía aversión), dudo mucho que Renato hubiera insistido en la boda. Fijaos, en este sentido, que la última carta presentada al Tribunal es de medio año antes de la boda. En ella Caligiuri le dice que se ha dado cuenta de que le ama y, en consecuencia, decide romper la relación. Pero sabemos que el noviazgo se reanudó y culminó en el matrimonio. Algo tuvieron que hacer los Marincola (los padres y/o la propia Rachele) y seguro que no fue decir la verdad.

    En conclusión, y permitidme hacer de mediador, el primero que se engañó a sí mismo fue Renato, pero también es cierto que ese autoengaño se sostuvo por las faltas a la verdad de los Marincola, incluyendo a Rachele. Para evitar connotaciones que parezcan juicios y porque la palabra puede resultar excesivamente dura, no llamemos engañar a estas faltas a la verdad. Un beso a ambas.

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  9. Miros a eso me refiero con que la chica no fue clara, a todo lo que tú explicas. Decir que no fue clara no es decir que lo hiciera por su propia voluntad. Tenía catorce años y en esa época y en ésta una niña de catorce años hace lo que dicen sus padres, si tiene la suficiente educación claro, las hay que no la tienen, también es verdad. Evidentemente podemos llamarlo autoengaño, pero es que aquello era 1920 y los noviazgos se producían de esa manera, las novias apenas hablaban y si encima a ésta el padre le escribía las cartas, este chico no iba a abrir los ojos, primero porque no quería y segundo porque sus sospechas eran minimizadas por los intereses de esos padres, que podrían decir ante el tribunal que si era por la tuberculosis del hermano y que si tal pero vamos un matrimonio ventajoso para una familia venida a mal no creo que lo rechazara nadie en aquella época. Evidentemente Zaffe él pidió la mano signo evidente de que estaba enamorado, porque interés económico él no iba a tener por ella.

    Zaffe lo mismo tienes razón tú y mi percepción es errónea, pero esto es tan subjetivo, que cualquiera sabe.

    Un beso a los dos.

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