martes, 2 de agosto de 2011

Enamoramiento, beber orina y acertijo

Este fin de semana he leído un libro que compre sin ninguna referencia, "Un encuentro de dos", la primera obra de la alemana Iris Hanika traducida al castellano (editada en Salamandra). Se trata de la crónica de un enamoramiento fulminante entre dos cuarentones –él asesor de sistemas, ella encargada de una galería de arte- ambientada en el bohemio barrio berlinés de Kreuzberg (lo era hacia finales de los 80 cuando estuve allí por primera y única vez y parece que ha vuelto a ponerse de moda). Con un estilo simpático y original (a veces se le nota demasiado la pretensión de originalidad), la novelilla en algo más de 200 páginas de letra grande va narrando los altibajos erráticos y a ratos desmesurados de la evolución sentimental de los dos protagonistas, reflejando con cierta dosis de ironía y hasta de ternura el juego absurdo de malentendidos emocionales que suele presidir los comportamientos de los enamorados, más todavía cuando ya no son niños y acumulan en sus respectivas historias unos cuantos desengaños. Es gracioso así ver ilustrado el tan frecuente comportamiento de montarnos nuestras propias conclusiones sobre el otro, casi siempre erróneas ya que las deducimos a partir de las premisas (prejuicios) que conforman la concepción de cómo son (o deben ser) las cosas, de modo que cuando las expectativas que asumimos sin ningún cuestionamiento no se cumplen, antes que adoptar una mínima actitud crítica, y mucho menos preguntar al otro, nos precipitamos hacia pensamientos negativos de todo tipo (rabia, autocompasión, ira, impaciencia, rechazo, etc). Por supuesto, no hay nada nuevo en el hecho de que el enamoramiento no es precisamente un estado de serenidad ni el más adecuado para esperar comportamientos mínimamente racionales de los afectados (estado de estupidez transitoria, era definición bastante acertada), pero probablemente por eso dos personas enamoradas, o más precisamente, la exhibición minuciosa de lo que ocurre en el cerebro de dos personas enamoradas (que es lo que hace Hanika, alternando entre ambos con un ritmo acertado), es materia fructífera para hacer literatura. Tampoco es que aporte, ya lo he dicho, nada nuevo; si acaso una manera entretenida de describir la radical incomunicación entre los enamorados, probando una vez más, por si hacía falta, que el enamorado no lo está del otro, sino que éste es una excusa (con una base fáctica de lo más aleatoria como, en esta novela, el ligero estrabismo de los ojos verdes del hombre) y que, por supuesto, poco tiene que ver el enamoramiento con el amor (que éste si exige conocimiento del amado) salvo como antesala y eso cuando lo es (de todas formas, sospecho que el tópico, fuertemente imbuido en muchas mentes, de que el enamoramiento es una condición previa del amor deriva de la literatura romántica del XIX, lo cual me recuerda lo que cuentan que aconsejó un padre sabio a la hija que ansiaba casarse con su novio porque estaba muy enamorada: espera a que se te pase). En fin, que no se trata de ninguna obra importante pero sí de fácil y amena lectura, recomendable para vacaciones, por ejemplo.

Pero no pretendía hacer la reseña del librito, sino referirme a que en él leí que uno de los personajes, el dueño de la galería en la que trabaja la protagonista, era un devoto de la orinoterapia (o urinoterapia o uroterapia). El hombre bebía todos los días su propia orina porque estaba convencido, a partir de la lectura del libro de un holandés (de un tal Coen Van der Kroon, quien efectivamente es un urinoterapeuta), de que tenía incontables propiedades beneficiosas para la salud. Algo había oído yo de este asunto hace tiempo y el caso es que me picó la curiosidad. Tras unas horitas por internet me encuentro con que se trata de una práctica que cuenta, como era de esperar, con ardientes defensores y con escépticos detractores. Desde luego, si fueran verdad todas las maravillas que se consiguen bebiéndose el pis (hay también otras formas de aplicación), habría que plantearse vencer el asco (¿instintivo o cultural?) que produce sólo el imaginárselo. En todo caso, lo que sí es cierto es que el uso de la orina con voluntad terapéutica (al margen de su efectividad real) tiene una larguísima tradición en la historia de nuestra especie, y en todas las culturas, incluyendo la europea relativamente reciente. En la actualidad, quienes la defienden son los que se agrupan bajo el epíteto de medicinas alternativas, naturales, homeopáticas, etc. y uno de los argumentos que más repiten acerca del descrédito que esta práctica suscita en la medicina oficial es el archiconocido de que como es un método curativo natural y gratis no interesa a la poderosísima y ávida industria farmacéutica. Parece que las bondades de la orina estriban en que posee propiedades antígenas: al beberla, aportamos a nuestro organismo material que funcionaría como una vacuna personalizada, fortaleciendo el sistema inmunológico y contribuyendo a erradicar las posibles enfermedades o dolencias. En fin, la cosa es que mogollón de personas en el mundo beben su orina (leo que 13 millones en Japón y 7 en Alemania) y la mayoría de ellas, esté o no chalada, cree que le hace bien y algunos se explayan hasta la saciedad ponderando sus virtudes curativas. Naturalmente, que mucha gente crea en algo no es ningún argumento sobre la bondad de ese algo (sí, en cambio, sobre la efectividad, en su caso, del proselitismo), pero sí puede serlo para despertar el interés sobre el asunto, que es mi caso. De momento, me he bajado el único libro que he conseguido en la red, Orinoterapia, de unos japoneses, Ryoichi Nakao y Kayoko Komiyama que, por lo visto, son de las mayores autoridades mundiales en la materia. Ya contaré de lo que me entero.

Por supuesto, para equilibrar, habrá que buscar información del lado contrario, pero eso prefiero hacerlo después de conocer las posiciones a favor (si no conozco los argumentos no podré entender los contra-argumentos). Sin embargo, mientras ayer curioseaba en la red, me vino a la memoria de qué me sonaba eso de la orinoterapia y era de un libro que leí hace años de Martin Gardner, el célebre divulgador científico (sobre todo de matemáticas recreativas) que murió el año pasado. El libro al que me refiero se llama "¿Tenían ombligo Adán y Eva?" acompañado del esclarecedor subtítulo "La falsedad de la seudociencia al descubierto" (2001). Gardner era un combativo escéptico empeñado en combatir todo lo que él consideraba supersticiones, muy en especial las que, a su juicio, más daño hacían (aunque que yo sepa no llegó, como Dawkins, a atacar la creencia en Dios). Obviamente, el libro consiste en un repaso por distintas "doctrinas" más o menos vestidas por sus adeptos con ropajes pseudocientíficos (el creacionismo, la teoría freudiana de los sueños, la cienciología, el canibalismo, los ovnis, la numerología ...) describiendo irónicamente sus postulados, su origen histórico así como las circunstancias de sus apóstoles, pero, en la mayoría de los casos, sin aportar argumentos en contra (salvo algunas referencias a autoridades científicas). Uno se queda con la sensación de que Gardner pensaba que esas teorías pseudocientíficas eran tan obviamente absurdas que cualquiera se daría cuenta, tras leer sus informes, adobados, eso sí, con adjetivos burlones, que no podían ser más que paparruchas. En el capítulo IV, dedicado a "Cuestiones médicas", trata de la reflexología ("para aliviar el dolor de muelas, apretar un dedo del pie") y de la Urinoterapia, en ambos casos descartando ambas prácticas de entrada, antes incluso de describir en qué consisten. Baste para hacerse una idea el primer párrafo de las páginas dedicadas a la reflexología: " El embobamiento de la gente con toda clase de medicinas alternativas no da señales de disminuir. La acupuntura, la homeopatía, la aromaterapia, los remedios de herbolario, la quelación, la iridología, el toque terapéutico, la magnetoterapia, la sanación psíquica y otras cosas parecidas ganan nuevos conversos cada día". En cuanto a la urinoterapia, las primeras líneas dejan también suficientemente clara su opinión: " En éste hablaremos de una terapia igualmente disparatada, que también está embaucando últimamente a personas crédulas cautivadas por las medicinas alternativas". Conste que Gardner me caía muy bien (de hecho, tengo varios libros suyos con los que he pasado muy buenos ratos) pero he de lamentar que en este caso haya renunciado a un discurso argumentativo más elaborado. De lo cual no vaya a pensarse que ahora mismo, en mi actual estado de ignorancia sobre el tema, me sienta inclinado a creer en las virtudes de la orinoterapia (más bien al contrario) y mucho menos me apetezca beberme un vasito.

Y para acabar, y aprovechando que he citado a Gardner, planteo un acertijo suyo que he encontrado en Internet (venía sin solución). No es muy difícil porque he logrado sacarlo en poco tiempo, así que ánimo y a resolverlo. Dice así: Disponiendo de dos ampolletas (relojes de arena), una que dura 4 minutos y otra que dura 7, ¿cómo podemos medir 9 minutos?


Berlin - Julie Felix (Flowers, 1967)

24 comentarios:

  1. Pues mira, le damos la vuelta a las dos juntas, cuando la de cuatro minutos se haya vaciado tenemos los tres minutos restantes de la de siete.
    Cuando pasen los tres minutos volvemos a darles la vuelta a las dos: otros tres minutos.
    Y volvemos a hacer lo mismo una tercera vez. Otros tres minutos.
    y así tenemos nueve.
    Con lo fácil que es mirarlo en el reloj!

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  2. Va a ser que no, Zaffe. Sigue intentándolo. Un beso.

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  3. Por explicar algo mejor el enunciado. Medir 9 minutos equivale a que uno está con las dos ampolletas y en un momento dado dice ¡YA! Al cabo de un tiempo (de 9 minutos, claro) vuelve a decir ¡YA!

    O de otra forma: Imagínate que tienes que calentar algo al fuego durante exactamente 9 minutos continuados (sin interrumpir el proceso de calentamiento) y sólo tienes esas dos ampolletas.

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  4. 1) Pongo las dos ampolletas a contar a la vez.
    2) Cuando la de 4 se vacíe, doy la vuelta a ambas.
    3) Cuando la de 7 se vacíe (al cabo de tres minutos) es justo cuando empiezo a contar. Espero a que la de cuatro se vacíe y habré contabilizado el primer minuto (1).
    4) Doy la vuelta a la de 4 y espero a que se vacíe (1+4).
    5) Vuelvo a dar la vuelta a la de 4 (1+4+4) y al finalizar habrán transcurrido los 9 minutos.

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  5. Vaya anónimo, qué bien! yo había llegado a otro punto bastante más inútil. Le daba la vuelta a las dos y al vaciarse el 4 quedaban tres minutos de la 7. Y empezaba a contar. Al vaciarse el cuatro me quedaba un minuto, le daba la vuelta al siete y quedaban seis minutos, y al darle la vuelta al cuatro ¡el 7 seguía vaciándose! Eso me pasa por ser una mujer complicada...

    Enhorabuena, tu razonamiento es perfecto, lástima que seas tan anónimo!

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  6. A ver, si tengo el primer minuto del 4 y le doy la vuelta al 7, me quedan seis (1+6). Entonces si le doy la vuelta al cuatro se vacía dos minutos antes que el 7 . Por tanto le vuelvo a dar la vuelta al cuatro y se vacía dos minutos después del 7.(1+6+2)

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  7. Perfecto, Anónimo. Yo lo había resuelto de otra forma peor (tenía que esperar 12 (tenía que esperar 12' antes de empezar a medir los 9).

    Zaffe, me da que te estás liando. Trato de sistematizar los pasos que creo que propones:

    1) Pones las dos ampolletas a contar a la vez.
    2) Cuando la de 4 se vacíe, das la vuelta a ambas.
    3) Cuando la de 7 se vacíe (al cabo de tres minutos) es justo cuando empiezas a contar. Esperas a que la de cuatro se vacíe y habrás contabilizado el primer minuto (1).
    4) Das la vuelta a la 7 y esperas a que se vacíe; han pasado 6' más (1+6).
    5) Y ahora tienes las dos ampolletas vacías y te falta contar 2'. Si le das la vuelta a la 4 como dices, no puedes saber cu´ndo han pasado esos 2' (no vale decir que paras cuando esté a la mitad).

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  8. Das la vuelta a la 4 mientras se está vaciando la de 7 (6 minutos), pues la de 4 se vaciará dos minutos antes. Vuelves a darle la vuelta a la de cuatro mientras a la de 7 le quedan todavía 2 minutos. Y le das otra vuelta a la de 4 y se vaciará 2 minutos después de que la de 7 se haya vaciado. El minuto que teníamos al principio, más los seis mas los dos del final, nueve.

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  9. Zaffe, en efecto la solución que das es correcta, pero me temo que la cuentas algo confusamente y tú misma te haces un pequeño lío. Si te fijas, no llegas a los 9 minutos mediante la suma (1+6+2) de tiempos sucesivos como dices, sino (1+4+4).

    1) Pones las dos ampolletas a contar a la vez.
    2) Cuando la de 4 se vacíe, das la vuelta a ambas.
    3) Cuando la de 7 se vacíe (al cabo de tres minutos) es justo cuando empiezas a contar.
    4) Entonces le das la vuelta a la 7 y esperas a que la 4 se vacíe. Ya tienes 1 minuto y en la 7 quedan 6'.
    5) Das la vuelta a la 4. Cuando se vacíe tienes 4' más (1+4) y en la 7 quedan todavía 2'.
    6) Le vuelves a dar la vuelta a la 4. Esperas a que se vacíe la 4 (que efectivamente lo hace dos minutos después que la 7, pero eso es irrelevante) y tienes ya los 4' que te faltan.

    Si simulas los movimientos que propones con las dos ampolletas, te darás cuenta de que has propuesto la misma solución que el anónimo. Un beso.

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  10. Jajaja! Es verdad! pero creo que, aunque tarde más, es otra forma distinta de solucionarlo.
    Todavía no has explicado cómo lo hiciste tú!

    Besos

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  11. Zaffe, te explico cómo lo resolví yo (llamo A a la ampolleta de 7' y B a la de 4'):

    1.- Se ponen las dos ampolletas bocabajo. Cuando la B se ha vaciado se le da la vuelta, pero se deja que la A siga vaciándose. Han pasado 4'.

    2.- Cuando la A se ha vaciado se le da la vuelta, pero se deja que la B siga vaciándose. Han pasado 3' más.

    3.- Cuando la B se ha vaciado se le da la vuelta, pero se deja que la A siga vaciándose. Ha pasado 1' más.

    4.- Cuando la B se ha vuelto a vaciar, en la A faltan 2' para que se vacíe. Han pasado 4' más y en total 12'.

    Justo entonces empieza el cronometraje, que puede hacerse de dos formas.

    1.- La más sencilla es esperar hasta que se vacíe lo que queda en la A (2') e inmediatamente darle la vuelta y esperar hasta que se vacíe (7'). 2'+7'=9'

    2.- La segunda es darle inmediatamente la vuelta a la A hasta que se vacíe (5') y, en cuanto esto ocurra, darle la vuelta a la B hasta que vacíe (4'). 5'+4'=9'

    Como ves, bastante más complicada (peor) que la solución del anónimo (y además hay que esperar 12' antes de empezar a contar, en vez de 7 como en su solución).

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  12. Quizás no pretendías hacer una reseña de la novela, pero es lo que has hecho. Y no la pienso leer; por otra parte, y sólo por chincharte un poco, ¿"enamoramiento fulminante" no es una redundancia o pleonasmo? Puede que no, puede que haya enamoramientos paulatinos, como el que poco a poco -después de uno primero fulminante- tuve y tengo yo con P. Pero es que entonces a eso yo no lo llamo enamoramiento, sino amor sin más. Todo es cuestión de definiciones.

    En cuanto a lo de la orina, mejor lo dejo.

    Os echaba de menos (no te estoy dando mayestático tratamiento, hablo de Zaffe y de tí: un abrazo a ambos)

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  13. Hola!, te leo de vez en cuando gracias a Periodismo Ficción y hoy me lanzo a comentar a propósito de beber pis:

    Lo que ocurre con la pseudociencia es que cala porque no duda sino que plantea grandes verdades que no se demuestran científicamente. Y eso a la gente le convence.

    Disfrazan las virtudes de prácticas como estas adornándolas con palabras como 'técnica milenaria' o 'medicina tradicional', como si eso le diera la validez científica que no tiene.

    En mi opinión lo que falta es el sentido común, no es necesario estudiar mucho para llegar a una conclusión: los riñones filtran la sangre y eliminan los desechos en forma de orina. Cuando no funcionan estos órganos hay que recurrir a la diálisis para no morir, cosa que todo el mundo sabe.

    ¿Cuál es el beneficio de volver e introducir en el cuerpo lo que éste elimina?. Orinar para filtrar la sangre sí es una práctica milenaria y tradicional. No demos cancha a la pseudociencia.

    Un saludo!

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  14. Lansky: Bienvenido, también nosotros te echábamos de menos. El enamoramiento, probablemente, sea siempre fulminante como dices. Y sí, también yo, como tú, distingo entre el amor y el enamoramiento. Coincido en que es cuestión de definiciones, pero es que éstas son fundamentales para saber de qué estamos hablando y poder entendernos. Lo que pasa es que normalmente a la gente tampoco le interesa demasiado entenderse y prefiere orbitar en la movediza ambigüedad de la polisemia, terreno de altísima fertilidad poética, pero intransitable si de lo que se trata es de aclararnos y contrastar ideas. En todo caso, desde las definciiones que asumo, enamoramiento y amor son no sólo sentimientos distintos sino casi casi contradictorios.

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  15. Bea: Bienvenida por aquí, confío en que te dejes ver con más frecuencia.

    Coincido contigo en que la pseudociencia (yo ni siquiera la llamaría así) se basa en la ansiedad del ser humano por aferrarse a dogmas, la renuncia a las dudas, que tanto desasosiego generan pero que son acompañantes imprescindibles del progreso en el conocimiento. No obstante, el sentido común (o lo que a veces llamamos sentido común) no es suficiente para desmontar los postulados de las incontables creencias más o menos bizarras, como la que he traído a este post. En principio, que la orina sea expulsada del cuerpo parece un primer y obvio argumento para presumir que es mala y que carece de sentido volver a introducirla. Pero no pienso que sea una prueba o, dicho de otra forma, cabría imaginar, a modo de hipótesis, que pese a ser un producto de desecho puede contener elementos que reintroducidos en el organismo produzcan beneficios. Naturalmente, no tengo ni idea y me gustaría conocer los argumentos en pro y en contra, antes de manifestar un juicio personal al respecto (aunque, en mi estado de ignorancia, como dije, tiendo a pensar que es una superstición).

    Y, para acabar, también creo como tú que no hay darle cancha a la pseudociencia. Pero la forma de hacerlo no es negarla desde la burla sino molestarse en desmenuzar e inavalidar científica y racionalmente sus premisas, cosa que en libro citado Martin Gardner, a quien admmiro, lamentablemente no hace.

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  16. Echaré un vistazo al libro que dices. No sé por qué me suena como algunas de las breves novelas de Sandor Márai que siempre me interesó.

    Lo de la orina es viejo. En condiciones normales de salud es aséptica. Naúfragos, aislados o personas en casos de necesidad la beben, como los pobres subsaharianos que 'viajan' en pateras. Es más, creo que el juego erótico de la 'lluvia dorada' debió empezar partiendo del conocimiento de que no era insalobre.

    Del acerijo ni hablar. Para todo lo referente a las matemáticas y cálculos similares he sido NEGADO.

    Pero sí aportaré un dato, una palabra dentro de la Medicina que tal vez no contó, o ignoraba, ese Gardner: la IATROGENIA. Complejo de explicar en un comentario de blog. Viene a ser el contrario del efecto placebo en un acto médico. O, me atrevería a decir: que sin fallar en el diagnóstico y el tratamiento el médico puede acabar empeorando al 'paciente'. Lo contrario rtambién del 'síndrome de la bata blanca' que mejora automáticamente al enfermo.

    Bla bla bla, como dice Lansky. Muy interesante, por cierto, todo lo que decís del amor, el enamoramiento, sus derivados y sucedáneos.

    Grillo

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  17. Saludos a todos.
    Miroslav, todavía no he encontrado el tiempo para leer esta última entrada tuya. A partir de mañana estaré de vacaciones (un guiño a Grillo) y leeré todo lo atrasado. La enigma sí que acabo de leerla, intrigada por las respuestas. Tengo una solución muy fácil que seguro lo es demasiado para ser cierta : le damos la vuelta al reloj de 4' cuando está vaciado hasta la mitad = 2' (que se ve perfectamente sin gafas),en este momento le damos la vuelta al de 7' hasta que se vacíe del todo. 2'+7'= 9', dice mi nieta.

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  18. No, C.C, no vale que llegue a la mitad, porque cada ampolleta te permite medir el tiempo en que se vacía completamente, no cuando llega a la mitad (piensa que no necesariamente la parte de arriba y la de abajo de la ampolleta son iguales).

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  19. Aaaaaah, por eso siempre me salen los huevos duros tan blandos.

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  20. Lupita, en el post de hoy, aporta otra solución que es más rápida y simple y, por tanto, mejor que las tres que se han aportado. Ahí va:

    1) Pongo las dos ampolletas a contar a la vez.
    2) Cuando la de 4 se vacíe, le doy la vuelta (han pasado 4'); en la de 7 quedan 3'
    3) Cuando la de 7 se vacíe, le doy la vuelta (han pasado 3' más); en la de 4 queda 1'
    4) Cuando la de 4 se vacíe, le doy la vuelta a la de 7 (ha pasado 1' más). Llevo 8'
    5) En la de 7 quedaban 6' arriba, pero al darle la vuelta, pasa a quedar 1'. Espero que se acabe y habrá pasado 1' más. Total: 4+3+1+1=9

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  21. Miros, eres un escéptico y un incrédulo. Y , por cierto estoy cansada de la poca credibilidad que dan los hombres, en general, a las mujeres.
    Besos.

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  22. Lupita, sí soy escéptico, lo cual no es, a mi juicio, un defecto. Sin embargo, la incredulidad que me imputas no es pertinente en este caso. Como ya te he dicho en el post posterior a éste, simplemente me ofusqué y tardé en darme cuenta de que el minuto de la 7 volvía a contarse al darle la vuelta a la ampolleta. El adjetivo que me corresponde es pues ofuscado (que fue con el que yo mismo me califiqué).

    En cuanto a que mi ofuscación tuviera algo que ver con tu sexo es algo que niego categóricamente. No creo pecar por ahí y te aseguro que lo mismo me habría ocurrido de haber provenido el comentario de un hombre. No seas picajosa porque, aunque hayas tenido experiencias para llegar a la conclusión que afirmas, en mi caso te equivocas. Un beso.

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  23. Miros, yo tampoco pienso que ser escéptico sea un defecto, simplemente lo puse como observación a tu carácter, que, en este caso te hizo ofuscarte. Con respecto a lo segundo tampoco lo decía por tí, por eso puse "en general" pero he comprobado que has entrado "al trapo" , como yo justamente pretendía jejeje.

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