miércoles, 31 de diciembre de 2014

Alegrémonos y renovémonos: feliz 2015

Los ocho treinta y unos de diciembre que anteceden al de hoy he escrito un post en este blog y, como romper tan ya larga racha sería sin duda de mal augurio, me apresto a hacer lo mismo, a respetar esta pequeña y personal tradición. He de confesar de entrada (apartando todo asomo de falsa modestia) que me asombra y enorgullece llevar tanto tiempo garabateando estas boberías blogueras; en solo cincuenta días esta web cumplirá nueve añitos, tiempo en el que ha ido acumulando una considerable cantidad de textos que me sirven, al releerlos y evocarme cuando los escribía, como película autobiográfica. De las más de mil entradas, las más explícitas a estos efectos son justamente las fechadas en cada último día de año, con el juicio crítico de lo que aquél me había deparado y mis vagos propósitos para el siguiente, cumplidos siempre en muy breve medida.

A finales de 2013 certificaba que –como ya había previsto el último día de 2012– aquél había sido un mal año y, en un autoimpuesto optimismo, aseguraba que 2014 iba a ser la leche, un tiempo de cierre y cambios a mejor. Ahora que también el 14 se ha acabado he de rebajar a su justa realidad las desmesuradas expectativas, lo que no obsta para que este año haya sido –para mí– mejor que el funesto decimotercero. En el terreno laboral, ciertamente arribamos a la tierra que oteaba hace un año, aunque sigo en la tarea eterna –desde 2008– si bien en otras condiciones mucho más soportables. Por otro lado, se han presentado nuevos trabajos que, con los inevitables sinsabores, me han ofrecido no pocas satisfacciones. En todo caso, pese a que mi vida laboral ha sido bastante más gratificante (sobre todo durante el segundo semestre), queda aún pendiente la decisión que me proponía haber adoptado en este año que acaba y que probablemente no se producirá hasta mediados de 2015. Ese es el plazo que me concedo ahora, siendo el hito cronológico no esta nochevieja sino la fecha de las próximas elecciones autonómicas y municipales, cuyos resultados habrán de ser necesariamente datos imprescindibles para resolver mi inmediato futuro.

En todo caso, la significativa disminución del agobio laboral ha supuesto que haya empezado a recuperar un mínimo nivel de calma anímica que se extiende a todas las facetas de mi vida. En tal sentido, me siento en fase de recuperación, con muy pocas ganas de ajetreo y también con muy pocas prisas. Es como si me estuviera "dando tiempo", reordenándome por dentro para lo que haya de venir, sin ninguna preocupación por dilucidar de momento ese futuro. Supongo, no obstante, que esta cierta apatía personal, aflojamiento de la tensión interior, irá poco a poco remitiendo y, en todo caso, los acontecimientos que inevitablemente se avecinan me exigirán cargar de nuevo las pilas, en una u otra dirección. Simplemente, creo yo, estoy preparándome, sin querer acelerar las cosas, aceptando –espero que inteligentemente– el ritmo que me marca la vida.

He de decir que no me disgusta este estado de ánimo, que no es el propio de mi carácter. De hecho, ha contribuido a mejorar varias de mis relaciones personales, a poner más atención y dedicación hacia aquellos a quienes quiero, algo que desde luego es mucho más importante que matarse haciendo un plan de urbanismo. Y aunque el año ha sido tacaño en vivencias "singulares" (pocos viajes, pocos espectáculos "memorables", pocas "aventuras"), algunas ha habido. De todas ellas tendría que resaltar especialmente una decisión adoptada a finales de octubre que no estaba para nada entre mis previsiones. No diré de que se trata pero sí que está ya implicando –e implicará más en el futuro inmediato– un cambio relevante en mi forma de vivir, que aporta un elemento importante de mejora. En fin, que para mí 2014 no ha sido la leche, no, pero sí un periodo de transición necesaria hacia una etapa mejor de mi vida.

¿Y cómo será 2015? Pues espero y confío en que bastante mejor y no sólo para mí, sino para la mayoría, al menos en este malhadado país en el que vivimos. Estoy convencido de que el sistema político-económico que nos gobierna requiere urgentemente desmontarse o, como mínimo, reformarse en profundidad. Y me parece además que a ese convencimiento ha llegado ya –a través de la obvia indignación– una importante parte de la ciudadanía. Algo está cambiando –creo– en la percepción social y eso inevitablemente ha de provocar respuestas, incluso entre los que defienden (y se aprovechan) del indecente montaje, por más que sus comportamientos se me antojen suicidas. Pienso que este va a ser un año muy interesante, en el que tendremos que abrir bien los ojos, aunque sólo sea para ser testigos de nuestra época. Estaría bien, además, que fuéramos un poco actores. Por supuesto, no me atrevo a predecir en qué sentido se decantará la historia en la que estamos inmersos; sé, claro, lo que yo querría, pero no se me oculta que mis deseos (y los de muchos) son de difícil realización y contra ellos se oponen muy poderosas fuerzas. Pero en este último día de 2014 lo que sobre todo siento es que quiero vivir este próximo año. Por eso, mi deseo para todos quienes se pasan por este blog es que 2015 sea un año, sobre todo, de renovaciones y de alegrías. Ojalá.

 
The times they are a-changin' - Flogging Molly (Chimes of Freedom, 2012)

 
The times they are a-changin' - Medeski Scofield Martin & Wood (Juice, 2014)

En congruencia con mis deseos para el año nuevo, uno de los grandísimos temas de Dylan, compuesto hace ya 51 años –otra época, muy distinta y sin embargo puede que no tanto–. Las dos versiones que pongo son en cambio bastante recientes. La primera, de un grupo rockero y punk de Los Ángeles, proviene del disco de Amnistía Internacional de 2012 al que ya me referí en su día; la segunda, instrumental y con un cierto aire navideño, de un trío de jazz de Brooklyn, tomada de su último disco, publicado apenas hace un par de meses.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Mi generación

A la vista de mis videncias televisivas infantiles narradas en mi anterior post, Jesús P. Zamora Bonilla me adscribe a la que llama generación malasombra. El nombrecito –de su cosecha– alude a la pareja de malvados que participaban en el programa Los Chiripitifláuticos de TVE entre 1966 y 1976 o, por llevarlo a mi cronología vital, entre mis siete y diecisiete años. Según cuenta en su blog, Jesús andaba a la búsqueda de su propia generación, acicatado por no verse incluido en la llamada generación nocilla que incluiría a novelistas nacidos desde finales de los sesenta hasta bien avanzados los setenta. Como se ve, la referencia generacional de Jesús es literaria, ámbito éste en el que es costumbre clasificar los autores en grupos que combinan cierta comunidad estilística o temática con edades más o menos cercanas. Por ejemplo, en la literatura española se habla de las generaciones del 98 (fecha del Desastre con nombres como Baroja, Azorín, Unamuno, Valle Inclán), la del 14 (una intermedia centrada en la figura de Ortega y Gasset), la del 27 (por el homenaje a Góngora y formada predominantemente por poetas como Lorca, Guillén, Salinas, Alberti, Cernuda), la del 36 (también llamada de la Guerra, con Miguel Hernández, los Panero, Celaya, Otero, Cela, Laforet, Torrente, Delibes), la del 50 (o de los "hijos de la Guerra", con Fernández Santos, Aldecoa, los Goytisolo, Martín Gaite, Marsé, Matute). Si se revisan los natalicios de los integrantes de cada grupo, se concluye que no es nada fácil acotar por edades los intervalos de una generación. Aún así, la regla más frecuente es que los autores tienen entre veinticinco y treinta y pocos años en torno a la fecha que marca el hito generacional; es decir, una generación literaria se "constituye" con un grupito de gente en su primera etapa creativa y que entre ellos se llevan menos de diez años. Naturalmente, estos intervalos distan de ser regulares, entre otras razones porque los críticos e historiadores de la Literatura buscan alguna referencia cronológica que permita aglutinar a los distintos autores, cuyas obras muchas veces no es que sean demasiado homogéneas. Aún así y con todas las reservas que se quiera, tiene sentido la agrupación por edades ya que, ciertamente, cada época tiene sus peculiares puntos de vista y preocupaciones vitales. Lo que desde luego es muy complicado es fijar duración y límites de cada generación que además, por ser siempre convencionales, podrían cambiar en función del tema que estemos analizando (literatura, música, ciencia, política, etc).

Si, reflexionando sobre mi historia personal, me pregunto a cuál "generación" habría de adscribirme, la primera e inmediata conclusión a la que llego es que no sería ésa de los chiripitifláuticos en la que Jesús me mete. Creo que el hecho objetivo que me separa de ellos es que estuvimos escolarizados bajo dos planes de estudios distintos. Jesús y sus compañeros de generación hicieron la EGB y el BUP, de acuerdo al Plan de Estudios establecido por la Ley General de Educación de 1970 impulsada por José Luis Villar Palasí. Yo, en cambio, pertenezco a la penúltima promoción del Plan derivado de la Ley de 1953 de Ruiz Giménez (matizado tras el II Plan de Desarrollo), los que hicimos cuatro años de primaria, cuatro de bachillerato elemental y dos de superior (luego venía el COU que había sustituido al antiguo PREU). Al margen de los cambios en los contenidos de las asignaturas –que a mi juicio no fueron poca cosa–, el más importante consistió en que los que nos sucedieron tuvieron un año más de escolarización (8 de EGB + 3 de BUP), lo que significó retrasar de los diecisiete a los dieciocho la entrada en la universidad. Puede parecer una tontería, pero ese cambio de plan de estudios marca una barrera que, en mi caso, la percibí claramente desde adolescente y me separaba de mis cinco hermanos (soy el mayor), todos ellos en la EGB. La gente que hizo la EGB fueron los que han nacido a partir del 61, los mayores de ellos ciertamente muy cercanos a mi edad y sin embargo desde siempre me he sentido bastante más alejado "generacionalmente" de ellos que de los que, con la misma diferencia de años, eran mayores que yo. Ya digo que la distinta escolarización aporta una primera explicación, pero hay otras circunstancias de mi historia que ahondan esa barrera.

Tengo la impresión de que en las familias de varios hijos (frecuentes por aquellos tiempos) las referencias de un niño tendían a ser sus hermanos mayores. Yo no los tenía y los busqué en los de amigos cercanos desde, más o menos, mis trece años. Eso se concretó, por ejemplo, en los inicios de mis aficiones musicales, gracias a mi amistad con José, cuyos cuatro hermanos mayores iban acumulando en los primeros setenta una buena colección de discos mayoritariamente anglosajones. Si echo la vista hacia mis compañeros de curso de los últimos años de bachillerato, compruebo que casi todos tendíamos mucho más a emular y relacionarnos con los de los cursos superiores, tratando de hacer nuestros sus intereses. Además, lo de ser el mayor, como era mi caso, marca mucho, máxime cuando te siguen dos chicas; quiero decir que apenas experimenté continuidad vivencial "hacia abajo", reforzando al interior de mi propia familia, esa ruptura generacional derivada de los distintos planes educativos. En resumen, que en mis últimos años de la enseñanza media, por más mequetrefe que fuera, me sentía mucho más vinculado a los mayores y, desde luego, lo que quería era ser mayor, tener la máxima autonomía posible y escapar del para mí opresivo marco vital de los chavales de esa época. Esa tendencia se reforzó notablemente porque nada más acabar el bachillerato y superar la reválida de sexto –que entonces ya no era obligatoria pero yo la necesitaba para conseguir el cartón de bachiller superior– me fui a vivir a Lima, adonde habían trasladado seis meses antes a mi padre. En el otoño (primavera allí) del 75 ingresé en la universidad con dieciséis años recién cumplidos, saltándome el COU que habría debido de cursar en España, y encontrándome con compañeros de promoción nacidos un año antes que yo. Además, como resultó que no suspendía, a medida que avanzaba en la carrera iba compartiendo estudios con gente aún mayor. De tal modo, en el grupo de amigos en el que cada vez más estrechamente me fui integrando yo era el más joven, siendo la mayoría del 57 y del 58. Cuando volví a Madrid, jovencísimo arquitecto de veintidós años (aunque tardé varios años en lograr el reconocimiento definitivo de mi titulación), empecé enseguida a trabajar y de nuevo a relacionarme y hacer amistad con personas también algo mayores que yo. Tanto es así que, durante esa primera etapa de mi vida laboral, casi interiorizaba que mi edad era uno o dos años más de los que realmente tenía.

Así que no soy de la generación chiripitifláutica, la de quienes hicieron la EGB y que en los últimos tiempos parece ser objeto de los afanes de los publicistas y de los productores de programas nostálgicos, lo que hace que los que somos un poco mayores nos sintamos un tanto relegados a la noche oscura de unos tiempos demasiado antiguos para que tenga interés (comercial) recordarlos. Siguiendo el vínculo aportado por Jesús, descubro que en 2004 se publicó un libro sobre esa generación a la cual no pertenezco (Los niños de los chiripitifláuticos), en el cual se recogían las quince principales “señas de identidad”; revisándolas, me reafirmo en mi conclusión de que no pertenezco a la misma. Así (1), yo no viví la muerte de Franco como un día sin colegio, sino empezando la universidad (mis compañeros del bachillerato estaban en COU). Mi educación escolar (2) no estuvo a caballo “entre la disciplina heredada y el aperturismo democrático”, sino exclusivamente bajo la primera, aunque no tan dura como las de mis mayores; tampoco rompimos “con la misa obligatoria” y sí recibimos educación política franquista (la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, aunque no pasaba de ser una “maría”). Tampoco, como conté en el anterior post, nacimos con la tele en casa (3), sino que ésta llegó cuando acabábamos la primaria o empezábamos el bachillerato; y los programas que nos gustaron de niños no fueron los que se citan en el libro (Pipi Calzaslargas, Starsky&Hutch) sino otros anteriores. En cuanto a mis lecturas infantiles (4), algunas son las que se citan –Enid Blyton, por ejemplo–, pero no las principales (más Verne y Salgari), y lo mismo pasa con los tebeos, porque nuestros favoritos eran los del Jabato, el Capitán Trueno o Hazañas Bélicas. En lo de la música de la pubertad (5) sí que hay una clara diferencia ya que, como he contado, nos enlazamos a los gustos de nuestros mayores (el rock anglosajón sobre todo) y despreciamos olímpicamente el emergente pop español tan amado por quienes nos siguieron. No fuimos de litronas en la calle (6), ni nos importó demasiado la moda (7); tampoco –afortunadamente– nos golpeó de lleno “el azote del desempleo” (8) ni, por tanto, comenzamos “a retrasar la edad de irse de casa de los padres” (11), sino más bien fuimos quizá la última generación que quería largarse lo antes posible. Tampoco creo que fuéramos poco activos políticamente (9); yo no viví en España los primeros años tras la muerte de Franco, pero varios de mis compañeros se sumaron fervientemente a las movidas políticas de la Transición, si bien es verdad que como los benjamines poco tenidos en cuenta. En cambio, sí parece que compartimos formas de jugar y juguetes (10) con quienes nos sucedieron; tuve mis álbumes de cromos, ansié el excalectric y, desde luego, jugué en descampados de mi barrio a las chapas, curro, media manga, manga entera, el pañuelo, etc (y a peleas a pedradas contra otras bandas de chavales). No diría yo que crecimos sin complejos sexuales (15) –al menos a mí me costó desembarazarme de los míos–, aunque supongo que nos fue más fácil que a nuestros mayores. Finalmente, las tres “señas” que me quedan por repasar, sí diría que también nos caracterizan (retrasamos la edad de tener hijos, accedimos masivamente a la universidad, y procuramos escaquearnos de la mili).

En fin, nunca me había puesto a pensar sobre esto de las generaciones en relación a mí mismo. No es que ahora lo tenga claro y quizá la conclusión es que la identidad generacional no ha pesado mucho en el desarrollo de mi personalidad; la verdad, es que me cuesta encontrar señas identitarias colectivas con las que me sienta cómodo. A lo mejor, esa especie de “desapego” a las pertenencias grupales vaya a ser una característica definitoria de la gente de mi quinta; vendríamos a ser unos “desubicados”, los pequeñajos de la generación de nuestros hermanos mayores a la que nos quisimos enganchar aunque llegáramos tarde, y negándonos a que se nos confunda con los que vinieron después, los que se tragaban los chiripitifláuticos cuando ya nosotros no les hacíamos ni caso.

   
My generation - The Who (My generation, 1965)

viernes, 19 de diciembre de 2014

El humor televisivo en mi infancia

En un comentario reciente, Lansky aludió a los geniales Tip y Coll y su celebérrimo sketch "bilingüe" sobre cómo llenar un vaso de agua. A raíz de ello me dio por recordar los viejos humoristas de la tele de mi infancia y adolescencia, en concreto del breve periodo comprendido entre mis ocho y quince años (entre 1967 y 1975), o lo que es lo mismo, desde que entró en mi casa la tele –en blanco y negro, por supuesto, y con sólo un canal y medio– hasta que, nada más superar la reválida de sexto, abandoné la todavía franquista España por unos cuantos añitos; a mi vuelta, ya nada era lo mismo. Téngase en cuenta que aunque TVE se creó oficialmente en octubre del 56, hasta bien avanzada la siguiente década eran muy pocos los que tenían aparatos para seguir la paupérrimas emisiones. Para que los jovencitos actuales, habituados al exceso de oferta catódica, se hagan una idea de lo que se ofrecía al telespectador hispano cuando mis padres adquirieron su primer televisor (un telefunken), aquí va, por ejemplo, lo que se emitió el martes 19 de diciembre del 67. Hasta las dos de la tarde no había emisión ninguna, que se iniciaba un cuarto de hora antes con la insoportable imagen fija de la carta de ajuste. Tras la presentación, un par de minutos de avance informativo, y un programa de casi una hora llamado Panorama de actualidad. A las tres el Telediario, sin duda el espacio más longevo e inalterable de nuestra tele. Luego, hasta las siete menos cuarto de la tarde, dos capítulos de novelas que no hacían sino trasladar al nuevo medio los más tradicionales seriales radiofónicos. Entre siete menos cuarto y siete y cuarto daban la programación infantil, que en esa época consistía en un programa llamado Jardilín del que apenas recuerdo sino que salía una profesora dirigiendo actividades lúdico-educativas de lo más soso con niños de jardín de infancia, algo que el chavalote de ocho añazos que yo era despreciaría, aunque tal vez lo siguieran mis hermanos pequeños mientras, recién llegados todos del colegio, comíamos la merienda –con frecuencia un trozo de pan en cuyo interior, a modo de bocadillo, iba una tableta de extraño chocolate arenoso cuyo gusto era congruente con su textura–. A las siete y cuarto comenzaba la programación de tarde, con un avance informativo y otro capítulo, esta vez de una serie histórica teatralizada, Diego de Acevedo, y luego, hasta las 8 y veinte, media horita de musical. A las 8:20 daba comienzo la emisión de noche y lo primero eran unos escasos diez minutos de dibujos animados –algún episodio de Hanna Barbera o de la Warner. Los dibujos eran –en nuestra familia, pero me imagino que también en la mayoría de las españolas, cortadas por unas rutinas horarias bien uniformizadas en aquellos tiempos que ni siquiera sabíamos que eran tan sosos– el anzuelo para que los críos, recién terminados de cenar, se pacificaran frente a la tele y se fueron contentos a la cama, siguiendo las instrucciones de la popular familia Telerín y su cancioncita imposible desobedecer. Eso ocurría a las ocho y media (en verano, a las nueve) y entonces la tele se ponía más seria: primero un documental (el día que estoy glosando tocó Hombres y tierras), luego, el telediario de la noche, media horita de un programa musical (Tele-Ritmo, se llamaba) y para rematar el también longevo Estudio 1 con la correspondiente representación de una obra teatral. Casi a las doce venía la última y breve edición del Telediario, diez minutos de un sermoncillo religioso (El alma se serena) y el cierre a las doce y cuarto. Estaba también el segundo canal o UHF, que al menos en mi casa se cogía bastante mal (tenía otra antena) y apenas veíamos; además, sólo emitía desde las 8 de la tarde a las doce de la noche.

De este jaez fue mi primera oferta televisiva. Tanta ilusión que teníamos todos por tener tele y en la caja negra sólo había aprovechables apenas diez minutos. Desde luego, en aquellos primeros tiempos ni se le había empezado a sacar partido al nuevo medio, por más que en otros sitios lo dominaban de maravilla (Estados Unidos era sin duda donde la programación era más avanzada). Visto desde ahora, sorprende el poco tiempo de emisión (catorce horas entre los dos canales) y, sobre todo, que a los niños casi ni se los tuviera en cuenta. Olvido que no tardarían en subsanar y cada vez dedicarían más tiempo a la programación infantil. De hecho, ya cuando entró la tele en mi casa, había empezado el programa de Los Chiripitifláuticos, el único televisivo que asocio a mi niñez (el día que he buscado para transcribir la programación no tocaría). Desde luego lo veía y no lo pasaba mal, pero no recuerdo que me entusiasmara y he de confesar que me caían un poquito mal tanto Valentina como el Capitán Tan. Algunos años después –ya se habrían iniciado los setenta– vinieron los payasos de la tele (Gaby, Fofó y Miliki) y su Había una vez un circo, pero yo ya era un chico de bachillerato y pasaba de esas tonterías que veían mis hermanos pequeños. Para entonces, lo que me atraía más que nada de la tele eran las series anglosajonas, que para verlas había de camelarme a mis padres. No tenía problemas con Bonanza, pocos con El túnel del tiempo y algunos más con las de detectives e investigaciones policiacas, como Mannix, Ironside o El fugitivo. Supongo que mis progenitores pretendían evitar que me impresionara por algunas escenas "fuertes" de violencia (porque de sexo nada), importadas de un país tan ajeno al nuestro que podría estar en otro universo. Además, conviene recordar los puñeteros rombos que salían al principio; bastaba que algún capítulo fuera calificado con un solo rombo (no apta para menores de catorce) para que fuera exiliado de la sala pese a mis protestas. Tan sólo cuando empecé quinto y adquirí la dignidad de bachiller superior, aunque aún tenía trece años, se me levantó la prohibición de los programas con un rombo. Pero entonces –cosas de la pubertad y las hormonas– me interesaban las pelis de dos rombos, y con algún amigo hacíamos pellas para intentar colarnos en los cines de sesión continua de Bravo Murillo y poder ver a Carmen Sevilla en ropa interior.

En fin, con este afluir de recuerdos de la televisión de mi infancia no entro a lo que pretendía escribir, que era sobre los sketchs humorísticos de entonces. Que yo recuerde, en el periodo al que me estoy refiriendo no había programas específicos de humor en la tele, todo eso vendría después, a partir de la aparición de las cadenas privadas (finales de los ochenta) y emulando una tradición anglosajona (en especial, la fiebre de los monologuistas). Los humoristas se colaban como parte de programas de entretenimiento y variedades, y justamente en uno de los primeros y más famosos –Galas del Sábado– debutaron Luis Sánchez Polack y José Luis Coll a finales de los sesenta. Desde luego, los tipos impactaron con ese humor del absurdo, ese jugar con las palabras hasta el desvarío; eso sin olvidar el cachondeillo imparable de dobles intenciones que se iban encadenando, algunas rozando lo políticamente incorrecto, lo que en esos tiempos no era un mero eufemismo. He estado repasando en internet los sketchs más viejos de la pareja –en blanco y negro, claro– y me traen vagos y escurridizos recuerdos. Deduzco que, dada mi tierna edad, los vería pero no terminaría de entusiasmarme con sus gracias; sin embargo, me acuerdo perfectamente de mi padre descojonándose frente a la tele. En todo caso, Tip y Coll son mi primera referencia humorística, que recuperarían ya plenamente en los primeros ochenta, una vez regresado a España. El del vaso de agua fue probablemente el más logrado de sus sketchs, pero absolutamente fiel a su estilo ya bastante definido desde sus primeras apariciones. No he logrado averiguar la fecha primera de ese gag, pero buscándolo me he encontrado con dos programas de TVE dedicados a estos genios (como tantos que hace la cadena pública recurriendo a sus archivos para rentabilizar las nostalgias) lleno de escenas divertidísimas que, pese a conocerlas casi todas, han vuelto a provocarme carcajadas. Así que no me resisto a incluirlos en este post (está el vaso de agua pero también muchos otros, todos pinceladas desopilantes del surrealismo absurdo de aquellos tipos).





La verdad que de los años a los que me estoy refiriendo no recuerdo ningunos otros humoristas de la talla de Tip y Coll, casi me atrevería a decir que no los había. Alguien podrá estar pensando en el gran Gila, pero por entonces andaba por América y, aunque había tenido ya éxito en radio y teatro durante los cincuenta, su despegue televisivo no fue hasta mediados los ochenta. Uno de bastante menor empaque pero que me hizo reír mucho a mis doce o trece fue el argentino Joe Rígoli encarnando a su personaje Felipito Takatún con su coletilla "yo sigo" acompañada del gesto rotatorio del dedo índice; el hombre éste desapareció de los medios años después y ahora me enteró que prácticamente acabó en la indigencia. No sería hasta la década de los ochenta –pero entonces yo ya era "mayor"– cuando se consagrarían en la tele otros cómicos con empaque suficiente, muchos de ellos deudores y practicantes del estilo que, si no creado (porque ciertamente provenía de una tradición ya larga del humorismo escrito y gráfico español, representado, por ejemplo, por La Codorniz), sí habían adaptado y pulido para la tele, aquellos dos señores de negro. Estoy pensando, por ejemplo, en Martes y Trece, el ya mencionado Miguel Gila, el catalán Eugenio o los ídem de La Trinca, e incluso un poco después, ya acabando los ochenta, los madrileños Faemino y Cansado. Todos ellos tienen unos cuantos sketchs memorables, que relacionaría en mi Top Ten del humor televisivo, archivo relevante de mi historia sentimental. Pero corresponden ya a mi primera juventud, no a la infancia, aunque sea de esta etapa de la que guardo los más hilarantes recuerdos, incluyendo por supuesto varias escenas de Tip y Coll. Así que, concluyendo, son éstos los "padres" de mi sensibilidad humorística –al menos en lo que a la televisión se refiere– y supongo que de muchos españoles de mi generación. En los tiempos recientes hay mucha más abundancia de humoristas pero me da la impresión de que difícilmente pueden encontrarse profesionales de tanta calidad. Es una opinión personal, claro, que puede estar distorsionada, primero, porque desde hace años veo bastante poco la tele, y luego por la inevitable tendencia a magnificar los recuerdos de cuando uno era joven y menos "resabiado". También es verdad que la inmensamente mayor cantidad de horas de emisión obligan a meter a muchos graciosillos y, por otro lado, que a estas alturas es muy difícil que nos sorprendan con nuevas teclas humorísticas. En todo caso, lo dicho: Tip y Coll son ya uno de los primeros y más importantes capítulos de esa parte de la Historia de la vida cotidiana que sería el humorismo televisivo.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Instrucciones para el uso del teléfono

Sosthenes Behn saludando al ministro
La Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) se fundó en 1924, con todos sus accionistas españoles, pese a que en realidad la nueva empresa estaba controlada por la americana ITT; eran tiempos de incipientes nacionalismos por lo que no convenía que se notara en demasía que eran los yanquis quienes estaban detrás. Para entonces, Sosthenes Behn y sus hombres llevaban ya algún tiempo haciendo "amigos importantes" en España que apoyaran su intención de unificar los dispersos (y desastrosos) servicios telefónicos del país mediante un monopolio por concesión estatal. Nada más constituida, la CTNE entrega al gobierno de Primo de Rivera una ambiciosa oferta para instalar un sistema telefónico nacional. El 11 de mayo de 1924, el Gobierno promulga una Real Orden que crea una comisión técnica para que estudie las propuestas presentadas por "importantes compañías" (el plural era para disimular las negociaciones que se estaban realizando con la CTNE) y proponga la solución más conveniente. En muy breve plazo se desató una intensa lucha de ITT con otras tres compañías que aspiraban a quedarse con el monopolio, la alemana Siemens&Halske, la belga New Antwerp Telephone y sobre todo la sueca Ericsson. El 25 de agosto de 1924, Alfonso XIII firmaba el Real Decreto por el que se autorizaba el contrato con la Compañía Telefónica Nacional de España. La adjudicación no sólo se produjo sin los requisitos legales de subasta o concurso públicos sino que el contrato quedó blindado por el Directorio Militar garantizando a la multinacional norteamericana que no podría ser afectado en el futuro por ninguna ley o disposición estatal, añadiéndose incluso que "ni la misma Constitución de la nación española podría aplicarse en cuanto significase una modificación, una innovación o una contradicción a las Bases de este Contrato". El régimen contractual –una absoluta cesión de la soberanía pública– concedía a la compañía privada una excepcional autonomía. A poco de firmarse el contrato, se produjo una espectacular ampliación de capital de la CTNE de 114 millones de pesetas (el capital inicial era de un ridículo milloncejo), adquiriendo la ITT la casi totalidad de las acciones ordinarias (se emitieron cien mil acciones "preferentes" que fueron dirigidas a los directivos, empleados y amigos de la CTNE, una táctica que ya practicaba el gran coloso de la telefonía norteamericana, la ATT).

Ya desde su nacimiento, Telefónica es uno de los mejores ejemplos patrios de sumisión de los representantes del poder público a los intereses del capital internacional. También, dicho sea de paso, de cómo el capital consigue que el Estado se haga cargo de sus déficits –incluso a costa de la nacionalización– para devolverle los activos con mayor potencialidad de generar rendimientos. Revisar los avatares de la historia de esta compañía muestra con claridad qué poco transparente es el "libre mercado" y cuánta suciedad y corrupción hay en los grandes negocios multimillonarios. Pero no pretendo con este post contar esa historia, aunque aseguro que tiene mucho interés. Fisgoneando por la Red he encontrado unas "instrucciones para el uso del teléfono automático" (es decir, el aparato que permitía comunicar directamente con el interlocutor sin necesidad de operadora) que se publicaron en la revista de la CTNE en 1926. Al ver la detallada explicación, uno no puede dejar de sonreírse imaginando el estupor de aquellos españolitos de los años veinte maravillados ante el invento y aprendiendo a discar el número de otro abonado. Hay que aclarar que, para esas fechas, eran muy pocos –y obviamente muy ricos– los que disponían de un aparato así en sus hogares. En fin, que las instrucciones tienen su gracia; ahí van (hagan un clik sobre la imagen para verla en grande).


El "automatismo" funcionaba sólo para las redes urbanas; si se quería llamar a otra ciudad era necesario "pedir conferencia", dificultad que seguía existiendo durante mi niñez, lo que es síntoma del escaso avance tecnológico de la España franquista. Las 12 imágenes anteriores las he recortado y compuesto unitariamente, pero en la revista van intercaladas entre el texto, que dice así: Marque una por una las cifras del número a que desea llamar, de acuerdo con el ejemplo siguiente: supongamos que se trata del número 5 3 3 8 2. Descuelgue el microteléfono del gancho o la horquilla y aplíquelo al oído. Es imposible marcar el número sin haber descolgado antes. Escuche hasta percibir la señal para marcar, que es un zumbido continuo, e indica que la Central automática está dispuesta para transmitir la llamada. NO empiece a marcar el número hasta que oiga esta señal. Si no la oye después de unos momentos, cuelgue el microteléfono y espera unos instantes para probar de nuevo. Después de oída la señal para marcar, conservando el microteléfono descolgado, se introduce el dedo en el agujero correspondiente al número 5. Haga girar el disco hasta que el dedo tropiece con el tope de parada, y después suelte el disco. Cuando el disco haya vuelto a su primitiva posición, proceda del mismo modo para la cifra 3; después para el otro 3 siguiente; luego para la 8 y, por último, para la 2. Espere entonces a que el teléfono llamado responda. Después de haber marcado el número se oirá en el microteléfono una de estas dos señales: A) SEÑAL DE LLAMADA: Esta señal se oirá unos instantes después de marcar la última cifra si el número llamado no está ocupado. Se distingue por una serie de zumbidos intermitentes y muy poco frecuentes. Es como si la operadora dijese «estoy llamando». Cuando se oye esta señal se espera hasta que el número llamado responda. B) SEÑAL DE OCUPADO. Esta señal se oirá unos instantes después de marcar la última cifra si el número llamado está ocupado. Se distingue por una serie de zumbidos intermitentes y muy frecuentes. Indica que el teléfono marcado comunica. Es como si la operadora dijese «está comunicando».

En cierto sentido, estas obvias instrucciones me recuerdan las mucho más sugerentes que escribiría años después Julio Cortázar (por ejemplo, las relativas a subir una escalera o dar cuerda a un reloj). Lo que es innegable es que no se escribirían hoy, pues las generaciones actuales tienen fobia a leer cualquier manual previamente a empezar a usar el correspondiente artefacto (que, desde luego, es mucho más complejo que esos teléfonos de los años veinte). Por cierto, ¿qué me dicen del look de la modelo de las fotos?

   
Telephone blues - Angela Strehli (The Women of Kerryville, 2014)

sábado, 13 de diciembre de 2014

Una Ley andaluza y el derecho de propiedad de la vivienda

El 1 de octubre de 2013 el Parlamento de Andalucía aprobó una Ley de medidas para asegurar el cumplimiento de la función social de la vivienda. Esto de la función social de la vivienda remite al artículo 33.2 de la Constitución del 78 cuando aclara que el contenido del derecho de propiedad queda delimitado por su función social, de acuerdo con las leyes. Es decir, que ya el título de la norma andaluza, da pistas para pensar que lo que pretende regular es el contenido del derecho de propiedad de la vivienda, delimitando sus facultades y deberes en base a su función social. ¿Y cuál es la función social de la vivienda? Pues obviamente la que derive de los valores e intereses de la comunidad, tal como ha sentenciado el Tribunal Constitucional. Si tenemos en cuenta que el artículo 47 establece el derecho de todos los españoles a "disfrutar de una vivienda digna y adecuada"–además de exhortar a los poderes públicos a promover las condiciones para hacer efectivo este derecho–, no creo que haya mucha dificultad en convenir en que la función social de la propiedad de la vivienda no es otra que la propia finalidad intrínseca al bien: usarse como vivienda, ser habitada. En esta misma línea argumental, me parece lícito afirmar que cuando propietario mantiene desocupadas viviendas estaría en principio –habría que ver la distinta casuística– infringiendo la función social de su derecho de propiedad, ejerciendo una facultad (la de no poner en uso el bien) que no debería formar parte del contenido de su derecho de propiedad. De hecho, el asunto es viejo en las discusiones sobre la problemática de la vivienda y durante los años que llevo en mi oficio he visto diversas medidas –siempre de alcance local– dirigidas a propiciar e incluso forzar la ocupación de las viviendas vacías, que normalmente han tenido poco éxito (no tanto porque no fueran correctas técnicamente, sino porque ante las presiones de los propietarios los responsables políticos no se han atrevido a mantenerlas).

La Ley andaluza es sencilla y se basa en establecer la delimitación del contenido del derecho de la propiedad de la vivienda; dice así: "forma parte del contenido esencial del derecho de propiedad de la vivienda el deber de destinar de forma efectiva el bien al uso habitacional previsto por el ordenamiento jurídico, así como mantener, conservar y rehabilitar la vivienda con los límites y condiciones que así establezca el planeamiento y la legislación urbanística". No me parece a mí que sea ninguna barbaridad decir que si posees una vivienda estás obligado a ponerla en uso. Enlazo aquí con el pequeño debate con Vanbrugh hace unos pocos posts hablando del derecho de propiedad. Decía él entonces que creía que "el único modo posible de limitar el derecho de propiedad es con la regulación específica de cada derecho de propiedad concreto", admitiendo que "aunque hay unos rasgos comunes que permiten hablar de propiedad en general, lo cierto es que los rasgos particulares que caracterizan a cada propiedad concreta según cual sea su objeto son muchos y producen una enorme variedad de "propiedades" muy diferentes entre sí". Pues bien –estando de acuerdo con lo que Vanbrugh decía– proclamo ahora mi convencimiento de que, en efecto, el derecho de propiedad de la vivienda conlleva el deber de ponerla en uso efectivo y conservarla en buen estado para su finalidad. O dicho a la inversa, considero que ser propietario de viviendas no incluye tener derecho a mantenerlas cerradas y vacías. Por otra parte, si como dice Vanbrugh, lo que hay que hacer es regular cada derecho específico de propiedad, entiendo que lo que ha hecho el Parlamento andaluz es precisamente eso, en cumplimiento además de la exhortación constitucional a los poderes públicos de que pongan los medios para que el derecho a una vivienda digna sea efectivo. Ciertamente, impidiendo o al menos dificultando que quienes poseen muchas viviendas las mantengan inhabitadas (fuera del mercado de alquiler, por ejemplo) se está actuando en el sentido reclamado por nuestra Constitución.

Que el legislativo andaluz haya pretendido delimitar el contenido del derecho de la propiedad de la vivienda obedece a la voluntad de los partidos que gobiernan esa Comunidad –PSOE e IU– de adoptar medidas de intervención sobre el cuantioso stock de pisos vacíos a fin de ponerlos a disponibilidad de las también muy numerosas familias que carecen de casas, muchas de ellas a consecuencia de los desahucios hipotecarios tan frecuentes durante estos últimos años. Con tal intención, la Ley establece unos criterios para declarar (mediante resolución administrativa) una vivienda como deshabitada y, tras un procedimiento contradictorio (bastante garantista, por cierto), inscribirla en un Registro autonómico al efecto. Es importante señalar que sólo pueden declararse como deshabitadas las viviendas propiedad de personas jurídicas, lo que supone que la Ley afecta directamente a los bancos, propietarios de unas seis mil cuatrocientas viviendas en Andalucía, pero no a los titulares particulares. Aclaro que ello no significa que éstos no estén obligados a también a dar efectiva habitación a sus inmuebles, sino simplemente que los poderes públicos andaluces no estiman conveniente o necesario intervenir sobre el parque de viviendas deshabitado de las personas físicas. Porque, obviamente, la inclusión de un piso en el citado Registro implica que puede ser objeto de determinadas medidas dirigidas a que sea efectivamente habitado. Estas medidas son, en primer lugar, las de forzar, mediante la intervención de la Junta, la puesta en alquiler de esas viviendas, pero también otras de incentivos a los propietarios por vía fiscal o de subvenciones para que los inmuebles entren en el mercado de arrendamiento. Finalmente, para cerrar su esquema normativo, la Ley califica como infracciones muy graves no dar efectiva habitación a una vivienda incluida en el Registro y prevé una serie de medidas sancionadoras (adoptadas siempre mediante el correspondiente proceso administrativo, también plenamente garantista del derecho de propiedad) como multas coercitivas (con un máximo de nueve mil euros). En su momento, la prensa divulgó con cierta alharaca que el gobierno andaluz pretendía con esta Ley expropiar las viviendas a los bancos. No es así. Tan sólo se contempla la expropiación del uso por un máximo de tres años de viviendas incursas en procedimientos de desahucio por entidades financieras cuando la familia afectada quede en situación de "especial emergencia social". En el fondo, esta posibilidad significa que el ejecutivo andaluz mantendría viviendo en la que fue su casa a la familia pagando al banco el justiprecio del uso durante tres años; evidentemente, la entidad financiera no puede liquidar el activo en ese periodo (lo cual, por otra parte, difícilmente lograría) pero a cambio recibe una cantidad que viene a ser algo muy parecido a tenerlo alquilado. En resumen, en mi modesta opinión, la norma andaluza no es –como se apresuraron a declarar escandalizados algunas voces– un salvaje atentado al sacrosanto derecho de propiedad de diabólica inspiración comunista, sino tan sólo un paso modesto y consecuente con la lógica legal ante un sangrante problema social, adoptado con un notable afán de perjudicar lo mínimo posible a los bancos. En el fondo, lo único a lo que les obligan (y ayudan) es a poner en el mercado de alquiler –obviamente a precios "sociales"– unos inmuebles que entre tanto los venden están cerrados, algo que deberían querer hacer por su propia iniciativa y que me cuesta entender que no sea una de las directrices que le haya dado el gobierno español al SAREB (el "banco malo" que se ocupa de la gestión inmobiliaria de unas cincuenta y seis mil viviendas calificadas como activos problemáticos.

Pues no, al gobierno de España no le parece nada bien que un gobierno autonómico (que para colmo no es de los suyos) ose intervenir en la libérrima gestión de unos inmuebles que se han adjudicado al SAREB pagando el Estado el 55% de sus "valores razonables", que ya me gustaría saber cuánto se han bajado éstos respecto de los precios inflados de las contabilidades bancarias. Así que el 18 de diciembre de 2013, el abogado del Estado interpone, en nombre del señor Rajoy, recurso de inconstitucionalidad contra la Ley andaluza, que es admitido a trámite por el Pleno de TC el catorce de enero de este año, con la consiguiente suspensión de los artículos impugnados. El primer argumento de inconstitucionalidad que esgrime el gobierno deriva justamente de la motivación por la que ha presentado el recurso, y no es otro que defender uno de los pilares de la política económica estatal como es la "reestructuración bancaria" que, a su juicio, queda vulnerado con la Ley andaluza. A este asunto –que adelanto que me parece escandaloso– ya me referiré en un próximo post. Ahora quisiera sólo tocar brevemente la presunta infracción del artículo 33 de la Constitución (en el que se reconoce el derecho a la propiedad privada) en que incurre, según el abogado del Estado, la Ley andaluza al delimitar el contenido del derecho de propiedad de la vivienda. Enlazo de esta manera con el post anterior que ya he citado, concretando el planteamiento allí expuesto sobre un bien concreto, la vivienda.

Apoyándose en sentencias del Tribunal Constitucional, sostiene el recurso que, si bien la función social de la propiedad delimita el contenido del derecho y esta delimitación debe hacerse a través de Ley, hay un contenido esencial del derecho que emana directamente de la Constitución que no puede ser menoscabado por límites derivados de la función social. Esos límites, por tanto, no deben ir más allá de lo razonable, hasta el punto de que se anule en la práctica la utilidad meramente individual del derecho. Así, el Tribunal Constitucional ha señalado que la regulación del derecho de propiedad por el legislador no puede "sobrepasar las barreras más allá de las cuales el derecho dominical y las facultades de disponibilidad que supone resulte recognoscible en cada momento histórico y en la posibilidad efectiva de realizar el derecho". Nada tengo que oponer a esta doctrina constitucional; en efecto, parece de lógica que al delimitar el derecho de propiedad de cualquier bien no se pongan unas condiciones que hagan que en la práctica se desposea al propietario del ejercicio de sus facultades, porque entonces esa propiedad privada pasaría a "convertirse en propiedad pública, contraviniendo el contenido constitucionalmente protegido del derecho de propiedad". Además, según la doctrina, las limitaciones impuestas al derecho de propiedad en atención a su función social deben ser idóneas, necesarias y proporcionales.

Ahora bien, de esta posición del Tribunal Constitucional yo no deduzco como hace el abogado del Estado que la delimitación andaluza del derecho de propiedad de la vivienda, consistente en el deber de los propietarios de ponerlas en efectiva habitación, traspase los límites del contenido esencial. No estoy ni mucho menos de acuerdo en que introducir este deber implique desposeer en la práctica a los propietarios del ejercicio de sus facultades. En el marco que pretende el gobierno andaluz, un propietario de vivienda sigue teniendo las facultades de disponer libremente de su propiedad, ya sea habitándola él mismo, alquilándola o vendiéndola; las tres facultades tradicionales del derecho romano tienen amplio campo de ejercicio. Lo único que no puede es poseerla sin usarla. Personalmente, me escandaliza que el gobierno del Estado pueda defender como intrínseco al contenido esencial del derecho de la propiedad de una vivienda el que el dueño pueda tenerla cerrada y vacía; me parece exactamente igual a que se dijera que si un tipo compra toda la cosecha de trigo de un país tiene el derecho a almacenarla hasta que se pudra, dejando sin pan a la población. Quizá sería bueno que, casi con carácter general, se estableciera que el derecho de propiedad de un bien lleva implícito el deber de usar ese bien, algo que parece derivar de la propia lógica de las cosas. Que nada menos que el Estado se atreva a sostener en el plano teórico que imponer la obligación de que las viviendas se habiten es vaciar de contenido en la práctica el derecho de propiedad, me parece una muestra muy significativa de la perversa degradación ideológica (y ética, dicho sea de paso) a que nos ha llevado el sistema económico capitalista, en esta etapa desaforada que nos toca sufrir. Porque lo que se viene a sostener es que la vivienda es ante todo una mercancía y, por tanto, es inadmisible que ninguna pretendida "función social" afecte a sus condiciones para insertarse en el proceso económico. La vivienda no es un bien para vivir (o lo es sólo en muy segundo plano), sino principalmente un activo financiero.

Como ya he dicho, me parece lamentable la tesis del Estado al menos en esta cuestión. También me repugnan otros argumentos del recurso (que ya trataré más adelante) y, sobre todo, el descarado servilismo a los poderes financieros que es la motivación principal de haberlo presentado. A este respecto, comento que en mayo de 2013 el Parlamento de Canarias aprobó una Ley de renovación y modernización turística en cuyo artículo 23 se establece que es deber de los propietarios de establecimientos turísticos destinarlos al ejercicio de la actividad turística, sin poder cambiar ese destino. Es decir, Canarias ha delimitado el contenido del derecho de propiedad del inmueble turístico de forma muy parecida a lo que ha hecho Andalucía con el de la vivienda, también apelando a la función social de estos bienes que, sin duda, es bastante menor. Pues bien, el gobierno español también ha recurrido esta Ley, pero no esta nueva regulación del derecho de propiedad. ¿No se dieron cuenta o es que simplemente los bancos apenas se han quedado con hoteles y por tanto que se obligue a un propietario a ponerlo en explotación no afecta a la "reestructuración del sistema financiero"? Confío en que el Tribunal Constitucional no cometa la barbaridad de confirmar la tesis de que el deber de poner la vivienda en uso desvirtúa el contenido esencial del derecho de propiedad. Considero probable que declare inconstitucional la Ley por cuestión de competencia, ya que la regulación de las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de los derechos es exclusiva del Estado. En mi opinión, el abogado del Estado habría debido limitarse a invocar esta posible inconstitucionalidad competencial, sin necesidad de defender tan vergonzosa concepción del derecho de propiedad. Ahora bien, como el TC sentencie que, en efecto, no se puede imponer este deber al derecho de propiedad de la vivienda (y aunque a mí me parezca una barbaridad, cabe ese riesgo), se limitará muy severamente la capacidad de futuros gobiernos para contribuir al ejercicio efectivo del derecho a la vivienda. Y, sobre todo, se demostrará una vez más que el poder económico, el sistema, es sobradamente capaz de impedir a la sociedad civil que le establezca cualesquiera normas para someterlo al interés público. Creo pues que la sentencia del Constitucional sobre la Ley andaluza tendrá una gran trascendencia, nos jugamos en ella bastante de los restos de decencia que pueden quedarle a nuestro "Estado social y democrático de Derecho". Veremos cuánto tarda; entretanto, los andaluces no pueden aplicar su Ley, para satisfacción del capitalismo financiero.

   
La casa - Francesco De Gregori (Oggi, 2013)

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Informe ministerial

Durante los últimos días he estado procesando los informes que diversas administraciones públicas han emitido sobre el Plan General municipal en el que llevo ya demasiados años. Dudo que haya ningún otro documento que durante su elaboración sea sometido tan repetidamente al examen de tantos ojos. En nuestro caso, ésta es la cuarta vez que pasamos por el llamado "trámite de consulta y de cooperación interadministrativa", aunque lo de cooperación hay que entenderlo en la práctica en clave irónica. Unos quince departamentos de los tres niveles de la administración (Cabildo Insular, Gobierno de Canarias y Gobierno del Estado, de momento no informa nadie desde Bruselas) emiten sus correspondientes informes para verificar que las determinaciones del Plan son compatibles con sus respectivas legislaciones sectoriales así como con sus competencias. Salvo muy contadas excepciones, a cada uno de los funcionarios que revisa el documento no le importa nada en absoluto la ordenación urbanística del municipio y, en la gran mayoría de los casos, ni se molestan en entenderla. Tan sólo van directamente a comprobar si en el Plan se cumple lo que dicen las normas cuya vigilancia les ha sido encomendada; o, para ser más precisos, si se cumple la interpretación que en su departamento hacen de esas normas, que por lo general suele ser bastante abusiva. Si tenemos en cuenta que en este país hay un ingente cúmulo de normas y, de otra parte, que pareciera que el objetivo de esos señores es señalar el mayor número posible de incumplimientos, lo habitual es que cualquier Plan se encuentre, una vez recibidos los informes "preceptivos y vinculantes", con un mínimo de medio centenar de reparos que exigen otras tantas correcciones, algunas de gran calado y no pocas de ellas casi contradictorias entre sí. Para colmo, tratar de razonar con esos funcionarios es casi siempre descorazonador, no hay manera de que se salgan de sus universos estrechos que, confrontados con la realidad territorial, llevan a situaciones muchas veces surrealistas. El resultado es bajo cualquier prisma muy insatisfactorio: rendidos ante la imposibilidad de que impere el sentido común, acabamos cambiando lo que hay que cambiar, renunciando a la congruencia de la ordenación urbanística. Al final, lo único que casi importa es cumplir con disposiciones vacías de sentido para que el Plan obtenga el visto bueno.

En fin, podría estar quejándome hasta el infinito y dar multitud de ejemplos de estos absurdos a los que lleva tanto la profusión de preceptos inconexos y de muy baja calidad (en cuanto a técnica normativa) como la poca preparación y nefasta actitud de bastantes de los funcionarios que se encargan de estas tareas. Pero hoy lo que quiero es referirme a uno de esos informes que, excepcionalmente, es favorable. Se trata del que emite la Subdirección General de Redes y Operadores de Telecomunicaciones de la Dirección General de Telecomunicaciones y Tecnologías de la Información de la Secretaria de Estado de Telecomunicaciones y para la Sociedad de la Información del Ministerio de Industria, Energía y Turismo (ahí es nada) y que está previsto en el artículo 35.2 de la Ley General de Telecomunicaciones como uno de los "mecanismos de colaboración" entre el Ministerio y las administraciones públicas para el despliegue de las redes públicas de comunicaciones electrónicas. Simplificando mucho, esta Ley lo que viene a decirles a los planes urbanísticos es que no pueden imponer condiciones a la implantación de las instalaciones de telecomunicaciones, todo muy dentro del espíritu desregulador de la actual ideología dominante. De hecho, las muy escasas y razonables condiciones que habíamos señalado en la anterior fase de elaboración del Plan respecto de la instalación de antenas de telefonía en el medio urbano las tuvimos que suprimir tras recibir informe desfavorable de estos señores. Así que ahora han debido revisar el Plan y, una vez comprobado que no ponemos ninguna restricción a las compañías operadoras, han emitido su visto bueno.

Lo que me ha llamado la atención y motiva este post es cómo lo han hecho. Habría bastado con una página que dijera algo así como "visto el Plan General de Ordenación de ________, se emite informe favorable sobre el mismo, de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 35.2 de la Ley General de Telecomunicaciones". Pero supongo que el funcionario de turno habrá entendido que con eso no se gana el sueldo y se ha sentido en la obligación de rellenar doce páginas transcribiendo, "a título informativo y de conformidad con los principios de colaboración y cooperación entre administraciones", las principales consideraciones de carácter general contenidas en la Ley. Resumen ése que resulta absolutamente superfluo (y hasta un poquillo insultante) ya que de lo único de que se trata es de verificar si el Plan cumple la Ley. Pero lo realmente llamativo es la redacción de la frase con la cual otorga la bendición al Plan; merece la pena leerla con fruición: "No se han detectado observaciones referentes a las faltas de alineamiento respecto a la legislación vigente en el instrumento de planificación urbanística sometido a informe". ¿No es acaso una verdadera joya de la estulticia escribidora?

No se han detectado observaciones. Pero, hombre de Dios, ¿cómo ibas a detectar observaciones en los tochos del Plan? Es más, ¿cómo se detectan las observaciones? En todo caso, se pueden detectar (descubrir algo que no es patente) a los observadores. Aunque, ¿para qué diablos andas buscando observaciones en el documento? Ah, seguramente usaba este sustantivo como sinónimo –que no lo es– de objeciones. O sea, que lo que no ha detectado el buen señor son objeciones. Es natural; difícilmente íbamos a escribir argumentos para impugnar las disposiciones de la legislación vigente. Las objeciones toca hacerlas al funcionario, es a él a quien corresponde objetar algún contenido concreto del Plan por incumplir alguno de los preceptos de la Ley. El probo funcionario, tras su minucioso examen de la documentación, podría detectar contradicciones, incumplimientos, desviaciones ... pero nunca objeciones. Bueno, está claro que lo que quería decir es que no tiene objeciones que hacer al Plan.

Pero lo mejor viene ahora, si las hubiera tenido, esas objeciones habrían estado referidas a "las faltas de alineamiento respecto a la legislación vigente". Omitamos el frecuente error de escribir "respecto a" en vez del correcto "respecto de" y vayamos al meollo. Nos viene a decir que algunas determinaciones del Plan (aquéllas que habría objetado) carecerían de alineamiento, no estarían alineadas con las disposiciones de la Ley de Telecomunicaciones. No encuentro ninguna acepción de alineamiento o de alinear que case con mínima congruencia ambas partes de la comparación. Supongo que es un ejercicio de creatividad metafórica, que en la fértil imaginación del funcionario redactor las determinaciones del Plan se le presentan en una fila bien alineada (quizá paralela) con la de las disposiciones legales, como si ambos tipos de contenidos jurídicos fueran engalanados participantes de un solemne baile de salón decimonónico, dispuesto a ejecutar una armónica danza. Así, el funcionario ha comprobado que el orden es perfecto, que ninguno de los invitados –las determinaciones del Plan– a este noble palacio –el de la legislación vigente– se descoloca, incurre en una objetable falta de alineamiento.

Como decía mi padre, ¿para qué hacerlo fácil si se puede hacer difícil? Y como opino yo desde hace ya bastante tiempo, quien escribe de forma tan confusa es que piensa de forma igualmente confusa. Y así nos va. Lo mejor que podrían hacer en el Ministerio con el funcionario al que le encargaron informar nuestro Plan es pagarle un cursillo de redacción.

 
What kinda fool - Mick Abrahams (Working in the Blues Kitchen, 1958)

martes, 2 de diciembre de 2014

Himnos americanos del rock'n'roll

Adelantándose a mi santo (mañana es San Miroslav) me han regalado un pack de tres cedés titulado "Himnos del Rock'n'Roll americano" (American Rock 'n' Roll Anthems ). Se trata de una recopilación más de canciones viejas y conocidísimas, publicadas por enésima vez con el único objeto de hacer caja fácil. Lo cierto es que la totalidad de los temas los he escuchado mil veces (unos más que otros, claro) e incluso la gran mayoría los tengo adecuadamente digitalizados en el disco duro correspondiente, cuya ordenación progresiva –completando los datos de cada canción con el iTunes– es uno de mis entretenimientos favoritos que tiene visos de nunca acabar. Es decir, que el regalo tampoco es que me aporte mucho (este post no lo va a leer la persona que, con toda su buena voluntad y sabedora de mi gusto por el rock, ha tenido el detalle de hacérmelo), pero sí ha sido sugerente oír de forma continuada estas 75 canciones, algo más de tres horas de inmersión en una época ya lejana.

 
Hound dog - Elvis Presley (1956)

Porque el ámbito cronológico del triple álbum se limita a la década de los cincuenta (hay una canción del 49 y nueve del 60); o sea, a los años en que el rock nacía en los Estados Unidos (lo de americano ya se sabe que los yanquis lo usan con exclusividad para su país). Es significativo fijarse en los intérpretes seleccionados y en el número de canciones con que aparecen en el pack. En primer lugar –cómo no–el mítico Elvis Presley, fantástico, sin duda, pero a mi juicio excesivamente sobrevalorado en la historia del rock. El Rey está representado con nada menos que seis canciones, aunque rockeras rockeras, lo que se llama rockeras, sólo la mitad y dos del dúo de compositores más afamado de este género, Jerry Leiber y Mike Stoller, dos judíos de la costa Este que mucho tuvieron que ver –junto con el propio Presley– en el blanqueamiento de esa música que hacían los negros, algo imprescindible para su afianzamiento comercial (para quien no lo haya adivinado los dos temas a que me refiero son el Jailhouse rock y el magnífico Hound dog; el tercero es el famosísimo Heartbreak Hotel).

 
Maybelline - Chuck Berry (1955)

En el segundo lugar por número de temas, con cuatro, aparece Chuck Berry, que sigue vivo a sus ochenta y ocho tacos. Chuck fue probablemente el que dio el más importante empujón para el parto definitivo del rock, en el Chicago de mediados de los cincuenta que recogía a los bluesmen negros que subían desde el Delta y se pasaban a la guitarra eléctrica, con la publicación –en Chess Records, naturalmente– de su Maybellene una reinterpretación personal de un viejo tema country. Desde luego, las cuatro canciones de Berry que recopila el pack merecen sobradamente el calificativo de himnos del rock; además de la citada, Roll over Beethoven, Rock'n'roll music y la espectacular Johnny B. Goode. Pero podrían haber seleccionado unas cuantas más –echo en falta, especialmente, su Sweet Little Sixteen. En todo caso, el tipo nunca lo tuvo fácil, un negro conflictivo que vivió su juventud en un país tremendamente racista. Yo no me atrevería a tanto, pero voces mucho más autorizadas que la mía lo consideran casi el padre fundador del rock'n'roll.

 
Rollin' stone - Muddy Waters (1950)

La medalla de bronce se la han concedido ex-equo, tres canciones a cada uno, a Muddy Waters, Buddy Holly y los Everly Brothers. En mi modesta opinión, el primero destaca de largo, no sólo por derecho de edad –nació en el 15–, sino que ésta, unida a la trayectoria de bluesman del Delta –heredero y actualizador del gran Robert Johnson, aquél del pacto con el diablo en una encrucijada de caminos– y su tremenda calidad lo convirtieron en el "patriarca" de los pre-rockeros en Chicago, a donde se mudó a principios de los cuarenta. Cuentan que lo primero que hacía todo negrito sureño con pretensiones musicales al llegar a la "ciudad ventosa" era preguntar por Muddy (Chuck Berry, entre otros). Antes que él ya se había instalado otro moreno de Mississippi, de su misma edad y que, con él, sería una figura clave en el paso del blues al rock, Willie Dixon, una de las más sonadas ausencias de este triple álbum. Pero sobre todo, la mayor contribución de Waters al rock fue ir de gira a Inglaterra en el 58 y dejar alucinados con su música amplificada a tope a unos cuantos chavalillos adolescentes que en pocos años se la apropiarían, llevándola a un grado de madurez nuevo. Es mi opinión, claro, que mucho debe a mi historia personal, a mi descubrimiento del rock a través de esos británicos (nacidos casi todos hacia mediados de los cuarenta, hijos de la Segunda Guerra Mundial): Los Beatles, los Stones, Clapton y tantos más. Por cierto, el nombre de los Rolling proviene justamente del tema de Muddy Waters que encabeza este párrafo (también incluido en el álbum) y que no llega todavía a ser rock.

 
Peggy Sue - Buddy Holly (1957)

Buddy Holly es una figura importante, pero no tanto como para estar tan alto en la lista. Era un chico blanquito de Texas con facultades que quería dedicarse al country hasta que en el 55 asistió a un concierto de Elvis y quedó noqueado. Tiene grandes temas, y uno de ellos sobresaliente, la maravillosa Peggy Sue. Dicen los entendidos que estaba dotado de una impresionante fuerza creativa, quién sabe si no se hubiera matado a los 22 años en el famoso accidente de avioneta en un campo de maíz en Iowa (le acompañaron en ese último viaje Ritchie Valens y Big Bopper). En cuanto a los Everly Brothers, qué decir. Sí, ya sé que tuvieron varios números uno desde finales de los cincuenta a mediados de los sesenta, pero a mí nunca me hicieron tilín: con sus caritas de niños pijos son una buena muestra de los esfuerzos de la industria blanca por "dulcificar" el arrollador rock que hacían esos negros, malos ejemplos para la todavía dócil juventud americana de la posguerra. No obstante, tampoco voy a decir que sean malos y tuvieron marcada influencia en la "línea suave" (que ya hoy se confunde con el pop) que seguirían muchos compositores (se me ocurre que el mejor alumno, que los superó de lejos, sería Paul McCartney). Hablo de las canciones "lentas" que sonaban en los guateques de los que son unos años mayores que yo, como el All I have to do is dream que sigue, que he de reconocer que me gusta pese a su ñoñería.

 
All I have to do is dream - The Everly Brothers (1958)

Con dos temas el álbum ha seleccionado nada menos que a siete intérpretes, cinco individuales –Bo Diddley, Fats Domino, Little Richard, Ray Charles y Sam Cooke– y dos grupos –The Coasters y The Platters–. ¿Qué tienen en común todos, aparte de ser muy buenos? Así es, acertaste, que son negros. No voy a seguir dando unas breves notas de cada uno –ejercicio estéril de erudición barata que basta la wikipedia para suplirlo–, que si no este post se hará interminable. Diré tan sólo que yo no habría puesto a los Platters que, aunque son de la época, enlazan con una tradición norteamericana ajena a las raíces del rock (los que no quita para que los dos temas que se incluyen –The great pretender y Smoke gets in your eyes– sean magníficos, aunque los prefiero en algunas otras de sus muchísimas versiones). Tampoco a Ray Charles lo habría metido en este disco, lo que no significa despreciarlo, ya que fue un monstruo. Pero rockero, no demasiado; si a Waters lo han llamado el padre del rock, a Charles le dieron la paternidad del soul; ambos venían del blues sí, pero evolucionaron por sendas distintas. Ahí va un temazo de Diddley (he dudado entre éste y el Lucille de Little Richard, pero aunque el depravadillo Ricardito me cae bien y me encanta su piano sincopado, creo que Bo es más representativo).

 
I'm a man - Bo Diddley (1955)

Quien lleve echadas las cuentas, sabrá que hay todavía en el álbum 42 canciones más y otros tantos intérpretes. Algunos muy conocidos –B.B. King, Bill Haley y su inevitable Rock around the clock, Carl Perkins, Eddie Cochran, Elmore James, Gene Vincent, Hank Williams, que tampoco pinta nada en este disco con un tema country del 49, Howlin' Wolf, James Brown, Jerry Lee Lewis, Johnny Cash que también lo han colado, Paul Anka con Diana, claro, Ritchie Valens con La bamba, también por supuesto ... Hay además otros bastante menos conocidos pero no así las canciones que interpretan. Y faltan unos cuantos nombres que deberían haber estado en vez de esos otros que han metido con calzador; así, sin pensarlo mucho, me vienen a la memoria John Lee Hooker y Albert Collins, además del ya mencionado Willie Dixon. En fin, que desde luego no es ésta una antología muy rigurosa sobre los orígenes del rock pero a caballo regalado ... Y lo cierto es que he disfrutado de la selección, un repaso a canciones muy escuchadas enlazadas una tras otra, tres horitas (ya lo he dicho) de música. Una música que no es del todo la mía –yo nací al final de los cincuenta– pero sí en gran parte y, en todo caso, la he adoptado hace mucho tiempo en mi historia sentimental. Además, a más de medio siglo de distancia se trata ya de piezas históricas y sin embargo siguen muy vivas..

 
Summertime blues - Eddie Cochran (1958)