miércoles, 31 de enero de 2018

Mujeres fáciles

La anécdota tiene ya unas décadas, ocurrió más o menos en la primera mitad de los ochenta. Un grupo de amigos en Madrid, uno de ellos –el involuntario protagonista del dislate– un alemán que estaba haciendo el doctorado en la Escuela de Arquitectura (y eso que era antes de los tiempos del Erasmus). A Niklas lo habíamos conocido gracias a Ingrid, una amiga de Rafa que llevaba ya casi un año en España dando clases particulares de alemán para financiarse las muchas copas que consumía a diario en los baretos de Malasaña. Eran amigos desde la infancia, en el mismo barrio de Bremen, aunque costaba entender que dos caracteres tan distintos, prácticamente opuestos, pudieran ser amigos. La forma en que hablaban el castellano –ambos tenían un dominio equivalente de nuestra lengua– era un buen ejemplo de ese contraste radical. Ingrid parloteaba atropelladamente, sin miedo a equivocarse (y cometía divertidísimos dislates continuamente) con su acento mezcla de alemán y granadino (había pasado un par de años en la ciudad andaluza). Niklas, en cambio, silabeaba pausadamente, mostrando el esfuerzo consciente de vocalizar correctamente, de encontrar la palabra correcta, de progresar siempre en el idioma extraño. Aunque, visto desde ahora, aprecio y estimo el mérito que tenía, lo cierto es que entonces nos resultaba un poco rollazo, como un elemento amortiguador de los ímpetus marchosos de unas chavales de veintitantos.

Un día, creo que a propósito de Alfonso Guerra, alguien del grupo uso el calificativo de zorro (“Guerra es muy zorro” o algo así). Niklas, que no entendió la acepción, preguntó inmediatamente qué significaba y se le explicó que solía aplicarse coloquialmente a una “persona muy taimada, astuta y solapada”; bueno, no se le debió dar la definición académica sino que se le pondrían unos cuantos ejemplos para que lo entendiera. El alemán, cada vez que aprendía una palabra, procuraba usarla enseguida y repetidas veces, algo que, también visto desde hoy, me parece muy buen truco para fijarla en la memoria pero que, entonces, se nos antojaba una tontería cargante. El caso es que un rato después estábamos tomando unas birras y escuchando a Marta que nos contaba cómo se las había apañado para evitar que su jefe en el curro la cambiara al turno de tarde noche. Y como lo había logrado gracias a no pocas dosis de ingenio y astucia, Niklas, creyendo que emitía un juicio preciso e incluso elogioso, le espetó con cara sonriente y vocalizando muy despacio: Es que, desde luego, eres muy zorra. Se hizo un silencio que me pareció absoluto y eterno, que rompió nuestra amiga –el rostro de un rojo subido, los ojos centellas– diciéndole: Y tú eres muy gilipollas. Y acto seguido, echarle en plena cara la cerveza que tenía en su jarra.

Si buscamos el vocablo zorro, rra en el diccionario, encontramos como segunda acepción la ya comentada y como séptima con el significado de prostituta. Como todos los hispanohablantes sabemos de sobra, la acepción segunda solo se usa en masculino (aunque el DRAE diga que vale también en femenino) mientras que la séptima –que es despectiva y malsonante– sólo se usa en femenino. Es, sin duda, un buen ejemplo de que nuestro idioma es sexista, machista, no inclusivo, discriminatorio hacia la mujer o como queramos decirlo. Porque, como se ha dicho hasta la saciedad, el lenguaje no es más que el reflejo de la sociedad y la sociedad es machista. Llegará un día –confío– en que la gran mayoría de los humanos no pensemos y hablemos despectivamente de las mujeres. Ese día, la séptima acepción de zorro, rra habrá caído en desuso: llevaremos mucho tiempo sin calificar a ninguna mujer con ese término y, por tanto, habremos olvidado que era una forma despectiva de llamar a las prostitutas (a lo mejor, hasta han desaparecido las prostitutas). Ese día –o algo antes– los académicos de la RAE, en sus periódicas revisiones del Diccionario, habrán suprimido la acepción séptima. Pero, mientras zorra siga entendiéndose como aun hoy se entiende, la obligación de los académicos es mantenerla. Aunque solo fuera para que mi amigo Niklas (¿dónde andará ahora?) hubiese podido buscarla y comprender porqué Marta se cabreó tanto con él. Dejando constancia en el DRAE de palabras machistas, la Academia no es machista; machista es el lenguaje y machistas somos quienes usamos esos términos.

Viene esto a cuento porque un amigo me hizo llegar la semana pasada una petición en change.org dirigida a la RAE que reza lo siguiente: “Entre otras, la definición que la RAE hace de “fácil” es machista, misógina y perpetua el estereotipo. Considero obligatorio hacer desaparecer esta definición, ya que resulta grave e insultante. Empecemos a utilizar un lenguaje no sexista e igualitario, con ello construiremos un mundo mucho mejor y más sano”. En efecto, en el DRAE la acepción quinta del adjetivo fácil es: “dicho especialmente de una mujer: que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales”. Leo que quien ha iniciado la campaña –Marina Santos Maestre, una andaluza muy jovencita– califica de lamentable y denigrante que se use una acepción machista como esa y añade que no podemos permitir que se acepte una definición que juzga a la mujer por ser libre; según ella, si una mujer se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales, la palabra adecuada para definirla es libre y no fácil. Hombre, sin ánimo de polémica, yo creo que los “problemas” que ponga o deje de poner una mujer para tener sexo poco tienen que ver con su grado de libertad. De otra parte, no termino de estar convencido de que esta acepción (que no definición de ningún comportamiento femenino) implique juzgar a la mujer. Aunque nunca se hubiera usado fácil con este significado, es bastante probable que los tíos se informaran entre sí sobre “los problemas” que ponen mujeres concretas para acceder a tener relaciones sexuales. Hablar de eso –que es bastante machista– no supone per se juzgar a la mujer, todo depende del contexto. Ciertamente, hace unas décadas, las mujeres que se iban a la cama sin demasiados remilgos arrastraban mala reputación; como bien dice Marina, hoy no creo que ese comportamiento suponga ninguna calificación negativa. Por tanto, si decir de una mujer que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales no implica hoy juzgarla, tampoco lo implica llamarla fácil. Es la propia Marina la que le da un contenido escandalizador al vocablo.

A mí me parece, en cualquier caso, que la acepción es bastante natural. A una persona cabe calificarla como fácil cuando cuesta poco conseguir de ella lo que se pretende, convencerla de que acceda a lo que queremos. No hay por qué limitarse al terreno sexual, aunque es verdad que uno suele pensar en primer lugar en ello. Lo que es ciertamente machista es ese “dicho especialmente de una mujer” pero, como argumenta con razón la RAE, el caso está en que esta acepción del adjetivo se usa (y así está documentado) especialmente refiriéndose a mujeres. Y tampoco es nada que asombre: hasta no hace demasiado tiempo, éramos los hombres quienes, para mantener relaciones sexuales, teníamos que “convencer” a las mujeres de que “aceptaran”. Yo no recuerdo haber usado nunca la palabra fácil con este sentido, pero desde luego, en los tiempos de mis inicios sexuales (segunda mitad de los setenta), éramos muy conscientes de que había que esforzarse para que una chica accediera a (según que cosas) y de que había algunas que se dejaban convencer con menos dificultades que otras. Como por esa época yo vivía en Lima, usaríamos calificativos de la jerga peruana bastante más groseros –pero equivalentes semánticos– que la acepción quinta de fácil. Como he dicho antes, el día que a los hombres no se les pase por la cabeza que conseguir acostarse con una mujer es un esforzado proceso y, por tanto, ni se les ocurra calificar a una mujer en términos de fácil o difícil, procederá que la Academia suprima esta acepción. Mientras tanto deben mantenerla para que quien no lo sepa entienda lo que está diciendo un machista que califica a una mujer de fácil. Aunque tal vez, dada la evolución en los roles de género en el cortejo sexual, podría convenir un aggiornamento de la acepción, suprimiendo la referencia a la mujer, porque imagino que hoy las tías podrán comentarse entre sí si tal o cual chaval es más o menos fácil (en mi época todos los hombres éramos demasiado fáciles, de la tanta hambre que teníamos).

lunes, 29 de enero de 2018

Análisis del Auto del magistrado instructor Pablo Llarena Conde denegando reiterar una orden europea de detención de don Carles Puigdemont i Casamajó, que fue anteriormente retirada (2)

El análisis de esta coyuntura, confluye con la notoriedad que ha tomado su proclamada intención de restablecer el mismo gobierno bajo el que se declaró la llamada república catalana e impulsar con ese gobierno su implantación. Una voluntad que busca retornar al momento inmediatamente anterior a que, el Senado español, autorizara la aplicación del artículo 155 de nuestra norma fundamental, desactivando el único instrumento que se ha mostrado capaz de restablecer el orden constitucional.

Este segundo párrafo del Fundamento Segundo riza el rizo del enrevesamiento argumental que, congruentemente, se expresa con un no menor enrevesamiento gramatical, reafirmándome en mi convencimiento de que quien escribe confusamente es que piensa así, confusamente. Habla el juez del análisis de esta coyuntura y la coyuntura es, digo yo, que el prófugo Puigdemont desvele por adelantado su viaje a Dinamarca. Coyuntura es una de esas palabras feas que ha venido a ponerse de moda en los últimos años (ya quizá décadas). Naturalmente, Llarena la utiliza en la tercera acepción que de la misma recoge el DRAE –“Combinación de factores y circunstancias que se presentan en un momento determinado”– y, en mi opinión, más le habría valido escribir simplemente “circunstancias”. Ciertamente, el término tiene una acepción académica en el ámbito de la historiografía (parece que lo acuñó mi admirado Braudel), pero emplearlo en el lenguaje normal –en incluyo en éste el que debería ser propio del ámbito judicial– me parece incuestionablemente pedante. En fin, que si la coyuntura la conforman las declaraciones del expresidente, el análisis de ésta ha de ser lo que nos regala en el primer párrafo ya comentado; o sea, ese dislate que nos quiere presentar como razonamiento y que le permite concluir que el Puchi quiere que lo detengan.

Pues bien, el análisis del magistrado confluye con la notoriedad de las proclamaciones puigdemontianas. Y esas tan notorias proclamaciones son (1) que quiere volver a ser president, (2) que, de conseguirlo, presentará su nuevo gobierno como el restablecimiento del anterior, (3) que asumirá la previa declaración de la república catalana, y (4) que impulsará desde el gobierno su implantación real. La verdad es que yo no he escuchado a Puigdemont expresar unas intenciones tan concretas como las que Llarena señala. No digo que esa proclamada intención no sea verdad (a lo mejor Llarena conoce declaraciones que yo ignoro), pero de serlo me sorprendería porque el expresidente es un consumado experto de la ambigüedad: no hay manera de que pronuncie enunciados inequívocos. Como botón de muestra, hago notar cómo a la pregunta del Gobierno del Estado de si había o no declarado la república se las arregló para no decir ni que sí ni que no. T el ejemplo viene a cuento porque –como ya referí en este post– en la famosa sesión del Parlament del 27 de octubre pasado no se votó la independencia de Cataluña. Eso es algo que reconocen todos los que han analizado los hechos y con mínima formación jurídica. Sin embargo, en el entorno regido por las reglas mediáticas (titulares y eslóganes simplones) se sigue repitiendo como un mantra que el Parlament declaró la República catalana. Que un magistrado del Supremo asuma tal afirmación como un hecho (sin introducir la más mínima expresión dubitativa) me parece especialmente grave. Que ese magistrado, además, sea el instructor en el procedimiento contra los miembros del anterior gobierno catalán, multiplica la gravedad porque crea serias y razonables dudas sobre su independencia y neutralidad, tanto que no me extrañaría que fuera recusado.

Llarena, después de exhibir su conocimiento de las intenciones de Puigdemont, da una vuelta de tuerca y nos desvela la voluntad que subyace, que les da sentido: el taimado gerundense pretende desactivar el artículo 155. Los que somos bastante más ingenuos que el juez, los que carecemos de su preclara inteligencia, no nos habíamos dado cuenta de que, en efecto, si Puigdemont accede de nuevo a la presidencia de la Generalidad, volverá inmediatamente a subvertirse el orden constitucional en Cataluña. Y digo “volverá” porque Llarena da también por sentado que en Cataluña se había subvertido el orden constitucional, algo que está lejos de haber sido demostrado en ningún proceso judicial; de hecho, es uno de los asuntos clave que habrán de dilucidarse en la causa penal de la que él, precisamente, es instructor. Y da también por sentado que las medidas que impuso el Gobierno –con la autorización del Senado– eran las únicas posibles para arreglar la situación, cuando (que yo sepa) está aún sin resolverse el recurso de inconstitucionalidad que sostiene que las mismas no estaban amparadas por el artículo 155. Por último, incluso aunque Puigdemont hubiera declarado inequívocamente las intenciones que he enunciado en el párrafo anterior, incluso aunque hubiera manifestado explícitamente que pretende actuar, cuando sea president contra la Constitución, ello no legitima al Juez Llarena para concluir que lo va a hacer; mucho menos para tomar decisiones para evitar que lo haga …

Pero me estoy adelantando; ya llegaremos a ese punto. De momento, resaltemos que este maravilloso párrafo, joya de la argumentación jurídica que no me cabe duda de que será glosado hasta la saciedad en las facultades de Derecho de todo el mundo occidental, el magistrado suma, a su deducción de que Puigdemont buscaba ser detenido, otra conclusión sobre la voluntad de aquél. Es decir, en solo dos párrafos, Llarena nos expone que el expresidente quiere (1) ser detenido y (2) restablecer el gobierno destituido por el 155 para impulsar la declarada República catalana. Desde luego, es impresionante lo bien que conoce el magistrado el alma de Carles Puigdemont. Aunque dejémonos de sarcasmos: es más bien preocupante que un juez instructor exhiba tan endebles argumentos para elucubrar sobre las intenciones de un imputado, revelando no sólo sus carestías de raciocinio sino, sobre todo, sus prejuicios. En todo caso, el plumero ya está más que al descubierto: no es inocente dedicar un fundamento jurídico a las intenciones del imputado. Aunque muchos creamos que éstas no deberían haber influido en la decisión, ya veremos más adelante que son la base de le denegación de la orden de detención. Y también analizaré los argumentos de quienes aplauden la decisión de Llarena.

jueves, 25 de enero de 2018

Análisis del Auto del magistrado instructor Pablo Llarena Conde denegando reiterar una orden europea de detención de don Carles Puigdemont i Casamajó, que fue anteriormente retirada (1)

El pasado lunes, enterado de que Puigdemont iba a desplazarse a Copenhague, el Ministerio Fiscal solicitó al Juez Llarena que reactivara la orden europea de detención contra el expresidente catalán. En su Auto de ese mismo día 22 de enero, Llarena reconoce que la petición se corresponde perfectamente con la función del Ministerio Fiscal que es la de promover la acción de la Justicia; dice también que parecería razonable y lógico dictar dicha orden. Sin embargo, la deniega. La decisión la sostiene en dos “razonamientos jurídicos”: el segundo y el tercero del Auto. A mí, como a muchos otros, me dejó absolutamente alucinado la argumentación del segundo “razonamiento” (por mantener tan generoso epíteto). Pasada la estupefacción inicial, me ha apetecido hacer el ejercicio de analizar detalladamente la argumentación que expone. Empiezo en esta entrada con el primer párrafo que es el que a continuación transcribo:

SEGUNDO.- Llama la atención que quien se encuentra prófugo de la justicia tras su furtiva salida de nuestro país, desvele por adelantado su intención de trasladarse del lugar donde buscó su refugio inicial, y que proclame además el punto concreto donde estará presente. Que el comportamiento pueda buscar la detención que el Ministerio Público peticiona, es algo que no se escapa al instructor, más aún cuando el investigado sigue eludiendo comparecer en el proceso, y ha proclamado que lo elude por no asumir el riesgo de una eventual privación de libertad.

¿Puigdemont se encuentra prófugo de la Justicia? Supongo que sí, ya que, en efecto, ha sido llamado a declarar ante el Juez y se niega a comparecer. Ahora, tampoco es un prófugo en sentido pleno, porque no está escondido (todo lo contrario), se ha presentado ante las autoridades judiciales belgas, ha ofrecido declarar por videoconferencia y, en todo caso, no ha puesto ningún obstáculo a ser detenido, si eso ocurriera. Si el proceso conducente a llevarlo ante la Justicia española no ha culminado es porque la Justicia española lo ha interrumpido. Así que, en mi opinión, sí, se encuentra prófugo, pero es un prófugo anómalo. No diría yo que es su calidad de prófugo lo que más lo define y podría dejar de serlo en cuanto la Justicia española (el Juez Llarena en particular) lo quisiera.

¿Puigdemont salió furtivamente de nuestro país? Furtivamente equivale a “a escondidas”, “a hurtadillas”. Por lo que yo sé, salió por la frontera de La Junquera en coche hasta Marsella; lo hizo exactamente igual que lo haría cualquiera de nosotros. Furtivamente, de otra parte, se emplea cuando se pretende aludir a una intencionalidad en la acción; es decir, algo se hace de modo oculto pero, además, con una intención concreta, normalmente maliciosa. Ciertamente, muchos podemos pensar que salió de España con la intención de escapar de la Justicia, pero en ese momento aún no le habían llamado y, en todo caso, hay muchas otras motivaciones que pueden darse a su salida de España (incluso compatibles con la de escapar de la Justicia, previendo que ésta lo citaría). En todo caso, no parece procedente que un Juez instructor haga una calificación que presupone una valoración.

En fin, que no veo la necesidad de que el juez Llarena empiece su razonamiento con estas apreciaciones (prófugo, furtiva, buscar refugio) que no aportan nada en el terreno argumentativo pero, en cambio, revelan una actitud que no parece nada neutral. Y eso no creo que haga ningún bien a la defensa del sistema judicial español. Pero, en fin, vayamos a la cuestión central: al magistrado le “llama la atención” que Puigdemont anuncie públicamente que va a viajar a Dinamarca. Yo, en cambio, no entiendo que le llame la atención que diga lo que va a hacer cuando Puigdemont no para de hacer declaraciones. De hecho, estoy convencido de que su mayor miedo es que deje de estar en el candelero, que pasemos de él, y por eso aprovecha la más mínima excusa para hablar, para seguir con su estrategia publicitaria (equivocada o no), en el marco de la cual está, desde luego, comunicar a todos cualquier acto de su agenda que le ofrezca una cuota mediática. ¿Cómo no iba a anunciar a bombo y platillo que se desplazaba a Dinamarca a participar en un debate universitario sobre Cataluña? ¿Cómo puede sorprenderse de eso el juez cuando anunciarlo era lo que cabía esperar a la vista de su comportamiento desde que está en Bruselas?

No, yo no creo que a Llarena le hubiera llamado la atención el anuncio de Puigdemont y, a partir de ahí, dedujo que había gato encerrado (que buscaba ser detenido). Creo más bien que Llarena estaba montando un argumento para el cual le convenía sentar esa premisa –que Puigdemont buscaba ser detenido– y, para sentar esa premisa, tenía que hacerla derivar de un comportamiento canónico (el de un prófugo que se esconde de la Justicia). O sea, si un señor que está escondido en un sitio donde no se le puede apresar (aunque sí se le puede apresar, pero puede que no en las condiciones que quieren) anuncia que viaja a otro donde sí se le puede apresar, es porque quiere que lo apresen. Sin embargo, como ya he dicho, Puigdemont no responde al perfil del prófugo típico, y de su propio comportamiento lo que cabe deducir es que, si va a viajar a cualquier lado, lo anunciará, tanto si quiere animar a la Justicia española a que lo detengan como si no tiene ninguna gana de que lo detengan. Y como estoy convencido de que Llarena sabe que es así, que no cabe en buena lógica concluir del anuncio de Puigdemont que tuviera deseos de ser detenido, la primera impresión que me queda es que hace trampas argumentativas, lo que dice muy poco de su honestidad intelectual.

Aunque luego leo la frase final de este primer párrafo y me surge la duda: en lo que a la lógica se refiere, ¿es un tramposo o un incompetente? Lo digo porque lo que termina de convencer a Llarena de que Puigdemont buscaba ser detenido es que éste ha proclamado que no quiere ir a prisión. Pero esa declaración a lo que apunta es a que no quiere que lo detengan; de ninguna manera puede decirse que es un indicio más (“más aún”) de que busca la detención. ¿No se dio cuenta Llarena de la contradicción lógica de esa última parte del primer párrafo? ¿Nadie lo ha hecho notar? Pero, bueno, en todo caso, admitamos a los meros efectos dialécticos (y aunque no nos lo creamos) que Llarena se sorprendió ante el anuncio de Puigdemont y de ahí llegó a concluir que quería que lo detuvieran. En tal caso, ¿por qué no optó por volver a territorio español donde con toda seguridad habría sido inmediatamente detenido? Ese regreso sí le garantizaría ser detenido, no viajar a Dinamarca –como se ha demostrado– ya que dependía de que el magistrado quisiera detenerlo. Por tanto, no puede sostenerse con mínimo rigor que hubiera bases lógicas para concluir que Puigdemont quisiera ser detenido. El magistrado puede estar convencido de que era así, pero tal conclusión no deriva de ningún “razonamiento”, aunque sea jurídico.

martes, 23 de enero de 2018

Acertijo traductor

No más bauseando pasaba los días, sin un miserable cachuelo. Así que garifo estaba, de contorcha nada. Yo, antes tan currupantioso, metido en mil chacaneos, orita zarzizo al que no clisa ni la chivatera más carquienta; yo ayer el faite más chatre, hoy mojoncho achunchado. Una semana hacía que la azambada me botó de su bahareque y guácharo quedé, sin jato ni chairo. No la enmelcocharon mis más tiernos cullucos ni algunas maritatas que de camarón me había embolsicado: la que tan jerma de mí se mostraba pasó a serme la más foranza de las hembras. De tal modo andaba, maseado y requintando de mi suerte, cuando una pespita con la que tiempo ha me había trenzado me chamulló que la collera de mi antigua chamba hacía esa noche un tono en la pascana del cholo Caco, con papeo bien taypá. La jamancia me decidió al toque: tenía que apigualarme de moquenque. Me quinseé; el mayor de mis palteos fue ir a aquel huarique a picar jama. Creía estar salado pero recién entonces manyé cuánto.

Con este párrafo empecé, hace años, un cuento de género picaresco (pero no en el Siglo de Oro sino actual), cuyo protagonista sufría golpes sin descanso, algunos merecidos pero los más sin culpa, como si el destino, inmisericorde, se hubiera ensañado con él. Pretendía –como puede verse– escribirlo en una jerga particular, emulando modestamente algún escrito borgiano en lunfardo, aunque este idioma –de más está decirlo– no es lunfardo. Confesaré que no fui capaz de seguir en esta lengua hasta el final del relato, de modo que, en una segunda vuelta, pasé a redactarlo en la mía propia (castellano estándar, sea eso lo que sea). Una vez escrito hube de reconocerme que la historieta bien poco valía y que, en realidad, la única gracia –por así decirlo– era justamente el abandonado intento de un lenguaje distinto (y tampoco es que eso fuera gran cosa). En fin, que ordenando el ordenador (en realidad, revisando un disco duro con viejas copias de seguridad) me encuentro aquel cuento con este primer párrafo en no-lunfardo; y se me ocurre convertirlo en un post-acertijo, como algunos otros que han ido apareciendo en este blog. Naturalmente, de lo que se trata es de traducirlo. No hay premios.

SOLUCIÓN

Transcribo seguidamente la magnífica traducción –tanto en cuanto al contenido que respeta como, sobre todo, por el lenguaje escogido– que ha aportado Vanbrugh y que merece sobradamente pasar de los comentarios al cuerpo principal del post.


Na más que haciendo el vago me pasaba el día, no me salía ni el curro más mierda. Conque estaba tieso y sin un duro. Yo, que andaba antes siempre forrao y metío en mil bisnes, más chulo que un ocho y más guapo que nadie, me veía ahora acobardao y hecho un cristo, un muerto de hambre que ni la puta más tirá me hubiera mirao dos veces. Una semana hacía que la negra me había echao de la choza y quedé más solo que la una y sin un mal mendrugo que llevarme a la boca. Y mira que le hice mis mejores arrumacos, y hasta alguna baratija le cayó, que me había trajinao yo de estranjis, pero ni así se ablandó: de estar tol día colgaíta de mí pasó a no quererme ver ni en pintura. Así que andaba yo hecho mierda y cagándome en to lo malo cuando una tía con la que había andao tiempo atrás me viene a contar que la panda de ande curraba yo antes ha montao un fiestón pa esa noche, con tó y bien de papear. Lo de la manduca me acabó de decidir y allí que me colé, con toa mi jeta. La metí hasta el fondo: en la vida la he cagao más que yendo al antro aquel. Que estaba jodío ya lo sabía yo, pero allí me acabé de coscar de lo bien jodío que estaba.

domingo, 21 de enero de 2018

Los otros himnos autonómicos (y 5)

Para completar el repaso de los himnos autonómicos españoles sólo queda uno, justamente el de la Comunidad en que habito, el de Canarias. Pero no lo he dejado para el final por motivos personales sino porque ha sido esta Comunidad la última –hasta la fecha– en oficializar su himno con la pertinente Ley, la 20/2003 de 28 de abril. No se crea, no obstante, que los canarios no ansiaban contar con epinicio propio, que sí y desde hace bastante tiempo. En la web del Gobierno autónomo se cuenta que el primer himno de Canarias del que se tiene noticia fue el ganador de un concurso convocado en 1815. La partitura anónima de esta composición apareció hace unos años entre más de cinco mil en una vivienda particular de la capital tinerfeña (un hallazgo impresionante que todavía no se ha terminado de calibrar en su justa medida) y, por lo visto (no la he leído ni escuchado), su letra ensalzaba las virtudes de los canarios y las bellezas de las islas. No he logrado descubrir nada de ese supuesto concurso; se me ocurre barruntar que a lo mejor lo impulsaron los jerifaltes de la que entonces era una sola provincia e intendencia para reclamar una mayor atención del Estado central (recuérdese que, después del breve amanecer liberal de las Cortes de Cádiz, en 1814, Fernando VII –el más felón de los Borbones– reimpuso el absolutismo).

El segundo antecedente tiene constancia documental; el periódico La Opinión del sábado 12 de septiembre de 1908, contiene una crónica de las Fiestas del Cristo de La Laguna de ese año y nos informa de que al día siguiente, en el teatro Viana de la ciudad, se habría de celebrar el certamen de belleza femenina del Ateneo y “durante el espectáculo una orquesta y un orfeón entonarán el Himno Canario de Don Nicolás Estévanez con música del director de la banda municipal de Las Palmas, don Bernardino Valle”. Nicolás Estévanez Murphy (1838-1914) fue un militar, literato y político canario republicano (de la Primera), un personaje de biografía muy interesante. Como correspondía a aquella primera generación republicana, Estévanez defendía una República Federal Ibérica, en la que se integraría una Canarias autónoma. Aunque de adulto vivió poco en el archipiélago, su tierra natal era su primera referencia “patriótica”, como deja escrito en el que es su poema más conocido, Canarias. Aunque ese poema fue publicado con posterioridad –en 1912–, al himno que presuntamente se interpretó en 1908, de la lectura de aquél podemos imaginar cómo sería la letra que no he podido encontrar (“mi patria es una isla, / mi patria es una roca, / mi espíritu es isleño / como los riscos donde vi la aurora”). En cuanto al compositor de la melodía del presunto himno de 1908, Bernardino Valle (1849-1928), zaragozano que se trasladó a Las Palmas, lo más llamativo es que en ese mismo año en que supuestamente compuso el himno de Canarias también hizo el de Aragón para que se estrenara en la Exposición Hispano-Francesa de ese año. Afortunadamente, de ese himno aragonés no ha quedado mucho recuerdo y ni siquiera se discutió entre los parlamentarios de los ochenta (a los que me referí en el post anterior); era de una grandilocuencia insoportable (“¡Salve, salve, viril patria mía! Pueblo altivo, glorioso Aragón”).

El siguiente intento proviene ya del recién constituido gobierno autónomo y de su primer presidente, el socialista Jerónimo Saavedra, quien, como apasionado melómano, digo yo que consideraría urgente dotar a Canarias de himno oficial. Así que en 1984 encargó la música al compositor grancanario Juan José Falcón Sanabria y, por eso del equilibrio insular que por estos lares es imprescindible, la letra al poeta tinerfeño Fernando García Ramos. Falcón Sanabria se basó en una melodía que se supone proviene del romancero tradicional canario (música de Sildana), emparentada con el Tajaraste (música y danza de Tenerife y La Gomera, alegre y sincopada, que se baila al son de tambores y chácaras). Falcón Sanabria, por cierto, fue uno de los más importantes músicos canarios contemporáneos, autor de una abundante obra e impulsor de varios proyectos musicales, entre ellos la fundación y dirección de la Coral Polifónica de Las Palmas, en la cual cantó K. de jovencita. Pese a los esfuerzos difusores de ese primer gobierno, parece que la nueva pieza no cuajó, e incluso recibió críticas burlonas como, por ejemplo, que la melodía recordaba un tema del grupo pop Formula V. Yo llegué a Canarias en 1986 y, la verdad, no recuerdo haberlo escuchado nunca; buscando en Internet sólo he encontrado una versión que es la que adjunto a continuación.


Pero cuando el gobierno autónomo se propuso aportar a la región un himno, hacía ya muchos años que había uno oficioso, que se tocaba en fiestas y verbenas y, sobre todo, en los centros canarios del exterior, en especial en Cuba y Venezuela. Me refiero, claro, al famoso pasodoble Islas Canarias, compuesto en 1935 por Josep María Tarridas Barri, con letra del poeta Joan Picot. Tarridas nació en 1903 en el pueblo barcelonés Sant Pol de Mar y en 1935, después de escuchar muchos temas folclóricos canarios pero sin haber visitado aún las Islas, compone el famoso pasodoble. El pasodoble no es, desde luego, un género propio del archipiélago, pero eso no impidió que se convirtiera desde muy pronto en la referencia musical que identificaba a Canarias. La letra no es nada buena –versos cargados de tópicos, patrioteros y hasta narcisistas– y eso, quizá unido a que la autoría no era autóctona, puede ser razón de que, pese a su popularidad, nunca se haya querido, desde la administración canaria, convertirlo en el himno oficial, como no pocas veces se reclamó en los últimos años. Pongo a continuación una versión de esta canción interpretada por Los Sabandeños, uno de los grupos de más prestigio del archipiélago, pese a que su director, el nacionalista Elfidio Alonso, en alguna ocasión la ha puesto a parir.



Pero vayamos ya al himno oficial. Al principio de la quinta legislatura (1999-2003) se constituyó una comisión parlamentaria de estudio, la cual se centró en la valoración (con el asesoramiento de más de sesenta personas) del Himno de Falcón Sanabria, el pasodoble de Tarridas, dos canciones de Benito Cabrera (“Una sobre el mismo mar” y “Soy de aquí”) y los Cantos Canarios de Teobaldo Power. En el curso de sus trabajos, la Comisión apreció que el himno debía conectar de algún modo con la tradición musical de Canarias, lo que hacía preferible una composición existente a una nueva; de otra parte, la composición debía reunir la máxima calidad artística que aunara la necesaria solemnidad con la sencillez y capacidad de ser sentida como propia por los canarios. A partir de estos criterios se concluyó proponiendo como más idónea la melodía del Arroró, fragmento de Los Cantos Canarios de Teobaldo Power. Teobaldo Power y Lugo-Viña (1848-1884) fue un compositor tinerfeño de altísimo nivel y muy prometedora carrera musical que se vio frustrada por su temprana muerte de tuberculosis con solo treinta y seis años. Los Cantos Canarios, poema sinfónico que adapta a la música clásica los aires populares del archipiélago, fue compuesto en 1880 durante una estancia de Power en el pueblo lagunero de Las Mercedes para recobrarse de su enfermedad. Arroró, por cierto, es palabra que procede probablemente de la voz bereber arraw-raw, aunque no se sabe si el término canario es originario de las islas o proviene de la península, incorporado al castellano durante la presencia musulmana. En todo caso, el arroró es la canción de cuna canaria por excelencia, similar a las nanas de otros lugares pero también con sus elementos diferenciadores. La versión de Power supuso, de alguna manera, la canonización popular.



El Pleno del Parlamento canario aceptó la propuesta de la Comisión, encargó la adaptación musical a profesores propuestos por los Patronatos de Música de los dos Cabildos principales y, en diciembre de 2002, abrió un concurso para “la selección de un texto literario para la letra del Himno de Canarias, con base musical en el "Arroró" de los "Cantos Canarios" de Teobaldo Power” (con 24.000 € de premio). Las más de 80 letras presentadas no debieron convencer al Jurado, de modo que se le encargó al timplista Benito Cabrera (muy involucrado con la administración autonómica); la letra, según se afirma en la exposición de motivos de la Ley 20/2003, de 28 de abril, del Himno de Canarias, fue aceptada unánimemente por la Mesa y portavoces de los grupos parlamentarios. A mí el breve texto me gusta. Comienza con un verso que alude al ya citado poema Canarias, de Nicolás Estévanez (“soy la sombra de un almendro”) y luego repasa, con pinceladas de elegante lirismo, varias de las características del archipiélago, para acabar con una declaración de amor a las Islas entendidas como una sola tierra (que es más un deseo institucional que completa realidad): “Ésta es la tierra amada / mis Islas Canarias. / Como un solo ser juntas soñarán / un rumor de paz / sobre el ancho mar”. A mi juicio, la letra escapa airosamente de las tentaciones tópicas de los himnos y, desde luego, no puede imputársele el más mínimo rastro de agresividad hacia nadie. Y la música es magnífica. Así que, aunque haya sido el último hasta la fecha, creo que en Canarias podemos estar satisfechos con nuestro himno. Recientemente, con la intención de fomentar su difusión, el Gobierno de Canarias ha presentado diferentes versiones del himno, que pueden escucharse (y descargarse) en esta web. La que viene a continuación es una interpretación de la agrupación de música popular Los Gofiones, la más importante de Gran Canaria (para compensar a Los Sabandeños).



viernes, 12 de enero de 2018

Los otros himnos autonómicos (4)

Aunque no tanta como Madrid, Extremadura también se apuró en promulgar una Ley para oficializar sus símbolos: la 4/1985, de 3 de junio, del Escudo, Himno y día de Extremadura. Previamente, esa primera Junta había convocado un concurso para componer la letra, que ganó José Rodríguez Pinilla, un profesor extremeño que, según declaró en una entrevista veinte años después, la escribió buscando la unidad de toda la Región; unir en un texto todos los sentimientos de los extremeños, contando las vivencias, cultura, historia comunes. Seleccionada la letra, se encarga la composición de la música a Miguel del Barco Gallego, organista y uno de los profesionales extremeños más reconocidos del momento (catedrático de Conservatorio, acababa de cesar a petición propia como Director del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. El 8 de septiembre –festividad de la Virgen de Guadalupe y Día de Extremadura– de 1985 se presentó públicamente el nuevo himno en el Teatro Romano de Mérida, lleno a rebosar. Lo cantaron más de setecientas voces de todas las corales extremeñas y al final, en un ambiente de mucha emoción “patriótica”, salieron al escenario los dos autores llevando la bandera verde, blanca y negra que pro primera vez lucía el escudo recién aprobado. A mí, la verdad, la letra me parece demasiado tópica y además bastante inspirada en la del himno andaluz. Básicamente, no es sino la combinación de lugares comunes: banderas a mogollón (nuestros cielos se llenan de banderas, de banderas verde, blanca y negra), invocaciones a la manifestación grupal de los sentimientos de pertenencia (nuestras voces se alzan, gritemos todos en libertad, cantemos todos) y las inevitables loas a la Tierra (Extremadura tierra de paz, Extremadura vida llena, Extremadura patria de glorias, Extremadura suelo de historias). Un himno pues cuya letra no aporta gran cosa, colocándose en la más previsible ortodoxia de lo que son (y para lo que son) estas piezas musicales; ahora bien, ni una sola nota agresiva o excluyente, desde luego.


La historia jurídica de la oficialización del himno de Navarra es cuando menos rocambolesca. Como es sabido, Navarra accedió a un régimen preautonómico casi inmediatamente aprobada la Constitución, con la creación del Parlamento Foral. Esa cámara, tras varias reuniones negociadoras con el Gobierno central, aprobó en marzo de 1982 el Amejoramiento del Fuero, ley orgánica equivalente a su Estatuto de Autonomía. El artículo 7 de esa Ley definía escudo y bandera navarros, pero nada decía del himno. Durante el primer gobierno del socialista Urralburu –por entonces un joven de 33 años que acababa de dejar el sacerdocio pero que una década después se revelaría como un político corrupto envuelto en la trama Roldán– se aprobó la Ley Foral 7/1986 reguladora de los símbolos de Navarra, que oficializaba como himno el conocido como Himno de las Cortes. Casi dos décadas después, en 2003 y bajo el gobierno de Miguel Sanz de UPN, se sustituye la Ley vigente por otra con el mismo título, con la finalidad explícita de dotar a la Comunidad Autónoma de herramientas jurídicas para luchar contra los que no respetaban la simbología oficial navarra; en concreto –casi no hace falta aclararlo– para poder sancionar a las instituciones (ayuntamientos, sobre todo) que ondearan la ikurriña. El acceso al gobierno foral de la actual presidenta Uxue Barkos Berruezo, de Geroa Bai, con el apoyo de EH Bildu y Podemos, ha traído la derogación el pasado abril de 2017 de esa Ley, con el argumento de que “la exclusión y la prohibición de otros símbolos distintos a los oficialmente establecidos como navarros no soluciona nada. Por el contrario, se ha terminado apostando por una regulación legal que ha contribuido a un camino de enfrentamiento y prohibición de símbolos que eran mayoritariamente aceptados por distintas entidades locales junto a los símbolos oficiales”. La Disposición Transitoria de esta Ley 3/2017 reza que hasta que no se apruebe una nueva Ley foral de Símbolos, se mantendrá como himno de Navarra el denominado de Las Cortes. En fin, he contado la historieta como muestra de que los símbolos distan mucho, en algunas zonas, de ser pacíficos. Pero, en cualquier caso, que yo sepa estas broncas no afectaron nunca al himno, que es lo que ahora importa.

El himno navarro tiene su origen en una composición musical denominada Marcha y Minueto para la entrada del Reyno, que debió gestarse en la catedral de Pamplona como un pasaclaustros barroco, uno más de los que se tocaban para acompañamientos de cortejos entre los siglos XVII y XVIII. A lo largo del XIX, la pieza fue adquiriendo preeminencia entre las que se interpretaban en las grandes solemnidades y, aún sin declararse oficial, se convirtió de facto en el himno de la Región. Durante las primeras décadas del pasado siglo se hicieron varias armonizaciones y arreglos, hasta que la Institución Príncipe de Viana encargó al escritor Manuel Iribarren Paternáin (1902-1973) la redacción de una letra. Hecha ésta, el himno se presentó al público en 1971 en el pabellón Anaitasuna pamplonés, interpretado por coros de Navarra y en versión musical de Aurelio Sagaseta para coro, instrumentos de metal y timbales. En esas fechas, Iribarren era ya un hombre mayor, con copiosa y popular obra literaria a sus espaldas; de hecho, recuerdo que en la biblioteca de mis padres había algún libro suyo. Según leo por ahí, fue bastante celebrado y su estilo bebía del realismo, del tradicionalismo e incluso del regionalismo. Por supuesto, pertenecía al bando de los vencedores de la Guerra y en sus inicios literarios formó parte del grupo que se reunía en Pamplona en torno a Jerarquía, la revista negra de Falange. La letra que compuso, no obstante, poco tiene de falangista, aunque sí de tradicionalista (recuérdese que los carlistas navarros se pusieron del lado de los insurgentes en el 36). Es un texto corto, de solo catorce versos (pero no un soneto), en el que se elogia la bravura y nobleza de Navarra, se magnifican los fueros tradicionales y se proclama que la región es la raíz de España libre. Lo curioso es que, al año siguiente de que la Ley Foral 7/1986 oficializara el himno se convocó un concurso para su armonización musical, aportando la partitura original y –atención– una adaptación de la letra escrita por Iribarren. Esa “adaptación” se concreta en pequeños pero significativos cambios; en concreto, la expresión “raíz de España libre” pasa a ser “pueblo de alma libre”, y en vez de “con foral tesón” se dice “con leal tesón”. Según supone Patxi Mendiburu en su blog, el cambiazo provino del gabinete del Presidente. Parece que ya hace 30 años, la palabra España era políticamente incorrecta para los socialistas navarros (y también, sorprendentemente, las alusiones al régimen foral).


En la primera legislatura aragonesa (1984-1987), con mayoría del PSOE, se aprobó una Ley sobre el uso de la bandera y el escudo, pero quedó pendiente dotar de himno a la Comunidad Autónoma. En la siguiente legislatura, aunque los socialistas volvieron a ser los más votados, el gobierno pasó al Partido Aragonés Regionalista gracias al apoyo de Alianza Popular y la abstención del CDS. Hacia la mitad del periodo parlamentario, el 20 de abril de 1989, la práctica totalidad de los grupos parlamentarios a excepción del PAR presentó una proposición de Ley del Himno, procedimiento de urgencia y lectura única (lo que impedía presentar enmiendas). La composición que se proponía era obra del músico turolense Antón García Abril con letra de cuatro poetas aragoneses (Ildefonso Manuel Gil, Ángel Guinda, Rosendo Tello y Manuel Vilas). Al PAR no le gustó nada la propuesta ni, mucho menos, la forma de tramitarla, y su portavoz se quejó, diciendo que habrían querido que Aragón tuviera como himno el Canto a la Libertad de Labordeta. Desconozco las razones de tan poco elegante procedimiento, máxime en un asunto que no parece de altísima importancia. El portavoz de Izquierda Unida insinuó irónicamente que todo obedecía a que Antón García Abril era amigo o protegido del presidente del Parlamento, del CDS. El caso es que se aprobó, como estaba cantado, y al día siguiente, el 22 de abril, se interpretó solemnemente en el Patio de Santa Isabel de la Aljafería (sede de las Cortes aragonesas), lo que lleva a suponer que la orquesta y el coro lo habían ensayado con antelación. Por cierto, ese primer acto de presentación oficial se celebró antes de que la Ley entrara en vigor, porque no se publico hasta el 5 de mayo. En fin, todo muy raro.



La letra del himno aragonés es larguita (quizá porque tuvo demasiados escritores y todos querrían dejar sus versos) y se aprecia un esfuerzo por renovar las palabras de los tópicos de siempre; no tanto huir de ellos sino expresarlos de modo original. Sin duda, el leit motiv predominante en el texto es el paisaje aragonés (cierzo, nubes, cumbres, campos, llanos rojos, piedra, manantial), pero también se insiste en la historia, el tiempo pasado que nos ha traído (al confín de los sueños) y nos proyecta a un futuro esperanzador (¡Aragón, vivirás!). Aceptando, por así decirlo, los canones de lo que ha de ser un himno ortodoxo, hay que reconocer que tiene una letra trabajada, muy correcta. De otra parte, todo es buen rollito, nada de meterse con los foráneos ni reclamar acciones violentas o militantes; está claro que se compuso en una época más reciente, con otras coordenadas. Ahora bien, pese a que el himno ya tiene sus treinta añitos largos, por lo que veo en internet, tampoco es unánimemente apreciado (aunque sin llegar al límite del de Madrid). Parece que a los aragoneses (y a mí también) les pone más el ya citado Canto a la Libertad, compuesta en 1975. Si ya cuando la aprobación de la Ley del Himno, el PAR propuso el tema de Labordeta, desde la muerte del cantautor se han redoblado las campañas para que se convierta en la música oficial de Aragón. En la pasada legislatura, la correspondiente proposición de Ley de iniciativa popular fue rechazada con los votos del PP (lógico) y del PAR (sí, el mismo partido que la quería en 1989). En esta legislatura parece haber los votos suficientes para que por fin se logre este anhelo popular; no sé por qué aún no ha ocurrido. Si por fin sucede creo que será un merecido homenaje a un aragonés que fue una excelente persona. Además, se trata de un canto motivador, carente de cualquier referencia geográfica (lo que equivaldría a que Aragón quiere convertirse en esa “tierra que ponga libertad”). Un himno, por tanto, desinfectado de todo nacionalismo.


miércoles, 10 de enero de 2018

Los otros himnos autonómicos (3)

Toca ya el himno de La Rioja, una de las comunidades uniprovinciales españolas. He de reconocer que poco la he visitado y poco sé de ella. En mis tiempos escolares, la entonces llamada provincia de Logroño era una de las ocho de la región de Castilla La Vieja. De esa región –creada con la división provincial de 1833–, se han desgajado dos provincias para formar sendas comunidades autónomas (las actuales Cantabria y La Rioja) y las seis restantes se han sumado a las tres de la antigua región de León (León, Zamora y Salamanca) para formar Castilla-León. En estas recomposiciones político-administrativas (que suelen interesarme) nunca me llamó la atención esta provincia discreta de los siete ríos (y valles) que desaguan al Ebro. Sin embargo, según leo para escribir este post, los habitantes de este antiguo Reino de Nájera desde (casi) siempre han reclamado su personalidad propia, frente a los intentos –sobre todo a partir de los Borbones– de indiferenciarlo en el seno castellano. De hecho, la conformación de esas tierras como una de las nuevas provincias españolas fue uno de los primeros éxitos de las aspiraciones riojanas. Más recientemente, tras la muerte de Franco, ante el rechazo de sus habitantes de integrarse en cualquier otra comunidad autónoma, no hubo más remedio que aceptar las reivindicaciones mayoritarias de erigirse como una propia. Así que me cuidaré muy mucho de menospreciar las ínfulas identitarias de La Rioja, aunque sus habitantes no tengan por costumbre hacer alharacas con ellas.

Esta conciencia identitaria se puede verificar en la trayectoria, en pleno franquismo, de la Diputación Provincial de Logroño. Así, en 1957 se empeñan en que la provincia debe tener su propio escudo, que se diseña a partir de la memoria presentada por José María Lope Toledo (1914-1973), quien ya entonces ostentaba el cargo de Cronista Oficial de La Rioja (no voy a entretenerme en la explicación del escudo, que tiene su gracia, porque me desviaría en exceso del asunto). Pocos años después, en 1965, la Diputación decide que la provincia, además de escudo, ha de tener himno, así que encarga al ya citado Lope que compusiera una letra. Escrita ésta se la pasan a Eliseo Pinedo López (1909-1969) para que componga la música (Pinedo era el músico riojano de mayor prestigio de la época, que compaginaba su dedicación a la Zarzuela con las investigaciones sobre el folclore local y la actividad promotora y pedagógica musical). El 7 de septiembre de ese 1965, durante los juegos florales en la víspera de la festividad de la Vega, se estrena el himno en el teatro Bretón de Haro; dicen que gustó tanto que se repitió seis veces. Ya con régimen autonómico, mediante la Ley 4/1985, reguladora de signos de la identidad riojana, se aprueba que el himno oficial sea “la composición musical titulada "La Rioja", del maestro Pinedo, cuya interpretación en actos oficiales ha sido habitual, si bien se propone que se realice, a través del Instituto de Estudios Riojanos, la redacción de la letra y la conveniente adaptación musical, en sintonía con la sensibilidad riojana. O sea, que los políticos democráticos riojanos no consideraron adecuada la letra de Lope Toledo.

Dado que hasta la fecha el Instituto de Estudios Riojanos no ha redactado la letra o, si lo ha hecho (que seguro que sí, y varias) no ha encontrado el necesario interés por parte de los regidores autonómicos, lo cierto es que la Comunidad Autónoma tiene un himno sin letra, como el País Vasco y como el propio Estado español. Por tanto, quizá debería haber hablado del himno riojano en el primer post de esta serie, inmediatamente después del de Euskadi. Si no lo hice fue porque, como ya he contado, cuando nació como himno tenía letra y de lo que se trata es de valorar los mensajes de las letras, aunque, como en este caso, no sea oficial. ¿Y de qué va la letra? Pues fundamentalmente es un repaso poético de la geografía riojana, que acaba con invocaciones a la Virgen de Valvanera, patrona de la región y cuya leyenda merece la pena ser conocida. Un texto bucólico preñado de amor a la tierra (nada anómalo en un himno) y sin la más mínima nota de agresividad o negatividad hacia nadie. Tampoco la letra no oficial del de La Rioja conecta en nada con la de Els Segadors.

El de La Rioja es el único himno autonómico compuesto durante el franquismo, así que los cinco que quedan nacieron durante el actual periodo democrático encargados expresamente por los dirigentes locales. Y el primero de ellos es el de Madrid, y la cosa no deja de tener su gracia, porque el primer presidente se dio mucha prisa para dotar a la nueva Comunidad de su himno oficial: adviértase que Joaquín Leguina formó gobierno en junio del 83 y el día de navidad de ese año entró en vigor la Ley 2/1983 de la Bandera, Escudo e Himno de la Comunidad de Madrid. Sorprende que, solo unos días después de la primera Ley madrileña –la de Gobierno y Administración de la Comunidad– se promulgara esta de los símbolos. Se diría que a Leguina y su equipo le importaba mucho este tema. Sin embargo, hay que aclarar que esa importancia de lo simbólico presentaba un enfoque nuevo al que venía siendo habitual en las otras comunidades autónomas (téngase en cuenta que Madrid fue la última en constituirse). Para aclarar lo que quiero decir, prefiero citar textualmente el párrafo final de la Exposición de Motivos de la citada Ley: “El himno de la Autónomía madrileña no podría ser ni meramente casticista, por la pluralidad y riqueza de origen de nuestro pueblo, ni tradicional, entendiendo como tal aquellos que exaltan cualquier forma de exclusión o agresividad. Debía ser, y es, un himno nuevo”. No tengo dudas de que eso que dice la Ley era la intención personal de Leguina, y que también tuvo que ser voluntad suya encargar la composición a dos personajes singulares, ambos rebeldes y heterodoxos (y ambos de izquierdas): el músico Pablo Sorozábal Serrano (1934-2007) y el filólogo (y muchas cosas más) Agustín García Calvo (1926-2012).

Lo cierto es que el himno nunca ha logrado calar entre los madrileños. Hay, por supuesto –y los hubo desde el principio–, no pocos entusiastas, muy en especial de la singular letra. El primero de todos –no es de extrañar– el propio Leguina, quien al presentarlo públicamente en el otoño del 83 dijo que era un “himno-pasacalles-marcha musicalmente hermoso” y, sobre la letra, que es “un poema indudablemente bello, donde late la ironía de esta vieja tierra castellana. No es exaltante, ni falta que hace; es simplemente un himno de hoy para un Madrid de mañana”. Pero sus elogios no convencieron a la oposición ni a la mayoría de las voces que por entonces opinaron, abundando críticas tremendamente agresivas. Que yo sepa, pocas veces se interpreta, ni siquiera en actos oficiales de las instituciones madrileñas, y en unas cuantas ocasiones –sobre todo a partir de que la Comunidad de Madrid pasara a manos del PP– se han oído propuestas para abolirlo y sustituirlo por algo menos “extravagante”. Ahora bien, es justamente esa “extravagancia”, que más habría que calificar en positivo como alejamiento consciente e irónico de los sobados tópicos, lo que hace que yo me sume a los forofos del himno madrileño, al menos de su letra (la música he de confesar que no termina de emocionarme). Son tres estrofas que merece la pena leer y disfrutar despacio. La primera es una desternillante justificación de la constitución de la provincia en Autonomía, rematada con moraleja filosófica: “las vueltas que da el mundo para estarse quieto”. La segunda viene a ser un mapa de situación entre geográfico y cartográfico y de nuevo el remate burlón: “solo por ser algo soy madrileño” (afirmación por supuesto inconcebible en boca de un nacionalista). La última estrofa, una definición de Madrid desde el caos: “yo soy todos y nadie … y ese es mi anhelo, que por algo se dice: de Madrid al cielo”. Así que, a mi modo de ver, es una pena que un himno que cabría denominar de antinacionalista no goce de más popularidad. Será que nos ponen más los golpes de hoz.

domingo, 7 de enero de 2018

Los otros himnos autonómicos (2)

Fijémonos ahora en un grupito de tres himnos, los tres compuestos para serlo en el siglo pasado y antes de la Guerra Civil: los de Valencia (1909), Cantabria (1926) y Andalucía (1936). El primero fue creado con motivo de la Exposición Regional Valenciana de 1909, muestra comercial e industrial al estilo de las de la época que aportó a la capital levantina una abundante colección de arquitectura modernista (por ejemplo, el conocido como palacio municipal de la exposición). El impulsor principal de este evento, el influyente potentado de la época Tomás Trenor, gastó casi toda su fortuna en el empeño de promocionar la región (y, ya de paso, a sí mismo, obteniendo de Alfonso XIII el premio del marquesado del Turia) y entre las muchas actuaciones se cuenta el encargo de la música al compositor (de zarzuelas, sobre todo) José Serrano, quien pidió la colaboración para escribir la letra a Maximiliano Thous, periodista y político regionalista. En 1925, los alcaldes de las tres capitales de provincia acordaron convertirlo en el himno del antiguo Reino de Valencia. El texto incurre en los cargantes tópicos tan propios de los himnos de las glorificaciones patrioteras (la Región avanza en marcha triunfal, despertemos, valencianos) y apuntes un tanto cursilones sobre las bondades de la tierra. Sin embargo, desde el primer verso (“Para ofrendar nuevas glorias a España”), los compositores quisieron dejar claro que negaban cualquier veleidad soberanista. De hecho, ese verso fue objeto de no pocas polémicas, ya en su momento con los blasquistas y más recientemente con los movimientos nacionalistas valencianos. Incluso se llegó a retocar la letra oficial para darle un carácter más autónomo, sin mención ninguna a España (el verso inicial fue sustituido por “Todos bajo los pliegues de nuestra bandera”). En cualquier caso, ni siquiera esta versión (y mucho menos, claro, la oficial) incurre en agresividades comparables a las del himno catalán.



El Himno a la Montaña también es resultado de un encargo, hecho en 1926 por la Diputación Provincial de Santander al maestro Juan Guerrero Urresti que, a pesar de su juventud por aquellas fechas (tenía solo veinticinco años), desde su Agrupación Artística Reinosana había conseguido un merecido prestigio como folklorista, especialmente de la comarca de Campoo. Leo en una breve biografía de Guerrero que la letra se basa en un poema de José del Río Sanz, conocido como Pick que era su seudónimo periodístico (fue este un hombre polifacético, omnipresente en la cultura cántabra de la primera mitad del pasado siglo). Por cierto, los arreglos que se hicieron a la composición cuando en 1987, al final de la primera legislatura autonómica, la Asamblea cántabra decidió adoptarla como himno oficial fueron obra también de un José del Río, pero Gatoo de segundo apellido. La coincidencia del nombre llevó a los poco cuidadosos legisladores cántabros a sentar en la Exposición de Motivos que Pick era el autor de los arreglos, cuando para entonces llevaba ya más de veinte años muerto. La letra es un ejemplo de cursilería empalagosa, preñada de referencias amorosas: “es muy grande mi amor a la tierra en que nací”, “es mi cántico amoroso cual arrullo maternal en que todos veneramos la Cantabria fraternal”, “un beso puro de amor y lleno de emoción siempre he de ofrecer”. La música, por otra parte, se me antoja monótona (espero que Vanbrugh me aclare la tonalidad en que está compuesta) tendiendo a soporífera. En fin, que no me gusta mucho, pero desde luego, no contiene el mínimo ápice de rechazo hacia nadie; nada que ver con Els Segadors.


Parece que el himno cántabro no ha conseguido el aprecio general, y de hecho hay por ahí circulando una petición al Parlamento de esa Comunidad para que se adopte como tal la canción Vientos del Norte, publicada en 2006 por el cantautor de Torrelavega, Nando Agüeros. A pesar de que el tema tiene ya más de diez años, ha sido en los dos o tres últimos cuando ha empezado a calar entre la gente, tanto que, según se asegura en la petición citada, “logra movilizar entre quienes la escuchan sus más profundos sentimientos y emociones”. Pero quien más ha impulsado para que Vientos del Norte supla al Himno a la Montaña es el verborreico presidente Miguel Ángel Revilla, quien durante 2016 en algunos programas de las cadenas nacionales se dedicó con entusiasmo a publicitar su propuesta –a título personal, aclaraba–. Lo cierto es que la canción de Agüeros me gusta bastante más que el himno oficial. La música se inserta en las melodías de esa tierra, pero también de Asturias (me recuerda alguno de los temas primerizos de Victor Manuel quien –fíjate– ha interpretado la canción con los hermanos Agüero). Y la letra es de bastante más calidad literaria, centrada en la naturaleza norteña pero sin concesiones cursilonas. Lo curioso es que no se menciona el nombre de Cantabria, de modo que, si finalmente se adoptara, sería un himno original, alejado de cualquier veleidad nacionalista. Ya veremos qué pasa.


El himno de Andalucía proviene de un canto religioso popular –el Santo Dios– que entonaban durante la siega los campesinos. Siendo ya notario de Cantillana, municipio sevillano, Blas Infante le puso letra y se la pasó a José del Castillo Díaz, director de la banda del Ayuntamiento de Sevilla para que la armonizara. La nueva composición se registró en 1933 por la Junta Liberalista, la organización que se había fundado en 1931 heredera de los antiguos Centros Andaluces que había impulsado el propio Blas Infante y habían sido cerrados durante la Dictadura de Primo de Rivera. La Junta Liberalista abogaba naturalmente por la autonomía andaluza, entendida como una necesidad para la “redención” regional (hay que revisar, a este respecto, las ideas de Blas Infante, motivadas sobre todo por el problema de la tierra). Durante la II República se van produciendo actuaciones en orden a conseguir la constitución autonómica, y tras las elecciones de febrero del 36, parece que el ansiado objetivo está muy cerca de lograrse. En julio, se constituye una Junta Ejecutiva Regional, nombrando a Infante como presidente de honor, además de “Padre de la Patria Andaluza”. Estaba previsto que el 27 de septiembre se aprobara el Estatuto de Autonomía definitivo para que fuera luego ratificado mediante referéndum y elevado a las Cortes. Nada de eso ocurrió, claro, debido a la insurrección del 18 de julio. El 2 de agosto, un grupo de falangistas apresó a Blas Infante en su casa y lo encerraron en la prisión improvisada del cine Jáuregui de Sevilla; en la madrugada del 11 de agosto fue fusilado al borde de una cuneta de la carretera a Carmona, tenía cincuenta y un años.


La letra es breve y nada pretenciosa. Empieza con una invocación a la bandera blanca y verde (qué manía con las banderas, pero es que, más aún que los himnos, son las señas inevitables de cualquier patriotismo) que vuelve a “decir paz y esperanza bajo el sol de nuestra tierra”; es, evidentemente, una promesa de cambio, de redención. Luego el estribillo, instando a los andaluces a levantarse para pedir tierra y libertad (traducido: reforma agraria y autonomía). Desde luego, a los “dueños” de Andalucía en aquellos tiempos no les gustaría nada; por eso, alineados con los golpistas del 36, se ocuparon durante una larga etapa de ahogar esas palabras. La segunda y última estrofa (sin contar la repetición final del estribillo) es una referencia nostálgica al pasado andaluz que se quiere recuperar: volver a ser “hombres de luz, que a los hombres, alma de hombres les dimos”. Son, sin duda, los versos más logrados de toda la composición y expresan una hermosa y generosa –aunque difícil– empresa; a mí esos versos hasta me emocionan (y conste que nada tengo de andaluz). En fin, bonito texto que, al contrario que Els Segadors, carece de toda agresividad, no presenta el país enfrentado a ningún enemigo sino abierto a la humanidad.

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Pues bien, hemos repasado ya los cinco himnos con letra anterior a la Guerra Civil (Galicia, Asturias, Valencia, Cantabria y Andalucía) para compararlos con el catalán. Recuerdo que mi intención –en respuesta a un comentario de Lansky– era verificar si la agresividad de éste era la norma o la excepción. De momento coincidiremos en que es excepcional. Pero aún me falta repasar, en orden cronológico de sus letras, los de La Rioja, Madrid, Extremadura, Navarra, Aragón y Canarias. Continuaré pues.

sábado, 6 de enero de 2018

Mi desengaño con los Reyes Magos

Celebro hoy el quincuagésimo aniversario de mi más decepcionado día de Reyes. Pocos días antes de las vacaciones de navidad del curso académico 1967-68, un compañerito de colegio, el mayor de mi clase y algo abusón –se llamaba Dionisio y, desde entonces, tiendo a desconfiar de quienes llevan ese nombre– me había revelado burlonamente que los reyes magos no existían, que eran los padres. Yo tenía ocho años y estaba en tercero de primaria pero aquél era mi primer curso en un colegio (no cuento el jardín de infancia cuando vivimos en el barrio del Niño Jesús) porque mi madre había decidido ocuparse personalmente de mi educación; supongo que las autoridades educativas de aquella época no eran muy diligentes. De modo que era un niño tímido y poco ducho en el trato social que, tras solo tres meses de haber sido arrojado en medio de un grupo de alborotadores chiquillos que ya se conocían todos, estaba todavía, como cualquier novato, aprendiendo las reglas de la convivencia (¡y supervivencia!) infantil. Pues en uno de los últimos recreos de ese trimestre final de 1967, tres o cuatro críos estábamos compartiendo nuestras esperanzas sobre los regalos navideños que íbamos a pedir en las correspondientes cartas a los Magos de Oriente –yo quería el Tiburón Citroen Payá, un súper coche a pilas y con mando–, cuando se acercó el Dioni al corrito y, al enterarse de lo que hablábamos, soltó una carcajada y nos espetó la terrible noticia.

Tras esa declaración se hizo el silencio. Me pareció que el de mis amigos era un silencio triste, que a punto estaba de tornar en llanto. En cambio, lo que yo sentí fue rabia, una tremenda oleada de rabia que me empapaba todo por dentro y me revolvía. Y esa rabia salió de golpe hacia fuera y me impulsó contra Dionisio. Salté, casi volé, tan violentamente que los dos caímos al suelo del patio. Ahí tirados los dos, él bocabajo, yo encima, estuve durante unos momentos golpeándole con los puños en el pecho y en la cara, mientras él, supongo que más aturdido que dolorido, trataba de protegerse de mis embestidas. No duró mucho el incidente, porque enseguida apareció un profesor y nos separó con sendos bofetones. A mí aún me duraba la rabia, un calor intenso en todo el cuerpo, la cara la notaba encendida y seguía con ganas de pegar al blasfemo, sin importarme que fuera mayor y más fuerte que yo, sin que me estuvieran afectando nada los insultos y amenazas que me profería mientras el profesor nos llevaba a empujones a Dirección. Me ha asombrado durante muchos años ese arranque de ira irrefrenable y he llegado a la conclusión de que mi cerebro infantil supo inmediatamente que lo que decía Dionisio era verdad porque probablemente ya lo barruntaba en sus rincones recónditos, ocultos a la consciencia. Así que la rabia obedecía a que ese compañero fanfarrón había forzado los tiempos que yo mismo, aún sin saberlo, me había marcado; había hecho brotar brutal y desconsideradamente lo que, si se hubiese callado, habría asomado en breve de forma suave, benéfica, agradable.

El resto del día lo pasé enfurruñado, encerrado en un mutismo hosco. Mi estado de ánimo no pasó inadvertido a mi madre que me preguntó varias veces qué me pasaba, pero yo me negaba a responderle. Cuando por la noche llegó mi padre –ya habíamos cenado y los niños estábamos retirados en nuestros cuartos– fui llamado al salón. Delante de ambos progenitores hube de confesar la causa de mi enfado, que un chico del colegio de había dicho que los reyes magos no existían. Era la primera vez que lo decía en voz alta y, al mismo tiempo que me sonaba a sacrilegio, me terminaba de convencer de que era verdad; no obstante acabé la frase con puntos suspensivos, callé esperando que mis padres deshicieran ese entuerto moral que me habían infligido. Los dos se miraron entre sí y el silencio duró un rato demasiado largo. Al cabo, mi padre se agachó hacia mí y me dijo, muy serio, que los reyes magos sí existían, que fueron a llevar sus presentes al Hijo de Dios y que ahora están en el Cielo con Él. Y que para conmemorar aquella visita de la Antigüedad, en nombre de ellos, ahora son los padres los que dan regalos a sus hijos. Como es obvio, mi traducción inmediata fue algo así como: “vale, menos rollos, los reyes magos no existen, son los padres”. Tuve que reprimir alguna lágrima y simular ante mis padres que entendía y aceptaba lo que me contaban, así como prometer que no revelaría esta desagradable verdad a mis hermanos menores. Pero lo cierto es que este primer desengaño infantil me hizo daño (tendría que someterme a un largo periodo de psicoanálisis para que aflorasen los profundos traumas que me hubo de producir), pasé esas vacaciones navideñas un tanto amargado, y ni siquiera el magnífico Tiburón Citroen Payá que me trajeron los Reyes (o sea, mis padres) consiguió desvanecer por completo mi malhumor.

miércoles, 3 de enero de 2018

Los otros himnos autonómicos (1)

A propósito del anterior post sobre Els Segadors Lansky comentaba que pocos, puede que ninguno, himnos se salvan cuando se analizan sus letras. Parece obligado, desde luego, que el himno de un lugar (sea nación, nacionalidad, comunidad autónoma, provincia, ciudad o caserío) se deshaga en elogios al sitio procurando inflamar de amor y orgullo patrios a quienes lo escuchen. De eso se trata, es cierto, y por tanto las probabilidades de caer en la cursilería babosa o en el pacatismo nacionalista son muy altas. Sin embargo, lo que pretendía destacar de la letra de Els Segadors no era eso, sino su agresividad; loa a Cataluña, es verdad, pero sobre todo amenazando a sus supuestos enemigos. Sin duda, hay otros ejemplos de himnos agresivos, incluso más violentos como el más conocido de todos, que es La Marsellesa (no sé a qué esperan los gabachos para cambiar el texto por otro más acorde con los tiempos, manteniendo, eso sí, la magnífica música). En todo caso, hay que decir que el himno francés fue compuesto para enardecer a las tropas que iban a la batalla contra los prusianos, mientras que el catalán surge en un contexto de paz. Por cierto, es recomendable leer la historia de la creación del himno francés narrada por Stefan Zweig en el capítulo “El genio de una noche, La Marsellesa, 25 de abril de 1792”, de su libro “Momentos estelares de la humanidad”.



Pero centrémonos en los himnos de esta nación de naciones que nos ha tocado habitar, revisemos los himnos de las otras comunidades autónomas para compararlos con el catalán. Digamos, de entrada, que de las 17 comunidades, hay cuatro que aún carecen de himno oficial y son las dos Castillas, Murcia y Baleares. No significa que en estas tierras no cuenten con piezas musicales que sean consideradas popularmente las que representan la región (por ejemplo, en Murcia muchos creen que el himno es un tema de una zarzuela), pero no se ha aprobado la pertinente Ley autonómica que establece cuál es el himno, fijando su letra y melodía. Si observamos las fechas de las quince leyes autonómicas que nos interesan encontramos algunas sorpresas. Las dos primeras son Andalucía y el País Vasco, lo cual no extraña demasiado máxime cuando en ambos casos se adoptan composiciones ya existentes de fuerte carga “nacional” (luego volveré sobre ello). Pero la tercera comunidad resulta ser Madrid, que aprueba su ley apenas dos meses después de constituirse como Comunidad Autónoma (ya veremos luego que tanto la iniciativa –de Leguina– como el resultado –de García Calvo– no dejan de ser un ejercicio de ironía nada nacionalista). Luego, en 1984, se aprueban las leyes de los himnos de Galicia, Asturias, los tres incorporando también piezas ya existentes con fuerte reconocimiento popular. En lo que quedaba de la década de los ochenta se aprobaron, por este orden, los de La Rioja, Extremadura, Navarra, Cantabria y Aragón. Curiosamente, Els Segadors no se oficializa hasta 1993, de modo que Cataluña pasa a ser la penúltima autonomía que a la fecha cuenta con himno oficial. La última es la mía, Canarias,que aprobó su Ley en 2003. Ha pasado una década y media y ninguna de las comunidades huérfanas de himno se ha animado a oficializar ninguno. Y no pasa nada, por cierto.

Pasemos ya a fijarnos en las letras y empezaremos después de descartar el vasco porque no la tiene. El Eusko Abendaren Ereserkia, una melodía popular de autor desconocido que se interpretaba antes del inicio de la danza, le puso letra Sabino Arana para crear el Gora ta gora (Arriba y arriba) que se convirtió en el himno del Partido Nacionalista Vasco. Pese a su carácter partidista, el Gobierno Vasco de la República –de breve duración– adoptó este tema como himno de Euskadi, aunque sin la letras. El primer parlamento vasco después de Franco aprobó esta melodía como himno oficial en 1983, no sin polémica. De hecho, antes de que el Gobierno de Garaicoechea presentara la proposición de Ley, ya se había interpretado la pieza con carácter oficial, por ejemplo, en una visita al País Vasco de Adolfo Suárez, lo que motivó una airada interpelación en el parlamento del socialista Ricardo García Damborenea, quien poco después se implicaría en los GAL, sería condenado y expulsado del PSOE. Luego, en los debates, la oposición (especialmente Euskadiko Ezkerra) propuso que el himno de la Comunidad Autónoma fuera el Gernikako Arbola, porque ése era que que había “identificado a todos los vascos, independientemente de las ideologías, reflejado simbólicamente nuestra personalidad, unidad y libertad”; además, decía José Luis Lizundia, el Árbol de Guernica “es un canto a la universalidad, uno de los pocos himnos que en Europa hablan de la universalidad y no plantean nacionalismos chauvinistas”. Con no poca lógica, la oposición al Eusko Abendaren Ereserkia se basaba en el carácter partidista de ese himno, aunque no se incorporara la letra de Arana. No obstante el PNV se salió con la suya, gracias al apoyo del CDS que le permitía alcanzar por los pelos la mayoría absoluta (al fin y al cabo, también la ikurriña es obra del prolífico fundador del PNV). A los efectos de lo que nos interesa, se comprueba que no es necesario que haya textos para que un himno sea acusado de nacionalista. Hay que decir, por cierto, que la letra del Gora ta gora no es más que una ramplona loa al más rancio tradicionalismo vasco de los fueros y Dios.



Comencemos a leer letras de himnos y primero las más antiguas. Hay tres que se datan en la última década del siglo XIX: el gallego, el asturiano y el catalán (la música del canario es incluso anterior, de la década de 1880, porque pertenece a la obra Cantos Canarios de Teobaldo Power; pero la letra fue compuesta en los 2000 por Benito Cabrera para oficializar el tema como himno regional). El himno gallego es el resultado de la colaboración entre Pascual Veiga, músico, y Eduardo Pondal, poeta –ambos vinculados al Rexurdimento– con la intención de presentar la composición a un certamen organizado por el Orfeón de La Coruña para elegir la mejor marcha regional gallega. Sin embargo, donde terminó de cuajar el himno fue en Cuba, ya que, a partir de 1907, el Centro Gallego de La Habana se encargó de promoverlo como símbolo de la tierra lejana. Luego, durante la dictadura de Primo, se prohibió lo que vino a significar el espaldarazo definitivo que culminó con su reconocimiento oficial en la Segunda República. La letra (que comprende las primeras estrofas del poema Os Pinos) es una loa al paisaje gallego que después deriva a una invocación al despertar de la nación (del hogar de Breogán) porque son llegados los tiempos de la redención. Nada original, sin duda, porque recurre a los obligados tópicos de cualquier nacionalismo. Sin embargo, no se detectar agresividad en la letra; tan solo una alusión ambigua a “los ignorantes y débiles y duros, imbéciles y oscuros (que) no nos entienden”. En todo caso, mucho más light a este respecto que Els Segadors, pese a que son composiciones de la misma época que se enmarcan en movimientos culturales nacionalistas análogos.


El otro himno de letra ochocentista es el archiconocido Asturias, patria querida. Si bien hay quienes sostienen que la melodía proviene de una que cantaban los mineros de Silesia que fueron a trabajar a las minas asturianas a principios del XX y la letra fue compuesta por un cubano en los años veinte en homenaje a su padre asturiano, me creo más la protesta de José Ignacio Lájara que, en carta de octubre de 2009 al periódico La Nueva España, sostiene convincentemente que el APQ comparte rasgos melódicos-rítmicos con no pocas canciones tradicionales asturianas, y que la mayoría de los versos se repiten también en el cancionero popular de esa tierra (e incluso de la cántabra y leonesa). Por tanto, considerémosla como una creación popular a la que se le pueden aplicar los conocidos versos de Machado (“Hasta que el pueblo las canta,/ las coplas, coplas no son,/ y cuando las canta el pueblo,/ ya nadie sabe el autor”). La letra, que casi todos hemos cantado más de una vez, carece del más mínimo asomo de agresividad, ni siquiera puede tildarse de nacionalista, pues lo único que se acerca es la declaración de amor a Asturias y el anhelo de estar allí “en todas las ocasiones” (deseo que, por cierto, me parece muy comprensible y que más de un lector de este blog sin duda comparte). A mí he de reconocer que me encanta –diría que hasta me emociona– que el himno de una Comunidad Autónoma hable de subir a un árbol, coger una flor y dársela a la novia para que la ponga en el balcón. Cantando letras así no se puede ser nacionalista.


Seguiré con los otros himnos en un próximo post.