sábado, 28 de febrero de 2009

Los Beatles en Madrid (capítulo 1)

Yo entonces adoraba a los Beatles, los idolatraba, fíjate lo que digo, lo eran todo para mí. Por supuesto estuve en Las Ventas ese dos de julio, un mes me faltaba para cumplir los diecinueve y aun dos años más para la mayoría de edad, para largarme de mi casa, para haber ahorrado las cincuenta mil pesetas que me había propuesto. Ese era mi objetivo y, no creas, lo tenía bien calculado y a rajatabla lo iba cumpliendo, casi desde que empecé en mi primer curro, con sólo dieciséis: tanto que entregaba en casa, tanto que me permitía gastar y lo estipulado a la cartilla. Pero ese concierto era obligado, aunque fuera caro, demasiado caro para mí y supongo que para cualquiera en la España cutre de esos años, hasta cuatrocientas calas las localidades buenas, si dicen que había más gente fuera de la plaza que dentro, chicas histéricas llorando desconsoladas las de afuera, también dentro lloraban histéricas, imagino que de emoción. Dudé si comprar de las mejores, pero al final me contuve; unas ciento cincuenta me costaron, ya era bastante, que por entonces creo que ganaría en torno a las cuatro mil, echando todo el día en ese semisótano de Carabanchel. ¡Cuatro mil pesetas! A punto de jubilarme, ahora mi sueldo está por los cuatro mil euros; han pasado cuarenta y cuatro años y he vuelto a la misma cifra de cuando era un chaval. Claro que hoy pagar la entrada de un concierto no me supondría el mismo esfuerzo que entonces, pero tampoco lo disfrutaría tanto.

Por más que quieras no puedes ni concebir cómo me sentía. Para ti, ese tipo de conciertos es algo normal, pero no lo era entonces. Tampoco puedes entender lo que significaban para mí esos cuatro chavales ingleses, nada que ver con lo que has podido sentir por tus grupos favoritos, era otra cosa, algo capaz de trastocarme la vida, como así ocurrió. Aquel viernes fui solo a Las Ventas. No era lo habitual, desde luego, pero ya era bastante rarillo entonces; además, yo no iba a gritar y a contagiar y contagiarme de entusiasmos ajenos, para mí era algo trascendente, íntimo, casi hasta que me molestaba ese ambiente festivo y frívolo de las multitudes pánfilas. Pensaba que la plaza se iba a llenar, pero qué va, poco más de la mitad del aforo, no tan pocos como insinuaron en el No-Do, pero ni mucho menos el lleno que yo esperaba. Uno de los culpables de que los Beatles pasaran por España me dijo años después que se habían vendido todas las entradas (casi veinte mil) pero que la policía impidió acceder a los que tenían "mala pinta"; según él, casi a las tres cuartas partes de quienes habían comprado les dejaron fuera. No sé, me cuesta creerlo, son demasiados; aunque algo de verdad habrá, sigo pensando que los precios eran demasiado caros, que no se vendieron todas; además para qué vamos a engañarnos, los Beatles en la España de entonces ... Piensa que del último disco en este país se llevaban vendidas por entonces unas 3.500 copias mientras que en Inglaterra rozaban el millón.

Bueno, en todo caso, yo no tuve problemas para llegar hasta mi sitio, a media altura en el graderío (iba modosito, eso sí, el pelo bien cortado, una camisa blanca y hasta una ridícula corbata de empleaducho de entonces, lo que era, al fin y al cabo). Me tragué impaciente a los teloneros (sólo me acuerdo de los Pekenikes, pero hubo más) y las boberías de Torrebruno, ¿te acuerdas? Presentaría luego un programa infantil que a ti, de crío, te gustaba, Dabadabadaba, creo que se llamaba. En el 65 todavía no era demasiado conocido, un italiano bajito que llevaba poco tiempo en España, ese fue el maestro de ceremonias de aquella noche, el que algo después de las diez gritó con ese acento que parecía de guasa, ahora sí ha llegado el momento, queridas amigas y amigos, aquí están por primera vez en España los fantásticos, los únicos, los Bíteeeeels. Y entonces salieron al escenario los cuatro, vestidos de negro, y sin decir palabra empezaron con Twist and Shout –no es y no lo era entonces de mis favoritas– y la gente a gritar, o a gritar más, mejor dicho. Pero cuidado, no vayas a pensar que el público se comportaba como en otros lugares, como en los conciertos que los Beatles daban en Inglaterra, en Alemania, en Estados Unidos. Esto todavía era la reserva espiritual de occidente y excesos los justos; fíjate que en el ruedo habían dispuesto sillas y la gente escuchaba el espectáculo sentadita, el culo bien pegadito y moviendo con muy poca gracia los hombros y la cabeza. Bailaban, gritaban, aplaudían, sí, pero sin dejarse llevar del todo; Fraga –era ministro de información y turismo– dijo que el público español era más sereno, se tomaba las cosas con mayor filosofía que en otras latitudes, seguro que ya ni se acuerda de ese día, de lo mucho que les tuvo que preocupar la visita de los cuatro melenudos de Liverpool, como los llamaban.


Pero me estoy enrollando mucho y, a este paso, nunca voy a contarte cómo conocí a Dylan, cómo acabé en Nueva York. Todo lo que nos ocurre se va enlazando, una cosa con otra, así que cómo saber cuál es la causa y cuál el efecto, ni siquiera la cronología te lo garantiza. Porque ese concierto, siendo tan importante para mí, no habría sido definitivo si no hubiesen tocado She's a Woman. Seguro que no la conoces, tú de los Beatles poco más que los grandes éxitos, lógico, si al fin y al cabo naciste en el año en que mataron a Lennon. Había salido como cara B del single con I Feel Fine, hacia finales de noviembre del año anterior, pero en Inglaterra porque en España era poco conocida o, al menos, yo no la había oído y eso que, como luego me enteré, Odeón ya la había publicado en un EP de cuatro canciones, hacia finales del 64. La cosa es que después de Lennon de solista en Twist and Shout (y los coritos respondones de Paul y George), McCartney se acercó solito al micrófono y con una voz que no parecía del todo la suya (imitaba a Little Richard, pero entonces yo no lo sabía) empezó a cantar sobre una mujer que no le hacía regalos pero que le daba siempre amor. La melodía es simplona, nada del otro mundo, pero resultaba nueva, sugerente; el machaqueo del bajo de Paul me pareció hipnótico, las gitarras de John y George, fantásticas. Con los años he ido aprendiendo a paladear melodías más elaboradas, a refinar mi gusto musical; de este mismo tema, por ejemplo, hay que oír la fantástica versión instrumental de Jeff Beck. Pero esa noche madrileña de julio del 65, pese a que una chica con vestido a lunares gritaba a mi lado ensuciando aún más el ya de por sí mal sonido de aquel espectáculo, el She's a Woman me golpeó en alguna tecla profunda. El resto del concierto –fue cortito, poco más de treinta y cinco minutos– lo pasé casi en trance y así seguía cuando me encontré, a la salida, con Cati, mi amiga canaria, y decidimos ir hasta el Hotel Fénix, en Colón, para intentar acceder a los británicos.

Pero antes de seguir contándote, escucha el She´s a woman y díme qué te parece, qué te sugiere. Esta es una grabación de un concierto en Atlanta del 18 de agosto de ese año, apenas mes y medio después de cuando yo los escuché; es la más cercana que he podido conseguir, para así convocar lo más fielmente posible mis recuerdos. Venga, óyela.


CATEGORÍA: Personas y personajes

martes, 24 de febrero de 2009

Llantos laborales

Llorar es cosa de mujeres; llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre, dicen que le dijo la madre de Boabdil a su atribulado hijo. Se trata del cliché tradicional, de un condicionamiento cultural del que encontramos múltiples ejemplos históricos tan atrás como nos remontemos (al menos, los hay desde la guerra de Troya). Y, desde luego, por más que, como dice Rosa Montero en su último artículo de El País Semanal, "el empuje del feminismo y la revolución sexual de los años sesenta puso en cuestionamiento los roles tradicionales", sigue siendo inusual que los hombres lloremos antes ojos extraños. Por eso justamente nos parecen tan llamativas escenas como el "desmoronamiento emocional" de Roger Federer tras perder la final del pasado Open de Australia. Pero, incluso en un caso como ese, percibo que los comentarios seguían arrastrando los mismos prejuicios sobre la virilidad que subyacen en nuestras dificultades ante el llanto. Porque se ha dicho que Federer "lloró como todo un hombre", que lleva implícito el reconocimiento de que para "atreverse" a dejar ver sus emociones en un evento tan importante y ante tantísimos millones de espectadores hay que tenerlos muy bien puestos. Olvidémonos del tenista suizo e imaginemos que quien llora es un compañero de trabajo después de que el jefe le ha echado una bronca por haber cometido un error grave. Dudo que hubiese muchas personas (e incluyo a las mujeres) que pensaran que ese tipo muestra un comportamiento ejemplar al ser capaz de expresar sus emociones (o que es muy hombre por ello).

Supongo que el mecanismo represor del llanto en los varones, siendo un condicionante cultural (transmitido, por tanto, a través de la socialización mediante multitud de factores a lo largo de toda nuestra vida y, especialmente, de nuestras infancias), tiene una base biológica o evolutiva. Tengo la impresión de que los constructos ideológicos más o menos universales (que se van repitiendo en casi todas las culturas) se van elaborando a partir de ciertas opciones de la evolución biológica que ofrecen ventajas adaptativas frente a otras. Luego, es cierto, puede que los factores "naturales" de los que derivaban tales ventajas desaparezcan, pero los prejuicios ideológicos son ya tan fuertes, están tan enraizados en la sociedad, que es costosísimo cuestionar los comportamientos resultantes. El llanto invoca la compasión del otro, es una llamada de protección. Es el recurso fundamental de las crías (no sólo humanas) y, por tanto, proclama expresamente la indefensión. La declaración de su indefensión, de su debilidad, imagino que resultaría ventajosa a las mujeres, requeridas de protección para poder parir y criar a los recién nacidos. Por los mismos motivos, en cambio, sería un desastre que un varón cromagnon exhibiese un comportamiento similar. Quizá por eso, mientras que en unas la naturaleza les animaba a "expresar sus emociones", en los otros nos las reprimía. Ingeniosamente (ma non è vero), Rosa Montero dice que "tal vez, la prominente nuez de Adán, ese carácter sexual secundario masculino, sea el resultado orgánico de cientos de generaciones de varones permanentemente atragantados por un nudo de lágrimas".

Como sea, la verdad es que el llanto como recurso sigue funcionando en muchas mujeres y sigue siendo inimaginable para muchos hombres. Con relativa frecuencia, en el entorno laboral, me he topado con mujeres que me han mostrado, mediante lágrimas, su sensibilidad herida. Y efectivamente, ante el lloro de esas mujeres, mi reacción primaria ha sido siempre la de protegerlas: si había sido yo el causante de su llanto (por un trato duro), me venía un sentimiento de culpa y de arrepentimiento; si había sido otro, me ponía en el acto del lado de la "agredida" condenando sin paliativos a quien había provocado esas lágrimas. Pero en los últimos tiempos, desde que me he ido parando a reflexionar sobre los comportamientos de algunas de esas mujeres que se sienten dolidas porque las tratan con demasiada dureza en el trabajo, la compasión refleja va siendo tamizada en no pocas ocasiones por un cabreo sordo, un cierto hartazgo frente a actitudes de niña mimada incapaz de enfrentarse a las cosas. De hecho, en las tres últimas mujeres en las que he observado el recurso al lloro porque se sentían maltratadas en el trabajo (recibieron reprimendas) verifiqué algunas notas comunes. La primera, que ciertamente habían cometido faltas en sus obligaciones laborales; no se les había llamado la atención injustamente. La segunda, que todas ellas minimizaban su responsabilidad en el fallo cometido y se empeñaban en poner de relieve la absoluta desproporción entre el error y la regañina recibida; no eran culpables de nada, sino víctimas. La tercera que la valoración de ellas disentía de la que hacía el resto de los compañeros sobre los mismos incidentes; es decir, la mayoría pensaba que las habían tratado igual de mal que a cualquier otro ante situaciones análogas y, además, que tenían tendencia a cometer demasiadas faltas en el curro.

Como a dos de estas tres mujeres a las que me refiero creo conocerlas bien, puedo asegurar que el recurso al llanto no es intencionado; no lloran a propósito sino que no pueden evitar que les broten las lágrimas cuando se sienten agredidas, injustamente maltratadas. Lo malo es que han desarrollado una sensibilidad muy aguda para detectar cualquier atisbo de maltrato laboral, al mismo tiempo que se les ha embotado la capacidad autocrítica. Es habitual, por eso, que estén más atentas a la forma en que se les dicen las cosas que a esas cosas en sí (las instrucciones para hacer un trabajo, por ejemplo), con el resultado inevitable de que no se enteran lo suficiente para reducir la posterior comisión de errores. Es frecuente también que, cuando se les hace notar el fallo, estén más pendientes a sus emociones (esas que sienten ante la indelicadeza de una reconvención) que a reflexionar sobre las causas por las que se ha producido; y también estén más prestas a sentirse víctimas que a asumir con honestidad y humildad que lo han hecho mal (todos hacemos las cosas mal). Ambos comportamientos impiden que aprendamos de los errores y nos condenan a repetirlos.

En todo caso, lo cierto es que la "táctica" (por muy inconsciente que sea) funciona, y lo hace por el mecanismo tan normal que nos hace medir una emoción por el acto externo mediante el cual se expresa (el llanto, en este caso) y hacerlo con la escala personal de cada uno. Es decir, asumo que esas mujeres deben sentirse enormemente dolidas porque para que a mí me saliesen las lágrimas ante una situación análoga tendría que estar al borde del colapso emocional. Pero me olvido de que yo estoy programado genética y culturalmente para "aguantar" sin llorar y ellas para lo contrario. Porque, si no fuera así (no estoy nada seguro de nada), dado que los incidentes objetivos causantes del "dolor" son los que son (y he vivido esos y otros bastante más duros), habré de concluir que la explicación radica en que esas mujeres tienen mucha más sensibilidad que yo, que no es ya que ellas puedan expresar sus emociones y yo no, sino que ellas las tienen y yo no (o las tienen en muchísima mayor intensidad que yo), obviamente ante hechos externos similares. Pues no sé, puede que esas mujeres (o las mujeres, haciendo una generalización odiosa) tengan más, mucha más, sensibilidad, pero no me termino de convencer ...

En cambio, lo que me parece es que muchas veces esas personas que se sienten tan dolidas y expresan con lágrimas su emotividad, no prestan la más mínima atención a los sentimientos de esos insensibles que no sabemos dar libertad a nuestras emociones, que ciertamente tenemos carencias notables al respecto, aunque quizá (no dispongo de los medidores adecuados) sintamos tanto como ellas. Seguramente tenemos que aprender, como de forma tan cursi dice Rosa Montero, a "reivindicar" nuestras emociones. Pero me pregunto qué habría ocurrido si yo hubiese llorado en situaciones parecidas a las de estas mujeres. Me da que seguimos más cerca de la conquista de Granada que de ilusorios paraísos igualitarios.


CATEGORÍA
: Reflexiones sobre emociones

domingo, 22 de febrero de 2009

Noticias del domingo (II)

Ibarretxe saluda al modo de Star Trek y bromea con su parecido con Mr. Spock, ayer, en una concentración de fans de la serie.

Tal es el pie de la foto de portada de El País de hoy (edición Canarias). Me dije: vaya, ya el lehendakari tiene asegurado el voto de los frikis startrekianos, que hasta le invitan a sus reuniones. Pero no, El País mentía (o erraba). Se trataba de un acto electoral en la sede de las juventudes del PNV quienes, aprovechando el carnaval y las cejas de su líder, se disfrazaron de tal guisa. ¡Qué pena! Pero tal como va la política, todo se andará.

Garzón sale del hospital y se recupera en su domicilio.

Me entero de que el famoso juez salió el viernes de la Audiencia Nacional con una severa congestión y con la mano en el pecho. Le ingresaron en el Ruber con la tensión muy alta y estuvo hasta el mediodía del sábado en observación. Por lo visto, ha sido una crisis de ansiedad, debido probablemente a lo mal que lo tratan los peperos. Hace quince días también yo tuve un subidón de tensión y también fue una "crisis de ansiedad" por lo mal que me tratan (aunque no los peperos). Le digo a Balta lo que me han han dicho a mí: hay que aprender a no tomarse las cosas demasiado a pecho.

El triste negocio de Jade Goody. Tiene 27 años, cáncer terminal y un objetivo: salvar a sus dos hijos de la pobreza. El caso de la británica que quiso vender su muerte destapa las miserias del circo mediático.

Parece que la muchacha esta ha propiciado un nuevo matiz en el eterno (e inútil) debate sobre la ética en los medios de comunicación. Si ética y estética van de la mano, habremos de convenir que no es para nada ético. Claro que, entonces, hace mucho que se han dinamitado cualesquiera límites en la comunicación de masas. Por lo visto, la desafortunada Jade, llevaba desde 2002 apostando por la fama mediática (empezó en el Gran Hermano británico). Desde luego, no es justo que se aproveche de esa visibilidad para beneficiar a sus hijos (cuantos se mueren sin esa oportunidad porque, al no salir en la tele, no existen), pero desde su posición me parece totalmente legítimo.

Cayo Lara, el nuevo coordinador general de Izquierda Unida, comenzó su discurso ante el Consejo Político leyendo una cita supuestamente extraída de El Capital, de Karl Marx. La cita entusiasmó a los dirigentes de la formación y sirvió a Lara para subrayar la actualidad del pensamiento marxista, porque parecía una profecía exacta de la crisis actual de la economía. La cita, sin embargo, era falsa. Provenía de una página de cachondeo de internet y, en su versión inglesa, llevaba ya bastante tiempo circulando por Estados Unidos.

Moraleja: aunque internet es una maravillosa fuente de información, hay que saber contrastar los datos. Otra moraleja: los dirigentes de IU no tiene demasiadas frescas sus lecturas marxistas, si es que las hicieron alguna vez. Una más: es bastante frivolón proclamar la actualidad de un pensador a partir de una cita (sobre todo si es espuria). Además de la sonrisa, esta noticia me ha permitido descubrir una web que parece interesante: malaprensa.com.

A un paso del Óscar. Penélope Cruz, la gran favorita en la categoría de actriz de reparto.

La chica está nominada por Vicky Cristina Barcelona, sin ninguna duda la peor película con diferencia de todas las de Woody Allen. Una sarta insoportable de tópico tras tópico, sin intentar siquiera disimular los patéticos esfuerzos de promoción turística (de Barcelona y de Oviedo), con una historia estúpida, unos personajes de encefalogramas planos y nada creíbles, y un narrador absurdo. La Pene está en la línea de sus compañeros de reparto; o sea, pésima. Por el bien del cine, ojalá que no le den el Óscar (y sí, me da igual que sea española). Por cierto, en El País ponen una foto de la señorita Cruz que es un poema excelso a la horterada.

Comí la placenta de mi hija a la naranja.

Lo dice Andrés Madrigal, cocinero del restaurante Alborque de Madrid (no he tenido el gusto). Cuando, la pasada navidad, nació su hija, cocinó la placenta. Cito sus palabras: "Me recordaba al hígado de cualquier animal de caza. Hice placenta en reducción de naranja y le eché caramelo y un poco de pimienta para que desapareciera la hiel y el posible sabor a caza, y la trituré. Como un batido. La comimos entre ocho. Es España no es normal, pero sí en el centro y norte de Europa. Tiene muchísimas vitaminas. Y fue algo espiritual". Lo de la espiritualidad coincide con lo que dijeron los supervivientes de los Andes. A lo mejor es ya tiempo de romper tabúes anacrónicos y comer alimentos humanos; ¿y es normal en el centro y norte de Europa?

Hace casi dos años, publiqué un post con este mismo título. Entonces las noticias las obtuve de internet; hoy provienen todas del diario El País. La conclusión, en todo caso, se mantiene idéntica: con tantas cosas que ocurren en este mundo, ¿cómo es posible que haya quien se aburre? Hay tanto que ver, oír, leer; tantas personas que conocer; tantos paisajes que descubrir ... tanto, tanto, tanto; y tenemos tan poco tiempo.


El título de esta obra de arte quiere decir "no nos engañarán otra vez" y, por tanto, viene a cuento de este post, aunque sea un poco por los pelos. Pero es que me apetecía subirla, porque me encanta y me trae recuerdos de noches universitarias. El otro día la puse en la oficina, y los chicos con quienes trabajo me dijeron: sí, esa sí la conocemos, es la de CSI. No saben quienes son los Who; en fin, me hago viejo.

viernes, 20 de febrero de 2009

Cumpleaños bloguero

Hoy este blog cumple 3 añitos. No es que sea ningún record pero tampoco está nada mal. Si tenemos en cuenta que la constancia no es precisamente una de mis muchas virtudes, llevar treinta y seis meses escribiendo de forma habitual resulta, en mí, poco habitual. Y lo cierto es que, además, me sigue divirtiendo y relajando hacerlo, por lo que, de momento, no tengo ninguna intención de dejarlo. Además, continuamente se me están ocurriendo temas que me gustaría contar en el blog; es decir, que si no escribo más no es por falta de ideas o de ganas, sino de tiempo.

Aun así, creo que mi fecundidad es más que aceptable. Sin llegar a la admirable feracidad de algunos (máxime cuando mantienen altos niveles de calidad), cuento que llevo 435 entradas. No todas están en este blog porque todavía no he terminado de pasar los posts que originalmente publiqué en Ya.com (me faltan 72 por recuperar). 435 en tres años da a 145 entradas por año, 12 por mes o una cada dos días y medio; no está mal, ¿verdad?

Tras echar un vistazo rápido a lo que he ido escribiendo durante estos últimos tres años, compruebo que hay un poco de todo, como en botica. No deja el blog de ser fiel reflejo de lo disperso de mis intereses. Veo además que he empezado muchos temas que se han quedado en eso, en comienzos; ya dije que la constancia no es mi fuerte.

Lo que no tengo nada claro es qué es lo que hace que un post sea interesante o no lo sea, sobre todo si el interés lo mido en cuanto al número de comentarios. He recibido casi tres mil comentarios, una media algo inferior a 7 por entrada (aunque supera en poco los 10 por post si la referimos al último año). La entrada más comentada fue Soy anticlericalista y la siguiente Las tres puertas, cuyos parecidos radican en que en ambos animó notablemente el debate Júbilo Matinal. Pero la verdad es que, tras tres años publicando, sigo sin saber por qué unos posts reciben muchos comentarios y otros muy pocos o ninguno.

En todo caso, pese a que durante este tiempo el número de visitantes ha ido aumentando muy despacio pero de forma constante (según el medidor, últimamente la media de vistas diarias es de 135 personas, de las cuales unas 35 repiten), tengo la sensación de que son unos pocos los fieles que suele leerme y, en menor medida, comentarme. Muchos de ellos tienen también sus blogs, que visito, leo y comento; así que somos una especie de grupo algo endogámico. Desde luego, por más que las nuestras sean "relaciones virtuales", en tres años he cogido cariño a estas personas amigas.

Pues nada más. Me felicito por llevar ya tres años y amenazo con seguir al menos otros tantos más.


CATEGORÍA: Blogs e Internet

miércoles, 18 de febrero de 2009

Entre colegas

Comentario después de la presentación de un trabajo profesional: 

– Yo lo que tengo es envidia de que os paguen por haber hecho esto.

Interpretación una: ya me gustaría a mí tener la suerte de que me pagaran después de haber hecho un trabajo tan malo como éste.

Interpretación dos: ya me gustaría a mí que me permitieran hacer un trabajo tan innovador como éste.

¿Cuál de ambas interpretaciones se acerca más a la intención de quien hizo el comentario? El protagonista no dio ninguna pista. ¿Ambigüedad calculada? En tal caso, habría mala leche. ¿Casualidad inocente? Puede que uno vea fantasmas donde no hay.

The answer, my friend, is blowin' in the wind ...





Como este post es muy cortito, lo compenso con tres canciones. ¿Cuál le va mejor al texto?

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

domingo, 15 de febrero de 2009

Preliminares

Como tema adecuado a la festividad que ayer se celebraba, en el telediario de alguna cadena nacional me informaron de que, según una más de las enésimas encuestas que al respecto se hacen, más de la mitad de los españoles consideran muy importantes los preliminares en sus relaciones sexuales. Busco luego en internet y logro identificar la encuesta: una realizada ya hace unos meses por la empresa Ciao para Philips a "más" de 2000 personas entre 18 y 50 años. Si bien encuentro muchas webs donde se hacen eco de los resultados, no logro dar con la encuesta en sí (me interesaba leer las preguntas y los datos técnicos de la misma); de otra parte, en casi todas las páginas que se refieren a este asunto el texto es más o menos el mismo, proveniente de una agencia (Europa Press) a la que probablemente se lo "dictó" la propia Philips.

Lo anterior ya basta para poner en duda la seriedad estadística de los resultados. Si además nos enteramos de que la encuesta fue dada a conocer por Philips en la presentación de un nuevo producto de la marca holandesa, masajeadores íntimos, un juguete "utilísimo" para los preliminares, esos que más de la mitad de los españoles consideramos muy importantes en nuestras relaciones sexuales, pues ... Ya advertidos sobre la fiabilidad científica, podemos divertirnos un poco con las distribuciones percentuales de la encuesta y las variaciones geográficas (entre éstas, no me resisto a reseñar que donde la frecuencia de relaciones sexuales es mayor es en el País Vasco; nos ha jodido, seguro que le han preguntado a bilbaínos).

En todo caso, lo que me llamó la atención cuando oí la "noticia" no fue tanto el presunto dato sino la concepción implícita sobre lo que es y de lo que se constituye una relación sexual. Preliminar es lo que antecede a algo y, por tanto, no es parte del algo o, al menos, no lo sustantivo de ese algo. Así, los preliminares pueden ser muy importantes para el desarrollo de una acción (como es la actividad sexual) pero no forman parte de la acción propiamente dicha. Dos conclusiones se imponen ineludiblemente desde la semántica del término. Primera, si los preliminares no pasan el liminaris (umbral), si solo hacemos los actos que los definen, no habremos tenido una verdadera relación sexual; de más está añadirlo: todo acto preliminar sólo tiene sentido en la medida en que se llegue a ejercer la acción sustantiva (en este caso, la relación sexual propiamente dicha). Y segunda conclusión, hay relación sexual plena sin preliminares; ergo, éstos, por muy importantes que sean, no dejan de ser accesorios.

Naturalmente, lo sustantivo de una relación sexual, lo que en esta concepción (que es la "oficial") la define es, sin lugar a dudas, la penetración. De hecho, "preliminares" son cualesquiera actos que realicemos antes del acto sustantivo. Es revelador que a los "preliminares" se les suela llamar también "juegos eróticos"; es decir, jueguecitos antes de llevar a cabo lo que de verdad es serio: el "mete-saca". Lo cual no es restar importancia a los preliminares; los españoles, que en estos últimos años hemos alcanzado un grado de madurez sexual extraordinario (máxime si consideramos la profunda represión a que nos sometió el nacional-catolicismo) sabemos que el éxito de una relación sexual (del mete-saca) es tanto más probable cuanto más excitación hayamos acumulado. Pues para eso, para acumular excitación y propiciar un mejor mete-saca es para lo que sirven los preliminares (y por eso les damos tanta importancia; y más las mujeres que los hombres, menudas guarrillas que están hechas).

Por cierto, no creo necesario aclarar que si la penetración es el requisito imprescindible para que haya relación sexual (mejor todavía: la penetración es en sí misma el acto sexual), lo que antes he llamado "éxito" de una relación sexual es la eyaculación. Supongo que, si fuéramos justos, podríamos tener que requerir que hubiese orgasmo de la mujer para hablar de éxito, pero me temo que no es así. Puede deberse a que no parece (salvo en las pelis porno) que el orgasmo femenino esté muy vinculado a la penetración o quizá a que su advenimiento no sea tan evidente como el masculino (no olvidemos que fingen mucho; véase la famosa escena de Meg Ryan). Como fuere, lo cierto es que carecemos del equivalente femenino a nuestro gatillazo (que casi nunca nos ocurre, ya sé).

En fin, que pierdo el hilo. A lo mejor alguien está pensando que exagero; pues le aseguro que no es esa mi intención, para nada. Creo de verdad que hay una especie de forma oficial de entender lo que es (y lo que no es) una relación sexual, y es la que acabo de describir. Proviene, claro está, de concepciones masculinas (no me atrevo a decir machistas por miedo a simplificar en exceso), pero se impone sobre ambos sexos. No obstante, quizá las mujeres sean más capaces que nosotros de poner en crisis ese modelo reduccionista (y que lleva implícitas muchas cargas castradoras); pero los hombres, me temo, lo tenemos asumido muy en el fondo de nuestros estereotipos mentales. Díganme los hombres, si no, si consideran que hay relación sexual cuando no se llega a mojar. Si, acordémonos, tal fue justamente el argumento que empleó Clinton para mantener que no había habido sexo con la Lewinski.

En el fondo, tampoco debería importar mucho cómo nos quieran contar lo que es o no es una relación sexual y, a partir de ese modelo canónico, las diversas mediciones de los más diversos parámetros. Lo malo es que esta "versión oficial", junto con sus datos consiguientes para que llevemos una vida sexual sana y satisfactoria, muchas veces aporta confusiones y angustias innecesarias. ¡Pero ayuda a vender vibradores!


La canción con la que "sonorizo" este post, si bien escogida porque su título encaja con lo tratado, es una concesión excepcional a los tiempos carnavaleros que ya vivimos en esta Isla; no creo que vuelva a repetirse (no me gusta nada esa música). El video corresponde a los carnavales de Santa Cruz de 1993.

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras

martes, 10 de febrero de 2009

Gerhard Kretschmar (III)

Miércoles, 5 de abril de 1939. Berlin 7115-SS

El SS-Obergruppenführer Bouhler salió a las 11:27 de la Cancillería por la puerta principal. Al bajar la escalinata, se detuvo durante unos momentos mirando la Voss-strasse en ambas direcciones (no identificó a este agente). Luego inició el camino en dirección oeste, con zancadas largas pero sin prisa. A unos metros le seguían dos funcionarios de paisano. Dobló hacia el norte por la Fiedrich Ebert-strasse. Al llegar a la esquina con el Tiergarten, en vez de girar por la Lenne-strasse, tomó la Baumschulen-Allee y siguió a través de los árboles hasta los pabellones hortícolas del parque. Volvió a detenerse y a mirar en derredor suyo, al tiempo que hacía un gesto a sus guardaespaldas de que esperasen. Abrió la puerta de un cobertizo aparentemente abandonado y ruinoso y permaneció dentro durante unos cinco minutos. Al salir, cerró la puerta y caminó en dirección sur por la Grosse Quer-Allee. Al llegar a la Tiergarten-strasse giró hacia el oeste y aceleró el ritmo de sus pasos. A las 12:08 cruzó hasta la fuente Roland en la Skagerakplatz (antigua Kemperplatz). A las 12:15 el Borgward-2300 del Reichsführer-SS se detuvo brevemente junto a la fuente y el SS- Obergruppenführer Bouhler subió al vehículo por la portezuela trasera derecha.


Extracto del diario de Heinrich Himmler (5 de abril de 1939)

Bouhler llamó ayer (teléfono directo) 13 horas. Inusitadamente franco: sabe que Brack me ha informado asunto Kretschmar y quiere que hablemos. Obvia exhibición de fuerza: domina su territorio; si quiero entrar, ha de autorizarme. Vale. Hitler todavía no sabe nada. Insinúa que ahí estaría el acuerdo.

Quedamos para hoy en Kemperplatz. Le mando seguir desde la Cancillería. Estuvo cinco minutos en un cobertizo en el Tiergarten. Una vez registrado, bajo una loseta del pavimento, aparecen copias mimeografiadas de expedientes confidenciales de Brack; el asunto aquel tan desagradable de las putillas judías de Munich y algún otro. Pero Bouhler no llevaba nada cuando salió de la Cancillería ni tampoco salió del cobertizo con nada. Ergo, su visita allí era sólo para que yo sepa que cuenta con esa información. Vale. Por supuesto, cuando esta tarde estuve comprobando lo que allí había lo dejé todo como lo encontré.

En el coche me pidió que diéramos un paseo sin testigos. Bajamos a la altura de la iglesia de San Matías y nos internamos en el parque, seguidos por dos de mis hombres. Empezó a tutearme, alusión clara a los tiempos de Munich. Sabe de mi interés en el programa de eutanasia y quiere subir a ese carro. Que permita que sea él quien presente el caso Kretschmar a Hitler este domingo, en el almuerzo. Luego, en la sobremesa, con el Führer interesado, nos acercaríamos juntos para precisar detalles. Me garantiza su apoyo a Brack (lo que, tras descubrir sus datos, se traduce en que me garantiza acabar con Brack si no acepto).; a cambio él quiere meter a Hefelmann. Por supuesto, todo son muestras de afecto y medias palabras.

No le concreto nada, pero sigo su juego de zalemas. En realidad, no tengo nada que perder. Bouhler es un tipo valioso y tiene la confianza del Führer; más vale que esté de mi lado. En todo caso, ambos seguiremos desconfiando mutuamente. La conversación derivó hacia temas genéricos, incluso familiares. El rato pasó agradablemente. Hacia las 13:00 salimos de nuevo a la Tiergarten-strasse. En el número 4 hay un palacete de dos plantas que parecía cerrado. Se lo señalé: ¿Qué te parece, Philipp? ¿Por qué? Repreguntó. La futura organización necesitará una sede, ¿no es así? Sonrió (es inteligente pero también vanidoso; en fin, todos lo somos).

Avisar a Brack que no haga nada con el asunto Kretschmar hasta que se lo indique. Elisabeth Morgenstern, una dactilógrafa de la oficina de Bouhler. A Brack le gusta y por eso confía en ella. Me pide Bouhler que no la delate. Estoy de acuerdo, que la chica siga pasando información de mi hombre. Le sugiero a Bouhler que quizá conviniera que la chica fuera amable con Viktor. Vuelve a sonreir. Cuando nos despedimos, me ofrezco a acercarle con el coche hasta la Cancillería, pero me dice que prefiere ir andando.


Notas: La primera foto es una vista de la Kemperplatz con la Rolandbrunnen de unos años antes a la narración (de 1926); no encontré ninguna contemporánea. La segunda foto es el Borgward-2300, en su presentación en la Feria del automóvil de Berlín de 1939; por lo visto, muchos jerarcas nazis usaron ese modelo, aunque quizá que lo tuviera Himmler a principios de abril de 1939 sea una hipótesis algo prematura. La tercera foto es una visión actual de la St. Matthäuskirche, en el barrio del Tiergarten. La cuarta y última foto es, efectivamente, del palacete que fue convertido por los nazis en la sede del Programa Aktion T-4. La banda sonora de este post es la continuación de la canción para los niños muertos de Mahler (creo que resulta indicada al "asunto Kretschmar").

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lunes, 9 de febrero de 2009

Gerhard Kretschmar (II)

La carta, el primero en leerla, fue Viktor Brack, otro más de los muchos bávaros que llenaban la Reichskanzlei. Este Brack, por entonces, estaría en la mitad de la treintena y llevaba ya tres años en Berlín, adonde había llegado directamente desde Munich. Se decía que era un hombre de Himmler, que había sido su chofer y que el propio jefe de las SS lo había colocado en la oficina de Bouhler, para estar siempre enterado de lo que tramaba el responsable de la cancillería del Führer. Yo, claro, no puedo asegurar la veracidad de esos chismes; pero sí notaba ciertos recelos entre Brack y Bouhler, y también entre éste y el Reichsführer-SS cuando se dejaba ver por la Cancillería. Y eso que los tres eran paisanos, pero los meridionales, pienso yo, gustan demasiado de las intrigas; o será que, como auténtica alemana de Prusia, no soy capaz de entenderlos.

En la oficina nos ocupábamos de leer, analizar y contestar toda la correspondencia que dirigían al Führer desde cualquier parte del Reich. Montones de cartas y, por supuesto, quienes las abríamos y hacíamos la primera selección éramos administrativos sin rango ninguno. Teníamos instrucciones precisas sobre el método a seguir, todo estaba bien organizado. La mayoría de los escritos, peticiones casi siempre, se respondían con fórmulas predefinidas y se pasaban para que los firmadores estampasen rúbricas idénticas a las de Hitler. Sólo un porcentaje minoritario se hacían llegar a los jefes. Así que no he sido del todo precisa; alguien la leyó antes de Brack y luego se la remitió. Pero me refería a que fue el Obersturmbannfuehrer (teniente coronel) el primero con rango que leyó la petición de Kretschmar.

Creo que era hacia mediados de marzo del 39, pero no podría asegurar la fecha exacta. Desde luego, ya estábamos en la nueva cancillería, el grandioso complejo de edificios que Speer había edificado en menos de un año. Cuentan que Hitler había quedado encantado con la obra de su arquitecto. Por fin quienes nos visiten sentirán la grandeza del Reich, les embargará el temor y reverencia que Alemania merece; algo así me contaron que exclamó. Sin duda, al Führer no le bastaba la que había sido residencia del gran Bismarck; en fin, un austriaco, si no entiendo a los bávaros ... Aunque he de reconocer que el espacio disponible se nos multiplicó y nuestras condiciones de trabajo mejoraron, sin duda.

Pero me desvío; de lo que me acuerdo es de que Brack me llamó a su despacho. No me gustaba Brack, ni físicamente ni por sus maneras algo viscosas; por eso me sentía incómoda cuando me ordenaba, como aquel día, tomar sus dictados. Estaba nervioso, de eso me di cuenta enseguida. En cuanto entré vino hacia mí y sujetándome por los hombros me llevó hasta su mesa; luego asomó la cara hacia el exterior y cerró la puerta. Elli, me dijo (odiaba que me llamase así, que se tomase esa familiaridad conmigo), lo que voy a dictarte es absolutamente secreto; nadie debe saberlo, ni siquiera el SS-Obergruppenführer Bouhler. Sé que puedo confiar en ti, añadió al tiempo que me acariciaba tímidamente la mejilla. Claro, Herr Brack, contesté; sabía que le molestaba que no le otorgase su rango en las SS y por eso lo hacía; al fin y al cabo, yo era personal civil, no tenía por qué saberme toda esa parafernalia de galones absurdos. Pero es verdad que le sonreí y hasta puede que le animara a creer que me gustaba; había que ser muy tonta para no darse cuenta de que se avecinaban malos tiempos y convenía tener asideros.

Bueno, empezó a dictarme una nota para el mismísimo Himmler. Me pidió que la mecanografiara directamente, pero aunque hubiese habido borrador taquigráfico, no lo conservaría; de esa oficina teníamos prohibido sacar cualquier papel. Pero me acuerdo del tenor general del texto. Le contaba al Reichsführer-SS que en un pueblecito sajón cercano a Leipzig había nacido un niño monstruosamente deforme y retrasado mental, y que su padre escribía a Hitler para que autorizase su muerte. Añadía que ésta podía ser la oportunidad para convencer al Führer de dar un impulso decidido a la Gnadentod en los términos en que habían discutido ese verano pasado en Munich. Acababa remarcando la importancia de que Bouhler no se enterase para que no les dejase a ellos sin el mérito que les correspondía. Yo claro que entendí lo que significaba Gnadentod: muerte compasiva. Sospeché también, cómo no, que Brack y Himmler querían aprovechar el ruego del desgraciado granjero sajón para legalizar la eutanasia en casos similares. Esas ideas eran bastante comunes entre los jerarcas del Partido y, por otra parte, tal como se expresaban en esos tiempos yo misma las compartía; había que carecer de humanidad para negar un final compasivo a criaturas como ese bebé. Quiero decir que no me podía imaginar entonces que ese Gerhard iba a ser el primero de tantos más, ni en lo que iría degenerando todo aquello.


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sábado, 7 de febrero de 2009

Gerhard Kretschmar

El domingo pasado, Lina me dijo que ya venía, que corriera a la aldea a avisar a Frau Blucher, la comadrona. Pomssen, doctor, apenas es un caserío y aunque nuestra casa queda a las afueras, en la carretera de Leizpig, no tardaría ni diez minutos en llegar al centro, a la casa de los Blucher en la Hauptstrasse. Otros diez minutos tardaría Anna en acarrear sus hierbas e instrumentos y lo mismo, algún minuto más quizá, en estar de vuelta. Lina no contestó a mi grito al abrir la puerta y sentí que una garra me aferraba las tripas, supe que algo iba mal. Subí corriendo las escaleras y me la encontré caída sobre el suelo del dormitorio, inconsciente y con una mancha oscura entre las piernas.

Anna Blucher entró tras de mí. Sacó unas hierbas de su bolso y se agachó junto a Lina, poniéndoselas bajo la nariz a la vez que le apretaba dos dedos en la base del cuello. Mi mujer gimió débilmente mientras abría los ojos asustada. Entre los dos la levantamos y la depositamos en la cama. La matrona me pidió que trajera un barreño con agua caliente. Cuando salía de la habitación, un aullido de Lina me heló la sangre. Fuera, me gritó Frau Blucher, y en su voz creí notar miedo.

El niño tardó casi toda la noche en salir, doctor. Esperábamos a Gerhard y fue este ser el que apareció. Lina, al verlo, gritó un sollozo animal, una especie de aullido de loba agónica. No lo quiso recibir y la comadrona lo puso en la pequeña cuna que yo mismo había fabricado. Allí empezaron las convulsiones, ese cuerpito informe sin piernas y con un solo brazo botando sobre el colchoncito, de la boca torcida babas y un angustiante balbuceo, los ojos sin mirada, con ese velo azul grisáceo; enseguida me di cuenta de que era ciego.

Ya era de día; pedí a Anna que avisara al médico del pueblo. Mientras esperaba, permanecí junto a Lina, que parecía haber enloquecido. Tan pronto se desvanecía en un sueño agitado como despertaba gritando. A veces se ponía a llorar y me pedía que la abrazase; otras gemía o me insultaba, golpeándome el pecho con sus pequeños puños. Por fin, tras un rato que se me hizo eterno, apareció Hans, el médico, un joven de Renania que lleva sólo unos meses entre nosotros. Lo primero que hizo fue inyectar un calmante a Lina; creo que también él se asustó al ver sus ojos de loca. Luego miró a Gerhard, al que debería haber sido Gerhard, y no pudo evitar que se les escapara, entre dientes, un Dios mío. El bebé seguía con sus convulsiones. Algo le pinchó también a él y enseguida ese cuerpecito quedó calmo y los inquietantes ojos ciegos se cerraron.

Hans me dijo que este niño probablemente no vivirá mucho. Me habló de anomalías genéticas, azares de la naturaleza que no son culpa de nadie. También me dijo que casi con toda seguridad el cerebro de este ser está dañado. Le pedí a Hans que aumentara la dosis de lo que le hubiera inyectado, que hiciera que el que tenía que haber sido mi hijo volviera a la nada de la que ha venido, que encontrara la paz y también nos la diese a nosotros. Pero Hans no quiso; es ilegal, me contestó. Y me dijo que lo trajese aquí, a esta clínica pediátrica, que hablase con usted, doctor Catel.

Ya ha visto al niño, doctor. Lleva dos días aquí, en Leizpig, y ya conocen a fondo su verdadera naturaleza. Sé que es un ser vivo, pero tiene que admitirme que esa no es una vida digna de ser vivida. Tiene que estar de acuerdo conmigo en que lo más humano, lo más compasivo es poner fin a los sufrimientos de ese cuerpo, tenga o no alma. Mi mujer sigue en cama, recuperando lentamente la cordura; pero no me atrevo a volver con Gerhard, temo que si lo vuelve a ver se abandone al desespero. Necesito que nos ayuden, doctor. Tenga piedad.

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jueves, 5 de febrero de 2009

La bella, el arquitecto y el pintor

En el post del pasado viernes, presenté a un joven Gropius que, sigo sin saber por qué, se refugia en un balneario de la Estiria austriaca, permitiendo así al destino que lo cruce con la bella Alma Mahler, de quien se enamora fervorosamente. Como ya conté, los amantes vuelven a verse en París en otoño de ese año. Luego los Mahler se van a Nueva York y regresan pocos meses después con el gran músico ya enfermo de muerte. Gropius, que yo sepa, no volverá a ver a Alma hasta que, en 1915, convaleciente en Berlín de heridas de guerra, ésta se presenta a visitarle. Para entonces, la bella llevaba tres años de tempestuosa relación con Oskar Kokoschka, quien parece que fue el gran amor de su vida. No obstante, en agosto de ese 1915, mientras Kokoschka estaba en el frente, Alma se casó con el arquitecto berlinés.

¿Por qué se casa Walter con la viuda de Mahler? ¿Seguía enamorado de ella, pese a saber que en los más de tres años desde su breve romance adulterino, ella había volcado su pasión en el genial y extravagante pintor? Intuyo que sí, que Gropius estaba enamorado y también que no las tenía todas consigo en cuanto a ser correspondido. Tengo la sensación de que se casó sin esperar nada de ella y, ciertamente, mantuvo hacia su mujer durante los pocos años que duró su matrimonio (y muchísimo menos tiempo de convivencia efectiva) un comportamiento exquisito, paradigma de la amabilidad serena, de una racionalidad ajena (casi) a cualquier atisbo de arrebato emocional. El prusiano frío y controlado frente a la vienesa ...

De hecho, esa tópica dicotomía entre pasión destructiva y serenidad creadora, parece que simboliza bien el dilema de Alma a principios de 1915, cuando, asustada por los excesos a que se está dejando llevar en la locura amorosa con el joven pintor, recuerda a Walter y decide recuperarlo, casi como si fuera un refugio al que acogerse huyendo de Kokoschka. La propia Alma escribe que de Walter quiere hijos, mientras que de Oskar obras. Y, en efecto, mientras Kokoschka parecía empeñarse en hacerse matar en multitud de ocasiones en multitud de escenarios de la Gran Guerra, Alma quedaba embarazada y daba a luz, en octubre de 1916 a Manon Gropius, la más bella y amada de sus hijos.

Ese aparente contraste entre los temperamentos del pintor austriaco y del arquitecto berlinés podría proyectarse a sus respectivas manifestaciones artísticas. Kokoschka es uno de los más arquetípicos representantes del expresionismo y este movimiento pictórico se resuelve en trazos y colores violentos, plenos de emotividad desatada. Gropius, en cambio, fundará la Bauhaus y, en gran medida, el Movimiento Moderno; su arquitectura será siempre racional, austera, contenida. Poco después de que Alma lo dejase para ir con Gustav Mahler a los Estados Unidos, el joven arquitecto y su socio Adolf Meyer, recibirían el encargo de la fábrica Fagus, a la que dedicarían todas sus energías creativas hasta el inicio de la guerra. En ese primer ejemplo de precisión y orden compositivo y funcional se contiene gran parte del ideario de la Bauhaus y del posterior Gropius americano. Y esa arquitectura, tan contrapuesta (aparentemente) a los cuadros que por la misma época pintaba Kokoschka, era la obra (creo) de un hombre enamorado.

Pero, a lo mejor, no hay tanta contradicción entre el Movimiento Moderno (hasta cierto punto asumido como un retorno al clasicismo) y el expresionismo, al menos en arquitectura o al menos en lo que se refiere a los arquitectos. Anoto nombres de arquitectos alemanes nacido en la década de los 80 (del siglo XIX, desde luego) separándolos (artificiosamente, como cualquier clasificación) entre "racionalistas" y "expresionistas": Walter Gropius, Hannes Meyer, Ludwig Mies van der Rohe, los tres directores de la Bauhaus, por ejemplo; Bruno Taut, Erich Mendelsohn, Hans Poelzig, Fritz Höger, en el "otro" lado. Pero, allá por el final de la Guerra, en un Berlín casi revolucionario, todos ellos, arquitectos de treinta y pocos, compartían muy parecidos ideales artísticos y sociales. Gente inquieta, llena de vitalidad, con afanes de ruptura purificadora, de creación casi ex nihilo. Entre las postrimerías de la Guerra y el asentamiento (si así puede calificarse) del nuevo régimen republicano, surgirán manifiestos, agrupaciones, talleres, iniciativas múltiples. Sólo una ha pasado a las primeras planas de cualquier historia de la arquitectura, la fundación en 1919 de la Bauhaus, por un Gropius quien, para entonces, ya sabía que su mujer (ella en Viena, él en Berlín) estaba enamorada de otro hombre que era el padre de su nuevo hijo.

La Gran Guerra: cuánto marcó a esa espléndida generación de artistas. No sólo a ellos, naturalmente, pero ellos estuvieron allí, viviendo, sintiendo lo que vivían y expresándolo. Digamos que se lo creían y, de esa forma, se creían (y se creaban) a sí mismos. De entre ellos, no tengo la impresión de que fuera Gropius el de mayor efervescencia creativa (atribuyo ese grado a Taut), pero probablemente sí fuera quien con más inteligencia práctica supo encaminar esas energías hacia moldes adecuados. Eran tiempos de crisis en Alemania; los expresionistas, ya que no podían hacer arquitectura, quisieron hacer cultura (manifiestos en vez de edificios); eso decían. Gropius convirtió los experimentos ideológico-culturales de Taut (la Glasserne Kette, por ejemplo) en un proyecto sólido, en una referencia para todo lo que vendría después.

Seguiré haciendo dicotomías fáciles (y falsas), y hablaré del triunfo de la racional línea recta de la Bauhaus, frente a la sensualidad emocional de la superficies curvas; es tentador oponer (con fines didácticos, por ejemplo) a Mies con Mendelsohn. Y, sin embargo, todos eran (casi) lo mismo. ¿Progresaría Gropius hacia la disciplina formal para encauzar su propia emotividad? O acaso esa disciplina era tan intrínseca a un carácter formado en los rígidos valores de la alta burguesía prusiana que no podría haber sido de otra manera. Compárense los tan distintos comportamientos de Walter y Oskar respecto a la mujer que ambos amaban; compárense las también tan distintas formas de expresión artística. Pero, con toda seguridad, estoy haciendo psicología barata.

Lo que es verdad es que la estética del Movimiento Moderno se impuso y, en cierta medida, relegó al expresionismo a un rincón de los manuales de historia de la arquitectura. Y pienso yo que no estaría de más detenerse algo más en esas obras y en esa panda de arquitectos algo locos que tuvieron su breve momento de gloria durante Weimar (de más está decir que la estética expresionista tampoco en arquitectura fue del gusto nazi). Me adelanto así a justificar que puede que caigan algunos posts sobre estas arquitecturas alemanas de los años veinte; gracias a internet estoy recordando (y ampliando) aficiones estéticas de mi época universitaria y de mis primeros viajes por centroeuropa.

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lunes, 2 de febrero de 2009

Las confesiones de un italiano

A Zafferano, con amor

Con un pie en la tumba, solo ya en el mundo, abandonado tanto por los amigos como por los enemigos, sin temores ni esperanzas que no sean eternos, liberado por la edad de esas pasiones que extraviaron demasiado a menudo mis juicios y de los efímeros espejismos de una ambición que no fue temeraria, no he recogido de mi vida más que un fruto: la paz de espíritu. Vivo contento con ella, y en ella confío. Es ésta la que señalo a mis hermanos más jóvenes como el más envidiable tesoro, y el único escudo para defenderse contra las seducciones de los falsos amigos, los embelecos de los cobardes y los abusos de los poderosos. Sólo me queda por hacer una última declaración, a la que la voz de un octogenario tal vez dé un poco de autoridad; y es que viví la vida como un bien; basta para ello con que la humildad nos ayude a considerarnos como infinitesimales artesanos de la vida universal y que la rectitud de espíritu nos acostumbre a considerar que el bien de muchos es superior con creces al de cada uno de nosotros. Mi vida temporal, como hombre que soy, toca a su fin; contento del bien que he podido hacer, y seguro de haber reparado en la medida de lo posible el mal que he causado, no me resta más que una esperanza y una fe: que esta vida se confunda pronto en el gran mar del ser.

Proviene este texto de las primeras páginas de Las Confesiones de un Italiano, novelón de más de mil páginas escritas en apenas nueve meses (entre diciembre de 1857 y agosto de 1858) por un entusiasta militante de la unidad italiana que sólo tenía veintiséis años, Ippolito Nievo. Claudio Magris, nada menos, dice en la presentación de la edición de Acantilado, que "es una de esas obras maestras, una de las poquísimas novelas italianas (como Los Novios, con la que puede rivalizar) que está a la altura de las grandes novelas europeas del siglo XIX". No puedo confirmar ese juicio porque acabo de empezarla; pero, por lo que he curioseado sobre ella y tras las cincuenta primeras páginas, promete.

Escritas en primera persona, el narrador comienza, como es frecuente en los novelones decimonónicos presuntamente autobiográficos, justificando el porqué de sus "confesiones" y, ya de paso, su filosofía existencial. El párrafo que he trascrito suena a testamento vital, como corresponde a un anciano de más de ochenta años (a quien da voz un veinteañero; qué audacia). Ha alcanzado la paz de espíritu y la considera el más preciado bien; coincido con él. Dice que vivió la vida como un bien y también estoy absolutamente de acuerdo: es nuestro único bien y hemos de hacerla buena, a ser posible durante todos los segundos que nos sea dado disfrutarla; nada de valles de lágrimas ni similares engañifas. Está el anciano contento del bien que ha hecho y convencido de haber reparado el mal que ha causado. Ojalá a sus años (o antes, para qué fiarlo largo) pueda decir yo lo mismo; es difícil, no obstante, no causar mal incluso sin querer, incluso queriendo hacer el bien (y entonces, remediarlo es difícil).

Y, por último, el narrador dice que sólo le resta la esperanza y la fe de que su vida se confunda en el gran mar del ser (se funda con el gran mar del ser). Me gusta eso del gran mar del ser, metáfora tomada del Canto I del paraíso de Dante (Ne l'ordine ch'io dico sono accline / tutte nature, per diverse sorti, / più al principio loro e men vicine; / onde si muovono a diversi porti / per lo gran mar de l'essere, e ciascuna / con istinto a lei dato che la porti), aunque en Nievo pierde las referencias teístas del florentino y sugiere una religiosidad sin Dios, que hoy se me asemeja mucho al budismo. En todo caso, como ya he dicho, me gusta eso del Ser eterno en el que nos disolveremos, perdiendo nuestra individualidad, con-fundiéndonos. Entre tanto, procuremos ser felices y ayudarnos a serlo.

PS: Para quien lea italiano, Le confessioni d'un italiano está disponible en internet.

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