sábado, 8 de octubre de 2022

¿Hay que probar que hubo consentimiento para no ser condenado por agresión sexual?

La disposición final 4.7 de la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre (la conocida como Ley del solo sí es sí) modifica el artículo 178 del Código Penal (el primero del Título relativo a los delitos contra la libertad sexual) añadiéndole dos nuevos epígrafes y cambiando el texto del primero, que pasa a decir lo siguiente: “Será castigado con la pena de prisión de uno a cuatro años, como responsable de agresión sexual, el que realice cualquier acto que atente contra la libertad sexual de otra persona sin su consentimiento. Sólo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”. 
 
Me llama la atención que se rebaja la pena máxima vigente, que pasa de cinco a cuatro años pero, obviamente, lo importante es la exigencia del consentimiento expresado de manera clara. Desde luego, incluir en la primera frase “sin su consentimiento” era absolutamente innecesario porque la falta de consentimiento es requisito definitorio del atentado contra la liberta sexual. Si se introduce esta obviedad es solamente para definir a continuación cuando ha de entenderse que hay consentimiento. Y aquí viene el problema sobre el que se ha escrito hasta la saciedad. 
 
La cuestión radica es que el legislador parece exigir que en el juicio sobre una presunta agresión sexual quede probado que la presunta víctima del delito expresó de manera clara su consentimiento. La práctica totalidad de las relaciones sexuales consentidas entre dos personas se realiza en la intimidad y, desde luego, finalizadas éstas, no queda ninguna prueba de ese consentimiento, salvo la palabra de ellos. ¿Qué pasa si posteriormente uno denuncia al otro de agresión sexual, asegurando que no dio el consentimiento? Parece muy poco probable que en el juicio se pueda demostrar que hubo consentimiento, por lo que habría que concluir que no lo hubo. 
 
Naturalmente, esta forma de proceder es frontalmente contraria al principio básico de la presunción de inocencia. La culpabilidad del reo hay que demostrarla y, por tanto, si dice que mantuvo relaciones sexuales consentidas hay, en principio, que asumir que así fue. La ausencia de constancia del consentimiento no puede llevar a concluir que no lo hubo; el tribunal habría de tener elementos de convicción suficientes para establecer que la víctima no dio su consentimiento. Si no es así, el denunciado debe ser absuelto. Conviene recordar que –en palabras del Tribunal Supremo– “mientras la condena presupone la certeza de la culpabilidad, neutralizando la hipótesis alternativa, la absolución no presupone la certeza de la inocencia sino la mera no certeza de la culpabilidad”. Que una persona haya sido absuelta de un delito no quiere decir que no lo haya cometido, sino simplemente que no se ha podido probar más allá de toda duda razonable. 
 
Durante las demagógicas discusiones de la Ley del solo sí me quedé con la impresión que sus impulsores pretendían que, en el caso de las agresiones sexuales, se partiera de la presunción de culpabilidad del denunciado. Pareciera que ponían por delante la credibilidad del denunciante (de la denunciante, porque solo se hablaba de agresiones a mujeres) frente al principio básico de la presunción de inocencia. Pero por más que esa intención se haya plasmado en el Código Penal, me resulta imposible de creer que se traduzca, durante los procesos judiciales, en que para la absolución del denunciado éste haya de probar el consentimiento. Para condenar, los jueces tendrán que convencerse, sin albergar dudas razonables, de que no hubo tal consentimiento; de no ser así, habrán de asumir que lo hubo y, consiguientemente, absolver. Como en cualquier otro delito, es preferible que los culpables sean absueltos a que un inocente sea condenado. 
 
Hay que decir que el texto vigente en el CP no es exactamente el mismo que el que inicialmente redactó el Ministerio de Igualdad, en el que se decía “que no existe consentimiento cuando la víctima no haya manifestado libremente por actos exteriores, concluyentes e inequívocos conforme a las circunstancias concurrentes, su voluntad expresa de participar en el acto”. Esa redacción provocó un rechazo generalizado del mundo jurídico (empezando por el Consejo General del Poder Judicial). Si se corrigió fue porque el propio Gobierno se dio cuenta de que chocaba frontalmente contra nuestro marco jurídico y, sería fácilmente tumbada por el Tribunal Constitucional. Aún así, no descartemos que alguno de los grupos opositores a la Ley la recurran ante el Constitucional. Entre tanto, habrá que ver cómo influye (si es que lo hace) en las sentencias de delitos de agresión sexual.

miércoles, 27 de julio de 2022

Xabiertxo

He estado, durante las dos últimas semanas, trayendo libros desde mi casa de Santa Cruz a la de Tacoronte. A ver si, antes de que acabe agosto, consigo vaciar la primera para ponerla en alquiler. Tengo la sensación de que, año y medio después, eso podría marcar una especie de cierre a este periodo de aturdimiento triste en que vivo desde la muerte de Luisa, que no termino de asumir del todo. Hace dos sábados, desmontamos los ocho módulos delanteros de mi librería chicharrera, los trajimos aquí en la furgoneta de la empresa de Héctor y los montamos sobre la pared del pasillo. Luego, casi todos los días, viajes de ida y vuelta a Santa Cruz para llenar en cada uno seis pesadas cajas y pasar no poco rato colocándolos ordenadamente. Ya están en sus nuevos sitios todas las novelas y la librería se ha llenado. Aún me queda un número similar de volúmenes por mudar, los que no son literatura de ficción. Para éstos habré de encontrar otros lugares: en los módulos de mi despacho o en los del cuarto que construí a unos cincuenta metros de la casa, junto al gallinero. ¿Para qué tanto esfuerzo? Lo más probable es que no vuelva a leer casi ninguno de estos libros que he ido acumulando casi desde la niñez (además, desde hace ya varios años prácticamente solo leo en formato electrónico). En la última novela de Fernando Aramburu –Los vencejos, 2021–, el protagonista ha decidido suicidarse en un año y durante ese plazo va dedicándose a deshacerse de sus pertenencias, especialmente de los abundantes libros que posee, abandonándolos en las calles de Madrid. Confieso que me tentó la idea aunque, desde luego, no tenga ninguna intención suicida. Pero no soy capaz de renunciar al fetichismo libresco que he padecido toda mi vida. Que quienes queden hagan lo que quieran con estos kilos de papel viejo. Además, lo cierto es que mi nueva librería ha quedado muy bonita en su nuevo emplazamiento. 
 
Pero de lo que quiero hablar es de un librito concreto. Se llama Xabiertxo y está escrito en euskera. Me lo regaló mi abuelo en algún veraneo donostiarra, calculo que en la primera mitad de los sesenta. Desde entonces lo he conservado aunque jamás pude leerlo (no sé euskera), ni supe nada acerca del mismo, hasta hoy cuando, junto a mis entrañables recuerdos de Papa Salva me ha invadido la curiosidad. Descubro así que el autor fue Isaac (Ixaka en vasco) López Mendizábal (1879-1977) y que lo publicó en 1925, durante la dictadura de Primo de Rivera. López Mendizábal fue un impresor y escritor tolosarra, de intensa vocación nacionalista y militante desde joven el partido nacionalista vasco. Su mayor empeño fue la promoción del euskera, lo que le empujó a publicar varias obras didácticas sobre la lengua. Además valoraba muy especialmente la enseñanza del euskera a los niños; por eso escribió diversos textos infantiles y fundó varias ikastolas en los años treinta, considerándosele un pionero a este respecto. Fue presidente del Euskadi Buru Batzar y concejal en su Tolosa natal tras las elecciones de 1931. Señalado por los franquistas, pasó a Francia al inicio de la Guerra Civil (su magnífica biblioteca fue quemada públicamente en una plaza de Tolosa) y de ahí se exilió en Buenos Aires donde fundó, en 1941, la editorial vasca Ekin. Hacia mediados de los sesenta, octogenario, regresa a Tolosa y vuelve a instalar una imprenta. Murió a los 97 años. 
 
Como ya he dicho, nada sabía de este buen señor. Hacia finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando en los veranos iba con mi abuelo a su librería de Eibar, no pocas veces me llevaba a comer a Vergara, Azpeitia o, aunque está algo más lejos, a la propia Tolosa. Fantaseo ahora que descubro a este buen señor que quizá, en alguno de los paseos por esa ciudad pudiéramos habernos cruzado con un viejito de mirada triste, de vestimenta formal y algo anticuada. Sigo desvariando y me imagino que mi abuelo, señalándolo, me habría dicho: “mira, es el autor de Xabiertxo, el librito que te regalé hace unos años”. No ocurrió ese encuentro tan improbable; además, dudo mucho que mi abuelo, que se instaló en San Sebastián al finalizar la Guerra, conociera a López Mendizábal o a nadie del mundo nacionalista, poco visible por entonces y contrario a su forma de pensar. 
 
La edición que tengo de Xabiertxo es de 1959, año en que nací. Por lo visto, fue publicada por fascículos grapados en el interior de la revista Karmel entre 1960 y 1961, la cual también desconocía completamente. Se trata de la revista en vasco de los carmelitas de Markina (Vizcaya) que se viene publicando desde y que actualmente está disponible en internet. Creo que nunca he estado en Markina (Vizcaya la conozco mucho menos que Guipúzcoa) pero pasare por ella cuando retome el Camino de Santiago por el Norte (el pasado septiembre hice las tres primeras etapas, hasta Deva; la siguiente acaba justamente en Markina). El conjunto formado por la iglesia, convento y fuente del Carmen es, por lo visto, uno de los principales atractivos del pueblo (declarado conjunto monumental por el Gobierno vasco). Allí han estado los padres carmelitas descalzos desde finales del XVII (con algunos periodos de ausencia por motivos políticos) y desde principios del pasado siglo se convirtió en uno de los centros más relevantes en la promoción de la cultura vasca, incluyendo especialmente el fomento del euskera. Seguramente, las actividades de estos frailes no serían muy del agrado de las autoridades franquistas, pero lo cierto es que la revista Karmel se publicó durante el pasado Régimen, si bien fue prohibida entre 1961 y 1970. Supongo que la tolerarían por su cariz religioso y además imagino que no preocuparían demasiado los eventuales tintes nacionalistas debido a su escasa difusión. En todo caso, habría gente que la leería por más que el idioma vasco estuviera muy sofocado en aquellos tiempos. 
 
Xabiertxo
fue elaborado para que los niños vascos aprendieran a leer en euskera y desde su publicación se convirtió en el libro más popular en las ikastolas anteriores a la Guerra Civil. En un programa de la televisión vasca con motivo de los noventa años de la primera edición, escucho que en el franquismo fue prohibido (no del todo cuando mi edición es de 1960) pero aun así se utilizaba en las ikastolas clandestinas. En ese mismo 2015 se organizó en Bilbao una exposición conmemorativa bajo el título Gure Xabiertxo (Nuestro Xabiertxo). Descubro así que este pequeño libro, que nunca he podido leer pero que he guardado siempre como amuleto sentimental, es algo así como un tesoro afectivo para muchos vascos, símbolo amado de sus infancias. López Mendizábal lo planteó a modo de sencilla enciclopedia que va paseando en brevísimos capítulos por las distintas materias del mundo y la vida cotidiana. Son fundamentales en la obra los dibujos que ilustran la mayoría de los epígrafes, cuyo autor fue John Zabalo Ballarín, Tkiki, uno de los mejores grafistas anteriores a la guerra, que también se exilió al finalizar aquélla (él a Inglaterra). Los dibujos son sencillos, de trazos nítidos y colores vivos, aunque en mi edición (que se realizó bastante austeramente) están todos impresos en monocromía verde. Me entero, gracias a un exhaustivo artículo de Koldo Ordozgoiti, que López Mendizábal presentó Xabiertxo a un concurso para seleccionar libros para enseñar a leer en las ikastolas. Por lo visto, la obra asombró al jurado que “encuentra en esa obra un euskera limpio y fácil, muy propio para niños; gradaciones de materias y textos, desde las más sencillas hasta otras más difíciles y que requieren mayor esfuerzo; fondo ameno y variado que hace el libro agradable e interesante, y en una palabra, esas condiciones especiales de divulgabilidad y de facilidad de comprensión”. 
 
Por supuesto, el libro responde a una visión claramente propia del humanismo católico, como correspondía al nacionalismo vasco de la época. El primer capítulo ya marca la orientación pedagógica; reza más o menos así (me apoyo en Google para traducirlo): “Dios es el autor de todas las cosas. Él hizo la tierra, el sol, la luna y todas las estrellas. La tierra, los ríos, las montañas, los mares, los ríos, las aves, los animales y todo lo que vemos en la Tierra está hecho por Él. Nos hizo suyos. Dios nos hizo para ser buenos, y luego, después de la muerte, para ser eternos. A él le debemos nuestra vida y todo lo que tenemos. Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón”. A continuación viene la presentación de Xabiertxo, el niño protagonista (Xavier era el nombre del hijo de López Mendizábal) y la piadosa exaltación de la familia: “Este niño pequeño es Xabiertxo.- ¡Buenos días, mamá! ¡Buenos días padre! - Buenos días, Xabiertxo. Los buenos días se deben dar al despertar. Padre y madre quieren mucho a Xabiertxo. Xabiertxo es muy bueno. Su hermana, Iziartxo, lo quiere mucho. Un buen hijo es la alegría de sus padres. Los buenos niños no se enojan entre ellos. Dios no quiere que nadie sufra daño. Todos somos hermanos y Dios quiere que todos nos amemos”. Y en ese tono se mantiene el resto del libro (aunque apenas he podido traducirme hasta ahora las primeras treinta páginas); como se decía hace años, una lectura edificante que hoy podría parecernos ñoña. En fin, me he entretenido un buen rato redescubriendo la historia de este pequeño libro, del que nada sabía. Y, de paso, me ha traído recuerdos viejos, de mi infancia donostiarra y de mi muy querido abuelo.

sábado, 2 de abril de 2022

Conferencia de Vladimir Pozner en Yale (2)

Ahora voy a leerles algo. Thomas Friedman, viejo columnista del New York Times, cuando sucedió esto, en 1998, llamó a George Kennan. No sé si todos ustedes saben quién fue George Kennan pero les diré que, en mi opinión, fue una de las mentes más excelsas en la política estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, el hombre que concibió la idea de la contención a la Unión Soviética en vez de la guerra y esta idea tuvo éxito, un hombre brillante que puso los cimientos de la política de EEUU respecto de la Unión Soviética. Así que Thomas Friedman lo llamó y tituló su artículo en el New York Times “Asuntos Exteriores; ahora una palabra de X”. ¿Por qué X? Porque en 1947, en la revista Foreign Affairs, George Kennan había publicado su artículo acerca de la contención y lo firmó con una X. Así que Friedman llamó a Kennan y le preguntó qué opinaba sobre la ampliación de OTAN. La fecha es 2 de mayo de 1988; cito: “Creo que éste es el comienzo de una nueva Guerra Fría. Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de modo bastante adverso y eso afectará sus políticas. Creo que es un error trágico. No hay en absoluto razón que lo justifique”. Esa decisión –y ahora estoy dándoles mi opinión– es la que marca realmente el comienzo de la relación ruso-norteamericana, el giro en la relación, si lo prefieron. Así es cómo comenzó. 
 
(Paréntesis: Kenan fue el autor del famoso "telegrama largo" que, como recuerda Pozner en esta conferencia, definió las bases de la política de Estados Unidos hacia Rusia durante la Guerra Fría. Hace ya más de diez años escribí sobre ese tema en este blog, aunque -como suele ocurrirme– la serie quedó inconclusa. Para quienes quieran consultar esos posts: 1, 2 y 3).
 
La reacción rusa a la ampliación de la OTAN en 1998 la expuso Yeltsin, el último Yeltsin, quejándose de que les habían prometido no hacer eso y añadiendo que cómo iba Rusia a creer a Estados Unidos cuando hacía una promesa. Ahora me gustaría plantearles un pequeño problema, una especie de cuestión matemática. Tomen el periodo desde que Gorbachov accedió al poder –marzo de 1885– hasta que Putin, en 2007, llevaba ya siete años en el cargo. Son 22 años. Les voy a preguntar una sola cosa: tanto en política interior como exterior, ¿qué hizo la Unión Soviética o luego la propia Rusia que molestara, enfadara o disgustara a los Estados Unidos? Déjenme responder: nada, ni una sola acción durante todo ese periodo. Pues bien, ¿qué logró Rusia como resultado de su comportamiento? Primero, la ampliación de la OTAN. Luego, el bombardeo de Yugoslavia desde el 24 de marzo de 1999 al 10 de junio, realizado por la OTAN que es fuertemente dependiente de Estados Unidos, operación que no fue autorizada por la ONU. Después, el reconocimiento de Kosovo, a pesar de que había sido parte de Serbia durante siglos. Ya por entonces hubo gente en Rusia que advirtió a Estados Unidos que estaban dejando salir al genio de la botella, porque si hacían eso habría otros países que harían lo mismo. Y Rusia hizo lo mismo.
 
Yeltsin estaba muy enfadado. En un discurso, muy de su estilo, dijo “no somos Haití, no pueden tratarnos como a Haití. Somos un gran país. Rusia tiene un gran pasado y volverá a ser grande, volverá”. Estaba verdaderamente muy enfadado. No usó un lenguaje políticamente correcto pero dejó ver claramente lo que pensaba. Finalmente, en 2000, Putin se convirtió en presidente de la Federación Rusa y una de las primeras cosas que hace es solicitar la entrada de Rusia en la OTAN. ¿Por qué no podría ser Rusia miembro de la OTAN? La OTAN fue creada para defender Europa –y quizás no solo Europa– de una invasión soviética; pero ya no existía la Unión Soviética bi tampoco el Pacto de Varsovia. ¿Por qué no crear una organización de la que seamos parte –dijo Putin– y actuar conjuntamente para protegernos de cualquier tipo de agresión? Se le respondió: “vete a paseo”, por decirlo brevemente. ¿Qué tal algún tipo de asociación o integrarse en la Unión Europea? De nuevo –todo lo que cuento está documentado– se lo negaron, eres demasiado grande, le dijeron; pero, al mismo tiempo, se le recordaba continuamente que Rusia ya no era un país importante. Ahora bien, una cosa que deben entender es que, incluso más que los estadounidenses, los rusos creen que tienen una misión, que su país ha sido elegido por el destino. De modo que la sensación de haber perdido su aura de grandeza, que les digan “ustedes no nos importan”, provoca en el ruso medio la reacción de sentirse insultado, de que no se le respeta. Así que el enfado fue gradualmente creciendo y enfocándose primero hacia Gorbachov; acusándole de haber vendido el país, de no haberse enfrentado a los norteamericanos. Y luego, lo mismo con Yeltsin. Les sorprendería saber lo impopulares que Gorbachov y Yeltsin son actualmente en Rusia, apenas un 5% los apoya. Precisamente por esta razón –hay también otros motivos de índole económica, pero no son los principales–. 
 
Así que ya tenemos a Putin quien, como es sabido, nada más ocurrir el atentado del 11 de septiembre, llamó a Bush hijo y ofreció su ayuda; y también dio ayuda en Afganistán. Les dijo a los americanos que si querían desplegar sus tropas en Asia Central, justo al lado de las fronteras rusas, que estaban invitados a hacerlo. No eran solo palabras: Putin quería combatir el terrorismo junto a Occidente. Pero no consiguió nada a cambio. Finalmente, el 10 de febrero 2007, en la Conferencia de Seguridad de Munich, dirigiéndose al G20 Putin dijo lo siguiente: “Creo que es obvio que la expansión de la OTAN no guarda ninguna relación con la modernización de la Alianza o con fortalecer la seguridad en Europa. Por el contrario, representa una seria provocación que reduce el nivel de confianza mutua. Tenemos el derecho de preguntar contra quién va dirigida esta expansión así como qué ha sido de las garantías que nos dieron nuestros socios occidentales tras la disolución del Pacto de Varsovia. ¿Dónde están hoy aquellas declaraciones? Nadie las recuerda. Pero me voy a permitir recordar a esta audiencia lo que se dijo entonces. Me gustaría citar al Secretario General, el señor Berner, quien en su disurso en Bruselas el 17 de mayo de 1990 dijo que el hecho de que no estuvieran listos para colocar el ejército de la OTAN fuera del territorio alemán le daba a la Unión Soviética una firme garantía de seguridad. ¿Dónde están esas garantías?” ¿Saben qué se le contestó a Putin? Sí, le dijeron, se dieron esas garantías, pero a la Unión Soviética y tú eres Rusia. Ante eso, ¿Qué tipo de reacción esperarían? 

 
 
El año pasado, en un discurso sobre política exterior, Putin dijo: “nuestro error fue confiar demasiado en ustedes y vuestro error intentar aprovecharse de ello”. Esta es la situación actual. Puede parecer que estoy culpando a los Estados Unidos; no quiero usar la palabra culpa. Ha sido una decisión política errónea. Ha sido esta decisión errónea la que ha conducido a este cambio en la actitud de Putin hacia Occidente y particularmente hacia los Estados Unidos. Lo que quiero decir es que ha sido la política estadounidense la que ha creado al Putin de hoy. Y lo realmente peligroso es que el que Vladimir Putin no confíe en Occidente, no confíe en Estados Unidos, hace muy difícil que salgamos de la situación en que nos encontramos. Quiero subrayar que estamos en una carrera armamentística, lo cual es terrible; que estamos en una nueva Guerra Fría que nos amenaza a todos; que el riesgo de un intercambio nuclear accidental ha crecido. Pero parece que ahora no tenemos miedo. Antes había manifestaciones en contra de las armas nucleares; ya no. La posibilidad de que una organización terrorista se haga con armas nucleares también ha crecido, y de que las usen haciendo que parezca que ha sido una de las potencias, no ellos.
 
Los principales medios rusos (mainstream), controlados directa o indirectamente por el gobierno, muestran una imagen extremadamente negativa de los Estados Unidos, de su política y demás aspectos. Pero para mi sorpresa, los principales medios norteamericanos hacen exactamente los mismo respecto de Rusia. Y me resulta sorprendente porque se supone que los medios estadounidenses son libres, a diferencia de los medios rusos que no pueden calificarse de libres (y lo dice alguien que ha trabajado en ellos); hay algunos medios opositores, emisoras de radio y periódicos, pero en absoluto tienen difusión relevante, se dirigen a un pequeño número de personas. De modo que las personas que en mi libro se llaman a sí mismas periodistas, no lo son. Esas personas han jugado y siguen jugando un papel destructivo creando el miedo, el rechazo y la desconfianza entre la gente de ambos países. Y el hecho de que no cuestionemos nuestros medios me parece realmente interesante; pero así es.
 
Me gustaría terminar con una cita de un hombre llamado Herman Goering. ¿Saben quién es? Quizá haya gente demasiado joven que no lo conozca. Bueno, fue la mano derecha de Hitler y mandó la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana. Fue juzgado en Nuremberg y sentenciado a morir ahorcado pero consiguió veneno –probablemente se lo facilitaron los soviéticos, desde luego, pues son gente venenosa, como es sabido–. Fue entrevistado por un periodista americano poco antes de suicidarse y dijo algo que creo que todos deberíamos recordar: “naturalmente, la gente corriente no quiere la guerra. No la quieren en Rusia, ni en Inglaterra ni tampoco en Alemania; es comprensible. Pero después de todo, son los líderes de los países quienes determinan la política. Siempre es un asunto sencillo arrastrar al pueblo, sea en una democracia parlamentaria o en una dictadura fascista o comunista. Con voz o sin ella, siempre se puede hacer que el pueblo siga las órdenes de los líderes. Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas como antipatriotas que exponen al país al peligro. Funciona igual en cualquier país”. Esto fue lo que dijo Goering y yo pienso que estaba completamente en lo cierto. 
 
Estamos siendo guiados por nuestros medios, por nuestros políticos en esa dirección en ambos países. Recuerdo un anuncio que vi en el que Morgan Freeman dice “estamos en guerra” y debemos tacatá tacatá tacatá … Freeman es un gran actor y por supuesto logra asustar al espectador. No hay nada que pueda yo hacer salvo hablar. Estoy contento de haber hablado aquí hoy como lo hago también en Rusia y seguiré haciéndolo mientras pueda. Porque tiene que haber voces que se levanten contra lo que está sucediendo. Estamos siendo manipulados. La forma en que se retrata a Putin es como si fuera peor que Hitler; la propia Hillary Clinton lo ha comparado con Hitler. No soy ningún admirador de Putin, créanme, pero no es así. Y desde luego, el presidente Trump … Bueno, incluso la prensa norteamericana no es nada positiva con él, en fin. Bueno, esto era básicamente lo que quería compartir con ustedes. Ahora estaré encantado de discutir con ustedes. Seguro que tienen preguntas. Lo que yo he contado de lo que ha pasado no puede ser discutido en el sentido de que son hechos. Pero cómo se interpreten es otra cuestión. Gracias de nuevo por escucharme y pasemos ahora a conversar.
 

viernes, 1 de abril de 2022

Conferencia de Vladimir Pozner en Yale (1)

El 27 de septiembre de 2018, el Programa de Estudios de Rusia, Europa del Este y Eurasia de Yale y la Beca de Periodismo Poynter recibieron a Vladimir Pozner, prestigioso periodista y locutor ruso-estadounidense. Pozner habló sobre el impacto de la política exterior de EEUU hacia Rusia después de la disolución de la Unión Soviética y compartió sus opiniones sobre una variedad de temas planteados por la audiencia. El video de ese acto está disponible en Youtube; lo he visto en estos días y me ha resultado muy interesante, especialmente para contextualizar –más allá de la propaganda simplista que recibimos desde los mass media– el "actual" conflicto de Ucrania (hay, desde luego, muchos otros textos y videos que conviene revisar para estos fines). Téngase en cuenta que, para aquellas fechas, si bien la hostilidad entre Rusia y "Occidente" ya era manifiesta, y también la situación en Ucrania (en su parte oriental) era de guerra civil con participación –directa o no– de Putin y salvajadas por ambas partes, la mayoría de nosotros apenas nos enterábamos (diríase que quienes deciden qué asuntos nos conciernen no se preocuparon por Ucrania hasta la invasión del pasado 24 de febrero). Por eso, la preocupación de Pozner por la gravedad de la situación resulta, vista en retrospectiva, más relevante. De modo que recomiendo que vean el video pero, para quienes se resisten al inglés, he traducido (con algunas licencias) y transcrito a este blog el contenido de la charla, aprovechando para hacer algunas digresiones a las que soy tan aficionado. Ahí va:
 
Quisiera decir un par de cosas sobre quién soy. Es importante que comprendan que no represento a nadie ni a nada, a ninguna organización política, social o de cualquier clase. Me represento a mí mismo. Soy un periodista independiente. Y esa es una especie que está desapareciendo en Rusia … y no solo en Rusia. Para mí es importante decir algunas cosas antes de la conversación abierta que tendremos luego. En primer lugar que estamos en un momento extremadamente peligroso. Nunca las relaciones entre Rusia –o la Unión Soviética– y los Estados Unidos habían estado a este nivel. Durante los peores tiempos de la Guerra Fría –tiempos que recuerdo muy bien porque yo vivía en la Unión Soviética– los rusos eran anti-Casa Blanca, anti-Wall Street, pero en su gran mayoría no eran anti-americanos. De hecho, había una especie sentimiento cálido hacia los americanos. Hoy es distinto. Hoy el antiamericanismo está enraizado en el pueblo ruso. Y eso obedece a una razón.
 
Otra cosa que me aterra es que ninguno de los dos lados parece tener miedo de las armas nucleares. Hace 30 años, muchos de los que tienen mi edad seguro que recuerdan la película americana “The Day After” que trataba sobre lo que te pasaba a ti y a tu país después de un ataque nuclear. Había miedo en los Estados Unidos, y también en la Unión Soviética; había un convencimiento de que si esas armas se usaban destruirían nuestros países. Hoy, cuando hablas con la gente, pareciera que no hubiese armas nucleares, pareciera que éstas no fueran un factor a tener en cuenta en cómo actuamos. Y el peligro de un intercambio nuclear no deliberado sino accidental ha crecido porque también ha crecido el nivel de desconfianza entre los dos países. En el pasado ha habido varias ocasiones en las que las computadoras alertaron ataques nucleares, pero nunca ocurrieron porque la gente se tomó el tiempo para comprobar esas alarmas. Si hoy se dispara un misil balístico intercontinental desde Rusia tardará unos diez minutos en llegar a los EE. UU (y viceversa, obviamente). Por tanto, no hay mucho tiempo para comprobaciones. Si hoy esas mismas computadoras erróneamente advierten en cualquier lado que se ha lanzado un ataque, creo que la respuesta sería inmediata.
 
No hace demasiado tiempo éramos optimistas, ¿recuerdan? Gorbachov, Gorby, Gorby, rusos, vamos a ser amigos … Y en un corto periodo de tiempo eso cambió, ¿qué pasó? ¿Por que hemos llegado a la situación actual? No estoy preguntando quién tuvo la culpa porque eso no conduce a nada. Pero deberíamos intentar entender qué sucedió exactamente. La Unión Soviética, a partir de Gorbachov, no duró demasiado. Gorbachov asumió el cargo en marzo de 1985 y en diciembre de 1991 la Unión Soviética dejo de existir. Algunos dicen que colapsó; no colapsó. En un lugar llamado Belavezha, que es una especie de bosque, tres presidentes, el de Ucrania, el de Bielorusia y el de la propia Rusia, Yeltsin, decidieron romper la asociación, disolver la Unión Soviética. Cada uno tenía sus propias razones, desde luego. Si nos fijamos en Yeltsin, su razonamiento era muy evidente: era el presidente de Rusia, de modo que era el número dos de Gorbachov, porque Gorbachov era el presidente de la Unión Soviética, de la que Rusia era parte, la parte más grande, pero solo parte. Si se deshacía de la Unión Soviética, ya no habría presidente y se habría deshecho de Gorbachov. Y eso es exactamente lo que hizo. De modo que se acabó la Unión Soviética y enseguida también el Pacto de Varsovia, lógicamente; es decir que la alianza militar con la URSS de los países que se llamaban satélites soviéticos dejó de existir.
 

Por cierto, recuerdo que el Tratado de Belavezha se firmó nueve meses después de que se celebrara un referéndum en toda la Unión Soviética en el que, con una participación del 80%, un 78% de los votantes se pronunciaron por la continuidad de la Unión. De hecho, bastantes personas –el propio Gorbachov entre ellas– cuestionó la legalidad del acuerdo de estos tres presidentes, pero ya se sabe que pocas veces la historia se mueve acorde a la legalidad.

 
En ese punto, los Estados Unidos tuvieron que plantearse cómo tratar con esta nueva entidad llamada Rusia. ¿Cuál había de ser la política de los US hacia este nuevo país? Por supuesto, Yeltsin también tuvo que pensar sobre cuál iba a ser la actitud rusa hacia los Estados Unidos. Recordarán que muy pronto después de que la Unión Soviética dejara de existir, creo que fue en febrero de 1992, Yeltsin viajó a los EEUU y se dirigió a la sesión conjunta del Congreso, donde dijo que el pueblo de Rusia estaba ofreciendo la mano al pueblo norteamericano en gesto de amistad para construir un mundo mejor sin guerra, un mundo en paz. Y eso es exactamente lo que quería la amplísima mayoría de los rusos. Y yo diría que incluso hoy la gran mayoría de los rusos querría tener, si no una relación de amistad, sí al menos de asociación. No tengo ninguna duda sobre esto. 
 
De modo que eso era lo que Yeltsin quería pero, ¿qué tipo de respuesta recibió? ¿Qué tipo de respuesta recibió Rusia? Los Estados Unidos podían escoger entre dos formas de tratar a Rusia. Una forma habría sido decir: vamos a tratar a Rusia como hicimos con nuestros enemigos después de la Segunda Guerra Mundial, con Alemania, Italia y con algunos de los países que fueron ocupados, como Francia, o que no fueron ocupados pero sí muy dañados, como el Reino Unido. Encontremos una manera para asegurar que en esos países no vuelvan los nazis ni los fascistas y que los comunistas no lleguen al poder (y hay que recordar que en aquellos días los partidos comunistas de Francia y de Italia eran muy poderosos). Y ese plan pasó más tarde a llamarse el Plan Marshall, que básicamente era una idea financiera consistente en gastar mucho dinero pero con un objetivo muy preciso: desarrollar ciertas cosas e impedir que otras se desarrollasen. Pues bien, podría haberse adoptado esa política hacia Rusia. Buscar que la democracia empezase a desarrollarse en ese país. Y déjenme decirle, solo para que conste, que nunca, en toda su milenaria historia, ha tenido democracia; ha estado completamente ausente. No saben lo que es. Así que in-vertir dinero en fomentar la democracia en Rusia y también en impedir que volvieran los comunistas habría podido ser una primera política. La otra opción era decir: durante cuarenta años habéis estado amenazándonos con bombas nucleares, ahora habéis perdido la Guerra Fría de modo que vais a pagar, vais a ser castigados por lo que hicisteis. En Estados Unidos ha habido gente que defendía el primer punto de vista y gente que defendía el segundo.
 
En 1992, Paul Wolfowitz (por entonces subsecretario de Defensa) elaboró un documento que extraoficialmente fue conocido como “Doctrina Wolfowittz”; el contenido de ese documento fue luego incorporado en la que fue llamada –esta vez sí oficialmente– “Doctrina Bush”. Ese documento fue filtrado al New York Times y pasó a ser público. Lo que básicamente sostenía era que los Estados Unidos no debían permitir nunca que cualquier país pudiera desafiarlos, debían mantenerse siempre como el país superior. Y los EEUU teníamos que decir a los aliados que no se preocupasen por desarrollar su propio armamento porque ya lo haríamos nosotros por ellos. Además, había que tener cuidado con Rusia porque no sabíamos cómo iba a evolucionar; el oso podría volver a levantarse sobre sus patas traseras y gruñir. Cuando el New York Times publicó el documento levantó protestas entre los liberales (en Estados Unidos las palabras liberal y conservador han perdido el significado que antes tenían de modo que cuando digo liberales no estoy seguro de usar la palabra correcta: digamos que mucha gente se indignó). Edward Kennedy dijo que se trataba de un documento imperialista que ningún país podría ni debería aceptar. Enseguida fue retirado y reescrito por Dick Cheney (quien desde ningún sentido podía calificarse de liberal) y por el Secretario de Defensa, Colin Powell. Pero se mantuvo el enfoque básico: Rusia y Estados Unidos debían seguir siendo las dos únicas superpotencias. Ese punto de vista fue el único aceptado y la actitud hacia Rusia fue: has dejado de ser una superpotencia, has pasado a ser un país de segunda categoría, de modo que estate calladito, por favor. 
 
Lo anterior se hace evidente al observar la política de Estados Unidos. Comencemos volviendo a Gorbachov y a las reuniones que tuvo en las que varias personas, algunas muy importantes, le pidieron que permitiese la reunificación de Alemania y el derribo del muro de Berlín. James Baker (cuando era Secretario de Estado con Bush) le dijo que si eso sucedía la OTAN no avanzaría ni una pulgada hacia el Este. Hay quienes dicen que esto es falso; sin embargo, no hace mucho, el 12 de diciembre de 2017, El Archivo de la Defensa Nacional de la Universidad George Washington desclasificó las minutas de las conversaciones entre Baker y Gorbachov y ahí aparece esta afirmación. Pero no fue Baker el único que le dijo esto a Gorbachov; había más personas ahí: los líderes de Alemania Occidental de aquellos días lo dijeron, y más gente. No estoy diciendo que Gorbachov hubiera podido impedir la reunificación alemana –no lo sé–, pero el hecho es que dijo sí. Y la OTAN se estuvo quieta en esos días, se estuvo quieta durante el mandato de Bush padre, se estuvo quieta durante los cuatro primeros años de Clinton … Pero en los siguientes cuatro años, en 1996 aproximadamente, se tomó la decisión de ampliar la OTAN con la incorporación de tres países: Polonia, la República Checa y Hungría.
Continuará ...

lunes, 14 de marzo de 2022

Crimea y Cataluña

La singularidad geográfica –una península avanzada en el Mar Negro y conectada por un estrecho istmo al continente– ha hecho de Crimea un territorio singular en el que sus habitantes han desarrollado a lo largo de los siglos una fuerte conciencia de identidad. No fue sino hasta finales del siglo XVIII, bajo el gobierno de Catalina la Grande, que la península fue incorporada al imperio ruso, arrebatada del dominio turco y trasladada a la esfera occidental, con todos los matices que queramos en lo que se refiere a la occidentalidad de los rusos. Al constituirse la URSS (1921), Crimea se convierte en una república autónoma, aunque integrada en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. Stalin se cepilló la autonomía después de la Segunda Guerra Mundial (también de paso a numerosos tártaros) y pocos años después, en 1954, siendo secretario general del PCUS Nikita Jrushchov (muy vinculado a Ucrania), Crimea fue cedida a esta Republica. Se trataba de una decisión poco más que meramente administrativa; al fin y al cabo, el Estado común era la Unión Soviética. La disolución de la URSS supuso, como es sabido, la independencia de las quince repúblicas que la conformaban –entre ellas Ucrania– cada una con los límites territoriales de la administración soviética. Ahora bien, en el nuevo estado ucraniano, Crimea gozaba de un régimen de autogobierno (reconocido en 1991 y limitado pero no suprimido en 1998). En términos étnicos –no me gusta nada esta referencia pero es obligada– la mayoría de Crimea era (y sigue siendo) rusa así como es el ruso el idioma más hablado. No obstante, parece que durante las dos primeras décadas de vida de Ucrania, los habitantes de Crimea no se sintieron incómodos como parte del nuevo estado. 
 

Sin embargo, las cosas se pusieron feas en 2013, a partir del Euromaidán (las manifestaciones europeístas de Kiev) y la posterior abolición de la ley de lenguas cooficiales, interpretada en Crimea como un intento de “ucranizar” la península. Durante los primeros meses de 2014 hubo varios incidentes en Crimea en contra del gobierno de Kiev que derivaron rápidamente hacia proclamas secesionistas. El 6 de marzo el Parlamento de Crimea aprobó por unanimidad la futura anexión a Rusia en calidad de república federada y la celebración de un referéndum. Naturalmente, ese referéndum fue declarado ilegal por las autoridades ucranianas. No obstante, el 16 de marzo se celebró el plebiscito en el que se hacían dos preguntas: la 1, si se estaba a favor de la unificación de la península de Crimea con Rusia como sujeto de la Federación; la 2 si se estaba a favor de la restauración de la constitución de Crimea de 1992 y del estatus de la península de Crimea como parte de Ucrania. Según las autoridades de Crimea, la participación fue del 83% y ganó la primera opción con la abrumadora mayoría de casi el 97% de los votantes. El 17 de marzo, a la vista de los resultados, el Parlamento de Crimea declaró el «Estado soberano independiente República de Crimea» y votó su anexión a Rusia. El mismo día, Putin reconocía la independencia. 
 

Lo acaecido en Crimea hace unos años y que acabo de narrar me pasó desapercibido en su momento. Ahora, con motivo de que la crisis ucraniana ha adquirido absoluto protagonismo mediático, me ha picado la curiosidad de bucear en unos antecedentes cercanos que tengo la sensación de que no fueron suficientemente informados por los medios occidentales. Al hacerlo, me ha llamado la atención las marcadas similitudes entre el proceso separatista crimeo y el catalán. De hecho, el llamado “procés” empezó en diciembre de 2012 cuando Artur Mas y Oriol Junqueras acordaron celebrar una consulta de autodeterminación en Cataluña; de modo que es bastante contemporáneo de la crisis de Crimea. Sin embargo, entre el aluvión de argumentos que usaron los independentistas catalanes para justificar el derecho de autodeterminación, no recuerdo que alguna vez se hiciera referencia a Crimea. Obviamente, no interesaba mencionar una situación motivada en gran medida por el antieuropeísmo y en la que los que apoyaban eran los malvados rusos (en cambio, Putin no tuvo inconveniente en “apoyar” el procés justamente porque le convenía debilitar a Occidente y defender el derecho de autodeterminación de Crimea). Tampoco durante estos años ni ahora en la crisis bélica he escuchado a ningún líder catalán justificar o al menos empatizar con los movimientos independentistas en las regiones prorusas de Ucrania. Mucha hipocresía. 
 

Pero, sobre todo, lo que más llama la atención es que cuando insistían en que el derecho de autodeterminación estaba reconocido internacionalmente (interpretando sesgadamente resoluciones de naciones unidas, como ya conté en este post) nunca se refirieron a la Resolución 68/262 sobre la integridad territorial de Ucrania, aprobada por la Asamblea General el 27 de marzo de 2014, apenas diez días después de que el parlamento de Crimea declarase la independencia. En esa Resolución se declara que, debido a que “el referendo celebrado en la República Autónoma de Crimea y la ciudad de Sebastopol el 16 de marzo de 2014 no contó  con la autorización de Ucrania” no tiene validez y, por tanto, “no puede servir de base para modificar el estatuto de la República Autónoma de Crimea o de la ciudad de Sebastopol”. De la existencia de esta Resolución me acabo de enterar, pero sin duda Puigdemont y sus colegas la conocerían de sobra cuando convocaron y celebraron el referendo del 1 de octubre de 2017. Es decir, sabían perfectamente que, al no contar con la autorización del Estado español, dicho referéndum habría de ser declarado nulo por Naciones Unidas (ni siquiera hizo falta). ¿Empujaban a los catalanes por una vía sin salida o alguno de ellos pensaría –no sin motivos– que la legalidad internacional es flexiblemente adaptable a los intereses de cada momento? En todo caso, lo cierto es que de ese plebiscito crimeo no se habló durante el tumultuoso periodo del secesionismo catalán.

sábado, 12 de marzo de 2022

Democracia y guerra

Democracia, etimológicamente significa –lo sabe todo el mundo– gobierno del pueblo. Por eso, cuando se evalúa el nivel democrático de un régimen solemos fijarnos casi exclusivamente en la calidad de los mecanismos electivos de sus gobernantes. Un régimen nos parece tanto más democrático cuando quienes gobiernan así como las decisiones que adoptan son acordes con la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. El corolario es que entendemos como antidemocrático que lo que quiere la mayoría no se lleve a la práctica o también que se impida a la ciudadanía expresar su voluntad. Eso justificaba, por ejemplo, el mantra de los independentistas catalanes: que el estado español no era democrático porque negaba que el “pueblo catalán” expresase su voluntad de autodeterminación. 
 
Naturalmente, la democracia no es solo eso. Desde luego, las elecciones deben ser limpias y sus resultados expresar la mayor representatividad posible (y muchos países democráticos dejan bastante que desear a este respecto). Pero no basta; tan o más importante es que funcione un sistema de contrapoderes y que todos los agentes se ajusten a las normas legítimamente aprobadas (Estado de Derecho). Parece bastante claro que Rusia (o China) están muy lejos de cumplir estas condiciones, mientras que, ciertamente, los países occidentales son bastante más democráticos, bastante más “estados de derecho”. 
 
No obstante, creo que los agentes que trabajan al servicio de estos estados de derecho están escasamente convencidos de la importancia de respetar los requisitos esenciales de la democracia. Por decirlo más claramente: estoy convencido de que la mayoría de ellos no tiene ningún reparo en saltárselas en la consecución de los intereses de sus respectivos gobiernos. A este respecto, la diferencia principal entre los regímenes autoritarios y los “democráticos” es que en los últimos se guardan mucho más de que estas acciones “antidemocráticas” (ilegales) sean secretas y no trasciendan. No es diferencia menor, en cualquier caso, porque limita mucho más las ilegalidades en los países democráticos que en los autoritarios, en los que los agentes del gobierno se sienten mucho más impunes, lo que les impulsa a ser más audaces. 
 
Si comparamos Estados Unidos y Rusia en estos aspectos (a pesar de que nuestros conocimientos son mínimos) creo que se verifica lo que acabo de decir. No hay más que ver la filmografía hollywoodense para comprobar que, en efecto, el gobierno norteamericano no tiene demasiados reparos en ejercer comportamientos frontalmente contrarios a las mínimas normas del Estado de Derecho. Ahora bien, el hecho de que los cineastas y escritores hablen sobre ello (y no sean censurados) ya es un indicador de que las deficiencias democráticas norteamericanas son menores que las de regímenes como el ruso o el chino (al menos, eso me parece). Aparentar no es lo mismo que ser, desde luego, pero mantener las apariencias es en sí mismo un freno. 
 
Lo que ya no tengo tan claro es que, en su política exterior desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos hayan sido más respetuosos con los principios democráticos que Rusia (o la antigua URSS). Basta repasar las intervenciones de los USA a lo largo y ancho del planeta para comprobar cómo lo único que le ha importado es hacer prevalecer sus intereses. Eso sí, ha procurado siempre justificar sus acciones con relatos edulcorados en los que suele recurrir a argumentos de fuerza mayor (que luego muchas veces se comprueban falsos, pero a esas alturas ya no importa). Los rusos, al ser un régimen autoritario, se han preocupado mucho menos por justificarse. Ahora bien, lo que se ha ido apreciando en los años de este siglo es que a los Estados Unidos (y a sus corifeos de Occidente) cada vez le importa menos justificar la legitimidad de las actuaciones en el exterior de sus fronteras. 
 
La Guerra Fría no acabó con el derrumbe soviético; no terminó entonces la división del mundo. Parece que es ley histórica que siempre haya de haber potencias que pretendan dominar el planeta, fundamentalmente para que sus élites se apropien de recursos y se garanticen su bienestar. Tiene pues necesariamente que haber enemigos, aquéllos que también quieren lo mismo o esos otros que ingenuamente querrían no dejarse avasallar. Pintamos pues al enemigo como malvadísimo (y antidemocrático, por supuesto) y en base a ello justificamos cualquier actuación en su contra, aunque sea contraria a las más elementales reglas democráticas (es decir, que si lo hiciéramos dentro de nuestras fronteras, seríamos imputados penalmente). Antes esas actuaciones se hacían en secreto, clandestinamente. Ahora no se ocultan, incluso algunas se retransmiten y celebran (por ejemplo, el asesinato de Bin Laden violando la soberanía de Pakistán). 
 
La guerra parece justificar saltarse los requisitos de la democracia. Supongo que ello obedece a que se reconoce implícitamente que es más fácil conseguir la victoria de esa manera, que las garantías del Estado de Derecho son inconvenientes, que el los comportamientos autoritarios resultan más ventajosos. No sé si tales conclusiones son ciertas; puede que sí pero no estoy del todo convencido. Lo que sí me parece claro es que la guerra (directa o indirecta) es el entorno perfecto para quienes prefieren actuar al margen de los controles democráticos. Pero, sobre todo, lo es para que la mayor parte de la población aplauda esas medidas, sin importarle sus carencias democráticas. De este modo, la guerra o simplemente la amenaza de guerra es el marco ideal para ir socavando los principios del Estado de Derecho (sobre todo en aquellos países, como el nuestro, en que muchos ciudadanos no los tienen profundamente interiorizados). 
 
No quiero entrar a discutir sobre Ucrania, pero es evidente que el actual conflicto es un escenario perfecto para comprobar lo que acabo de contar. Como estamos en guerra –según dice Borrell, aunque que yo sepa la Unión Europea no la ha declarado– hemos de adoptar medidas de castigo a Rusia, sin someterlas a los requisitos que el Estado de Derecho exige e incluso, algunas de ellas, de muy dudosa legitimidad (se me ocurre, por ejemplo, lo de desposeer a los millonarios rusos de sus fortunas en Europa y USA; podrá parecernos muy adecuado –son el apoyo de Putin y de esa manera los forzamos a que disuadan al sátrapa ruso de seguir con la invasión–, pero intervenimos su patrimonio saltándonos toda garantía jurídica). En fin, solo puedo hacer votos para que esta catástrofe acabe pronto y para que se refuerce entre la población civil la estima real por los valores democráticos (también, desde luego, en la de los países autoritarios), única vía para que el mundo vaya a mejor. Pero soy pesimista.

viernes, 11 de marzo de 2022

Lo que no me termina de convencer del liberalismo (2): la propiedad privada

El cuarto “principio” del liberalismo es, según Rallo, la propiedad privada que, siguiendo a Gerald Gaus (un filósofo político de la Universidad de Arizona muerto en 2020) incluye siete derechos bastante absolutos (la concreción extendida de los tradicionales romanos de uso, disfrute y disposición); parece que para el liberalismo no hay “función social de la propiedad”. Establece Rallo que “sin derechos de propiedad sobre el entorno resultaría imposible determinar quién está conculcando el derecho de libertad de quién” o –lo que viene a ser lo mismo– para poder ejercer la libertad individual (el derecho a vivir la propia vida como quiera) es imprescindible el derecho de propiedad en los términos definidos. Esta afirmación no viene argumentada y, de hecho, a mí no termina de convencerme. 
 
Estoy de acuerdo en que, para poder ejercer la libertad personal, es necesario contar con una cierta seguridad en el uso e incluso posesión de los recursos. Pero no creo que necesariamente esa seguridad haya de resolverse mediante la propiedad privada tal como la entendemos. Por ejemplo, no creo que el derecho del propietario a impedir que los no propietarios utilicen el bien sea imprescindible para que el propietario pueda ejercer su libertad. Evidentemente, no estoy diciendo que reconozca el derecho de nadie a usar algo que no es suyo, pero sí que ese derecho del propietario que reconoce Gaus podría decaer –mediante la pertinente regulación– cuando el bien está en manifiesto desuso, pensemos en viviendas vacías o fincas agrarias abandonadas. No alcanzo a entender por qué es imprescindible que el propietario pueda disponer absolutamente de sus propiedades para ejercer su libertad. Y dudas similares me asaltan respecto de otros derechos que el liberalismo asocia a la libertad. Pero –para que conste– no niego tajantemente la vinculación entre propiedad privada y libertad individual, pero no me convence de momento (a la espera quedo de mayores argumentos) que aquella –sobre todo entendida de forma tan absoluta– sea imprescindible para que pueda existir la segunda. 
 
La propiedad es legítima para los liberales cuando el bien se ha obtenido de forma pacífica, sin arrebatárselo a otro. La forma originaria de obtener la propiedad es mediante su ocupación o posesión cuando nadie lo ocupa o posee. Pero también por adquisición libre y voluntaria del propietario anterior. A mí, esto del origen pacífico de la propiedad me parece casi un cuento de hadas. Más ajustado a la historia me parece el famoso aserto de Proudhon de que la propiedad es un robo; de hecho, si nos fuéramos al origen, eso sería verdad en un altísimo porcentaje de los casos. No siempre, claro; el supuesto más claro de propiedad legítima es la que proviene del trabajo propio. Y aún así mucho habría que cuestionar; por ejemplo: si yo compro una vivienda con los ingresos de mi trabajo y al cabo de unos años, gracias a un funcionamiento del mercado que nada tiene que ver con mecanismos justos, ha doblado su valor, ¿es legítimo ese incremento de valor de mi propiedad? Podría argumentar –no lo haré ahora– que el aumento de valor de mi propiedad se produce a costa de limitar o impedir el ejercicio de la libertad de vivir sus vidas de muchos otros (personas indeterminadas) y consecuentemente, en cierto modo, también esta propiedad mía pasa a ser un robo. 
 
Luego está el siempre escabroso asunto de la legitimidad de las herencias. Como forma parte del derecho de propiedad transferirla a terceros, los liberales defienden el derecho absoluto a dejar en herencia los bienes (en cambio, sería contrario al liberalismo la obligación del propietario de dejar sus bienes o parte de ellos en herencia). Ahora bien, como es evidente, las herencias son la causa principal de las desigualdades de partida entre los seres humanos, la razón fundamental de que unos puedan ser libres desde que nacen (en el sentido de poder poner en práctica el proyecto vital lo que quieran) y otros tengan esa capacidad muy mermada. Pero lo que no entiendo es por qué es necesario para poder ejercer la libertad personal tener el derecho de legar tu propiedad; salvo, claro está, que el proyecto vital incluya resolver los proyectos vitales de tus descendientes.
 
Y es que, ya puestos, el rechazo que me produce esa concepción sacralizada de la propiedad privada es justamente el argumento que usa el liberalismo. Creo también en la necesidad de garantizar la posesión y el uso de los bienes materiales suficientes para ejerecr con libertad tu poryecto de vida, pero de ahí no deduzco como hacen los liberales que la propiedad es un derecho absoluto y sacrosanto. Yo la defendería hasta límites razonables, los suficientes (incluso con holgura) para ejercer la libertad personal. Pero no es necesario tener muchas mansiones, aviones privados, islas propias, etc para ser libre. Y es que, además, estoy convencido de que a partir de esos límites razonables, la propiedad privada siempre implica coerción sobre la libertad de los demás. Así que en este asunto de la propiedad –que es fundamental– no me terminan de convencer las tesis liberales.

jueves, 10 de marzo de 2022

Lo que no me termina de convencer del liberalismo (1)

Acabo de leer el libro de Juan Ramón Rallo (Liberalismo, 2019) en el que explica –bastante didácticamente a mi juicio– los principios generales del liberalismo como filosofía política. Siguiendo su propio esquema expositiva, voy a comentar los aspectos que no terminan de convencerme. 
 
Los dos elementos que Rallo dice que están en la base de la doctrina son el individualismo político y la igualdad jurídica. El primer principio supone asumir que es el individuo el sujeto de derecho y nada está por encima de él, rechazándose por tanto filosofías colectivistas que anteponen grupos, instituciones o entidades a los derechos individuales (nacionalismos, fascismos, comunismos). Estoy plenamente de acuerdo, así como con la cita de Robert Nozick que aporta: “No existe ninguna entidad social por cuyo bien merezca sacrificarse. Sólo existen personas individuales, personas individuales diferentes, con sus propias vidas individuales. Instrumentar a alguna de estas personas para beneficiar a otras sólo supone usarlo a él y beneficiar a otros. Nada más. Lo que sucede es que se le hace algo a él en el interés de otros. Remitirse a un bien social general sólo encubre (¿intencionadamente?) este hecho”. 
 
El segundo principio básico –la igualdad jurídica– supone reconocer a todos los individuos los mismos derechos con independencia de sus características personales (no cabe la discriminación). Ciertamente también estoy de acuerdo y pareciera que nadie podría no estarlo. No obstante, hay que matizar un par de puntos. El primero, que esta igualdad de derechos es “de partida”; en el transcursos de sus vidas, los individuos van ampliando (o no) sus derechos y, consiguientemente, se van produciendo desigualdades en las capacidades de ejercicio de los mismos. En segundo lugar, el debate que a este respecto se abre es si cabe la “discriminación positiva” que se supone que tiene por objeto corregir situaciones de desigualdad en las que no se verifica que todos tienen los mismos derechos. 
 
El tercer principio es el derecho de todo ser humano a la libertad, entendiendo ésta como la capacidad a vivir como cada uno quiera (obviamente, sin que ese plan de vida suponga impedir o dificultar el plan de vida de cualquier otra persona). Para el liberalismo, este derecho básico es sobre todo “negativo”; es decir, se ejerce exigiendo a los demás (y a las instituciones, claro) que se abstengan de hacer nada que interfiera en su plan de vida. También estoy plenamente conforme con este principio en la esfera privada, pero no lo tengo tan claro en sus consecuencias cuando el ejercicio de esa libertad influye en los demás; es en ese ámbito –el económico– en el cual el liberalismo es más cuestionable. 
 
Rallo no elude el meollo del conflicto “ideológico” a este respecto que no es otro que la incompatibilidad entre las concepciones igualitarias de la justicia distributiva y el liberalismo. Las decisiones libres de los individuos dan lugar a distribuciones desiguales de los bienes y cualquier actuación que tenga por objeto “corregir” esas desigualdades implica necesariamente coaccionar la libertad individual. Así, en el liberalismo no cabe el famoso aforismo que Marx cita (no lo acuñó él) en su crítica al programa de Gotha (1875): “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades” porque ello convertiría a cada individuo en esclavo de la sociedad. A mí, sin embargo, esa vieja máxima (que, por cierto, entronca bastante con la tradición evangélica) me parece bastante razonable en un mundo en el que los recursos son escasos y los humanos no tenemos las mismas capacidades. No digo que haya que aplicarla radicalmente, aboliendo toda desigualdad. Pero ciertamente, el derecho de que te dejen vivir como quieras no es para mí sacrosanto aunque admito que cualquier coacción sobre el mismo debe estar justificada. 
 
Así, en el ámbito económico, no creo que hayan de respetarse las desigualdades derivadas del ejercicio de las libertades individuales sin imponerles límite. Y ello porque, desde punto de vista práctico, si esas desigualdades son muy grandes los efectos nocivos sobre la sociedad (sobre el conjunto de los individuos) son mayores que los beneficios de la libertad. Pero, además, en términos más teóricos, porque estoy convencido de que si se llega a tan exageradas desigualdades es porque esa libertad individual se está ejerciendo limitando el ejercicio de las libertades de muchísimos más, aunque esas coacciones no sean evidentes (entre otras cosas, porque están integradas en el sistema). 
 
Pero es que incluso fuera del ámbito económico, dudo mucho que se pueda sostener el ejercicio absoluto de este derecho a la libertad (a que me dejen actuar como quiero). Ejemplo muy reciente es el debate sobre la vacunación u otro ya largo pero sin zanjar, el derecho de los padres a decidir la educación que deben recibir sus hijos (como explica Rallo, los padres tutelen el derecho de sus hijos). De modo que, a este respecto, mi posición es que todos tenemos derecho absoluto a que nos dejen hacer lo que queramos siempre que esas acciones sean completamente inocuas para los demás. Ahora bien, a partir de que lo que queramos hacer tenga efectos en los demás, habrá en cada caso que dilucidar hasta dónde llega nuestro derecho a la libertad o, dicho a la inversa, hasta dónde está justificado que nos lo limiten.

sábado, 19 de febrero de 2022

¿Es VOX el lobo ferox?

Parece haber un consenso entre la progresía sobre la gravísima amenaza para los derechos y libertades que supone el que VOX acceda a parcelas de poder en las instituciones. Se califica al partido de Abascal de extrema derecha, enlazándolo directamente con los fascismos de los años treinta de trágicas consecuencias tuvieron para Europa. En mi opinión, no es para tanto. 
 
Ciertamente, los fascismos acabaron con la democracia en sus respectivos territorios imponiendo regímenes dictatoriales. Los nazis lo hicieron por la vía directa, suprimiendo el parlamento (empezó con la quema del Reichstag), mientras que Mussolini lo mantuvo pero solo como un coro de aduladores sin oposición real (muy parecido a lo que fueron las Cortes franquistas). Ahora bien, no olvidemos que también desapareció la libertad política en los regímenes comunistas y en ellos esa ausencia duró bastante más tiempo (incluso puede que no haya regresado aún del todo). 
 
La tentación de esquivar los mecanismos democráticos sigue, en cualquier caso, entre la mayoría de nuestros políticos, sean de extrema derecha o no. Pero, obviamente, ninguno de ellos la reconoce. Tampoco los de VOX que declaran siempre que acatan escrupulosamente las reglas de juego democráticas. Podemos creerlos o no, pero lo cierto es que –que yo sepa– hasta ahora no han dado ningún motivo para que se los pueda acusar con base de tendencias dictatoriales. De otra parte, aunque pretendieran cargarse los mecanismos democráticos, ¿piensa alguien seriamente que eso es posible en nuestro contexto? Yo creo que no (o que, en todo caso, los riesgos en ese sentido no provienen actualmente de VOX). 
 
Además de su voluntad dictatorial, otra de las características de los fascismos de la primera mitad del siglo pasado fue su ideología totalitaria, atribuyendo el control casi absoluto de la economía al Estado (lo mismo que pretendió el franquismo durante la primera etapa autárquica, bajo el predominio ideológico de los falangistas). El programa económico de VOX, por el contrario, es extremadamente liberal, propugnando la mínima intervención del Estado; muy en la línea de la escuela de Chicago, diría yo. 
 
¿Dónde radican, a mi juicio, los meollos del miedo a VOX, los argumentos para tildarlos de ultraderecha? Básicamente en la exaltación del nacionalismo unitario español, el rechazo a los inmigrantes, la complacencia hacia el franquismo y, sobre todo, la oposición al discurso oficial sobre las mujeres, la sexualidad y los movimientos LGTBI. Desde luego, en ningún documento oficial de VOX –ni siquiera en ninguna declaración de miembros destacados del partido– encontraremos frases abiertamente inaceptables sobre estos temas (que el franquismo no fue una dictadura, que hay que prohibir la inmigración o que los inmigrantes son inferiores a los españoles, que la violencia contra la mujer es justificable o que la homosexualidad es una enfermedad). Pero, ciertamente, su apartamiento de lo “políticamente correcto” en estos asuntos sugiere a los oyentes que están en posiciones radicalmente contrarias. 
 
Y es que tengo la impresión de que son estos asuntos los que explican el éxito de VOX. Los votantes de VOX, pienso yo, reaccionan cabreados contra los discursos oficiales en estos asuntos (o quizá contra la insistencia en los mismos) y reclaman un partido que los cambie; creo que reclaman medidas que ni siquiera VOX propone. Extrapolando los resultados de las recientes elecciones castellano-leonesas, un 17% de los votantes (téngase en cuento que la abstención fue del 37%) responde a ese perfil. El problema no es que exista VOX, el problema es que un porcentaje significativo (pero no muy significativo) de la población esté en contra de la “narración” que se nos hace. Y uso la palabra “narración” con toda intención. Porque sospecho que el porcentaje de gente que está en contra de las políticas reales (las que se traducen en actuaciones) es bastante menor. Pero desarrollar esta intuición me llevaría a entrar en cada uno de los asuntos conflictivos que conforman los distintos caladeros de votos de VOX, lo que ahora no puedo hacer. 
 
Ahora bien, la cuestión urgente es qué hay que hacer frente a VOX ahora y en los próximos meses. De entrada, diré que estoy convencido de que van a entrar en el gobierno de Castilla y León así como en todos aquellos en los que el PP los necesite, de modo que mi pregunta es superflua. Lo único que les interesa a todos es el poder y los principios e ideologías son meras excusas para comprar los votos y alcanzar el objetivo (en esto de los principios, el marxismo –el de Groucho– se ha impuesto hace mucho). Entonces, ¿que VOX pille cargos es una catástrofe, como se afirma en no pocos medios? Yo creo que no (como no lo ha sido que Podemos, a quienes muchos califican de extrema izquierda, esté en el gobierno de la nación). Sin duda, influirá en cambios cosméticos y retóricos, pero apenas alterará nada, ni en inmigración, ni en las políticas de violencia de género o sexuales, ni en nada. Por el contrario –como está ocurriendo con Podemos– se enfrentará a sus contradicciones (o, más bien, a las contradicciones entre lo que les piden sus votantes más fachas y lo que pueden e incluso están dispuestos a hacer sus dirigentes). En mi opinión, que VOX participe en gobiernos es lo mejor que puede ocurrir al sistema democrático. 
 
Lo que a mí me da más miedo es que se use a VOX para desviar la atención de otras movidas más sutiles para socavar la democracia real desde dentro, por obra y gracia de los partidos que se llenan la boca de proclamas democráticas. Y, de otra parte, lo que me preocupa –y que parece no preocupar a estos dirigentes tan “demócratas”– es que puedan estar creciendo los descontentos que se escoran cada vez más hacia ideas fachas. No creo ni que VOX sea el problema (tan solo un síntoma) ni mucho menos que merezca la pena preocuparnos tanto por ellos.

domingo, 23 de enero de 2022

Nobody sings Dylan like Dylan: You angel you

Entre los incontables frikys dylanólogos he descubierto a un tal Jay Ess (no sé si es seudónimo o nombre real) que se ha dedicado a recopilar versiones de temas de Dylan cantados por otros intérpretes. En 2011 abrió un blog y allí, en solo siete entradas a lo largo de una década, ha ido dejando constancia de las versiones que agrupa en volúmenes (supongo que pensados como cedés). Si no me he equivocado al contar, Jay Ess relaciona un total de 668 versiones agrupadas en 41 volúmenes, creo que prácticamente todas interpretadas en conciertos. 

Parecido trabajo recopilatorio lo llevaba haciendo David Plentus, cuyas webs sí había visitado en diversas ocasiones. Pero Plentus murió repentinamente la noche del 13 al 14 de enero de 2011 mientras dormía en su casa de East Taunton, Massachussets (su localidad natal) a causa de un incendio. Tenía 54 años y pocas horas antes había escrito la que sería la última entrada de su blog en la que reseñaba el álbum con canciones de Dylan que acababan de publicar los Jacksons Garden, una banda danesa. Ese blog sigue accesible pero la web en la que mostraba su base de datos de versiones dylanescas ya no. Una pena que su trabajo no haya tenido continuidad pero, por lo que he curioseado, parece que Plentus era un hombre solitario. 


En fin, el caso es que hace unos días –por motivos que no vienen al caso– estuve recordando una canción de Dylan que no es demasiado conocida; me refiero a You angel you, incluida en Planet Waves, álbum publicado en enero de 1974 con el acompañamiento de The Band. Se trata de un tema sencillito, bastante pop, lo que probablemente sea el motivo de que los dylanólogos más rigurosos lo exilien al rincón de las obras menores (leo en alguna parte que ni el propio Dylan le cogió cariño). Sin embargo a mí me gusta, puede que porque Planet Waves fuera de los primeros discos que escuché del genio de Duluth, cuando todavía era muy joven y sin prejuicios. Después de escucharla un par de veces, se me ocurrió buscar covers de otros cantantes y con esa idea revisé los posts de Jay Ess.

Pero en su blog solo menciona la versión de los Alpha Band del 6 de diciembre de 1976 en el Paul's Mall de Boston.  No conocía a este grupo ni por supuesto había escuchado nada de ellos. Me entero ahora que se formó en 1976 con músicos que habían participado en la mítica gira de Dylan Rolling Thunder Revue y que aguantaron juntos al menos hasta 1978, publicando tres elepés. El You angel you lo grabaron en su segundo álbum (Spark in the Dark, 1977) y es una versión más acelerada y rítmica que la original, un poco excesiva para mi gusto. Creo que la voz principal es la de T-Bone Burnett, quien fue guitarrista de Dylan durante los setenta. Y la enérgica batería corresponde nada menos que a Ringo Starr.


Aunque Jay Ess no haya aportado más versiones de este tema, las hay; basta buscar en Youtube o Spotify. Seguramente la más conocida (dentro de lo poco conocidas que son todas) es la que hizo la banda británica Manfred Mann's Earth Band en Angel Station, álbum de 1978. La versión, se amolda al estilo progresivo de la banda pero sigue manteniendo un aire optimista y pop; el resultado es cuando menos simpático. Aprovecho para señalar que en la discografía de los Manfred Mann aparecen no pocos temas de Dylan.


Anterior a las dos versiones citadas –de hecho, cronológicamente es la primera que he encontrado– es la que grabaron los New Riders of the Purple Sage en su quinto disco de estudio, Brujo, de 1974, el mismo año de Planet Waves. Este grupo fue uno de los muchos que surgen en el San Francisco psicodélico de finales de los sesenta (Jerry García, el mítico líder de los Grateful Dead, llegó a estar entre sus miembros) y alcanzó cierta notoriedad en el country-rock; una banda interesante que merece escucharse. Su You angel you es bastante fiel al tema original, aunque la voz no es la de Dylan, claro. 


La última versión que he encontrado es también la más reciente. Interpretada por una cantante de jazz que desconocía, Eryn Shewell (nacida en 1984), está grabada en un disco homenaje que le hizo a Dylan la ciudad de Philadelphia con motivo de su septuagésimo cumpleaños (Dylan 70: Philadelphia pays tribute to a legend, 2011) y en su álbum de 2012 Children at play. Es una versión muy melódica, algo "vintage" y con una presencia muy fuerte de la guitarra acústica. Pero no está nada mal.


Y acabo este ramillete de versiones con una del propio Dylan en un concierto londinense en 1990. Hay quienes opinan que quien más cambia las canciones de Dylan es el propio Dylan en sus actuaciones y no me parece un afirmación desencaminada (aunque los resultados de estas variaciones no sean muy afortunados en la mayoría de la ocasiones). Leo en la propia página de Youtube que You angel you solo ha sido interpretada en vivo por Dylan en dos ocasiones; la otra ese mismo año de 1990 en Pennsylvania. Como dije al principio, no parece que sea de sus temas apreciados.

domingo, 9 de enero de 2022

Hijos predilectos de Madrid

En 1961, durante la alcaldía de José Finat y Escrivá de Romanía, conde de Mayalde –personaje muy representativo de los vencedores en la Guerra Civil–, el Ayuntamiento de Madrid aprobó su Reglamento para la concesión de distinciones honoríficas. Los dos títulos más importantes que otorga la capital son el de Hijo Predilecto e Hijo Adoptivo; lo único que los diferencia es haber nacido o no en la Villa y Corte. Reza el artículo 4 que estas distinciones sólo podrán recaer en quienes por sus destacadas cualidades personales o méritos señalados, y singularmente por sus servicios de beneficio, mejora u honor de Madrid, hayan alcanzado alto prestigio y consideración general indiscutible.
 
No he logrado encontrar el listado oficial de quienes han recibido estas distinciones. Hace unos días eldiario.es publicó una relación de estos nombres pero advirtiendo que podría no estar completa. Solo hay en esa relación cinco Hijos Predilectos: Rafael de Penagos, Beltrán Osorio, Duque de Alburquerque, Plácido Domingo, Julio Iglesias y Arturo Soria. Ahora va a añadirse Almudena Grandes, a pesar de que el alcalde cree que no merece este reconocimiento de su ciudad natal. Todos los hijos predilectos han sido nombrados por ayuntamientos del PP; los títulos que han concedido los gobiernos de izquierda han sido a hijos adoptivos. 
 
A Rafael de Penagos (1924 – 2010) lo distinguieron en 1994 –el alcalde era Álvarez del Manzano– cuando tenía 70 años. Fue un escritor (premio nacional de Literatura en 1964) y prolífico actor de doblaje. Yo, la verdad, nunca hasta ahora supe de su existencia: no leído nada de él y desconocía que las voces de no pocos actores que he escuchado eran la suya. Ignoro también qué servicios ofreció a Madrid, aunque me permito dudar de que tuviera una consideración general indiscutible, pues no creo que tanta gente lo conociera. 
 
Beltrán Osorio, duque de Alburquerque (1918-1994) fue un aristócrata, jefe de la Casa de don Juan de Borbón y apasionado de la hípica. También lo condecoró el gobierno municipal de Manzano en 1994. Y, al margen de que Jaime de Peñafiel lo calificara como “el último caballero español”, tampoco tengo conocimiento de cuáles son los méritos que justifican la concesión de tan importante honor; los que fueran no serían, desde luego, de reconocimiento general.
 
Plácido Domingo (1941) sí es bien conocido. Lo premió la alcaldesa Ana Botella en 2013, debido a su gran prestigio lírico (indiscutible) pero, sobre todo, por su fidelidad y “pasión infinita” por Madrid. Desconocía que el tenor sintiera tan grande pasión y no sé en qué actos de su carrera profesional la ha manifestado, salvo precisamente en la época en que se le concedió la distinción, muy vinculada a las ansias de la alcaldesa de traer las Olimpiadas a la capital (de hecho, quería que fuera abanderado de éstas). Pero bueno, admitamos que este hombre pudo en su día haber estado al servicio de Madrid, aunque desde luego nadie diría que ésa sea una nota que lo define. 
 
De Julio Iglesias (1943) no hace falta explicar quién es; sin duda es el más famoso de los hijos predilectos. Fue condecorado en 2015, también por Ana Botella en razón de su brillante y meritoria carrera artística (adjetivos ambos que a yo no suscribiría, pero para gustos) así como por su condición de madrileño y español universal. De nuevo me pregunto en qué habrá consistido su contribución al engrandecimiento de la capital, pero parece que esa cuestión –por más que así lo diga el Reglamento– no ha sido demasiado relevante para las propuestas peperas. 
 
Y el último hasta ahora es Arturo Soria (1844-1920), nombre que muchos solo identificarán con la correspondiente avenida madrileña. Ingeniero de profesión, Arturo Soria es una de las más grandes figuras del urbanismo español y su actividad en ese campo estuvo volcada muy especialmente en Madrid, sobre todo con su sueño de la Ciudad Lineal, como modelo alternativo de urbanización. Aprovechando el centenario de su muerte, el Pleno del Ayuntamiento presidido por Almeida, a propuesta de la Junta Municipal de Ciudad Lineal, en enero del año pasado, lo nombró hijo predilecto de la ciudad. Me parece evidente que, a diferencia de los anteriores, sus méritos lo hacen merecedor incuestionable de la distinción y así lo entendieron todos los concejales que lo votaron por unanimidad (lo que no ocurrió con los otros). 
 
La propuesta para ahijar a Almudena Grandes partió de los concejales de Recuperar Madrid, grupo escindido de Mas Madrid. Almeida necesita sus votos para poder aprobar los presupuestos de este nuevo año y los antiguos colaboradores de Manuela Carmena le han puesto como condición, entre otras, que la escritora recientemente fallecida recibiera este honor póstumo (ya lo habían intentado en noviembre sin éxito al votar en contra PP, C's y Vox). El alcalde ha aceptado, si bien a regañadientes y afirmando que, en su opinión, Almudena no lo merece. Naturalmente, el alcalde piensa eso porque es contrario a la ideología de la novelista, una roja confesa. Sin embargo, toda la trayectoria de la Grandes ha estado coloreada por su pasión por Madrid que ha volcado apasionadamente en sus libros. Y esos libros, además, han sido muy leídos tanto en España como fuera de ella. Así que pienso que hay motivos de sobra para que forme parte de los hijos predilectos de la Villa, como parece que así ocurrirá en breve plazo.
 
Es lamentable que hasta para reconocer los méritos se usen baremos ideológicos. Podrá no caerte bien Almudena, incluso podrás detestarla, como le ocurre a muchos que conozco. Pero es difícil negar que ha sido una de las grandes literatas de nuestro tiempo y que Madrid fue una constante en su obra. Imagínense lo ejemplar que sería que los partidos de la derecha municipal lo admitieran y votaran a favor (el PP lo hará por obligación). Pero que no parezca que solo me parecen miserables éstos; estoy convencido de que, si el propuesto fuera alguien de ideología contraria, los partidos de la izquierda se comportarían exactamente igual. En cualquier caso, en mi condición de lector de Almudena y antiguo residente madrileño, me alegro de que la escritora vaya a ser hija predilecta de la ciudad. No me cabe duda de que fue una madrileña ilustre que, en la estela de Galdós –uno de sus referentes señeros– ha contribuido a que conozcamos y amemos más a Madrid.