domingo, 29 de enero de 2012

De Janis a Etta, pasando por Dylan

Verano del 74, entre quinto y sexto, cuando me zambullí de cabeza y hasta el fondo en el rock anglosajón. La piscina de que disponía (porque poner mar en la metáfora sería abusivamente exagerado) eran las discotecas de los hermanos mayores de algunos amigos, chicos que ya estaban en la universidad tardofranquista y algunos hasta viajaban a Londres y traían elepés de ingleses y americanos de sonidos hipnóticos y tentadoras sugerencias para las ávidas fantasías de adolescentes atrapados en la aburrida rutina de esa época. Dos de los discos que más escuché durante esos días fueron I Got Dem Ol' Kozmic Blues Again Mama! y Pearl, los únicos que había publicado la ya para entonces malograda Janis Joplin. Me entusiasmaba, por supuesto, su Me and Bobby McGee, sin entender apenas la letra y mucho menos saber que el autor, Kris Kristoffersson, había tenido un rollito con ella y (pienso yo) se la habría cantado como táctica de seducción para enterarse, ya muerta Janis, de que la había incluido en su disco póstumo. Pero no sólo ésa, me gustaban todas o casi todas, Cry Baby, Trust me, Maybe, Try, To love somebody … Así que desde entonces, esos dos únicos elepés, formaron parte de mi música habitual y la "reina del soul psicodélico" pasó a ser uno de los personajes de mi particular mitomanía rockera.


Try (just a little bit harder)
- Janis Joplin (I Got Dem Ol' Kozmic Blues Again Mama!, 1969)

Leyendo hace bastantes años sobre la triste vida de Janis, me enteré de que, entre las muchas cantantes negras de soul que admiraba, estaba una tal Etta James. Por aquellas fechas (inicios de los ochenta, calculo) no había escuchado casi a las grandes del soul norteamericano, supongo que un poco por mi militante adhesión al blues eléctrico y otro poco por una manía irracional hacia la música disco, a la cual se habían pasado algunas de esas negras; tonterías adolescentes ambas, que demoraron mi disfrute de unas excelentes cantantes así como comprender que las fronteras entre el blues y el soul son muy tenues. En fin, que gracias a Janis Joplin me interesé por esta californiana que fue denominada la matriarca del rhytm&blues y me hice con el Tell Mama de 1968. Escogí ése precisamente porque la canción del título la había cantado Pearl en el legendario Festival Express del verano de 1970, una gira en tren, en junio de aquel año, nada menos que, entre otros, con los Grateful Dead y The Band. Estos últimos ya eran asiduos acompañantes de Dylan y, por supuesto, los conocía desde el principio de mi afición por el de Minnesota, así como había leído de su participación en ese festival canadiense, tan conflictivo y boicoteado. Sin embargo, hasta hace un par de años no he tenido la ocasión de oír grabaciones de esos conciertos y de las delirantes jam-sessions a bordo del tren que cruzaba Canadá de este a oeste, o de ver el documental que deja testimonio de aquella locura que (casi) cerraba la época hippie.


Pero volvamos a la primera mitad de los ochenta, cuando quedaba deslumbrado con ese primer disco de la James y muy en especial por la preciosa balada I'd rather go blind (otra canción al amor que se acaba). Enseguida me conseguí su primer álbum (At Last, 1961) y algunos años después, ya viviendo en Tenerife, Mystery Lady, dedicado a las canciones de Billie Holiday, que fue la primera incursión de la más que cincuentenaria cantante en el jazz. Por último, hace unos pocos años, me regalaron el doble CD recopilatorio (The Essential Etta James), la típica antología que saca la discográfica cuando dan por acabado a un artista, a la que siguió la concesión en 2003 de un premio Grammy al conjunto de su carrera musical, amén de los habituales homenajes cuasi-póstumos. Incluso en 2008 se rodaría una película, Cadillac Records que recrea la historia de la compañía de Leonard Chess en el Chicago de los cuarenta a los sesenta, y en la que Beyoncé Knowles interpreta a la joven Etta, dando una imagen que no gustó nada a la retratada (la inquina de Etta hacia Beyoncé aumentó cuando ésta fue invitada para cantar en el baile inaugural de la presidencia de Obama nada menos que At Last, su primer gran éxito). Pero, desde luego, por más que la dieran por amortizada la James siguió hasta el final dando guerra, actuando en locales con frecuencia de segunda fila y grabando discos, el último, The Dreamer, cuando ya le habían diagnosticado la leucemia que la retiraría definitivamente el pasado 20 de enero (la foto del álbum parece proclamar esa muerte inminente). Una vida intensa, tormentosa y nada fácil, en la que, como en la de Janis, el caballo jugó un importante papel, pero no fue capaz de acabar con ella. Me gustaría leer su autobiografía, A Rage to Survive, escrita en 1995, de tan expresivo título (rabia para sobrevivir) pero creo que no está traducida al español.


I'd rather go blind
- Etta James (The Essential, 2002)

Para acabar este recuerdo personal a Etta James, quiero referirme a su relación con Dylan. Entre las muchas versiones que he recopilado de las canciones de Bobby, hay dos cantadas por Etta: Blowin' in the wind (del disco recopilatorio The Gospel Soul of Etta James, 2002) y Gotta Serve Somebody (en Matriarch of the Blues, 2000). Ambas versiones me parecen magníficas, hasta diría que mejores que las originales si no me lo prohibiera mi religión dylaniana. Lo que no supe hasta la muerte de Etta es que ella y Bob habían coincidido el 10 de julio de 1986 en el hotel Marriott de Providence (Rhode Island). Dylan estaba de gira con Tom Petty y ese día les tocaba descanso (entre Mansfield, MA y Hartford, CO, en un tour por los USA de dos meses casi sin parar). Etta, con sus músicos, y Bob improvisaron juntos cinco canciones, o al menos esas son las que han sobrevivido en una grabación que me bajé de internet hace unos días. Como la calidad del audio deja bastante que desear, prefiero subir el Gotta Serve Somebody, original del Slow Train Coming, que cuando fue publicado (1979) no me gustó nada (rechazo a la llamada fase cristiana de Bobby) pero que poco a poco he aprendido a disfrutar. Dylan respetaba y admiraba a Etta James y así lo declaró en el famoso programa de radio que mantuvo durante 3 años. Dijo, por ejemplo, que Etta cada vez era más fuerte, que tenía que haberla llamado para felicitarla cuando le dieron una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, que era alguien que nunca se repetía, que era adorable … Supongo pues que habrá echado alguna lagrimita; a mí, desde luego, me ha entristecido que hayamos perdido a una de las grandes.


Gotta serve somebody
- Etta James (Matriarch of the Blues, 2000)

viernes, 27 de enero de 2012

Eisenhower en Madrid

Veinte años después del final de la guerra civil, la tarde del 21 de diciembre de 1959, aterriza en la base americana de Torrejón el Boeing 707 de la presidencia de Estados Unidos, penúltima etapa de una gira de 19 días por once países de Eisenhower. En el aeródromo madrileño le recibe Franco, henchido de gozo y agradecimiento por el espaldarazo internacional que significa esa visita. Se monta un cortejo con los jefes de Estado en un coche descubierto a través de las calles de la capital, adornadas con 60.000 banderas, 20.000 retratos de ambos y arcos florales e iluminadas con más de un millón de bombillas. Al yanqui y su séquito lo alojan en el palacio de La Moncloa y por la noche cena de gala en el de Oriente. El leit motiv recurrente en los discursos (por parte española, sobre todo) es el empeño compartido en la lucha contra el diabólico comunismo, causa común que coloca al régimen franquista entre los "defensores de la libertad". Al día siguiente, muy tempranito, conversación oficial entre ambos mandatorios y sus asesores en el palacio de El Pardo. Nada muy concreto, tono cordial pero no demasiado, vaguedades sobre la situación internacional, autoalabanzas de Franco a su propia política con la intención, algo patética, de lograr un más decidido apoyo norteamericano y ausencia de compromisos por parte de Eisenhower; incluso hubo un leve desencuentro al tocar el tema del maltrato que recibían en España los protestantes. Luego, traslado a Torrejón y despedida a Mr. Marshall. En ese momento se toma la foto más famosa de la visita presidencial.

¿Quién es el militar que sale en segundo plano entre Eisenhower y Franco? La solución a esta adivinanza es muy fácil, así que no hace falta que la diga. Pero mucho más interesante es indagar en la vida de ese tipo, uno de los personajes que más influyeron en la marcha de los acontecimientos que jalonaron la historia del mundo durante la segunda mitad del siglo pasado, entre ellos los que vivió este país para pasar del régimen anterior al que ahora "disfrutamos" (o sea, la oficialmente llamada Transición).







martes, 24 de enero de 2012

Gino Paoli en San Lorenzo de El Escorial

El viernes pasado, en un comentario al post anterior, Lansky me informaba de que Gino Paoli venía a Madrid. Casualmente, este fin de semana viajaba a la capital del Reino (reunión de trabajo el lunes), de modo que sobre la marcha, una vez comprobado que el sábado actuaba en el Real Coliseo de Carlos III de San Lorenzo de El Escorial, compré por internet un par de entradas (quedaban ya muy pocas). Llegué a Barajas hacia las cuatro de la tarde, fui a casa de mi hermana, me apropié de su coche, subí hasta El Escorial, merendé con mi madre y a las ocho menos cuarto estaba en la calle Floridablanca enfrente del edificio donde ya me esperaba una vieja amiga, a quien desde hace años le gusta mucho el cantante italiano. Aunque conozco bien los dos Escoriales, nunca había estado en ese teatro, construido en la década de los setenta del XVIII, bajo el impulso de Carlos III, por Marquet, arquitecto francés al servicio de la corte borbónica. He de decir que me encantó el edificio. Exteriormente es un volumen compacto, de composición neoclásica discreta, en la que solo destaca el atrio que sobresale apoyado en pilastras para enmarcar la entrada principal. El interior, en cambio, es de una sublime (y coqueta, diría yo) elegancia, acorde con las influencias italianas de la época en cuanto a la arquitectura teatral. Me contó mi amiga que cuando ella se fue a vivir a San Lorenzo, hacia principios de los setenta, el inmueble estaba en desuso y gravísimo estado de deterioro, y que parece que se hablaba de demolerlo para “aprovechar” lucrativamente un solar tan céntrico. Que no haya ocurrido así, se debió a la iniciativa de unos cuantos particulares que lo compraron y rehabilitaron, creo que sin ayuda pública. Luego, en 1995, se declaró Bien de Interés Cultural. Previamente, su gestión y mantenimiento económico (me parece que no la propiedad) pasó a la Comunidad de Madrid y como tal aparece en la web oficial de la administración autonómica. En fin, que sólo por conocer esta pequeña joya ya valió la pena asistir al concierto.

Puntualmente aparecieron en el escenario Paoli y Danilo Rea, un pianista que es uno de los nombres más importantes del jazz italiano (tocó con Chet Baker, por ejemplo). Que yo sepa, estos dos músicos se juntaron en 2007 para grabar en directo el disco Milestones, en el que el veterano cantante italiano versionaba "jazzísticamente" famosísimos temas propios (además de tres clásicos anglosajones). Cuando, hace un año me hice con ese disco, me sorprendió muy agradablemente esa faceta desconocida de Paoli (de hecho, en sus cincuenta años de carrera, nunca se había "atrevido" con el jazz) y, en especial, el magnífico acompañamiento de la banda que se había conseguido. Pero, para ser sinceros, no me quedé con el nombre de ninguno de esos jazzmen, de modo que hasta este sábado, antes de salir para el aeropuerto, indagando quién era el tal Danilo Rea que iba a escuchar en unas horas, no caí en que ya "conocía" su piano. Así que, para hacer boca, me pasé al Ipod el disco citado y aproveché el vuelo para refrescar esos sonidos. La que sigue es la más popular de sus canciones tal como suena en Milestones.


Sapore di sale - Gino Paoli (Milestones, 2007)

Paoli, a sus setenta y siete años, se veía en excelente forma. Con vaqueros, camisa oscura y chaqueta, se presentó delante del público mayoritariamente carrozón ahí convocado y soltó una breve parrafada en italiano en la que vino a decir que no esperáramos propiamente un concierto, que prefería que imaginásemos que estábamos en su casa, un grupo de amigos que se reunía para improvisar unas cuantas canciones, que él y Danilo apenas habían dedicado unos minutos, justo antes de salir, a decidir los temas a interpretar y el estilo que iban a darle a cada uno y que confiaba que pasáramos un rato agradable pero, si no era así, que nos sintiéramos libres de marcharnos. Graciosillo, vamos, y mentiroso, por supuesto, que se notaba una estrecha sintonía entre pianista y cantante, amén de que interpretaron casi todos los temas del citado Milestones. Además, aunque la incuestionable estrella era Gino, el pianista no era un mero comparsa, que en varios temas había largas pausas vocales para que Rea se luciera con unos solos espectaculares de vibrante virtuosismo. Pero en la hora y media larga de recital hubo tiempo para temas que no estaban en ese disco, todos muy conocidos (entre ellos, por ejemplo, la Garota de Ipanema, de Vinicius de Moraes, en un portugués muy discutible) y, sobre todo, pude oírle y verle en directo interpretar la que es una de las canciones en italiano que más me gustan y que ya he puesto en varias ocasiones en este blog. Me refiero a la tan triste y tan bella Albergo a ore, adaptación de Les amants d'un jour, éxito de Edith Piaf. Si disfruté mucho con todas las canciones, con ésta, además, me emocioné. En resumen, un rato muy agradable en un sitio encantador y con una muy buena amiga. No puedo acabar, pues, sino agradeciendo a Lansky que, con su oportuno aviso, lo haya hecho posible.


He buscado en Youtube algún video de Paoli y Rea juntos pero los que he encontrado son de muy mala calidad (por supuesto no hay ninguno de la actuación de El Escorial). El que pongo aquí arriba corresponde a una sesión en el teatro Morlacchi de Perugia dentro del Umbria Jazz Festival de 2009. Aunque el video está mal montado (comienza con un fragmento de la vocalista Diana Torto y luego salta a Gino Paoli) y no refleja el ambiente mucho más intimista de lo vivido en el Real Coliseo de Carlos III, ahí está el cantante y también el pianista, no suena demasiado mal, la canción (Vivere ancora) la interpretaron el sábado pasado y, por último, Perugia tiene un huequecito en mi memoria sentimental.

jueves, 19 de enero de 2012

Mis tres italianas


Los lectores de este blog saben ya que siento una especial inclinación hacia Italia, que se inició en el otoño de 1981 y hasta hoy. Por esas fechas estaba haciendo un master en Madrid en rehabilitación arquitectónica y urbanística. El asunto de la recuperación del patrimonio edificado y de los centros históricos estaba por entonces de moda, impulsado por los primeros ayuntamientos democráticos (mayoritariamente de izquierdas) como reacción, que ya venía desde los últimos años del franquismo, contra los destrozos de nuestras ciudades durante los sesenta y setenta. El caso es que los gurús de la recuperación edilizia eran los italianos, sobre todo una serie de profesionales vinculados al PCI que combinaban su intensa actividad práctica con sólida e ingente producción teórica (quizá algo pedante, vista retrospectivamente). Si a ello le sumamos que el director del master había sido becario de la Academia de Roma (en el monasterio de San Pietro in Montorio del Tastevere), es fácilmente explicable que nos organizara un viaje de estudios de dos semanitas para conocer las experiencias italianas. Fueron unos días estupendos, durante los cuales recorrimos Milán, Verona, Vincenza, Venecia, Ferrara, Bolonia, Florencia y Roma, atendidos en cada ciudad por las máximas autoridades en la protección del patrimonio arquitectónico y urbanístico. Yo, desde luego, quedé absolutamente epatado por la belleza del país y de sus ciudades; tanto que, al año siguiente, me matriculé en la Escuela de Idiomas para aprender italiano. Se me metió en la cabeza que tenía que irme a vivir a Italia, conseguirme cualquier beca o algún contacto a través del cual encontrar un trabajo mínimamente alimenticio. Pero, entre tanto, empecé a trabajar en urbanismo y me fui liando, alejándose cada vez más la realización de ese deseo. En el verano del 84, aprobado el segundo año de la escuela oficial, pasé un largo verano, uno de los mejores de mi vida, matriculado en la Università per stranieri de Perugia y ahí mismo me habría quedado si no se me hubiera acabado el dinero (intenté vender mi R5 para aguantar unos meses más, pero sin éxito). Recuerdo que, hacia el final de esa estancia, estaba contentísimo de lo “bien” que hablaba italiano, especialmente después de una noche de varias horas de acalorada discusión con unos nativos, sorprendiéndome yo mismo de la espontaneidad con que me fluían las palabras. Volví sin embargo a Madrid y un par de años después me trasladé a Tenerife, donde sigo.

Antes de mi embelesamiento hacia Italia, sin embargo, ya había tenido una casi novia casi italiana. Fue en Perú, donde viví seis años. Allí, en la última etapa, formábamos un grupo de amigos inseparables y durante una temporada larga todos, menos yo, tenían su "enamorada "(así se decía) formal. Mi acompañante habitual cuando salíamos en pareja era la hermana mayor de la novia (que luego sería la madre de sus hijas) del que era mi mejor amigo. Estas chicas, de la elitista clase alta limeña, eran nietas por parte materna de un matrimonio italiano emigrado al Perú después de la segunda guerra. La nonna, que seguía viva, hablaba con la madre en italiano y ésta también lo hacía con las hijas, incluso en presencia de extraños (a lo mejor para que no nos enteráramos bien). A pesar de que Corinna, así se llamaba, y su hermana eran peruanas al 100%, perfectas representantes de un muy preciso grupo social del Perú de los setenta, se consideraban italianas, por más de que nunca hubiesen visitado la península transalpina y que probablemente su lengua estuviese bastante arcaizada. Como dije, nunca llegamos a ser novios, aunque hubo dos o tres momentos en que a punto estuve de "caerle" (que era la palabra peruana para declararse), trámite indispensable para oficializar la relación y que daba acceso a determinados derechos. Si no lo hice (y eso que mi amigo me animaba insistentemente, asegurándome que su novia le había confesado que Corinna me iba a aceptar) fue porque no me terminaba de atraer todo lo que me habría gustado; era guapa, sí, y además con un carácter encantador, pero demasiado flacucha. No obstante, cada vez me iba encariñando más con ella y si no hubiera sido porque tuve que regresarme a España al acabar la carrera (yo estaba muy peruanizado y pretendía quedarme allí) es más que probable que habría acabado por enrollarme con ella y quién sabe ... No fue así. Dejé el Perú y ella, poco después, se fue a Estados Unidos a hacer un doctorado (había terminado Bellas Artes) y en California se casó con un mexicano. No la he vuelto a ver desde entonces.


Corrina, Corrina - Bob Dylan (The Freewheelin', 1963)

Al segundo año de mi estancia en Tenerife conocí a Laura, una sarda licenciada en filología hispánica y enamorada de la literatura hispanoamericana, que había sido contratada por un curso como "lectora" en la Escuela Oficial de Idiomas de Santa Cruz. Aún admitiendo las singularidades de Cerdeña en el conjunto nacional (pero ¿qué región de ese país no es singular?), esta vez sí se trataba de una italiana completa y mi fascinación seguía intacta. Mantuvimos una relación corta (apenas cuatro meses) pero, al menos para mí, muy bella. Algo tenía de historia de amor imposible, porque ella había de irse al acabar el curso y además tenía un novio de toda la vida en su isla mediterránea. Yo, por mi parte, estaba empezando a salir con la que luego sería mi pareja durante dieciséis años y era consciente, creo, de que lo de la italiana no podía pasar de un bonito paréntesis. Sin embargo, lo cierto es que en tan escaso tiempo llegué a amarla mucho, hasta convencerme de que era la mujer con la que tenía que vivir, la mujer perfecta para mí. Ese agosto viajé solo a visitarla a Sassari e incluso en su entorno se las arregló para que nuestra intimidad se prolongara (a espaldas del novio, claro). Luego, de vuelta en Tenerife, pesé varios meses hablándole en cintas que grababa (y luego le enviaba) mientras conducía cien kilómetros diarios al pueblo donde me habían contratado como arquitecto municipal. Intentaba convencerla de que se viniera a Tenerife, movía contactos a ver si lograba algún enchufe para ella como profesora en la Universidad, me compré un pequeño apartamento (mi primera hipoteca) y me imaginaba habitándolo juntos ... Pero Laura, realista, no vino. Empezó a trabajar en la universidad, sí, pero en la de Sassari, y a progresar como estudiosa de la literatura hispanoamericana. Yo fantaseé, sin demasiada convicción, con la posibilidad de mudarme a Cerdeña, pero me quedé y empecé poco a poco a vivir con la que hoy es mi ex (quien nunca, a lo largo de todos los años de nuestra relación, soportó oír el nombre de Laura). De vez en cuando, yo casi a escondidas, nos escribíamos y así pudimos mantenernos al tanto de nuestras vidas. Cuando mi ex-mujer acabó nuestra relación y rompió (para bien) tantas de las ilusorias seguridades que conformaban mi armazón ideológico (palabra que uso en sentido amplio, sin connotaciones políticas), Laura fue una de las personas a las que recurrí para desahogar mis ansiedades, mis desconciertos (de esas fechas proviene el origen de este blog). Habían pasado casi dos décadas y, sin embargo, sentía con ella la misma intimidad relajada de los días de Tenerife. Fui a verla a Valladolid, donde había sido invitada a un acto universitario. Pasamos unos hermosos días en esa ciudad y luego en Madrid, alojados en una pensión fashion de Chueca, el que había sido el barrio de mi último domicilio en la capital. Una noche, en la cama, jugamos a reinventar el pasado que no habíamos tenido y que habría podido ser (en un universo paralelo). Resultó que nos habíamos establecido en Barcelona, que ella era una de las máximas autoridades en García Márquez, que teníamos dos hijas (dedicamos un buen rato a pactar sus nombres) ... Al día siguiente la despedí en la estación de Atocha y cuando el tren desapareció de mi vista recibí un sms en el que me decía que ella también había sentido que el tiempo no había pasado. Pero sí había pasado y la vida siguió. Aún así, seguimos en contacto (no tanto como a mí me gustaría) y nos hemos vuelto a ver en un par de ocasiones; la última hace tres veranos que viajamos a Cerdeña.

Mi última italiana es K, que ya ha aparecido en varias entradas de este blog. Nos encontramos cuando empezaba a remontar de mi crisis post-matrimonial y fue la persona que me terminó de curar, que logró, con su amor, que se me abrieran de golpe, desbordantes, grifos emocionales que todavía mantenía dolorosamente cerrados. Nada más conocernos, se sorprendió de mis afinidades italianas, porque K es italiana, aunque, para ser exactos (y no le gusta que lo diga), lo es sólo a medias. Hija de padre italiano y nacida en Roma, sí; pero de madre canariona y residente en este archipiélago durante los últimos cuarenta años. Pero, al fin y al cabo, uno es de donde quiere, y ella quiere ser (y así se considera) italiana, y cuando vemos juntos un partido de fútbol entre ambas selecciones cada uno va con un equipo distinto. En fin, que son ya casi seis años juntos, en los que ha habido de todo, claro, pero con predominio de vivencias maravillosas y eso que, pese a que la edad va suavizando las hosquedades, no soy nada fácil de soportar. La cuestión (a efectos de este post) es que he acabado con una italiana, la tercera y espero que definitiva. Lástima que no tenga un familiar que le deje en herencia una casa de campo en la Umbría, por ejemplo, donde pudiéramos retirarnos en unos añitos. Pero, desde luego, volveremos juntos más veces a su tierra natal. Un bacio grande, bella.


Inno nazionale - Teresa de Sio (Tutto cambia, 2011)

domingo, 15 de enero de 2012

La sentencia de Marta del Castillo

Este domingo me he leído la larguísima sentencia del caso de Marta del Castillo. Durante los casi tres años transcurridos desde su desaparición no he conocido casi nada del asunto, aunque desde luego ha sido inevitable enterarme del crimen y tener una idea poco precisa de las circunstancias atroces que repetidamente aparecían en los medios de comunicación. Una chiquilla sevillana que había sido asesinada por unos amigos después de ser violada y cuyo cadáver no se había encontrado pese a los esfuerzos de la policía. Supongo que si poca atención he prestado a este asunto ha sido por un inconsciente mecanismo de defensa psicológica que, entre otras cosas, me hace eludir impulsos empáticos, ponerme a pensar en esa muchacha, en sus padres –sobre todo– que ni siquiera la han podido enterrar, en unos chavales capaces de hacer tanto mal sin que parezca que les afecte en lo más mínimo ... También influía en mi apartamiento una cierta sensación de rechazo, casi de asco, al tratamiento mediático.

El viernes salió la sentencia que condena al asesino confeso a veinte años sólo por el homicidio y absuelve a los otros tres imputados (al "Cuco" ya lo había condenado el Tribunal de Menores por encubrimiento). Como era de esperar, las reacciones "populares" han sido de indignación pues lo "justo" habría sido que todos los imputados hubieran sido condenados. Un impresentable presentador de telebasura afirmó el sábado que "desde ayer muchísima gente en este país ha dejado de creer en la justicia". Veo en una encuesta online de un periódico nacional que a la pregunta de si considera justa la sentencia, el 97% contesta negativamente. Naturalmente, ninguno de ellos ha leído la sentencia, para qué, si ya todos ellos habían emitido la suya propia de antemano. Porque de lo que se trata en casos así, cuya gravedad objetiva se amplifica impúdica y morbosamente por los medios, es de castigar rotundamente. La sangre llama a la sangre y lo de menos es probar con certeza la identidad de los criminales.

La presión mediática también la notan los Tribunales. Si no, cuesta entender el prolijo desarrollo expositivo que hace la sentencia de cada detalle relevante así como las abundantes referencias jurisprudenciales. Sin embargo, no he leído (tampoco he buscado mucho) ninguna valoración del texto del Tribunal, como si a todos les diera igual su corrección jurídica. Llamativo es que se dediquen varias páginas a argumentar algo que se me antoja superfluo: que el derecho a la presunción de inocencia de todo imputado significa que corresponde a la acusación probar sin dudas razonables, con las garantías inherentes a un proceso judicial, que es culpable. Si no se puede probar, el Tribunal debe absolver. En este caso, el único elemento acusatorio contra los absueltos (incluyendo al Cuco, a quien no se juzgaba) eran las confesiones de los implicados, numerosísimas, incoherentes y contradictorias entre sí. Pero, sobre todo, incompatibles con las escasas pruebas objetivas, básicamente los restos de ADN encontrados en la casa donde Marta fue asesinada y las llamadas entre móviles que permiten localizar dónde estaba cada uno de ellos en las distintas franjas horarias.

No se ha probado, por ejemplo, que la chica fuera violada y el Tribunal entiende que no lo fue, ni tampoco muerta por estrangulamiento sino de un fuerte golpe en la sien. Esa imputación provenía únicamente del condenado (la dijo, con variantes, en dos de sus diez confesiones) y, sin embargo, es algo de lo que parecía convencida la gran mayoría de los medios. ¿Por qué esa preferencia mediática por la más atroz y morbosa de las diez confesiones? Pero también cabe preguntarse por qué iba a soltarla el acusado si con ella se añadía otro cargo más. Según él por presión policial (poco creíble) pero, fuera cual fuese el motivo, no es en sí misma una prueba, y por ello ha sido absuelto de ese delito. Yo, por supuesto, no tengo ni idea de si los otros imputados han tenido o no participación en el crimen. Incluso con los datos disponibles de las llamadas de los móviles y la ausencia de ADNs incriminatorios, cabe elucubrar sobre sus culpabilidades. La propia sentencia establece que hubo al menos una tercera persona involucrada en la eliminación del cadáver. Hasta he de reconocer que, como muchísimos en este país, tiendo a pensar (probablemente influido por lo que me han hecho saber los medios) que esos otros individuos no son ajenos al crimen. Pero la cuestión no es mi pálpito, ni siquiera los de los magistrados. Lo relevante es si se pueden probar las acusaciones, y no se ha podido.

Naturalmente, muy distinto habría sido todo si se hubiera dispuesto del análisis forense del cadáver. Pero el desalmado del asesino se ha negado tenazmente a declarar verazmente dónde está o quizá sea cierto que lo arrojaron al Guadalquivir y la policía no ha sido capaz de hallarlo, a pesar de los intensísimos rastreos. Puedo entender que a más de uno se le pase por la cabeza que lo que habría que haber sometido a tortura al tal Carcaño para obligarle a confesar dónde se había desecho del cuerpo de la chica. Pero, claro, admitir métodos así es abrir la caja de Pandora. Aunque, tristemente, ya está bastante abierta en cuanto a la Justicia, que tan a menudo confundimos con venganza.


La Ballata del Michè - Teresa de Sio (Faber, amico fragile, 2000)

Actualización: Varias veces me he referido en este blog a las frecuentes casualidades que sorprenden mi cotidianeidad, contrapuntos desconcertantes a mis rutinas. Ayer, cuando publiqué este post, era ya tarde y estaba cansado; quería acostarme y seguir un rato con el libro que tengo entre manos. Así que, contra mi costumbre, casi regla, no acompañé el texto de la correspondiente canción. Además, a bote pronto, no se me ocurría ningún tema adecuado para tan escabroso asunto. Esta tarde, mientras caminaba de vuelta de la oficina hacia la parada del tranvía, iba pensando desordenadamente en varias cosas. Me acordé de repente de que había leído en la sentencia que en la cárcel el condenado había amagado con ahorcarse; amagado, no más, pues los pies los tenía apoyados en el suelo cuando lo encontraron. Me vino a la cabeza la idea de que quizá eso, suicidarse de veras, era lo que tendría que hacer si no fuera un desalmado incapaz de cualquier remordimiento. La Ley del Talión, sí, pero voluntariamente autoinfligida, lo cual cambia bastante las cosas. Fue apenas un fogonazo neuronal, al que tampoco le habría dedicado más tiempo si no hubiese sido porque, justo en ese momento, me empezó a sonar en el Ipod el tema que acabo de subir. Se trata de una canción de Fabrizio de André, cantada por Teresa de Sio en un fantástico concierto homenaje al catautor celebrado en 2000 en Génova, su ciudad natal. Primer flash: el protagonista es un chico llamado Miguel (Michè), como el asesino de Marta del Castillo. Pero lean los primeros versos: Cuando han abierto la celda / era ya tarde porque / con una cuerda al cuello / frío pendía Miguel. /Todas las veces que un gallo / oiga cantar pensaré / en aquella noche en prisión / en la que Miguel se colgó. / Esta noche Miguel / se ha colgado de un clavo porque / no quería pasar veinte años en prisión. También se trata de un condenado por asesinato, aunque su crimen, tal como lo narra De André, es desde luego mucho menos repulsivo que el sucedido hace tres años en Sevilla. Pero no me digan que no es una extraña coincidencia: ¿será que tengo poderes inconscientes para programar mi Ipod?

miércoles, 11 de enero de 2012

Traslado angélico de la Santa Casa

La llamada "santa casa" que se conserva en el interior del Santuario de Loreto ha sido y sigue siendo objeto de apasionadas discusiones a propósito de los misterios que plantea. En la página web del Santuario puede leerse una descripción sintética (y aparentemente neutra) pero con todos los datos más relevantes para hacerse una idea de las características de este curioso y pequeño edificio. Buscando en internet he podido confirmar que parece haber consenso científico en que el edificio data de los tiempos de Cristo y del entorno geográfico de Nazaret. Los materiales de los muros (tanto las piedras calcáreas como el mortero que las une) y las técnicas constructivas remiten a los nabateos y, además, nunca han existido en Italia. Además, en las partes altas del interior de los muros, aparecen varios grafitis que también corresponden a la cultura judeo-cristiana de los primeros siglos de nuestra era, cuando ya la casa, se supone, había sido asumida como la de la infancia de Jesús y, por tanto, era lugar de culto. De otra parte, la edificación está “posada” sobre el suelo de Loreto, ocupando un antiguo camino, mientras que delante de la supuesta gruta de la Anunciación, en Nazaret, se conservan unos cimientos cuya forma y características constructivas coinciden con gran exactitud con el perímetro de los tres muros de la casa. Aclaro que estos “hechos probados” los conozco por fuentes secundarias. No he podido leer ningún informe de los trabajos de investigación realizados, entre los cuales me interesarían especialmente los estudios que el arquitecto Nanni Monelli llevó a cabo en 1982 (en el servicio de publicaciones del Santuario se pueden conseguir varias publicaciones sobre los estudios). Aunque uno tiende a desconfiar del rigor de las investigaciones sobre los objetos sagrados, dada la tradicional actitud de la Iglesia a controlar (y censurar) quién, cómo y qué se investiga, en principio me quedo con la impresión de que hay suficiente base para dar por válida la conclusión de que la casa de Loreto, al menos en su mayor parte, fue originariamente construida en Nazaret en los inicios de nuestra era y de que en ese lugar fue considerada desde entonces como el hogar de la Sagrada Familia durante la infancia de Jesús. Lo cual plantea el problema de explicar su traslado desde Tierra Santa hasta la costa adriática italiana, con la previa escala en la croata.

Que la llevaran a cuestas por los aires seis ángeles con San Miguel de timonel se hace difícil de creer incluso, supongo, para los cristianos. No porque Dios, que es omnipotente, o la Virgen a la que nada le niega, no fuera capaz de hacerlo. Si fue capaz de encarnarse en un vientre femenino sin concurso de varón o resucitar de entre los muertes (por señalar dos claras manifestaciones de su sobrenaturalidad en las que imagino que creen todos los cristianos), esto de la casa es peccata minuta. No, lo que lo hace poco verosímil es su estilo esperpéntico, chocante (y seguramente por eso causa incomodidad e irritación en cristianos inteligentes, que tal es la cuarta acepción que da el DRAE a ese adjetivo). ¿A cuento de qué iba a montar la Virgen tan ridículo espectáculo, más sabiendo el bochorno que iba a provocar en sus devotos con más luces? Si lo que quería era salvar su casa de los malvados turcos, mucho más sencillo y eficaz habría sido una transposición instantánea, al modo de los viajes en el tiempo o en el espacio de la ciencia ficción. Se antoja grotesco imaginarse a Dios montando lo que parece un show publicitario (al modo de las ya pasadas de moda banderolas desplegadas desde avionetas en vuelo bajo) pero, sin embargo, resulta muy creíble imputar a los hombres esa intención, incluso aunque para ello, se nos presente a una Virgen María titubeante que prueba en tres emplazamientos antes de decidirse por el definitivo. Al hilo de esto me ha interesado indagar sobre si la creencia en el traslado angélico data de finales del siglo XIII, fechas sobre las que hay constancia documental suficiente para admitir que la casa ya estaba situada en Loreto. Obviamente, sólo he podido hacer un muestreo mediante internet, pero encuentro algunos datos curiosos a los que se converge desde fuentes distintas.

Si bien encuentro referencias a la casa santa desde el siglo XIV (y, efectivamente, parece que estuvo en Tersatto (cerca de Rijeka) hacia 1291 antes de su traslado unos años después a la costa adriática italiana), el primer documento en el que se escribe sobre el viaje angélico, según todas la fuentes que he detectado, es un libro llamado Tesoro celeste della divozione di Maria Vergine, madre di Dio, publicado en 1618 en Padua por un fraile agustino llamado Andrea Gelsomini di Cortona, y que no es más que un manual piadoso infladísimo de hiperbólicas loas a la Virgen y dedicado específicamente a la de Loreto. Este documento se puede leer en GoogleBooks (quien tenga ánimos porque es indigestamente meloso) y, en efecto, en la dedicatoria (a la Virgen de Loreto), escribe lo siguiente que he traducido procurando mantener el farragoso estilo del religioso: "Pero hizo Dios maravillas mayores al transportar este arca celestial; vinieron ángeles del cielo con sonidos, cantos y melodías del paraíso, no sólo para acompañarla, sino incluso para llevarla, pues los hombros terrenos no eran dignos de tocarla. Y sin necesidad de dividir las olas o de abrir el mar, fue con extraordinaria pompa transportada por el aire, que creo yo que aquellos espíritus celestes quisieron llevarla al Cielo y que ya habían emprendido el vuelo hacia el Paraíso, pero Vos, Madre de misericordia, no os agradaba que el mundo perdiese tan preciado tesoro, tan salutífero refugio y tan poderoso remedio contra nuestros males, no deseabais privarnos de la fuente inagotable de todas las gracias. La enviasteis a las playas de nuestros mares, elegisteis el lugar más honrado por vos en la tierra y la donasteis a los pueblos más favorecidos y amados, prometiendo (como creo) a los ángeles que al fin del mundo se la concederéis a ellos en el Cielo".

Ahora bien, estas palabras están escritas más de doscientos años después de los hechos, sobrenaturales o no. Para entonces Loreto era un renombradísimo destino de peregrinación, al que acudían numerosísimas personas de todas las condiciones. Entre ellos, por citar a uno que no era nada tonto, estuvo nada menos que Michel de Montaigne en 1580 (casi cuarenta años antes de la publicación de Gelsomini). En su Diario del viaje a Italia dedica un capítulo a la visita al santuario, donde nos describe el pequeño habitáculo, el ambiente de devoción que se respiraba y la fama de milagrera de la Virgen y de la santa casa (el estilo connota un cierto distanciamiento casi irónico; por muy católico que fuera no debía sentirse muy a gusto en ese ambiente). Hacia el final menciona, casi de pasada, el asunto que me interesa: "El milagro del transporte de esta casita, que consideran que es la misma casa en la que en Nazaret nació Jesucristo, y su conducción primero a Dalmacia y después cerca de aquí y por fin aquí mismo, está representado en grandes cuadros de mármol en la iglesia a lo largo de las columnas, en lenguaje italiano, esclavón, francés, alemán, español". Habría que saber si esos "grandes cuadros de mármol" que cita el ensayista francés representaban a los ángeles volando con la casa a cuestas, pero me temo que no deben haberse conservado; en la descripción de las diversas pinturas que actualmente existen en el interior del santuario no se cita ninguna alusiva al traslado angélico (hay que tener en cuenta que la iglesia fue profundamente "reformada" en el siglo XIX). Pero si fuera así, incluso si fuera creencia generalizada que la santa casa había llegado por vía aérea, llama la atención que Montaigne no se refiera mínimamente a ello. Verdad es que califica de milagro el transporte de la "casita", pero perfectamente podría entender por tal (y con él sus contemporáneos) que doscientos años antes algunos hombres piadosos la hubieran desmontado en Nazaret y traído en barco hasta las costas adriáticas, pues dificultad bastante tenía la empresa como para creer que no habría sido posible sin la protección (¿milagrosa?) de la Virgen. De hecho, la pintura que he puesto dos párrafos más arriba, ejecutada por Saturnino Gatti hacia 1510, muestra el transporte por los ángeles apoyados en nubes que flotan y detrás una nave, lo que sugiere una alusión metafórica a un milagro de más limitado alcance. La impresión de que hasta finales del XVI se pensaba que la intervención mariana no pasaba de un amparo al traslado en barco de la santa casa queda reforzada con la xilografía de esa época que aquí adjunto (no he conseguido averiguar su procedencia), en la cual la casa aparece colocada en la popa de la nave.

En los diversos relatos de la leyenda, aparecen algunos "testigos" del vuelo o del aterrizaje de la santa casa pero, como era de esperar, dichos testimonios aparecen referidos por primera vez muchísimos años después de los sucesos, y sin la más mínima apoyatura en documentos contemporáneos ni tampoco pistas que permitan identificar a tan afortunados vigías. Parece lo más probable que se consolidara la explicación sobrenatural y, poco a poco, fuera enriqueciéndose con detalles que le dieran una aparente mayor credibilidad. La gran mayoría de los paisanos, tanto antes como ahora, no es muy proclive a corroborar las fuentes de lo que se les cuenta, contentándose con los argumentos de autoridad. En este caso, además, los distintos "datos" que irían reforzando la "veracidad" del relato (porque el milagro en sí no tenía nada de inverosímil) contarían con la eficaz capacidad difusora de la Iglesia, como hoy cuentan con los medios de comunicación de masa las versiones oficiales de los gobiernos. Aún así, no llego a afirmar que fuera Gelsomini quien inventara la historia. Barrunto más probable que el cuento ya correría de boca en boca entre el vulgo, pero sin que lo tomaran demasiado en serio por los "prescriptores de opinión" de la época. Pero, más o menos por los años de la visita de Montaigne, ya debían estar sopesando los mandamases eclesásticos la conveniencia de convertir el traslado en un "milagro mayor", en un prodigio extraordinario. Algunas para esta sospecha las dad de nuevo algunas obras pictóricas. Por ejemplo, en la década de los ochenta del XVI, Giovanni Battista Lombardelli es contratado por el obispo de Loreto para pintar La traslazione della Santa Casa bajo una óptica sobrenatural; y hacia 1605, Annibale Carracci (rival pictórico de Caravaggio) pinta otra Traslazione (la que adjunto al inicio de este párrafo) todavía más descaradamente milagrera. Y enseguida llegaría la publicación del Tesoro Celeste, quizá el banderazo de salida para la oficialización del prodigio.

Actualmente, pero desde hace relativamente poco, la Iglesia ha renunciado al traslado angélico. La propia web del Santuario nos cuenta que "según la tradición, en el 1291, cuando los cruzados fueron expulsados definitivamente de Palestina, la casa de la Virgen fue transportada "por ministerio angélico", primero a Iliria y después al territorio de Loreto (10 de diciembre de 1294). Hoy, en base a nuevos indicios documentales, a resultados de excavaciones arqueológicas en Nazaret y bajo la Santa Casa (1962-65) y a estudios filológicos e iconográficos, se va confirmando la hipótesis según la cual las piedras de la Santa Casa han sido transportadas a Loreto a bordo de una nave ..." Se nota que este abandono de la bonita versión del milagro lo hacen a regañadientes y con la boca chica, sin demasiado interés en que se propague, no se vayan a llevar un disgusto tantísimos devotos de la Virgen de Loreto (y no le vayan a retirar el patronazgo los aviadores). Pero no se vayan a creer que se conocen bien a la fecha las circunstancias del traslado por barco. Llevo ya una semana recopilando información y lo único que me está quedando claro es que es un embrollo de los grandes, una especie de conspiración tardomedieval, en la que hubo muchos, demasiado, implicados, todo ello en el convulso y conflictivo ambiente sociopolítico de la época. Ya lo contaré cuando sea capaz de poner algo de orden narrativo en tal barullo.


Angeli - Pietra Magoni & Ferruccio Spinetti (Quam Dilecta, 2006)

domingo, 8 de enero de 2012

Navidades apócrifas (5): la casa de la Sagrada Familia

Mateo cuenta que, cuando María Magdalena y la otra María (la madre de Santiago) fueron al sepulcro de Jesús, se les apareció un ángel que les informó de la Resurrección y les instó a que enviaran a los discípulos a Galilea, lo que éstos efectivamente hicieron. En este relato (no del todo coincidente con las versiones de los otros tres evangelistas, pero tampoco contradictorio) se apoya, desde los primeros siglos de la Iglesia, la leyenda de que los apóstoles acudieron a la casa de Nazaret, en la cual San Pedro erigió un altar y partió el pan y bebió el vino, celebrando así la primera misa. Muchos escritos hagiográficos sostienen que la casa de la infancia de Jesús era propiedad de Santa Ana, la madre de la Virgen, en seguimiento de la tradición de la Iglesia de occidente que considera que los abuelos de Jesús vivieron en Nazaret. En este relato me inclino más por la tesis de los primeros padres orientales (cuadra mejor con los apócrifos) y, con ellos, pienso que María nació en Jerusalén. Hay que considerar, además, que si fuera nazarena José habría conocido desde mucho antes de su boda a la familia de la Virgen, y me cuesta imaginar que cuando acudía a la convocatoria del Templo el carpintero era sabedor de la identidad de la niña que podía tocarle por esposa. De otra parte, si la tradición nos pinta a José como un viudo añoso, asentado laboralmente en Galilea, no encaja que mudara el domicilio conyugal a la vivienda de su suegra, pues la costumbre judía dicta que sea el marido quien reciba en su casa a la mujer. Por tanto, asumiré que la Virgen llegó a una aldea desconocida y que lo que pasó a ser su hogar, era propiedad de su marido.

El “descubrimiento” de la casa de la Virgen, como el de multitud de santos lugares, se hace a partir del reconocimiento del cristianismo en el imperio romano, gracias a la visión de Constantino antes de la batalla del Puente Milvio (312). Su madre, Santa Helena, se convirtió en una devotísima cristiana y, con más de setenta años, peregrinó a Palestina decidida a oficializar el culto de reliquias, inmuebles y lugares vinculados a la vida de Cristo. Hay muchos que le atribuyen la identificación de la casa nazarena, pero según la narración del único cronista contemporáneo, Eusebio de Cesárea (Vita Constantini), Helena sólo estuvo en Belén y Jerusalén (donde pudo distinguir la Vera Cruz de entre las tres que le mostraron en el Gólgota gracias a un infalible procedimiento: fueron poniendo una mujer agonizante en cada una y se levantó de un salto completamente sana cuando lo apoyaron sobre la de Cristo). Puede que la primera referencia históricamente documentada sea la del diario de peregrinación de una monja gallega llamada Egeria (a través de una copia manuscrita en el siglo XI en el monasterio benedictino de Monte Cassino), quien en 383 vio una gran y muy espléndida gruta en la que vivió María, en la que había dispuesto un altar; habrá que pensar que para entonces, ya con el cristianismo firmemente asentado como religión de Estado, los creyentes tenían claro cuál había sido la casa de la Virgen. Se cree que en torno a la cueva se construyó un primer santuario al estilo de la sinagogas judeo-cristianas de los siglos III-IV. Posteriormente, entre el V y el VI, los bizantinos erigirían una basílica de tres ábsides con suelos de mosaico (de la cual se han hallado restos arqueológicos), que sería destruida por los persas en el VII. En el siglo XII, tras la ocupación de Tierra Santa por los cruzados, Godofredo de Bouillon (fundador del reino de Jerusalén, cuyo título ostenta hoy Juan Carlos I) mandó construir una catedral que duró hasta 1263, cuando los turcos del sultán Bibars arrasan la ciudad. Durante tan largo tiempo, y a pesar de la intensa actividad constructora, siempre se mantuvo la gruta y la pequeña casa adosada, que fueron el hogar de la Sagrada Familia.

El espacio horadado en la roca estaba constituido por dos estancias: una mayor, de unos 16 m2 que daba hacia el exterior y, comunicada con ésta mediante una pequeña escalera, otra más interna de menores dimensiones y en un nivel inferior. Como ya se ha dicho, la vivienda se había ampliado, quizá para recibir a María, con un sencillo edificio de planta rectangular de unos cuarenta metros cuadrados construido con bloques rojizos de piedra caliza, dispuesto adosado a la cueva y probablemente rodeado de un pequeño patio delantero abierto hacia el camino. Me supongo que la cueva se destinaría a la cocina y molienda del grano, también a la guarda de víveres y quizá pesebre de algún animal; allí pasaría la joven esposa muchas horas, ocupada en las tareas más arduas de la vida doméstica, mientras José estuviera en su taller, bastante cercano a la vivienda. El cuerpo edificado digo yo que estaría dedicado a la estancia y puede que también a los dormitorios (pues habría dos, para evitar tentaciones); en esa parte descansaría el matrimonio, conversarían entre sí o con los amigos que los visitaran y también ahí la Virgen trabajaría en sus labores de costura, aunque ya no fuera con los hilos preciosos del Templo sino con telas bastas de lino. Sin embargo, mientras la que la tradición cristiana considera que fue la gruta de la Sagrada Familia sigue en Nazaret, dentro de la cripta que está bajo la Basílica de la Anunciación (un edificio de 1955), no así la casa exterior. Su ausencia no se debe a que haya sido demolida en algún momento de la azarosa vida nazarena, sino a que, para protegerla de los sarracenos, fue desplazada de allí por voluntad de la propia madre de Jesús.

La historia es sobradamente conocida, así que me limito a hacer un breve resumen. En 1291, ante la inminencia de una nueva destrucción de Nazaret por los turcos que probablemente esta vez no iban a respetar la santa casa, unos ángeles enviados por la Señora, arrancan el edificio de sus cimientos que se desgaja limpiamente, sin sufrir ni la más mínima fisura (la parte amarilla del dibujo adjunto). La operación imagino que se haría de noche, pues no he encontrado testimonios de tal maravilla; tampoco sé si se llevaron el suelo, que probablemente sería de tierra apisonada, aunque puede que para finales del XIII la larga custodia católica se hubiera ocupado de pavimentarlo con materiales más sólidos. La cosa es que volaron nada menos que 2.300 kilómetros con la casa a cuestas (primer porte aéreo del que se tiene noticia), calculo que a una velocidad no muy inferior a la de los reactores actuales, pues les dio tiempo de colocarla, antes del alba, en la cima de una colina cercana a la actual Rijeka, en Croacia. En la mañana del 10 de mayo unos leñadores la descubren y, asombrados (ayer aquí no estaba), entreabren la puerta y entran (no se darían cuenta de que faltaba una pared). Ven una única estancia (habrían suprimido los custodios en Tierra Santa las eventuales divisorias interiores) en la que hay un altar de piedra (ante el que celebró Pedro la primera misa ya reseñada), sobre el que se apoya una talla de María con el Niño en brazos, la mano derecha en ademán de bendición y la izquierda sosteniendo un globo terráqueo (para que los incultos campesinos medievales dejaran de pensar que el planeta era plano). Los muros interiores están bellamente decorados con frescos, mayoritariamente representaciones de la Virgen y de santos orientales, pero también la escena de la visita penitente que San Luís, rey de Francia, había hecho cuarenta años antes. Como es natural, la noticia corre veloz de boca en boca y llega hasta el párroco de Tersatto, la villa en cuyo término se había posado la santa casa. A este hombre, que se hallaba enfermo, se le aparece la propia María para darle todos los datos de la extraña construcción (entre otros, que era ésa su casa natal, lo cual ya he explicado que no me convence, así que prefiero pensar que tal afirmación fue un añadido del curita rural) y de paso, claro está, sanarle. El señor feudal del lugar, algo más escéptico que sus súbditos, envió al párroco con otros dos acompañantes a Nazaret, a que comprobaran que, en efecto, la casa ya no estaba allí y que las señas que les dieran de ella coincidían con la que había aparecido en la colina. Y, por supuesto, todo cuadraba, lo que sirvió para acrecentar la fama del lugar y generar un intenso flujo de peregrinos, con los consiguientes beneficios para la economía local.

Sin embargo, a la Virgen no debía terminar de convencerle el emplazamiento que había elegido para su casa, porque todavía la trasladaría tres veces más. Así, durante la noche del 10 de diciembre de 1294 (cuarenta y tres meses después), el edificio se volatilizó de la colina iliria y apareció en la otra orilla del Adriático, en concreto en la planicie costera cercana al puerto de Recanati, ciudad de las Marcas, en donde desde el siglo XVI se erige una ermita (chiesetta della Banderuola). Este desplazamiento, a pesar de ser mucho más corto (apenas 200 km), tuvo que realizarse al amanecer pues la casa pudo ser avistada desde la campiña por unos pastores, quienes relataron que, en efecto, la sostenían unos ángeles dirigidos por otro con una capa roja (identificado prestamente como San Miguel) y que sobre el techo iban posados María y el Niño (lo cual coincide con una visión de Ana Catalina Emmerick: "... transportada sobre el mar, tres ángeles la llevaban de una parte, tres de la otra y el séptimo iba al frente dejando una larga estela de luz sobre él ..."). Pero la vivienda no permaneció mucho tiempo en su nueva ubicación, pues los bandoleros asaltaban frecuentemente a los peregrinos (la zona vivía por aquellos años tiempos muy convulsos, con enfrentamientos continuos entre las facciones guelfas y gibelinas) y eso incomodaba a la Virgen que volvió a ordenar el traslado, esta vez a un cerro cercano. Mas tampoco acertó, ya que se trataba de terrenos por cuya propiedad se peleaban dos hermanos, los herederos del condado de Rinaldi, y la aparición de la milagrosa construcción no hizo sino acrecentar su codicia y recrudecer el conflicto. Así que otro vuelecito más, ahora sí el definitivo, al vecino monte Prodo con un bosquecillo de laureles (de ahí el topónimo), colocada en medio del camino. A partir de entonces, hasta lo que es ahora: uno de los más importantes santuarios de devoción mariana, multitudinario lugar de peregrinación. Como la historia de Loreto y los misterios vinculados a la misma tienen su miga (y como ya me he enrollado bastante), seguiré con el asunto en el próximo post, aún a sabiendas de que me desvío del relato navideño principal.


House Carpenter - Bob Dylan (The Bootleg Series, 1991)

En mi intento de poner canciones relacionadas, al menos remotamente, con la temática del post, he dado en mi disco duro de mp3 con este tema poco conocido de Dylan, grabado en el 62. Estaría muy bien que el título tuviera una apóstrofe detrás de House, porque entonces sería la casa del carpintero; pero no, la traducción es el carpintero de casas, oficio que remite a José (aunque él no construyera casas de madera, que se sepa) y no a la casa como me habría gustado. La letra (se trata de una balada tradicional inglesa adaptada y arreglada por Bobby) cuenta la historia de un tipo (se supone que es el diablo) que después de una larga ausencia vuelve a reclamar a su antigua amante, la cual está casada con el carpintero y tiene tres hijos. Ella, seducida por las promesas de riqueza que le hace, se fuga con él para descubrir, finalmente en el medio del mar, que se la lleva al infierno. Nada que ver, pero qué más da.

viernes, 6 de enero de 2012

La vida de María carece de interés

Con loable eficacia didáctica, en su post del pasado 12 de diciembre, Júbilo Matinal nos explica que cuando él (en realidad, cuando cualquiera) hace una afirmación, por muy tajante que parezca, siempre está expresando su opinión. Aunque coincido, lo cierto es que no todo el mundo interpreta así los enunciados simples y claros (porque, dicho sea de paso, lo que la gente entiende por “afirmación tajante” suele corresponder a oraciones sintácticamente sencillas). Consciente de ello, el mismo Júbilo aclara que emplea con frecuencia fórmulas tales como “en mi opinión …” o “a mi juicio …” pero sólo por “escarmentada cortesía”, ya que le parecen añadidos redundantes. Ahora bien, para serlo, tenemos que suponer que en el plano connotativo del discurso viene implícito para el oyente ese significado añadido; o sea, que decir (por repetir el ejemplo de Júbilo) “el cielo es azul” es procesado por el receptor del mensaje como “opina que el cielo es azul”. Sin embargo, los significados connotativos dependen de factores subjetivos (tanto del emisor como del receptor), así como de códigos contextuales compartidos en mayor o menor grado por los grupos de hablantes. De hecho, Júbilo lo sabe e incluso lo ha sufrido; es decir, ha comprobado que la frase “el cielo es azul” muchos no se la traducen como antes he dicho sino, por ejemplo, “este tipo me está imponiendo su creencia de que el cielo es azul y si yo no estoy de acuerdo con él me considerará un imbécil, cuando el imbécil es él por afirmar tamaña tontería de forma tan tajante”. Por eso, las fórmulas que suavizan los enunciados, aunque puedan parecer superfluas en cuanto a su aportación significante (y no siempre lo son), cumplen una función vehicular necesaria, o al menos conveniente, para la comunicación: evitar el rechazo del receptor, acotar el contexto semántico, “engrasar” los canales de ida y vuelta que sostienen todo diálogo (o discusión). No otra es la finalidad de la cortesía.

El ejemplo traído del post de Júbilo no es demasiado pertinente a lo que estoy contando. Más a cuento viene un comentario reciente de Lansky al post anterior, el cuarto de una serie dedicada al relato de los sucesos (probablemente ficticios en su gran mayoría) que conforman la narración tradicional de la Navidad cristiana. Dice textualmente Lansky: “Y estoy con los protestantes, la vida de María carece de interés”. La primera parte de la frase es en realidad una subordinada de la segunda que es, y así se percibe, el mensaje principal ("la vida de María carece de interés, como piensan los protestantes"); aunque tiene su importancia en la matización del significado, prescindiré de momento de ella. En cuanto a la parte principal puede, sin duda, calificarse como una afirmación tajante, y la primera pista radica en su elemental estructura sintáctica. Si le aplicara la fórmula “redundante” a la que recurre a su pesar Júbilo, la frase se convertiría en “en mi opinión (que es la misma que la de los protestantes), la vida de María carece de interés”. Nótese cómo el añadido (a diferencia del ejemplo de Júbilo) no es ya tan redundante, aunque sólo sea porque da pie a discutir dicha opinión, pierde gran parte de su connotación despectiva, para abrir una línea de diálogo. Se me dirá que (bajo el entendido de la fórmula elíptica de Júbilo) el significado denotativo de la frase no cambia; pero esa conclusión revelaría una excesiva ignorancia de los mecanismos de la comunicación, al prescindir de todos los contenidos connotativos que acompañan a una expresión. Dicho de otra forma, si bien puedo aceptar que ambas construcciones gramaticales denotan lo mismo, la elegida por Lansky connota muchas más cosas, nos da un mensaje mucho más cargado de significado. Cuestión distinta es la calidad e intención de ese mensaje connotado.

Pero, a mi juicio, la fórmula de Júbilo no vale en este ejemplo si nos molestamos en darle una segunda vuelta de tuerca. Lansky no opina (ni tampoco los protestantes) que la vida de María carezca de interés. La frase es equivalente a “la vida de María no es interesante” o, precisando más, "la vida de María no genera atención". Sin embargo, habría que ser un absoluto ignorante para desconocer que la vida de la Virgen no es que haya despertado atención, es que ha interesado a lo largo de la historia occidental (y sigue interesando) a cientos de millones de personas y que ha sido motivo de innumerables obras en casi todos los ámbitos de nuestra cultura; en otras palabras, dudo mucho que haya otra vida (salvo la de su hijo) sobre la que se haya manifestado con mayor intensidad y extensión el interés de los seres humanos. Naturalmente, Lansky lo sabe (y también los protestantes), luego hemos de concluir que lo que ha querido decir no es que en su opinión la vida de María carezca de interés, sino que a él no le interesa (como tampoco le interesa a los protestantes). Y no se me diga que es lo mismo, ni siquiera desde la subjetividad del hablante, decir que algo no es interesante a decir que algo no me interesa. Evidentemente, el interés es subjetivo, pero desde el momento en que lo atribuimos como cualidad de algo (la vida de María), el único modo que tenemos de verificar la veracidad del adjetivo es considerando la cantidad de personas que han mostrado interés, que le han dedicado atención.

Sentado que Lansky lo que ha querido decir es que a él no le interesa la vida de María (aunque, probablemente por prisas o por exigencias de estilo, haya prescindido de alguna fórmula que suavizara el tono tajante de la expresión), nos encontramos con que al mensaje se le adhieren otros subyacentes que, a mi modo de ver, son mucho más significativos que el denotativo, que sólo aparentemente es el principal. Porque, ciertamente, que Lansky me (nos) informe de que no le interesa la biografía de la Virgen tiene para mí la misma relevancia que puede tener para él que yo le informe de que no me gusta la zanahoria cruda. El texto que llevo publicado (las cuatro entregas) va ya por las nueve mil palabras. A la vista del comentario, lo primero que uno se pregunta es si Lansky lo ha leído, ya que de haberlo hecho (lo cual le agradecería) cuesta entender el porqué, dado que el asunto no le interesa. Pero, lo haya leído o no, también cuesta entender la pertinencia del comentario. Viene a ser equivalente a cuando estás charlando con alguien, soltándole algún rollo, y en una pausa va y te dice que a él (como a un determinado grupo de gente) lo que dices no le interesa (o, para ser más literal: “lo que cuentas carece de interés”). El mensaje no es, desde luego, el denotativo sino este otro: “deja ya de hablar (escribir) sobre este tema que me aburres”. Por supuesto, en la conversación “presencial” casi nadie se atreve a decir frases de este tipo (tajantes y sumamente desagradables), por mucho que se esté aburriendo; se recurre a técnicas de desviación o, si no hay más remedio, a excusas inventadas para escaquearse del tormento auditivo. En la lectura de un post, a mi juicio, con mucho mayor motivo son improcedentes estos mensajes, pues basta con no leer lo que a uno no le interesa o, si no le ha parecido interesante tras leerlo, abstenerse de comentar. De hecho, supongo que todos los que tenemos blog medimos el interés que ha suscitado un post por la cantidad y calidad de los comentarios que recibe (entre otras cosas); cuestión distinta es que escribamos para despertar interés. De hecho, si estoy escribiendo sobre los sucesos que sustentan la tradición navideña es porque a mí me interesan, aunque haya podido comprobar que a varios de mis lectores asiduos no (como, por ejemplo, supongo que le ocurre a Vanbrugh quien, sin embargo, no necesita hacérmelo saber a través de una “opinión tajante”).

Hallo más mensajes subyacentes en el comentario citado, pero tampoco se trata de desarrollar un ejercicio (muy aburrido sería) de desencriptación semiótica, sino simplemente de aprovecharlo como mero divertimento. Lo dejo pues, advirtiendo que tengo intención de seguir mi relato de historia-ficción apoyado, eso sí, en fuentes que forman parte de nuestra tradición cultural (nuestra sí, incluso de los que no somos cristianos). Pero antes de darle al botón de publicar quiero hacer una breve acotación sobre el interés de la vida de María para los protestantes. Tiene razón Lansky en que en las religiones llamadas protestantes la veneración a la Virgen (como a los santos) tiene escasa importancia, sobre todo si se pone en relación con el tremendo peso de la mariología en el catolicismo. A este respecto sería interesante (al menos para mí) reflexionar sobre el papel que ha jugado el culto a los santos y a la madre de Jesús en la continuidad del paganismo en el catolicismo (sobre todo en la religión popular), y no es irrelevante en tal sentido recordar que las denuncias en esa línea formaron parte del movimiento reformista del XVI. Sin embargo, está arraigada la idea falsa de que los protestantes no creen en María (no sé exactamente en qué se supone que no creen, pero bueno), cuando lo cierto es que creen todo lo que dice el Nuevo testamento sobre ella. En cuanto a que les interese su vida o no, habría que preguntárselo a los protestantes que cada uno conozca; desde luego, es verdad que han escrito sobre ella muchísimo menos que los católicos. Sin embargo, veo más factible que les interese a ellos la historia de la madre de Dios que a mí, que no creo que lo fuera. En todo caso, me da que hoy en día tampoco le interesa demasiado a los católicos.



El Boss canta (creo que en 2006) O Mary don’t you weep, una canción de esclavos o un espiritual negro tradicional, que ha sido versionado por multitud de cantantes gospel (y no gospel). Al hilo de este post, me habría encantado que la María del título fuera la Virgen para mostrar que la música cristiana americana (abrumadoramente protestante) también le dedica su atención a la madre de Cristo. De hecho, así lo había creído siempre que escuchaba este tema (lo tengo por Aretha Franklin y por Pete Seeger) hasta que acabo de enterarme por la wiki inglesa de que se refiere María de Betania, la hermana de Lázaro, el resucitado. No obstante, no me resisto a enlazar esta estupenda versión en vivo.

jueves, 5 de enero de 2012

Navidades apócrifas (4): el primer viaje de María

Al final del post anterior decía que me parecía más verosímil que la Anunciación hubiera sucedido (si aceptamos que sucedió, por supuesto) en Jerusalén y no en Nazaret, como afirma Lucas, el único de los cuatro evangelistas oficiales que nos da noticias de la misma (“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María”). Pienso esto no sólo porque habría sido lo habitual entre los judíos (solían pasar varios meses desde los esponsales hasta la entrada de la novia en el domicilio conyugal), sino también porque me casa mejor para cuadrar temporalmente los acontecimientos que se citan en fuentes diversas. Sin embargo, hay que considerar, de un lado, que los desposorios de María habían sido singulares pues los sacerdotes la entregaban a José, respetando su decisión de mantenerse virgen en la que ya veían un designio divino, para que la guardara; este motivo puede explicar que la espera resultara innecesaria. Por otra parte, el principal escollo que veía para que la Anunciación fuese en Nazaret, era el embarazo de su prima Isabel. Ya conté de pasada que Zacarías tuvo su propia anunciación (ésta va con minúscula) mientras ejercía su oficio sacerdotal en el Templo y Lucas afirma que entre las dos visitas angélicas transcurren seis meses. Había yo supuesto (a partir de la amalgama de distintas fuentes apócrifas) que la milagrosa concepción de Isabel fue al menos unos meses antes de todo el montaje para elegir esposo a María (por cierto, tanto éste como la misma boda, fueron dirigidas por un Zacarías que había sido enmudecido por el ángel) y, por eso, si María partía a Nazaret al poco tiempo de los esponsales (nunca inmediatamente, como narraré), habría sido llegar a la ciudad galilea, que se le apareciera Gabriel y de vuelta a visitar a su prima para cogerla antes del sexto mes de embarazo, ya que estuvo con ella tres meses pero no se nos dice que asistiese al nacimiento del Bautista. Ahora bien, podemos dar por buena la versión de Lucas y situar la Anunciación en Nazaret, si asumimos que la visita angélica a Zacarías fue muy poco anterior al concurso de selección marital. En tal caso no parece muy creíble que Gabriel se le apareciera dos veces seguidas casi inmediatamente (por muy alado mensajero que sea, resulta excesivo). Me zambullo en la especulación teológica y propongo la audaz hipótesis de que, cuando Zacarías se encerró en el santuario a quemar incienso para que Dios le dijera qué hacer con María (porque su esterilidad ya la tendría asumida y a esas alturas no iba a reclamarle nada a Jehová), se presenta Gabriel, le da las instrucciones divinas y, de paso, le comunica su próxima paternidad; o sea, dos anunciaciones de golpe. Añado además que desde el aviso hasta la concepción de su mujer tuvo que pasar al menos entre un mes y un mes y medio. A partir de ahí, apretando mucho los sucesos, pongamos que en dos meses (menos se me antoja casi imposible) se resuelven todos los trámites, esponsales incluidos. En ese momento (que es con el que cerré el anterior post), Isabel llevaría apenas quince días fecundada, así que probablemente ni ella misma lo sabía. Con estos plazos, nos cuadra que María se demorase todavía algún tiempo en la capital antes de su partida a Nazaret, que llegase a la villa galilea y dispusiese de algunas semanas para instalarse y adaptarse mínimamente al nuevo entorno. Cuando Gabriel se le aparece, su prima andaría por los cuatro meses y medio (aunque hubieran pasado seis desde el anuncio a Zacarías) así que María, advertida por el ángel de ese embarazo, tiene tiempo razonable de preparar el nuevo viaje. Supongo también la llegada de su prima le serviría como excusa a Isabel para hacer pública su gestación (Lc 1:24: “Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses”). La visita, como sabemos, se prolongó por tres meses, lo que permite que el regreso de María a Nazaret ocurriera aproximadamente un mes antes del nacimiento del Bautista. Pues bien, hecho este encaje temporal para no tener que contradecir a Lucas, sigo con el relato.

Quedamos pues en que José partiría primero, para preparar la casa así como a su familia y amigos, algo que le reconcomía. Durante los días que tarda María en dejar la capital sucede una curiosa anécdota: los sacerdotes deciden que había de hacerse un velo para el Templo, con la intención de exponerlo ante la congregación y realzar así el culto. Para quien no haya leído el Éxodo hay que explicar que en la larguísima entrevista (los inevitables cuarenta días y cuarenta noches) de Jehová con Moisés en el monte Sinaí, además de dictarle los diez mandamientos, entre otras varias instrucciones más, le ordenó que construyera un tabernáculo estableciendo con una precisión asombrosa hasta sus mínimos detalles. Hasta que Salomón erigió el primer Templo en Jerusalén y lo situó en el centro del edificio, el tabernáculo era una especie de caseta móvil, si bien de dimensiones bastante respetables (aproximadamente 13 metros de largo, 10 de ancho y 4 de alto). El tabernáculo contaba con dos cortinas o velos, uno hacia el exterior, conocido como la puerta, y otro que dividía el espacio en dos estancias: la primera donde estaba la Menorá, la mesa de los panes y el altar, y detrás el Sancta sanctorum, que acogía el arca de la alianza, al que sólo podía acceder el sumo sacerdote. No he podido saber cuál de los dos velos era el que querían renovar los sacerdotes, pero me apetece pensar que sería el interior (más importante) que había de ser, según las órdenes de Jehová, “de azul, púrpura, carmesí y lino torcido”. También ha de ser este velo el que “se rasgó en dos, de arriba abajo” en el momento en que Jesús expiró, lo cual no es menor prodigio que los demás que acompañaron a la muerte de Cristo (terremoto, rocas que se quiebran, sepulcros que se abren para dar salida a santos resucitados), pues según la tradición judía era un grueso cortinón tan resistente que ni dos yuntas de bueyes podían romperlo. Un velo así tenía que estar formado por un cuerpo grueso y pesado (la wikipedia dice cuero sólido de diez centímetros de grosor) sobre el que se dispondrían los recubrimientos ornamentales. Serían éstos los que los sacerdotes deseaban renovar y, para ello, convocaron a doce vírgenes de la estirpe de David entre las que incluyeron a María. Cada una debía hilar con un material específico, por lo que, para componer el diseño conjunto de la tela final, deberían trabajar juntas, supongo que en alguna de las dependencias del templo. Recopilando las distintas fibras, no siempre las mismas, que se citan en los tres apócrifos que narran este asunto se obtiene una idea curiosa sobre la tejeduría israelita de principios de nuestra era (si no son anacronismos posteriores). Por supuesto, usaban seda, que desde mil años antes se importaba desde China y era uno de los textiles de mayor lujo. También muselina, tejido tan transparente y vaporoso que por entonces era empleado en el cercano oriente pero no en Europa. Naturalmente había lino, tal como había sido mandado originalmente en el Sinaí, que además era la fibra vegetal más común para estos menesteres; ahora bien, se nos indica expresamente que se trataba de lino fino, selecto, nada que ver con las telas de los ropajes de los campesinos. No podía faltar en tan rica cortina los hilados de oro, práctica habitual desde muy antiguo. Me sorprendió que aparezca el amianto, tan denostado en tiempos recientes, pero compruebo que efectivamente estas fibras materiales se usan desde muy antiguo, probablemente para dotar a las telas de sus asombrosas propiedades de resistencia térmica y tensora. Reunidas las doce vírgenes se echó a suertes con qué material había de trabajar cada una y a María le tocó la “verdadera escarlata y la verdadera púrpura”, pero tales son colores y no hilaturas. Supongo pues que su labor consistiría en tejer hilos, de lino o de lana, teñidos en estos colores (los tintes provenían, respectivamente, de los huevos de un gusano y de las secreciones de ciertos caracoles marinos), pero lo que ha de resaltarse es que de todas las piezas del velo eran éstas, sobre todo las de púrpura, las más valoradas (desde los fenicios el púrpura ha sido el color de los reyes y también era el más característico del Templo). Que el sorteo favoreciera así a la Virgen provocó resquemores entre sus compañeras quienes, envidiosas, apodándola la reina de las vírgenes. Pero ahí estaba al quite, de nuevo, el ángel de turno que raudo se presenta ante las insolentes y les advierte que lo que ellas dicen con sarcasmo es una profecía verdadera. Las chicas, claro está, enmudecieron de terror y se apresuraron a disculparse con María y, visto el favoritismo celestial de que gozaba, aprovecharon para pedirle que intercediese por ellas.

Sin insistir más, la anécdota del velo parece confirmar que María se quedó al menos unas semanitas en el Templo, cosiendo y rezando, pero también, digo yo, despidiéndose de la que había sido su casa durante doce años y de las personas a las que sin duda amaría. Por fin un día los sacerdotes la pondrían en camino hacia Nazaret y en ese viaje la acompañaron cinco doncellas, probablemente escogidas de entre las compañeras de costura, algo mayores que ella, pero no tanto como para impedir la amistad espontánea, aunque imagino que algo coartada por el respeto que guardaban a quien, ya todos lo sabían, era una elegida de Dios para los más altos designios. No hay ninguna noticia sobre ese primer viaje de la Virgen, un trayecto de unos ciento cincuenta kilómetros que se haría, probablemente, a través de empedradas calzadas romanas. Seguramente, Maria y sus acompañantes, entre los que además de las amigas habría, supongo, funcionarios del Templo para escoltarla, se unirían a alguna caravana que fuera hacia el norte. Probablemente, hasta la ciudad samaritana de Siquem (en la que Jesús pediría agua del pozo a una mujer), la ruta debía ser bastante segura, pues era el camino que enlazaba Jerusalén con Cesárea marítima, la capital administrativa romana. Más peligroso debía convertirse el camino a partir de esa encrucijada (parece que abundaban los salteadores), pese a ser bastante concurrido como importante ruta comercial que llevaba a Séforis (la capital galilea, pocos kilómetros al norte de Nazaret), Jericó y Damasco. Me imagino pues un grupo relativamente numeroso, en torno quizá a cincuenta personas, la gran mayoría a pie, que los burros y camellos se reservaban para la carga. Puede que hubiera algún carro, aunque los caminos de la época, pese a las notables mejoras de la ingeniería viaria romana, hacían muy difícil, cuando no imposible, su tránsito. Quizá la comitiva mariana portara una litera en la que llevar a la Virgen pero, por más que la veneraran, se me antoja una hipótesis que cuadra poco con la tradicional humildad de la chica, además de que habría generado riesgos evidentes de seguridad. Así que el desplazamiento tuvo que durar varias jornadas, no menos de cuatro (eso leo en un libro sobre la vida cotidiana en tiempos de Cristo), aunque yo diría que algo más y sin duda, por mucho que hicieran varios altos, llegarían exhaustos y desastrados.

Nazaret, si es que por entonces existía, era un poblado (a lo sumo dos mil personas). Algunos textos lo sitúan en las faldas de una colina de fuerte pendiente, desde la que sus paisanos pretendieron despeñar a Cristo (Lc 4:29); sin embargo, lo más seguro es que el caserío se dispusiera al pie de éstas, protegido de los vientos y lindante con la carretera de Jerusalén a Séforis. Aunque la villa apenas era considerada en la época (recuérdese el comentario despectivo de Natanael cuando Felipe le anima a unirse a los apóstoles: "¿de Nazaret puede salir algo de bueno?" Jn 1:46), parece que allí residía un pequeño grupo de sacerdotes que viajaban periódicamente a trabajar en el Templo, lo que sugiere una cierta relevancia en la religiosa sociedad judía. En todo caso, la mayoría de los habitantes se ocuparían de oficios al servicio tanto del tráfico comercial de paso como de los más ricos ciudadanos de Séforis; de ahí procederían, probablemente, los clientes de la carpintería de San José. Según la tradición (¿?), el domicilio conyugal quedaba al sureste, muy cerca de la carretera y algo separado del núcleo del poblado. Se trataba de una amplia gruta (lo cual no deja de ser curioso pues entre los judíos las cuevas eran usadas más como lugares de enterramiento que como vivienda) a la que se adosaba una pequeña casa de mampostería. Pero sobre la vivienda nazarena de la Virgen, fuente fecunda de leyendas cristianas, ya hablaré en el siguiente post.


Walking to Jerusalem - Mahalia Jackson (Portrait, 1989)