domingo, 27 de diciembre de 2020

Camino Viejo de Candelaria (tramos 5 al 12)

Varias décadas antes de la conquista de Tenerife apareció en la desembocadura del barranco de Chimisay (actual playa del Socorro, en Güímar) una talla gótica de la Virgen con el Niño sujeto con el brazo derecho y un trozo de vela en la mano izquierda. La leyenda de los dos pastores guanches que la descubrieron, del traslado de la imagen a la residencia del mencey Acaymo y finalmente a la cueva de Achbinico, muy cerca de la actual Basílica es sobradamente conocida. Lo cierto es que el propio Adelantado, en 1497, peregrinó desde La Laguna hasta esa cueva guanche para venerar a la virgen de la candela. La ruta que siguió, según parece, ya era transitada por los aborígenes y los castellanos lo que hicieron fue adoptarla y mejorarla (empedrarla, por ejemplo), convirtiéndolo en la ruta principal desde la capital de la Isla hacia el Sur. Es pues uno de los caminos históricos de Tenerife y su importancia por fin en 2012 motivó a las administraciones a afrontar un proyecto de recuperación integral que pretende no solo la rehabilitación física sino también la dinamización social y puesta en valor de este sendero (iniciativa digna de aplauso, desde luego, aunque me parece que no se esta abordando con los suficientes medios y energía; en todo caso, se ha hecho una muy recomendable página web sobre el camino).
 
El camino empieza en el Centro Histórico de La Laguna, en cualquiera de los inmuebles religiosos importantes, como la iglesia de La Concepción o el ex-convento de Santo Domingo –lugares donde se acogía a la Virgen de Candelaria cuando se trasladaba a la ciudad– pero también la iglesia de San Agustín o la Catedral. Del casco lagunero se cruza la autopista por el puente del Coromoto y se toma el camino de San Francisco de Paula, actual carretera insular TF-265 (este tramo ya lo caminamos hace menos de un mes en la primera etapa del Camino de la Cañada Verde). Sigue San Francisco de Paula en toda su longitd hasta Llano del Moro y, a partir de ahi, por su prolongación que es la calle del Convento, hasta cruzar tres cauces que al confluir marcan el inicio del barranco Tamaragua que es el límite con el municipio de El Rosario. Esa es la parte alta del caserío disperso articulado por la calle de Los Toscales y, al final del mismo, hay una edificación denominada la Casa del Pino, a partir de la cual empieza el tramo quinto del camino y que decidimos que fuera el inicio de nuestra ruta de hoy (la parte anterior del camino no tiene casi atractivo).

 
Recogí a Jorge, Clara y Álvaro en Candelaria y retrocedimos por la autopista hasta la salida del Chorrillo, la que cruza la TF-1 formando una curva que es casi un semicírculo (trazado inicial de la proyectada, muy discutida y veremos si algún día ejecutada autopista exterior del área metropolitana). Subimos por la carretera del Tablero hasta su final; luego por la calle Capuchina, prolongación de la anterior y encajonada entre edificaciones; al llegar a una hornacina religiosa doblamos a la izquierda por la calle Crisantemo, una pista asfaltada muy estrecha (no se cruzan dos coches) y que pronto se vuelve sinuosa para cruzar el barranco de Tamaragua y entrar en El Rosario. Al salir del barranco doblamos hacia la derecha por la calle Los Toscales que en unos setecientos metros desemboca en el camino de Candelaria, muy cerquita del comienzo de nuestra ruta. Aparcamos el coche junto a un camino transversal y a escasos metros más adelante nos encontramos el cartel que anuncia el inicio del tramo 5 que va de Los Toscales (donde estamos) hasta Machado. También nos dice que está declarado BIC, al igual que los siguientes cuatro tramos. Empezamos la caminata doblando a la derecha por una pequeña bajada junto a la edificación que se supone es la Casa del Pino (no sé el porqué del nombre ni la historia de este inmueble, si es que historia hay) que en una de sus paredes alguien ha pintado –con no excesiva pericia– la imagen de la Morenita. Son las nueve menos veinte y el cielo está encapotado.

 
El camino está empedrado y en bastante buen estado. Descendemos con una pendiente suave pasa cruzar en barranco de Somedo y nada más pasarlo viene el de Toriño o de los Valentines. Junto al cauce de este último discurre hacia arriba un camino que lleva hasta el bosque de La Esperanza; algún día habremos de recorrerlo. El paisaje es precioso, reverdecido por las lluvias recientes. Ligero ascenso y llegamos a la carretera que va a Machado (TF-274). Cruzada la carretera el camino pasa a ser una pista asfaltada que atraviesa casi a nivel una ladera no muy empinada y aterrazada, aunque la mayor parte de los bancales ya no se cultivan y están siendo colonizados por las yerbas y matorrales silvestres. Tras unos trescientos metros de asfalto (hasta llegar a una edificación de buen tamaño)  el camino vuelve a ser de tierra. Enseguida cruza la parte final del camino del Agua –flanqueado algo más abajo por unas cuantas viviendas– y sigue unos novecientos metros, con ligeras subidas y bajadas, hasta llegar a la Ermita de el Rosario, en la parte alta del núcleo de Machado. 
 
 
Pocos metros antes, hay una desviación a la derecha que es el acceso a la llamada Casa del Pirata, en la que cuenta la leyenda que vivió el famoso corsario tinerfeño Amaro Pargo; pero no lo sabíamos y no nos acercamos a verla. En todo caso, según he podido enterarme curioseando en la Red, ya solo quedan ruinas de lo que fue una casona rural de grandes dimensiones con varios volúmenes –muros de piedra y cubierta de madera y tejas– organizados en torno a un patio central. En uno de los cuerpos orientados al mar se disponía la habitación de mayor calidad, con artesonados semejantes a los de la vecina ermita y un gran ventanal desde el que se domina toda la bahía y de la que, según cuentan, el Pirata oteaba los barcos que aparecían por el horizonte. El inmueble fue declarado Bien de Interés Cultural en 2003 (en la misma resolución se declaraba también la ermita). Durante varios años el Cabildo se planteó adquirirlo pero parece que finalmente lo compró un conocido periodista local. Una pena, porque habría estado muy bien rehabilitar la edificación y destinarla a algún uso público vinculado al Camino. [El video que encabeza este párrafo es una panorámica de la Casa del Pirata tomada con dron en febrero de 2016; lo he descargado de https://www.youtube.com/watch?v=B9beRDhSC_8].

 
Por donde sí pasamos –y nos detuvimos unos minutitos– fue por la ermita de El Rosario. Es una de las más antiguas de la Isla y se construyó (se cree que en la tercera década del XVI) vinculada al Camino, para servir de parada y refugio, lo que explica su sobrenombre de Ermita del Descanso. La primitiva ermita, de planta cuadrada, se corresponde con el actual prebisterio, una capilla separada del resto de la nave por un arco de madera y un escalón que da acceso al altar mayor. Las fachadas son paredes encaladas de blanco, con contrafuertes y las cubiertas a cuatro aguas con teja. La iglesia cuenta con una plaza en su fachada Sur que es un magnífico mirador hacia el paisaje: laderas de vegetación natural, cultivos, urbanizaciones y el océano inmenso de fondo. Estamos al final del barrio de Machado –cuyo origen, probablemente, se relacionará con la propia ermita– y también en el punto final del quinto tramo del Camino Viejo. A las 9:30 retomamos la marcha.

El sexto tramo, empedrado y también declarado BIC, va en descenso desde los 490 metros hasta los 390 metros al cruzar el barranco de las Siete Fuentes (en una longitud de 800 metros; es decir, pendiente media del 12,5% con tramos puntuales bastante empinados). Desde el principio tenemos a la vista el pueblo de Barranco Hondo (final del tramo) y tras él, la montaña del Picacho, avanzadilla de las estribaciones que vienen desde la Dorsal; el paisaje –no me importa repetirme– es magnífico. A mano derecha, en el paraje denominado la Asomadita, nos encontramos con una era perfectamente definida y conservada que es, a su vez, un balcón hacia el mar. Otro elemento omnipresente durante este tramo es un canal que discurre por la cota 400 y que cruzaremos poco antes de llegar al barranco de las Siete Fuentes. Cien metros más arriba discurre el de Araya, que lleva aguas de las galerías de Güímar a Santa Cruz (éste lo cruzamos al principio del tramo, junto a la ermita).

La última parte de este tramo (unos 600 metros) discurre más o menos llana hasta que gira hacia la derecha convirtiéndose en una pista asfaltada que sube por el pequeño asentamiento de La Camellera, en el lado Norte del Barranco Hondo que delimita los términos de El Rosario y Candelaria. La pista traza una curva cerrada para salvar el barranco, pero la ruta sigue por una estrecha bajada hacia el cauce, muy poco visible y que es fácil pasarse (de hecho, en la etapa 39 de la vuelta a la Isla que acabó en la parte final de La Camellera y discurrió casi toda por el Camino Viejo, no supimos encontrar este cruce del barranco). El sendero, que conserva bastante del empedrado, está muy colonizado por la vegetación pero no es de difícil tránsito ni tampoco la bajada y la subida son cuestas demasiado empinadas. Al llegar arriba estamos en el pueblo de Barranco Hondo (el mismo nombre que el del barranco), ya en el municipio de Candelaria y donde acaba este sexto tramo. Avanzamos por la calle Felipe Cruz y, dejando a la izquierda lo que debió ser el embrión originario de esta población que se remonta al siglo XVI (el eje de la calle Albarianes, entre los barrancos Hondo y de Chagoigo), llegamos enseguida a la plaza principal, donde se erige la iglesia de San José, de mediados del XIX. Aquí nos detenemos para descansar un rato y comer los bocatas. Son las diez y veinte.
 
El séptimo tramo, muy breve, de apenas un kilómetro, es simplemente el recorrido por Barranco Hondo siguiendo por el eje formado por las calles La Calzadilla, La Capilla, Cruz de los Cantos y La Angostura, que nos deja ante la pared del campo de fútbol del pueblo. Calles asfaltadas en pendiente descendente y nada que merezca la pena reseñar.

El octavo tramo tiene una longitud de algo más de dos kilómetros y, hasta poco antes de acabar, discurre con trazado serpenteante y de poca pendiente por encima de las estribaciones de la ladera de Chafa, límite de la formación geológica del Valle de Güímar. En ese recorrido se van cruzando varios barrancos pero sin apenas desnivel (Cueva de la Campana, la Gotera, el Bocho, Gurruncho, de los Porqueros y Chajarche). La parte final es un descenso no muy pronunciado para entrar en Igueste, asentamiento encajonado entre dos laderas que ya puede considerarse dentro del Valle de Güímar. El sendero –que en este tramo también está declarado BIC– es de tierra bien apisonada con restos bastantes de empedrado y, durante varios tramos, muro de piedra seca en sus bordes. Al discurrir en sentido Suroeste por encima de la ladera, se abren unas vistas magníficas sobre la costa, con toda la cornurbación Caletillas-Candelaria y al fondo la silueta inconfundible de la Montaña Grande de Güímar. Hay que referirse también a los canales de agua que atraviesan esta ladera a distintos niveles (el de Araya, el de Güímar y algún otro) y que cruzamos en varios puntos. 
 
Junto a este tramo, en el lomo triangular delimitado entre los barrancos de los Porqueros y de Chajarche, se localiza el antiguo caserío de Pasacola, del que ya solo quedan ruinas. El acceso, un sendero que desciende entre bancales, está señalizado pero no bajamos porque ya lo habíamos hecho en 2019 en la etapa 39 de la vuelta a la Isla. De todos modos, al margen de su interés histórico, en la actualidad son solo ruinas, restos escasos de muros de piedra; lo único bien conservado es una era situada en el extremo inferior. Según he curioseado por ahí, este caserío, en el que no llegaron a vivir más de trece familias, tiene su origen probablemente en la primera mitad del XIX y empezó a deshabitarse a principios del XX para quedar vacío en 1921; así que ni es muy antiguo ni tuvo larga vida. Obviamente, sus vecinos se dedicaron a la agricultura en los bancales junto a los que construyeron sus viviendas. En fin, otro ejemplo de los muchos que muestran la intensidad del aprovechamiento humano del territorio tinerfeño, a pesar de su difícil orografía.
 
 
Hacia las doce menos cuarto entramos en el pueblo de Igueste de Candelaria (el último tramo, a partir del cruce del canal de Araya, es una pista asfaltada). Este pueblo, de topónimo aborígen, es el asentamiento más antiguo del municipio ya que consta que, tras la aparición de la Virgen y su traslado a la cueva de Achbinico, Acaymo cedió para la veneración de la imagen un rebaño de 600 cabras que pastaban en este Valle a cargo de los que fueron sus primeros pobladores. Accedemos por la parte alta del núcleo, llamada La Sabinita-La Jimenez, que es la más antigua y conforma un caserío muy agradable con buenos ejemplos de arquitectura tradicional canaria. Bajamos por la calle de La Estila que confluye en la del Reverendo Padre Simón Higuera (cura del pueblo que, a finales del XIX, se vio involucrado en una revuelta de los vecinos contra dos guardiaciviles, lo que le costó cuatro años de encierro en el penal de San Miguel) y ésta remata en la Iglesia de la Santísima Trinidad, construida como ermita en el XVIII y ampliada durante el XIX hasta su estado actual. Seguimos bajando, ya en la zona de Ajoreña, la parte más moderna del pueblo (y de menor interés), siguiendo la calle de Antonio García Pérez, Plaza de Dimas Coello (pintor y poeta nacido aquí en 1935) y camino Los Revolcaderos que llega hasta el barranco de Añaco que delimita Igueste por el Oeste. Ahí acaba el pueblo y el tramo 9 del Camino Viejo.
 

El décimo tramo, también declarado BIC, es muy corto, no llega a cuatrocientos metros. Baja unos 30 metros hasta el cauce del barranco de Afirama y luego sigue casi a nivel hasta enlazar con el camino de la Cruz Colorada. El firme mantiene bastante del empedrado antiguo y en gran parte de su longitud está delimitado por muros de piedra seca; buen estado de conservación y fácil de transitar. Al cruzar el barranco se pasa frente a la gran Cueva de Añaco, lugar de habitación aborígen pero en la que ya no quedan vestigios arqueológicos pero ello no obsta para que los estratos pétreos de la cavidad, muestrario de texturas y colores, sean de gran belleza.
 
El siguiente tramo, el undécimo, presenta mucho menor interés paisajístico o patrrimonial. Los primeros 560 metros discurren por el camino Cruz Colorada, una pista asfaltada que desciende entre campos de cultivo en su mayor parte abandonados y viviendas de dos y tres plantas y muy baja calidad arquitectónica que forman el asentamiento del mismo nombre. Al llegar a la Carretera General del Sur la ruta mantiene la dirección Sur, pero ahora es un sendero de tierra que a lo largo de unos 700 metros atraviesa un territorio muy degradado (movimientos de tierra, escombros). El camino acaba en la exquina de Brilladol, una urbanización de chalets. Estamos junto a la TF-1 y lo lógico sería seguir por su margen superior (entre la urbanización y la autopista) hasta poder cruzarla; pero, a pesar de que se ve un sendero que sigue por allí, el paso está cerrado por una valla, imagino que de forma provisional (quizá por morivos de seguridad) y que en el futuro será abierto. De modo que hemos de subir por la calle del Drago, girar a la izquierda por la de la Tabaiba y volver a bajar por la del Pinar y, después de caminar 330 metros, llegar a un punto a solo 70 metros de donde estábamos.
 
Desde ese punto, la ruta "oficial" sigue pegada al trazado de la autopista hasta llegar al túnel que la cruza por debajo y sale a la calle Batayola, ya en el núcleo urbano de Candelaria. Sin embargo, a pesar de la taxativa prohibición, decidimos cruzar la TF-1 por el puente inacabado que está justo al final de la calle del Pinar de Brillasol. El final de la plataforma queda a unos dos metros del terreno, lo que nos obligó a un salto no exento de algún riesgo; para conmemorar tan atrevida e ilegal hazaña tomé la fotografía de mis compañeros de aventura. Seguimos bajando en diagonal a través de terrenos eriales (se trata de un sector de suelo urbanizable que no ha sido desarrollado) hasta llegar a la Rambla de los Menceyes, avenida principal de este ensanche de Candelaria, donde recuperamos la ruta. A partir de la glorieta que remata la rambla, bajamos por las calles de Triquivijate (un pequeño pueblo del municipio de Antigua, en Fuerteventura) y de la Piscina hasta llegar justamente a la Piscina Municipal, ya en primera línea de costa. Seguimos pegados al mar por la calle de la Piscina (playita de arena negra en la trasera del muelle con gente bañándose a final del año) y luego por la avenida de la Constitución (el pequeño puerto pesquero y deportivo) hasta llegar al aparcamiento enfrente del Ayuntamiento que era donde Jorge había dejado su coche. En rigor tendríamos que haber avanzado unos cuatrocientos metros más para acabar en la Basílica, o incluso haber seguido otros doscientos sesenta por el paseo de San Blas hasta la antigua cueva de Achbinico. Pero todo eso ya lo habíamos caminado, en sentido contrario, en nuestra vuelta a la Isla y, además, estábamos ya algo cansados. Era la una y media; en el coche de Jorge fuimos a recoger el mío y fin de la etapa de hoy.

domingo, 20 de diciembre de 2020

La Cañada Verde 3: De Las Canteras a la Plaza del Adelantado

Esta vez somos cuatro; además de Álvaro viene Clara, la hija de Jorge, residente en Berlín que ha venido a la Isla a pasar Navidad. A esta hora temprana, el día está freco y húmedo, pero confíamos en que no nos llueva. Vamos en mi coche de la plaza del Adelantado a Las Canteras. Unos minutos pasadas las ocho empezamos a subir la cuesta del Camino de la Cañada de Arriba. Este eje, que luego pasa a denominarse Camino La Degollada, no discurre exactamente por la cumbrera que es linde municipal entre La Laguna y Tegueste, pero lo hace muy cerca, por la vertiente lagunera, ofreciendo unas vistas espléndidas de la Vega de las Mercedes, una vez que se supera el primer tramo que va encajonado entre edificaciones de nulo interés. Tardamos casi media hora en recorrer el kilómetro y medio asfaltado y ascender desde 594 a 721 msnm (salvo al principio, la pendiente es muy llevadera).  La pista asfaltada acaba contra una montaña y se convierte en un camino que parece bordearla por la izquierda. En principio, sin consultar el GPS, comienzo a caminar, pero una mujer que estaba en la última casa nos advierte que por ahí no era. Luego comprobaría que ese sendero pasa a la otra vertiente y llega al barranco de la Mina y no sé si por él se podrá seguir hasta Pedro Álvarez. Pero, en efecto, la ruta correcta no era esa sino subir directamente la montaña por un sendero empedrado, no tan obvio a primera vista como el otro, pero mucho más bonito. Con una pendiente del 20%, en algo menos de doscientos metros llegamos al punto alto desde donde el sendero gira noventa grados hacia el sureste para bajar al núcleo de Las Mercedes.
 
 
En la parte alta de la montaña un cartel informa que estamos en una cañada y que el acceso no es apto para el tránsito (¿de qué o quiénes?). Son unos cuatrocientos metros de descenso, de los cuales la primera mitad es un sendero bien definido que discurre por un bosquecillo. Pero, cuando se sale de éste, el recorrido se complica: el sendero prácticamente desapareceinvadido por la vegetación (tuneras, sobre todo) y aumenta la pendiente, lo que obliga a ir despacio estudiando muy bien cada paso. La ruta que llevo en el móvil tiene un trazado demasiado recto (contra pendiente) del cual nos desviamos para reducir riesgos de caída. La parte peor es el final, cuando el sendero (si es que merece ese nombre) desemboca junto a una vivienda: es una rampa rocosa que en muy poca distancia baja seis metros. Una vez abajo, salimos enseguida a la carretera principal de entrada a Anaga. Son las nueve y veinte: subir y bajar la montañanos ha llevado cincuenta minutos, demasiado tiempo para la distancia cubierta (unos 600 metros); si se quiere convertir este tramo en un sendero homologado es necesario mejorar su trazado y el firme, especialmente en la parte final.
 
 
Cruzamos la carretera y seguimos por Santa María de la Cabeza hasta Olof Palme y luego por el camino de la Timplina que, a partir de la confluencia con la calle del Párroco Hipólito Jorge Dorta, dobla hacia el Este y empieza a trepar la ladera del Lomo Llarena. El asfalto se acaba en la última casa y se convierte en un sendero de tierra, piedras y yerba que nos lleva hasta el pico del Gamonal, a 750 metros de altitud (hemos subido unos 100 metros en poco más de 400). A partir de ahí, la Cañada (en este tramo llamada de la Timplina) discurre en sentido noreste por la vertiente que se abre a Jardina. El paisaje es magnífico, con la imponente presencia de las montañas verdes y al Sur la planicie de la Vega. El sendero –de tierra y yerba– está bien marcado y es de fácil tránsito. Desde la cumbre del Gamonal el panorama es magnífico. De nuevo en marcha, al poco rato escuchamos los balidos de un rebaño de ovejas que va por el mismo camino por delante de nosotros. Aunque no vamos deprisa no tardamos en alcanzarlas y, siguiendo las indicaciones del pastor, las pasamos desviándonos ligeramente hacia la derecha. Este camino, que enseguida descubriremos que no es la cañada, hace un pronunciado meandro y sale a otro principal (el que sí es la Cañada). Allí nos encontramos con un hombre que nos explica que nos hemos desviado de la cañada de la Timplina porque un particular ha cortado el paso. El paisano está indignado con ese vecino (uno que hace unos años compró los terrenos) y nos conmina a que denunciemos la apropiación indebida de un camino público de siempre. Nos hace retroceder por el tramo de la cañada por el que deberíamos haber venido hasta el punto en que, efectivamente, está vallado y, al otro lado, el trazado completamente invadido por la maleza. Más tarde, en mi casa, comprobaré que el buen hombre tiene razón: en la cartografía catastral se aprecia nítidamente el tramo de camino público que ha sido privatizado (unos 125 metros).
 
 
Damos la vuelta para seguir la Cañada pero, justo al lado de la casa del hombre que nos acompañaba, descubrimos que el trazado que nos indica el GPS (en dirección Sureste) está también cerrado por una valla porque es el acceso a una vivienda. Sin embargo, parece tratarse otra vez  de una privatización indebida porque ese tramo también aparece recogido como camino público en la cartografía catastral. Así que hemos de seguir por el camino de Jardina hasta llegar a la carretera del mismo nombre y bajar hacia el pueblo; es un rodeo de unos 600 metros cuando el tramo privatizado apenas mide 160. Procuraré hablar con los compañeros de Medio Ambientea ver si toman alguna medida para recuperar el dominio público de la que debería ser una de las rutas más destacadas de la Isla. En la imagen adjunta se ven los dos tramos privatizados en color naranja (en amarillo el trayecto que realmente caminamos).
 
 
De modo que caminamos en sentido Este, con el vallado a mano derecha y la ladera a la izquierda. Al llegar a la carretera a Jardina hay un pequeño apartadero en el que hacemos un alto para comernos los bocadillos. Estamos pegados al Parque Rural de Anaga, en un punto que bien puede calificarse de encrucijada de caminos. Si siguiéramos la pista hacia arriba, enseguida giraría hacia el Oeste paralela al camino por el que hemos venido hasta desembocar en el Mirador de Jardina, una de las paradas obligadas cuando se viene de visita al Espacio Natural. Hacia el Norte y Noreste salen sendos caminos que se internan en el Parque; uno de ellos creo que es el que enlaza con la Cruz del Carmen y que tenía previsto seguir en la última etapa de nuestra Vuelta a la Isla (pero nos equivocamos y en vez de bajar por Jardina lo hicimos por Las Mercedes). Por último, la carretera hacia el Sur que será por la que retomamos la marcha después del descanso y de extasiarnos un rato con los espectaculares panoramas: hacia el Norte, la ladera boscosa de Anaga; hacia el Suroeste, Jardina y la Vega; hacia el Sureste, el valle de Tahodio con el puerto de Santa Cruz al fondo.  Las once de la mañana.
 
Bajamos unos cuatrocientos metros por la carretera de Jardina y nos desvíamos hacia la izquierda al llegar a las primeras casas del pueblo. Es el inicio de la ruta que hicimos el pasado 14 de noviembre, siguiendo el barranco de Tahodio hasta Santa Cruz. Pero hoy, antes de coger la segunda curva, dejamos ese camino para tomar una estrecha senda en dirección Sur. En sus primeros quinientos metros, el sendero discurre bordeando Jardina por el Este, en la vertiente que mira hacia Santa Cruz; quizá debería buscarse un trazado más pegado al pueblo, ajustado a la cumbrera que divide las dos laderas. De hecho, tras pasar junto a una vivienda, la senda continúa más o menos por la divisoria durante los siguientes cuatrocientos metros, hasta llegar al pico de Cuevas Blancas que bordea por su falda Oeste, del lado de La Laguna. En todo caso –y sé que estoy siendo repetitivo– los veinte caminos que lleva este tramo son deliciosos, con unas vistas magníficas, sobre todo hacia el lado de Santa Cruz.

 
Estamos en un terreno de pastos, tapizado de mullido verde, húmedo de las recientes lluvias. Pero justo al llegar a la falda de Cuevas Blancas, a la derecha del camino que se ensancha y afirma para permitir el tránsito de vehículos, hay una cuidada plantación de olivos. El sendero sigue subiendo hasta llegar a la cima de Lomo Alto. A partir de ahí, durante los dos siguientes kilómetros (hasta pasar el asentamiento de Lomo Largo) el sendero de tierra, bien definido y en buen estado, discurre casi por la cumbrera (por la vertiente que cae a la Laguna). Pasamos por el bosquecillo del Pico Gonzalianes (otro sendero subre hasta la cima) y luego desscenso suave hasta que el sendero de tierra se convierte en el asfalto de la calle El Laurel, el eje principal (y casi único) de Lomo Largo. Al final del asentamiento, si nos hubiéramos desviado a la izquierda, tomaríamos un camino que lleva a la Charca de Tabares y desde ahí podríamos seguir la ruta de los Valles hasta entrar en Santa Cruz por los Campitos. Pero eso será otro día porque hoy continuamos hacia el Sur para trepar hasta la cima de la Gallardina.

Al final de Lomo Largo hay que coger por la pista que sale entre el camino a Tabares y el que va al Bronco y luego al casco de La Laguna. Avanzamos unos pocos metros por el asfalto pero enseguida hay que trrepar la ladera de La Gallardina, uno de los promontorios más llamativos de los que cierran la Vega lagunera por el Este. Son cien metros de desnivel (de la cota 630 a la 730) en unos 450 de longitud, una pendiente (poco más del 20% de media) aceptable, aunque hay algunos pasos algo complicados. Desde luego, mucho más difícil tiene que ser hacer este tramo de bajada, que era como iba una parejita joven, para colmo de imprudencia sin bastones y con un bebé en brazos. La madre estaba acojonada (con razón), casi paralizada en uno de los tramos más difíciles. Les pasamos los bastones y les ayudamos a salvar esa parte del descenso; supongo que llegarían bien a destino aunque imagino que esa noche el chaval (que era el promotor del paseo) dormiría en el sofá. Una vez en la cima de La Gallardina se domina un magnífico panorama de 360º, valgan como ejemplos las dos siguientes fotos: la primera hacia el Suroetse, con la montaña de San Roque y la ciudad en primer plano y detrás el llano de Los Rodeos; la segunda hacia el Sureste, con la planicie de la Gallardina en primer término, más allá Las Mesas y al fondo la Montaña de Taco y la costa chicharrera.

 
Según la ruta que llevo grabada en el móvil, de La Gallardina hay que seguir en dirección Suroeste caminando sobre la cumbrera de la propia montaña. Sin embargo, desde donde estamos no vemos ningún sendero (o amago de tal) que vaya por allí e intentarlo nos parece un riesgo excesivo. De modo que nos dirigimos hacia el Sureste, por el tenue sendero que se aprecia en la foto anterior hasta llegar al monolito de la siguiente colina. Desde ahí vemos, bastante más abajo, un sendero que va hacia San Roque; el problema es que para llegar a él no descubrimos más opciones que zigzaguear cuesta abajo campo a través, abriéndonos paso entre los matorrales y las tuneras, a costa de pinchazos y rasguños. El ritmo es necesariamente muy lento y invertimos unos veinte minutos en este tramo de descenso hasta que alcanzamos lo que ya podemos llamar un sendero. Lo seguimos ya a paso más rápido hasta reencontrarnos en la ruta programada. En ese punto vemos, en efecto, un camino que va hacia la cumbre de la Gallardina, aunque puede que no sea más que un breve tramo; algún día habrá que explorarlo en sentido ascendente (que fue como lo hicieron los Amigos de la Cañada en mayo de 2016). En todo caso, es incuestionable que el paso por La Gallardina requiere obras de adecuación si queremos que la ruta de La Cañada sea un sendero homologable. En la imagen adjunta puede verse el rodeo que tuvimos que hacer (en naranja) frentre a la ruta prevista por la cumbrera de La Gallardina (en amarillo).
 

El sendero va ascendiendo suavemente por la ladera, pasa por el Picacho de Juan Rojas y llega a la pista militar de San Roque. En ese punto, el cansancio acumulado nos tienta para que bajemos por el tramo asfaltado que nos llevaría al Camino Las Estaciones y por él cruzar la Vía de Ronda y aparecer en el aparcamiento de Las Quinteras donde está el coche. Pero hemos venido a seguir La Cañada, así que trepamos la montaña de San Roque hasta su mesa superior y de ahí bajamos al pequeño barrio de ese  nombre. Me acerco hasta la ermita y miro desde ahí hacia La Laguna, la vista panorámica más fortografiada de la ciudad de Aguere. La que pongo aquí, sin embargo, no apunta hacia el Centro Histórico, sino al Seminario y detrás el barrio de La Verdellada. Luego ya no queda más que bajar el Camino de San Roque, cruzar la Vía de Ronda y bajar por una escalera al aparcamiento. A las 14:30 acabamos esta tercera y última etapa, la más bonita, de la ruta circular de la Cañada Verde. El balance global es sin duda muy positivo: merece mucho la pena circunvalar La Laguna siguiendo este recorrido; ahora bien, se requieren varias intervenciones de adecuación y mejora para que sea un sendero popular. Esperemos que el Cabildo asuma este reto con ganas y premura.


domingo, 13 de diciembre de 2020

La Cañada Verde 2: De Guamasa a Las Canteras

Nos encontramos en la carretera a Las Mercedes pocos metros después de pasar el cruce de Las Canteras con la que baja a Tegueste. Jorge me esperaba con Álvaro, el hijo de trece años de su socia y amiga común. Vamos los tres en mi coche hasta el punto de Guamasa donde acabamos la primera etapa. Iniciamos esta segunda a las 8:20 con llovizna intermitente que nos amenizará la primera mitad de la caminata. Avanzamos los doscientos cincuenta metros del tramo final del camino La Era para llegar al de Tabares, por el que doblamos hacia la derecha. Enseguida salimos a la calle Padilla Alta que sirve para definir el límite entre los municipios de La Laguna y de Tegueste: hacia el Sur la suave pendiente descendente de la zona de Guamasa llamada Suertes Largas; hacia el Norte, la ladera abrupta y boscosa que cae hacia el valle de El Socorro. Este camino estrecho y asfaltado, que pasa a llamarse luego del Nombre de Dios y de la Cordillera, bordea la urbanización de Guamasa en recorrido sinuoso de algo más de un kilómetro. Es una ruta muy transitada por paseos a caballo, como testifican abundantes recuerdos sobre el firme.
 
 
Llegamos al punto en que el camino de la Cordillera gira hacia el Oeste y, en vez de seguirlo, tomamos una vereda de tierra que sale hacia la izquierda, trazada sobre la vertiente de la ladera que mira a Tegueste. El camino es de agradable paseo, con mucha vehetación y amplios panoramas hacia el mar del norte que serían magníficos en un día sin la niebla de hoy. Aunque la mayor parte es de tierra apisonada (hay algún tramo con firme de hormigón), está bastante bien cuidado. Después de unos seiscientos metros de estar inmersos en frondosa vegetación, desembocamos en las primeras casas del Portezuelo Bajo, caserío de Tegueste junto al cauce del barranco del Rodeo. Este núcleo carece de interés, de modo que lo pasamos sin detenernos: entramos por la calle del castaño, cruzamos la carretera TF-154 y, nada más pasar el Centro Cultural del Portezuelo, seguimos por el camino de tierra de las Rosetas, que bordea más o menos a nivel, la falda de la montaña del Púlpito por el lado de Tegueste. Este tramo, con un recorrido aproximado de mil seiscientos metros, supone un desvío hacia el Norte del que en mi opinión debería ser el trazado correcto del camino, que es siguiendo la cumbrera de la montaña que, a su vez, coincide más o menos con el límite entre los dos municipos. He pasado un ratito estudiando la cartografía y fotos aéreas y me parece que quizá habría sido posible, en vez de tomar el camino de las Rosetas, seguir por el de las Escuelas hasta su final (en el cruce con el del Portezuelo) y ahí empezar a subir la montaña por el camino de Las Cañas hasta su fin y de ahí girar hacia el Este y seguir subiendo por el borde del bosquecillo hasta la cima (768 msnm); desde ésta hay un camino apisonado (por el que incluso pasan vehículos) que desciende hasta donde acaba el camino de las Rosetas, enlazando con la ruta que hemos hecho. Este tramo que propongo (y cuya viabilidad habré de comprobar) ahorra unos doscientos metros pero obviamente es bastante más rompe piernas. Pero, sobre todo, es un trazado que se corresponde más con la idea de ronda de lagunera de la Cañada Verde. En la imagen adjunto se ve sobre GoogleEarth la ruta que seguimos (amarillo) y la que propongo (naranja); en esta vista en relieve se aprecia bien que mi propuesta sigue la línea de cambio de vertientes.

 
Hacia las diez menos diez el camino de Las Rosetas nos desembocó en el del Púlpito, sobre la vertiente que mira a la Vega lagunera. Ese punto es una pequeña encrucijada, pues ahí acaba también  el camino del Tornero, otro de los ejes radiales de La Laguna. Seguimos hacia la izquierda (dirección noreste) y nos topamos enseguida con dos centros hípicos, uno al lado del otro. Aprovechamos que ha cesado de lloviznar para sentarnos al borde del camino y comernos los bocatas mirando, a través de la niebla que poco a poco se va disipando, aterrizar y despegar aviones. Un poco más adelante, hacia el lado de Tegueste, un grupo de caballos pastaban felices la hierba húmeda.
 

Empezamos a subir la montaña de la Atalaya por la senda embarrada. No es una cuesta demasiado empinada y, aunque algo más, tampoco lo es la bajada. Llegamos a una zona muy traqueteada por los moteros de trial, donde acaba el camino del Mulato. Ahí hemos de subir la empinada ladera del Lomo la Bandera. Caminamos unos metros por la cumbrera (en torno a los 760 msnm) y luego nos enfrentamos a la bajada por la falda noreste, que llega al camino de las Gavias. La pendiente es bastante pronunciada (del 60% en la primera parte para luego suavizarse hasta un 35%), pero lo que la hace peligrosa es el estado muy embarrado y resbaladizo de la estrechísima senda. Álvaro, sin experiencia caminera, lo pasa bastante mal. Como era previsible, se cae, sin más consecuencias que la nalgada en la tierra pero lo suficiente para que coja miedo y haya que animarle mucho para que llegue abajo. En la foto adjunta, tomada una vez pasado el camino de las Gavias, se aprecia la fuerte pendiente del primer tramo de la ladera del Lomo Banderas; piensen que era lodo y es fácil entender la dificultad del descenso. En fin, lo cierto es que cubrir los escasos seiscientos metros del Lomo la Bandera nos llevó cuarenta minutos. Eran ya las once cuando reanudábamos la caminata, viendo a nuestra derecha las urbanizaciones de la Vega lagunera y las montañas que la circundan, con la Mesa Mota en primer plano.

El siguiente kilómetro discurre más o menos a nivel por el paraje denominado Las Peñuelas. Es una zona de tierra y piedras, muy machacada por las motos. Cuesta identificar cuál sea el trazado de la Cañada en un laberinto de pistas embarradas. En algún momento debimos desviarnos (pitido del GPS advirtiéndonos) y para regresar hubimos de subir por lo que eran verdaderos toboganes de mazapé, canarismo que designa los suelos muy arcillosos, pesados y de baja permeabilidad. Luego el camino se convierte en una pista bien ejecutada por el Ayuntamiento para que los laguneros hagan ejercicio físico; estamos en la zona de la Cumbre del Rincón y del Corralete, pegados ya a las laderas de la Mesa Mota.
 

Salimos a la curva de la carretera que sube a la Mesa Mota desde Pozo Cabildo. Jorge insiste en que debemos seguirla hacia el Este, por la vertiente que cae hacia Tegueste. Sin embargo, tengo marcado el sendero por la otra cara de la montaña, pero no vemos ninguna entrada hacia esa ladera. Finalmente, descubrimos una mínima abertura entre el denso matorral que, además, es bastante empinada y, cómo no, está muy embarrada. Con dificultades logramos subir esos quince o veinte metros que enlazan con un mínimo sendero que, efectivamente, se corresponde con el trazado que había dibujado previamente. Eso sí, si se quiere que la Cañada Verde se convierta en un sendero transitable, será necesario hacer accesible esta entrada. Además, habrá también que limpiar y adaptar el recorrido de este tramo, de unos mil doscientos metros; discurre bastante a nivel (tan solo en la parte final tiene pendiente ascendente) con unas vistas espectaculares hacia la Vega lagunera, pero está muy colonizado por la vegetación silvestre, lo que dificulta el tránsito.A mitad del recorrido empezamos a ver en el terreno multitud de pequeños cachitos cerámicos negros; son los trozos de los platos que los tiradores rompían desde la instalaciones de la antigua Sociedad de Tiro de Pichón, que están justo por encima de nosotros. El edificio fue proyectado a principios de los cincuenta por Miguel Martín-Fernández de la Torre, uno de los arquitectos canarios más importantes del periodo republicano y del primer franquismo, y hermano de Néstor, el famoso pintor simbolista. Por lo visto, en su época, fue éste un club muy visitado: los aficionados a masacrar palomas venían a ejercer su afición y muchos otros a disfrutar del restaurante con excelentes vistas sobre la ciudad y una muy buena comida casera, según cuentan las crónicas. Afortunadamente, esas prácticas ya han desaparecido, creo que a principios de los setenta cerró la Sociedad. Lo cierto es que el edificio se abandonó hasta que en 2001 el Ayuntamiento de La Laguna anunció que iba a rehabilitarlo, aunque nunca estuvo muy claro para qué uso. Estuvo en obras durante dos o tres años hasta que éstas se paralizaron sin que hasta la fecha se sepa cuál va a ser su destino y cuándo estará en uso (mientras tanto sigue deteriorándose).

El sendero sale a la carretera de la Mesa Mota casi al lado del edificio. Vamos en sentido contrario por la carretera (en bajada) y a los pocos metros giramos a la derecha para internarnos en un bosquecillo. Empieza así el último tramo de la caminata de hoy que, por algo más de un kilómetro, discurre por la cumbrera que separa los municipios de La Laguna y Tegueste. El camino, pese a algunos desniveles rocosos, se mantiene más o menos a nivel. En gran parte de su longitud va junto al muro que de cierra la propiedad militar del Cuartel de Las Canteras, que el Ministerio de Defensa pretende habilitar para acoger inmigrantes (el otro es el de las Raíces, por el que pasamos el domingo anterior en la primera etapa de esta ruta circular). Debido a su trazado, las vistas desde este tramo se abren hacia Pedro Álvarez, en Tegueste, y no hacia La Laguna. Como a la media hora, entramos en el barrio de Las Canteras por la calle del Cine que desemboca prácticamente al lado de la pequeña glorieta en la que la carretera que viene de La Laguna se bifurca en el ramal a Tegueste y Tejina y en el que sigue al Monte de Las Mercedes. Ahí mismo había aparcado Jorge el coche; eran las 13:30: fin de la etapa.