domingo, 31 de diciembre de 2017
jueves, 28 de diciembre de 2017
Els Segadors
En 1891, Francesc Alió, uno de los impulsores del “catalanismo musical”, publica Cançons populars catalanes, donde recoge veintitrés canciones con acompañamiento de piano, compuestas al objeto de ser interpretadas en los salones de la floreciente burguesía finisecular. Entre esos temas se encuentra la musicalización de Els Segadors –el texto de Milà–. Parece que la melodía provenía de otra canción campesina, ésta de corte erotico, que entonaban los payeses en las tareas agrícolas. Incluso, en los últimos años, se ha apuntado que la música que adoptó Alió de la canción festiva podría a su vez derivar del himno hebreo Ein K'Eloheinu ("No hay nadie como nuestro dios") que se entonaba como plegaria al final del shacharit, la oración matinal judía. Esta melodía parece datar del siglo XV, es decir dos centurias anterior a los sucesos del Corpus de Sang. En fin, lo importante es que en la última década del XIX, en el ambiente de la Renaixença y los enfervorizados inicios del catalanismo, aparece un primer himno que enseguida será interpretado por L'Orfeó Català, la sociedad coral creada por las mismas fechas con la intención de instaurar e impulsar un movimiento musical propio de Cataluña.
A partir de entonces, la canción se empezó a popularizar en ambientes catalanistas. Por lo visto, a su difusión contribuyó mucho la letra belicosa y, en cierta medida, antiespañola; parece que los más radicales de los catalanistas de aquella primera ola solían silbar la melodía en las estaciones de tren, especialmente cuando llegaban o se iban ministros de la monarquía alfonsina. Sin embargo, el texto de Milá, como ya he dicho, no era del todo adecuado para alcanzar el éxito completo. Probablemente por eso, el 10 de junio de 1899, la Unión Catalanista convocó, a través de las páginas de la revista La Nación Catalana, un concurso para premiar «la mejor composición en verso que, simbolizando en valientes estrofas las aspiraciones nacionalistas de Cataluña, se adapte bien a la melodía popular conocida con el nombre de Els Segadors», transmitiendo «los deseos que siente Cataluña de reconquistar su personalidad perdida y que con su esfuerzo la libren del yugo que hoy sufre». El propio enunciado del concurso deja bastante claras las intenciones de los promotores, así como que el sentimiento de los catalanes (de algunos, al menos) de estar oprimidos no es nada nuevo. El texto ganador –que es el del actual himno oficial de Cataluña– fue obra de Emili Guanyavents, un tipógrafo muy singular porque, además de catalanista, era anarquista (recuérdese que el movimiento anarquista español tuvo en Cataluña su foco más importante y activo). Este Guanyavents, nacido en 1860 y por tanto aún joven cuando obtuvo el premio, tuvo larga y fecunda carrera en la vida cultural catalana (murió en 1941 en Barcelona, su ciudad natal, así que le dio tiempo de verla derrotada y ocupada por el franquismo).
La composición de Guanyavents no gustó a todos, desde luego. Incluso no pocas voces del ámbito del catalanismo manifestaron su desagrado con el tono agresivo de la canción –entre ellos, nada menos que Valentí Almirall, quien calificó el himno de “canto de odio y fanatismo”–. De hecho, hasta la Guerra Civil había otras canciones que quizá fueran más estimadas por los dirigentes catalanistas, pero es verdad que Els Segadors, precisamente por su letra amenazadora contra quienes “encadenan” a Cataluña, era de las preferidas por el pueblo. Es ilustrativo comparar el texto del vigente himno con el del Cant de la senyera, del poeta Joan Maragall, uno de los que con más insistencia fue propuesto en aquellos años como alternativa. Mientras Maragall enarbola la bandera como señal de hermandad y libertad, Guanyavents la convierte en hoz con la que segar cadenas y expulsar a “esta gente tan ifana y tan soberbia”. El caso es que, por las razones que sean (yo apuesto por la agresividad de la letra), durante el Tardofranquismo y los inicios de la Transición, Els Segadors se convirtió de facto en la canción de quienes reclamaban la recuperación de la autonomía catalana. En la multitudinaria Diada de 1977 (la segunda que pudo ser celebrada tras la muerte de Franco) se confirmó su primacía. Aún así, habría de esperarse al 25 de febrero de 1993, fecha en que por Ley del Parlament, Els Segadors fue declarado himno oficial de Cataluña (eran aún los tiempos de Pujol).
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lunes, 25 de diciembre de 2017
Ranita hervida
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miércoles, 20 de diciembre de 2017
Paseo madrileño

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domingo, 17 de diciembre de 2017
Palabras de muerte

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jueves, 14 de diciembre de 2017
El ciclo catalán

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lunes, 11 de diciembre de 2017
Incestuosa concepción


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viernes, 8 de diciembre de 2017
Hotel California

PS: Ayer, oyendo la radio en el coche, me enteré de que hoy se cumple 41 años de esta mítica canción de The Eagles. Pensé en escribir mi recuerdos de cuando escuché aquel LP por primera vez (lo tenía mi amigo Mario), pero luego decidí hacer un breve relato a partir de la enigmática letra de la canción.
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jueves, 7 de diciembre de 2017
Partero y enterrador

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domingo, 3 de diciembre de 2017
De Xavier a Javier

Lo cual nos lleva a la grafía y la fonética de nuestro idioma en los albores del XVI. De entrada, parece que por esas fechas no existía en el castellano el sonido de nuestra actual J, la fricativa velar sorda, cuyo símbolo en el alfabeto fonético internacional es precisamente /X/. Había por aquellos tiempos tres letras cuyos sonidos van a ir confundiéndose en esa etapa de transición idiomática: la g, la j (que es una evolución de la i) y la x. En una Gramática de 1559 se nos informa que la g tiene dos sonidos: uno “flojo” delante de a, o y u que es igual al actual, y otro más “fuerte” delante de e e i, y éste no es el actual (sonido de la J) sino el del italiano y francés delante de esas dos vocales (giorno, por ejemplo). La j sonaba como la misma grafía en francés (Jean). Finalmente, la x se pronunciaba como la ch francesa (chevalier) o como la sc italiana (sciuto), es decir, muy similar a como se sigue pronunciando en catalán.
En los tiempos del Santo, pues, en castellano no se pronunciaba el fonema /X/. De modo que la cantidad de palabras de nuestro idioma que ahora y entonces se escribían con J se pronunciarían como lo siguen haciendo los catalanes, por ejemplo. Multitud de nombres propios –Juan se diría Yuan, José, Yosé, Joaquín, Yoaquín–, pero también palabras de lo más comunes: oyos en vez de ojos, illos por hijos, etc. La ausencia del fonema /X/ hacía que los sonidos de ese castellano fueran mucho más similares al resto de lenguas romances, incluyendo desde luego las otras que se hablaban en la Península. Si, por otro lado, la localidad natal del Santo se escribía con X, hay que asumir que en sus tiempos se pronunciaría como una CH algo más suave. Esta suposición es congruente con la etimología del nombre –Etxeberri (casa nueva)– ya que probablemente la sílaba txe (che) derivaría a Xa (Cha).

A lo que no he encontrado aún explicación satisfactoria es al porqué de la aparición del actual sonido J en el castellano, máxime cuando se produce cuando el dominio geográfico de nuestra lengua incluía ya las Américas. ¿Cómo es posible que en un tiempo relativamente corto (aunque fuera en dos etapas) palabras que se pronunciaban de otro modo pasaran a decirse con un sonido muy distinto y, además, de mayor dificultad fonética? Este cambio radical se me antoja contra la lógica de la evolución fonética y tengo una tremenda curiosidad por saber sus causas. Pero, hasta que las averigüe, sentemos como datos ciertos que Xavier se escribía así en castellano en los tiempos del Santo, pero se pronunciaría más o menos Chavier (la ch algo más suave que la actual); que cien años después (en los primeros del XVII) pasaría a pronunciarse Javier, pero seguiría escribiéndose con X; y que finalmente, no sé hacia qué fechas, el fonema /X/ pasó a representarse con la J y –con la G delante de e e i– y Javier que ya se pronunciaba con el sonido de la J, pasó a escribirse también con esta letra. No obstante, durante algún tiempo, ese fonema se pudo escribir en castellano con las dos grafías (X y J) hasta que en la octava edición de la Ortografía de la lengua castellana (1815) se decidió eliminar el uso de la letra X como representación de ese sonido. Salvo, claro está, algunas contadas excepciones: México, Texas, Oaxaca ... Y el Xavier de mi amigo.
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sábado, 2 de diciembre de 2017
Cultura de la crueldad


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