Cultura de la crueldad
En “La ética de la crueldad” (Premio Anagrama de Ensayo 2012), José Ovejero afirma que España es un país en el que la crueldad está especialmente presente. Tiendo a desconfiar de esas afirmaciones en las que nos adjudicamos puestos relevantes en cualquier tipo de ranking porque, entre otras razones, suelen responder a conclusiones bastante desequilibradas. El hecho de ser españoles –y, por tanto, estar familiarizados con nuestras costumbres– hace que necesariamente privilegiemos y exageremos las notas que conocemos frente a las de los otros países. Aún así, no parece que yerre Ovejero al referir que la presencia de la crueldad en las manifestaciones culturales de la historia española es más abundante que en otros entornos. Bien es verdad, que el autor, aún reconociendo que se trata de cosas distintas, mete en el mismo saco la crueldad y lo grotesco, entendiendo este adjetivo como síntesis de lo exagerado, la radicalidad, lo exaltado, la búsqueda de emociones fuertes y el rechazo a la reflexión calma. Visto así, se diría que es cierto que en la literatura y el arte españoles puede apreciarse un gusto, un descarado sesgo en tal sentido y, desde luego, con ejemplos demasiado frecuentes de representaciones de la crueldad. De otra parte, es conocido que España ha tenido fama de país bárbaro y cruel hasta no hace mucho (y no estoy seguro de que tal fama haya desaparecido completamente), lo cual, dicho sea de paso, era tanto motivo de rechazo como de atracción (piénsese en Hemingway, por ejemplo). Por tanto, una primera hipótesis sería que los españoles sienten (y han sentido históricamente) una mayor atracción hacia la crueldad que individuos de otros países. Aceptémosla provisionalmente porque, a falta de demostración concienzuda, no puede negarse que cuenta con suficientes indicios de verosimilitud.
Desde luego, si nos convenciéramos de que los españoles sentimos una atracción mayor de lo normal hacia lo cruel, habría que preguntarse el porqué. Pero esa investigación queda mucho más allá de mis capacidades, amén de que requeriría primero bastantes comprobaciones que habrían de llevarse a cabo con sistemática y rigor. Por ejemplo: varía esa atracción hacia lo cruel entre las distintas regiones españolas (sí, afirmarán los independentistas catalanes: nosotros no la tenemos tanto lo que es una prueba más de que no somos españoles). Pero no solo esa pregunta, habría que hacerse muchas más y me atrevo a pronosticar que nunca se arribara a conclusiones sólidas. Es lo que tiene meterse a investigar sobre los “caracteres de los pueblos”, sobre el “alma de una nación”, que el terreno es menos firme que la ciénaga más movediza. No obstante, insisto, admitamos nuestra primera hipótesis y, consiguientemente, planteemos la pregunta que surge inmediatamente: que en España haya una mayor atracción hacia la crueldad, ¿equivale a que los españoles sean –por término medio, claro– más crueles que otros nacionales? No me atrevo a afirmarlo categóricamente, pero de entrada uno tiende a pensar que sí. Enlazaríamos con lo ya comentado en el post anterior; la representación de la crueldad (algo que se asume que es más abundante en las manifestaciones culturales hispánicas) estaría satisfaciendo y sublimando las pulsiones de crueldad de los consumidores de las mismas. Visto a la inversa: una persona que no es cruel, ante la representación de la crueldad siente malestar, rechazo; por tanto, no casa que una población predominantemente compasiva desarrolle y consuma crueldades. Pero, repito, prefiero no sentar la que parece la conclusión lógica porque bien es verdad que el carácter humano es complejo y contradictorio. Lo dejaré en una sospecha.
Es una sospecha que a mí, en la medida en que soy español, me incómoda y avergüenza. Y, sobre todo, me irrita porque a tantos de mis paisanos las manifestaciones de esa “cultura de la crueldad” no sólo no parecen avergonzarles sino que, por el contrario, son motivo de orgullo y de reivindicación. Sin duda, los ejemplos más paradigmáticos los encontramos en las llamadas fiestas populares, elementos del “patrimonio inmaterial” de los pueblos, de las “sagradas y respetables tradiciones ancestrales”. Naturalmente (afortunadamente) poco a poco las cosas van cambiando, y no me cabe duda que antes o después estas exhibiciones de barbarie desaparecerán de nuestra geografía. Pero de momento, para escribir esta entrada, he querido someterme al mal trago de repasar las más relevantes de estas muestras, a modo de ejercicio personal para descubrir qué emociones despiertan en mí, tratar de activar mi crueldad oculta si sintiera algún atisbo de placer viendo esas fiestas brutales..
Empecemos por las aves en el mejor lugar posible, un pueblo llamado El Carpio de Tajo, en la ribera de ese río a mitad de camino entre Talavera de la Reina y Toledo. Villa de origen medieval –se aprecia en su trama, no tanto en su arquitectura, bastante anodina–, cuenta en la actualidad con unos 2.200 habitantes. Sus fiestas mayores son en honor a Santiago Apóstol, del 24 al 27 de julio y en ellas hay carreras de caballos enjaezados (con muy bonitos colores) con música folklórica de dulzaina y tamboril. Pero el plato fuerte es el llamado Correr de los gansos: se hincan dos postes en la plaza enlazados por una soga de la cual, amarrados por las patas, cuelgan gansos; la cosa consiste en pasar a caballo bajo la cuerda e intentar descabezar al palmípedo de un fuerte tirón (no es fácil, eh, el cuello resiste bastante). El jinete que lo logra enseña orgulloso la cabeza del ave y el público aplaude enfervorizado. Por lo visto, el rito se remonta a finales del siglo XVI, y se debería a un tal Martín Fernández de Olmedo, apodado el Indiano, que era militar de los Tercios de Flandes y que se inspiró en una costumbre alemana de la zona del Rin. Pero no está claro, porque leo por otra parte que fueron más bien oriundos carpeños quienes llevaron a Centroeuropa la que para ellos era una tradición desde que la villa fue arrebatada a los árabes. Lo cierto, según compruebo asombrado, es que la gracia festiva de descabezar un ganso al galope se celebra en una localidad cercana a Amberes, y en Hontrop y otros lugares de la cuenca renana (incluso fue llevada a Estados Unidos por emigrantes holandeses, aunque la práctica desapareció a finales del XIX). Desde luego, la fiesta auténtica, acorde con la tradición, era con gansos vivos. En 1984 (no hace tanto) el Gobierno Civil prohibió que se celebrara con animales vivos y, desde entonces, se les sacrifica el día antes. Por cierto, en un artículo de El País con motivo de las fiestas de este año, uno de los jinetes participantes declara que para ellos es una tradición y un orgullo y que ahora se celebra con gansos muertos porque se entendió que era innecesario que sufrieran (la dosis inevitable de cinismo políticamente correcto). En cualquier caso, uno se pregunta cómo a alguien puede gustarle (provocarle placer) ver arrancar la cabeza de un ganso. A mí, verlo en un video, aun sabiendo que el bicho está muerto, solo me produce malestar y rechazo.
Empecemos por las aves en el mejor lugar posible, un pueblo llamado El Carpio de Tajo, en la ribera de ese río a mitad de camino entre Talavera de la Reina y Toledo. Villa de origen medieval –se aprecia en su trama, no tanto en su arquitectura, bastante anodina–, cuenta en la actualidad con unos 2.200 habitantes. Sus fiestas mayores son en honor a Santiago Apóstol, del 24 al 27 de julio y en ellas hay carreras de caballos enjaezados (con muy bonitos colores) con música folklórica de dulzaina y tamboril. Pero el plato fuerte es el llamado Correr de los gansos: se hincan dos postes en la plaza enlazados por una soga de la cual, amarrados por las patas, cuelgan gansos; la cosa consiste en pasar a caballo bajo la cuerda e intentar descabezar al palmípedo de un fuerte tirón (no es fácil, eh, el cuello resiste bastante). El jinete que lo logra enseña orgulloso la cabeza del ave y el público aplaude enfervorizado. Por lo visto, el rito se remonta a finales del siglo XVI, y se debería a un tal Martín Fernández de Olmedo, apodado el Indiano, que era militar de los Tercios de Flandes y que se inspiró en una costumbre alemana de la zona del Rin. Pero no está claro, porque leo por otra parte que fueron más bien oriundos carpeños quienes llevaron a Centroeuropa la que para ellos era una tradición desde que la villa fue arrebatada a los árabes. Lo cierto, según compruebo asombrado, es que la gracia festiva de descabezar un ganso al galope se celebra en una localidad cercana a Amberes, y en Hontrop y otros lugares de la cuenca renana (incluso fue llevada a Estados Unidos por emigrantes holandeses, aunque la práctica desapareció a finales del XIX). Desde luego, la fiesta auténtica, acorde con la tradición, era con gansos vivos. En 1984 (no hace tanto) el Gobierno Civil prohibió que se celebrara con animales vivos y, desde entonces, se les sacrifica el día antes. Por cierto, en un artículo de El País con motivo de las fiestas de este año, uno de los jinetes participantes declara que para ellos es una tradición y un orgullo y que ahora se celebra con gansos muertos porque se entendió que era innecesario que sufrieran (la dosis inevitable de cinismo políticamente correcto). En cualquier caso, uno se pregunta cómo a alguien puede gustarle (provocarle placer) ver arrancar la cabeza de un ganso. A mí, verlo en un video, aun sabiendo que el bicho está muerto, solo me produce malestar y rechazo.
Lo de descabezar gansos como tradición lúdico-festiva se celebra también todos los años en el Antzar Eguna (día del ganso), a primeros de septiembre en el puerto de Lequeitio. Como en El Carpio, el ganso cuelga de una soga sobre el agua, y hacia él se acercan las barcas de cada cuadrilla. Uno de los chavales se pone de pie y se agarra al animal y entonces, desde los espigones, se tensa con fuerza la cuerda haciendo que el participante se eleve varios metros de altura; después sueltan de golpe, y el chico cae al agua. El proceso se repite varias veces, hasta que las sucesivas sacudidas obligan al concursante a soltar el ganso o arrancarle la cabeza; gana quien más alzadas aguanta. Parece que la fiesta está documentada desde el XVII y, como en la villa toledana, era con gansos vivos hasta que se prohibieron en 1986. Por supuesto, a los lequeitiarras les parece algo muy suyo, que debe defenderse (y, como he leído en algún foro, que no les hablen de sufrimiento animal que a los bichos los han matado antes). También es cierto que en los últimos tiempos se han empezado a fabricar unos gansos con una goma especial que se asemeja a la textura muscular de los palmípedos. Es de agradecer, sin duda, pero sigue intrigándome la necesidad del maltrato animal –aunque sea simbólico– como fuente de disfrute.
Bueno, suspendamos por hoy esta incursión en la barbarie de la crueldad popular que he iniciado con el inofensivo ganso. Nunca he estado en estas fiestas (ni ganas, desde luego), pero al leer (y ver) sobre ellas, me ha venido a la memoria una escena de Historia de Mayta de Vargas Llosa, en la que el protagonista está en un bar frente a la estación de Jauja que se llama “El Jalapato”. Mayta le pregunta al dueño del local el porqué de ese nombre y éste le responde que obedece a “una costumbre practicada en las fiestas del 20 de enero en el barrio de Yauyos: se bailaba la pandilla y se colgaba un pato vivo en la calle que los jinetes y danzantes trataban de decapitar a la carrera, a jalones”. En su momento no me llamó la atención, pero ahora indago en Internet y compruebo que, en efecto, es una fiesta de gran prestigio en la que fue la primera capital hispánica del Perú. En el programa de 2013 leo que es una tradición de procedencia española que está enraizada en la fe del hombre andino como ofrenda en honor a los Santos patrones San Sebastián y San Fabián. En el video que adjunto un hombre explica detalladamente esta fiesta y dice que, en su origen, el pato simbolizaba al español y descabezarlo era una venganza simbólica de los nativos contra el opresor. También dice que ya se ha suprimido lo de matar al pato vivo pero, si es verdad, ha sido muy reciente porque he visto un video de 2011 en el que el pato estaba vivo.
Repugnantes costumbres, pero lo del español como ser especialmente cruel no deja de ser un rastro de la Leyenda Negra. No hay más que fijarse en cómo los británicos han tratado cualquiera de sus colonias...
ResponderEliminarInsisto, Capolanda, en que estamos hablando de crueldad, entendida como obtener placer del sufrimiento ajeno. Lo que he querido resaltar con este post es que este tipo de repugnantes (en efecto) tradiciones populares podrían reflejar una mayor crueldad de los españoles. No sé, desde luego, si en otros países hay tanta afición a espectáculos en los que se hace sufrir.
EliminarDe otra parte, creo que en este asunto poco tiene que ver la Leyenda Negra.
Yo también suelo recelar de las afirmaciones generales y globales, pero he vivido en España casi toda mi vida y algún tiempo significativo en Inglaterra y sostengo conforme a esa experiencia que España es bastante más cruel que Inglaterra. También creo que se soluciona con educación. El inglés reserva su refinada crueldad para los 'morenitos' y la exime de perros y gatos.
ResponderEliminarNo me atrevo a concluir y menos a generalizar, pero me inclino de momento a pensar que, en efecto, nos atrae más la crueldad que a otros pueblos (al menos de nuestro entorno) y que a los ingleses en particular. Y en este caso (el de las fiestas populares) hablamos de lo que denominé "crueldad pasiva".
EliminarMe remito en este asunto a mi "teoría del grumo"
ResponderEliminarque para su conveniencia a continuación resumo:
La crueldad se encuentra, según mi teoría, uniformemente repartida entre los integrantes todos de la Humanidad (como media, con niveles distintos en cada individuo), de manera que no puede decirse que, originalmente, haya comunidades ni regiones con una media más alta que las otras, salvo pequeñas variaciones derivadas de un muestreo mal elegido.
Pero sucede que de vez en cuándo cuaja aquí o allá en condensaciones totalmente azarosas en su origen, pero que actúan como polos de atracción y tienden a aumentar, congregando en torno a ellos nuevos agregados; del mismo modo que un fluido cualquiera -un puré en la cazuela, por ejemplo- forma grumos, zonas puntuales en que la densidad del fluido aumenta muy significativamente.
De distinguirse en algo nuestra amada patria de las restantes comunidades nacionales respecto de esta cuestión -cosa que tiendo a dudar; creo que estas impresiones suelen deberse, como bien explica el post, más al punto de vista que a otra cosa- pienso que la distinción estribaría, más que en un mayor nivel de crueldad, en una mayor grumosidad. Una mayor tendencia a formar estos grumos de crueldad, por algún motivo sin duda exquisitamente termodinámico.
No creo, pues que, midiendo el nivel de crueldad de cada español y hallando la media, saliera un resultado más alto que en cualquier otro país del orbe. Creo, en cambio, que nuestra crueldad, en vez de repartirse homogénea y discretamente, como lo hace en otras regiones, en la nuestra se concentra escandalosamente en numerosos y más o menos grandes grumos, lo que hace que llame más la atención de los observadores, tanto propios como foráneos (que, por otra parte, tienden a ser, unos y otros, por diferentes pero confluyentes motivos, más bien malintencionados cuando de juzgarnos se trata. La Leyenda Negra, como bien apuntaba Don Capolanda líneas arriba).
Sugerente tu teoría del grumo. Aunque, de ser cierta, habría que convenir que la distribución de la crueldad entre los españoles es bastante menos uniforme que en otros entornos (tendría mayor desviación) para que la media sea similar y haya en cambio tan notables grumos.
EliminarSin embargo, mientras me convence tu teoría en el sentido de que, como cualidad genética, debe haber la misma distribución de "crueldad" en toda la especie, me temo que esas aptitudes "naturales" se distorsionan y evolucionan de forma diferente en cada entorno. Así, por razones que se me escapan, resultaría que en España hay una mayor atracción por la crueldad (lo que, como ya he dicho, lo considero también crueldad, aunque de segundo grado).
Efectivamente, dado el gran número de grumos de alta densidad de crueldad que presenta nuestro país, para que la media siga siendo la misma, como creo, es necesario que haya, en cambio, partes de densidad muy baja. Por eso la existencia de individuos como… yo -se me ocurre, así, por ejemplo- casi por completo exentos de la menor sombra de crueldad (la poquísima que tengo se manifiesta en fenómenos inofensivos, como el pareado que iniciaba mi anterior comentario) es muy coherente con mi teoría. Carezco casi por completo de crueldad para compensar la excesiva que presentan la Fiesta nacional, el Toro de Tordesillas, las distintas Fiestas del Ganso... Todo cuadra.
EliminarInsitos, como ya he hecho con Capolanda, que estoy hablando de crueldad. En vez de ironías patrioteras quizá fuera mas interesante discutir si la opinión no mía sino de Ovejero (y de otros a quienes cita en su libro) es o no acertada y, para ello, indagar si hay también en otros países tanta abundancia de fiestas crueles.
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