El mayor negocio de la historia

La guerra entre ingleses y franceses era inevitable. El valle del río Ohio, al sur del lago Erie, se convirtió en escenario de una intensa actividad comercial entre los ingleses y los indios; los franceses, molestos por la creciente presencia de mercaderes británicos, en torno a 1750 se dedicaron a construir varios fuertes en la región con la intención de expulsarlos. Así las cosas, en 1754 empezó la llamada guerra franco-india, que enfrentó en suelo norteamericano a Inglaterra y Francia, apoyada ésta por las tribus indias (a excepción de la nación iroquesa). Naturalmente, en esa época a ninguna de sus majestades europeas (Jorge II y Luis XV) les importaba tanto lo que ocurriese en América como en el viejo continente. Estoy seguro de que distinta habría sido la historia si, dos años después, no hubiese estallado la Guerra de los Siete Años, un ejemplo más de las estúpidas peleas de poder en el inestable equilibrio europeo. El resultado de la contienda (tanto en Europa como en América) fue el hundimiento de Francia y la hegemonía (especialmente marítima) del poderío británico (y también de Prusia, por cierto). En Europa casi no hubo cambios territoriales pero en América el Tratado de París (1763) oficializó el desmembramiento del dominio colonial francés. Inglaterra se quedó con el Canadá y con la franja entre las Apalaches y el Mississippi (salvo Nueva Orleans), mientras que la parte al oeste del gran río (y Nueva Orleans), que pasó a llamarse la Luisiana, fue cedida a España. Seguro que a los ingleses no les quitaba el sueño que la ya débil monarquía hispana aumentara sus posesiones; el objetivo era machacar a los franceses.
De hecho, a la monarquía británica, acabada la guerra americana, lo que más le preocupaba era mantener la paz con los indios, demostrándoles que merecía su lealtad. Con tal fin, pocos meses después del Tratado de París, Jorge III promulgó la Proclamación Real de 1763 por la cual prohibía la expansión de las colonias en el nuevo territorio, que se reservaba para los asentamientos indios. Por supuesto, esta decisión real no sentó nada bien a los colonos (ni tampoco a muchos especuladores que ya tenían en mente hacerse de oro adquiriendo tierras al oeste de las Apalaches) y fue una de las primeras decisiones de la metrópoli que luego pasarían a considerarse como "Leyes Intolerables" y dispararían la independencia de los Estados Unidos. Con la dosis de cinismo que conviene mantener en estos casos, lo cierto es que mejor les habría ido a los nativos americanos si Washington y sus chicos hubieran fracasado. Hay incluso quienes opinan que esa Proclamación de 1763 fue el primer reconocimiento europeo de los derechos de los primitivos habitantes a sus tierras y, ciertamente, ha sido usado como antecedente por movimientos indigenistas contemporáneos y reconocido como tal en la legislación canadiense (no así, desde luego, en la de los USA).
Pero, como es sabido, las trece colonias lograron su independencia y se convirtieron en los primeros Estados Unidos. Así en el Tratado que en 1783 firmaron en París (otra vez) las delegaciones norteamericana y británica, todo el territorio al este del Mississippi entre los Grandes Lagos y la Florida (que fue devuelta a España) pasó a manos estadounidenses; ni que decir tiene que las naciones indias no participaron para nada en tales acuerdos. O sea, que el nuevo país se encontraba de pronto con muchísimo más territorio que el que habitaban hasta entonces los revolucionarios amantes de la libertad, como ellos gustaban llamarse. Aun así, todavía les quedaba mucho por conseguir y eso los padres de la patria lo tenían claro prácticamente desde el principio.

Lo primero que descubro buscando mapas en Internet es que los límites se han desplazado hacia el oeste respecto a los que tenía la antigua Nueva Francia. Si, como dije al principio, los franceses consideraban el curso del Missouri como su frontera con la Terra Incognita, ahora ese borde se llevaba hasta las Rocosas. Supongo (no lo he comprobado) que en el Tratado de 1763, con mayores conocimientos cartográficos, las tres potencias coloniales acordaron fijarlo así y tampoco debió de preocuparles mucho dado que las tierras más al oeste pertenecían al virreinato de Nueva España con lo que, al fin y al cabo, iban a tener la misma administración (no exactamente, pero da igual). Esta ampliación no es ninguna tontería porque daría cabida, además de a los Estados mencionados al principio, a los de Montana, Wyoming, Colorado, las dos Dakotas, Nebraska, Kansas y Oklahoma. El caso es que la España borbónica se encontró con algo más de dos millones kilómetros cuadrados que le tocó administrar desde 1764 hasta 1803, 39 años en los que el inmenso territorio fue una gobernación dependiente del virreinato de Nueva España.

Pues nada, estamos ya a finales del XVIII y poco después de la "revolución" americana vino la francesa con la guillotina y el terror, la república y las guerras revolucionarias. En España teníamos al pánfilo de Carlos IV quien, acojonadito con los acontecimientos que ocurrían al otro lado de los Pirineos, echó mano del favorito de la reina, Godoy, para que asumiera el mando político. La ejecución del rey francés hizo que nuestra monarquía declarara la guerra a los franceses y que éstos, sin casi despeinarse, nos dieran una buena paliza, ocupando Guipúzcoa, Navarra y el norte de Cataluña. Por el tratado de Basilea, Godoy logró que devolvieran los territorios ocupados, incluyendo Guipúzcoa, provincia que tenían muchas ganas de anexionar a la república con la complacencia de varios de los capitostes donostiarras de entonces (en cuyo caso yo habría nacido en Francia, oh, la la). Evidentemente, tan generoso comportamiento de los franceses tenía un precio que no era otro que la completa sumisión de la política española a la de los vecinos que, a partir de entonces, nos llevarían a rastras a su lado de desastre en desastre, principalmente enfrentándonos con los ingleses que se ocuparon concienzudamente de infligirnos unas cuantas y dolorosas derrotas.

Y acabo ya, que el post me está saliendo más largo que un día sin pan. Cuando los americanos se enteraron de que el territorio había vuelto a manos francesas se les ocurrió darse un saltito a París a ver si conseguían de los "hermanos revolucionarios" franceses que les vendieran Nueva Orleans a fin de poder dar fácil salida marítima al comercio que discurría por el Mississippi. Hubo diversas "movidas" en la política francesa respecto a América entre 1801 y 1803 con expectativas que se iban frustrando e intereses contradictorios. Esos dos años dan para una novela de intrigas que (que yo sepa) no se ha escrito, máxime cuando uno de los protagonistas era el artero Talleyrand. Pero vayamos directamente a la escena final. Tras varios tanteos y conversaciones, en la primavera de 1803 llegan a París James Monroe (el que sería presidente cuatro años después) y Robert Livingston con la autorización de ofrecer diez millones de dólares por la ciudad y el puerto de Nueva Orleans y se encuentran que Napoleón les propone comprar todo el territorio por cinco milloncejos más. Los norteamericanos no se lo podían creer y pensaron, acertadamente, que chollos así no se encontraban y que más valía firmar a toda prisa no fuera que cambiaran las circunstancias y los franceses se retractaran. Así que los Estados Unidos adquirieron lo que es casi la cuarta parte de su actual extensión, como quien compra una finca, al precio aproximado (en valores actuales) de 1 dólar por hectárea. ¿Es o no es el mejor negocio de la historia?

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