martes, 26 de junio de 2007

Heces virtuales

¡Qué ilusión! Después de 16 meses de bloguear, por fin he recibido comentarios fuera de tono, de esos que pretenden ser ofensivos. ¿Son éstos los llamados trolls? Pues nada, ya he sido honrado con la visita de dos de ellos; aunque en realidad es sólo uno con dos comentarios inmediatamente consecutivos desde Venezuela.

A propósito de la historieta de mi amiga Gudrun, este troll califica de cerdas a las europeas, congratulándose del descenso de la natalidad que nos llevará a la extinción, lo que nos merecemos porque somos “una verdadera sarna”. Mostrando su audacia lúdica, mi visitante apuesta que desconozco quién es mi padre (mi padre ya no es). Pero con las europeas y conmigo no se le acaba la bilis y necesita un segundo comentario para calificar a las dos mujeres que me comentan previamente de “lacras” con quien nadie querrá casarse.

Me resulta bastante claro que ese individuo padece algún trastorno mental que, además de obturarle el raciocinio, infecta su espíritu y su verbo de malsanos miasmas. Quiere hacer daño, deseo que ya de por sí es sintomático de alguna patología, y vomita para ello la mierda que lleva dentro, revelando así, inequívocamente, su propia naturaleza. No me cabe duda de que este hombre ha tenido que pasarlo mal y sufre graves problemas que desconozco y que –imagino- le impiden la mínima paz consigo mismo. Uno sólo puede desear que encuentre la terapia adecuada, entre la que no creo que esté insistir en este reparto infantil de insultos.

Porque, sin mucha investigación, cabe suponer que este individuo es el mismo que insulta a Amaranta y, a partir de ella, a varios de los que la comentamos. Con tales antecedentes, qué puedo decir sino sentirme honrado por haber sido, aunque tardía y brevemente, sumado a dicha compañía. Me dice Pilar que borre estos dos comentarios; no voy a hacerlo. Imagino que es por vanidad, pero no me parece mal que mi blog cuente con dos caquitas sueltas. Ya se sabe que las vanguardias artísticas recurren cíclicamente a reclamos escatológicos, así que puede que estos exabruptos aislados contribuyan estéticamente al conjunto. Claro que la caca en su justa medida y procurando desodorarla (tal es la intención de este post); así que no borro estos primeros y únicos comentarios, pero sí cualesquiera próximos de este tenor.

Y como de todo se aprende (las heces son, sin duda, muy fructífera fuente de información) mi desconocido comentarista me ha hecho reparar en la palabra lacra, cuyo significado me he dado cuenta de que no conocía con la suficiente precisión. Es un sustantivo de origen incierto (como nuestro amigo), cuyas dos primeras acepciones son “secuela o señal de una enfermedad o achaque” y “vicio físico o moral que marca a quien lo tiene”. Es decir, las personas tienen lacras pero no son lacras y, si lo fueran, serían en sentido metafórico y respecto a alguien (una mujer, por ejemplo, que es el vicio de alguien marcado por esa obsesión morbosa, ummmm). Ahora bien, en Cuba, Uruguay y (atención) Venezuela, este término sí tiene un significado personal y se emplea para caracterizar a un depravado. Y depravado es alguien demasiado viciado en sus costumbres. Vaya, vaya ... Hay que reconocer que mi comentarista usa las palabras adecuadas a lo que quiere expresar. Pues felicidades y mis mejores deseos de una pronta recuperación.


CATEGORÍA: Blogs e Internet

sábado, 23 de junio de 2007

Una aguja en el pajar

El azar es sorprendente, cuesta no admitir que la magia exista. Dejémoslo en coincidencias, pero no por ello menos curiosas. Y atrayentes, al menos para mí. Auster hace de ellas uno de los cimientos de su literatura, que tanto me gusta. En la mañana de ayer buscaba en internet información sobre un tema del curre. No sé muy bien cómo (misterios de Google) llego a una página en alemán sobre la historia de la familia Hachez, los fundadores en Bremen de esa famosa marca de chocolate. Yo, ni papa de alemán y, además, a primera vista no parecía que hubiese ninguna relación entre esa web y lo que buscaba. Iba pues a cerrarla cuando, a pie de página, veo el nombre y apellido de un antigua amiga mía: Gudrun.

La conocí hacia mediados de los 80 en Madrid. Era novieta de un amigo, Alfonso, con quien compartí piso un año. Este amigo había vivido unos años en Alemania y allí la había conocido. No mantenían ninguna relación formal, pero Gudrun, que vivía en Bremen, vino un par de veces a nuestra casa y se acostaba con Alfonso. En mi último año madrileño nos hizo otra visita; esta vez con una amiga, Ingrid, que vivía por entonces en Granada. Ambas eran un encanto, unos años mayores que nosotros (superaban los treinta). Por esos días había decidido aceptar la oferta laboral que me trajo a esta isla. En la última noche -se iban al día siguiente- les invité a visitarme en Tenerife. Recuerdo que Gudrun, que no hablaba apenas español, me miró dulcemente y me dijo que le encantaría. La verdad que la chica me gustaba un montón, tanto su físico como su carácter (que simplemente intuía porque la comunicación entre nosotros era una prueba de obstáculos); pero estaba con Alfonso, así que ...

Por entonces salía con una preciosa morenita conquense que estudiaba cuarto de psicología en la Autónoma de Madrid. Esther ha sido una de las mujeres que más me ha enseñado, de la que más aprendí. Lo más impactante de ella era su absoluta franqueza, tanta que podía confundirse con dureza emocional. Cuando me propusieron irme a vivir a Canarias, me animó a aceptar y, al mismo tiempo, restó importancia a nuestra relación, situándola en su justa realidad sin ninguna dramatización. No creo que ninguno de los dos estuviéramos enamorados y, desde luego, ambos teníamos claro que en esos momentos nuestras prioridades eran otras. Aun así, con la forma en que Esther condujo nuestra separación quiso seguramente hacerme un último regalo. Aunque no fue el último porque, ante mi insistencia, aceptó venir conmigo a Roma esas navidades, cuando ya llevaba cuatro meses aburridísimo en una urbanización turística del sur tinerfeño.

Pero vuelvo a Gudrun. Esas mismas navidades, a través de mi amigo Alfonso, me entero de que le gustaría venir a visitarme, acompañada de su hermana. Me dio muchísima rabia, porque me apetecía mucho verla, pasar con ella unos días, pero ya había organizado la escapada a Roma. La llamé por teléfono y en un inglés macarrónico (ni ella ni yo lo hablábamos bien) le expliqué mis planes y le insistí en que, pese a ello, se viniera con su hermana, que les dejaba mi casa a su disposición (por cierto, un chaletito de dos dormitorios en primera línea con una terraza frente a La Gomera desde la que se disfrutaban espectaculares puestas de sol). Así que se vinieron a pasar una semanita, si bien llegaron cuando ya yo me había ido. También vino otro amigo madrileño quien, por cierto, se enrolló con Sabina, la hermana.

Llegué a Tenerife de mis vacaciones romanas (y de mi despedida definitiva de Esther) en uno de los antiguos vuelos nocturnos. Muy de madrugada (hacia las 5 o 6) entré en mi casa. En el primer dormitorio atisbé los cuerpos dormidos de mi amigo y Sabina (sorpresa relativa); en el del fondo, el mío, estaba Gudrun que abrió los ojos al oírme, me sonrió y me invitó a meterme en la cama. Sin palabras nos acurrucamos muy juntitos y así estuvimos un ratillo acariciándonos y besándonos, ambos muertos de cansancio, disfrutando de un placer tierno, almohadillado en un sopor dulce. No pensé en nada, simplemente me dejé llevar a ese estado de felicidad sin preguntas, desde el que fuimos cayendo suavemente en el sueño. Despertamos abrazados hacia las once. Desayuno los cuatro juntos y casi, sin tiempo para contarse nada, ponerse en marcha porque las dos alemanas salían ya para Bremen. Un beso sutil de despedida y yo con una sensación inquietante de irrealidad.

Al verano siguiente fui a visitarla. Fue mi primer viaje a Alemania y también estuvo lleno de azares sorprendentes. En el vuelo de Madrid a Frankfurt conocí a una chica rubia que me contó una historia rocambolesca cuya reseña no tiene ahora cabida. Iba a Berlín (el muro aun no había caído) y, sin embargo, me tropecé con ella en Bremen una semana después; decidió acompañarme en el tren de vuelta y estuvo conmigo dos días en Frankfurt. Pero esa es otro extraño cuento, plagado de misterios surrealistas que nunca llegué a desentrañar. Lo cierto es que ese viaje, motivado por unas caricias entre el sueño y la vigilia, tuvo también mucho de onírico. De hecho, mientras lo evoco, me vuelve esa sensación de irrealidad, de acontecimientos desgajados de la cadena de sucesos de mi historia personal, al modo de los que vivimos en sueños. Aun así, guardo con relativa fidelidad mis impresiones del primer día paseando por Frankfurt, lo mucho que me impresionó la rehabilitación del núcleo antiguo, lo mucho que me gustó la ribera del Meno con los fantásticos museos que allí se disponían (especialmente el de Meier).



Pasé una semanita en Bremen, alojado con las dos hermanas. Con absoluta normalidad, Gudrun me alojó en su cama y me dedicó las noches, salvo un par de ellas que las pasó en la casa de un amigo suyo. Desde luego, yo no era capaz de procesar demasiado esa situación, pero tampoco me molesté en tratar de entenderla. Me enseñaron la ciudad, me presentaron a varios amigos (entre ellos el "especial" de Gudrun), me llevaron a beber cerveza y oír música, pasamos una tarde en su huerto en una isla del Weser ... (Esa isla fluvial el Ayuntamiento la ha dividido en parcelas que alquila para que los ciudadanos cultiven con mucho esfuerzo y cariño unas hortalizas bastante escuálidas; me sorprendió muy favorablemente esa iniciativa municipal). Mis relaciones amorosas con Gudrun fueron, durante esas noches, casi tan etéreas como la única de Tenerife. Aun así -y perdóneseme el exabrupto- me dejaron algún bichito de hábitat genital que involuntariamente presenté posteriormente a otras amigas. Qué inconsciente era uno en la veintena, antes de los tiempos del sida.

Durante los meses siguientes mantuve esporádicos intercambios epistolares con Gudrun. Un par de años después volví a Alemania, esta vez con R, mi ex. Pasamos un día en Bremen, alojados en la casa de las dos hermanas, pero obviamente la situación era distinta, tanto la mía como la de ella, pues entonces mantenía una relación bastante más tradicional con un alemán calvo, de gafitas a lo Lennon y perilla rubia. Y, salvo error u omisión, no creo haber tenido más contactos. Alguna vez, bastantes años después, he tratado de indagar sobre su vida, sin resultado alguno. Hasta ayer, cuando de la forma más inusitada aparece la aguja en el pajar infinito de internet. Y este hallazgo casual (que nunca habría aparecido de haber sido intencionado) me ha traído su recuerdo, tan dulce y suave como los momentos que compartí con ella.


CATEGORÍA: Recuerdos

jueves, 21 de junio de 2007

Orgullo

La mayoría de los términos que se refieren a cualidades psicológicas de las personas cubren campos semánticos amplios y ambiguos. Además de la imprecisión intrínseca del lenguaje común (no estoy hablando de las acepciones mucho más restringidas de los lenguajes técnicos), en este caso la ambigüedad corre pareja con la fluidez del concepto; ¿cómo delimitar un sentimiento, una emoción, un rasgo del carácter? Menos explicable es ya el que, en su gran mayoría, estos términos generen tan alta sensibilidad. Digamos que el significado personal que les damos está muy teñido por factores valorativos propios. Como consecuencia de esta “carga emocional” los procesos de comunicación pierden bastante eficacia cuando aparecen estos términos. Entiendo en este contexto que una comunicación será tanto más eficaz cuanta mayor equivalencia haya entre lo que quiere transmitir el emisor y lo que entiende el receptor. La aparición de “términos sensibles” en los mensajes genera no sólo que se distorsione la comunicación alterando la “neutralidad” perceptiva de los interlocutores, sino también aumenta la probabilidad (siempre presente) de que cada uno atribuya al mismo término significados distintos.

Viene el pedante rollo anterior a cuento del término “orgullo”, que recientemente salió en una conversación grupal propiciando un maremagnum de opiniones que, al margen de sorprendentes apasionamientos, me mostró que lo que para cada uno significaba el orgullo era muy distinto. Ciertamente, habríamos podido convenir un mínimo común denominador semántico; lo que pasa es que, para alcanzar tal consenso, habríamos tenido que despojar a la palabra de tantas cosas que, al final, de poco serviría. Claro que a prácticamente nadie le interesaba convenir un uso preciso del término, sino precipitarse a valorar la bondad o maldad de las personalidades orgullosas. Lo divertido es que intuía que dos valoraciones radicalmente enfrentadas (para uno el orgullo era algo malo, para otro algo bueno) a lo mejor respondían a dos conceptos distintos expresados con el mismo término; a lo mejor, si ambos interlocutores hubieran entendido a qué llamaba orgullo cada uno de ellos, habría resultado que no estaban tan en desacuerdo.

Lo cual me lleva a algo de lo que, desde hace mucho tiempo, estoy bastante convencido. Que en multitud de ocasiones la gente no quiere comunicarse, sino fingir que lo hace, para en esa especie de juego, exhibir su posición. Desde luego, es en los debates políticos donde más se aprecia este circo surrealista, ya que adquiere tintes caricaturescos. Pero creo que este fenómeno se produce con harta frecuencia en casi todos los ámbitos, hasta en los momentos más íntimos. Prueba de esto es que suele repatearnos ponernos de acuerdo sobre lo que estamos hablando, asegurarnos de que entendemos igual(o suficientemente igual) los términos. En el fondo, no nos interesa demasiado saber lo que piensan o sienten los demás; no nos interesa demasiado comunicarnos.

Ahora mismo vengo de una reunión que, como tantas otras, ha sido sintomática de lo que estoy contando. Se trataba de conciliar las posiciones encontradas de dos Administraciones Públicas en relación a la protección de los edificios históricos de la ciudad. A mí me tocaba el papel de mediador y lo que pretendía era sobre todo obligarles a concretar los aspectos de disenso. Tarea dificilísima, porque ambas partes lo que querían era soltar sus respectivos rollos, muy en plan de declaraciones de principios, y justificar, en términos absolutamente genéricos, su oposición a lo que la otra parte defendía. Cuando, cumpliendo mi función, empecé a obligarles a ir punto a punto (sin irse por las ramas), a concretar exactamente lo que defendían (en plan fiscal de película americana: diga sí o no), a identificar explícitamente los aspectos aparentemente conflictivos ... pues resultó que tampoco había tanto enfrentamiento como parecía. Así que, en teoría, gracias a la dirección que impuse a la reunión, ésta resultó fructífera, dando como resultado una relación explícita de temas consensuados. Sin embargo, ninguna de las dos partes (mejor dicho, las personas que las representaban) me lo va a agradecer; al contrario, habrían preferido que yo no hubiera estado y no haber llegado a ningún acuerdo, pero que les hubiesen dejado cacarear sus ampulosas banalidades.

Tiene esto –en mi opinión- mucho que ver con el orgullo, al menos con la acepción con la que yo me traduzco esta palabra. Si miramos en el DRAE, la circularidad inevitable de sus definiciones (no puede ser de otra forma), trae a colación muchos otros términos emparentados: vanidad, soberbia, altanería, altivez, presunción, arrogancia, altanería ... En el debate al que antes me refería, como dije, hubo muchas opiniones respecto a lo que cada uno entendía por orgullo y, sobre todo, a la valoración que le otorgaban como cualidad buena o mala. Por supuesto, es cómodo decir que, como en todo, la bondad o maldad dependerá de las dosis en que esta cualidad se manifieste en una personalidad. Vale; pero tengo muchos más ejemplos de los daños que hacen las actitudes orgullosas. Así que permítaseme tenerle un poco de manía.


Dice Sade que el amor es más fuerte que el orgullo; lamentablemente, a veces, no.


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

martes, 19 de junio de 2007

Sexo, mentiras y messenger (y IV)

En el post anterior omití intencionadamente algunos datos, a fin de que quien leyera las conversaciones recibiese las mismas impresiones que inicialmente tuvo Sandra. Casi todos los que han comentado han dado por supuesto que Lola es la chica. No es así; Lola es Alex, ese personaje insolente, vanidoso y gallito. Bajo la personalidad de un chico, Lola ha mantenido contactos con diversas chicas; con dos de ellas (la que sale en el post anterior y Alma) estos contactos se han mantenido durante periodos muy largos (más de dos años con ambas simultáneamente).

El personaje de Alex, que se va desvelando a lo largo de tantísimas horas de conversación, es de una coherencia caracterológica asombrosa, teniendo en cuenta que lo ha ido construyendo una niña entre los catorce y los diecisiete años. Las notas más significativas de su personalidad son bastante opuestas a las que Lola muestra de sí misma. Es muy borde y Lola, hasta hace poco, no lo ha sido. Es tremendamente machista, en la faceta “protector de las débiles mujeres”. Es duro e independiente; alardea de no necesitar de la afectividad de las chicas a las que “enamora” y, por supuesto, de tener un éxito absoluto con todas las que quiere. Al mismo tiempo, tiene una vena de Quijote, caballero andante que, por muchas golferías que haga (ante lo requerido que está por tantas pibitas), guarda una especie de fidelidad noble a su novia y a su queridísima prima. Lola, en cambio, es muy insegura y se pone nerviosísima ante cualquier acontecimiento futuro, por nimio que sea.

Este “alter ego” psicológico comparte muchos aspectos de la realidad de Lola, a modo de Jeckyll y Hyde. Supongo que eso era lo que más le convenía para no cometer errores mientras representaba su papel masculino. Así, Alex vive en la misma ciudad que Lola, su historia familiar es prácticamente la misma, las cosas que hace son las propias de su entorno, etc. Los aspectos que no pueden ser cubiertos recurriendo a la Lola real encuentran solución en un chico a quien ésta conoce; de tal forma que Alex se inspira en el novio de una amiga de Lola. Son las fotos de este chico las que envía compulsivamente a todos sus contactos; incluso ha llegado a grabarle con el móvil pequeños clips y retazos de su voz que posteriormente ha pasado a través del messenger.

También la mayoría de personas a las que se refiere Alex en sus conversaciones son reales, amigas suyas o del chaval cuya imagen suplanta. A este respecto hay que resaltar dos: Laura, “la novia” e Isa, “la prima”. Laura es su mejor amiga desde la infancia, prácticamente desde el hospital en el que ambas nacieron casi a la vez. Es una chica muy guapa que puede que sea la única a la que Lola le haya confiado algunos de los aspectos ocultos de su intimidad; tenemos algunos indicios en este sentido, pero para nada estamos seguros. Ya puestos a elucubrar, Sandra ha pensado si, a lo mejor, Lola ha estado (¿o sigue estando?) realmente enamorada de Laura, aunque ésta no es lesbiana. La prima Isa es la propia Lola, a la que Alex siempre ensalza como una piba estupenda y, al mismo tiempo, presenta como objeto de deseo de todos los tíos, pero inalcanzable (el propio Alex se encarga de protegerla). A propósito, en la conversación del post anterior, el tal Manu era también la propia Lola que, engañando a la chiquita enamorada, lo hacía aparecer para escenificar los personajes de la prima virginal y deseada y el primo caballeroso y protector frente al salido repugnante.

Naturalmente, sobre las referencias reales que le sirven para no perder la continuidad narrativa, Lola va enriqueciendo su personaje con mentirijillas sobre su vida, las más de ellas exageraciones infantiles destinadas a impresionar a sus contactos (tiene jacuzzi en casa, una moto, disfruta de libertad casi absoluta y medios económicos para hacer casi cuanto quiere, etc). Todas estas “mentiras decorativas” resultan muy infantiles, pero visto desde una óptica adulta. Lo cierto es que “encajan” bien en la imagen que uno se va haciendo del personaje, dándole consistencia y verosimilitud.

Y, desde luego, el personaje resulta absolutamente creíble para las chicas con las que contacta. Todavía no tenemos claro cómo las contacta; todo indica que a través de chats públicos en los que se intercambian (imaginamos) las respectivas cuentas para agregarse mutuamente al msn. Sea como sea, el caso es que, bajo la personalidad de Alex, Lola mantiene conversaciones con muchas chicas más o menos de su edad. La táctica siempre es similar: va intimando con ellas y haciéndose “colega”, pero jugando intencionadamente con una ambigüedad afectiva, de modo que es fácil pasar de la “amistad” al “enamoramiento”. La combinación algo caótica de “chico sensible y caballeroso” y “fanfarrón machista y borde” le da resultados espléndidos, ya que consigue que varias se le queden colgadas.

Lo que no está claro es hasta qué punto Lola se implica afectivamente con esas chicas. En algunos casos pareciera que para ella se trata de un juego retorcido que acaba cuando ve que la chica se ha enamorado de Alex, como si el interés desapareciera una vez conseguido el reto. Sin embargo, en otros, el larguísimo periodo de relación que mantiene con algunas insinúa que en Lola se ha creado una dependencia afectiva respecto a esas chicas, por supuesto desde presupuestos falsos y radicalmente distintos de los de la otra. Ahora bien, a contrario sensu, llama la atención que las dos chicas con las que Lola ha mantenido más largas relaciones virtuales (la que aparece en el post anterior y Alma) hayan sido contemporáneas durante casi año y medio; y en esa sincronía ambas estaban enamoradas de Alex y éste les “correspondía” a ambas (¿también Lola?).

Otra cuestión sorprendente es la extrema habilidad que ha desplegado Lola para mantener estas ficciones durante periodos tan largos. Es inagotable el catálogo de argucias al que ha recurrido para evitar quedar en evidencia; no sólo para no conocerse físicamente (relativamente fácil de justificar dada la lejanía), sino para no hablar por teléfono, no poner la cam ni el micro en el ordenador, explicar las incongruencias en las que inevitablemente a veces incurría, etc. A este respecto, Lola tiene claro que la mejor defensa es un buen ataque, lo que se traduce en exigir siempre honestidad a sus interlocutoras y acusarlas duramente de mentirosas a la más mínima sospecha, indignándose en cambio cada vez que se pone en duda su sinceridad. El éxito logrado sólo se entiende desde un dominio mental muy grande sobre sus interlocutoras, a las que manipula y hace afectivamente dependientes. Estas habilidades psicológicas son, desde luego, preocupantes; máxime en una adolescente de tan corta edad.

Sólo Alma la descubrió. Eso ocurrió cuando, habiendo quedado para verse en Madrid en un viaje de Lola las pasadas navidades, Alex no se presentó a la cita. La prima de Alex (la propia Lola sin tapujos) llamó a Alma para contarle una historia rocambolesca que explicara la ausencia de su “primo”. Sin embargo, esta vez no coló completamente y la chica destapó el pastel. Por lo que sabemos fue un golpe terrible para ella, pero también para Lola. Fue por esa época (principios de este año) cuando hubo de confesarle a su madre que había mantenido una relación de amor bellísima a través de internet con un chico maravilloso llamado Alex pero que se había acabado, aunque ella sabía que un amor tan grande no podía acabar. Sandra, que para entonces ya tenía indicios de las tormentas interiores de su hija, la creyó; el sufrimiento de su hija era demasiado expresivo para no ser verídico.

Puede que lo fuera; pero también durante ese periodo de tormentas seguía con actividad por el messenger, manteniendo contactos más esporádicos, muchos de índole sexual, tanto con tías como con tíos, tanto con personalidad masculina como femenina. Y también puede que, aun sintiendo como sentía, permitiera ver a su madre esos sentimientos (adecuadamente disfrazados) a fin de tranquilizar los temores de ésta. Todo lo cual nos lleva a preguntarnos hasta qué punto las emociones y la inteligencia de Lola están bien conectadas entre sí, hasta qué punto coexisten en su cerebro pasión desbordada y frialdad calculadora. A este respecto, según Alma, cuando Lola dialogaba con ella como Alex, se creía realmente que era Alex (leyendo las conversaciones esto no resulta ningún disparate).

Tras la ruptura vino la reconciliación. Alma había llegado a tal grado de dependencia afectiva respecto a Alex (y puede que viceversa) que no podía prescindir de esa persona de la que se había enamorado, aunque fuera una chica. Así, durante los últimos seis meses han vivido una nueva relación que, al menos para Alma (según le ha dicho a Sandra), es una montaña rusa de emociones que la tienen confundida. Quiere a Lola, dice estar enamorada, se ha abierto totalmente a ella, quiere que vivan juntas; pero, al mismo tiempo, a ella le atraen los chicos y para nada las chicas, aunque reconoce que no sabe si le gustaría hacer el amor con Lola. Por otra parte, está convencida de que a Lola le pasa algo similar. Crea Alma lo que crea, Lola no es sincera con ella y le sigue ocultando muchas cosas.

Hay muchas más historias que se cruzan y que no pueden relatarse aquí. Lo que ha venido viviendo Lola, provocado por ella misma, le ha pasado factura en estos últimos meses en otros aspectos de su vida, lo que todavía añade factores a la complejidad del asunto. Creo, no obstante, que con lo que he escrito cualquiera se puede hacer una idea de que no se trata de un problema fácil, de que hay que andar con pies de plomo y estar lo más seguro posible de varias cosas antes de hacer movimientos que pudieran ser contraproducentes. Sé que la historia, por más que sólo haya aportado algunas pinceladas, tiene su interés narrativo y más todavía psicológico. Pero, aparte de su interés, creo que cualquiera puede entender que es fuente, más que justificada, de preocupación para la madre. Esperemos que tenga la suficiente prudencia e inteligencia (el amor a su hija le sobra) para contribuir a que se abran las mejores salidas para el bien de Lola. Dicho lo cual, pienso que lo mejor es dar por acabada esta serie de posts (que posiblemente serán borrados en un futuro).


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

lunes, 18 de junio de 2007

Sexo, mentiras y messenger (III)

Registro de sucesivas conversaciones entre los mismos dos interlocutores. Se trata de 5 archivos xml con un total de 17 MB que cubren, con frecuencia casi diaria, desde octubre de 2004 a noviembre de 2006, aunque parece que los contactos empezaron ocho meses antes. Cada conversación dura en torno a las dos horas (normalmente entre las 8 y las 10 de la noche).

Ambos interlocutores dicen tener quince años. Uno es un chico que dice llamarse Alex; la otra es una chica. Viven en lugares distantes y no se conocen en persona. Alex tiene una novia llamada Laura. Se consideran "colegas", pero está claro que ella está enamorada de Alex, lo que le reconoce en enero de 2005. La historia evoluciona durante los siguientes dos años a partir de entonces, convirtiéndose en un culebrón de amores apasionados, rupturas violentas y reencuentros. Nunca llegan a conocerse.

Adjunto fragmentos de las conversaciones de cinco días de la primera etapa de la que hay registro. Están corregidas ortografía y sintáxis (no soporto el lenguaje sms) y simplificados. Recuérdese que esto es una pequeñísima muestra de un solo archivo de los más de 300 registrados durante los últimos tres años. Aclaro que no hay todavía materias escabrosas (aparentemente) y que la homosexualidad de Lola no es algo de lo que estemos absolutamente convencidos.
  • Hola loca, mañana no me conecto
  • Pues vale
  • ¿Qué te ocurre? Coño tía, pasa de mí.
  • ¿Qué pase de ti? Pero si has sido tú quien han pasado de mí, tío.
  • ¿De qué estás hablando?
  • ¡Dos días esperando que me contestases las perdidas que te hice! Pero tranquilito, que me da igual.
  • Bueno, vale ya. Si te da igual, pues tranquilita, eh.
  • Perdona. Si te he molestado, lo siento.
  • Venga, vale. Pero es que tus "lo siento" me están ya cansando. Así que en vez de decirlos, contrólate.
  • Ya, me controlo, perdona. ¿Quieres hablar conmigo?
  • Me da igual. Mira esta foto. ¿A que tengo una prima muy guapa?
  • Sí que es guapa.
  • Es que, despues de mi Laurita, es lo que más quiero en el mundo; es la bomba de piba. Bueno, me tengo que poner a estudiar. …..Ah, por cierto, anoche soñé contigo. Adios.
  • Espera, no cortes … ¿Qué soñaste?
  • Hola, estoy hablando con Manu.
  • Hola superman.
  • ¿Qué? ¿Ligando con la piba?
  • Ya sabes, como siempre, intentando robártelas.
  • Jooo, das pena, tío.
  • Tenía ganas de hablar con vosotros dos.
  • Eyyy … Haya paz, niños. Que la única que suelta guantazos soy yo, jajajaja.
  • Suéltamelos en la pollita.
  • Mira, para eso mejor te buscas una putita.
  • Anda, Manu, cállate que eres patético.
  • Eres un deseperado de mierda. ¿Qué pasa? ¿Que no puedes conseguirte tú sólo las pibas?
  • Bueno, perdonad, era broma. En realidad me aprovecho un poco de Alex para conseguirlas.
  • Bueno, Manu … ¿qué tal te va con Isa?
  • Pufff, tío; tu prima se me resiste demasiado.
  • Jajajaja, no tienes solución. Pasa de ti.
  • Bah, no sé. Pero yo insisto. Quiero disfrutar de ese culito.
  • Mira, niñato: mañana por la mañana, a las ocho menos cuarto en el camino. Voy a ser yo quién te toque el culo.
  • Eh, tío, no te cabrees, que sólo estoy bromeando.
  • Con Isa, ni una broma, capullo.
  • Joder, vale tío. Mira, me voy, pero no te mosquees. Mañana en el camino, nada de nada, ok? Adios. Chiquilla, cómeme la polla.
  • ¿Sigues ahí, Alex? Menudo salido de mierda. Yo de estos tipos paso.
  • Es lo mejor que haces. Mañana se va a encontrar conmigo. Le voy a esperar y no precisamente para hablar.
  • ¿No irás a pelearte?
  • Pues sí. No permito que digan esas cosas de Isa. Y también se ha pasado contigo.
  • No te pegues, por favor.
  • No, si no me voy a pegar. Le voy a pegar a él, jajaja.
  • Jajajaja. Oye … me molaron las palabras que me escribiste ayer.
  • Ni me acuerdo que te puse.
  • ¿No fuiste tú quien lo escribió?
  • No me acuerdo, pero imagino que sí, si es que no era nada raro.
  • Jo, parece que pasas un poquillo de mí.
  • No, pero es que tengo que estudiar.
  • ¿Sabes? Hoy me ha recordado Pati que ya hace 8 meses que nos conocemos.
  • Vaya, pues es verdad.
  • Mis amigas dicen que no entienden cómo puedo llevar tanto tiempo con alguien a quien ni siquiera conozco. Y que encima tiene novia.
  • Pasando de ellas, tía. ¿Acaso no somos colegas?
  • Si, pero …
  • Soy un capullo ¿sabes? Ayer estuve haciendo pesas y he sacado una bola impresionante en el brazo. Pero hoy me duele muchísimo.
  • Jajaja … Oye, lo del otro día fue buenísimo. Me encanta que me mandes esos mensajes.
  • Ten cuidado, que a veces me coge el móvil Manu y envía mensajes.
  • No me gusta ese amigo tuyo. Creo que le envió uno desagradable a una amiga mía.
  • Dame su msn para agregarla y le explico todo.
  • Vale. A ver cuándo te compras cam, que tengo ganas de verte y no sólo en fotos.
  • No sé, lo veo jodido; estoy muy planchado.
  • Pues yo me plancho el pelo mañana, jajajaja. Si quieres luego te pongo la cam para que me veas.
  • Hola
  • Hola, ¿qué tal? Estoy estudiando.
  • Mejor te dejo. Cuando puedas hablar me avisas. Ya casi no hablamos.
  • Vale, ok. Pues nada, entonces.
  • Venga, me espero hasta que no haya gente. Es que no sé que pasa, como si no quisieras hablar conmigo … El año pasado lo hacíamos más; todas las noches eran como una fiesta para mí. Estaba ilusionada todo el día.
  • Es que estoy estresado. Mi colegio tiene un nivel muy alto y me putean mucho.
  • Ya, yo también; pero intento sacar tiempo.
  • Bueno, mañana ya hablamos con calma.
  • Vale; por cierto, los análisis bien gracias por preguntarlo.
  • Lo siento, pero, joder, no puedo estar en todo. No me estreses, coño.
  • No pasa nada; lo siento. Adios. Besos.
  • Ei, ¿qué tal?
  • Bien, bien. Pasé un finde de puta madre. Estuve viendo carreras de motos y por la noche, fiesta.
  • A mí no me gustan demasiado las carreras. Cuando salgo prefiero hacer otras cosas.
  • Ni me imagino lo que harás, jajaja.
  • Sí, mejor no te lo imagines …
  • Oye, ¿como lo llevas con Laura?
  • Bien, ya volvimos. Escucha esta canción que te mando (es un reggaton).
  • Jo, qué letra más bonita. Es preciosa. Cada vez que me envías estas canciones … bufff.
  • Bufff … ¿qué?
  • Nada, cosas mias....
  • Dímelas
  • Nada, que me siento rara, triste. Me acuerdo de gente que quiero y tengo lejos: amigos, familia, colegas …
  • ¿Tienes familia lejos?
  • Sí; algún tío en Francia y bueno … ¿tú tienes familia lejos?
  • Sí, en medio mundo. Hermanos de mi madre y primos. Irlanda, Noruega, Nueva York …
  • ¿Sabes? El otro día soñé que estábamos juntos en un apartamento, con un perro …
  • Oye, odio que pongas esas mariconadas en tu nick.
  • ¿Mariconadas? ¡Que no lo he hecho con mala intención! Qué mala hostia tienes …
  • Mira, vente la semana que viene por aquí, que estaré solo. Le dices a tu madre que te vas a casa de tu amiga a estudiar.
  • Estás loco.
  • En serio, yo lo he hecho. Me escape un finde. Después me pillaron, pero que me quiten lo bailao. Lo pasé superbien.
  • Me encantaría, pero sabes que no puedo ..
  • Si quieres, puedes. El viernes por la tarde vienes, y te vuelves el domingo. Venga, yo te espero.
  • ¿Y qué haríamos? ¿Dónde me quedaría?
  • En mi casa, claro. Nos bañaríamos en el jacuzzi. Que no se te olvide el bikini.
  • Jajajja … ¿y después?
  • Cogemos la moto y nos vamos por ahí. Toda la noche de marcha y al amanecer te llevo a una playa que está muy güay.
  • ¿Y qué pasa con Laura?
  • No va a estar este finde. Pero eso da igual porque tú y yo somos colegas, ¿o no?
  • Sí, claro.
  • Ha llegado mi prima. Está aquí mirando y acosándome. Sacándome fotos. Mira …
  • Tú siempre con tus poses, jajajaja.
  • Sí, bueno … Se notan las pesas ¿verdad? El gym funciona.
  • Eres un chulito. Pero sí, el gym funciona.
  • Después de que vengas tú aquí, puedo ir yo a visitarte. Cuéntame qué haríamos.
  • Tendría que ser cuando no estuviera mi madre. Te llevaría al chalet de la urbanización.
  • ¿Y no me presentarías a tus amigas?
  • Se mueren por conocerte; además, solo conmigo seguro que te aburrirías.
  • Jajajaja … Mira esta foto me la mandó una piba de Inglaterra que estaba loquita por mí.
  • Es guapa. Ayyy, no sé … Estamos aquí inventándonos sueños; me entristece.
  • No seas boba.
  • Al final no me llamaste.
  • Es que me quedé sin saldo.
  • Una amiga me ha dicho que si fuera yo te desagregaría porque no podría ser capaz de estar tantos meses hablando con una persona sin verla.
  • Pero si me has visto en fotos
  • Pero no es lo mismo; ella me dice que lo voy a pasar mal.
  • Pues desagrégame.
  • No, a mí lo que me digan los demas me da igual. Si no te quiero desagregar, no te desagrego.
  • Vale, pero, ¿qué te dice ella de mí?
  • No piensa que seas mal pibe. Pero cree que, a pesar de eso, al final me harás daño.
  • Tampoco es que me importe que piense de mi, pero me parece una tontería que dejes de hablar con alguien porque esté lejos.
  • Yo sé lo que tengo que hacer, ya te lo he dicho. No voy a dejar de hablar contigo.
  • Haz lo que quieras. Ahh, oye, una cosa … Bueno, no, nada.
  • No, no; dímelo por favor, aunque sea una tontería. No me dejes así.
  • Nada, era que he vuelto a soñar contigo.
  • ¿Y qué has soñado?
  • Eso no te lo digo; secreto profesional, jejejeje.
  • No, va, dímelo. Siempre me haces lo mismo.
  • No tía, no te lo voy a decir.
  • En los sueños sale lo que quieres que ocurra. ¿Es así en los tuyos?
  • No sé, depende del sueño. Pero no creo que sea como tú dices. Bueno, venga, adios.
  • Hola
  • Hola, ¿qué tal?
  • Bueno … bien; ¿y tú?
  • Bien, muy ocupado. Me voy a duchar.
  • Tío, espera. No aguanto a Pablo, el novio de Elena. No hace más que meterse conmigo y me está enfrentado con mi amiga.
  • Pues si quieres que yo le diga algo, ya sabes …
  • ¿Cuánto tiempo crees que estaremos hablando? ¿Semanas, meses, años?
  • Ni idea. ¿Sabes? Laura y yo nos vamos a casar. Por el 2009 o así. Ya lo tenemos decidido.
  • ¿Sí? Mucho hay que durar. ¿Tan seguros estáis?
  • Mira esta foto de nosotros dos.
  • ¡Qué chulito sales!
  • No me gusta que digas eso. Mira esta otra: ¿También te parezco un chulito?
  • Joder, tío, no te cabrees. Un poco mas y me muerdes. Lo he dicho de coña.
  • No me hace gracia. Eres tú la que siempre me dice que la ponga; así que calladita.
  • Es Elena la que quiere que la pongas.
  • Ya, Elena, ¿qué le importará a Elena?
  • Te creerás que es a mí a quien le importa …
  • Tu sabrás tia. Que siempre acabas contradiciéndote.
  • Por algo será. A lo mejor pienso algo pero no quiero pensarlo.
  • Pues dejate de paranoias y no me estés trabando. Mira esta foto: ¿también es de chulo?
  • No lo se. ¿Qué quieres que te conteste?
  • Mira tía: si yo, en vez de hacerme fotos, te dijera que estoy buenísimo, tú dirías "de qué va este tío". Y tampoco creas que enseño mis fotos a todo el mundo.
  • ¿Y qué me quieres decir con eso?
  • Pues tú sabrás lo que te quiero decir.
  • ¿Que no eres un chulito?
  • Pues si lo sabes, ¿para qué preguntas?
  • Perdona, la próxima vez me callaré y no diré nada.
  • Sí, mucho mejor. Porque yo de chulito, nada. Si lo fuera me chulearía a muchas a las que puedo chulearme, y no lo hago porque no soy así.
  • Joder, vale. Te lo tomas todo al pie de la letra y sabes que te lo he dicho en broma.
  • Pues no me gustan esas bromas, porque a mí nadie me dice nada siendo mentira. No bromees con esas cosas, que me joden.
  • No era mi intención ofenderte. Es que apenas te conozco, aun no sé lo que te ofende, lo que te gusta, lo que te deja de gustar.
  • Pues conóceme.
  • Es facil decirlo pero difícil hacerlo.
  • Te entiendo, pero no es tan complicado, aunque estemos lejos. Cuando nos veamos va a ser mejor que todo el tiempo que hemos estado esperando.
  • Puede que lo exagere y lo vea dificil, pero es que no sé verlo de otra forma.
  • Pues tendrías que aprender.
  • Lo intentaré. ¿Sabes? Mis mejores amigas dicen que parezco dura, pero que por dentro soy de cristal. Que enseguida me rompo.
  • Me parece que estoy de acuerdo con ellas.
  • Bueno me voy a descansar. A ver si se me queda la mente en blanco y no pienso en nada.

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

sábado, 16 de junio de 2007

Sexo, mentiras y messenger (II)

Este post va de aclaraciones a la historia de Lola; aclaraciones convenientes en los inicios de su narración. De hecho, no sé si podré contarla, entre otras cosas porque la historia se me está desvelando y, además, es actual, está ocurriendo. Así que la pregunta que me hizo Pilar (acaba bien, ¿verdad?) está de momento sin respuesta, ni siquiera provisional (que son, al fin y al cabo, las únicas que nos vamos dando durante la vida).

Sandra es una buena amiga mía que está preocupada por su hija y necesitaba hablar con alguien en quien confiara. Ese alguien, no sé si mereciéndolo, soy yo. Al margen del cariño que nos tenemos, intuyo que Sandra espera de mí una visión objetiva, que le ayude a mantener las referencias mínimas para no dejarse llevar por angustias emocionales y poder tomar las decisiones más eficaces para ayudar a su hija. No es fácil ayudar (ya he hablado de eso) y, desde luego, para hacerlo el amor no es más que condición necesaria, pero no suficiente. Inteligencia y paciencia, recuerdo.

Con el párrafo anterior doy respuesta a la pregunta de Lukre (¿estás involucrado en la historia de Lola?) aunque, para ser más explícito habría ponerse de acuerdo en el contenido que damos a "estar involucrado". El DRAE dice que involucrarse es complicarse en un asunto, comprometiéndose con él. En sentido estricto pues no estaría involucrado, ya que la historia no me "complica" nada ni tampoco me "compromete" (no me crea ninguna obligación, que es el significado de compromiso). Pero, sin ser tan precisos, tengo claro que me interesa, tanto intelectual como afectivamente. Y que me gustaría servir de ayuda a Sandra y también que mi ayuda le valiera -obviamente de forma indirecta- a Lola.

Otra cosa que puede que merezca la pena aclarar es cómo se ha ido enterando Sandra de lo que sabe y también cuánto sabe. El "descubrimiento" de la vida oculta de su hija ha sido bastante reciente. Todo empezó al encontrar, casi por azar, una carta que Lola había escrito a una tal Alma, de quien Sandra no había nunca oído hablar. Era una carta de amor. Su hija se le revelaba lesbiana, opción que Sandra nunca había contemplado y que supuso una fuente de preocupaciones (ya escribí un post sobre ellas hace algo más de un mes). Pero, aparte de eso, había varias cosas extrañas, atisbos de una historia complicada, retorcida ... Indicios sobrados (sobre todo para una madre) para acuciarla a destapar lo que su hija le ocultaba.

Normalmente no vemos porque no miramos. Basta que la atención se despierte para que empecemos a ver, a recopilar acontecimientos que de pronto se vuelven significantes. Esas miradas atentas no funcionan sólo en el presente, también se vuelven hacia el pasado con idénticos resultados. Palabras, actos, estados de ánimos, comportamientos que en su momento pasaron anodinos revelan ahora mensajes que no vimos, aunque esos mensajes no sean del todo claros, aunque nos falten todavía datos para conocerlos en su globalidad. Este periodo de acumulación de piezas de un puzzle que no sabía encajar (pero que ya sí sabía que existía) duró unos cuantos meses. Ahí aparecí yo; al principio confidente ocasional al que le contaba retazos inconexos, imposibles de encajar en un cuadro de conjunto, pero que nos permitían diversas hipótesis explicativas (que luego se han ido confirmando, desechando o manteniendo aun su misterio).

En las pasadas vacaciones navideñas se precipitaron algunos acontecimientos a raíz de un viaje de Lola a la península. Alma pasó a ser real; Lola se vio obligada, debido a la ocurrencia de diversos incidentes y a la inevitable exhibición de sus tormentas interiores, a dar explicaciones a su madre. Explicaciones falsas, pero hechas con las vueltas de verdades parciales. Sandra se conmovió ante el sufrimiento de su hija pero, poco a poco, se fue dando cuenta de que no todo encajaba. También fue comprobando que Lola rechazaba sus esfuerzos de aproximación emotiva en cuanto implicaran el más mínimo intento de despejar dudas concretas.

Ya para entonces estaba bastante claro que Lola llevaba una doble vida, ajena no sólo a su madre sino también a su grupo de amigas, a través de internet. Despejar muchas de las incógnitas pasaba por acceder a su ordenador y Sandra me pidió ayuda. Algo sabía yo sobre tales asuntos. Hará unos dos años, temiendo que mi hijo estuviese metido en ciertas actividades, le instalé un programa espía. No lo usé mucho tiempo; en todo caso, aparte de enterarme de comportamientos bastante obvios en un chaval de 20 años, bastó para tranquilizarme en el aspecto concreto que me preocupaba. Por otra parte, no me sentía demasiado cómodo "invadiendo" el espacio de mi hijo. Pienso que a veces hay que hacer cosas así, pero no dejan de ser peligrosas (en muchos sentidos) y, si se inician, conviene limitar su práctica a lo estrictamente necesario. Algo así le dije a Sandra.

En todo caso, no hizo falta instalar ninguno de esos programas. El ordenador de Lola iba fatal y ella misma le planteó a su madre la conveniencia de formatearlo y reinstalarle el sistema operativo. Sandra le habló de un amigo suyo (yo) que podía hacerlo y a la chica le pareció estupendo, ajena totalmente a que su madre sospechase y quisiera acceder a sus archivos. Así que, durante un fin de semana entero, estuve en la casa de estas mujeres provisto de un disco duro externo de mogollón de gigas y los discos del windows y otros programas. Grabé todo su disco duro en el mío, formateé el ordenador, volví a instalar el sistema operativo y los distintos programas y, finalmente, devolví los documentos de Lola a sus lugares de origen. Claro que, de acuerdo con Sandra, sin borrarlos de mi disco duro que volvió a mi casa.

Durante la siguiente semana, Sandra y yo quedamos varias tardes para echar un vistazo general. Había multitud de archivos, en todos los formatos imaginables. Historiales de páginas web visitadas (que revelaban a una chica con las hormonas en pleno funcionamiento), multitud de fotos, archivos de audio, pero no sólo de música (¡qué mal gusto tienen los chavales!) sino grabaciones suyas y de amigos, algunos (no demasiados) textos en Word, videos (de todo tipo) y las joyas de la corona, en cuanto a contenido informativo, los xml de las conversaciones a través de dos cuentas de messenger, que cubren desde septiembre de 2004 a mayo de este año. Para hacerse una idea estamos hablando de más de 300 archivos y aclaro que cada archivo no corresponde a una conversación, sino a un interlocutor. Para quien no lo sepa (yo no lo sabía hasta hace poco), en un mismo archivo se guardan conversaciones sucesivas con la misma cuenta de messenger, salvo que se haga tan "gordo" (en torno a las 4MB) que el propio programa crea un nuevo archivo; eso ocurre sólo con dos interlocutores de Lola. Sépase que una conversación tan larga que llega a colmar un archivo xml, pegada en word, ocupa entre 150 y 200 páginas (entre 7.500 y 10.000 líneas, que corresponden a mensajes entre golpe de teclas enter). Naturalmente, la mayoría de las conversaciones de Lola son mucho más breves (pocos minutos de contactos frustrados, de eso ya hablaré), pero hay unas cuantas (Alma tiene el record) que suponen muchísimas horas tecleando frente a la pantalla. Para colmo, estamos seguros de que no de todas las conversaciones han quedado registros y también de que empezó a usar el messenger para estos fines antes de los primeros archivos guardados.

Como es fácil imaginar, dada la magnitud de información, ni Sandra ni yo hemos leído, visto u oído todavía todo lo que hay. Sin embargo, sí lo suficiente para que estemos en condiciones de tener una visión de conjunto del panorama. Mientras antes sólo había piezas sueltas, ahora simplemente faltan piezas que sabemos en qué parte del puzzle van y cuya ausencia, aun ocultando algo, no impiden ver el cuadro. Y el cuadro es preocupante. No tanto por la sexualidad de Lola (aunque también, dado que estamos convencidos de que la ve como algo vergonzoso y aumenta su cerrazón emocional) cuanto, sobre todo, por el retorcimiento psicológico que ha ido desarrollando la chica durante estos últimos tres años, llegando a situaciones bastante límite que necesariamente han de explotarle (y no creo que pase mucho tiempo antes de eso).

Que la traca final (o la precipitación de acontecimientos que van a obligar a Lola a enfrentarse consigo misma y con los demás) se aproxima ha venido confirmado recientemente por la propia Alma, que se ha puesto en contacto telefónico con Sandra a espaldas de su hija. Resulta que Lola y Alma no se conocen personalmente y Alma quiere venir, por más que Lola se niega. Esta chica, también de dieciocho años y absolutamente desquiciada por su relación con Lola, necesitaba hablar con alguien (tampoco puede ni imaginar abrirse a sus padres) y ha encontrado en Sandra la única alternativa. Con lo cual Sandra ha rellenado algunas lagunas que quedaban, ha comprobado cómo Alma desconoce también muchas cosas de Lola y se ha encontrado con otra niña que sufre y que la implica a ella.

Hasta aquí el panorama en su estado actual. Antes de acabar el post, no obstante, añadiré una última aclaración y es la relativa a por qué estoy escribiendo esto. Por supuesto, Sandra lo sabe y consiente. La finalidad primera es ordenarnos las ideas, describir lo que sabemos negro sobre blanco para poder reflexionar sobre ello, dejarnos constancia a nosotros mismos de cómo han sido y son los acontecimientos. En cuanto a publicarlo ... pues, obviamente, recibir las impresiones de quienes lo lean, de las cuales a lo mejor salen pistas sobre caminos a seguir.

Actualización (17/06/07): ¿Por qué Sandra no le dice a Lola claramente que sabe lo que sabe, "obligándole" de esa manera a abrirse a ella? Esta duda surge (a Amaranta, al menos) porque he omitido algunas explicaciones para no hacer demasiado largos los posts; trataré de dar algunos datos más.

Sandra ha intentado hablar con Lola en varias ocasiones, incluso cuando lo que sabía no eran más que sospechas. Como conté en el post anterior, la relación entre ellas ha sido siempre muy buena, aparentemente la de dos amigas que confían mutuamente. Pero era una confianza (ahora Sandra lo sabe) basada en la imagen que Lola quería que su madre tuviera de sí misma. En cuanto Sandra ha hecho el mínimo acercamiento a lo que su hija le oculta, ésta ha reaccionado bruscamente, cortando la conversación, negando indignada cualquier leve insinuación. De otra parte, como ya contaré con más detalle, le ha contado a su madre una historia que explica (a sus ojos) su comportamiento de los últimos meses, dándole la vuelta a los aspectos "escabrosos". También sabemos (porque lo ha dicho Alma) que Lola no está dispuesta a contar a Sandra más que lo mínimo imprescindible para acallar sus dudas y, en ningún caso, a abrirse a su madre.

Así las cosas, pensamos que sólo hay dos opciones de momento. Callar y esperar que sucedan acontecimientos que hagan evidentes partes de esta historia, o que Sandra se plante ante su hija y le suelte lo que sabe obligándola a hablar. La última alternativa creemos que es muy peligrosa porque, obviamente, Lola no debe saber nunca que su madre ha "invadido su privacidad" (son las palabras de shecat; por cierto, entiendo su postura máxime por la edad que tiene; dentro de unos años ella entenderá la de Sandra). E incluso, aunque no estuviera seguro de cómo lo ha averiguado su madre, se corre el riesgo cierto de que la chica reaccione con agresividad y rechazo, dificultando muchísimo más la recuperación de la relación entre ambas.

La estrategia más prudente creemos que es esperar a que ocurran cosas que van a ocurrir, en especial las que va a provocar Alma que no aguanta más esta situación de ambiguas falsedades. Creemos que lo mejor es que sean acontecimientos externos a Sandra (aunque ella incida en su devenir) los que "obliguen" a Lola a enfrentarse con la realidad, haciéndola salir de ese refugio "virtual" en el que desarrolla una segunda vida, con una segunda personalidad. Entonces Sandra ha de estar ahí, confiando en que el golpe que reciba su hija sea lo suficiente duro como para romper su coraza pero no tanto como para hundirla.

De todas maneras, quiero aclarar que la preocupación principal de Sandra no es la homosexualidad de Lola. Ese aspecto pensamos que, sea plenamente o a medias, será puesto sobre el tapete en unos cuantos días por la propia Lola como resultado de los acontecimientos futuros a que me refiero. Hay otras cosas que desvelan rasgos preocupantes de tipo psicótico, cuya consideración y ulterior decisión sobre cómo actuar requieren de cuidadosa reflexión y asesoramiento de personas entendidas. Las actuaciones de Lola que nos llevan a pensar esto (y que Alma desconoce en su gran mayoría) son las que -estamos seguros- la chica no va a reconocer. Y son estas cuestiones las más peligrosas y respecto a las cuales con más cuidado habrá que actuar.

Es muy complicado ayudar a un adolescente. Es muy duro estar ahí, al lado de quien amas tanto, viendo lo poco que puedes hacer. Paciencia e inteligencia ... y disponibilidad y atención para aprovechar los mínimos resquicios de oportunidad. Tened por seguro que Sandra lo está pasando muy mal.


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

jueves, 14 de junio de 2007

Bob Dylan

Ayer, un jurado de 20 personas, concedió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes a Bob Dylan. El Acta del fallo es escueta: le califican de “mito viviente en la historia de la música popular y faro de una generación que tuvo el sueño de cambiar el mundo” Además, dicen que “austero en las formas y profundo en los mensajes, Dylan conjuga la canción y la poesía en una obra que crea escuela y determina la educación sentimental de muchos millones de personas”.

Poz zí, al menos en mi caso. Empecé a escuchar al señor Zimmerman allá por el 73, gracias a un compañero de colegio con hermanos mayores que conseguían los discos en Londres. Para cuando yo descubrí a Dylan, había publicado ya 15 LPs y desconcertado varias veces a sus seguidores con cambios estilísticos en una constante negación a dejarse encasillar, tanto musicalmente como en cualquier otro aspecto. En 1973 Dylan se acercaba a la treintena y hacía ya tiempo que era un mito.

Así pues, no soy en absoluto un dylaniano de la primera época. Teniendo en cuenta que cuando empecé era bastante jovencito (14 años), puedo imaginar que sus seguidores “from the beginning” son ahora señores de la generación anterior, digamos que cincuentones avanzados y de ahí en adelante. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los discos de Bobby llegaron bastante tarde a España y, en sus inicios, apenas tuvieron difusión masiva (si bien sí influyeron notablemente en determinados músicos, sobre todo en Barcelona y Madrid). Leo en un librito que adquirí por esos años del final de mi bachillerato que “hasta prácticamente hoy (1974) no podemos decir que se tenga una imagen total del cantante americano”. En fin, que creo que a estas alturas y en el entorno que me tocó vivir, puedo considerarme dylaniano con cierta solera.

Y eso que, siendo sinceros, nunca tuve el sueño de cambiar el mundo o, si acaso, más que sueño pudo ser un breve e ilusorio destello. Pero sí que, indudablemente, Dylan determinó mi educación sentimental y encauzó en precisas direcciones muchos de mis intereses y preocupaciones. Me viene ahora a la cabeza una imagen mía acostado en mi habitación familiar, en penumbra, mientras sonaba en el cassette la grabación de Blood on the Tracks; mi padre entró de repente (nunca llamaba a la puerta) y me vio en esa especie de trance: pareces feliz, me dijo, y se fue. Tendría unos dieciséis años, estaba en plena etapa de conflicto interior y negación de las referencias “oficiales”; Dylan (su voz nasal, sus letras, sus canciones) aportaba parte de los materiales con los que ensayaba la construcción de mi propia individualidad.

He seguido escuchando a Dylan desde esas épocas adolescentes, así que son unos 35 años de “fidelidad” (no hace falta amar para ser fiel). No soy para nada mitómano, pero, si he de elegir el personaje cuya influencia ha sido más prolongada imagino que habría de señalar al de Minnesota; lo cual no quiere decir que esa influencia haya sido la más intensa.Tengo, por supuesto, todos sus discos (ahora CDs) oficiales, unos cuantos piratas, bastantes versiones de sus canciones por otros artistas, siete u ocho libros sobre su vida y obra; he asistido a tres actuaciones suyas y visto varias por televisión ... En fin, que, aunque para nada un especialista, dylaniano he de aceptar que soy y, por tanto, me parece muy bien que le concedan el Príncipe de Asturias.

Aunque, desde luego, el premio no añade nada a lo que pienso y siento sobre el enigmático Dylan. Ya veremos si pasa a recogerlo; supongo que, a estas alturas de su vida (66 años hace unos días), lo más probable es que sí. En todo caso (y pensando en algo que hace unos meses “conversé” con Kotinussa), por más que me guste Dylan y sea un personaje importante en mi historia personal, no diría que lo admiro (al menos no con esa variante de admiración que tanto se parece al arrobo) y estoy bastante seguro de que si lo conociera me resultaría antipático.


CATEGORÍA: Personas y personajes

martes, 12 de junio de 2007

Ayudar

Hay un límite preciso a la hora de ayudar a los demás. Más allá de este límite, invisible para muchos, no hay más que una voluntad de imponer la propia manera de ser ... (El arte del placer; Goliarda Sapienza: novela muy recomendable).

Señor, dame la inteligencia para ver ese límite y dame, también, la paciencia para no superarlo (oración laica de un agnóstico: yo).

Acepto, en lo que personalmente me toca, la primera frase de Goliarda; no así la segunda. Sé que, por falta de inteligencia o de paciencia, he superado ese límite varias veces; sin embargo no recuerdo que nunca fuera por voluntad de imponer. Aunque, ciertamente, de eso me han acusado.

Conclusión apresurada y estúpida: hay que saber hacer marketing con la propia personalidad. Que no confundan tus defectos con otros que no lo son (y que tienen peor prensa).

Dar y recibir; ayudar es dar ... ¿o no? Cada vez más, uno prefiere dar a recibir. Me pregunto si tendrá que ver con hacerse mayor. Quizás, después de todo, no sea sino la evolución, la sofisticación del egoísmo. Dando me siento bien y, para sentirme bien, ansío dar. No cabe contabilizar intercambios; dar al margen de lo que reciba, variables independientes.

Pero es difícil que te dejen dar. ¿Miedo a sentirse deudor? ¿Miedo a abrir puertas? Ahí entra la paciencia: aceptar que lo que das no quiera ser recibido y, pese a ello, seguir disponible, sin forzar. Me cuesta mucho.

También podría devolverme la pelota: ¿sé recibir? Porque recibo, y mucho. Aprender pues a apreciarlo, justamente porque no lo necesito (y eso lo hace más bello), sin sentirme deudor, sin cerrar mis propias puertas.

Darse cuenta de todo esto demasiado tarde. No, no es demasiado tarde. Da igual el tiempo que dure si logro alimentar mi paciencia (escuálida ella). Si su ausencia (junto con otras incapacidades) cerraron puertas, simplemente esperar a que se abran.

Naturalmente, me gustaría que se pudieran aclarar y desmontar los equívocos y errores pasados. Hablar y abrir lo que se cerró. El pasado no existe y, sin embargo, sus lastres fantasmagóricos son pesados candados. El tiempo los disolverá: inteligencia y paciencia.

Vuelvo a citar la novela de Goliarda Sapienza: Hay que mantener las distancias con quienes se quiere; la distancia aclara las cosas casi más que la Cierta.


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

lunes, 11 de junio de 2007

Sexo, mentiras y messenger (I)

Lola es una chica de 15 años. Está en el último curso de la ESO y el año próximo inicia el instituto. Lola es muy popular entre sus amigas, algo así como una de las líderes de un amplio grupo de chiquillas adolescentes. Algo debe influir en ello que Lola sea hija única y sin padre y que además Sandra, su madre, sea una mujer cariñosa, tolerante, quizás más de lo que debiera. Así que la casa de Sandra suele ser el cuartel general del grupito de adolescentes, supongo que porque los demás padres no son tan enrollados.

La mayoría de amigas de Lola provienen de familias con economías más solventes. En esas edades tan tribales, para quien no anda sobrado de perras, es un problema que tu niña reclame ropa de marcas concretas además de otras prebendas que sus amigas reciben con naturalidad. Ajustando presupuestos, Sandra va concediendo a su hija la mayoría de sus deseos, pese a ser consciente que ni de lejos puede darle el nivel de las otras. Aun así, hay viajes en verano al extranjero, dinero para salir, el móvil (al que enseguida se vuelve adicta), un ordenador en su cuarto ...

No vaya a pensarse, no obstante, que en esta primera etapa adolescente Lola es especialmente caprichosa o tiránica con su madre. Al contrario, la relación entre ambas es fluida y cómplice. Visto en retrospectiva se diría que Lola estaba empezando, inconscientemente, a tantear la muda de niña buena y cariñosa, preocupada por su madre y excesivamente responsable para su edad, a adolescente egoísta que quiere vivir una vida independiente. Ese tanteo (inconsciente, repito) se va dando mediante pequeños pasos, los más inadvertidos por su madre ya que la chica sigue manteniendo ante ella durante mucho tiempo su cara cariñosa. Sandra, por su parte, confía en ella y además le da una libertad de acción mayor de la normal a esas edades.

Ese último año de la ESO es el primero de las salidas nocturnas, de los ligues y novios iniciales, de descubrir el alcohol y algún que otro porrito. Lola es tímida y, por más que ejerza de líder de sus amigas, esa es una seguridad falsa, que muestra en terreno conocido pero que le traiciona cuando juega “fuera de casa”. Sus amigas ligan y ella no tanto; a su timidez se unen complejos varios que aumentan su inseguridad. Sus hormonas, ese verano de 2005, con sus dieciséis años recién estrenados, están en ebullición. Esos cambios internos y externos los vive Lola con una sensibilidad excesiva; euforias desmesuradas y abatimientos trágicos, ya se sabe. Ese dramón interior, sin embargo, se lo guarda para sí; su psicología la lleva a ocultarlo a su madre e incluso a sus amigas. Va, poco a poco, creándose una imagen de chica fuerte y segura, la que puede amparar las tristezas de las amigas, la que pasa de tíos, la que sabe divertirse mejor, ser más audaz que las otras. Ante Sandra desarrolla una técnica que irá mejorando en los siguientes años: consiste en mantenerla informada del exterior de su vida sin abrirle la vista a los remolinos de su emotividad. Le cuenta casi todo lo que hace, como “buenas amigas” que son, evitando, claro está, mencionar los detalles escabrosos y omitiendo lo que considera conveniente. Imagen con la que se queda su madre: una chica que hace la vida normal de las adolescentes, sin meterse en líos, y que está viviendo esta etapa sin apenas vaivenes emocionales.

Como es natural, no es que Sandra no detectara en ocasiones cambios de humor de su hija, síntomas de que tampoco todo era felicidad y calma en su mundo interior. Pero Lola sabía calmar las posibles preocupaciones de su madre, con medias verdades sobre sus sentimientos, que rebajaban su intensidad a un nivel muy inferior a como realmente ella los vivía. Ya para entonces, lo supiera o no, Lola había cerrado la puerta a su madre, había decidido que lo que estaba viviendo y sintiendo no le concernía.

Parece que es ley de vida que el adolescente niegue a sus padres el más mínimo acceso a su intimidad. Cuando más los necesitan es cuando menos los quieren. Hay quien opina que así ha de ser, que el adolescente ha de hacerse adulto, ha de descubrirse a sí mismo, “matando” a sus padres. La paradoja es que, en la mayoría de los casos, no parece que durante esa etapa de feroz egoísmo se esfuercen demasiado en descubrir su individualidad sino, por el contrario, tienden a aborregarse en el más cutre simplismo de la tribu que les toque. La individualidad propia la reclaman sólo frente a los padres (“tengo derecho a vivir mi vida y tú no puedes inmiscuirte en ella”); claro que desde la comodidad de saberse protegidos por ellos.

Lola vivía su adolescencia en el marco de esos tan sabidos tópicos. En ella, además, había una especial dependencia de su madre. Desde pequeñita, Lola había ido desarrollando un sentimiento de protección mutua respecto a Sandra; ambas estaban solas y sólo se tenían a ellas. Puede que incluso Lola llegara a pensar que debía cuidar de su madre, que tenía que ser fuerte y responsable. Por eso, en ella más quizás que en sus amigas, el proceso de ruptura interior con su madre podía tener un componente de desgarro íntimo. Tal vez eso explique el cuidado de Lola en que su madre no perdiera la imagen de su hijita querida, así como la necesidad que sentía, por mucho que su vida interior estuviera cada vez más apartada, de que Sandra estuviera pendiente de ella.

La chica que va a empezar el instituto se ha metido pues en un camino de fingimientos que genera varias Lolas: está la hija responsable y cariñosa que es amiga de su madre y está la amiga fuerte y divertida. Pero está también, la adolescente insegura con las hormonas revueltas que no encuentra acomodo en el mundo real. Aparece aquí el ordenador e internet. Lola descubre las relaciones informáticas: los chats y el messenger. Va a iniciar un viaje de mentiras enrevesadas, sexo virtual, sentimientos exaltados; va a involucrar a otras personas (a una especialmente) y a llegar bastante lejos. Ese viaje no ha acabado, a pesar de durar más de dos años; pero sus efectos se están haciendo notar y la propia Lola, por más que pretende mantenerlo secreto, es consciente de ello. La historia seguirá otro día.


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

domingo, 10 de junio de 2007

La Real a segunda, me temo

Aunque cada vez menos, me sigue gustando el fútbol. Es verdad que ya apenas veo los partidos de la selección (que, desde luego, no merece jugar la próxima eurocopa) y casi ni sigo la liga. Claro que ahora, por estas fechas, es inevitable contagiarse de la emoción del final, máxime cuando, como ocurrió ayer, el título del campeonato caramboleó hasta el último minuto. Pero aunque el interés mayoritario (y también el mío) esté dirigido hacia el Madrid y el Barça (el Sevilla ya ...), más me preocupa lo que pasa por los últimos puestos de la clasificación. Porque resulta, lo confieso, que mi equipo de toda la vida es la Real Sociedad y este año sólo un milagro impedirá que vuelva a segunda, división en la que no compite desde hace 40 años.

Mi madre me había contado que, en su infancia y juventud en Sanse, a la Real la llamaban el ascensor, por eso de andar subiendo y bajando. Hasta hace un rato que he entrado en la web del club donostiarra, creía que en toda mi vida los banquiazules habían estado en primera. No fue así: de la temporada 62-63 a la 66-67 estuvo en segunda. Pero yo por esos años era muy pequeñajo. Mis primeros recuerdos de afición al fútbol van unidos siempre a la Real y a la primera división. La primera vez que fui a un estadio fue al viejo Atocha, allá por los últimos años de los sesenta.

Ser de la Real en los años escolares, no viviendo en San Sebastián, era ser un poco bicho raro. Pero también daba un cierto prestigio; en aquellos años lo vasco no provocaba tantas pasiones. Por otra parte, mi afición despertaba esa simpatía condescendiente de los que ven a un rival inofensivo. La pobre Real, normalmente hacia la mitad de la tabla, no inquietaba a los madridistas o culés que eran la mayoría de mis compañeros de colegio. Incluso, creo yo, ser de un equipo así te daba un aura algo romántica, revestía de una dignidad austera en claro contraste con la antipática soberbia de los que estaban acostumbrados a ganar. Vamos, el buen rollito de los modestos.

Hubo, por supuesto, dos excepciones gloriosas: los títulos de las ligas 80-81 y 81-82. Me acuerdo especialmente de la primera; fue el domingo 26 de abril del 81. Tenía 21 años, acababa de empezar a trabajar y salía con una chica que ese verano, en Torremolinos, intentaría clavarme unas tijeras de cocina por la espalda (esa es otra historia). Pero por entonces no había descubierto que estaba algo más que un poco loca y sí en cambio que me parecía preciosa. Estábamos echados en algún cesped de la complutense madrileña, besuqueándonos y acariciándonos, con un pequeño transistor a pilas funcionando a nuestra vera (poco adecuado, lo sé, pero la Real podía ganar su primera liga). La Real había llegado a esa última jornada con un punto de ventaja sobre el Madrid y, además, con mejor "goal-average" entre ambos. El Madrid jugaba en Valladolid, la Real en Gijón. Acabó el partido en Zorrilla con la victoria del Madrid (1-3); en el Molinón seguían jugando y la Real iba perdiendo por 2 a 1. Ya era el minuto 90, la Real atacaba pero el Sporting estaba herméticamente cerrado; mientras, en Valladolid los jugadores del Madrid permanecían en el campo mirando el marcador simultáneo; yo carcomido, maldiciendo la suerte blanca que iba a impedir, por segundo año consecutivo, que mi equipo ganara la liga. Y entonces Górriz, a un despeje de puños del portero gijonés, pegó un patadón desde lejos; espantosamente malo pero, como ocurre con frecuencia en el fútbol, se convirtió en un pase magnífico que recogió Zamora dentro del área para fusilar la portería asturiana. Gol y prácticamente final; la Real ganaba el campeonato por primera vez en su historia; Juanito (aquel jugador del Madrid que murió años después en un accidente de coche) se tiraba al cesped de Zorrilla y lo golpeaba con rabia. Esa ha debido ser la primera y única vez en mi vida que una alegría deportiva tuvo expresión erótica (a pesar de que aquella chica fuera madridista).


Esa Real (la de Arconada, Celayeta, Perico Alonso, Zamora, Idígoras, Bakero, Satrústegui, López Ufarte y otros) fue la base de la selección que al año siguiente tan mal papel hizo en el mundial que se organizó en España. No es que jugaran un fútbol maravilloso (mejor defensa que ataque) ni muy bonito de ver, pero ... ¿qué me importaba? Dos ligas seguidas que me gocé en los años en que más disfrutaba con esas cosas.

Y desde entonces, pues más pena que gloria, pero rara vez peligrando su permanencia en la llamada "división de honor". Salvo estas últimas temporadas, que se ha dedicado a coquetear con el descenso que, como ya he dicho, se consumará el próximo fin de semana salvo milagro. ¿Qué milagro? Pues no me he puesto a analizar todas las remotas combinaciones (ni ganas), pero pasa por ganar en Valencia y que pierdan al menos dos de los tres siguientes: el Celta (que juega en casa contra el Getafe), el Betis (que juega en Santander) o el Bilbao (que juega en casa con el Levante). Muy muy muy complicado. Así que, para qué engañarnos, ya estoy bastante resignado.

Tampoco es que me importe mucho, la verdad. Pero no puedo evitar un poco de penita, como si la bajada de la Real simbolizara algo que me concierne (que absurdo, ¿no?). Habrá que confiar en que funcione pronto el ascensor y no se pase demasiado tiempo en segunda. Sea como sea, me ha dado para escribir un post sobre fútbol, algo que no me habría imaginado.


CATEGORÍA: Recuerdos

sábado, 9 de junio de 2007

Ira

El último post de Lukre me ha llevado a pensar en una de las que eran las notas más llamativas de mi carácter: la ira. Estoy hablando -para que quede claro- de esa emoción de indignación, rabia, furia, rechazo ... (añádanse más) que nos invade completamente, desplazando a las restantes y haciendo de nuestro interior un campo de batalla, una vorágine cruenta. En mi caso, la ira me sobrevenía de golpe, bastaban detonantes nimios; y, llegada la emoción, casi inmediatamente y casi siempre la expresaba hacia afuera con un desagradable y estentóreo comportamiento.

No creo que mi ira se debiera a que tenga un carácter violento, sino más bien al que considero, probablemente, mi peor defecto: la impaciencia. De hecho, nunca mis explosiones airadas conllevaron actos de violencia física, salvo una única vez, a los doce o trece años. Fue una pelea escolar en la que me dejé llevar por la rabia absoluta y me encontré encima de otro chaval golpeándole la cabeza contra el suelo. Pero de pronto, enseguida, me vino como un pasmo de pánico ante lo que estaba haciendo y escapé. El shock que sentí al descubrir lo que podía ser capaz de hacer a otra persona fue tan fuerte, tan íntimo, que imagino que definió desde entonces una barrera a la que nunca volví a acercarme.

No había en mis explosiones de ira violencia física, pero sí verbal y gestual. Sobrepasaba con creces cualesquiera límites de los comportamientos aceptables, del respeto mínimo que se debe al otro (a la "víctima" de mi enfado). Había una exagerada desproporción entre los motivos del cabreo y mi reacción; además, esa desproporción tendía a incrementarse con el tiempo, como síntoma de que mi ira iba ganando terreno entre mis emociones, bastándole cualquier chorrada para adueñarse de ellas y expresarse victoriosa en mi (vergonzoso) comportamiento. Como es usual, ese demonio interior se sentía tanto más cómodo cuanto más en confianza estaba, con la dolorosa consecuencia de que son las personas amadas quienes más han de sufrir sus efectos. La ira suele ser cobarde y esa cobardía es suicida, al ofender a lo que a uno más le importa.

Mis ataques eran explosivos (ya lo he dicho) pero breves. El cabreo se expresaba hacia afuera prácticamente desde que me embargaba por dentro y, una vez manifestado, desaparecía. Nunca he "rumiado" silenciosamente mis sentimientos negativos, dejando que me fueran envenenando por dentro, que fueran creciendo y retorciéndose en variantes complejas. Digamos que la olla en la que se cocinan mis emociones no tenía tapa, de modo que en cuanto aparecía el hervor la ira se desbordaba, cruda y simple. No era como muchas otras personas que he conocido cuyas emociones se van cocinando lenta y largamente, sin síntomas externos visibles, hasta que la tapa revienta con efectos devastadores y de mucha mayor complejidad que los míos. Al ser yo así, y al haberme "habituado", me costaba valorar adecuadamente el verdadero alcance negativo de mi comportamiento sobre los demás. Por más que me lo hicieran notar, tendía a restarle importancia y, como un idiota, me sorprendía cuando comprobaba que un incidente que había pasado sin dejar en mis emociones ninguna huella había sedimentado dosis de dolor y rencor en quienes lo habían sufrido.

Por supuesto, la persona que más sufría mis cabreos era mi mujer. Gracias a ella, al darme cuenta de lo mucho que la hería, empecé a tomarme en serio la necesidad de atajar esos comportamientos míos. Seguramente, el punto crítico de inflexión se produjo en el verano de 1993 (llevábamos unos cuatro años de relación), tras una escena muy desagradable que le monté en la playa, delante de una pareja amiga (y de los bañistas que por allí andaban); me pasé muchos pueblos y le hice mucho daño. En los días posteriores hubimos de hablar mucho y le prometí, con la sinceridad de un verdadero convencimiento, de que iba a esforzarme para cambiar. Y me tomé muy en serio ese esfuerzo.

No podría hacer la crónica de ese proceso. Baste decir que, en una primera etapa, consistió sobre todo en avivar la atención hacia mis reacciones conductuales, reprimiéndolas lo antes posible. Naturalmente, mis mecanismos habituales seguían funcionando: la ira me embargaba por dentro y se me disparaba el grito, el gesto agresivo, etc. Se trataba de impedirlo y tragarme el cabreo. A veces se me escapaban algunas manifestaciones; a medida que iba mejorando mi eficacia represora, la expresión de mi ira cambiaba de forma, pasando de actos agresivos a meramente malhumorados. Poco a poco, se suavizaba mi comportamiento, aparentemente me iba volviendo menos irascible.

Esa mejoría, ¿era sólo aparente? Ciertamente, mi vigilancia consciente tenía por objeto las manifestaciones "hacia afuera" de mi ira. En ningún momento me planteé (quizás por no saber cómo) modificar la propia emoción, sino sólo sus efectos visibles. Así que la ira me seguía embargando por dentro, aunque cada vez fuera menos notoria al exterior. Ahora bien, y aquí viene algo que a mí me ha sorprendido, a medida que aumentaba mi éxito represor iba notando que la intensidad interior de la ira disminuía. Como si, al no poder expresarse, la emoción fuera disminuyendo, adecuando su cuantía a la de los actos que originaba. En mi caso, por tanto, la represión de la ira no derivó a su concentración y/o acumulación interna, sino a su progresiva desactivación.

Como resultado, lógicamente, de esto que me iba sucediendo, cada vez me era menos difícil reprimir mis manifestaciones airadas. Por un lado porque había ido "automatizando" mis mecanismos represores, cada vez más eficaces. Por otro, porque los estímulos de la ira interior eran cada vez más débiles. Desde el incidente descrito de la playa no hubo ninguno de similar magnitud, y diría que en los dos años siguientes las escenas de esa naturaleza se fueron haciendo cada vez menos frecuentes y también menos graves. Honestamente, en los siguientes y últimos diez años de mi vida de pareja no recuerdo que se repitieran. Aún así (hago un paréntesis) el daño estaba hecho, como si mis cabreos pasados hubieran quedado depositados en el ánimo de mi mujer a modo de bombas de efectos retardados. Cuando nos separamos, se quejó de mi carácter airado, rememorando varias escenas, todas ellas de más de una década de antigüedad.

No es que meditara demasiado sobre los presuntos cambios "interiores" de mi carácter. Durante los últimos años, sin prestar apenas reflexión al asunto, imagino que pensaría que había logrado controlar bastante satisfactoriamente mi carácter airado, aunque éste siguiera ahí. Sin embargo, hará unos seis meses, viví una situación que, de alguna manera, me reveló que los cambios habían sido más profundos. Una compañera de trabajo se indignó bastante injustamente conmigo, tratándome muy ofensivamente. Cuando salió de mi despacho (mandándome a la mierda y dando un portazo), me descubrí absolutamente sereno, sin el menor atisbo de ira, cuando puedo asegurar que si eso hubiera ocurrido hace diez años, la indignación me habría dominado (y probablemente le habría obsequiado con una de mis terribles reacciones). Ahora, por el contrario, me daba cuenta de que comprendía los mecanismos que a mi amiga se le habían disparado y se me despertaban sentimientos tranquilos (tampoco voy a decir que de amor benéfico, pero para nada negativos). Me sorprendió tanto no sentir por dentro ira (no ya no manifestarla) que a partir de entonces, estoy un poco en actitud de observarme, a ver si es que aparece. Y no, esa ira antigua no la he vuelto a sentir, aunque haya vivido diversas situaciones que antaño me la habrían despertado. Mentiría si dijera que la echo en falta.

Hay quienes dicen que los que son elementos constitutivos de la personalidad no cambian nunca, por más que se controlen sus efectos más negativos. Si eso es verdad, va a resultar que, por muy llamativa que fuera en mi carácter, la ira no era algo intrínseco a mi personalidad. O a lo mejor no es verdad y sí se puede cambiar; o a lo peor no he cambiado de verdad de verdad, y ahí sigue la ira dormida pero no muerta. Al fin y al cabo, no dejan de ser disquisiciones teóricas que, a este respecto y de momento, no me importan demasiado. No estoy especialmente orgulloso de demasiadas cosas; una de ellas es, sin embargo, el haber mejorado radicalmente este aspecto de mi carácter.


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

jueves, 7 de junio de 2007

Fidelidad, un muestreo de opiniones

Uno de los asuntos más tratados en los blogs que curioseo es el de la infidelidad; además, parece que últimamente varios se han dedicado a postear sobre el tema. En la mayoría de los casos, son declaraciones o juicios de valor personales; los autores dicen lo que sienten respecto a la infidelidad, pero pocas veces profundizan en por qué sienten eso. En todo caso, he estado recogiendo unas cuantas posiciones, muestra que me parece interesante, no tanto para aclarar mis propias ideas, como para compararlas con las de otros. Paso a relacionar algunas de ellas.

Eva dedica un post a enumerar cuáles son sus razones para engañar a su marido. Hay muchas y de muy distinto peso, desde la óptica que me interesa. A mi modo de ver, se resumirían en que lo hace porque, cuando se juntan el deseo y la oportunidad, no entiende que sea nada malo sino al contrario. Para ella, el sexo con hombres distintos de su pareja, es una oportunidad de su propio crecimiento personal y, desde esa concepción, entiende que negarse la realización del deseo sería una forma de traicionarse a sí misma. Hay que añadir, ciertamente, que no cree en la "exclusividad" del amor.

Parto de la base, obviamente, de que Eva (como todos los demás) es sincera consigo misma y que, por tanto, es así como piensa y siente. Hay que suponer, entonces, que no deja de amar a su pareja por tener relaciones sexuales (y con casi seguridad también afectivas) con otros ni tampoco pensaría lo contrario de su cónyuge en caso de que él haga lo mismo. Como Eva habla de "engañar" resulta claro que su manera de pensar y sentir no es compartida por su cónyuge (independientemente de que él, a su vez, la "engañe"). Si lo fuera, estaríamos ante una relación "abierta", absolutamente (¿o no tanto?) honesta y, desde luego, carecería de sentido hablar de infidelidad.

Por cierto, no conozco (al menos no con la suficiente intimidad) parejas que mantengan una relación de este tipo y, la verdad, me gustaría mucho conocerlas, saber lo que de verdad piensan y sienten, cómo "procesan" en el desarrollo de su amor, el ejercicio "hacia afuera" de sus erotismos y afectividades individuales. Entre tanto, nos mantendremos en el ámbito de la infidelidad; es decir cuando uno tiene relaciones con alguien ajeno sin que sus pareja las admita y, por tanto, procurando ocultárselas.

La fidelidad parece ser para la mayoría de los blogueros un requisito imprescindible en las parejas que desean, de modo tal que la infidelidad se convierte en uno de los principales obstáculos (casi insalvables) para mantener la relación afectiva. Toni, por ejemplo, al definir "lo que quiere de una mujer" dice que la quiere convencida de que sólo quiera estar con él (que la fidelidad emane del convencimiento); añade que quiere que no necesite nada fuera de la pareja y que, si no le es fiel, es que no está enamorada. Esta declaración me parece, por supuesto, absolutamente respetable como tal; es decir, como declaración de lo que Toni quiere. De otra parte, me parece ejemplar pues expresa sin circunloquios muchas veces hipocritillas lo que siente. Cosa distinta es que me convenza su justificación (por otra parte, innecesaria). Estoy de acuerdo en que alguien no puede ser infiel cuando está enamorado de su pareja; básicamente porque durante el enamoramiento simplemente no cabe tal posibilidad. Pero, claro, imagino que Toni no pretende (realistamente) una mujer que esté permanentemente enamorada de él. Ahora, si se entiende enamoramiento en un sentido más laxo y traducimos la frase justificativa como que "si me es infiel es que no me ama", entonces disiento. También me sorprende ese deseo de fidelidad desde la libertad absoluta ("que emane del convencimiento"). Puede (incluso debe, si realmente uno desea la libertad de su pareja) hacer lo que quiera, pero si lo que llega a querer no es lo que uno admite, la pareja no puede mantenerse. Siendo consecuentes, de estas premisas resulta que Toni sólo podrá mantener una relación mientras su pareja no quiera serle infiel; porque si ese deseo le naciera, Toni habría de querer que ella ejerciera su libertad. ¿O no? ¿Acaso preferiría que renunciara a vivir algo que quiere para mantener su pareja, en cuyo caso la fidelidad no sería tan claramente fruto de su libertad? Lo mismo puede argumentarse respecto a no necesitar nada de fuera de la relación, con el agravante, en este caso, de que ese deseo me parece algo ingenuo (así se califica él mismo).

Pero no se trata ahora de debatir con Toni, sino de muestrear opiniones. Ese post generó un buen número de comentarios, lo que me permite conocer otras posiciones. Hidra opina "si tu pareja te lo da todo, te llena en todos los sentidos, no sientes la necesidad de buscar nada fuera de la pareja"; aunque no llega a ser tan tajante como Toni, parece que coincide en el requisito de la fidelidad a través de un similar argumento justificativo. Me llama la atención que, si se le da la vuelta, resulta mucho más impactante: si tu pareja NO te da todo, NO te llena en todos los sentidos, se justifica buscar lo que te falta fuera; como la infidelidad no es admisible, si no tienes todo (lo que necesitas) en la pareja hay que romperla (¿o intentar reconstruirla para volver a tener todo?). Vuelve el leit motiv de la pareja como una relación absolutamente plena, una "entrega total"; me pregunto si se cree de verdad en eso o sólo se quiere creer. Aparece también la idea (muy socorrida) de la "necesidad", como si uno fuera fiel porque no necesita nada y, a la inversa, fuera infiel cuando necesita algo que no tiene en su pareja.

En la misma línea de consenso hay varios otros comentarios. Lo curioso es que unos cuantos opinan que lo que pide Toni es muy coherente, muy realista, muy poco complicado ... No creo para nada que tales adjetivos sean aplicables a la franca declaración de Toni, con lo cual me quedo pensando que quienes los hacen, o bien tienen poca experiencia afectiva o bien, habiéndola tenido, siguen pesando más en ellos ideales románticos (lo cual, aunque poco realista, me parece muy bien). Claro, también podría ocurrir que a quienes así piensan les haya coincidido la experiencia y el ideal (poco probable, ¿no?).

Por supuesto, hay otros comentarios teñidos de suave escepticismo. Como era previsible, provienen de personas cuyas reflexiones acerca de este asunto se escapan de la "línea oficial". Lo curioso es que, al comentar este post, esas personas (cito, por ejemplo, a Amanda y Reich) prefieren no entrar al trapo, conscientes quizás de que sus opiniones podrían ser disonantes y no se trata de agriar la embriagadora atmósfera del amor total. Amaranta se atreve un poquito más y dice que ella sí podría vivir con alguien que le fuera infiel, que valora más la lealtad. Entiendo que esta distinción presupone un pasito significativo en la concepción del amor, y esa línea reflexiva me interesa.

He leído varios otros posts sobre la infidelidad. Muchos de ellos se alinean con la postura que quien más radicalmente expresa es Toni; es decir, la que vincula amor y fidelidad, desde un entender el amor como algo exclusivo (posesivo) y la relación de pareja como "total". Hay otras posturas también de rechazo a la infidelidad pero no desde este punto de partida (al menos no sólo) sino desde la valoración ética (negativa) del engaño. Este planteamiento, me parece a mí, lleva el asunto a ámbitos más realistas y personalmente me interesa más. Pero las muestras de este grupo de opiniones (por ejemplo Amanda o HyM) las dejo para otra ocasión. De momento, me quedo reflexionando sobre la cantidad de gente que cree, dice creer o quiere creer en el amor exclusivo y excluyente, en las entregas totales, etc. No puedo evitar dudar sobre la sinceridad íntima de esas creencias; o mejor, sobre hasta qué punto son de verdad creencias propias o "incrustadas". Pero aunque sean de estas últimas, hay que ver lo bien que soportan su confrontación con la realidad.

Pero que cada uno crea y sienta lo que quiera, siempre que esas creencias y sentimientos les sean útiles para ser feliz. Lo que en todo caso parece (aunque la muestra no cumpla los requisitos mínimos de rigor estadístico) es que creer (o declarar que se cree) en esos planteamientos sobre el amor (y, por ende, sobre la fidelidad) te sitúa en el grupo mayoritario. Lo llevo crudo porque me he quedado fuera.


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

miércoles, 6 de junio de 2007

Serotonina, agresividad y alcohol

La serotonina es una sustancia química (monoamina) que se encuentra en el cerebro y cuyo nivel está relacionado con aspectos del carácter de cada persona. Por ejemplo, parece bastante probado que hay relación inversa entre los niveles de serotonina y la agresividad.

El ritmo de producción de serotonina, la capacidad de respuesta de los receptores de serotonina y muchos otros factores que influyen en la forma en que la serotonina interviene en nuestro cerebro y, por tanto, en nuestras emociones, dependen de los genes, variando entre distintos individuos. Sin embargo, ello no implica que haya un determinismo unidireccional desde la genética; no es cierto que nuestros genes determinan nuestras emociones y nuestra conducta. No es así, en primer lugar, porque hay tantos genes intervinientes en cualquier emoción que el abanico de posibilidades que se abre es cualquier cosa menos previsible. En segundo lugar, porque muchos de estos genes se “activan” desde la conducta; en otras palabras, la conducta influye sobre los efectos genéticos reales, pasando de la mera posibilidad a lo fáctico.

Tengo entendido que la relación entre la base genética de la serotonina y la agresividad es de este tipo. Resulta que el nivel de serotonina se correlaciona directamente con la autoestima, más como consecuencia que como causa. La química del cerebro influye sobre la autoestima, pero esta química es sensible a las señales sociales que recibe: una persona que aumenta su autoestima (por ejemplo como resultado de un ascenso laboral o de una acertada terapia psicológica) eleva su nivel de serotonina. En sentido inverso, la agresividad se vincula con la baja autoestima.

Otro factor más en la relación entre serotonina y agresividad es el alcohol. Parece que éste reduce sensiblemente el nivel del metabolito de la Serotonina en el líquido céfalo-raquideo, indicador claro de desórdenes de personalidad violentos. Al margen de la explicación biológica, es de siempre conocida la relación entre alcoholismo y comportamientos violentos. Hoy me decía una amiga que, cuando alguien está bajo los efectos del alcohol, no es él, es “otra persona”. No lo creo del todo; pienso que es la misma persona, pero expresando sin las inhibiciones conscientes los rasgos de su carácter que, además, resultan agudizados.


No todos, cuando bebemos, nos ponemos violentos. Puede que no a todos el alcohol nos reduzca en la misma medida los niveles de serotonina o puede que no los tengamos lo suficientemente bajos de partida para acusar tan notoriamente los efectos de su bajada. En todo caso, aunque no crea que la ingestión de alcohol sea el problema de fondo, me es evidente que alguien con tales reacciones al emborracharse debe plantearse como primera medida no beber en absoluto. Claro, que el problema es que le atraiga tanto beber, emborracharse. Lo que nos lleva a un problema de personalidad que está más en el fondo del asunto.

Y éste es cómo conseguir que el sujeto aumente y estabilice sus niveles de serotonina o, por no hablar en términos bioquímicos, alcance un estado de paz y equilibrio interior. Ese es un largo trabajo psicológico que para que valga de algo –intuyo- debe partir de la voluntad del interesado. Aquí hay un serio obstáculo; lamentablemente, cada vez me convenzo más de la veracidad de eso de que nadie aprende en cabeza ajena y –añado yo- algunos ni siquiera en la propia. En todo caso, el objetivo debería ser construir y reforzar la autoestima. En ese proceso largo y “contra natura”, yo no descartaría ayuditas químicas (el prozac y similares, por ejemplo, actúa influyendo sobre el sistema de la serotonina), aunque eso habrán de decirlo quienes saben.

En fin, qué complicado. Y lo dicho no es más que un apunte sobre muchas otras notas caracterológicas que me preocupan. Súmese a ello la sensación de impotencia, que ha ido adueñándose de mí progresivamente durante los últimos 7 años, más o menos. Esa sensación es muy jodida siempre; ver a alguien a quien no puedes (no te deja) ayudar a pesar de que crees que podrías hacerlo. Pero, naturalmente, es tanto más jodida cuanto más quieres a la persona respecto a la cual eres impotente. Aun así, no hay que pecar de omisión ... puede que suene la flauta.


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido