martes, 15 de junio de 2021

Indagación léxica sobre el vocablo balcón

Me informa mi maravilloso Corominas  que la palabra balcón proviene de la italiana balcone. Encuentro en una web de etimologías que esta última, a su vez, proviene del longobardo balko que, por lo visto, significaba viga (digamos que de balko deriva tanto balcón como palco que, a fin de cuentas, viene a ser un tipo concreto de balcón). Este vocablo longobardo (lengua germánica ya extinta) parece ser el que da origen a esta palabra en la mayoría de los idiomas europeos. 
 
Que balko significara viga me sugiere que ya con ese término se aludía a lo que entendemos (al menos yo) por balcón; esto es, una plataforma que desde un vano del edificio sobresale de la fachada hacia el espacio abierto. Hago esta aclaración porque la definición del DRAE es “ventana abierta hasta el suelo de la habitación, generalmente con prolongación voladiza, con barandilla”. O sea, que basta que una ventana esté abierta hasta el suelo para que merezca en castellano el nombre de balcón, toda vez que su “prolongación voladiza” existe con frecuencia pero no siempre. De hecho, en el Diccionario de 1791, la Academia llamaba balcón al antepecho que se pone en las ventanas formado de balaustres para poderse asomar sin riesgo, sin mencionar siquiera el vuelo hacia el exterior. 
 
Pero no deduzcamos de estas definiciones académicas que no había balcones volados en el XVIII porque, como más adelante trataré, éstos son de muy antigua y remota datación. Pero antes de referir “datos fácticos” me apetece seguir transitando por terrenos lingüísticos. Tan solo quise apuntar, a modo de curiosidad, la extraña definición de balcón en nuestro idioma. La web de la Real Academia Española nos ofrece un maravilloso recurso al que ha bautizado, en homenaje a Covarrubias, Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española (NTLLE). Se trata de una amplia recopilación de diccionarios que “durante los últimos quinientos años han recogido, definido y consolidado el patrimonio léxico de nuestro idioma”. Aprovecharé pues esta maravillosa herramienta para indagar sobre la evolución de la palabra balcón
 
El primer diccionario recogido es el Vocabulario español-latino, publicado por Antonio Nebrija en 1494 (dos años antes había acabado el latino-español); pero no incluye balcón. Tampoco viene en el Vocabulista aráuigo en letra castellana, impreso en 1505 por el fraile jerónimo Pedro de Alcalá, primer diccionario español-árabe. Ambas obras son del reinado de los Reyes Católicos, poco después de la toma de Granada. Ciertamente, por entonces había balcones espléndidos, por ejemplo, los magníficos ajimeces de las ciudades andaluzas –cajas sobresalientes de la fachada cerradas con celosías de madera– y de algún modo habrían de denominarse. 
 
Busco la palabra en los dos mayores bestsellers de la época –la Celestina (1502) y el Amadís de Gaula (1508)– y no la encuentro. Me llama la atención, no obstante, que al describir el combate entre Ardán Canileo y Amadís de Gaula (capítulo 61) se dice que “toda la gente de la corte y de la villa estaban por ver la batalla en derredor del campo, y las dueñas y doncellas a las fenestras, y la hermosa Oriana y Mabilia a una ventana de su cámara, y con la reina estaban Briolanja y Madasima y otras infantas”. Esas ventanas y fenestras en las que se acomodaba tanto espectador digo yo que serían balcones. 
 
El texto más antiguo en que encuentro el vocablo balcón, siendo también de esos inicios del XVI, no es literario sino jurídico. Se trata de una pragmática dictada por los Reyes Católicos a principios del XVI y ratificada por su hija Juana hacia 1515 que ordenaba que “los edeficios desta cibdad se fiziesen sin valcones e pasadizos ni salidizos en tal manera que la salud del pueblo no se ynficionarse con los lugares e parte e cubiertas e no se escureciesen las calles con los dichos cobertizos, con los quales cubren el sol e la luna e se dava lugar a delitos”. No deja de ser llamativo que uno de los primeros documentos en que se mencionan los balcones tenga por objeto prohibirlos. Leo en algunos estudios sobre urbanismo medieval que formaba parte de la tradición normativa castellana (se dice que desde las Partidas del rey Sabio) impedir la ocupación del espacio público. Hay quien opina, sin embargo, que en el asunto de los balcones pesó más el rechazo de la reina católica hacia todo lo que evocara la cultura árabe. Años después, el 28 de junio de 1530, el emperador Don Carlos y su madre Doña Juana promulgan en Madrid una ley “para que no se reedifiquen los balcones i saledizos, que caen sobre las calles, cayéndose ò reedificandose, i de nuevo no se hagan, i se derriben luego por mandado de las Justicias”. He obtenido el texto –sobre el que volveré en otro momento– del Tomo Segundo de las Leyes de Recopilación, que no son sino la última edición (1745) de la Nueva Recopilación de Leyes de Castilla, aprobada durante el reinado de Felipe II (vendría luego la Novísima Recopilación de 1805). Por cierto y aunque no venga al caso, el 28 de junio de 1530 ni el emperador ni su madre estaban en Madrid; él en Augsburgo y ella encerrada en Tordesillas desde 1509.
 
Llegados a este punto, aprovecho para, si no corregir, sí mejorar mínimamente al excelso Corominas. Señala el eminente lexicógrafo que la primera cita documentada de la palabra balcón se debe a la autoría de Fernández de Oviedo en 1535. Con este dato es inmediato deducir que se trata de la primera parte de la Historia General y Natural de las Indias, islas ytierra-firme del Mar Océano, impresa a modo de sumario en Valladolid. Y en efecto, en la página 567 de la edición que publicó en 1851 la Real Academia de la Historia, al inicio del capítulo vigésimoséptimo, “en que se cuenta lo que le acontesció al adelantado Hernando de Solo con el cacique de Tascaluca, llamado Actahachi, el qual era tan alto hombre que parescía gigante”, nos dice Don Gonzalo que “… estaba el cacique en un balcón que se hacia en un cerro á un lado de la plaça …” Poca información da el cronista para imaginar cómo era ese balcón que a mí me parece que más que un cuerpo saliente de edificación fuera un palco o podio erigido al aire libre. Pero, en todo caso, he aquí la palabra, aunque no sea la primera vez que se escribía en documento publicado (Corominas no conoció la ordenanza antes citada).

Sentado pues que la palabra balcón aparece en nuestro idioma al menos desde principios del XVI, vuelvo a la revisión de los diccionarios que nos ofrece el NTLLE. El primer diccionario que recoge el término es el Vocabulario de las lenguas española y toscana, publicado en 1570 por el sevillano Cristóbal de las Casas. Este diccionario bilingüe tenía por objeto facilitar la mutua comprensión de las lenguas, en unos tiempos de muy estrechas relaciones entre españoles e italianos, y en él ya se recogen los términos balcone y balcón. Lo curioso, sin embargo, es que la palabra toscana se traduce al castellano por ventana, mientras que la española pasa a convertirse en varias italianas sin que entre ellas esté balcón. Esta falta de correspondencia me hace sospechar que tal vez el término balcone no fuera ni siquiera en Italia el más usado para referirse a los balcones. Lo cierto es que de las cinco palabras toscanas que De las Casas hace equivaler a balcón –poggio, poggioulo, spalco, sporto, verone–, solo la última tiene este significado en el italiano actual, aunque con la advertencia de que es un anacronismo que se remonta al siglo XIV. 
 
En todo caso, que a inicios del XVI balcone no fuera término de frecuente uso en Italia –como tampoco lo era en España– no permite cuestionar su existencia en el toscano pues aparece nada menos que en la Divina Commedia, escrita doscientos años antes (a inicios del XIV). En concreto, los tres primeros versos del Canto IX del Purgatorio: "La concubina di Titone antico / già s’imbiancava al balco d’oriente, / fuor de le braccia del suo dolce amico". (Aclaro entre estos paréntesis, que la concubina de Titono no es otra que la diosa Eos o Aurora, a la que Dante hace asomarse al balcón del Oriente para indicarnos con tan mitológica metáfora que estaba amaneciendo). En fin, lo relevante es que la palabra llevaba ya un par de siglos usándose en toscano, aunque puede que fuera excesivamente poética y no se empleara en el lenguaje vulgar para designar los elementos arquitectónicos a los que luego designó. De hecho, es obvio que el balco al que se asoma la Aurora no es uno de ellos (y, por cierto, hago notar que Dante usa una voz – balco– casi coincidente con la lombarda original; pareciera que aún no ha adoptado la desinencia -ne con la que llegaría a nuestro idioma.
 
Paso ahora al Dictionary in spanish and english publicado en 1591 en Londres por Richard Perceval, políglota traductor de documentos españoles en la corte de Isabel I. Perceval traduce balcón por bay window, término que todavía hoy se usa en inglés y que, según el Oxford Dictionary, significa “a window built to project outwards from an outside wall”, definición que se ajusta perfectamente a la idea de balcón. Perceval, además de la traducción al inglés, aportaba la latina y así vemos que balcón es una fenestra prominens (ventana salediza). El vocablo más usado actualmente –balcony– todavía no aparece en este diccionario, lo que apunta a que para designar los balcones que hubiera en Gran Bretaña –sin duda, bastantes menos que en los países mediterráneos– se recurría a un término compuesto (leo en una web de etimología anglosajona que, en efecto, la palabra balcony se introduce en el idioma inglés hacia los años diez del siglo XVII). En todo caso, en lo que nos importa, parece bastante seguro que a finales del XVI la palabra balcón estaba ya firmemente asentada en nuestra lengua con la acepción que sigue hoy manteniendo. 
 
Los tres siguientes diccionarios que nos facilita la RAE son casi contemporáneos, de la primera década del XVII. Son el Diccionario muy copioso de la lengua española y francesa (1604) de Jean Palet, médico de Enrique IV; el Tesoro de las dos lenguas francesa y española (1607) de César Oudin; y el Tesoro de las tres lenguas francesa, italiana y española (1609) del italiano Girolamo Vittori. Los tres incluyen el vocablo balcón, lo cual refuerza nuestra anterior conclusión. Lo curioso, sin embargo, es que ninguno recoge el término en francés y las traducciones que hacen son descripciones de lo que es un balcón: "ventana sobre la calle", dice escuetamente Jean Palet; "una especie de galería o ventana que se abre en forma de saliente apto para apoyarse", según Oudin al que copia Vittori. Es decir, aunque en la primera década del XVII ya existía el vocablo en italiano y castellano, aún no en francés (ni en inglés). Parece que se recurría a la palabra appuy, pero ésta alude más al antepecho que propiamente al balcón. En una web de etimologías francesas leo que la palabra se introduce en el francés ya avanzado el XVII (en el Mercure François de 1623 se escribe el vocablo, explicando al margen su significado, prueba de que por entonces era un neologismo aun poco conocido). 
 
Y para acabar este post que ya se ha hecho largo (y, lo que es peor, sobre un asunto que no debe interesar a nadie) reviso el famosísimo Tesoro de la Lengua Castellana o Española (Madrid, 1611), “compuesto por el licenciado Don Sebastián de Cobarruvias Orozco, capellán de su Majestad, Mastrescuela y Canónigo de la Santa Iglesia de Cuenca, y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición”. Covarrubias nos confirma que se trata de un nombre italiano y lo refiere geográficamente a Venecia, Génova y Lombardía. Le atribuye como significado el de ventana preeminente y de majestad que vuela por encima de las puertas de las fortalezas. Pareciera pues que refiere el término a los balcones representativos de edificios principales, de modo que tal vez todavía a principios del XVI los balcones más modestos se denominarían con otro vocablo. Sin embargo, en la misma entrada cita a un comentarista de Petrarca que informa que los llamados balconi abundaban en las ciudades italianas, lo que parece desmentir el uso restringido del vocablo, al menos en Italia. 
 
En resumen, y aunque no puedo estar totalmente seguro, concluyo que el término balcón es un italianismo que se introdujo en nuestro idioma a principios del XVI. Parece que durante todo ese siglo e incluso hasta avanzado el XVII no debió de ser de uso muy frecuente y puede que hasta de significado ambiguo; probablemente, en los primeros tiempos, se referiría preferentemente a los vistosos balcones de las casas nobles y, poco a poco, se iría generalizando su aplicación a cualquier ventana salediza. Para profundizar en esa evolución del significado de balcón conviene aparcar los diccionarios y recurrir a la literatura que, para el periodo que nos interesa, no es otra que la del Siglo de Oro.