viernes, 30 de septiembre de 2016

Comunicado de Podemos

Transcribo a continuación el texto de un comunicado que se está discutiendo en estos momentos entre los principales dirigentes de Unidos Podemos antes de hacerse público. Espectacular primicia informativa.

Ante los acontecimientos que se están viviendo en el seno del Partido Socialista, el Área de Análisis social y político de Podemos ha elaborado una valoración de la actual situación política del país y una propuesta concreta y, a nuestro juicio, especialmente urgente. Tanto el análisis como la propuesta serán presentados por el Secretario General a la consideración y aprobación del Consejo Ciudadano Estatal que ha sido convocado para el próximo sábado 8 de octubre.

En las elecciones del pasado veintiséis de junio el Partido Popular fue el que obtuvo más votos. Pero eso no significa, como incansablemente se obstinan en repetirnos, que la ciudadanía quiera que este país sea presidido por Mariano Rajoy, ni mucho menos que cualquier otra opción de gobierno contradiga las reglas democráticas. Nosotros interpretamos, en cambio, que una gran mayoría de españoles, el 75% de quienes depositaron su voto en las urnas, manifestaron su oposición a un nuevo gobierno del PP.

Esta conclusión ha quedado patentemente clara tras los dos intentos de investidura del señor Rajoy. La mayoría de los representantes legítimos de los ciudadanos, quienes en nuestra democracia expresan la voz de los votantes, han rechazado contundentemente al Partido Popular. Tan solo Ciudadanos, justificándose en la necesidad de que haya Gobierno pero a disgusto, apoyó la investidura, aunque infructuosamente.

Unidos Podemos ha manifestado siempre con absoluta nitidez que su primer y principal objetivo es acabar con las nefastas políticas de Rajoy, que tanto daño han hecho a la mayoría social de este país. Los resultados electorales y sus consecuencias parlamentarias refrendan la legitimidad democrática de nuestras intenciones que comparte mayoritariamente la ciudadanía española. Sin embargo, ni en la breve legislatura pasada ni en ésta, los restantes partidos hemos sabido o podido ofrecer una alternativa viable para desalojar al PP del gobierno.

Somos conscientes de que nuestra formación, que asusta a quienes llevan tanto tiempo controlando los resortes del Poder político y económico, se ha convertido en un obstáculo más que en un apoyo para conformar la necesaria alternativa de gobierno. Hemos de reconocer que el injusto y demagógico discurso del miedo, alentado con entusiasmo desde casi todos los medios de comunicación, ha calado en gran parte de la ciudadanía. Pero además, esos poderes no tienen reparo en sobrepasar cualquier barrera democrática antes que permitir que Unidos Podemos participe en la gobernación de este país.

Lo ocurrido recientemente en el PSOE es muestra meridiana de la férrea negativa a nuestra coalición. No nos cabe duda de que los poderes fácticos a quienes sirven no pocos de la ejecutiva socialista han querido abortar la posibilidad real de un pacto progresista que intentaba viabilizar Pedro Sánchez. Independientemente de cómo los socialistas resuelvan a medio plazo su grave crisis de identidad, nos parece evidente que los recientes acontecimientos nos abocan a la investidura en pocos días de Mariano Rajoy, con la abstención cómplice de suficientes diputados del PSOE.

Si, como siempre hemos mantenido, el primer objetivo de Unidos Podemos es expulsar al PP y, de otra parte, en estos momentos somos el mayor impedimento para que se permita un gobierno alternativo, la conclusión es evidente. Para lograr que el Partido Popular pase a la oposición, Unidos Podemos está dispuesto a votar afirmativamente la investidura de Pedro Sánchez sin reclamar a cambio ninguna contrapartida, ningún puesto en el futuro gobierno ni ninguna otra concesión, admitiendo el programa electoral del PSOE. Incluso votaremos afirmativamente aún cuando, como consecuencia de un pacto de investidura con Ciudadanos, se recupere el acuerdo que esos dos partidos suscribieron en la pasada legislatura.

Con esta decisión que obviamente no es de nuestro gusto, Unidos Podemos quiere demostrar, frente a las insidiosas calumnias a las que ya estamos habituados, que sabe sacrificarse por el bien de la mayoría social. Ciertamente, mucho mejor para los intereses populares sería un verdadero pacto progresista pero, convencidos de que éste no es posible en las actuales circunstancias, entendemos que debemos remover cualquier obstáculo para posibilitar lo más importante: deshacernos de las políticas salvajes del Partido Popular.

Unidos Podemos, naturalmente, ejercerá una leal oposición al nuevo gobierno durante esta legislatura, apoyando las medidas que beneficien a la mayoría social de este país (aún cuando no vayan tan lejos como quisiéramos) y combatiendo las que la perjudiquen. Ciertamente, un gobierno minoritario de Pedro Sánchez tendrá ante sí una tarea difícil, que le obligará a negociar y pactar con las restantes fuerzas, pero ésta es una de las reglas de los nuevos tiempos, de la que tampoco habría de escapar el PP.

La suma de nuestros votos no permite alcanzar la mayoría suficiente para la investidura de Pedro Sánchez. Por eso, en primer lugar, queremos hacer un llamamiento a los diputados nacionalistas, en especial a los catalanes. Si la presencia de Unidos Podemos es uno de los argumentos que imposibilita la alternativa al PP, las exigencias nacionalistas (en particular la del referéndum) es el otro principal. Por tanto, sin renunciar en nada a sus idearios, como tampoco nosotros lo hacemos, les pedimos que no condicionen a éstas el apoyo a Pedro Sánchez, o al menos la abstención, evitando así ser cómplices de la reelección de Mariano Rajoy.

Un mensaje, en segundo lugar, a Ciudadanos: que demuestren ese sentido de Estado del que tanto alardean y, una vez suprimido cualquier compromiso del PSOE con nosotros o con los nacionalismos (las dos que para ellos sí son líneas rojas), faciliten la investidura de Pedro Sánchez. Que se den cuenta de que un gobierno del PSOE, aunque haya sido votado directamente por menos españoles que uno del PP, contaría con muchísimo menos rechazo de la ciudadanía. El mal menor, como justificaron en su momento, no es el gobierno de Rajoy.

Por último queremos dirigirnos, como no podía ser de otra manera, a los dirigentes y militantes del Partido Socialista Obrero Español. Mantuvimos durante la campaña electoral que nosotros no éramos el enemigo, sino Rajoy. Pese a todo, algunos de vosotros, influidos por voces interesadas, creéis que buscamos destruir al partido. Pues bien, con este anuncio esperamos convenceros de que no es así, de que queremos ser vuestros aliados en el objetivo compartido de acabar con las políticas del PP. Confiamos en que, libres de las engañosas excusas que se han esgrimido durante las últimas semanas, el PSOE asuma decididamente su obligación.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

El decimoséptimo hombre

Un whatsapp de Susana hace dos días. Me sorprende, claro, ¿cuántas veces hemos hablado? Ninguna confianza y me contacta, necesitamos tu apoyo, dice, no se puede seguir así. No son asuntos para el teléfono, ya hablaremos, contesto. Mañana te llama J. Tardo un poco en caer, ah, vale, fin de la conversación.

Anteayer casi no dormí, daba vueltas repitiéndome la misma pregunta: ¿qué pretende ésta? O los que están detrás de ella. La respuesta era obvia: cargarse a Pedro. Ya, sí, pero ¿cómo? Y a mí, ¿para qué me necesitan? No soy ni de los que lo apoyan ciegamente ni de los que están en su contra. ¿Querrán que medie?

Ayer, en efecto, me telefoneó J. Quedamos en el quiosco junto al parque. Lo vi muy viejo y muy gordo, muy aletargado además. Uno de los políticos más astutos, más maquiavélicos de la edad dorada, en los inicios de la autonomía, yo estaba en la universidad cuando lo conocí, cómo me impresionó su viveza, su inteligencia, a los pocos días de ese encuentro en la Facultad me afilié, el año que viene se cumplirán cuatro décadas.

J. me habla de parte de Felipe, la autoridad moral, lo acepto aunque a veces dude de a quién sirven. Pedro ha perdido el juicio, me dice, va a hundir al país y al Partido. Es capaz de aliarse con Podemos sólo por no dar su brazo a torcer, por instalarse a toda costa en Moncloa. Pero, cuestiono, tiene el deber de intentarlo, el rechazo a Rajoy es muy mayoritario. No seas ingenuo, a estas alturas ya da igual cualquier alternativa, Pedro está quemado y ya no ofrece confianza. Su única oportunidad era recuperar el liderazgo propio y algo del prestigio del PSOE desde la oposición; y la ha desperdiciado.

No quieren que medie, ya no tiene sentido, piensan que el Secretario General y su círculo íntimo están enrocados, ajenos a la realidad. La única solución es que más de la mitad de la Ejecutiva dimita y así, según los Estatutos, queda cesado de su cargo y se constituye una gestora. Los estatutos no dicen eso exactamente, pero J. no me ha dejado argumentarlo, pareciera como si, en el fondo, todo este asunto no le importara. Has de poner tu firma junto a los otros dieciséis compañeros que ya lo han hecho; la necesitamos porque contigo las vacantes serían la mitad más uno.

Maldita la hora en que acepté formar parte de esta Ejecutiva. Nunca en la historia del Partido un Secretario General ha sido expulsado por su propia Ejecutiva, y para colmo, Pedro ha sido elegido en primarias. Sí, es verdad que está llevando al PSOE a la ruina, que es imposible que forme gobierno y que será culpable de unas nuevas elecciones y de que perdamos todavía más votos. Pero, ¿no hay otra forma de cambiar el rumbo? Ya imagino a los de Podemos (y no solo) acusándonos hasta de golpistas, de contradecir a nuestras propias bases. ¿Y las heridas que dejará este acto? ¿Cuánto tardaremos en recuperarnos?

Otra noche sin dormir. Sudaba a ríos en la cama, picores por todo el cuerpo, hasta que a la cuatro me levanté definitivamente. Demasiada ambición, demasiada soberbia. Llevo ya demasiados años en política como para no saber que son notas características, casi omnipresentes. Sin embargo, aún me cuesta entender que impulsen a algunos, a casi todos, a sobrepasar cualesquiera límites, quizá porque yo no soy así. Renuncié a pelear por la primera línea en la región pese a que podía exhibir mas méritos que el resto. Pensé que desde la Ejecutiva podría colaborar discretamente a recuperar al Partido. Y ahora esto.

Haga lo que haga, traicionaré. Traiciono las reglas no escritas del PSOE, de la democracia, de mi compromiso personal implícito. O traiciono mi lealtad al Partido, a España incluso. Y haga lo que haga, se interpretará que obedece a un cálculo ventajista. Siempre he sido indeciso, odio que me fuercen a decidir. A los tibios Dios los vomitará de su boca, eso está en el Apocalipsis, creo; muy adecuado, vivimos los socialistas un apocalipsis. Son las diez de la mañana, estoy a punto de salir para el aeropuerto, voy a Madrid, les he dicho que sí, ya tienen su decimoséptimo hombre.

  
Little acts of treason - Carlene Carter (Little Acts of Treason, 1995)

martes, 27 de septiembre de 2016

Sobre los viajes en el tiempo (1)

Con la excusa del post que publiqué hace una semana, Vanbrugh y yo hemos mantenido un largo intercambio de comentarios sobre la posibilidad de viajar en el tiempo que, aparte de entretenerme, ma ha dejado pensando. De modo que voy a intentar aclararme, aunque ello me obligue a ir despacito. ¿Se puede viajar en el tiempo? Primero tratemos de entender qué significa esto, fijémonos detalladamente en el proceso del viaje temporal. Antes de nada, cuando hablamos de viajar suponemos que quien viaja es una (o varias) persona(s). Podríamos hablar del “viaje” de un objeto inanimado, o de una planta o de un animal, pero el verbo viajar parece reservado para los humanos, y así nos ha acostumbrado la ciencia ficción cuando hablas de viajes en el tiempo: quienes viajan son las personas. Personas, además, que son conscientes (en distinto grados) de que viajan en el tiempo; si no, dicho sea de paso, no tendría demasiada gracia o interés literario, por más que sí científicamente. Por tanto, un viajero en el tiempo es un individuo que pasa del presente a otra fecha más o menos separada en el tiempo, sea del pasado o del futuro.

Por muy obvio que sea, conviene advertir que todos viajamos en el tiempo. Estamos continua e ininterrumpidamente pasando de un presente al futuro inmediato, que pasa a ser presente. Naturalmente, ése no es el viaje en el tiempo que nos interesa. Pero en cambio, si desde nuestro presente llegamos a un futuro en menos tiempo que la diferencia entre las dos fechas, ya sí podríamos hablar de viaje en el tiempo. Aquí viene a cuento la magnitud que introdujo Vanbrugh en sus comentarios, que podríamos llamar velocidad de desplazamiento temporal y que se expresa en unidades de tiempo entre unidades de tiempo (la velocidad, como todos sabemos, corresponde a unidades de longitud entre unidades de tiempo). Ahora bien, para que esta magnitud tenga sentido hay que dividir dos magnitudes distintas de tiempo que, para entendernos, voy a llamar el tiempo interno y el tiempo externo. Ambas se expresan en segundos (o minutos, horas, etc) pero la primera mide la duración de un suceso para quien lo vive mientras que la segunda para el resto del universo.

Supongamos que yo tengo un máquina del tiempo, me meto en ella, programo la fecha a la que quiero viajar (pongamos en el futuro, por ejemplo mañana a esta misma hora, para no ser muy ambicioso) y aprieto el botón que da inicio al viaje. Vibra el cacharro, veo lucecitas de colores, siento vértigos y náuseas y, al cabo de un rato, apenas un minuto, estoy en el mismo lugar pero veinticuatro horas después, como compruebo inmediatamente por la fecha y hora que muestra mi móvil y que está recibiendo del satélite. He viajado en el tiempo (hacia el futuro) a la velocidad de 24 horas (de tiempo exterior)/minuto (de tiempo interior). El tiempo mío se ha “dilatado” para ser 1.440 veces más “lento” que el exterior. De acuerdo a la relatividad de Einstein, esto es posible a velocidades cercanas a la de la luz. No es objeto de este post explicar cómo nuestra máquina del tiempo puede ponernos a esas velocidades tan brutales y que salgamos indemnes en el futuro; nos creeremos que la tecnología ha resuelto esa dificultad trivial.

Antes de seguir hay que concretar cómo medimos el tiempo interno. Tenemos que adoptar algún método fiable, que no dependa solo de nuestra percepción subjetiva. Téngase en cuenta que una patología cerebral en la percepción del tiempo puede hacer que un individuo crea haber viajado en el tiempo cuando lo único que le ha ocurrido es que crea que ha pasado un ratito y en realidad han sido horas. También la ingesta de ciertas drogas distorsiona la percepción del tiempo. O –otro ejemplo– si uno cae en coma y despierta diez años después con la sensación de que ha pasado un segundo desde su último recuerdo. De hecho, en mi modesto viaje a mañana, es muy probable que, antes de creer que he viajado en el tiempo, pensaría que he tenido un desvanecimiento de veinticuatro horas.

Aceptando que la medida del tiempo es la de los cambios en los objetos (seres) que existen en el espacio-tiempo, para medir el tiempo interno habríamos de medir los cambios de estados orgánicos propios. Por ejemplo, nos conectamos un pulsómetro que nos dice cuantas veces ha latido nuestro corazón durante el viaje y dividiéndolo por nuestro ritmo cardíaco habitual (suponiendo que no se altera durante el viaje) sabemos la duración de éste en unidades de tiempo interno. O nos enchufamos un medidor de la actividad cerebral (ni idea de si existe y de si ésta es regular) y tres cuartos de lo mismo. O un sensor extremadamente preciso que es capaz de medir lo que ha crecido un cabello testigo; en el viaje descrito al futuro cercano ese pelo se habría alargado en 300 nanómetros y, por tanto, sabría que había transcurrido un minuto de mi tiempo interno.

Viajar al futuro plantea bastantes menos complicaciones que hacerlo al pasado. En primer lugar, es teóricamente posible según la Física, al menos en el marco de la teoría de la relatividad. Viajar al pasado, en cambio, plantea mayores complejidades para la física teórica. Pero no se trata ahora de discutir de física (entre otras cosas porque no estoy ni remotamente capacitado para hacerlo), sino en elucubrar sobre el grado de consistencia lógica que supone moverse en el tiempo, ya sea con una velocidad de desplazamiento temporal mayor que la de la corriente del tiempo exterior (1 s/s) o con una negativa (viajes al pasado). Para discutir en esos términos es necesario primero establecer cómo concebimos el tiempo que, en el caso de los viajes de la ciencia ficción, suele ser unidimensional, una línea si queremos “representarlo” geométricamente. Bajo esa concepción, yo creo –en principio, pero pretendo justamente cuestionármelo– que todos los viajes, tanto al pasado como al futuro, son inconsistentes desde la lógica. Pero también intuyo que esas inconsistencias son mucho mayores para los viajes al pasado que al futuro.

  
Road to forever - Don Felder (Road to Forever, 2012)

sábado, 24 de septiembre de 2016

Diario de Casandra (6)

El tiempo, Casandra, es la regla, la instrucción, que pone en orden la secuencia de los elementos del universo. Imagínate infinitas escenas fijas, cada una conteniendo la totalidad de lo existente. Pero esas escenas se siguen una a otra, sin cesar el movimiento, en un orden determinado: eso es el tiempo. Nosotros, con todo el universo, pertenecemos al dominio del tiempo; Dios, en cambio, al de la Eternidad, está fuera del tiempo, como estaremos nosotros, nuestras almas, cuando acabemos la vida, cuando llegue la escena en la que morimos. Yo creo que algunas personas son capaces –por voluntad de Dios, desde luego– de trasladar su alma a esa dimensión de la Eternidad, de escapar, siquiera parcialmente, del fluir temporal en el que estamos atrapados y entonces ver desde fuera esas escenas, el orden en que están dispuestas, en suma, conocer las que aún no han ocurrido, el futuro. Más o menos y muy resumido, de este estilo fue el rollo que me largó Apolo cuando le pedí que me ayudara a desarrollar esas aptitudes proféticas que el mismo creía que poseía. Por supuesto, en aquellos días su explicación ni la entendí ni me interesó especialmente. Hoy, entrada en la treintena y con demasiada experiencia y sufrimientos a cuestas, me asombra que aquel curita tuviera una intuición que, pese a su tosquedad elemental, no andaba tan desencaminada, no divergía tanto de la concepción que me ido formando de lo que es el tiempo. Y, sobre todo, de nuestra incapacidad esencial de alterarlo, porque somos sus criaturas, estamos hechos de tiempo y necesariamente el tiempo nos arrastra con él, porque somos él. Está muy manida pero no se me ocurre una metáfora mejor que la del río. Y no, a nosotros no nos arrastra la corriente, somos ella, el agua que fluye. Salirse del río, que nuestra alma, conciencia o como queramos llamarlo, se suspenda fuera de la corriente para otear unos metros más allá, intentar percibir cómo es el paisaje al que llegaremos en unos días, unas semanas, unos meses. Algo así son mis trances: percepciones, en todo caso, excesivamente breves, incompletas, confusas. Porque nadie puede salir del río más que unos instantes pues si no, imagino, corres el riesgo de no poder regresar. Miedo recurrente de mis últimos años, no volver de mis crisis, quedarme para siempre en otra realidad, instalarme definitivamente en la locura que tantos me atribuyen.

Pero en este diario prefiero narrar hechos en vez de perderme en mis reflexiones, aunque solo sea porque las conclusiones que me he construido sobre el tiempo son mucho más difíciles de explicar. Y eso que, sin tontas falsas modestias, pocas personas se han imbricado tan íntimamente con ese tirano del que somos parte, pocas se han esforzado tanto como yo en liberarse de su dominio. Incluso, en algunos instantes de presuntuoso éxtasis, he creído encontrar escapatorias pero nunca me he atrevido a intentarlas. En otro momento, quizá, hable de ello, pero no ahora; ahora quiero seguir rememorando a aquella treceañera inquieta que todavía era feliz y no lo sabía; a esa muchacha que, obedeciendo a su maldito destino, se empeñó en ser desgraciada, en condenarse. La mujer que ahora soy la mira con sentimientos encontrados: amo a esa chiquilla que fui yo con ternura de madre, y al mismo tiempo la repudio con odio por ser la muñidora de mi infelicidad. Podría en su descargo alegar su bobería adolescente, creerse tan única, tan especial, tan predilecta de los dioses. Diría que, pobre ingenua, no sabía lo que hacía, no sabía lo que quería. Sería verdad, pero una verdad a medias. Porque esa chica sabía en el fondo, aunque fuera de forma vaga, que estaba eligiendo un camino peligroso, que quería algo prohibido. Y además –he de ser justa con él– el propio Apolo se lo advirtió, el sacerdote, cuando intuyó a lo que podía llegar, quiso dar marcha atrás, convencerme para que me detuviera. Creo que se asustó, hasta la lujuria que lo dominaba, su obsesivo deseo por mí, dejó de tener importancia. Pero no quise atenerme a lo que, en el fondo de mi mente, sabía que era lo correcto, lo que me convenía. Al fin y al cabo, la que cometí fue la transgresión más sublime de la naturaleza humana: querer lo que no es propio de ésta sino de los dioses. Adán –acuciado por Eva, no se olvide– quiso el conocimiento divino. Yo no pude resistirme a la misma tentación, por más que presintiera que conllevaría una penitencia excesiva. Aunque no sé, tal vez desde mi doliente sabiduría actual esté siendo demasiado severa con aquella niña. Tal vez debamos perdonar la inconsciencia adolescente; ya he dicho que siento también la ternura de una madre …

Apolo, por favor, ayúdame a desarrollar mi clarividencia. Lo llamé por su nombre, lo tuteé por primera vez, concediéndole lo que llevaba días pidiéndome (los amigos se tutean, Casandra, y querría que a mí, más que como sacerdote, me vieses como amigo). Has de conseguir abrir los sentidos que tienes cerrados, los que acceden a otras vías de percepción. Esos sentidos están reprimidos por la consciencia; por eso, para que se abran, tienes que dejar la mente en blanco, no pensar. Probablemente, el curilla no tenía demasiada idea de lo que hablaba; sus instrucciones eran un potpurrí de lecturas new wave y las prácticas de diversos orientalismos a los que había sido aficionado antes de ordenarse (y seguía siéndolo en secreto, porque esos rollos no eran bien vistos por la jerarquía eclesial). O sea, que me había buscado un mentor que no disponía de más bagaje que “palos de ciego”, pero era lo que había y lo cierto es que sus ejercicios, mal que bien, funcionaron. De ello deduzco que, en el fondo, dan un poco igual las fórmulas y ritos, por muy vistosa que pueda ser cualquier parafernalia esotérica; al final lo que importa es una cierta combinación de voluntad y aptitud y, sobre todo, que suene la flauta. Los primeros ejercicios que me propuso Apolo fueron simples técnicas de relajación, al estilo de las típicas meditaciones de yoga. Olvidaba anotar que ya para entonces quedábamos en mi casa, en esta misma desde la que ahora escribo; obviamente, las aulas del colegio no eran lugar seguro para que un sacerdote y una adolescente practicaran ese tipo de actividades. Por entonces aún no tenía mi propio apartamento, pero ya Troya era un gran complejo donde mis hermanos y yo teníamos fácil escapar del control de los adultos, quienes, por otra parte, tampoco se esforzaban mucho en ejercerlo, siempre tan ocupados con muchas y urgentes tareas. El lugar que escogí fue, desde luego, la habitación de la atalaya, que en aquellos días Héctor había convertido en su refugio privado, donde se reunía con sus amigos a escuchar música y (esto lo supe después) fumar marihuana. Aprovechándome del favoritismo que despertaba en mi hermano mayor –al cual yo correspondía con un amor ciego– conseguí que lunes, miércoles y viernes, de cinco a siete de la tarde, me cediese el usufructo de tan acogedor escondite.

Recuerdo nítidamente la primera sesión de lo que Apolo denominó “entrenamiento espiritual”. Para excusar su heterodoxia me soltó un rollo sobre los éxtasis de los místicos –con Santa Teresa de prima donna, claro– y cuánto le había interesado el fenómeno, motivándole a buscar sus propias vías de acceso al ámbito espiritual. Después de la “teoría”, y notando mi expresión escéptica y un tanto burlona, abrió un maletón con el que había llegado a Troya que resultó ser una camilla portátil y me pidió que me echara bocarriba sobre ella. Ahora cierra los ojos y concéntrate en la repiración, inspira por la nariz, percibe el flujo de aire que entra, nota su frescura, observa cómo se desliza por la laringe, cómo te infla los pulmones. Retén unos segundos el aire, visualiza las múltiples moléculas que lo componen, son como burbujas de un azul muy claro, ¿las ves? La voz de Apolo era muy agradable, acariciadora, casi hipnótica. Pese a mi ironía desafiante, no me costó casi nada abandonarme a la cadencia de su fraseo; enseguida empecé a sentir sus palabras como entes vaporosos que se colaban en mi respiración. Y, en efecto, dejé que me guiaran y sentí el frescor del aire que inhalaba como nunca antes y también, al poco rato, creí ver las burbujas azuladas del oxígeno revoloteando juguetonas entre los alvéolos pulmonares. Apolo seguía hablando y yo, lentamente, me iba deslizando hacia un estado de sopor en el que los pensamientos se diluían y mi mente se limitaba a obedecer las instrucciones del cura. Al cabo de un rato, todas mis facultades se centraban en el fluir del aire, entrando, distribuyéndose por mi cuerpo (llegué a verlo flotando en las arterias, las bolitas azuladas empapándose de sangre), saliendo por la boca en tonos grisáceos. Apolo no paraba de hablar, pero también, tímidamente, ensayó breves caricias, apenas esbozos, sobre mi cabeza. El sutil escarbar de sus dedos en mi pelo tuvo el mismo efecto que una descarga eléctrica, una vibración aguda que recorrió como un rayo las mismas vías interiores de mi cuerpo por las que percibía mi respiración. Inmediatamente, los músculos del abdomen se desmadraron en rápidas y cortas palpitaciones.

Nunca había experimentado esos espasmos a los que en el futuro me acostumbraría de sobra. De pronto se rompió el ensalmo, se quebró la maravillosa relajación de mi cuerpo y mente. Me alcé de golpe y me quedé sentada en la camilla, asustada, con expresión de desconcierto. También Apolo parecía impresionado por la reacción que había sufrido. Eres muy sensitiva, Casandra, muchísimo. Tienes una capacidad inmensa para absorber energía, debes aprender a encauzar ese poder. Si te parece, el próximo día podemos probar con el Reiki, una técnica mediante la cual puedo intentar reequilibrar tus nodos energéticos fundamentales, tus chakras, y al mismo tiempo, abrirlos al universo. Sólo tenía trece años pero esa palabrería no me impresionó en absoluto. Sin embargo, aunque Apolo me pareciera bastante fantasmón, era de momento todo lo que tenía y lo cierto es que, aunque fuera por casualidad, me había servido de catalizador para despertar en mí unas sensaciones en cuya experimentación quería profundizar. Eso era lo fundamental, y nada me importaba dejarle a cambio que me manosease. Así acabó ése que luego consideré mi primer paso para adquirir la capacidad profética, para condenarme definitivamente a una vida de sufrimientos.

  
Tomorrow never knows - The Beatles (Revolver, 1966)

martes, 20 de septiembre de 2016

Sobre Casandra (3)

En un post anterior resumí la imagen que nos deja de Casandra la épica de la época arcaica, tanto en las dos grandes obras de Homero como en las perdidas que forman el ciclo troyano. Si bien quiero creer que el personaje queda ya definido en todos sus rasgos fundamentales en esos tiempos, lo cierto es que hay aspectos fundamentales de su biografía que no son mencionados, entre ellos las singularidades de sus dotes proféticas: cómo las obtuvo y la maldición añadida. De hecho, hasta el Agamenón de Esquilo no sabremos a ciencia cierta de su vinculación a Apolo. En el resumen de Proclo de la Iliupersis (Saco de Troya) se nos informa de que tras la caída de la ciudad se refugia en el altar de Atenea de donde es arrancada por Ayax Oileo (aunque no hay referencias sexuales, que son posteriores). Hago notar que Atenea, durante la guerra de Troya, siempre estuvo del lado de los griegos (se supone que ofendida por el desplante que le hizo Paris con la famosa manzana). Ahora bien, eso no quita para que fuera adorada en casi todo el entorno cultural heleno y también, claro está, en Troya. Eustacio de Tesalónica, un obispo bizantino del siglo XII y recopilador de comentarios sobre las dos grandes epopeyas homéricas, nos cuenta que el culto a Palas existía en Ilión desde antes de la guerra y siguió después reforzado con el sacrificio de niños locrios porque Locria era la patria de ese Ayax que, violentando a Casandra, había ofendido a la Diosa. Pero las hipotéticas relaciones de Casandra con la hija favorita de Zeus no son ahora lo que nos interesa, sino las de la profetisa con Apolo; y a este respecto, nada relevante dicen las obras arcaicas.

Vayamos pues a la primera Tragedia de La Orestiada y recordemos extractos del discurso de Casandra ante el Coro, antes de entrar en el palacio donde ya están Agamenón y Clitemnestra: “Corifeo: me admiro de que tú, criada al otro lado del mar, en una lengua extranjera, hables con acierto en todo, como sí hubieras vivido entre nosotros. / Casandra: Apolo, el adivino, me encargó esta tarea. / Corifeo: ¿Cómo siendo un dios estaba herido por un deseo? / Casandra: En otro tiempo se avergonzaba de hablar de ello. / Corifeo: Todo el mundo es más delicado en la prosperidad. / Casandra: Era un luchador que respiraba un completo amor por mí. / Corifeo: ¿Y llegasteis, como es costumbre, a la hora de los hijos? / Casandra: Tras consentir, engañé a Loxias. / Corifeo: ¿Estabas ya en posesión del arte adivino? / Casandra: Sí, ya vaticinaba a mis conciudadanos todas sus desgracias. / Corifeo: ¿Cómo, pues, te quedaste impasible a la ira de Loxias? / Casandra: A nadie convencía en nada, después de esta falta”. O sea, Apolo (Loxias era uno de sus epítetos como Dios de las profecías) quiere follar con Casandra (ésta dice que respiraba un completo amor por ella, pero el Corifeo es menos pudoroso: estaba herido por el deseo). El Dios le propone concederle el don profético a cambio de un buen revolcón, de llegar a la “hora de los hijos” (cada coito, y más con un Dios, traía siempre esa consecuencia) pero, tras consentir, Casandra le engaña. Pero ya había obtenido lo que quería que, sin embargo, no le iba a aprovechar porque como castigo por su falta, a nadie convencían en nada sus vaticinios.

Apolo, a diferencia de su padre Zeus, por ejemplo, era bastante delicado con las que deseaba como amantes; nada de tomarlas por la fuerza. A Casandra le ofrece algo que sin duda ella quería: conocer el futuro. De la lectura de Esquilo se deduce que entre la concesión del don y la culminación del engaño pasa un tiempo, el suficiente para que Casandra comprobara que, en efecto, lo poseía (“ya vaticinaba a mis conciudadanos todas sus desgracias”). Ello sugiere un proceso de aprendizaje, probablemente en el propio templo de Apolo que hubiera en Troya, arropada por sus sacerdotes. Ahora bien, tampoco pudo pasar demasiado tiempo porque, en tal caso, bastantes troyanos, empezando por la familia real, habrían escuchado sus reiterados vaticinios y la habrían creído, al no haber sido aún castigada con la maldición. Aunque, de otra parte, me llama la atención que en el Agamenón declare que sus anuncios eran siempre funestos. Casandra verifica que ha recibido el don que tanto ansiaba pero, al mismo tiempo, que ese don es parcial, sólo le vale para anticipar desgracias, no alcanza a ver ninguna buenaventura en el porvenir. Una de dos: o el futuro no ha de traerles más que desgracias o Apolo ha cumplido el pacto sólo a medias. A la vista de lo que ocurrió, Febo no había hecho ninguna trampa, pero es comprensible que la joven prefiriera creer la segunda opción. En cualquier caso, sus premoniciones tuvieron que aterrarla; es seguro que cuando vio lo que significaba conocer el futuro se arrepintió de haberlo deseado. Hay pues varios argumentos para entender que Casandra se negara a acostarse con Apolo, afrontando incluso el grave pecado de impiedad que suponía engañar a un Dios. A lo mejor, desesperada, buscaba justamente un castigo que, por muy terrible que fuera, llevara consigo también perder ese don que ya rechazaba.

Es habitual en la mitología griega que las acciones de los Dioses sean irreversibles. Si uno hace algo, otro no puede deshacerlo; incluso el mismo que lo ha hecho se ve incapacitado para rectificar. Por eso, las incesantes peleas entre los olímpicos es un continuo juego de ingenio: tienen que aceptar la putadita que les ha hecho su rival y devolverles otra que, de alguna manera, le dé a la vuelta. En el relato de Casandra, siguiendo esta regla general, la interpretación habitual es que Apolo, cabreado por el engaño de la troyana, y no pudiendo despojarla del don que ya le había entregado, la castiga con la maldición de que sus profecías nunca sean creídas. Ahora bien, yo creo que, aunque hubiera podido arrebatarle la mántica, no lo habría hecho. El Dios tuvo que ver sobradamente que Casandra ya sentía haber recibido no un regalo sino una maldición. Por más que no conste en ninguna de las fuentes, yo imagino una escena final entre Apolo y la reciente pitonisa, en la que ésta le ruega que la limpie de esas visiones adivinatorias, que llorando le diga que se equivocó al pedírselas, que le prometa a cambio que se acostará con él cuantas veces quiera, que hará todo lo que le pida (hay algunas tradiciones que refieren las habilidades sexuales de nuestra protagonista). Pero el hijo de Zeus le contesta que no puede, que por una absurda ley cósmica lo que se da no se quita. Y entonces es Casandra la que, en arrebato adolescente, incapaz de asumir la responsabilidad de la que había sido su decisión, se enrabieta y le da calabazas nada menos que a uno de los más poderosos dioses del Olimpo.

Si no fuera así, como elucubro, carecería de sentido que la joven se negara a acostarse con Apolo. Tener relaciones sexuales con un dios era un honor, algo sumamente deseable para cualquier mujer (y para cualquier varón hacerlo con una diosa) y, además, las troyanas no eran precisamente pacatas en cuanto al folleteo, y mucho menos si éste se revestía de ceremoniales religiosos. La única explicación pausible para entender que Casandra declinara la cópula con Febo no es otra que la voluntad de ofender al Dios, de vengarse en él por haber sido dañada, porque se niega a quitarle el don profético una vez que ella se ha dado cuenta de que es una maldición. Así pues, al menos hacia la mitad del siglo V aC (época del Agamenón de Esquilo), yo diría que el personaje de Casandra está caracterizado como alguien maldito, condenado por tanto al sufrimiento hasta el final de sus días. Y la maldición no es que nadie crea sus vaticinios; ésta es una maldición añadida a la primigenia, que la agrava (habría sido consolador haber podido compartir sus funestas premoniciones). Pero el mal de partida es ser adivina de un futuro terrible, sufrir la tragedia común con sus conciudadanos desde mucho antes que estos y por eso durante mucho más tiempo. Quienes no somos Casandra hemos de dar gracias a los dioses por no habernos “agraciado” con el terrible don de la profecía; ignorar el futuro es requisito indispensable –aunque no baste– para ser felices.

  
Witchy woman - Eagles (Eagles, 1972)

domingo, 18 de septiembre de 2016

Verificar trabajos pagados con dinero público

Una Administración Pública encarga un trabajo. Para no hablar en abstracto, lo haré sobre casos reales que conozco. Por ejemplo, encarga un inventario de las edificaciones existentes en un Parque Rural. A partir de la cartografía se estima que hay unos tres mil edificios. El adjudicatario del contrato debe recorrer el Espacio Natural y llegarse a cada uno de ellos, sacar una o dos fotos y rellenar una ficha con algunos datos básicos (estado de conservación, uso, ocupación, etc). Luego, en su oficina, ha de pasar la información a una base de datos geográfica (GIS) y completarla con algunos datos a obtener de la cartografía digitalizada mediante el ordenador. Es un encargo específico, que se integra dentro de los trabajos de formulación del Plan Rector de Uso y Gestión. La redacción de ese Plan la lleva a cabo la Administración Pública de la que hablo, los funcionarios; no obstante, algunas tareas específicas, como el inventario que he descrito, se externalizan.

Otro ejemplo, ahora de otra Administración, un Ayuntamiento, que está haciendo el Plan General de su municipio. Contratan a un equipo de seis personas para que digitalice y sistematice las alineaciones de la ordenación urbanística vigente. Para los profanos, la alineación es la línea que define el límite entre el espacio viario (público) y las manzanas urbanas, y por tanto, también el lindero frontal de las parcelas privadas. Es un trabajo pesado, porque se trata de delinear (a ordenador, claro) los trazos de un plan en papel y pasarlos sobre una nueva cartografía. El operador debe identificar cada tramo de alineación e interpretar el trazado vigente para decidir cómo lo dibuja sobre la cartografía más reciente. Esa decisión, además, debe hacerse constar en el GIS, rellenando dos o tres campos asociados a cada tramo (por ejemplo, si se afecta suelo privado, si la línea coincide con elementos reales, etc). También este trabajo es uno externalizado del conjunto de tareas de redacción del Plan General, cuya autoría corresponde a los funcionarios municipales.

En estas dos administraciones distintas hay dos jefas de servicio, ambas juristas, que opinan lo mismo sobre lo que deben hacer con los trabajos que contratan: una vez que los profesionales externos los entreguen deben verificarlos. Nada extraño, desde luego; los funcionarios deben garantizar que se hace bien el trabajo pagado con dinero público. El problema estriba en que ambas entienden que la verificación ha de ser exhaustiva y, en trabajos como los descritos, ello equivale prácticamente a volver a hacerlos, pero esta vez con personal funcionario. De hecho, eso es lo que ha hecho la jefa de servicio del Ayuntamiento: ha puesto a cuatro aparejadores a revisar todos los tramos de alineación digitalizados, uno a uno. Cuando no están conformes (o tienen dudas) con la solución adoptada por los profesionales externos hacen una observación que queda registrada en un nuevo campo de la base de datos. Los funcionarios municipales tienen bastante menos capacitación en el manejo de los programas GIS y también menos dominio del Plan General que los profesionales externos a quienes se encargó la digitalización. De hecho, aunque todavía no está acabado el proceso, estimo que las horas-persona que dedicará el Ayuntamiento a la revisión del trabajo serán aproximadamente el 150% de las que emplearon los profesionales. Como, de otra parte, el precio por hora que se paga a los funcionarios es aproximadamente un tercio más que el que resulta del contrato adjudicado, el coste de la “verificación” es el doble del de ejecución. Y esto, sin hablar del tiempo empleado y de otras “disfunciones” menores. Del primer ejemplo que he puesto no puedo decir gran cosa porque el encargo aún no se ha adjudicado. Pero es que, si se adjudica y luego hay que seguir el criterio de esta jefa de servicio, lo mejor sería que lo hicieran directamente los funcionarios. Naturalmente, como son bastante menor productivos (y más caros) que profesionales de la calle, saldría más caro, pero en términos globales se ahorraría dinero al evitarse la “verificación” concebida tal como lo he descrito.

Llevo toda mi vida profesional trabajando para o desde la Administración Pública (soy funcionario) y hasta hace los dos o tres últimos años nunca me había encontrado con personas que mantuvieran este criterio. Lo curioso es que estas dos funcionarias son absolutamente inmunes a cualquier argumentación que demuestra que, si las verificaciones han de ser exhaustivas, en vez de defender el dinero público se está aumentando desmesuradamente el coste de los trabajos. Y lo son, me explican, porque también lo son algunas recientes sentencias judiciales, que imputan a los funcionarios la responsabilidad personal de los trabajos externos que han validado. Por tanto, me dicen, para que la Administración dé el visto bueno a un encargo externo, un funcionario tiene que asegurar que todo su contenido, cada parte que lo constituya, es correcto. Una absoluta locura, un panegírico a la ineficiencia y, sobre todo, un motivo más para reafirmar a quienes están convencidos de que la administración pública no es más que una rémora y que, por tanto, lo mejor sería que no existiese o que tuviera la más mínima dimensión posible. Algunos de quienes así piensan, además, tienen motivos más que justificados, cuando han sido adjudicatarios de encargos públicos, los han realizado y, para cobrar sus trabajos, han tenido que esperar a que los funcionarios los “verificasen” y, tras un plazo superior incluso al que ello tuvieron, les exijan correcciones abusivas.

jueves, 15 de septiembre de 2016

El Pris y el Porís, ambas localidades tinerfeñas

Hace tres años y pico publiqué en este blog una entrada sobre el número de términos de que disponen los esquimales para denominar a la nieve, a raíz de la ruptura de una pareja amiga. En realidad, según averigüé, no es que las varias palabras de los idiomas inuit referidas a la nieve sean sinónimos, sino que cada una expresa matices diferentes de aquélla. Hay obviamente dos motivos para esta abundancia terminológica: que el objeto real que se designa es muy importante para los hablantes (la nieve es omnipresente entre los esquimales) y, contrariamente, que su universo es relativamente escaso. Podemos imaginar que todo hablante tiene un límite aproximado de palabras; si necesita designar muchas cosas no podrá tener demasiados términos para lo mismo. Lo cierto es que, quizá porque en la actualidad tenemos muchas más cosas que designar, hemos ido perdiendo un montón enorme de palabras que eran bastante específicas lo que creo que supone un notable empobrecimiento del idioma y, consiguientemente, de nuestra capacidad pensante. También es verdad que bastantes de esas palabras, como la que hoy traigo, han podido desaparecer por falta de uso, por obsolescencia, incluso en el entorno específico en que se usaba.

Y es que lo de los entornos o ámbitos léxicos es fenómeno curioso. Me refiero a palabras que se usan entre quienes se dedican a una actividad, por ejemplo. Sin duda, una de las más fecundas en cuanto a producción terminológica es la náutica, a la que soy ajeno y, por tanto, me pierdo cuando escucho ese cúmulo de palabras con aroma marinero. Resulta que gran número de esos vocablos nos han llegado, a través del latín, desde el griego. No se olvide que los griegos, mucho más que los romanos, eran pueblo de navegantes. Lo demuestran sus dos grandes epopeyas míticas (que me están sirviendo de apoyo para mi narración sobre Casandra). Recuérdese que van a Troya con mogollón de naves y que esa guerra (que con toda probabilidad existió) se debió a un conflicto para eludir los derechos de paso a través de los Dardanelos que les exigían los troyanos; para los helenos, la navegación y el comercio con otros pueblos era fundamental. Y no hace falta explicar nada sobre La Odisea que no es sino la crónica de una expedición náutica. No es pues nada extraño que muchas de esos curiosos y específicos vocablos marineros provengan de la antigua lengua de Homero.


Esta introducción obedece a que el pasado fin de semana satisfice una curiosidad personal relacionada con la toponimia y la etimología, materias que desde siempre me entretienen. El sábado nos acercamos hasta El Pris, un poblado de cierta tradición pesquera y marinera en la costa del municipio tinerfeño de Tacoronte. Como en ocasiones anteriores, me pregunté de dónde vendría el nombre, pero esta vez no lo dejé pasar. Así que descubro que El Pris es deformación fonética de prois, que es “piedra u otra cosa en tierra, en que se amarra la embarcación”, según dice el DRAE. La 3ª Edición del Diccionario dice que “hoy –en 1791– se llama noray”, palabra que sí conocía aunque ignoro su origen etimológico. Pero a lo que voy: ya a finales del XVIII proís no se usaba en castellano, pese a que ha seguido registrado en el Diccionario hasta nuestros días. En cambio, el Tesoro de la lengua castellana o española de Covarrubias no incluye el vocablo, quizá por su excesiva especificidad marinera o tal vez simplemente porque a principios del XVII aún no se había incorporado a nuestro idioma. Si este segundo supuesto es el verdadero, podríamos elucubrar que proís fue un préstamo desde otra lengua que tuvo poca fortuna en el castellano, que no llegó a cuajar. El DRAE nos dice que ese otro idioma fue el catalán y, en efecto, el Diccionari català-valencià-balear nos dice que proís significa “amarra que subjectava una nau a la costa”. Ha de notarse que en catalán la palabra se refiere a la cuerda o cadena, no a la piedra u otra cosa en que aquella se amarraba. También este significado lo registra el DRAE pero en segunda acepción, lo que parece indicar que el más usado (aún siéndolo poco y por poco tiempo) era la primera acepción que ya mencioné.


Recurro, cómo no, a mi estimadísimo Corominas para comprobar que, como ya sospechaba, proís se adscribe a la familia de proa y proviene del vocablo latino prodesium, derivado a su vez, del helenismo prymnesium. Corominas niega la tesis de que proís proviniera de projicere (arrojar), que habría tenido bastante sentido: el marinero acerca la nave a tierra y arroja la soga para que la amarren. Supongo, aunque mi incultura marinera es casi absoluta, que llamar así a la cuerda sería porque se identificaba como la que se llevaba en la proa. Indago un poco en el italiano (aprovechando que he localizado un interesante diccionario náutico en varios volúmenes publicado al inicio del pasado siglo por un tal Francesco Corazzini) y encuentro dos palabras, una para cada uno de los dos significados. Así prorese es “canapo minore della guminetta che parte di prua e si lega in terra", mientras que primnesius es “il palo o la colonna alla quale si legano le navi”. A la vista de esto, se me ocurre que puede que el castellano adoptara el vocablo catalán pero le diera los dos significados, fundiendo en una sola palabra las que en italiano eran dos. También pudo ser que proís primero solo se refiriera a la cuerda para ampliar su campo semántico al objeto al cual se amarraba y finalmente prevaleciera sólo este significado. En todo caso, estas evoluciones lingüísticas se produjeron en una parcela minoritaria del idioma e igual debió ser en otras lenguas romances. Por ejemplo, las dos palabras italianas no se encuentran en diccionarios “normales”.

Así que habré de suponer que entre los siglos XVI y XVIII, algunos vecinos de Tacoronte bajarían con grandes dificultades hasta el borde de una costa acantilada y encontrarían un pequeño promontorio de rocas al que se podían amarrar las tres o cuatro barcas de pesca y cabotaje, y que era eso, un proís. Ese acento que da a la palabra tan peculiar sonoridad facilita también su deformación fonética, y no nos cuesta nada entender que pasara a convertirse en pris, de más natural pronunciación. Pero si hacemos el ejercicio de repetir muchas veces el vocablo original nos daremos cuenta de que, además de decir a veces pris, otras pronunciaremos porís ya que, en efecto, es fenómeno habitual, trastocar la r antevocálica a detrás. Pues es que resulta que en Tenerife hay otra localidad, ésta en la costa Sureste y en el municipio de Arico, que se llama el Porís (de Abona). Algunas fuentes locales señalan que el topónimo viene ciertamente de proís, aunque en este caso se trata de una núcleo bastante mayor y en el que, a diferencia del Pris, hay una pequeña rada (desembocadura de un barranco) que permitía un desembarco más fácil, sin necesidad de amarrar la barca a ninguna roca o palo; quizá en sus primeros tiempos de historia esa costa fuera muy distinta a como hoy la vemos. Y doy por acabada mi búsqueda toponímica tras verificar que el término proís, sin deformación, se ha conservado en la isla de La Palma, donde designa al menos cinco lugares (El Proís de Don Pedro, El Proís de la Galga, El Proís de Martín Luis, El Proís de Tinizara y El Proís de Candelaria). Localizados en el mapa se ve que, como es lógico, todos ellos están en la costa, y además en el arco norte de la Isla.

Bueno, curiosidad satisfecha y, de paso, aprendo una palabra nueva que me temo que no usaré en mi habla cotidiana. Proís, aunque perviva en el Diccionario, está moribunda si no muerta del todo. Pero ha dejado su impronta en los nombres de sitios isleños, en La Palma sobre todo, pero también en Tenerife (menos lugares pero más conocidos). No la encuentro en otras islas de este archipiélago y esa carencia (frente a la abundancia palmera) abre a su vez nuevos interrogantes. Tampoco sé si en la Península o en Baleares aparece la palabra en algún topónimo costero. ¿Algún interesado en resolver esas dudas?

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Los acantilados de Acentejo, Tenerife

Acantilado es, primordialmente, adjetivo que califica terrenos costeros cortados verticalmente o a plomo. Deriva del sustantivo cantil que significa lugar que forma escalón en la costa (o en el fondo del mar, pero este segundo caso no me interesa por el momento). Pero casi no usamos ya el término cantil sino que hemos convertido el adjetivo en sustantivo, de modo que llamamos acantilado al terreno escarpado, casi vertical dice el DRAE. El casi no es baladí, porque terrenos verticales, que formen ángulo de 90º respecto de la superficie del mar, hay muy pocos. En ellos, la distancia horizontal entre la cornisa superior del cantil y el mar sería nula. La famosa Quebrada de Acapulco, por ejemplo, desde la que los clavadistas se precipitan diariamente no es completamente vertical; los saltadores han de impulsarse hacia delante porque si cayeran totalmente “a plomo” se estrellarían contra la superficie casi vertical (pero no del todo) del acantilado. Obviamente, establecer qué inclinación mínima deben tener unos terrenos costeros para considerarse acantilados es asunto de consenso. En el marco jurídico español, la referencia necesaria es la Ley de Costas que, en su artículo 4.4, establece que pertenecen al dominio público marítimo-terrestre “los acantilados sensiblemente verticales, que estén en contacto con el mar o con espacios de dominio público marítimo-terrestre, hasta su coronación”. Lamentablemente la Ley no cuantifica a partir de que pendiente entiende que unos terrenos con “sensiblemente verticales” ni tampoco cómo se mide esta pendiente (porque al respecto puede haber muy varios criterios con muy diferentes resultados). Después de curiosear un poco por internet, me entero de que la jurisprudencia ha fijado como criterio para considerar acantilados unos terrenos que tengan una pendiente media (para el conjunto) igual a superior a 60º (173%). De otra parte, descubro por la Wikipedia que esta cifra es la misma que usa el Guinness World Records para hacer sus listas de los acantilados más altos o más lo que sea. En fin, como no trato de defender ninguna tesis al respecto quedémonos con los 60º como pendiente a partir de la cual los terrenos costeros son sensiblemente verticales y, por tanto, el litoral es acantilado.

Una buena parte del perímetro litoral de la Isla de Tenerife lo constituyen terrenos que caen con fuerte pendiente hasta el mar. En el visor de información territorial de la empresa pública GRAFCAN puede verse un mapa clinométrico en el que en distintos tonos de sepia se representan las pendientes del territorio insular. Si a un zoom adecuado (recomiendo entre el 1:32.000 y el 1:16.000) vamos recorriendo la costa se identifican con bastante nitidez aquellos tramos que, con tonos más fuertes, corresponden a los terrenos de mayor inclinación. Los macizos de Anaga (al Noreste) y de Teno , en especial su cara Oeste, que la forman los llamados precisamente Acantilados de Los Gigantes. Como se ve en la foto, éstos son “bastante” verticales; de hecho, los tramos más contundentes caen unos trescientos metros en apenas 30 de anchura, lo que equivale a un ángulo promedio de 84º, que no está nada mal. Otra franja que suele calificarse de acantilada es la que delimita el borde costero de la comarca de Acentejo, en la vertiente Norte de la Isla. Se trata de un ámbito que tiene la consideración de Espacio Natural Protegido (ENP) con la denominación de Paisaje Protegido de la Costa de Acentejo, si bien en la primera declaración se llamó precisamente “Acantilados de El Sauzal y Tacoronte”. De hecho, la finalidad de protección establecida en la Ley para este ENP es “el carácter acantilado del paisaje”. Este paisaje protegido ocupa una franja estrecha (de un ancho muy irregular con un valor medio en torno a 200 metros) y una longitud costera de algo más de 20 kilómetros. Si vamos por la autopista del Norte (en dirección hacia El Puerto de la Cruz), veremos a nuestra derecha un terreno altamente ocupado por asentamientos urbanos, urbanizaciones y edificaciones dispersas en suave inclinación descendente; cuando se acerca al litoral hay un cambio brusco de pendiente, conformándose el acantilado. Aunque, si nos ponemos exigentes, en muchos tramos la pendiente no llega a los 60º. En todo caso, desde la orilla del mar se nos ofrece un paisaje espectacularmente majestuoso, que aceptamos sin dudar como acantilado.

Uno se asombra que terrenos con estas orografías hayan sido objeto de antropización, que el ser humano se haya empeñado y logrado hollarlos con sendas, caminos y hasta carreteras para hacerlos accesibles, aterrazarlos para poner la poco profunda capa edáfica en cultivo, disponer sobre ellos edificaciones, adecuar entradas y salidas al mar que permitieran el aprovechamiento de éste. Lo que a primera vista es una pared casi vertical cuyos ciento cincuenta metros de altura separan la Isla del Océano, observado en detalle está formado por varias unidades fisiográficas: superficies acantiladas constituidas por afloramientos de coladas basálticas; laderas y deltas de lava que, aún elevadas, sus pendientes son menores y han permitido acoger accesos, cultivos e incluso pequeños asentamientos; barrancos encajados con vegetación bien conservada; y finalmente, plataformas poco inclinadas casi al nivel del mar que forman playas (de callaos y dos de arena negra) y charcos pedregosos. Desde siempre, estos espacios litorales han sido soporte de actividades humanas. Naturalmente, en relación con el resto de la costa tinerfeña, su nivel de antropización es bastante menor y, cuando uno está ahí abajo, disfruta de sensaciones que cuesta vivir en otros tramos litorales. Pero tampoco vayamos a creer que puedes olvida donde estás. Por ejemplo, si miras hacia arriba te cabreas al ver el borde del cantil jalonado de edificaciones de las urbanizaciones superiores, con lo fácil que habría sido en su momento exigir que se echaran unos metros hacia atrás, lo suficiente para que la propia pared los invisibilizara. Aclaro que la gran mayoría de estos edificios son chalets unifamiliares, pero no faltan algunos volúmenes de varias alturas, incluyendo un mamotreto de dos cuerpos que quedó en estructura y lleva décadas abandonado ahí colgado. Y a pie de costa abundan las actuaciones constructivas, la gran mayoría de pésima factura y peor gusto, aunque pese a todo, uno se admira de los esfuerzos e inmensas dificultades que tuvo que suponer construir en emplazamientos tan complicados, casi imposibles.

El caso es que nos ha tocado empezar la formulación del Plan Especial que ha de ordenar este Paisaje Protegido, un documento que prevalece sobre los planes generales de cada uno de los seis municipios en cuyos términos está este Espacio Natural. Por esta razón, llevo ya unos cuantos fines de semana dirigiendo mis caminatas de sábado y domingo a este ámbito que, aunque ya conocía superficialmente, es ahora cuando, al patearlo, estoy de verdad descubriéndolo. Así que no se extrañen lo pocos que por aquí se pasan si, de vez en cuando, dedico un post a algunos de sus parajes. 

lunes, 12 de septiembre de 2016

Diario de Casandra (5)

Ha pasado ya una semana desde el trance último, el que yo misma busqué dejando de tomar el clozaril, la pastilla que hace ya varios años me prescribió el psiquiatra para, según sus palabras, mantenerme en este lado de la realidad. Nunca como esta vez había sido la experiencia tan densa, tan abigarrada de premoniciones, tan omnicomprensiva. Se me ha anunciado un panorama terrible, de absoluta destrucción, crueldades salvajes, ríos de sangres, muertes incontables. Llevo desde el martes recluida en mi apartamento, meditando y queriendo traducir esas imágenes de tragedia griega a signos que se vinculen a mi entorno, a mi realidad personal y familiar. He procurado reproducir por escrito, con la mayor fidelidad de que es capaz mi memoria, los detalles del trance; trocearlo en escenas secuenciales para intentar interpretarlas individualmente y en su conjunto. Tengo ya un grueso fajo de páginas emborronadas de apuntes, muchas con dibujos que asemejan pinturas del expresionismo alemán, rostros desfigurados en muescas salaces, predominio de violentos manchones rojos y negros. Debería redactar un texto ordenado que diera sentido a lo que parecen delirios sin sentido, un texto que pasar a este diario empezado hace pocas fechas y que pretendo que me sobreviva y me explique. Sin embargo, no encuentro el ánimo necesario para emprender esta tarea. Supongo que la experiencia de la noche del lunes me ha dejado exhausta. Quizá también, pese a haber reanudado inmediatamente la toma del clozaril, mi cerebro no ha logrado aún levantar el dique tras el cual represa las aguas augures, impidiéndolas anegar el espacio de la consciencia. Espacio este, por cierto, que llevo esforzándome en secar durante toda la semana, tras la copiosa inundación. No, de momento prefiero aplazar la narración de mi último y más intenso trance, ganar tiempo para que sus lecciones maduren y pueda revelármelas con todo su sentido y alcance. Entre tanto se me ocurre que podría ayudarme dejar aquí constancia de hechos antiguos. Por ejemplo, contar cómo recibí este poder maldito, evocar aquellos días en que empecé a ser la que estaba destinada a ser.

Tenía 13 años y estudiaba segundo de ESO en las Teresianas de la calle Ganduxer. Ese curso, en la primavera, nos tocaba la confirmación católica y por eso el colegio había formado varios grupos de catequesis, cada uno a cargo de un sacerdote; a mí me tocó en el que dirigía el Padre Apolo. Le pongo por delante el tratamiento que le correspondía aunque desde el primer día nos pidió que lo llamáramos Apolo a secas, que quería que entre él y nosotras no hubiera ninguna barrera, que fluyera la confianza más abierta. Era joven, probablemente no llegaría a los treinta, y también muy guapo, o al menos así nos los parecía a unas adolescentes con las hormonas revueltas. De hecho, yo fui la menos encandilada por los encantos, aunque he de reconocer que tampoco quedé del todo indemne. Pero mientras mis compañeras coqueteaban vergonzosamente con el curilla yo desde el principio me mostré desagradablemente altanera, haciéndole ver que me caía mal. Pensándolo desde mi actual edad, tengo la impresión de que la mía era una reacción de autodefensa intuitiva; sentía que si cedía a la atracción que podía sentir por ese hombre me debilitaba. El caso es que enseguida me di cuenta de que Apolo, en cambio, se sentía atraído por mí y se le daba fatal disimularlo. Bien es verdad, modestia aparte, que no me costó demasiado sobresalir en los debates religiosos que proponía en las sesiones de los martes después del horario escolar. Las otras chicas ni siquiera se planteaban cuestionar los tópicos de la ortodoxia católica que nos venían repitiendo desde primaria y las pocas veces que se les ocurría alguna objeción se daban por satisfechas con el primer argumento que les ofrecía el sacerdote. Así que, aunque no tenía demasiado interés en ser la estrella de esas reuniones, lo cierto es que Apolo sabía cómo hacerme entrar al trapo, cómo aprovechar mi tonta vanidad de entonces, de modo que cada vez más se convirtieron en diálogos casi exclusivos entre nosotros dos.

Una tarde, a punto de acabar la hora de catequesis, apareció en el aula la directora del Colegio, a la que llamábamos Sor Matusalén, para pedirme que la acompañara a su despacho que quería hablar un rato conmigo. Resultó que Apolo le había dicho que pensaba que mis convicciones católicas no eran lo fuertes que deberían. El Padre Apolo me ha mostrado gran preocupación por ti, Casandra, algo que debes agradecerle. Me dice que eres una chica muy inteligente y de gran bondad pero te has dejado llevar por dudas insidiosas que pueden resquebrajar tu fe. Cree que, además de la catequesis grupal, necesitas una atención personal, una dirección espiritual intensiva, al menos durante estos pocos meses que faltan para recibir la confirmación. Sé que tu confesor, el de toda tu familia, es el párroco de Santa María de Vallvidrera, un santo, lo conozco bien. Lo que pasa, Casandra, es que ahora tu alma necesita una especie de entrenador personal, ¿me entiendes? Claro que la entendía, Apolo se servía de la vieja bruja para atraerme a sus fauces. Mi primera reacción fue de rabia –¿quién se creía el curita que era?–, pero supe disimularla. Si declinaba la “sugerencia”, por muy educada y convincentemente que lo hiciera, llegaría un aviso a mis padres, la monja les haría partícipes de sus dudas sobre mi formación religiosa, sobre la conveniencia de que fuera confirmada. Imaginé que a mi padre no le importaría demasiado pero Hécuba no estaría dispuesta a permitir lo que consideraría un desaire inadmisible, un insulto público ante las mejores familias barcelonesas. Ya por entonces existía una guerra sorda entre mi madre y yo, la hija adolescente y rebelde que disfrutaba contradiciendo y poniendo en entredicho todo lo que hacía y representaba la matrona. Bien es verdad que me sabía protegida por el cariño especial, la predilección, de Príamo, pero no me convenía forzar las cosas más allá de lo razonable. Al fin y al cabo me sentía más que capaz de manejar al que no pasaba de ser –eso creía yo– un curilla rijoso al que le ponía cachondo una chavala de trece años. Así que acepté; con la más humilde y recatada de mis sonrisas le aseguré a Sor Matusalén que por encima de todo deseaba ser confirmada, que agradecía de corazón los desvelos del Padre Apolo y que, por supuesto, estaba más que dispuesta a recibir su guía espiritual.

De modo que a partir de la semana siguiente a esa charla con la directora, los miércoles me quedaba una hora más en el colegio, a solas con el sacerdote, para recibir el reforzamiento doctrinal que mi alma requería. Casi enseguida descubrí dos cosas: la primera, que, en efecto, la dirección espiritual no era lo que motivaba a Apolo, sino su interés personal en mí; la segunda, que en contra de lo que había supuesto, esas charlas me entretenían, las disfrutaba mucho. No descarté nunca que lo que en el fondo perseguía era sexual (tampoco me lo concretaba demasiado, al fin y al cabo por entonces mis conocimientos sobre la materia no eran obviamente precisos), pero desplacé esa sospecha ante la halagadora sensación de que ese cura joven y atractivo, mucho mayor que yo, se sentía impresionado por mi carácter e inteligencia. Y así, poco a poco y sin apenas esfuerzo, me fui soltando, abriendo mis barreras para dejarle ver algunos de mis sentimientos secretos. Le conté, por ejemplo, el recurrente sueño –lo tenía desde siempre– de las serpientes que reptaban a la cuna doble en que dormíamos Héleno y yo y nos chupaban las orejas. Él me explicó que la serpiente ha sido siempre uno de los animales con más carga simbólica y pasó largo rato narrándome varios relatos de la mitología griega protagonizados por serpientes. Tu sueño me sugiere que siendo muy pequeñitos recibisteis algún tipo de don profético, una capacidad especial para entender las cosas más allá de sus apariencias, que es lo que hacemos la mayoría de los mortales; yo diría que los dioses os han escogido para que escuchéis sus palabras, compartáis su sabiduría. ¿Los dioses? ¿Qué es eso de los dioses en boca de un sacerdote católico? Se rió. Hablo figuradamente, Casandra, claro que no existen los dioses mitológicos, pero todos provenimos de esas raíces, forman parte de lo que somos y nos ayudan a comprender tantos misterios. ¿Sabes qué era una pitonisa? Sí, en efecto, la sacerdotisa que en Delfos, el más famoso oráculo de la Antigüedad, respondía las consultas de los fieles. Pero, ¿te has preguntado alguna vez la razón de ese nombre? Viene de Pitón, la gran serpiente hija de Gea, nacida del barro del Gran Diluvio y que fue la primitiva guardiana del Oráculo. Quizá las serpientes de tu sueño, a través del lenguaje simbólico, signifiquen que estás destinada a ser una pitonisa moderna. Es gracioso, seguro que sabes cuál era el Dios que otorgaba el don profético a esas mujeres.

Sí lo sabía, sí, pero hasta que lo mencionó ni me había percatado de la coincidencia. El caso es que me epató, tanto que no supe bien qué decir pero, sobre todo, qué pensar. Por suerte eso ocurría al final de una de nuestras sesiones privadas y prácticamente ahí lo dejamos. Yo no lo dejé, claro, la duda se me había instalado con un martilleo constante (desde luego, estaba reaccionando tal como quería Apolo, aunque entonces no caí en la cuenta). Entendámonos, no creía para nada en la existencia real de dioses mitológicos; diría incluso que ya entonces tenía mis reservas sobre el Dios que me habían enseñado desde niña. Sin embargo, ese rollo del simbolismo sí me había tocado. Me parecía verosímil que determinadas vías de conocimiento, inexplicables desde lo que hoy sabemos, estuvieran accesibles para algunas personas, las que en la Antigüedad fueron pitonisas de Delfos pero tuvieron otros nombres en distintas épocas y lugares. También veía razonable que esas capacidades requirieran de otro para activarse, llámese el Dios Apolo de los griegos o cualquier gurú o maestro espiritual. Y entonces aparecía en mi vida un tipo que se postulaba a sí mismo como mi director espiritual, que aseguraba haber reconocido en mí a alguien con ese don singular, que se ofrecía –sutilmente, claro, no fuera a tomarle por loco– a “activarlo”. ¿Era una coincidencia que se llamase Apolo? Tal vez no, tal vez era una pista, una señal para que lo identificase. A estas ideas no paré de darle vueltas esa tarde y los días siguientes. Por un lado, las conclusiones hacia las que apuntaban esos indicios me parecían absurdas, alejadas del sentido común. Sin embargo, ¿y si fuera verdad? Además, ¿qué perdía por dejarme enseñar, por dejarme abrir a nuevas experiencias? El riesgo me parecía minúsculo y, en todo caso, manejable (cada vez le atribuía al sacerdote menos intenciones lujuriosas). Pero, sobre todo, ya en esa época me sentía especial y quería descubrir a toda cosa y lo antes posible en qué consistía mi singularidad. ¿Será verdad que puedo ser una pitonisa moderna? Como no podía ser de otra manera (ya he contado que creo en el destino), decidí que dejaría que Apolo me educara, me revelara mi don profético. A ver qué pasaba.

  
The prophet's song - Queen (A Night at the Opera, 1975)

viernes, 9 de septiembre de 2016

Adanismo funcionarial

Yendo por la carretera litoral (TF-11) desde Santa Cruz hacia la playa de Las Teresitas, a unos 8 kilómetros del final de la Rambla, a mano izquierda, puede verse una antigua cantera que lleva bastantes años parada. Esa parte de la Isla, la punta Noreste, corresponde al Macizo de Anaga, un espacio de muy alto valor natural y en el que es una maravilla caminar. El macizo cae en acantilado hasta la línea de costa en casi todo su perímetro (en ese tramo se han ganado terrenos para hacer el puerto y más adelante la playa) de modo que la cantera en lo que consistió fue en ir mordiendo la montaña, dejando a la vista las espantosas huellas de las dentelladas. En el Plan Insular de Ordenación de Tenerife (PIOT) delimitamos esta cantera abandonada como ámbito extractivo, limitando el aprovechamiento del material (áridos) a las cuantías necesarias para llevar a cabo la restauración geomorfológica y paisajística. Se entendió que la mera restauración ya permitía un cierto aprovechamiento del recurso minero y se confiaba en que fuera suficiente para hacerla viable económicamente. No acertamos en su día (la decisión data de mediados de los noventa) porque pasó mucho tiempo sin que a nadie pareciera interesarle la explotación. Por fin, hará unos ocho años, y gracias a que el Puerto de Santa Cruz necesitaba material para obras en la dársena que está pegadita a la cantera, se presenta una iniciativa para restaurar la cantera.

Al conocerse la noticia algunos colectivos vecinales del entorno manifiestaron su oposición con el demagógico apoyo de algún que otro partido político que gusta de menospreciar las normas vigentes. Aún así, el promotor encarga el correspondiente proyecto de restauración de la cantera e inicia el engorroso procedimiento de la declaración de impacto ambiental. El Servicio de Impacto del Gobierno de Canarias es uno de los más, sino el más, temido por cualquiera que pretenda hacer cualquier cosa en este Archipiélago. Durante el último cuarto de siglo ha venido acumulando un anecdotario de informes y exigencias que, de recopilarse y sistematizarse adecuadamente, supondrían una excelente “antología del disparate” de la administración pública, amén de un arsenal de argumentos para esos liberales que defienden que hay que cargarse (o reducir al mínimo) la actividad de lo público (del Estado) pues sólo vale para entorpecer. De hecho, en este caso es difícil contrarrestar esas acusaciones: en una enorme multitud de ejemplos, la declaración de impacto ambiental sólo ha valido para imponer unas exigencias absurdas y carísimas a los proyectos que en nada suelen mejorar sus efectos sobre el medio; y todo ello con unos tiempos medios de tramitación de varios años. Y téngase en cuenta que la declaración de impacto no es más que un trámite previo; a partir de su obtención hay que empezar a tramitar la correspondiente autorización administrativa para la ejecución.

Hago ahora una breve síntesis del procedimiento seguido. Presentación de un primer proyecto de restauración en 2006; un año después declaración desfavorable de impacto ambiental que obligaba a modificaciones sustanciales. Se hace un nuevo proyecto (siguiendo las instrucciones de los funcionarios) que se presenta en 2009 y en 2013 se emite declaración favorable de impacto ambiental. Solo cuatro meses después, la Dirección General de Industria autoriza la ejecución, pero todavía falta la autorización urbanística. Ahí se monta una bronca entre el Gobierno de Canarias y el Ayuntamiento de Santa Cruz, porque no tienen claros los requisitos procedimentales. Entre medias, sale una sentencia judicial que complica más el asunto y obliga a suspender en el ámbito de la cantera nada menos que tres instrumentos de planeamiento vigentes (el PIOT, el PRUG y el Plan General) y dictar unas normas transitorias. Con ese lío se llega a mediados de 2015 y entonces se abre una nueva discusión sobre si la autorización la debe tramitar o no el Cabildo Insular. Finalmente, hacia finales del año pasado se acuerda que sí, que le toca al Cabildo conceder (o no) la autorización mediante el instrumento (legislación canaria) de la calificación territorial; a principios de este 2016 los funcionarios de la Corporación Insular empiezan a estudiar el asunto. A principios de julio el Consejero del Área a la que estoy adscrito envía un correo exigiendo que de manera inmediata (a más tardar en el plazo de una semana) y sin excusas, se resuelva el expediente de la calificación territorial. Obviamente, los promotores habían ido a llorar a los políticos desesperados por la tardanza. Los entiendo perfectamente: a esas alturas llevaban diez años intentando poner en marcha una iniciativa que estaba prevista desde hacía veinte (es decir, lo que querían hacer es lo que había que hacer).

El caso es que quienes se ocupan de la tramitación de las calificaciones territoriales me piden que haga un informe técnico del proyecto de restauración en el que verifique si se cumplen las condiciones de las normas transitorias. Esas normas se refieren a aspectos tales como las alturas de los abancalamientos, las pendientes de los taludes y demás aspectos de la configuración definitiva de los terrenos una vez se culminen las obras de restauración orográfica. Verificar todos esos extremos es un trabajo, además de tedioso, largo y pesado, no tanto por su dificultad sino porque exige repasar meticulosamente y en detalle el proyecto. Pero resulta que el proyecto que es objeto de calificación coincide plenamente con el que recibió la declaración ambiental favorable y sobre éste, a su vez, un compañero de esta Área había informado favorablemente el cumplimiento de las condiciones del Plan Insular (las mismas que se aprobaron luego como normas transitorias). Bien es verdad que habían pasado cuatro años desde ese informe, pero seguía teniendo la misma validez porque el proyecto era el mismo y también las normas cuyo cumplimiento había que verificar. En consecuencia, propuse a los responsables del expediente limitarme a acreditar estos dos extremos y por tanto concluir informando favorablemente el proyecto, sin necesidad de verificarlo personalmente.

Pues bien, a más de uno le pareció mal mi propuesta porque se supone que si yo firmo que el proyecto cumple, lo tengo que haber comprobado, no debo fiarme de lo que ha certificado un compañero cuatro años antes. Aunque finalmente triunfó mi tesis, no se crea que las posiciones de quienes no estaban de acuerdo conmigo son anómalas en la administración pública. Muchísimos funcionarios padecen lo que podríamos denominar adanismo, es decir, considerar que con ellos empieza la historia y que nada anterior les vincula, que ni siquiera hace falta considerarlo. Estas personas ni se inmutan cuando se les dice que el ciudadano para el cual trabajan lleva diez años esperando, ni que por mor de nuestra compleja tramitación se está repitiendo un informe que ya ha sido evacuado. Ese no es mi problema, suele ser la respuesta habitual; a mí me han pedido que informe esto y eso es lo que voy a hacer. Y claro, como con los funcionarios no valen los plazos (o, para ser más precisos, el incumplimiento de los plazos no acarrea ninguna consecuencia), tardará su tiempo en volver a estudiarse el proyecto. Además, es bastante probable si a las estadísticas nos remitimos que su informe sea desfavorable porque también muchos funcionarios piensan que si no encuentran defectos en lo que están informando no están haciendo bien su trabajo (aunque sean cosas tan nimias que no justifican en absoluto el tiempo y dinero que hacen perder). Lo cierto es que mi informe salió tres días después del correo del Consejero; hoy, pasados dos meses más, todavía no se ha resuelto el expediente. Hace falta un cambio radical de mentalidad en la función pública pero no parece que a nadie le interese de verdad (me refiero a los políticos, a quienes ni se les ocurre criticar a los funcionarios, no vayan a perder votos).

  
Poem for the people - Chicago (Chicago II, 1970)