domingo, 31 de enero de 2021

De Ortiz al Contador y regreso fallido (Arico)

La ruta planificada tenía su inicio en el aparcamiento junto al puente sobre el barranco la Puente (¿de ahí el nombre?), en el lugar conocido como Ortiz, una de las zonas más concurridas por los amantes de la escalada en las rocosas paredes verticales de este barranco. Desde ese punto (780 msnm) caminaríamos en dirección norte hasta el área recreativa del Contador (1.250 msnm). A partir de ahí giraríamos hacia el este cruzando lomos y barrancos en ascensión hasta los 1.350 msnm en el entorno de la Morra Alta. Finalmente, retornaríamos hacia el sur por el lomo entre los barrancos Tasagaya y el Seco hasta llegar a La Degollada, en la parte alta de los dos Aricos, el Viejo y el Nuevo. Como ése era el plan, quedamos a las ocho donde acaban las edificaciones de la calle La Degollada y ésta dobla hacia el suroeste. Ahí dejé mi coche y en el de Jorge fuimos hasta Ortiz, en cuyo aparcamiento había ya varios vehículos (varias autocaravanas de gente que estaba de acampada, pese a estar prohibida). Hace frío (en torno a los 10º) pero el cielo está limpísimo, anunciando una jornada espléndida. Cruzamos la carretera y, tras algun titubeo, bajamos al cauce del barranco e iniciamos la ruta y también el sendero PR TF-86.1.
 
 
Primer tramo de la ruta por el cauce del barranco; longitud aproximada: poco más de un kilómetro; tiempo empleado: una media hora. Caminar por el interior de un barranco, especialmente por los del sureste tinerfeño, produce una singular sensación, difícil de explicar pero muy placentera. El piso es cómodo de transitar, con arenilla y guijarros de picón. Hay abundante vegetación arbustiva: escobones, tajinastes, vinagreras, tabaibas, inciensos ... También, colgados de las paredes, aparecen algunos pinos canarios. Pero lo que caracteriza el barranco y se impone en la percepción del conjunto son las grandes rocas negras que reposan en el lecho (que en algunos puntos hay que sortear o trepar) y las amarillentas paredes verticales; estamos en una suerte de museo geológico. Por cierto, este tramo del barranco define el límite occidental del Parque Natural de la Corona Forestal que en esta zona desciende de altitud.

A las 9 salimos del barranco por el lado derecho, ascendiendo un primer tramo en escalera tallada en la piedra y luego por un camino de gravilla delimitado con piedras en sus márgenes. El sendero se va ajustando a la cumbrera del lomo que separa los dos barrancos. A unos seiscientos metros llegamos al paraje llamado Cercado de las Ranas que es donde el sendero confluye con el trazado del principal, el PR-TF 86. Estamos ya entrando claramente en el pinar, pero todavía conviven matorrales como los mencionados. Además, durante la mayor parte de este tramo, llevamos a la izquierda una acequia por la que corre y canta el agua. Seguimos ascendiendo con una pendiente no demasiado exigente pero constante hasta alcanzar los 1025 msnm (del barranco salimos en la cota 875). A partir de ahí, el sendero va a cota o en suave descenso para cruzar con una curva cerrada el cauce por el que empezamos la ruta, que ahora se llama del Contador; giro hacia el sur para subir la ladera del otro lado y de nuevo nos orientamos hacia el norte para subir el lomo del otro interfluvio. Este tramo discurre por la llamada Cuesta del Contador y se hace algo más duro que el recorrido previo pues sube ciento ochenta metros en una longitud de unos mil cien metros. A las 10:25 desembocamos en un claro con poca pendiente y unas huertas abandonadas en donde hay una construcción de buen tamaño inacabada: una planta techada sin divisiones interiores y los pilares preparados para una segunda; no sé cómo no la han demolido. Aprovechamos el lugar para descansar y recuperar fuerzas con nuestro bocadillos.
 

Nos volvemos a poner en marcha y seguimos cuesta arriba con no mucha pendiente por un camino bastante cómodo,  alfombrado de pinocha. A unos quinientos metros de la edificación llegamos a una pista asfaltada que viene desde la Villa de Arico. A partir de ahí, el sendero PR-TF 86 sigue hacia el Oeste para dirigirse a Las Cañadas y llegar hasta el Parador del Teide. Nosotros, en cambio, giramos hacia el norte y, tras otros cuatrocientos metros, desembocamos en el área recreativa del Contador que, como las tantas otras que hay en la Isla, está cerrada debido a la pandemia. Caminamos unos trescientos metros más por la prolongación de la carretera que ahora es una pista de tierra perfectamente circulable por vehículos que acaba en un camino (de La Era) junto a un conjunto de edificaciones con pinta de explotación agropecuaria. Poco antes nos encontramos con un precioso almendro en flor junto al que se están fotografiando unas chicas extranjeras. Son las once y diez y estamos a 1.250 msnm.


Pasadas las Casas del Contador el sendero se estrecha y zigzaguea para bajar hasta el cauce de un barranquillo, subir un poco y volver a cruzar el siguiente casi enseguida. Entre medias, apoyada contra una roca, descansa una bicicleta en avanzado proceso de oxidación, a modo de escultura dadaista. Luego, durante unos doscientos cincuenta metros, el sendero asciende con muy poca pendiente la ladera de la Era del Contador (que se corresponde con la meseta que hay en la parte alta y en la que, según veo en la foto aérea porque no pasamos por allí, parece haber unos terrenos de cultivo probablemente ya abandonados. El sendero desemboca en una pista de tierra transitable por vehículos por la que caminamos en ligero descenso algo menos de doscientos metros. Nada más dar la cerrada curva del cruce del barranco de la Jarreta, el sendero se desvía de la pista subiendo hacia la izquierda apoyado en un muro de piedra seca. Nos toca un tramo de unos cuatrocientos metros de subida empinada que se nos hace costosa. Finalmente, el trazado alcanza una zona más o menos llana a 1.310 msnm y ahí nos detenemos a descansar un rato; son las doce menos veinte.


Mientras reposábamos, Jorge se dio cuenta de que se le había despegado la suela de una bota. Nos quedaban aún casi 9 kilómetros para completar la etapa; debíamos mantener dirección Este todavía en ligero ascenso y cruzar los barrancos del Hornillo y de las Yedras (que confluyen algo más abajo pasado el risco de las Yedras)y luego girar hacia el Sur para descender por el lomo entre los barrancos de Tasagaya el el Seco hasta llegar a La Degollada. Pero, aunque Jorge se ató la suela con los propios cordones de la bota, seguir la ruta inicial, por terreno difícil, era arriesgar demasiado. De modo que, muy a disgusto, optamos por atajar y buscar el camino más directo para regresar a donde habíamos iniciado la ruta. Mirando hacia abajo vimos que muy cerca de donde estábamos pasaba una pista que, según comprobamos en la foto aérea, nos podía llevar con relativa comodidad hasta el coche. De modo de, zigzagueando con los bastones, descendimos entre pinos unos sesenta metros por la ladera (unos diez metros de desnivel) para llegar a la pista.

Tras unos 450 metros por esta pista desembocamos en otra todavía mejor (más ancha y más cuidada, aunque sigue siendo de tierra) que va a las Casas del Contador, por donde pasamos previamente. Los primeros doscientos metros son a nivel en dirección Este y tras cruzar un barranquillo gira hacia el Sur con pendiente descendente; luego gira hacia el Norte y sigue bajando hasta cruzar otra pequeño cauce. A su margen hay una magnífica finca (entre los 1145 y los 1175 msnm) con unos preciosos bancales de piedra; según el mapa de cultivos de la Consejería de Agricultura, está dedicada a viña, aunque no alcanzamos a ver sino unos cactus ornamentales junto al camino interior que lleva hasta una vivienda edificada en la parte alta. Sorprende ver esta mancha agrícola de apenas media hectárea en el interior del pinar, aunque advierto que no es la más alta del municipio: más o menos en esta misma vertical, pero a 1350 msnm, hay otra finca que es mucho más extensa. En fin, cuesta entender que a estas altitudes haya animosos que quieran seguir cultivando; no creo que se explique por motivos económicos.
 
 
Pasada la finca cruzamos otro pequeño barranquillo y la pista giró en dirección Sur, rumbo que mantendría durante los siguientes dos mil seiscientos metros, hasta llegar a la Cruz de Ortiz, donde giraríamos hacia el Oeste para llegar al coche. La pista, que está en perfecto estado y tiene un cierto nivel de tránsito (nos cruzamos con dos o tres coches y –mucho más desagradable– con tres motos ruidosas y que levantaron una gran polvareda), discurre por el lomo entre el barranco del Canalizo y el barranquillo del Garabato. El paisaje es el pinar que, a medida que descendemos, va espaciándose; también aparecen, entre los árboles, terrenos abancalados en cultivo. Hacia el fondo, muy difuminados por la distancia, se ven los terrenos bajos del litoral de Arico y Granadilla (incluyendo la Montaña Roja de El Médano) y de fondo el mar y el cielo, de azules casi indistinguibles si no fuera por la línea de nubes acostada sobre el horizonte; flotando mágicamente sobre ésta emerge la silueta de Gran Canaria. No hay mucho que reseñar en este tramo de bajada; lo hicimos a buen paso y sin esfuerzo. Hacia la una llegábamos al desvío a la derecha (hacia el Oeste), en una encrucijada con varias fincas en cultivo (¿papas?). Hemos bajado hasta los 830 msnm.
 

Este último tramo discurre en su primera parte (durante poco más de cuatrocientos metros) por una pista de tierra, muy parecida a la anterior, aunque algo más estrecha, que va descendiendo suavemente hasta vadear el barranco de Ortiz.  Cruzado éste, subimos por el lateral de una finca y llegamos a una especie de meseta de tosca con abundantes tuneras (en donde hay una curiosa casa cueva) que se enfrenta al aparcamiento donde dejamos el coche al inicio de la caminata. Bajamos los pcoos metros que quedan, cruzamos el barranco de Charcos o de la Puente y hemos acabado. Es la una y media, una hora temprana pero, claro, no hemos hecho el recorrido previsto; queda para otro día.
 

En la siguiente captura de GoogleEarth se ve la ruta prevista en naranja y la que hicimos en verde.
 

domingo, 24 de enero de 2021

De Bajamar a Punta del Hidalgo por el Moquinal y Aguacada

Ayer sábado, Jorge y yo investigamos alguna ruta que uniera los dos núcleos costeros de La Laguna por el interior de Anaga y, combinando varias de wikiloc, dibujamos una que prometía un recorrido placentero no exento del justo y necesario esfuerzo. Quedamos a las ocho en la carretera general junto al Centro de Educación Primaria de La Punta del Hidalgo. Jorge se pasa a mi coche y vamos hasta la glorieta antes de Bajamar y entramos por una pista asfaltada que sirve a fincas agrícolas; avanzamos un poco y aparcamos el coche. La pista acaba unos metros más arriba (a 365 de la glorieta) y ahí, girando a la derecha, empieza propiamente el sendero, a unos 100 metros de altitud (se puede seguir recto, pero es propiedad privada), con una señal que indica que por él se llega a Tegueste y a la Cruz del Carmen (es el sendero homologado PR TF-12, por el que iremos durante un buen trecho). Enseguida giramos a la izquierda y seguimos un camino ascendente por la ladera del barranco de la Goleta. El camino es de grava compactada en estado muy aceptable. Como coge altura rápidamente, muy pronto se abren unas panorámicas excelentes hacia la planicie costera de La Laguna (mirando hacia atrás) y hacia la cuenca de la Goleta, que ya es el término municipal de Tegueste. A unos mil seiscientos metros hay una desviación que baja para cruzar el barranco e ir hacia Tegueste, pero seguimos por el PR TF-12 ascendiendo progresivamente durante otros ochocientos metros más o menos, hasta alcanzar los 430 metros de altitud. En ese punto el sendero gira unos noventa grados, pasando a la ladera noreste del lomo los Cardillos y, consiguientemente, abandonando el barranco de la Goleta; nos toca seguir ahora la barranquera que separa este lomo del picacho de las Aguilillas. Si consideramos la inmensa cantidad de accidentes topográficos que hay en este territorio (lomos, picos, barrancos, hoyas, saltos, degolladas, riscos y un largo etcétera) asombra que cada uno de ellos tenga denominación específica.

 
Los siguientes ochocientos y pico metros son una subida de mayor pendiente (en torno al 30%). El camino se estrecha y se vuelve más sinuoso para trepar la ladera, pero sigue estando bien conservado y no es difícil de caminar. Además, el paisaje también asciende en belleza y espectacularidad. Ruderales y enredaderas tapizando el sendero, tabaibas amargas, inciensos, espinos, cenizos y brezos (la mayoría de las especies matorral de sustitución de la vegetación potencial); también aparecen arbustos de mayor porte como algunos almácigos y guaidiles (creo) y árboles poco densos, como acebiños, laureles y hasta un pino canario solitario y fuera de su hábitat (en La Palma, según me cuenta un amigo, se dejaban crecer pinos en los lindes de las propiedades para identificarlas, y se les llamaba "de marca"; quizá éste obedece al mismo motivo). Nos rodean los imponentes lomos y montañas de esta parte del Macizo, con distintas tonalidades de verdes según cómo les da el sol de esta mañana que, cada vez va pegando más fuerte. A nuestra espalda el panorama cubre casi la totalidad de la vertiente norte de la Isla, presidido por el majestuoso Teide que aun no ha perdido las nieves.
 
 
Hacia las diez y cuarto llegamos a una vivienda edificada en la ladera, en la que un hombre trabajaba en un estrecho bancal; allí nos detuvimos a devorar los bocatas y reponer líquidos. Durante los siguientes seiscientos metros el sendero, bastante más ancho, discurre entre árboles, ascendiendo suavemente la ladera, con rumbo sureste primero y luego norte, hacia la degollada de Solís. Degollada, por cierto, es un término canario que alude a una depresión, generalmente de un lomo, que sirve de paso entre barrancos o entre laderas; su análogo peninsular serían los collados y los puertos de montaña. Seguramente, la degollada más conocida de Canarias es la de Peraza, en la isla de La Gomera, así llamada porque en ese lugar en 1488, Hautacuperche, un aborigen gomero, degolló a Hernán Peraza, el castellano señor de la Isla. ¿Habrá que pensar que el topónimo proviene de esta ejecución histórica? Corto la digresión y sigo la ruta: el camino desemboca en lo que ya es una pista forestal casi llana por la que nos cruzamos con bastantes paseantes. Los primeros doscientos cincuenta metros se dirige hacia el sur, bordeando la ladera del Roque Moquinal, tristemente célebre porque en su entorno se escondía uno de los más famosos asesinos tinerfeños, Dámaso Rodríguez Martín, apodado el Brujo del Moquinal (me reprimo y no digo más). Luego la pista gira hacia el este, rumbo que mantendrá hasta la Cruz del Carmen, pero nosotros solo caminamos por ella algo menos de cuatrocientos metros. A la altura del Cabezo de las Rosas nos desviamos por un estrecho sendero descendente con un cartel al inicio que advierte que es un acceso solo para vecinos.

Este nuevo y estrecho sendero discurre desde los 752 a los 683 msnm en un entorno boscoso (laurisilva) durante unos quinientos metros por la ladera de Lomo Los Picachos. A los tres minutos pasamos por el muro de contención de una finca en la que se intuye que hay una vivienda, más adelante una roca excavada en lo que podría ser un antiguo abrevadero, luego uno chamizo junto a unas pequñeas huertas abandonadas. Al cabo de un cuarto de hora desaparecen los árboles y se nos abre un espectacular panorama hacia la izquierda, que se corresponde con la cuenca del barranco de Flandes o de La Hoya, (que más adelante veremos mucho más de cerca) y otro que no lo es menos hacia la otra cuenca. Llegamos a un pequelo promontorio que se llama El Picachillo; a la derecha hay dos dragos gemelos y a la izquierda una casa que parece abandonada junto a otra edificación horadada en la roca. Este picachillo marca un alto en el camino: hay que subirlo y luego bajar por las rocas coun cuidado. La continuidad del sendero, en ese punto, no se ve muy clara. Jorge sigue por la parte alta y yo lo intento más abajo; al final, ninguno de los dos ha acertado, la ruta correcta está en medio.

 
El siguiente tramo tiene unos mil doscientos metros de longitud pero, como ahora contaré, hicimos doscientos más y otros doscientos de retroceso. Los primeros metros discurre por el Lomo Siete Fuentes y sigue por la cumbrera entre las dos vertientes hasta Cabezo la Casilla (unos 300 metros). En esta parte abunda el matorral bajo y el sendero está empedrado irregularmente. Alcanzados los 640 metros de altitud, el camino cae por la ladera que da hacia la cuenca del Barranco Seco y se torna de tránsito más difícil (estrecho y bastante invadido por la vegetación). Pero pasado ese tramo, se llega al sendero local Juntadero - Homicián, con un un trazado claro, perfil más o menos a nivel (ligera pendiente ascendente) y  suelo de tierra bien compactada. En esa última parte, el sendero traza una curva que se abre a la cuenca de dos barranquillos que desembocan en el Barranco Seco, ofreciendo unas vistas magníficas. Ahí está también, a mano izquierda, la Gollada de Agudo, una abertura en la ladera hacia la vertiente del barranco de Flandes, remarcada por unos megalitos pétreos bellamente esculpidos por la erosión que recuerdan el paisaje lunar de las Cañadas. Ahí es justamente donde deberíamos desviarnos del sendero, para pasar a la otra cuenca. Sin embargo, no nos dimos cuenta y seguimos de largo doscientos metros más hasta llegar a una meseta enclavada entre varias montañas. Al este se levanta el Monte del Morro, por cuyas laderas continúa el sendero por el que venimos (y por ahí siguen tres chicas con un perro que caminaban detrás de nosotros). Al oeste está la sucesión de roques que, alineados de sur a norte, forman la barrera divisoria de vertientes: risco de Lucas, roque los Cardos, roque Aguacada, roque de las Aguilillas, pico la Gallina y pico de las Aguilillas. Cuando llego al lugar veo que Jorge, que me llevaba ventaja, está subiendo la cuesta de la primera de esas montañas. Aprovecho para regresar a la Gollada de Agudo y verificar que, en efecto, es por ahí por donde va la ruta. Vuelvo a esperarlo, se lo digo, discutimos porque él prefiere  seguir el camino, pero retrocedemos e iniciamos el el tramo más espectacular del día (y también el que exige más cuidado).
 
 
Hacia la una menos diez cruzamos por la Gollada de Agudo a la vertiente del barranco de Flandes (que también aparece en la carto como barranco de la Hoya pues desemboca junto a este barrio de La Punta). El paso es complicado porque se salva un desnivel de nueve metros bajando por unas rocas casi verticales. El sendero en que nos encontramos es una estrecha muesca horadada en la ladera oeste del macizo formado por los promontorios antes citados –risco de Lucas, roque los Cardos, roque Aguacada, roque de las Aguilillas, pico la Gallina y pico de las Aguilillas–. Es un sendero colgado, no apto para quienes tengan vértigo, y para más males se encuentra en bastante mal estado de conservación; además, es unos cuantos tramos la pared de roca que llevamos a la derecha ha tenido desprendimientos y amenaza con desmenuzar nuevos bolos en cualquier momento. Pero, ese chute de riesgo, temor y adrenalina lo compensa sobradamente el paisaje de la cuenca del barranco de Flandes: se tiene la sensación de estar visitando un mundo cerrado y prohibido, en el que nos hubiéramos colado sin permiso. Pasado el risco de Lucas, a unos 150 metros del inicio del sendero, deberíamos habernos desviado hacia la izquierda bajando la ladera del roque los Cardos hasta llegar a la cota de 350 msnm y seguir por esa altitud hasta dar la vuelta al pico de las Aguilillas y llegar a la zona de los Andenes. Sin embargo, no vimos la desviación y caminamos por el estrechísimo sendero que va por adosado a los riscos entre 40 y 50 metros por encima de la ruta. Vamos despacio por lo dificultoso de la ruta pero también porque el panorama pide ser disfrutado. Más o menos a la altura del Aguacada aparecen numerosas mordidas en la ladera y partes de la pared con desprendimientos. En esta zona tanto las rocas de la montaña como el propio camino son de un rojo intenso muy bello que justifica el topónimo de Andén Colorado que tiene este paraje. Más adelante nos encontramos con una verja y una puerta hecha de tablones, junto a grandes piedras extraídas (¿o desprendidas?) de la pared. A medida que el sendero se aproxima a las faldas del Pico de las Aguilillas se nos abre una vista magnífica sobre la Punta del Hidalgo que se domina en toda su extensión. Pero enseguida, justo antes de dar la cruva al cerro para orientarnos hacia el Este, me encuentro con un derrumbe que interrumpe la continuidad del camino. Jorge, que se había adelantado (o yo retrasado), no está a la vista. Paso un rato pensando como seguir y al final descubro una vía posible de bajada (para nada un sendero) que me lleva desde la cota 385 a la de 340 msnm (esto lo compruebo más tarde en mi casa). Al llegar abajo veo que estoy en un sendero y la aplicación de wikiloc en el móvil me suena para advertirme que he vuelto a la ruta programada (la que, como ya he dicho, no supimos encontrar en su momento). Son las dos y cuarto; recorrer este tramo nos ha llevado una hora y veinticinco minutos para una distancia de solo mil ochocientos metros: a una velocidad media de solo 1,27 km/hora.

 
Estoy pues en la ruta. A mi izquierda tengo la ladera a cuya falda en forma de abanico se extiende la práctica totalidad de la extensión urbana de La Punta del Hidalgo, entre el barranco de la Hoya (o de Flandes) al sur y Barranco Seco al este. Si miro de frente, más allá de esta ladera, veo los abruptos escarpes de Anaga. He de seguir con rumbo este y más o menos a nivel (algo por encima de los 340 msnm) durante unos doscientos metros y luego, al llegar a Los Andenes, girar hacia el sur. Pero no sé dónde esta Jorge; grito pero no me contesta. Al poco me suena el móvil que hace solo unos minutos que tiene cobertura. Por lo visto, en el punto donde yo bajé él siguió por la misma cota (no entiendo bien cómo lo hizo porque a mí no me pareció posible). Retrocede y trata de encontrar mi vía de descenso pero sin éxito; así que decidimos ir caminando  paralelos en el mismo sentido pero él cuarenta metros más alto. Casi cuando el sendero va a trazar la curva, encuentra una zona por la que puede bajar y volvemos a juntarnos. Tras girar hacia el sureste seguimos por la misma trocha (pedregosa, mal definida e invadida por la vegetación) otros doscientos cincuenta metros en suave descenso. Luego volvemos a girar –a la izquierda, hacia el noreste– y bajamos la ladera contra pendiente entre bancales antiguos ya abandonados; en solo ciento cincuenta metros descendemos casi 60 metros (de 335 a 278 msbm) y llegamos a un sendero que viene subiendo desde El Homicián (sale desde el camino del Bucio y cruza el barranco) y que, si lo tomáramos hacia arriba (derecha) nos llevaría al sendero homologado PR TF-11 que enlaza El Homicián con la Cruz del Carmen. Nos dirigimos, sin embargo, hacia la izquierda y vamos descendiendo por un sendero bastante más transitable con un trazado bastante recto en su primera mitad y zigzagueante en la segunda, que discurre entre terrenos agrarios en su mayoría abandonados y con el faro de La Punta como referencia frontal. Tras un kilómetro de bajada, llegamos al punto en que el camino gira a la derecha para cruzar el barranco del Homicián y entrar en ese barrio. Nosotros hemos de ir en sentido contrario (hacia el oeste), pero nos encontramos una valla que cierra el paso. Si embargo, un poco hacia la izquierda se puede pasar y cruzar entre bancales hasta llegar a un sendero a nivel  –que sigue siendo privado; de hecho, poco antes del final hay una cancela que por fortuna está abierta– que acaba en el camino Lagarete. Estamos ya en viario municipal, una calle de fuerte pendiente por la que descendemos hasta la carretera general, pasando por el muro del colegio público. Son las tres y veinte de la tarde y hemos llegado al final de la etapa de hoy: 11,200 kilómetros que nos han costado siete horas; una velocidad media bajísima (cuento las paradas), lo que da idea de que la caminata tenía sus dificultades.

domingo, 17 de enero de 2021

El Camino de las Lecheras

Hasta hace apenas medio siglo, una de las más importantes fuentes de ingresos de los ayuntamientos españoles eran los arbitrios que se imponían a las mercancías que se introducían en los cascos urbanos, la mayoría de ellas artículos de primera necesidad. El impuesto, heredero de las alcabalas de la época musulmana, tuvo distintas modalidades, pero en su última etapa, desde mediados del XIX hasta 1962, se cobraba en unas casetas situadas a las entradas de las poblaciones que se denominaban fielatos, término derivado del fiel o balanza que se usaba para el peaje. Hay que decir que este arbitrio era uno de los más odiados, muy especialmente por las clases humildes, y provocó bastantes revueltas en muchos lugares del país. Las tasas eran con frecuencia abusivas (se solían calcular para alcanzar la recaudación requerida para cuadrar el presupuesto municipal) y ello alentaba a los productores a buscar medios para eludir el pago. Por ejemplo, introduciendo mercancías en las ciudades antes del amanecer, que era cuando se abrían los fielatos; a esa práctica se la llamaba pasar género ‘de matute’ (y a los contrabandistas, matuteros), términos derivados de ‘matutino’. 
 
Hasta los años sesenta, el abastecimiento de leche en la ciudad de Santa Cruz corría a cargo de las campesinas laguneras que todos los días “se levantaban muy temprano, cargaban sobre su cabeza una cesta de mimbre, llena de cazos de leche recién ordeñada y, después de dos horas de caminata, llegaban a Santa Cruz y comenzaban a recorrer las casas de sus clientas dejándole el nutritivo alimento con el que cada día se desayunaban” (José Manuel Ledesma Alonso). Si estas mujeres hubieran bajado por la carretera general habrían tenido que pasar por más de un fielato y abonar el obligado arbitrio. Para evitarlos, transitaban por rutas que no solía vigilar la Guardia Civil, veredas que discurrían por los valles y montañas del macizo de Anaga. De este modo el sendero que discurría entre La Laguna y Santa Cruz por los Valles (cuyo trazado probablemente exista desde los primeros años tras la conquista) pasó a denominarse Camino de las Lecheras. Parece que recientemente el Gobierno de Canarias ha realizado obras para recuperar y acondicionar este sendero (aún no homologado) que, por su situación, es bastante transitado por vecinos del área metropolitana. Esta es la ruta que decidimos hacer hoy.
 
 
A las ocho de la mañana llegaron Jorge y Álvaro a mi casa de Santa Cruz, me subí a su coche y seguimos hacia La Laguna. Tomamos la Vía de Ronda y salimos ya pasado el casco urbano al camino del Bronco, calle asfaltada y estrecha que va trepando por las laderas que enmarcan la ciudad por el oriente. Seguimos por la prolongación del Bronco, que es el Camino de Lomo Largo, viario de similares características pero con muchas menos casas a sus márgenes y con trazado orientado al Norte, más a nivel, por lo que se abren buenas vistas hacia la Vega lagunera. Luego la calle vuelve a cambiar de nombre para convertirse en la del Laurel; aparcamos casi al final de ésta, en uno de los pocos espacios llanos junto a la vía. Son las ocho y media cuando empezamos a caminar. El primer kilómetro, más o menos, sigue el trazado de la Cañada Verde que ya recorrimos, pero en sentido inverso, el domingo 20 de diciembre. Pasado el pico Gonzaliánez y poco antes de llegar al camino del mismo nombre, el sendero se bifurca y tomamos el ramal de la derecha, hacia el Este. 
 
 
El siguiente tramo del sendero –de unos 750 metros de longitud– discurre por las laderas meridionales de las elevaciones de El castillete y Lomo Alto, primero en suave pendiente ascendente y luego de bajada hasta cruzar el cauce del barranco de las Chozas en su inicio. El camino apenas es una angosta trocha de tierra escuetamente dibujada entre el matorral que tapiza las colinas. No es de difícil tránsito, aunque las lluvias recientes habían embarrado el firme y había que caminar despacio y atentamente para evitar resbalones. Hasta ese momento íbamos solos, pero de pronto apareció una moto de trial con el consiguiente estruendo que destrozaba la maravillosa paz que disfrutábamos. Pensando que estábamos en el interior del Parque Rural de Anaga, cuyo plan rector prohíbe las motos, a punto estuve de afearle al motorista su comportamiento. No tuve ocasión pues enseguida dio la vuelta y desapareció –visual y acústicamente– . Luego, en casa, comprobé que, aunque muy cerquita de su límite, el Camino de las Lecheras no llega a entrar en níngún momento en el Espacios Natural Protegido. 
 
 
Cruzado el barranco de las Chozas, el sendero sigue por las laderas de La Mesita, con muy escasa pendiente y características similares (trocha angosta de tierra). Recorremos un paisaje precioso y casi (en Tenerife el casi es inevitable) sin construcciones. Avanzados unos quinientos metros, el sendero se ajusta a una cumbrera (la Gollada de los Horneros) por la que discurre casi a nivel. Tras una de las curvas, horadado en la roca y apuntalado, encontramos un abrevadero y junto a él un depósito de agua conectado a la pertinente tubería de goma. Luego, hacia las nueve y media, llegamos a una pequeña explanada definida con un rudimentario vallado y de la que parten tres caminos: uno central que asciende hasta la cumbre de ese promontorio (Pico Hilario) y los otros dos, a la derecha y a la izquierda, que van ambos a Valle Jiménez, pero cada uno por la cuenca de un barranco distinto. Cuando preparé la ruta, buscando en distintas webs, la había trazado por el sendero de la derecha) occidental), que es el que sigue el barranco de Carmona. Pero un tipo joven que estaba sentado en la bifurcación nos aconsejó que fuéramos por el de la izquierda porque el que yo había grabado atravesaba terrenos privados. Le hicimos caso y creo que nos equivocamos, porque el tramo que recorrimos fue el de menor calidad paisajística de la ruta; me queda pendiente para algún día recorrer el otro.
 
 
Durante el siguiente kilómetro (o poco más), el camino mejora sus condiciones de transitabilidad: el firme sigue siendo de tierra pero más firme, el ancho aumenta y el perfil no presenta excesivas pendientes (de hecho, aunque no nos cruzamos con ninguno, por este tramo pueden circular vehículos)  Con un trazado curvilíneo por la ladera va progresivamente descendiendo para llegar al cauce del barranco de Jiménez (pasamos de los 660 a los 540 metros de altitud).  Pasado el barranco el camino va casi a cota por la otra ladera durante unos mil trescientos metros hasta llegar a las últimas edificaciones del caserío Lomo de las Casillas. Bajamos entre este grupito de casas hasta salir a la carretera de Valle Tabares (TF-111) y subimos por ella (en sentido sur) hasta el núcleo principal del asentamiento (cruce de la carretera con la calle Ventura García). Ahí, en la parada de guaguas (aquí llegan dos líneas de TITSA: la 912 desde Santa Cruz y la 228 desde La Cuesta), nos sentamos un rato a comernos los bocatas.
 

El punto en el que hemos descansado está cruzado por la divisoria municipal entre Santa Cruz y La Laguna. Si siguiéramos por la carretera insular entraríamos en el municipio capitalino y en poco más de un kilómetro aparecería el embalse de los Campitos y el barrio de este nombre. Sin embargo, la ruta va por la carretera que llega hasta el parque de Las Mesas, cuya primera parte va por la ladera oeste de esta montaña que cae del lado de La Laguna. Caminamos unos setecientos cincuenta metros por esta carretera paralelos a Valle Jiménez y, cuando empieza la curva que gira hacia el este para entrar en el municipio de Santa Cruz, encontramos una senda de tierra que baja la ladera y que está cerrada con una cadena (es el acceso a una vivienda). Bajamos por ahí, bordeamos la casa y seguimos zigzagueando la ladera hasta que la trocha se convierte en una estrecha pista asfaltada –Camino Mesita Los Valles, se llama– trazada casi en línea recta contra pendiente hasta desembocar en el Camino del Toscal, uno de los ejes viarios principales del núcleo lagunero de Valle Jiménez. En ese punto, además, confluimos con la ruta que había trazado previamente y de la que nos desvíamos. Son casi las once y media.


 
Valle Jiménez es una de las poblaciones más vinculadas a las lecheras y, según he podido comprobar, con cierta frecuencia se celebran actos alusivos a la antigua ruta y a las tradiciones vinculadas. El camino del Toscal enseguida gira hacia el sureste, por la ladera del barranco de Guerra, una hendidura rocosa entre el gran lomo que incluye Valle Jiménez y Las Mesas y la Montaña de Guerra. Esta montaña, por cierto, uno de los volcanes más jóvenes de Anaga (solo tiene alrededor de 150.000 años) parece que debe su nombre al que fue primer regidor de la Isla, Lope Fernández de Guerra, igual que la población de Valle de Guerra, fundada por él. El barranco desciende y en apenas kilómetro y medio desemboca en el de Santos a la altura del barrio de la Salud. En la ladera de enfrente hay una pista que baja hasta el cauce que, tapizado con picón, parece fácil de caminar. Me pregunto si puede hacerse una ruta siguiendo ese barranco y luego continuando por el de Santos; habrá que buscar información, seguro que alguien ya lo ha hecho. En esta zona de la confluencia de los cauces, cuando llueve, el agua que viene de la parte alta del barranco de Guerra cae en cascada; nunca lo he visto, pero Jorge sí. De hecho, también por ese entorno del Risco del Tanque se producía el abastecimiento de agua del núcleo y leo que queda aun un lavadero (pero no lo vimos). En cualquier caso, lo que es evidente es que los farallones rocosos que forman las paredes del barranco son espectaculares y además soporte de varias rutas de escalada; de hecho, vimos a unos cuantos escalando el risco.

El camino del Toscal sigue un rumbo ascendente con edificaciones a la izquierda y vistas abiertas hacia el barranco y Santa Cruz a la derecha. Al cabo de unos seiscientos metros se acaba el caserío y el asfalto y enseguida se llega al final del ascenso (estamos a unos 400 msnm), un pequeño roque que hace de mirador y donde un banco de piedra permite sentarse un rato. Desde ahí se tiene un magnífico panorama de la conurbación. A partir de aquí viene el descenso hasta Santa Cruz, en cuyo término municipal entramos nada más dar unos pocos pasos. Los primeros metros del sendero van por un terreno abierto de pendiente suave y profusa vegetación, una hoya de transición entre dos laderas abruptas. Pero enseguida entra en una de éstas, por la que ha de bajar hasta Barrio Nuevo y el barranco de Santos. El sendero se convierte en una estrecha línea arañada a las paredes rocosas casi verticales. Hay que caminar atento a dónde se pisa, pero el recorrido es magnífico y sorprendente (no nos lo esperábamos, desde luego). Cruzamos el barranquillo de las Goteras, así llamado por las goteras de las cuevas horadadas en las paredes, coladas de basalto con algunas líneas de almagres y columnas prismáticas. Luego se sigue en dirección Sur hasta el borde del Lomo Colorado, justo encima de la Cueva Roja y del Barrio Nuevo chicharrero. Unas escaleras talladas en la propia roca rosada nos permiten bajar hasta la carretera. Acabó el rústico; estamos ya en suelo urbano. Las doce y media. 



 
Al llegar a la carretera Jorge y Álvaro me estaban esperando (me había encontrado con dos amigos y había pasado un ratito conversando con ellos), sentados junto a uno de las dos aberturas de la Cueva Roja. Se trata de una cavidad de grandes dimensiones horadada en la piedra rosada de la montaña. No he descubierto si ese amplio espacio interior –bastante impresionante– es resultado de agentes naturales o humanos, o quizá se debe a la acción combinada de ambos. Tampoco sé si fue habitación aborígen (en alguna web he encontrado esa afirmación pero sin citar referencias y no la he visto en  inventarios arqueológicos), peor lo que sí está confirmado es que era lugar de descanso de las lecheras cuando llegaban a Santa Cruz. Por lo que he visto en la Red, la gente del barrio reclama desde hace tiempo que se rehabilite y acondicione la Cueva, dándole un uso público y evitando el estado de semiabandono en que se encuentra. Desde luego, la singularidad del espacio lo merece; ojalá se haga un proyecto acorde con su calidad. Por cierto, para llegar a la Cueva Roja en coche hay que subir por la carretera de Los Campitos (la que nace junto al Hospital Psiquiátrico Febles Campos) y, cuando ya se ha bordeado casi todo el perímetro oriental del Barrio Nuevo, girar a la izquierda por la carretera de la Cueva Roja. La carretera, al final, se bifurca en dos ramales, ambos rematados en fondos de saco con aparcamiento. El ramal inferior lo han bautizado como Las Lecheras.

Desde el fondo de saco se entra al barrio a través de un pasaje en escalera y seguimos por una calle peatonal descendente (la de las Lecheras) que va bordeando la ladera del lomo en el que se desarrolla la parte más característica del Barrio Nuevo: un caserío apretujado y de estrechos pasajes que trepa por el risco (desde luego, a ninguna de esas muchas viviendas se puede acceder en coche). El barrio sugió en los años treinta, con casas autoconstruidas que poco a poco se iban densificando y obteniendo, con dificultades y demoras, los que hoy consideramos servicios urbanísticos básicos. Me imagino que residiera eal final de la escalera de la foto adjunta; he salido de casa y he llegado abajo y entonces me doy cuenta de que me he olvidado algo ... Vivir aquí tiene que ser duro pero, por eso mismo, seguro que se han desarrollado lazos vecinales que ya no se dan en otras zonas de la ciudad. Recorremos toda la calle de las Lecheras y luego su continuación, la Atarjea Tahodio, hasta su extremo Sur, desde donde hay una magnífica panorámica sobre la ciudad. Ahí giramos a la derecha por Las Escaleritas que ya nos dejan en tramos accesibles al vehículo (calles Drago y Verode) y de ellas a la carretera de Los Campitos que bajamos hasta la curva en donde confluye con la calle Tajinaste. De ahí nos metemos en otra parte de edificios abigarrados y en la empinada ladera que cae al barranco. Entramos por la calle Ribera y luego por la zigzagueante y en escalera de Tamarcos para seguir por Los Santos que nos lleva al pequeño puente que cruza el cauce homónimo.

Caminamos por el viario que discurre por el otro margen del barranco, una pista asfaltada contra la ladera. Excavada en la roca está una ermita (bajo la advocación de la Virgen de la Candelaria, creo) que da nombre a este camino, pero está cerrada. Vamos hacia el Sur mirando la fachada del Barrio Nuevo sobre el barranco, un verdadero despropósito caótico y antiestético. El Camino de la Ermita acaba curvándose y empinándose para subir hasta el barrio de La Salud, junto al puente Javier de Loño Pérez. Cogemos la calle Benahore, luego la de Esther Tellado y después la de José Calzadilla, que nos desemboca en la Avenida de las Islas Canarias, hasta hace muy pocos años General Mola y, desde siempre, la carretera general a La Laguna. Estamos al lado de la glorieta Veintinueve de Mayo (conmemorativa de la primera batalla de Acentejo en la que los guanches derrotaron a los castellanos), donde viví varios años. Desde ella doblamos hacia abajo por la avenida de Bélgica y nos despedimos de Álvaro que se va al Club de Tenis, donde le espera su padre. Nosotros doblamos por la calle Comodoro Rolín y hacia las dos de la tarde entramos en el garaje de mi casa, nos montamos en mi coche y arrancamos hacia la calle lagunera del Laurel, donde sigue aparcado el coche de Jorge.