domingo, 17 de enero de 2021

El Camino de las Lecheras

Hasta hace apenas medio siglo, una de las más importantes fuentes de ingresos de los ayuntamientos españoles eran los arbitrios que se imponían a las mercancías que se introducían en los cascos urbanos, la mayoría de ellas artículos de primera necesidad. El impuesto, heredero de las alcabalas de la época musulmana, tuvo distintas modalidades, pero en su última etapa, desde mediados del XIX hasta 1962, se cobraba en unas casetas situadas a las entradas de las poblaciones que se denominaban fielatos, término derivado del fiel o balanza que se usaba para el peaje. Hay que decir que este arbitrio era uno de los más odiados, muy especialmente por las clases humildes, y provocó bastantes revueltas en muchos lugares del país. Las tasas eran con frecuencia abusivas (se solían calcular para alcanzar la recaudación requerida para cuadrar el presupuesto municipal) y ello alentaba a los productores a buscar medios para eludir el pago. Por ejemplo, introduciendo mercancías en las ciudades antes del amanecer, que era cuando se abrían los fielatos; a esa práctica se la llamaba pasar género ‘de matute’ (y a los contrabandistas, matuteros), términos derivados de ‘matutino’. 
 
Hasta los años sesenta, el abastecimiento de leche en la ciudad de Santa Cruz corría a cargo de las campesinas laguneras que todos los días “se levantaban muy temprano, cargaban sobre su cabeza una cesta de mimbre, llena de cazos de leche recién ordeñada y, después de dos horas de caminata, llegaban a Santa Cruz y comenzaban a recorrer las casas de sus clientas dejándole el nutritivo alimento con el que cada día se desayunaban” (José Manuel Ledesma Alonso). Si estas mujeres hubieran bajado por la carretera general habrían tenido que pasar por más de un fielato y abonar el obligado arbitrio. Para evitarlos, transitaban por rutas que no solía vigilar la Guardia Civil, veredas que discurrían por los valles y montañas del macizo de Anaga. De este modo el sendero que discurría entre La Laguna y Santa Cruz por los Valles (cuyo trazado probablemente exista desde los primeros años tras la conquista) pasó a denominarse Camino de las Lecheras. Parece que recientemente el Gobierno de Canarias ha realizado obras para recuperar y acondicionar este sendero (aún no homologado) que, por su situación, es bastante transitado por vecinos del área metropolitana. Esta es la ruta que decidimos hacer hoy.
 
 
A las ocho de la mañana llegaron Jorge y Álvaro a mi casa de Santa Cruz, me subí a su coche y seguimos hacia La Laguna. Tomamos la Vía de Ronda y salimos ya pasado el casco urbano al camino del Bronco, calle asfaltada y estrecha que va trepando por las laderas que enmarcan la ciudad por el oriente. Seguimos por la prolongación del Bronco, que es el Camino de Lomo Largo, viario de similares características pero con muchas menos casas a sus márgenes y con trazado orientado al Norte, más a nivel, por lo que se abren buenas vistas hacia la Vega lagunera. Luego la calle vuelve a cambiar de nombre para convertirse en la del Laurel; aparcamos casi al final de ésta, en uno de los pocos espacios llanos junto a la vía. Son las ocho y media cuando empezamos a caminar. El primer kilómetro, más o menos, sigue el trazado de la Cañada Verde que ya recorrimos, pero en sentido inverso, el domingo 20 de diciembre. Pasado el pico Gonzaliánez y poco antes de llegar al camino del mismo nombre, el sendero se bifurca y tomamos el ramal de la derecha, hacia el Este. 
 
 
El siguiente tramo del sendero –de unos 750 metros de longitud– discurre por las laderas meridionales de las elevaciones de El castillete y Lomo Alto, primero en suave pendiente ascendente y luego de bajada hasta cruzar el cauce del barranco de las Chozas en su inicio. El camino apenas es una angosta trocha de tierra escuetamente dibujada entre el matorral que tapiza las colinas. No es de difícil tránsito, aunque las lluvias recientes habían embarrado el firme y había que caminar despacio y atentamente para evitar resbalones. Hasta ese momento íbamos solos, pero de pronto apareció una moto de trial con el consiguiente estruendo que destrozaba la maravillosa paz que disfrutábamos. Pensando que estábamos en el interior del Parque Rural de Anaga, cuyo plan rector prohíbe las motos, a punto estuve de afearle al motorista su comportamiento. No tuve ocasión pues enseguida dio la vuelta y desapareció –visual y acústicamente– . Luego, en casa, comprobé que, aunque muy cerquita de su límite, el Camino de las Lecheras no llega a entrar en níngún momento en el Espacios Natural Protegido. 
 
 
Cruzado el barranco de las Chozas, el sendero sigue por las laderas de La Mesita, con muy escasa pendiente y características similares (trocha angosta de tierra). Recorremos un paisaje precioso y casi (en Tenerife el casi es inevitable) sin construcciones. Avanzados unos quinientos metros, el sendero se ajusta a una cumbrera (la Gollada de los Horneros) por la que discurre casi a nivel. Tras una de las curvas, horadado en la roca y apuntalado, encontramos un abrevadero y junto a él un depósito de agua conectado a la pertinente tubería de goma. Luego, hacia las nueve y media, llegamos a una pequeña explanada definida con un rudimentario vallado y de la que parten tres caminos: uno central que asciende hasta la cumbre de ese promontorio (Pico Hilario) y los otros dos, a la derecha y a la izquierda, que van ambos a Valle Jiménez, pero cada uno por la cuenca de un barranco distinto. Cuando preparé la ruta, buscando en distintas webs, la había trazado por el sendero de la derecha) occidental), que es el que sigue el barranco de Carmona. Pero un tipo joven que estaba sentado en la bifurcación nos aconsejó que fuéramos por el de la izquierda porque el que yo había grabado atravesaba terrenos privados. Le hicimos caso y creo que nos equivocamos, porque el tramo que recorrimos fue el de menor calidad paisajística de la ruta; me queda pendiente para algún día recorrer el otro.
 
 
Durante el siguiente kilómetro (o poco más), el camino mejora sus condiciones de transitabilidad: el firme sigue siendo de tierra pero más firme, el ancho aumenta y el perfil no presenta excesivas pendientes (de hecho, aunque no nos cruzamos con ninguno, por este tramo pueden circular vehículos)  Con un trazado curvilíneo por la ladera va progresivamente descendiendo para llegar al cauce del barranco de Jiménez (pasamos de los 660 a los 540 metros de altitud).  Pasado el barranco el camino va casi a cota por la otra ladera durante unos mil trescientos metros hasta llegar a las últimas edificaciones del caserío Lomo de las Casillas. Bajamos entre este grupito de casas hasta salir a la carretera de Valle Tabares (TF-111) y subimos por ella (en sentido sur) hasta el núcleo principal del asentamiento (cruce de la carretera con la calle Ventura García). Ahí, en la parada de guaguas (aquí llegan dos líneas de TITSA: la 912 desde Santa Cruz y la 228 desde La Cuesta), nos sentamos un rato a comernos los bocatas.
 

El punto en el que hemos descansado está cruzado por la divisoria municipal entre Santa Cruz y La Laguna. Si siguiéramos por la carretera insular entraríamos en el municipio capitalino y en poco más de un kilómetro aparecería el embalse de los Campitos y el barrio de este nombre. Sin embargo, la ruta va por la carretera que llega hasta el parque de Las Mesas, cuya primera parte va por la ladera oeste de esta montaña que cae del lado de La Laguna. Caminamos unos setecientos cincuenta metros por esta carretera paralelos a Valle Jiménez y, cuando empieza la curva que gira hacia el este para entrar en el municipio de Santa Cruz, encontramos una senda de tierra que baja la ladera y que está cerrada con una cadena (es el acceso a una vivienda). Bajamos por ahí, bordeamos la casa y seguimos zigzagueando la ladera hasta que la trocha se convierte en una estrecha pista asfaltada –Camino Mesita Los Valles, se llama– trazada casi en línea recta contra pendiente hasta desembocar en el Camino del Toscal, uno de los ejes viarios principales del núcleo lagunero de Valle Jiménez. En ese punto, además, confluimos con la ruta que había trazado previamente y de la que nos desvíamos. Son casi las once y media.


 
Valle Jiménez es una de las poblaciones más vinculadas a las lecheras y, según he podido comprobar, con cierta frecuencia se celebran actos alusivos a la antigua ruta y a las tradiciones vinculadas. El camino del Toscal enseguida gira hacia el sureste, por la ladera del barranco de Guerra, una hendidura rocosa entre el gran lomo que incluye Valle Jiménez y Las Mesas y la Montaña de Guerra. Esta montaña, por cierto, uno de los volcanes más jóvenes de Anaga (solo tiene alrededor de 150.000 años) parece que debe su nombre al que fue primer regidor de la Isla, Lope Fernández de Guerra, igual que la población de Valle de Guerra, fundada por él. El barranco desciende y en apenas kilómetro y medio desemboca en el de Santos a la altura del barrio de la Salud. En la ladera de enfrente hay una pista que baja hasta el cauce que, tapizado con picón, parece fácil de caminar. Me pregunto si puede hacerse una ruta siguiendo ese barranco y luego continuando por el de Santos; habrá que buscar información, seguro que alguien ya lo ha hecho. En esta zona de la confluencia de los cauces, cuando llueve, el agua que viene de la parte alta del barranco de Guerra cae en cascada; nunca lo he visto, pero Jorge sí. De hecho, también por ese entorno del Risco del Tanque se producía el abastecimiento de agua del núcleo y leo que queda aun un lavadero (pero no lo vimos). En cualquier caso, lo que es evidente es que los farallones rocosos que forman las paredes del barranco son espectaculares y además soporte de varias rutas de escalada; de hecho, vimos a unos cuantos escalando el risco.

El camino del Toscal sigue un rumbo ascendente con edificaciones a la izquierda y vistas abiertas hacia el barranco y Santa Cruz a la derecha. Al cabo de unos seiscientos metros se acaba el caserío y el asfalto y enseguida se llega al final del ascenso (estamos a unos 400 msnm), un pequeño roque que hace de mirador y donde un banco de piedra permite sentarse un rato. Desde ahí se tiene un magnífico panorama de la conurbación. A partir de aquí viene el descenso hasta Santa Cruz, en cuyo término municipal entramos nada más dar unos pocos pasos. Los primeros metros del sendero van por un terreno abierto de pendiente suave y profusa vegetación, una hoya de transición entre dos laderas abruptas. Pero enseguida entra en una de éstas, por la que ha de bajar hasta Barrio Nuevo y el barranco de Santos. El sendero se convierte en una estrecha línea arañada a las paredes rocosas casi verticales. Hay que caminar atento a dónde se pisa, pero el recorrido es magnífico y sorprendente (no nos lo esperábamos, desde luego). Cruzamos el barranquillo de las Goteras, así llamado por las goteras de las cuevas horadadas en las paredes, coladas de basalto con algunas líneas de almagres y columnas prismáticas. Luego se sigue en dirección Sur hasta el borde del Lomo Colorado, justo encima de la Cueva Roja y del Barrio Nuevo chicharrero. Unas escaleras talladas en la propia roca rosada nos permiten bajar hasta la carretera. Acabó el rústico; estamos ya en suelo urbano. Las doce y media. 



 
Al llegar a la carretera Jorge y Álvaro me estaban esperando (me había encontrado con dos amigos y había pasado un ratito conversando con ellos), sentados junto a uno de las dos aberturas de la Cueva Roja. Se trata de una cavidad de grandes dimensiones horadada en la piedra rosada de la montaña. No he descubierto si ese amplio espacio interior –bastante impresionante– es resultado de agentes naturales o humanos, o quizá se debe a la acción combinada de ambos. Tampoco sé si fue habitación aborígen (en alguna web he encontrado esa afirmación pero sin citar referencias y no la he visto en  inventarios arqueológicos), peor lo que sí está confirmado es que era lugar de descanso de las lecheras cuando llegaban a Santa Cruz. Por lo que he visto en la Red, la gente del barrio reclama desde hace tiempo que se rehabilite y acondicione la Cueva, dándole un uso público y evitando el estado de semiabandono en que se encuentra. Desde luego, la singularidad del espacio lo merece; ojalá se haga un proyecto acorde con su calidad. Por cierto, para llegar a la Cueva Roja en coche hay que subir por la carretera de Los Campitos (la que nace junto al Hospital Psiquiátrico Febles Campos) y, cuando ya se ha bordeado casi todo el perímetro oriental del Barrio Nuevo, girar a la izquierda por la carretera de la Cueva Roja. La carretera, al final, se bifurca en dos ramales, ambos rematados en fondos de saco con aparcamiento. El ramal inferior lo han bautizado como Las Lecheras.

Desde el fondo de saco se entra al barrio a través de un pasaje en escalera y seguimos por una calle peatonal descendente (la de las Lecheras) que va bordeando la ladera del lomo en el que se desarrolla la parte más característica del Barrio Nuevo: un caserío apretujado y de estrechos pasajes que trepa por el risco (desde luego, a ninguna de esas muchas viviendas se puede acceder en coche). El barrio sugió en los años treinta, con casas autoconstruidas que poco a poco se iban densificando y obteniendo, con dificultades y demoras, los que hoy consideramos servicios urbanísticos básicos. Me imagino que residiera eal final de la escalera de la foto adjunta; he salido de casa y he llegado abajo y entonces me doy cuenta de que me he olvidado algo ... Vivir aquí tiene que ser duro pero, por eso mismo, seguro que se han desarrollado lazos vecinales que ya no se dan en otras zonas de la ciudad. Recorremos toda la calle de las Lecheras y luego su continuación, la Atarjea Tahodio, hasta su extremo Sur, desde donde hay una magnífica panorámica sobre la ciudad. Ahí giramos a la derecha por Las Escaleritas que ya nos dejan en tramos accesibles al vehículo (calles Drago y Verode) y de ellas a la carretera de Los Campitos que bajamos hasta la curva en donde confluye con la calle Tajinaste. De ahí nos metemos en otra parte de edificios abigarrados y en la empinada ladera que cae al barranco. Entramos por la calle Ribera y luego por la zigzagueante y en escalera de Tamarcos para seguir por Los Santos que nos lleva al pequeño puente que cruza el cauce homónimo.

Caminamos por el viario que discurre por el otro margen del barranco, una pista asfaltada contra la ladera. Excavada en la roca está una ermita (bajo la advocación de la Virgen de la Candelaria, creo) que da nombre a este camino, pero está cerrada. Vamos hacia el Sur mirando la fachada del Barrio Nuevo sobre el barranco, un verdadero despropósito caótico y antiestético. El Camino de la Ermita acaba curvándose y empinándose para subir hasta el barrio de La Salud, junto al puente Javier de Loño Pérez. Cogemos la calle Benahore, luego la de Esther Tellado y después la de José Calzadilla, que nos desemboca en la Avenida de las Islas Canarias, hasta hace muy pocos años General Mola y, desde siempre, la carretera general a La Laguna. Estamos al lado de la glorieta Veintinueve de Mayo (conmemorativa de la primera batalla de Acentejo en la que los guanches derrotaron a los castellanos), donde viví varios años. Desde ella doblamos hacia abajo por la avenida de Bélgica y nos despedimos de Álvaro que se va al Club de Tenis, donde le espera su padre. Nosotros doblamos por la calle Comodoro Rolín y hacia las dos de la tarde entramos en el garaje de mi casa, nos montamos en mi coche y arrancamos hacia la calle lagunera del Laurel, donde sigue aparcado el coche de Jorge. 


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