domingo, 27 de diciembre de 2020

Camino Viejo de Candelaria (tramos 5 al 12)

Varias décadas antes de la conquista de Tenerife apareció en la desembocadura del barranco de Chimisay (actual playa del Socorro, en Güímar) una talla gótica de la Virgen con el Niño sujeto con el brazo derecho y un trozo de vela en la mano izquierda. La leyenda de los dos pastores guanches que la descubrieron, del traslado de la imagen a la residencia del mencey Acaymo y finalmente a la cueva de Achbinico, muy cerca de la actual Basílica es sobradamente conocida. Lo cierto es que el propio Adelantado, en 1497, peregrinó desde La Laguna hasta esa cueva guanche para venerar a la virgen de la candela. La ruta que siguió, según parece, ya era transitada por los aborígenes y los castellanos lo que hicieron fue adoptarla y mejorarla (empedrarla, por ejemplo), convirtiéndolo en la ruta principal desde la capital de la Isla hacia el Sur. Es pues uno de los caminos históricos de Tenerife y su importancia por fin en 2012 motivó a las administraciones a afrontar un proyecto de recuperación integral que pretende no solo la rehabilitación física sino también la dinamización social y puesta en valor de este sendero (iniciativa digna de aplauso, desde luego, aunque me parece que no se esta abordando con los suficientes medios y energía; en todo caso, se ha hecho una muy recomendable página web sobre el camino).
 
El camino empieza en el Centro Histórico de La Laguna, en cualquiera de los inmuebles religiosos importantes, como la iglesia de La Concepción o el ex-convento de Santo Domingo –lugares donde se acogía a la Virgen de Candelaria cuando se trasladaba a la ciudad– pero también la iglesia de San Agustín o la Catedral. Del casco lagunero se cruza la autopista por el puente del Coromoto y se toma el camino de San Francisco de Paula, actual carretera insular TF-265 (este tramo ya lo caminamos hace menos de un mes en la primera etapa del Camino de la Cañada Verde). Sigue San Francisco de Paula en toda su longitd hasta Llano del Moro y, a partir de ahi, por su prolongación que es la calle del Convento, hasta cruzar tres cauces que al confluir marcan el inicio del barranco Tamaragua que es el límite con el municipio de El Rosario. Esa es la parte alta del caserío disperso articulado por la calle de Los Toscales y, al final del mismo, hay una edificación denominada la Casa del Pino, a partir de la cual empieza el tramo quinto del camino y que decidimos que fuera el inicio de nuestra ruta de hoy (la parte anterior del camino no tiene casi atractivo).

 
Recogí a Jorge, Clara y Álvaro en Candelaria y retrocedimos por la autopista hasta la salida del Chorrillo, la que cruza la TF-1 formando una curva que es casi un semicírculo (trazado inicial de la proyectada, muy discutida y veremos si algún día ejecutada autopista exterior del área metropolitana). Subimos por la carretera del Tablero hasta su final; luego por la calle Capuchina, prolongación de la anterior y encajonada entre edificaciones; al llegar a una hornacina religiosa doblamos a la izquierda por la calle Crisantemo, una pista asfaltada muy estrecha (no se cruzan dos coches) y que pronto se vuelve sinuosa para cruzar el barranco de Tamaragua y entrar en El Rosario. Al salir del barranco doblamos hacia la derecha por la calle Los Toscales que en unos setecientos metros desemboca en el camino de Candelaria, muy cerquita del comienzo de nuestra ruta. Aparcamos el coche junto a un camino transversal y a escasos metros más adelante nos encontramos el cartel que anuncia el inicio del tramo 5 que va de Los Toscales (donde estamos) hasta Machado. También nos dice que está declarado BIC, al igual que los siguientes cuatro tramos. Empezamos la caminata doblando a la derecha por una pequeña bajada junto a la edificación que se supone es la Casa del Pino (no sé el porqué del nombre ni la historia de este inmueble, si es que historia hay) que en una de sus paredes alguien ha pintado –con no excesiva pericia– la imagen de la Morenita. Son las nueve menos veinte y el cielo está encapotado.

 
El camino está empedrado y en bastante buen estado. Descendemos con una pendiente suave pasa cruzar en barranco de Somedo y nada más pasarlo viene el de Toriño o de los Valentines. Junto al cauce de este último discurre hacia arriba un camino que lleva hasta el bosque de La Esperanza; algún día habremos de recorrerlo. El paisaje es precioso, reverdecido por las lluvias recientes. Ligero ascenso y llegamos a la carretera que va a Machado (TF-274). Cruzada la carretera el camino pasa a ser una pista asfaltada que atraviesa casi a nivel una ladera no muy empinada y aterrazada, aunque la mayor parte de los bancales ya no se cultivan y están siendo colonizados por las yerbas y matorrales silvestres. Tras unos trescientos metros de asfalto (hasta llegar a una edificación de buen tamaño)  el camino vuelve a ser de tierra. Enseguida cruza la parte final del camino del Agua –flanqueado algo más abajo por unas cuantas viviendas– y sigue unos novecientos metros, con ligeras subidas y bajadas, hasta llegar a la Ermita de el Rosario, en la parte alta del núcleo de Machado. 
 
 
Pocos metros antes, hay una desviación a la derecha que es el acceso a la llamada Casa del Pirata, en la que cuenta la leyenda que vivió el famoso corsario tinerfeño Amaro Pargo; pero no lo sabíamos y no nos acercamos a verla. En todo caso, según he podido enterarme curioseando en la Red, ya solo quedan ruinas de lo que fue una casona rural de grandes dimensiones con varios volúmenes –muros de piedra y cubierta de madera y tejas– organizados en torno a un patio central. En uno de los cuerpos orientados al mar se disponía la habitación de mayor calidad, con artesonados semejantes a los de la vecina ermita y un gran ventanal desde el que se domina toda la bahía y de la que, según cuentan, el Pirata oteaba los barcos que aparecían por el horizonte. El inmueble fue declarado Bien de Interés Cultural en 2003 (en la misma resolución se declaraba también la ermita). Durante varios años el Cabildo se planteó adquirirlo pero parece que finalmente lo compró un conocido periodista local. Una pena, porque habría estado muy bien rehabilitar la edificación y destinarla a algún uso público vinculado al Camino. [El video que encabeza este párrafo es una panorámica de la Casa del Pirata tomada con dron en febrero de 2016; lo he descargado de https://www.youtube.com/watch?v=B9beRDhSC_8].

 
Por donde sí pasamos –y nos detuvimos unos minutitos– fue por la ermita de El Rosario. Es una de las más antiguas de la Isla y se construyó (se cree que en la tercera década del XVI) vinculada al Camino, para servir de parada y refugio, lo que explica su sobrenombre de Ermita del Descanso. La primitiva ermita, de planta cuadrada, se corresponde con el actual prebisterio, una capilla separada del resto de la nave por un arco de madera y un escalón que da acceso al altar mayor. Las fachadas son paredes encaladas de blanco, con contrafuertes y las cubiertas a cuatro aguas con teja. La iglesia cuenta con una plaza en su fachada Sur que es un magnífico mirador hacia el paisaje: laderas de vegetación natural, cultivos, urbanizaciones y el océano inmenso de fondo. Estamos al final del barrio de Machado –cuyo origen, probablemente, se relacionará con la propia ermita– y también en el punto final del quinto tramo del Camino Viejo. A las 9:30 retomamos la marcha.

El sexto tramo, empedrado y también declarado BIC, va en descenso desde los 490 metros hasta los 390 metros al cruzar el barranco de las Siete Fuentes (en una longitud de 800 metros; es decir, pendiente media del 12,5% con tramos puntuales bastante empinados). Desde el principio tenemos a la vista el pueblo de Barranco Hondo (final del tramo) y tras él, la montaña del Picacho, avanzadilla de las estribaciones que vienen desde la Dorsal; el paisaje –no me importa repetirme– es magnífico. A mano derecha, en el paraje denominado la Asomadita, nos encontramos con una era perfectamente definida y conservada que es, a su vez, un balcón hacia el mar. Otro elemento omnipresente durante este tramo es un canal que discurre por la cota 400 y que cruzaremos poco antes de llegar al barranco de las Siete Fuentes. Cien metros más arriba discurre el de Araya, que lleva aguas de las galerías de Güímar a Santa Cruz (éste lo cruzamos al principio del tramo, junto a la ermita).

La última parte de este tramo (unos 600 metros) discurre más o menos llana hasta que gira hacia la derecha convirtiéndose en una pista asfaltada que sube por el pequeño asentamiento de La Camellera, en el lado Norte del Barranco Hondo que delimita los términos de El Rosario y Candelaria. La pista traza una curva cerrada para salvar el barranco, pero la ruta sigue por una estrecha bajada hacia el cauce, muy poco visible y que es fácil pasarse (de hecho, en la etapa 39 de la vuelta a la Isla que acabó en la parte final de La Camellera y discurrió casi toda por el Camino Viejo, no supimos encontrar este cruce del barranco). El sendero, que conserva bastante del empedrado, está muy colonizado por la vegetación pero no es de difícil tránsito ni tampoco la bajada y la subida son cuestas demasiado empinadas. Al llegar arriba estamos en el pueblo de Barranco Hondo (el mismo nombre que el del barranco), ya en el municipio de Candelaria y donde acaba este sexto tramo. Avanzamos por la calle Felipe Cruz y, dejando a la izquierda lo que debió ser el embrión originario de esta población que se remonta al siglo XVI (el eje de la calle Albarianes, entre los barrancos Hondo y de Chagoigo), llegamos enseguida a la plaza principal, donde se erige la iglesia de San José, de mediados del XIX. Aquí nos detenemos para descansar un rato y comer los bocatas. Son las diez y veinte.
 
El séptimo tramo, muy breve, de apenas un kilómetro, es simplemente el recorrido por Barranco Hondo siguiendo por el eje formado por las calles La Calzadilla, La Capilla, Cruz de los Cantos y La Angostura, que nos deja ante la pared del campo de fútbol del pueblo. Calles asfaltadas en pendiente descendente y nada que merezca la pena reseñar.

El octavo tramo tiene una longitud de algo más de dos kilómetros y, hasta poco antes de acabar, discurre con trazado serpenteante y de poca pendiente por encima de las estribaciones de la ladera de Chafa, límite de la formación geológica del Valle de Güímar. En ese recorrido se van cruzando varios barrancos pero sin apenas desnivel (Cueva de la Campana, la Gotera, el Bocho, Gurruncho, de los Porqueros y Chajarche). La parte final es un descenso no muy pronunciado para entrar en Igueste, asentamiento encajonado entre dos laderas que ya puede considerarse dentro del Valle de Güímar. El sendero –que en este tramo también está declarado BIC– es de tierra bien apisonada con restos bastantes de empedrado y, durante varios tramos, muro de piedra seca en sus bordes. Al discurrir en sentido Suroeste por encima de la ladera, se abren unas vistas magníficas sobre la costa, con toda la cornurbación Caletillas-Candelaria y al fondo la silueta inconfundible de la Montaña Grande de Güímar. Hay que referirse también a los canales de agua que atraviesan esta ladera a distintos niveles (el de Araya, el de Güímar y algún otro) y que cruzamos en varios puntos. 
 
Junto a este tramo, en el lomo triangular delimitado entre los barrancos de los Porqueros y de Chajarche, se localiza el antiguo caserío de Pasacola, del que ya solo quedan ruinas. El acceso, un sendero que desciende entre bancales, está señalizado pero no bajamos porque ya lo habíamos hecho en 2019 en la etapa 39 de la vuelta a la Isla. De todos modos, al margen de su interés histórico, en la actualidad son solo ruinas, restos escasos de muros de piedra; lo único bien conservado es una era situada en el extremo inferior. Según he curioseado por ahí, este caserío, en el que no llegaron a vivir más de trece familias, tiene su origen probablemente en la primera mitad del XIX y empezó a deshabitarse a principios del XX para quedar vacío en 1921; así que ni es muy antiguo ni tuvo larga vida. Obviamente, sus vecinos se dedicaron a la agricultura en los bancales junto a los que construyeron sus viviendas. En fin, otro ejemplo de los muchos que muestran la intensidad del aprovechamiento humano del territorio tinerfeño, a pesar de su difícil orografía.
 
 
Hacia las doce menos cuarto entramos en el pueblo de Igueste de Candelaria (el último tramo, a partir del cruce del canal de Araya, es una pista asfaltada). Este pueblo, de topónimo aborígen, es el asentamiento más antiguo del municipio ya que consta que, tras la aparición de la Virgen y su traslado a la cueva de Achbinico, Acaymo cedió para la veneración de la imagen un rebaño de 600 cabras que pastaban en este Valle a cargo de los que fueron sus primeros pobladores. Accedemos por la parte alta del núcleo, llamada La Sabinita-La Jimenez, que es la más antigua y conforma un caserío muy agradable con buenos ejemplos de arquitectura tradicional canaria. Bajamos por la calle de La Estila que confluye en la del Reverendo Padre Simón Higuera (cura del pueblo que, a finales del XIX, se vio involucrado en una revuelta de los vecinos contra dos guardiaciviles, lo que le costó cuatro años de encierro en el penal de San Miguel) y ésta remata en la Iglesia de la Santísima Trinidad, construida como ermita en el XVIII y ampliada durante el XIX hasta su estado actual. Seguimos bajando, ya en la zona de Ajoreña, la parte más moderna del pueblo (y de menor interés), siguiendo la calle de Antonio García Pérez, Plaza de Dimas Coello (pintor y poeta nacido aquí en 1935) y camino Los Revolcaderos que llega hasta el barranco de Añaco que delimita Igueste por el Oeste. Ahí acaba el pueblo y el tramo 9 del Camino Viejo.
 

El décimo tramo, también declarado BIC, es muy corto, no llega a cuatrocientos metros. Baja unos 30 metros hasta el cauce del barranco de Afirama y luego sigue casi a nivel hasta enlazar con el camino de la Cruz Colorada. El firme mantiene bastante del empedrado antiguo y en gran parte de su longitud está delimitado por muros de piedra seca; buen estado de conservación y fácil de transitar. Al cruzar el barranco se pasa frente a la gran Cueva de Añaco, lugar de habitación aborígen pero en la que ya no quedan vestigios arqueológicos pero ello no obsta para que los estratos pétreos de la cavidad, muestrario de texturas y colores, sean de gran belleza.
 
El siguiente tramo, el undécimo, presenta mucho menor interés paisajístico o patrrimonial. Los primeros 560 metros discurren por el camino Cruz Colorada, una pista asfaltada que desciende entre campos de cultivo en su mayor parte abandonados y viviendas de dos y tres plantas y muy baja calidad arquitectónica que forman el asentamiento del mismo nombre. Al llegar a la Carretera General del Sur la ruta mantiene la dirección Sur, pero ahora es un sendero de tierra que a lo largo de unos 700 metros atraviesa un territorio muy degradado (movimientos de tierra, escombros). El camino acaba en la exquina de Brilladol, una urbanización de chalets. Estamos junto a la TF-1 y lo lógico sería seguir por su margen superior (entre la urbanización y la autopista) hasta poder cruzarla; pero, a pesar de que se ve un sendero que sigue por allí, el paso está cerrado por una valla, imagino que de forma provisional (quizá por morivos de seguridad) y que en el futuro será abierto. De modo que hemos de subir por la calle del Drago, girar a la izquierda por la de la Tabaiba y volver a bajar por la del Pinar y, después de caminar 330 metros, llegar a un punto a solo 70 metros de donde estábamos.
 
Desde ese punto, la ruta "oficial" sigue pegada al trazado de la autopista hasta llegar al túnel que la cruza por debajo y sale a la calle Batayola, ya en el núcleo urbano de Candelaria. Sin embargo, a pesar de la taxativa prohibición, decidimos cruzar la TF-1 por el puente inacabado que está justo al final de la calle del Pinar de Brillasol. El final de la plataforma queda a unos dos metros del terreno, lo que nos obligó a un salto no exento de algún riesgo; para conmemorar tan atrevida e ilegal hazaña tomé la fotografía de mis compañeros de aventura. Seguimos bajando en diagonal a través de terrenos eriales (se trata de un sector de suelo urbanizable que no ha sido desarrollado) hasta llegar a la Rambla de los Menceyes, avenida principal de este ensanche de Candelaria, donde recuperamos la ruta. A partir de la glorieta que remata la rambla, bajamos por las calles de Triquivijate (un pequeño pueblo del municipio de Antigua, en Fuerteventura) y de la Piscina hasta llegar justamente a la Piscina Municipal, ya en primera línea de costa. Seguimos pegados al mar por la calle de la Piscina (playita de arena negra en la trasera del muelle con gente bañándose a final del año) y luego por la avenida de la Constitución (el pequeño puerto pesquero y deportivo) hasta llegar al aparcamiento enfrente del Ayuntamiento que era donde Jorge había dejado su coche. En rigor tendríamos que haber avanzado unos cuatrocientos metros más para acabar en la Basílica, o incluso haber seguido otros doscientos sesenta por el paseo de San Blas hasta la antigua cueva de Achbinico. Pero todo eso ya lo habíamos caminado, en sentido contrario, en nuestra vuelta a la Isla y, además, estábamos ya algo cansados. Era la una y media; en el coche de Jorge fuimos a recoger el mío y fin de la etapa de hoy.

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