viernes, 11 de marzo de 2022

Lo que no me termina de convencer del liberalismo (2): la propiedad privada

El cuarto “principio” del liberalismo es, según Rallo, la propiedad privada que, siguiendo a Gerald Gaus (un filósofo político de la Universidad de Arizona muerto en 2020) incluye siete derechos bastante absolutos (la concreción extendida de los tradicionales romanos de uso, disfrute y disposición); parece que para el liberalismo no hay “función social de la propiedad”. Establece Rallo que “sin derechos de propiedad sobre el entorno resultaría imposible determinar quién está conculcando el derecho de libertad de quién” o –lo que viene a ser lo mismo– para poder ejercer la libertad individual (el derecho a vivir la propia vida como quiera) es imprescindible el derecho de propiedad en los términos definidos. Esta afirmación no viene argumentada y, de hecho, a mí no termina de convencerme. 
 
Estoy de acuerdo en que, para poder ejercer la libertad personal, es necesario contar con una cierta seguridad en el uso e incluso posesión de los recursos. Pero no creo que necesariamente esa seguridad haya de resolverse mediante la propiedad privada tal como la entendemos. Por ejemplo, no creo que el derecho del propietario a impedir que los no propietarios utilicen el bien sea imprescindible para que el propietario pueda ejercer su libertad. Evidentemente, no estoy diciendo que reconozca el derecho de nadie a usar algo que no es suyo, pero sí que ese derecho del propietario que reconoce Gaus podría decaer –mediante la pertinente regulación– cuando el bien está en manifiesto desuso, pensemos en viviendas vacías o fincas agrarias abandonadas. No alcanzo a entender por qué es imprescindible que el propietario pueda disponer absolutamente de sus propiedades para ejercer su libertad. Y dudas similares me asaltan respecto de otros derechos que el liberalismo asocia a la libertad. Pero –para que conste– no niego tajantemente la vinculación entre propiedad privada y libertad individual, pero no me convence de momento (a la espera quedo de mayores argumentos) que aquella –sobre todo entendida de forma tan absoluta– sea imprescindible para que pueda existir la segunda. 
 
La propiedad es legítima para los liberales cuando el bien se ha obtenido de forma pacífica, sin arrebatárselo a otro. La forma originaria de obtener la propiedad es mediante su ocupación o posesión cuando nadie lo ocupa o posee. Pero también por adquisición libre y voluntaria del propietario anterior. A mí, esto del origen pacífico de la propiedad me parece casi un cuento de hadas. Más ajustado a la historia me parece el famoso aserto de Proudhon de que la propiedad es un robo; de hecho, si nos fuéramos al origen, eso sería verdad en un altísimo porcentaje de los casos. No siempre, claro; el supuesto más claro de propiedad legítima es la que proviene del trabajo propio. Y aún así mucho habría que cuestionar; por ejemplo: si yo compro una vivienda con los ingresos de mi trabajo y al cabo de unos años, gracias a un funcionamiento del mercado que nada tiene que ver con mecanismos justos, ha doblado su valor, ¿es legítimo ese incremento de valor de mi propiedad? Podría argumentar –no lo haré ahora– que el aumento de valor de mi propiedad se produce a costa de limitar o impedir el ejercicio de la libertad de vivir sus vidas de muchos otros (personas indeterminadas) y consecuentemente, en cierto modo, también esta propiedad mía pasa a ser un robo. 
 
Luego está el siempre escabroso asunto de la legitimidad de las herencias. Como forma parte del derecho de propiedad transferirla a terceros, los liberales defienden el derecho absoluto a dejar en herencia los bienes (en cambio, sería contrario al liberalismo la obligación del propietario de dejar sus bienes o parte de ellos en herencia). Ahora bien, como es evidente, las herencias son la causa principal de las desigualdades de partida entre los seres humanos, la razón fundamental de que unos puedan ser libres desde que nacen (en el sentido de poder poner en práctica el proyecto vital lo que quieran) y otros tengan esa capacidad muy mermada. Pero lo que no entiendo es por qué es necesario para poder ejercer la libertad personal tener el derecho de legar tu propiedad; salvo, claro está, que el proyecto vital incluya resolver los proyectos vitales de tus descendientes.
 
Y es que, ya puestos, el rechazo que me produce esa concepción sacralizada de la propiedad privada es justamente el argumento que usa el liberalismo. Creo también en la necesidad de garantizar la posesión y el uso de los bienes materiales suficientes para ejerecr con libertad tu poryecto de vida, pero de ahí no deduzco como hacen los liberales que la propiedad es un derecho absoluto y sacrosanto. Yo la defendería hasta límites razonables, los suficientes (incluso con holgura) para ejercer la libertad personal. Pero no es necesario tener muchas mansiones, aviones privados, islas propias, etc para ser libre. Y es que, además, estoy convencido de que a partir de esos límites razonables, la propiedad privada siempre implica coerción sobre la libertad de los demás. Así que en este asunto de la propiedad –que es fundamental– no me terminan de convencer las tesis liberales.

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