martes, 24 de febrero de 2009

Llantos laborales

Llorar es cosa de mujeres; llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre, dicen que le dijo la madre de Boabdil a su atribulado hijo. Se trata del cliché tradicional, de un condicionamiento cultural del que encontramos múltiples ejemplos históricos tan atrás como nos remontemos (al menos, los hay desde la guerra de Troya). Y, desde luego, por más que, como dice Rosa Montero en su último artículo de El País Semanal, "el empuje del feminismo y la revolución sexual de los años sesenta puso en cuestionamiento los roles tradicionales", sigue siendo inusual que los hombres lloremos antes ojos extraños. Por eso justamente nos parecen tan llamativas escenas como el "desmoronamiento emocional" de Roger Federer tras perder la final del pasado Open de Australia. Pero, incluso en un caso como ese, percibo que los comentarios seguían arrastrando los mismos prejuicios sobre la virilidad que subyacen en nuestras dificultades ante el llanto. Porque se ha dicho que Federer "lloró como todo un hombre", que lleva implícito el reconocimiento de que para "atreverse" a dejar ver sus emociones en un evento tan importante y ante tantísimos millones de espectadores hay que tenerlos muy bien puestos. Olvidémonos del tenista suizo e imaginemos que quien llora es un compañero de trabajo después de que el jefe le ha echado una bronca por haber cometido un error grave. Dudo que hubiese muchas personas (e incluyo a las mujeres) que pensaran que ese tipo muestra un comportamiento ejemplar al ser capaz de expresar sus emociones (o que es muy hombre por ello).

Supongo que el mecanismo represor del llanto en los varones, siendo un condicionante cultural (transmitido, por tanto, a través de la socialización mediante multitud de factores a lo largo de toda nuestra vida y, especialmente, de nuestras infancias), tiene una base biológica o evolutiva. Tengo la impresión de que los constructos ideológicos más o menos universales (que se van repitiendo en casi todas las culturas) se van elaborando a partir de ciertas opciones de la evolución biológica que ofrecen ventajas adaptativas frente a otras. Luego, es cierto, puede que los factores "naturales" de los que derivaban tales ventajas desaparezcan, pero los prejuicios ideológicos son ya tan fuertes, están tan enraizados en la sociedad, que es costosísimo cuestionar los comportamientos resultantes. El llanto invoca la compasión del otro, es una llamada de protección. Es el recurso fundamental de las crías (no sólo humanas) y, por tanto, proclama expresamente la indefensión. La declaración de su indefensión, de su debilidad, imagino que resultaría ventajosa a las mujeres, requeridas de protección para poder parir y criar a los recién nacidos. Por los mismos motivos, en cambio, sería un desastre que un varón cromagnon exhibiese un comportamiento similar. Quizá por eso, mientras que en unas la naturaleza les animaba a "expresar sus emociones", en los otros nos las reprimía. Ingeniosamente (ma non è vero), Rosa Montero dice que "tal vez, la prominente nuez de Adán, ese carácter sexual secundario masculino, sea el resultado orgánico de cientos de generaciones de varones permanentemente atragantados por un nudo de lágrimas".

Como sea, la verdad es que el llanto como recurso sigue funcionando en muchas mujeres y sigue siendo inimaginable para muchos hombres. Con relativa frecuencia, en el entorno laboral, me he topado con mujeres que me han mostrado, mediante lágrimas, su sensibilidad herida. Y efectivamente, ante el lloro de esas mujeres, mi reacción primaria ha sido siempre la de protegerlas: si había sido yo el causante de su llanto (por un trato duro), me venía un sentimiento de culpa y de arrepentimiento; si había sido otro, me ponía en el acto del lado de la "agredida" condenando sin paliativos a quien había provocado esas lágrimas. Pero en los últimos tiempos, desde que me he ido parando a reflexionar sobre los comportamientos de algunas de esas mujeres que se sienten dolidas porque las tratan con demasiada dureza en el trabajo, la compasión refleja va siendo tamizada en no pocas ocasiones por un cabreo sordo, un cierto hartazgo frente a actitudes de niña mimada incapaz de enfrentarse a las cosas. De hecho, en las tres últimas mujeres en las que he observado el recurso al lloro porque se sentían maltratadas en el trabajo (recibieron reprimendas) verifiqué algunas notas comunes. La primera, que ciertamente habían cometido faltas en sus obligaciones laborales; no se les había llamado la atención injustamente. La segunda, que todas ellas minimizaban su responsabilidad en el fallo cometido y se empeñaban en poner de relieve la absoluta desproporción entre el error y la regañina recibida; no eran culpables de nada, sino víctimas. La tercera que la valoración de ellas disentía de la que hacía el resto de los compañeros sobre los mismos incidentes; es decir, la mayoría pensaba que las habían tratado igual de mal que a cualquier otro ante situaciones análogas y, además, que tenían tendencia a cometer demasiadas faltas en el curro.

Como a dos de estas tres mujeres a las que me refiero creo conocerlas bien, puedo asegurar que el recurso al llanto no es intencionado; no lloran a propósito sino que no pueden evitar que les broten las lágrimas cuando se sienten agredidas, injustamente maltratadas. Lo malo es que han desarrollado una sensibilidad muy aguda para detectar cualquier atisbo de maltrato laboral, al mismo tiempo que se les ha embotado la capacidad autocrítica. Es habitual, por eso, que estén más atentas a la forma en que se les dicen las cosas que a esas cosas en sí (las instrucciones para hacer un trabajo, por ejemplo), con el resultado inevitable de que no se enteran lo suficiente para reducir la posterior comisión de errores. Es frecuente también que, cuando se les hace notar el fallo, estén más pendientes a sus emociones (esas que sienten ante la indelicadeza de una reconvención) que a reflexionar sobre las causas por las que se ha producido; y también estén más prestas a sentirse víctimas que a asumir con honestidad y humildad que lo han hecho mal (todos hacemos las cosas mal). Ambos comportamientos impiden que aprendamos de los errores y nos condenan a repetirlos.

En todo caso, lo cierto es que la "táctica" (por muy inconsciente que sea) funciona, y lo hace por el mecanismo tan normal que nos hace medir una emoción por el acto externo mediante el cual se expresa (el llanto, en este caso) y hacerlo con la escala personal de cada uno. Es decir, asumo que esas mujeres deben sentirse enormemente dolidas porque para que a mí me saliesen las lágrimas ante una situación análoga tendría que estar al borde del colapso emocional. Pero me olvido de que yo estoy programado genética y culturalmente para "aguantar" sin llorar y ellas para lo contrario. Porque, si no fuera así (no estoy nada seguro de nada), dado que los incidentes objetivos causantes del "dolor" son los que son (y he vivido esos y otros bastante más duros), habré de concluir que la explicación radica en que esas mujeres tienen mucha más sensibilidad que yo, que no es ya que ellas puedan expresar sus emociones y yo no, sino que ellas las tienen y yo no (o las tienen en muchísima mayor intensidad que yo), obviamente ante hechos externos similares. Pues no sé, puede que esas mujeres (o las mujeres, haciendo una generalización odiosa) tengan más, mucha más, sensibilidad, pero no me termino de convencer ...

En cambio, lo que me parece es que muchas veces esas personas que se sienten tan dolidas y expresan con lágrimas su emotividad, no prestan la más mínima atención a los sentimientos de esos insensibles que no sabemos dar libertad a nuestras emociones, que ciertamente tenemos carencias notables al respecto, aunque quizá (no dispongo de los medidores adecuados) sintamos tanto como ellas. Seguramente tenemos que aprender, como de forma tan cursi dice Rosa Montero, a "reivindicar" nuestras emociones. Pero me pregunto qué habría ocurrido si yo hubiese llorado en situaciones parecidas a las de estas mujeres. Me da que seguimos más cerca de la conquista de Granada que de ilusorios paraísos igualitarios.


CATEGORÍA
: Reflexiones sobre emociones

17 comentarios:

  1. Yo mismo podría haber escrito lo mismo, pero sin expresarlo tan bien.

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  2. Para empezar diré que, siendo mujer, no soporto a las "lloronas" porque, en general no es que sean más sensibles que los/las demás, sinó que se aprovechan de que, cuando lloran, la primera reacción es la superprotección (además, la mayoría de los hombres no saben reaccionar ante una mujer llorando).

    Además, no creo que los hombres sean menos sensibles porque no lloran sino, más bien, que como no lloran han tenido que manifestar sus emociones de otras maneras, no siempre inofensivas.... que la educación tradicional no siempre ha sido poco formativa para nosotras.

    Sobre si la situación mejorará no no, tengo mis serias dudas, porque veo con estupor que muchas compañeras de colegio de mi hijo repiten los estereotipos de niñas lloronas "pidiendo un trato especial" y reproduciendo actitudes que deberían olvidarse.

    En todo caso, también puede resultar un método de defensa social, ya se sabe que el método preferido de asesinato de la mujer es el veneno....

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  3. La de veces que he pensado: "esto se soluciona con un par de lagrimillas"

    Pero nada, justo en ese momento las muy cabritas no me salen!!

    A mí es que no me han educado bien... estoy segura.

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  4. creo que llorar es actualmente el único recurso que nos han dejado a los hombres, en el comienzo de este nuevo siglo, tan vapuleados que estamos socialmente. Antes los hombres lloraban mucho menos, es verdad, pero partían más cabezas, solían andar calzados con sendas colt 45 o tremendas espadas de dos metros...
    Además, los que lloran son los niños, y es verdad que en el hombre, duro es admitirlo, la niñez se ha extendido hasta pasados los cuarenta.

    Un abrazo

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  5. creo que llorar es actualmente el único recurso que nos han dejado a los hombres, en el comienzo de este nuevo siglo, tan vapuleados que estamos socialmente. Antes los hombres lloraban mucho menos, es verdad, pero partían más cabezas, solían andar calzados con sendas colt 45 o tremendas espadas de dos metros...
    Además, los que lloran son los niños, y es verdad que en el hombre, duro es admitirlo, la niñez se ha extendido hasta pasados los cuarenta.

    Un abrazo

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  6. Al hombre se le presupone el valor, y por tanto nada de lagrimitas, igual que a la mujer se le presupone la belleza (de ahí tanta coquetería y acicalamiento).

    Este lastre lo llevaremos per secula seculorum, yo creo.

    Por cierto, un jefe que tuve, cada vez que tenía que llamar la atención a una mujer del equipo, solía decir: hala, voy a hacer llorar un poquito a Fulanita. Ya sabía lo que le tocaba aguantar en su despaho.

    (Buena selección de canciones para tu texto, Miroslav)Todo me ha gustado mucho.
    Un abrazo

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  7. Lo importante es la empatía con el sufrimiento del otro: la com-pasión en su sentido etimológico: padecer juntos. Y eso se demuestra de muchas formas además del llanto.

    Será por su rareza pero es muy impresionante ver llorar a un hombre hecho y derecho, sin aspavientos, con gruesos lagrimones, como una vez en un naufragio vi a un viejo que había perdido a su hijo, cuando le confirmaron el rescate de los cuerpos. En cambio las plañideras rituales, con sus alaridos estereotipados me horrorizan, aunque entren en la costumbre de algunos lugares.

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  8. Voy a hablar desde mi propia experiencia en la gestión de mis emociones. Empiezo por la conclusión, y luego me explico. No sé si sólo para las mujeres, o porque somos mujeres, pero pienso que la respuesta emocional ante "un" estímulo no existe. Cuando reaccionamos ante algo puntual, en realidad estamos sumando todas las emociones de todo lo que nos ha pasado en la última semana, el último mes, el último año o toda la vida, dependiendo del caso.

    Y ahora la explicación. Cuando me han dado algún toque de atención en el trabajo, ha ocurrido en etapas en las que, fuera de él, mi entorno general "iba bien", y en el caso en el que me mereciera la reprimenda la he aceptado con una disculpa por mi parte o, si mi opinión era que se estaban pasando tres pueblos, me he indignado, me he cabreado y me he tragado mi cabreo con una disculpa por mi parte para no empeorar las cosas (me acuerdo del toque de atención que me dio mi jefa el año pasado porque en los cuestionarios de evaluación del profesorado que pasaron a mis alumnos, éstos me habían evaluado peor que en otros cursos, y estamos hablando de que pude sacar un 8 sobre 10 en lugar de un 9 sobre 10 como venía siendo habitual en mí). Sin embargo, en mis actuales circunstancias que no vienen a cuento, hace tres semanas quise darme de alta en internet, y en la tienda me dijeron que me iban a cobrar una cantidad de dinero por no haber sido nunca cliente de esa compañía; en ese momento fue la gota que colmó el vaso de mi aguante y no pude evitar que las lágrimas se asomaran a mis ojos. No pude por menos de decirle a la dependienta que no era un buen día para mí (era evidente que lo que había ocurrido en la tienda no era motivo suficiente para que yo me sintiera hundida). Por eso pienso que cuando una mujer llora en el trabajo, está poniendo delante suya toda la frustración que trae de todos los ámbitos de su vida, en la que (probablemente) sienta (por poner un ejemplo) que su marido no la valora, o que su madre sigue diciéndole que para qué trabaja y no se queda en casa con los niños, que sus hijos le protestan todos los días porque no les gusta lo que les ha preparado para el almuerzo o porque la tildan de pesada cuando les insiste en que recojan su habitación y no vuelvan muy tarde de sus salidas nocturnas. Es muy posible que el pozo del que se nutren sus lágrimas se alimente de muchos manantiales y salgan provocadas por lo que, en teoría, menos las debería haber hecho brotar.

    Un beso.

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  9. Creo que es más debido a las circustancias de cada uno que te toca un papel u otro, que te toca el papel de fuerte... pues a serlo. El papel nada tiene que ver con la realidad, se puede llegar a ser fuerte a costa de serlo contiuamente. Es cierto que normalmente hay más hombres que les tocó ser fuertes pero tambien creo que con un hombre y una mujer en el papel de ser fuertes, al hombre se le entiende y se le presupone a una mujer no.
    Comparto la opinión de Lyla, las mujeres no sentismo cpor lo que esté pasando en ese minuto sino por toda la realidad que en ese momento este rodeandonos, si te tocó er fuerte... tragas, sigues y t preguntas ¿como no se dan cuenta que estoy hecha polvo? Si te abrazaran en ese momento te dejarías mimar pero como eres fuerte.. ¡no necesitas abrazos!

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  10. Pues sí Miroslav, yo tampoco estoy de acuerdo con el llanto laboral. Porque el llanto no hay que tomarlo como un trabajo, sino como una liberación. Si por lo menos pagaran más...!
    Y te aseguro que en vacaciones nunca lloro.

    Besotes!

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  11. Muy buen post y muy bien expresado. Como principio general me parece fuera de lugar llorar en el trabajo,pero a veces funciona... Un beso

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  12. Mi trabajo es el que causa más estrés y ansiedad según las estadísticas, así como bajas por depresión. Aunque en él hay aproximadamente el mismo número de hombres que de mujeres, nunca he visto a un hombre llorar en el instituto, y sí a varias mujeres (incluída yo misma una vez que me dio un ataque de angustia en una clase).

    Sin embargo, a otras edades (mis alumnos, me refiero, entre 12 y 15 años) lloran tanto ellos como ellas, habiendo algunos alumnos particularmente de lágrima fácil. Me arriesgaría a decir que he visto llorar a más chicos que chicas, sobre todo después de que les cayera un castigo gordo por haber hecho una gamberrada.

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  13. Efectivamente, cada persona es diferente y también pueden variar las circunstancias y el momento, y en eso estoy de acuerdo con Lila. Todos hemos llorado alguna vez en público sin una razón (o con ella) que justificara las lágrimas.

    Pero yo creo que el post trata más bien de las profesionales del llanto, de las mujeres que lloran para "hacerse las débiles" y que no les abronquen ni les pidan responsabilidades. Y con estos llantos es con los que me enervo (y creo que se nota).

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  14. Complejo tema. Yo suelo ablandarme con las lagrimas, aún sabiendo que cabe la posibilidad de que sean "lagrimas de cocodrilo". Sin embargo, es como con los bebés: en los albores de su inteligencia, si identifican "lloros" con respuesta rápida, los seguirán empleando. Porque en la vida, las respuestas no suelen llegar (o llegan solo en determinadas circunstancias) con rapidez. Y pueden dar gracias de no vivir en una sociedad eugenética, como era sí era la Esparta antigua.

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  15. El tema del llanto pienso que históricamente ha entrado dentro de la esfera íntima o personal. Al igual que orinar o defecar, son acciones que se hacen sin público (a excepción de en nuestra infancia) y por tanto la muestra pública del lloro es socialmente reprobable y considerada como de no saber comportarse o estar en determinada circunstancia.

    Por descontado que el llorar en las situaciones de trabajo que describes lo considero una falta grave de profesionalidad. Es demostrar carencias, falta de autoestima y poca capacidad para asumir tus responsabilidades y errores.

    Aunque puede ser positivo expresar nuestras emociones en forma de lloros pienso que esa faceta debe seguir formando parte de nuestra intimidad y no convertirse en un espectáculo público.

    Me ha gustado tu blog, felicidades.

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  16. No soy ejemplo de nada, al menos no siento que lo sea, pero te diré que frente a esos discursos reivindicativos generalizadores, muy "montaraces", antepondría el mío propio, el de mi entorno: mi padre lloró siempre, yo suelo hacerlo cuando no puedo contener la emoción; en la lectura de algunos poemas propios, por ejemplo. Tiene su público y ya muchos lo saben. También las lágrimas pueden ser mediáticas.

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  17. Bueno, me temo que yo soy de lágrima (y de carcajada también) difícil. Siempre busco la soledad para llorar porque el pudor y el "no agobiar" pueden más que mis emociones. Tiene que ser algo muy fuerte lo que me haga soltar las lágrimas ante otros.

    Entiendo, sin embargo, que haya gente a la que le cueste más controlarse pero, no, definitivamente, yo tampoco soporto demasiado bien a las lloronas (y los llorones que también los hay), ni a la gente que lo usa para manipular.

    Ah, si tú hubieras usado ese mismo recurso no te habría ido tan bien porque, inmediatamente, habrías sido tachado de "blandito".

    Besos

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