Análisis del Auto del magistrado instructor Pablo Llarena Conde denegando reiterar una orden europea de detención de don Carles Puigdemont i Casamajó, que fue anteriormente retirada (2)
Este segundo párrafo del Fundamento Segundo riza el rizo del enrevesamiento argumental que, congruentemente, se expresa con un no menor enrevesamiento gramatical, reafirmándome en mi convencimiento de que quien escribe confusamente es que piensa así, confusamente. Habla el juez del análisis de esta coyuntura y la coyuntura es, digo yo, que el prófugo Puigdemont desvele por adelantado su viaje a Dinamarca. Coyuntura es una de esas palabras feas que ha venido a ponerse de moda en los últimos años (ya quizá décadas). Naturalmente, Llarena la utiliza en la tercera acepción que de la misma recoge el DRAE –“Combinación de factores y circunstancias que se presentan en un momento determinado”– y, en mi opinión, más le habría valido escribir simplemente “circunstancias”. Ciertamente, el término tiene una acepción académica en el ámbito de la historiografía (parece que lo acuñó mi admirado Braudel), pero emplearlo en el lenguaje normal –en incluyo en éste el que debería ser propio del ámbito judicial– me parece incuestionablemente pedante. En fin, que si la coyuntura la conforman las declaraciones del expresidente, el análisis de ésta ha de ser lo que nos regala en el primer párrafo ya comentado; o sea, ese dislate que nos quiere presentar como razonamiento y que le permite concluir que el Puchi quiere que lo detengan.
Pues bien, el análisis del magistrado confluye con la notoriedad de las proclamaciones puigdemontianas. Y esas tan notorias proclamaciones son (1) que quiere volver a ser president, (2) que, de conseguirlo, presentará su nuevo gobierno como el restablecimiento del anterior, (3) que asumirá la previa declaración de la república catalana, y (4) que impulsará desde el gobierno su implantación real. La verdad es que yo no he escuchado a Puigdemont expresar unas intenciones tan concretas como las que Llarena señala. No digo que esa proclamada intención no sea verdad (a lo mejor Llarena conoce declaraciones que yo ignoro), pero de serlo me sorprendería porque el expresidente es un consumado experto de la ambigüedad: no hay manera de que pronuncie enunciados inequívocos. Como botón de muestra, hago notar cómo a la pregunta del Gobierno del Estado de si había o no declarado la república se las arregló para no decir ni que sí ni que no. T el ejemplo viene a cuento porque –como ya referí en este post– en la famosa sesión del Parlament del 27 de octubre pasado no se votó la independencia de Cataluña. Eso es algo que reconocen todos los que han analizado los hechos y con mínima formación jurídica. Sin embargo, en el entorno regido por las reglas mediáticas (titulares y eslóganes simplones) se sigue repitiendo como un mantra que el Parlament declaró la República catalana. Que un magistrado del Supremo asuma tal afirmación como un hecho (sin introducir la más mínima expresión dubitativa) me parece especialmente grave. Que ese magistrado, además, sea el instructor en el procedimiento contra los miembros del anterior gobierno catalán, multiplica la gravedad porque crea serias y razonables dudas sobre su independencia y neutralidad, tanto que no me extrañaría que fuera recusado.
Llarena, después de exhibir su conocimiento de las intenciones de Puigdemont, da una vuelta de tuerca y nos desvela la voluntad que subyace, que les da sentido: el taimado gerundense pretende desactivar el artículo 155. Los que somos bastante más ingenuos que el juez, los que carecemos de su preclara inteligencia, no nos habíamos dado cuenta de que, en efecto, si Puigdemont accede de nuevo a la presidencia de la Generalidad, volverá inmediatamente a subvertirse el orden constitucional en Cataluña. Y digo “volverá” porque Llarena da también por sentado que en Cataluña se había subvertido el orden constitucional, algo que está lejos de haber sido demostrado en ningún proceso judicial; de hecho, es uno de los asuntos clave que habrán de dilucidarse en la causa penal de la que él, precisamente, es instructor. Y da también por sentado que las medidas que impuso el Gobierno –con la autorización del Senado– eran las únicas posibles para arreglar la situación, cuando (que yo sepa) está aún sin resolverse el recurso de inconstitucionalidad que sostiene que las mismas no estaban amparadas por el artículo 155. Por último, incluso aunque Puigdemont hubiera declarado inequívocamente las intenciones que he enunciado en el párrafo anterior, incluso aunque hubiera manifestado explícitamente que pretende actuar, cuando sea president contra la Constitución, ello no legitima al Juez Llarena para concluir que lo va a hacer; mucho menos para tomar decisiones para evitar que lo haga …
Pero me estoy adelantando; ya llegaremos a ese punto. De momento, resaltemos que este maravilloso párrafo, joya de la argumentación jurídica que no me cabe duda de que será glosado hasta la saciedad en las facultades de Derecho de todo el mundo occidental, el magistrado suma, a su deducción de que Puigdemont buscaba ser detenido, otra conclusión sobre la voluntad de aquél. Es decir, en solo dos párrafos, Llarena nos expone que el expresidente quiere (1) ser detenido y (2) restablecer el gobierno destituido por el 155 para impulsar la declarada República catalana. Desde luego, es impresionante lo bien que conoce el magistrado el alma de Carles Puigdemont. Aunque dejémonos de sarcasmos: es más bien preocupante que un juez instructor exhiba tan endebles argumentos para elucubrar sobre las intenciones de un imputado, revelando no sólo sus carestías de raciocinio sino, sobre todo, sus prejuicios. En todo caso, el plumero ya está más que al descubierto: no es inocente dedicar un fundamento jurídico a las intenciones del imputado. Aunque muchos creamos que éstas no deberían haber influido en la decisión, ya veremos más adelante que son la base de le denegación de la orden de detención. Y también analizaré los argumentos de quienes aplauden la decisión de Llarena.
Llarena, después de exhibir su conocimiento de las intenciones de Puigdemont, da una vuelta de tuerca y nos desvela la voluntad que subyace, que les da sentido: el taimado gerundense pretende desactivar el artículo 155. Los que somos bastante más ingenuos que el juez, los que carecemos de su preclara inteligencia, no nos habíamos dado cuenta de que, en efecto, si Puigdemont accede de nuevo a la presidencia de la Generalidad, volverá inmediatamente a subvertirse el orden constitucional en Cataluña. Y digo “volverá” porque Llarena da también por sentado que en Cataluña se había subvertido el orden constitucional, algo que está lejos de haber sido demostrado en ningún proceso judicial; de hecho, es uno de los asuntos clave que habrán de dilucidarse en la causa penal de la que él, precisamente, es instructor. Y da también por sentado que las medidas que impuso el Gobierno –con la autorización del Senado– eran las únicas posibles para arreglar la situación, cuando (que yo sepa) está aún sin resolverse el recurso de inconstitucionalidad que sostiene que las mismas no estaban amparadas por el artículo 155. Por último, incluso aunque Puigdemont hubiera declarado inequívocamente las intenciones que he enunciado en el párrafo anterior, incluso aunque hubiera manifestado explícitamente que pretende actuar, cuando sea president contra la Constitución, ello no legitima al Juez Llarena para concluir que lo va a hacer; mucho menos para tomar decisiones para evitar que lo haga …
Pero me estoy adelantando; ya llegaremos a ese punto. De momento, resaltemos que este maravilloso párrafo, joya de la argumentación jurídica que no me cabe duda de que será glosado hasta la saciedad en las facultades de Derecho de todo el mundo occidental, el magistrado suma, a su deducción de que Puigdemont buscaba ser detenido, otra conclusión sobre la voluntad de aquél. Es decir, en solo dos párrafos, Llarena nos expone que el expresidente quiere (1) ser detenido y (2) restablecer el gobierno destituido por el 155 para impulsar la declarada República catalana. Desde luego, es impresionante lo bien que conoce el magistrado el alma de Carles Puigdemont. Aunque dejémonos de sarcasmos: es más bien preocupante que un juez instructor exhiba tan endebles argumentos para elucubrar sobre las intenciones de un imputado, revelando no sólo sus carestías de raciocinio sino, sobre todo, sus prejuicios. En todo caso, el plumero ya está más que al descubierto: no es inocente dedicar un fundamento jurídico a las intenciones del imputado. Aunque muchos creamos que éstas no deberían haber influido en la decisión, ya veremos más adelante que son la base de le denegación de la orden de detención. Y también analizaré los argumentos de quienes aplauden la decisión de Llarena.
Como bien dices expresarse mal es inseparable, no sé si como consecuencia o como causa, de pensar mal. Alguien que coloca esas comas (la de antes y la de después de "el Senado Español", la de después de "coyuntura") tiene muy pocas probabilidades de decir algo menos vituperable en cuanto al fondo que lo que esas comas resultan en cuanto a la forma. (De todas las modalidades posibles de redactar mal las comas sobrantes son una de las que peor índole argumentativa revelan. Cada coma mal colocada es una mala intención proclamada).
ResponderEliminarQue un juez juzgue una conducta basándose en las malas intenciones que ha decidido atribuir a su autor está muy feo. Que lo haga para justificar la no detención del sujeto en cuestión roza lo surrealista. Son operaciones que solo pueden tratar de justificarse colocando las comas así de mal.
No entré en el asunto de la puntuación porque tampoco pretendo hacer sangre o, al menos, no desangrarlo completamente. Pero sí, es tremendamente sintomático.
EliminarSatisfecha mi fobia obsesiva contra las comas sobrantes (calculo que son entre el cincuenta y el ochenta por ciento de las que usan los castellanoescribientes), puedo ya ocuparme de otros detalles del párrafo que estudias, casi igual de ofensivos que las comas, así contra el fondo como contra la forma.
ResponderEliminarLa coyuntura, en efecto. Es peor que pedante, es directamente estúpida. Y lleva décadas siéndolo, en efecto, (Forges la caricaturizaba como "la coñuntura" hace lo menos treinta años), ya deberían haberse aburrido de esta tontería específica. Además de estúpida es más bien obsoleta, hasta como estupidez. Pero más me sorprende que sea su análisis, y no la coyuntura misma, la que el Juez dice que confluye con la notoriedad de los protervos fines puigdemoníacos. No son esas circunstancias (la coyuntura)a las que se acaba de referir las que se suman a lo notorio de sus propósitos independentistas para producir algún resultado cuya maldad intrínseca espero que nos revele en el siguiente párrafo, no: es el análisis que de ellas hace el juez el que hay que considerar como un factor más (confluyente) de ese suponemos que indeseable resultado del que debe aún hablarnos. Eso es, al menos, lo que ha escrito. Oiga, pues no la analice usted, dan ganas de decirle.
El día que los robots sustituyan a los magistrados, ahora que se habla tanto de la robotización y la Inteligencia Artificial, (¿he puesto bien las comas, Vanbrugh?), igual nos podemos ahorrar tanto párrafo abstruso y tanto "razonamiento" vergonzante y vergonzoso. Por otra parte, se habla mucho y con razón de la judicialización de la política, pero qué decir de la menos mentada politización de la justicia, que, por otra parte, ha existido desde que los jueces usaban peluca y aún antes. (Quítame las comas que sobren, Vanbrugh)
EliminarTodas bien colocadas, no te sobra ni una. (La falta, en la que tampoco has incurrido, siempre me ha parecido un defecto mucho menos grave).
EliminarAsí como la politización de la justicia me parece un defecto mucho más grave que la supuesta judicialización de la política, que suele señalarse como defecto principalmente por quienes la provocan, saltándose la Ley y obligando así a que tengan que actuar los tribunales.
A mí tamién me parece más grave, al fin y al cabo significa que los jueces se alejan de la imparcialidad tanto como su vehemente ideología les consiente.
EliminarDe acuerdo con ambos en que la politización de la justicia es más bastante más grave que la judicialización de la política. Pero matizo, Vanbrugh: no debe confundirse el obligado recurso a los tribunales cuando se saltan las leyes, con llevar todo a los tribunales (muchas veces sin que sea ni siquiera probable que haya ilegalidad) como estrategia política (de acoso y derribo). Supongo que esto último es lo que merece el calificativo (denigratorio) de judicialización de la política.
EliminarNo sé por qué, he debido actualizar esta página varias veces para que se visualice correctamente la caja de comentarios. De todos modos, creo que Vanbrugh lo ha dicho casi todo. No obstante, mucho me temo que la IA puede ser bastante torpe a veces, no siempre entiende la ambigüedad bien entendida, como que el número 1 puede ser a la vez texto, número entero y decimal (1.00...), pero siempre considera que 1 es "cierto".
ResponderEliminarLa I.A. cada día avanza más, Capolanda, y cada día se encuentra con nuevas dificultades. De hecho, hasta la fecha nadie ha conseguido una definición de 'inteligencia' unánimemente aceptada. Y luego está el chiste,ñoñamente machista, que ahora pongo mientras nose nos empoderen ás las mulleres: I.A es un a rubia teñida de morena (¡Qué topicazo,¿no?)
EliminarHay una frase en tu último parrafo ("es más bien preocupante que un juez instructor exhiba tan endebles argumentos para elucubrar sobre las intenciones de un imputado") sobre la que no tengo más remedio que insistir, aún un tanto cohibido como estoy por la apreciación de Capolanda de que ya lo he dicho casi todo. Bien, completo el "casi" que me faltaba.
ResponderEliminarLo preocupante no es que un juez elucubre con argumentos endebles sobre las intenciones -futuras, ojo; no las que han movido sus acciones pasadas, sino las que estima que moverán las futuras- de un imputado. Lo preocupante es que elucubre sobre ellas con cualquier clase de argumento. Aún si argumentara de modo impecable, incluso si acertara a colocar bien todas las comas, seguiría siendo por completo improcedente que dedicara el auto a adivinar lo que el imputado vaya a hacer a continuación, y que pretendiera justificar sobre esa problemática conducta futura ninguna decisión sobre ese imputado.
Que los argumentos del juez sean endebles, su léxico pedante-obsoleto y su colocación de comas penalmente tipificable son, principalmente, problemas para el juez. A los receptores de su actividad judicial no nos afecta demasiado, sobre todo porque estamos bastante acostumbrados a que la mayoría de los jueces padezca defectos muy parecidos.
Lo que sí nos afecta y debe preocuparnos, y hasta ahora no había hecho, que yo sepa, ningún juez, es tomar decisiones -bien o mal razonadas, con las comas colocadas o no como a mí me gusta- sobre un ciudadano sometido a su jurisdicción basándose en lo que a él le parece que ese ciudadano pretende hacer en el futuro. Me sorprende que ningún jurista haya señalado hasta ahora la peligrosísima innovación del sistema procesal que supone este auto de Llarena. De él a que podamos ser juzgados, y condenados, por lo que un juez "adivine" que nos puede dar por hacer un día de estos hay un paso, si es que lo hay, alarmantemente pequeño.
Sí, eso es lo más preocupante.
EliminarEn efecto, recuerda mucho a esa película (¿Minority report?) en que se juzgaba y condenaba previendo lo que iba a hacer. Llarena, en este caso, toma una decisión (por suerte no es una sentencia penal) para evitar que Puigdemont haga algo que él cree que quiere hacer. Alucinante.
EliminarPero de esto pensaba hablar en una entrega posterior ...
Hombre, si barruntarlo yo no digo que no lo barrunte. Llarena, y tú, y yo, podemos barruntar lo que nos dé la gana y, como no somos tontos -sobre todo tú y yo- hasta lo barruntamos.
ResponderEliminarLo que Llarena no puede hacer es basar sus decisiones procesales en sus barruntos. Si el violento acosador de mujeres compra un cuchillo a más de quinientos metros de la tía de la que debe mantenerse a más de quinientos metros, pues como si compra medio kilo de berenjenas. El juez no tiene nada que decir, y no dice nada. Si lo compra a menos de quinientos metros, pues también como si compra medio kilo de berenjenas, el juez debe ordenar que lo detengan. No porque barrunte nada ni lo deje de barruntar, sino porque el tipo se ha saltado la orden de alejamiento. Funciona así, sin que los barruntos puedan jugar ningún papel en el asunto.
Sinceramente, no te lo tomes a mal, Joaquín, pero me he perdido. En este momento no sé si el auto de Llarena a que se refiere el post y del que yo creía que estábamos hablando te parece mal o bien, ni por qué. ¿Qué tiene que ver con él que se deba o no negociar (¿negociar qué, quién?), ni si va a haber o no nuevas elecciones en Cataluña?
ResponderEliminarY, ya puestos ¿qué quiere decir "creer en lo que diga el pueblo"? O dicho de otro ¿en qué consistiría no creer en ello? De verdad que me has dejado por completo descolocado y sin la menor idea de de qué estás hablando.
ResponderEliminarComo bien dices, Joaquín, mezclas cosas. En cualquier caso, quería puntualizar (a tu diálogo con Vanbrugh) que de lo que estamos hablando ni siquiera es de condenar a Puigdemont, sino simplemente de la respuesta (denegatoria) que da Llarena a una petición del fiscal para que emita una orden europea de detención. Y llarena la deniega, insisto, porque cree que si la concede le da el gustito a Puigdemont que lo que quiere es delinquir. LO que venimos sosteniendo es que ese tipo de argumentación (por llamarla así) no es de recibo.
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