
Sirve para trazar segmentos rectos y/o medir sus longitudes. Instrumento del dibujo lineal pero, ¿se sigue dibujando con lápiz y regla sobre el papel o ya todo es CAD? La regla graduada (20 centímetros) de sucia transparencia, tornillito central, en los plumieres escolares. Pero luego se disocian medida y trazo, bordes a bisel y bordes rectos, respectivamente. Para medir, los escalímetros, alemanes siempre (Faber Castell o Staedtler), primero los usé de madera, ahora son plásticos, alguna vez me tocaron metálicos pero no me gustaron; sección pseudo-triangular característica, para nada esos ridículos "escalímetros de abanico". Para trazar, en cambio, las reglas de plástico duro o metálicas (aquí sí) con bordes rectos con los que el portaminas o el rotring negocia las infinitesimales curvas del recorrido lineal (eso con el CAD ya no se puede, supongo). Escuadra y cartabón (durante un tiempo la escuadra pico-pato, de ángulo graduable) y, por supuesto, el paralex; todos soñábamos entonces con un tablero con tecnógrafo, pero no estaban a nuestro alcance.
Hay, además, reglas de cálculo que ni trazan líneas ni las miden. Pillé sus días agónicos; llegué a aprender a usarla, casi más como curiosidad anacrónica (ay, las calculadoras). Guardo una especialmente bonita regalada por mi abuelo el librero cuando empecé la carrera; creería que me iba a ser necesaria.

Hasta doce acepciones más concede la
Academia al término y casi todas relacionados con el orden, la medida, la forma racional y correcta de hacer las cosas, lo estable (por oposición a los cambios que son desorden, pecado). Las reglas son las que rigen nuestras vidas, las de todos; estén o no enunciadas explícitamente. Las que lo son por antonomasia son las de las órdenes monásticas: detalladas, rígidas. Las reglas dan seguridad, qué más da que sea ilusoria.

También, por más que sea desagradable, que no haya de exhibirse, la menstruación de la mujer; regla de regular, sí, pero ¿acaso no es muestra de la virtud y, a la vez, recordatorio del pecado? Quizá por eso, por su naturaleza fronteriza entre el orden y el caos, la sangre de la regla es peligrosa, maligna. El Concilio de Nicea prohibió la entrada en las iglesias a las mujeres con la regla (¿ha sido ya derogada esa norma?); lo mejor sería que se escondieran en sus casas porque su contacto, incluso a veces basta su presencia, impide germinar los cereales, agria los mostos, oxida el hierro, embota los filos, marchita las flores, ahuyenta a las abejas de las colmenas, transmite la rabia a los perros que lamen esa sangre, agrava a los enfermos, llama a la mala suerte. ¿Y sobre el menstruo como ingrediente básico de tantas brujerías?

Naturalmente, está la
Virgen (Nuestra Señora) de Regla, patrona de Chipiona. La leyenda cuenta que el propio San Agustín, allá por el siglo V, había mandado construir la imagen de la cual era muy devoto. Tras las invasiones bárbaras de Hipona, Cipriano y otros monjes agustinos pasaron a Andalucía y erigieron para la estatuilla un santuario frente al mar en la desembocadura del Guadalquivir. Vinieron los moros y hubo de enterrarse la Virgen dentro de una caja con ornamentos sacros y una vela encendida donde permaneció (encendida, por supuesto) hasta que esas tierras fueron reconquistadas para la Cristiandad por Alfonso X el Sabio. El Obispo de León supo dónde estaba oculta Nuestra Señora, gracias a que Ella misma se lo había indicado. Pero a lo que iba: ¿por qué se llama de Regla? Dicen algunos que porque es la guardiana de la regla de los agustinos. No sé, parece el mismo terreno movedizo de la leyenda.

Sí es histórico que a finales del siglo XIII, el rey castellano Fernando IV donó a
Guzmán el Bueno las tierras entre la desembocadura del Guadalquivir y el Guadalete, constituyendo el Señorío de Sanlucar (que luego se integraría en la casa ducal de Medina-Sidonia), y que el mentado Don Alonso erigió en Chipiona, frente al mar, un castillo al que llamó de Regla y, así también, por extensión a la comarca. ¿Por qué decidió ese nombre? No lo sé; pero, como sea, me parece más probable que de él provenga la denominación de la Virgen. Y, claro, llamándose de regla era inevitable relacionarla con la menstruación. Podríamos dar un salto a la santería cubana: la Virgen de Regla, en el sincretismo yoruba/católico coincide con Yemayá, señora del mar y de la luna, espíritu de la maternidad, la fertilidad y la riqueza, la figura femenina por excelencia que regula la sangre.
Paso a la combinatoria; permutaciones, para ser más exactos, de cinco elementos. O sea, ciento veinte posibilidades, de las cuales sólo cinco están en el DRAE, aunque me permito añadir una sexta aunque sea palabra alemana. Tanteo cuántas de las permutaciones son "fonéticamente admisibles": me salen entre veinte y veinticinco; pongamos un 20%. Si generalizara (craso error), diría que por cada palabra bautizada en nuestra lengua dispondríamos de cuatro fonemas a la espera de significado. Hay margen para la invención de términos ... Y, mientras tanto, cuántos dejamos de usar y agonizan. Algunos de ellos me han salido en este entretenimiento.
Legar, el anagrama más obvio y el que menos me motiva. No obstante, descubro que legar es también enviar a alguien como legado. De legar viene delegar (o delegar viene de legar). Así, enviar como legado pierde actualidad (te delegué o delegué en ti). El legado (o el delegado) adquiere la dignidad del legante por representación; no le pertenece, sino que le es concedida. Se lega (y delega) según reglas; es más, la existencia de la legación requiere de reglas precisas, inmutables. Somos historia porque legamos, legamos porque hay reglas; ergo no hay historia sin reglas.

A cada permutación le puedo aplicar sustituciones o añadidos. Por ejemplo, de Legar a
Legal; estamos, seguro, en el mismo ámbito etimológico. ¿Qué es más perteneciente a la Ley que las reglas? ¿Qué mejor ejemplo del ejercicio legal que legar, en cualquiera de sus acepciones? Pero también
Ligar, que éste es significado antiguo de legar, aunque los orígenes latinos sean distintos. Viene, en todo caso, a cuento: las reglas atan, comprometen. Romper ligaduras equivale, muchas veces, a quebrantar las reglas, desde el delito o por la revolución: neguemos su legitimidad. Desligar sería pues "deslegar" y, por qué no, deslegalizar. Ligar ahora, en cambio, se refiere a uniones poco estables, esporádicas casi, nunca las que adquieren peso institucional y posibilitan legar. Ligando salimos del universo de lo legal, pero no del de las reglas.
El segundo anagrama es todo un descubrimiento:
Legra. Enseguida había visto
Legrá, recordando a aquel púgil hispano cubano que llegó a ser campeón del mundo del peso pluma. Me trajo recuerdos de esos años a caballo entre los sesenta y los setenta, de combates retransmitidos en blanco y negro, quizá la única época en que seguí algo el boxeo. Pero resulta que la legra, del latín
ligula, cucharilla, es una cuchilla de acero con el extremo libre encorvado y cortante, que sirve para labrar; y, más específicamente, la legra es el instrumento médico-quirúrgico con el que se llevan a cabo legrados: Legrar es raer la superficie de los huesos separando la membrana fibrosa que los cubre y también raer la mucosa del útero. Curioso que el azar (no la etimología) sitúe en un mismo entorno semántico (el genital femenino) la regla y la legra. Derivación escabrosa por la que no me apetece transitar ahora.


La tercera permutación también me sorprendió con un significado desconocido.
Argel es la capital de Argelia, la ciudad blanca que fundó Hércules, con una de las
kasbah más interesantes del Magreb (patrimonio de la humanidad desde 1992) que tengo pendiente visitar. Además, me acordé de una historia inquietante que acaecía en Argel y me dieron ganas de disfrazarla en un relato (será en otro momento). Pero
argel es en nuestra lengua un adjetivo con el que se califica al caballo o yegua que solamente tiene blanco el pie derecho, de lo que algunos entienden que es malo y trae mala suerte a quien lo monta. En Paraguay se aplica a las personas y cosas carentes de gracia o simpatía, acepción seguramente derivada del arabismo original de Castilla. La hípica cuenta con su propia terminología especializada, a la que se adscribe este adjetivo. Los blancos, en los caballos, son las pequeñas manchas claras que pueden servir para diferenciar u n animal de otro del mismo color. El asunto tuvo su importancia, como demuestra la abundancia de denominaciones para precisar la ubicación del blanco: lucero, estrella, cordón, frontino, mascarillo, pico blanco, rabicano, unalbo, dosalbo, manialbo, pialbo, solteado, bragado, gateado, arriñonado, y bastantes más, entre ellas nuestra argel. Pero, ¿por qué este nombre? Pues ni idea, sería acaso que abundaran estas manchas entre los caballos de los moros. Caballo argel, cuídate de él, dicen los mexicanos. Seguro que Cervantes, cautivo en Argel, habría sabido satisfacer esta curiosidad mía.
La quinta y última palabra inventariada en estas permutaciones es
Glera, que, a través del aragonés, viene del latín
glarea, grava, y hasta hoy no sabía que existiese. Glera es cascajal: un terreno lleno de fragmentos de piedras y otras cosas quebradizas (por ejemplo, las cáscaras de frutos secos); pero también es arenal, que puede ser tanto un suelo de arenas movedizas como una extensión grande de terreno arenoso ¿una playa? Encuentro una aclaración más específica de su significado en el
biquizionario aragonés; la glera es la orilla pedregosa de un río y también es una gravera; los
ruellos de glera, por cierto, son los cantos rodados ... ¿
The rolling stones? No,
pebbles. La cosa es que busco textos en que aparezca esta palabra recién descubierta y no los encuentro.
Pero Glera (o Hilera) es como también se llama el
río Oja, que da nombre a la Comunidad Autónoma. Discurre de sur a norte, desde la Sierra de la Demanda (pasando por Ezcaray) hasta su desembocadura cerca de Haro y del Ebro. Se discute si Oja es de etimología vasca y puede serlo, máxime cuando estas tierras pertenecieron al reino de Navarra en la Alta Edad Media; pero siempre han sido fronterizas y ahí mismo están Castilla y Aragón. En todo caso, parece que el río se apodó Glera porque acumulaba cascajo, tanto que desaparecía en Ojacastro para volver a surgir en Castañares. Que sea un topónimo riojano, explica su existencia como apellido: apenas 280 personas en toda España, según el INE, pero dos terceras partes en esa provincia.

El de Glera es además un puerto del Pirineo oscense (2.367 m), que enlazaba Benasque y Luchon. En ambas localidades he estado, pero no crucé por ahí. Por la misma época que se fundaba Ezcaray, este puerto de la Glera era paso habitual de peregrinos que hacían el Camino y eso justificó la erección de un hospital de factura románica en los llanos sobre Benasque. Busco fotos del puerto de la Glera y, en efecto, veo abundantes cascajos tapizando sus laderas hacia el maravilloso ibón (lago) de Gorgutes.

Tras las cinco palabras "oficiales" (Regla, Legar, Legra, Argel y Glera) añado una alemana que no es otra que
Lager. Lager es un tipo de cerveza originaria de Baviera, pero no es ésa la acepción en la que pensaba al encontrar este sexto anagrama. Lager es también la denominación que daban los nazis a los campos de concentración. La palabra la aprendí hace ya bastantes años, en
Si esto es un hombre, el primer tomo de la cruda trilogía de
Primo Levi sobre su experiencia en Auschwitz. Lager quiere decir campamento, almacén, depósito; imagino que se optaría por este término para evitar connotaciones molestas que pudieran interferir la eficiencia burocrática de los Eichmann y compañía. No es palabra española, de acuerdo, pero me parece perfecta para cerrar el círculo; el Lager podría ser el hábitat paranoico de las reglas.
El juego acaba aquí, aunque podría seguir si permitiera, por ejemplo, adiciones. Genero así
Regal(o),
(T)ergal,
Galer(a),
L(i)gera,
Alegr(e),
Alerg(ia). Sin apenas esfuerzo salen seis más, que darían para enrollarme otro tanto. Confieso que me apetece, pero hay quien me advierte que ya me he pasado. Pues vale.