El domingo me hice el
Damero Maldito de
El País. Ya no sabe de qué tirar este Panciutti para escribir un post, dirán ustedes, y más que probablemente no les falta razón pero, al fin y al cabo, éste es mi blog y aquí cuento lo que me apetece que (no hace falta ponerse chulo) en todo asunto siempre se encuentran miajillas interesantes. El caso es que llevaba ya bastantes años sin atacar este pasatiempo, yo diría que desde que aparecieron los
sudokus allá por el verano de 2005, así que, en el marco de mi cotidianeidad (no es un asunto de Estado, lo sé) casi puedo considerarlo en la categoría de acontecimiento menor, quizá digno de una nota a pie de página en mis Memorias: "esa tarde, acabado el partido de la selección española en la Eurocopa, hecho ya el
sudoku y sin ganas de retomar la lectura del último libro de Krugman, acometí tras tantos años el Damero Maldito, esfuerzo que me llevó unas buenas tres horas, no sé si debido al diabólico retorcimiento de la autora en la selección de las puñeteras palabras o a que mis neuronas estaban siendo trasvasadas para regenerar el páncreas". Acabándolo me vino a la mente el vago recuerdo de que en alguno de sus posts Lansky se había referido a los pasatiempos y, en efecto, mi maltrecha memoria no me engañaba pues comprobé que el 26 de junio de 2008 (¡hace ya casi cuatro años!), el superhéroe del barrio, en su tercera entrega sobre
El secreto de la felicidad, se refirió a los pasatiempos como milenaria fuente de placer intelectual: mancala, senet, go, ajedrez, backgammon, whist, póker, parchís, crucigramas, cubos de rubik, sudokus ... No citaba nuestro amigo expresamente al
Damero, sino que fue Julian Bluff el que, en un comentario, lo trajo a colación ("Recordar aquí, con agradecimiento, los dameros malditos de Conchita Montes. ¡El mejor crucigrama en castellano, ever!"), al cual le contestó el anfitrión que Conchita Montes fue una intelectual interesantísima de una generación interesantísima, a la que quizá algún día le dedicara un post. Como ese día aún no ha llegado y, además, comparto la valoración de Lansky sobre esa bellísima mujer, me dije: ¿por qué no pisarle el tema? Pero no, sería muy poco
fair play; lo procedente es hacer lo que ahora mismo estoy haciendo: acicateando su amor propio a ver si se anima a materializar su condicional promesa que seguramente tendría ya olvidada. Pero escríbelo pronto, oh sapientísimo Kalikatres, que tengo ganas de divagar sobre esa mujer y, especialmente, sobre el interesantísimo (en efecto) grupo de gente con el que se codeaba, unos tipos que no "pegaban" nada con la ramplona monotonía cultural de la primera etapa del Régimen.

Y, sin embargo, aquí estuvieron (no por muy nobles motivos, pero la de los cuarenta no fue, para la mayoría, tiempo de heroísmos sino de supervivencia), salvando dignamente el teatro, cine y literatura patrias. Por cierto, el
Kalikatres auténtico, Ángel Menéndez, fallecido a inicios de este año, fue uno más de los "refugiados" de
La Codorniz, la revista en la que Conchita Montes presentó
su damero a los españoles.
El
Damero Maldito no lo inventó Conchita Montes, sino una profesora de instituto de Brooklyn llamada Elizabeth Kingsley. A sus 62 años (corría 1933) estaba, según cuenta la
wiki yanqui, desesperada de que todos sus alumnos quisieran redactar como ese escritorzuelo llamado James Joyce y después de quejarse amargamente en un claustro del triste futuro que auguraba a la literatura en inglés se retiró súbitamente, presa imagino de la musa inspiradora, abrió un rancio volumen de su poeta favorito (nada menos que Tennyson,
my God), seleccionó un fragmento del
Ulysses (¿una venganza contra Joyce?) y lo transcribió cuidadosamente a una rejilla de crucigrama manchando de negro las casillas correspondientes a los espacios entre palabras. Luego recortó las 178 casillas con letras que le habían salido, cada una con su correspondiente ordinal anotado en chiquitito, y de ellas seleccionó 25 con las que formaba el nombre del autor y el título de la obra (Alfred Lord Tennyson + Ulysses). Con las 153 restantes se propuso combinarlas para formar veinticinco nuevas palabras, cada una iniciada con una de las del acróstico. Cuando lo consiguió debió quedarse un buen rato embobada viendo el original crucigrama que había compuesto y enseguida se daría cuenta de que ahí tenía una mina de oro, máxime en aquellos años de la Depresión y en pleno auge de los
crosswords, por aquel entonces con poco más de una década de existencia popular. Así que se puso a componer nuevos
double-crostics, que tal fue el nombre que eligió, y tras seis meses de frenético trabajo disponía de un legajo con un centenar de éstos, además de haber desarrollado una maestría asombrosa en la generación combinatoria de palabras. Muy segura de sí misma, en marzo de 1934 se presentó en las oficinas de
The Saturday Review of Literature, cuyos directivos no dudaron en ofrecerle un jugoso contrato. Por fin podía liberarse de sus ingratas obligaciones docentes y eso hizo, instalándose sobre la marcha en el Hotel Henry Hudson, convirtiéndolo en su hogar y oficina, donde preparó un "acróstico" semanal durante casi los siguientes veinte años de vida que le quedaron. El
puzzle resultó todo un éxito, pasando enseguida a publicarse en el prestigioso
New York Times y siguió tras su muerte (hasta la actualidad), primero por la que era su asistente de confianza, y luego, sucesivamente, por otros dos autores. Con toda seguridad, la Kingsley se cuidó de patentar su invento, lo que explica que la confección haya ido escrupulosamente de mano en mano; imagino que, al menos en los USA y probablemente en todo el mundo, nadie puede dedicarse a publicar "dameros malditos" sin previamente pasar por caja y abonar los correspondientes derechos.

Aunque doña Isabel, a quien imagino gruñona, fue la inventora de esta modalidad de pasatiempo, la denominación "doble acróstico" proviene de la Inglaterra victoriana. Según leo en un delicioso libro de Martin Gardner (como casi todos los suyos), a lo largo de la segunda mitad del XIX se pusieron de moda adivinanzas cuyas soluciones eran unas palabras principales escritas en vertical y cuyas letras, unidas mediante otras, formaban nuevas palabras "secundarias" que también había que descubrir. Lo bonito del asunto era que las "pistas" se ofrecían a través de un poema, eso sí, de versos sencillos y rimas fáciles, que tampoco era cuestión de perfeccionismos líricos. Se contaba por Londres que la propia reina gustaba de componer estos juegos de ingenio para sus nietos y lo que no es un rumor es que el ilustre Lewis Carroll era un gran aficionado a los dobles acrósticos y nos ha dejado alguno de cierta dificultad (Carroll poseía una brillante mente matemática). Si mi pobre descripción ha conseguido que se hagan una idea de cómo eran estos pasatiempos victorianos, enseguida habrán caído en que anticipaban los actuales crucigramas y, en efecto, en ellos se inspiró un tal Arthur Wynne, de Liverpool, para elaborar a principios del siglo pasado el primero del que se tiene noticia. Este hombre emigró a los USA y el 21 de diciembre de 1913 publicó el primer
word-cross puzzle en la páginas del suplemento dominical del
New York World. Tanta aceptación tuvo el jueguecito que diez años después unos chavales jóvenes que querían dedicarse a editores, pese a las burlas de los ya asentados, decidieron iniciar su negocio con un libro recopilatorio de crucigramas; se llamaban Richard Simon y Max Schuster y hasta hoy, incluyendo en sus publicaciones, desde luego, los "dobles acrósticos" de la Kingsley.

He intentado conseguir datos sobre los
dameros malditos en otras lenguas; seguro que los hay en todos los países occidentales pero sólo los he confirmado en Polonia (
drakrostych), aunque K me asegura que ella los ha hecho en italiano. La historia del nuestro, en cambio, sí puede rastrearse en la red con facilidad. Hacia 1935, Edgar Neville y Conchita Montes se conocen y se enamoran. La chica, veinte o veintiún años y de muy buena familia madrileña, es ya licenciada en derecho y, además de una preciosidad, pletórica de vitalidad e ingenio. A fin de estar juntos (Neville estaba casado), Conchita convence a sus padres para marchar a la prestigiosa
Vassar College neoyorkina a fin de completar el dominio del inglés. Allí se aficiona a los
double-crostics de doña Isabel, que resolvería (me imagino) en las pausas de esa luna de miel clandestina, en la que Edgar la llevó hasta Hollywood para presentarle a sus amigos del cine y entusiasmarla con mil proyectos para un futuro artístico común. Vuelven a Madrid justo en las vísperas de la Guerra Civil; las ilusiones norteamericanas se hacen añicos al enfrentarse con la violenta crueldad de España. Huyen a la zona
nacional y se instalan en San Juan de Luz, pegaditos a San Sebastián, donde Miguel Mihura y Tono se ocupaban de la redacción de
La Ametralladora, el antecedente de la futura
Codorniz, en la cual colabora Neville. En el 39, con el ingenuo entusiasmo de la victoria, a Edgar le producen los italianos la película "Frente de Madrid", basada en un texto propio, y le da a Conchita, sin ninguna experiencia como actriz, el papel protagonista. A partir de ahí, la Montes empezará una firme y aplaudida carrera pero, al mismo tiempo, se involucrará con toda esa extraña y brillante generación que constituía el entorno natural de Neville. Cuando se funda
La Codorniz, Mihura le propone colaborar en la revisión de las traducciones y un día le preguntó si no se le ocurría algún pasatiempo para la revista. Estamos en 1941 y Conchita evoca aquellos acrósticos dobles de Estados Unidos, unos tiempos que parecían ya tan remotos, y le propone adaptarlos al español. No le convenció mucho el formato a Mihura, pensando que no serían del gusto de los españoles de los cuarenta, pero aún así publicó el primero y enseguida comprobó su error: la revista aumentó ostensiblemente sus ventas y enseguida el
Damero Maldito se convirtió en una sección fija e insustituible. Lo que no es tan sabido es que Conchita, bastantes años antes de su muerte (1994), se aburrió de confeccionar un damero semanal y le confío su continuidad a Víctor Vadorrey, compañero de la revista, aunque siguieron saliendo bajo el nombre de la primera. Parece que de los publicados en
El País, ninguno era en realidad de Conchita Montes, ni tampoco de la inexistente Virginia Montes, sino de Vadorrey. Lo que ya no sé es quien los hace ahora, porque Víctor murió en 1996 (a lo mejor Lansky, que anduvo un tiempo por esa casa, conoce el secreto y puede desvelarlo sin faltar a algún voto de silencio periodístico).
Lo que sí parece claro es que el Damero se ha ido complicando con los años. En el de este último domingo me he encontrado con palabras tan "usuales" como
fayanca (postura del cuerpo en la cual hay poca firmeza para mantenerse) o
sollastre (pinche de cocina). Nada que ver con el que ilustra este post que, pese a algunos errorcillos, es bastante fácil de sacar. Así que, en contra de lo que comentaba Julian Bluff en el post de Lansky que motiva éste, no en todos los pasatiempos ha descendido el nivel de exigencia. Pero lo que sí parece que se mantiene es un suficiente público devoto a este jueguecito (al que pertenece mi madre, por ejemplo), ya que hace algunos años creo recordar que se suprimió temporalmente y la dirección de
El País recibió numerosas cartas de protesta. En todo caso, he de confesar que a mí ya no me pone tanto como hace una década, y eso que soy bastante aficionado a este tipo de entretenimientos ociosos. Aún así, he querido rematar este post ofreciendo como regalo a mis visitantes uno de los primeros (si no el primero) dameros españoles de la Montes. Lo he conseguido a través de una web de
GoogleBooks en la que está escaneado parcialmente el libro "La Codorniz. Antología 1941-1978", publicado por EDAF en 1998. Lo malo es que el escaneado es de bastante mala calidad y, además, corta las páginas, suprimiendo las dos columnas de la izquierda de la rejilla. He tenido pues que transcribirlo en una
excel y, resolviéndolo, deducir las claves de las casillas borradas (incluyendo las que son cuadros negros). Luego lo he pasado a
pdf y quienes tengan interés en hacerlo pueden bajárselo
aquí. De nada.