domingo, 29 de julio de 2007

Cani

Este es el nombre de mi perra; en realidad su dueño nominal es H, pero debido a su actual inmovilidad, desde que se lesionó está conmigo. Cani es una perra sin raza definida, negra con partes blancas (el pecho y los “calcetines”), de unos 30 kilos. Tiene trece años y medio; la pobre ya está viejita.

Una tarde, saliendo del trabajo, me encontré en la calle un cachorrito abandonado. A H, que entonces tenía ocho años, le entusiasmó y, pese a los reparos de mi ex, decidimos quedárnoslo. Sin embargo, al poco tiempo (no más de dos meses) se nos escapó mientras lo sacábamos de paseo; un coche lo embistió y lo arrastró unos cien metros. Cuando lo recuperé, el animalito aun vivía, pero estaba destrozado por dentro. No nos dio ni tiempo de llegar al veterinario, se murió en mis brazos.

Como es natural, la muerte de Pizco entristeció mucho a H y decidimos conseguir otro perro. Nos hablaron de un tipo que recogía animales abandonados y fuimos allí. Elegimos a una perra canela, de unos dos meses; la llamamos Laqui, que venía de tranquila, porque no era tan nerviosa como el resto de los cachorros con los que compartía la perrera. Pero esa tranquilidad no era de carácter, sino que tenía moquillo. Pasamos tres meses terribles, yendo al veterinario casi a diario. El moquillo es una enfermedad terrible que va afectando a diversas partes del organismo canino; puedes tratar los efectos, pero no matar al virus. La única esperanza es que el propio sistema inmune del perro acabe con él; no fue así. Primero fue el estómago, luego los pulmones (respiraba afanosamente y tenía unas toses feísimas) y, por último, pasó al sistema nervioso. Era muy doloroso ver a Laqui sin poder moverse, cayéndose al suelo con las cuatro patas abiertas, con miradas de desconcierto y de dolor. Finalmente decidimos ponerle la inyección. Al igual que Pizco, también murió en mis brazos, mirándome intensamente a los ojos mientras la acariciaba.

Ya no sólo era H quien estaba abrumado de tristeza: éramos los tres. La veterinaria, que se portó estupendamente durante la agónica enfermedad, nos recomendó que buscáramos un perro de los muchos que nacen en fincas agrícolas, porque entre los de las perreras era muy frecuente el moquillo (no queríamos, por “principios”, ir a una tienda de animales). Al poco tiempo nos anunciaron que regalaban cachorritos en una finca de La Esperanza. Fuimos y recogimos a Cani. O mejor sería decir que ella decidió “adoptarse”, porque de las ocho ratitas que había tenido una perra pequeñaja tipo lanas con un perrazo estilo pastor belga (por supuesto ninguno de los padres era de raza), sólo ella, al vernos, abandonó a la madre y se vino a jugar con nosotros. Y desde entonces.
Ha sido siempre una perra sanísima y buenísima. De pequeña algo revoltosa, pero sin pasarse; a medida que se hacía mayor, se volvió tranquila. Hace seis años tuvimos que operarla para quitarle la matriz, porque un fox-terrier la había montado en el parque; hasta entonces nunca la habíamos sacado durante los celos, pero esa vez nos había engañado (celos silenciosos, creo que los llaman). Tras la operación engordó algo y se volvió más tranquilota, pero siguió igual de sana y de buena.

Cuando nos separamos, Cani se quedó bastante desconcertada. Nuestra casa estaba formada por dos pisos unidos que, ahora, vuelven a tener entre ellos la pared original. La perra se quedó con H y R, aunque con frecuencia me la pasaban para que la sacara o me la quedara un par de días. Me imagino que debía sentir el mismo desconcierto de un niño chico cuando un día va con el padre y otro con la madre, con el agravante de que seguíamos ambos en el mismo lugar que habían sido siempre sus dominios. Por ejemplo, cuando volvemos del parque y salimos del ascensor en nuestra planta, la perra se queda dudando sobre a cuál de las dos puertas dirigirse.

Desde hace unos años empezaron los achaques de la vejez, principalmente artríticos. Cada vez le iba costando más levantarse, camina más despacio y a veces cojea ostensiblemente. Ayer, mientras jugaba con ella, de pronto lanzó un chillido de dolor; le debí hacer daño en una pata. El caso es que durante la tarde casi no se sostenía en las patas traseras. Hoy parece estar algo mejor; en cuanto publique este post la sacaré al parque a ver cómo se comporta. Mañana habré de encontrar un hueco para llevarla al veterinario. En fin, esta mañana, mientras desayunaba, la miraba y pensaba que, lógicamente, falta poco para que se muera. Será el sexto perro de mi vida que muera (hay tres en mi niñez). Pero será, con toda seguridad, el que más pena me dará.

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

12 comentarios:

  1. La historia de tu perra es muy parecida a la de mi perro. Popi tampoco era mío originariamente, era de mi ahijado y sus hermanos, que viven en la puerta de al lado. Como suele pasar, los niños se aburren en seguida de sus obligaciones para con los perros, y al poco tiempo era yo la que sacaba a Popi dos veces al día. Terminé trayéndolo a mi casa, aunque al principio el pobre también estaba un poco liado con las dos puertas (izquierda y derecha). Facilitó un poco la cosa que un poco más adelante los niños se marcharon a estudiar a Sevilla, y así se acostumbró mejor a estar sin ellos. Ahora, cuando vuelven, le alegra verlos, pero ya no duda cuál es su puerta.

    ResponderEliminar
  2. Aún recuerdo cuando murió mi primer perro, ya mayorcita porque de pequeña no hubo manera de convencer a mi padre de que entrara uno en casa. La tarde que el veterinario dijo que había que "domirlo" (que eufemismo tan tonto ¿no?) nadie tuvo el valor necesario para hacerlo en aquel momento y esa misma noche se murió, el pobrecito.

    Lo que llegué a llorar. Kuego hubo otro pero desde luego, ese fue el que más tristeza me dio.

    Besos

    ResponderEliminar
  3. Yo hoy no quiero pensar en ese futuro cierto. Ya he pasado por varias tragedias mascotiles en mi vida: el canario de muerte natural de viejo; el perro y la gata por eutanasia; y el gorrión por accidente (si si, un gorrión, lo tuve un par de meses y no veas cómo te conocen y te siguen estos pequeñajos). Ahora tengo un gato de siete años. Hace casi tres años, contra mi voluntad, salió de mi casa para instalarse en la de mis suegros por el nacimiento de mi hijo. No hemos tenido corazón para traerlo de vuelta en todo este tiempo porque mis suegros están "quenomean" con el cariñoso minino, y también porque pensábamos que el gato está más a gusto con ellos. Esta semana la está pasando con nosotros otra vez porque mis suegros están de vacaciones. Sorpresivamente, se está comportando como si nunca se hubiera ido de aquí. Y yo me pregunto ahora... ¿se lo devuelvo o se lo rapiño?

    Besotes, y que se mejore la Cani.

    ResponderEliminar
  4. Hoy cumpliría mi Cacho 18 años, aunque por el promedio de vida de un boxer, desde luego no hubiera llegado a ese día., también soy divorciada, madre de un hijo varón de 12 años y vecina de mi ex. Muy al principio de la separación, como comentas, los tres perros de casa se quedaban desconcertados porque no sabían a cual de las dos regresar. En fin, quiero decirte que de todo corazón deseo que tu amiga Cani se recupere, que ahora hay medicamentos para las mascotas muy efectivos comparados a los de hace una década como el Rimadyl y que me gusta mucho leerte. Monique

    ResponderEliminar
  5. Pues yo nunca he tenido perro, pero tengo una amiga a la que llamamos, desde que nació, Cani.

    Sé que el comentario es estúpido, pero a mí el único animal que se me murió en los brazos fue un hamster y soy consciente de que no es ni parecido.

    ResponderEliminar
  6. miroslav... mi verdi tambien tiene 13,, y se me quedo cojo el otro dia, que disgusto..
    la artritis no perdona.
    pero cuando le veo siempre pienso...
    quien me quita lo vivido con el.. o el la vida de principe que ha tenido??? nadie
    paciencia.. es la vida...
    un beso

    ResponderEliminar
  7. Pero Cani está aún viva y además mucho tiempo te acompañó. Es muy triste, lo he pasado y uno se siente muy mal, pero sobre todo a los perros de mi vida, les agradezco lo bien que me han acompañado. Ahora tenemos un salchicha, Lucas.

    ResponderEliminar
  8. Por eso yo nunca he tenido perro..
    Pero por cosas del destino ahora tengo un gorrión,que vuela a mi mano en cuanto me ve entrar en casa, y al que me propuse poner en el balcón en cuanto aprendiese a volar,y auqnue este siempre está abierto, el gorrión no se va....nos caemos bien el uno al otro.
    Besitos.

    ResponderEliminar
  9. Yo nunca he tenido perro, aunque fuí co-partícipe de Fito el perro salchicha de mi Ex que era más una persona que un perro. De hecho me tenía algo de manía por "robarle" su sitio en el sofá junto a mi Ex y se vengaba poniéndose encima mío aunque hiciera un calor del demonio mirándome con cara de "venga atrévete a quitarme". y claro compartíamos los 3 el sofá cuando íbamos a ver a mi suegri.
    Se murió el año pasado y por circustancias me tocó a mí darle la noticia a mi Ex.
    Imagino que Cani igual que Fito han tenido una vida maravillosa, pero ese consuelo no nos quitará que se les vaya a echar de menos.
    Besos

    ResponderEliminar
  10. No he tenido perro, pero si he compartido mi vida con varios gatos y son parte de la familia (digan lo que digan algunas personas), así que cuando faltan sientes que un trocito de corazón se va con ellos.

    En este momento la familia la forman mis leonas, yo, Osito (un hamster de más de dos años, ya viejito) y Andu, una gata de dos años y medio, sin raza definida y recogida de un refugio de animales abandonados.

    Besos de una maia.

    ResponderEliminar
  11. Aps, perdón, espero que Cani se recupere pronto.

    ResponderEliminar
  12. ¡Qué bonitas historias! Todas. Es increíble cuánto se les quiere, verdad? Tanto que mi Míster murió hace diez años, se pegó una última juerga, el muy jodido, y tras cinco días fuera de casa, vino a morirse en nuestra puerta, y yo aun mantengo su foto, junto a las de mi familia, mis amigos, o a las de los hombres que he amado. Y le sigo echando de menos.

    Ahora tengo un gato hijo de puta que me araña los pies cuando estoy follando. Pero el día que deje de hacerlo, follar en mi casa ya no será lo mismo.

    ResponderEliminar