miércoles, 18 de julio de 2007

Jasón (I)

No, no se lo ha tomado nada bien. De todas formas era lo que esperaba; Medea es excesivamente pasional, le encanta llevar las cosas a los extremos. ¿Te acuerdas cuando, al poco de conocerla, me comentaste que te parecía una mujer muy intensa? No sabes cuánto, te respondí. No lo sabes tú ni lo sabe nadie; esa imagen de mujer fuerte, activa, entusiasta no es más que la pequeña punta que emerge del inmenso iceberg de su carácter apasionado. Y, amigo mío, la pasión agota; no se puede vivir continuamente en la pasión. Especialmente si uno mismo o, mejor dicho, la relación que uno vive, es el objeto único de la pasión. Todo había de pivotar sobre nuestro amor y eso no hay amor que lo resista. ¿Acaso no se mueren las plantas por exceso de riego? En serio, no te lo puedes imaginar: ¡quince años sin aflojar!

En fin, que la he traicionado; eso lo más suave. Porque me ha dicho de todo, de los insultos más zafios hasta algunos francamente simpáticos, heredados de su aya mexicana, todo un personaje que la cuidó desde niña y vino con nosotros desde California. No creas que me afectan, ya estoy bastante curtido; pero quería hacerme daño, buscaba ensuciar las cosas que más valoro, degradarme a mis propios ojos. Te aseguro que se equivoca de táctica. Actuando así lo único que logra es que me cierre a futuros entendimientos. Pero, por doloroso que sea, prefiero tal comportamiento al que tú habías previsto. Me habría resultado tremendamente incómodo que se derrumbara, que mediante chantajes emocionales intentara que siguiera con ella. Yo no habría cedido, eso lo tengo claro. Pero, si te soy sincero, es más que probable que se me hubieran complicado las cosas, que se hubieran alargado los plazos. Seguramente, me habría dado un tiempo para irle haciendo aceptar la separación. Mira: si uno lo tiene claro, lo mejor es que sea lo más de golpe posible; así que, bienvenida sea toda la mierda que quiera echarme si vale para aligerar los trámites.

No obstante, confío en que tras estas tormentas de improperios vaya imponiéndose la calma. Tendremos que resolver muchos aspectos prácticos y Medea es una mujer inteligente, por más que la pierda su carácter apasionado. Además la quiero; ¿cómo no voy a querer a la mujer con la que he vivido quince años, con la que he compartido una etapa fundamental de mi vida, la que ha servido para llegar a donde ahora estoy? Lo que más me gustaría es que no tuviera que desaparecer de mi vida, que fuéramos capaces ambos de transformar nuestra relación en algo también satisfactorio. A los dos nos queda mucho camino. Ya no habremos de recorrerlo juntos, pero no tenemos que hacerlo como enemigos, ni siquiera como ajenos que se ignoran mutuamente. ¿Qué soy un ingenuo? Quizás. No te voy a engañar diciendo que seamos capaces de lograrlo, porque es una empresa difícil, y más con Medea, a quien estos planteamientos ni se le pasan por la cabeza. Pero déjame que deje un espacio a esa confianza.

¿Sabes? Una de sus acusaciones fue que yo no la amaba. Por supuesto, a esa conclusión llegaba por contraste con lo mucho que ella siempre me ha amado. ¡Qué coño sabrá ella de amor! Perdona pero es que me cabrea esa cantinela tan repetida de las mujeres apasionadas. ¿Qué no la amaba como ella me ama a mí? Vale. Pero es que no creo que su amor sea mejor que el mío; es más, tiendo a pensar que su amor, lo que ella llama amor, no es más que la enfermiza fijación de su adicción emocional. No me ama a mí, me utiliza como cebo para su pasión devoradora. ¿Acaso le preocupa de verdad lo que a mí me preocupa? ¿Acaso quiere de verdad que yo sea feliz? Te respondo: no. O mejor, quiere que yo sea feliz de una única manera: con su amor, con nuestro amor. Que nos estemos mirando el ombligo hasta la eternidad, alimentando esa especie de monstruo pasional que lleva dentro, que no haya nada más; o que lo que haya de más sólo sirva como leña para nuestra hoguera. Coño, ya estaba harto, ya me quemé bastante.

Al principio, cuando nos conocimos, no era así. O yo pensé que no era así; a estas alturas empiezo a tener mis dudas. Me enamoré de una chica preciosa que se ilusionaba con mis proyectos, que compartía mis ambiciones. Cuánto me ayudó en esos dos años americanos; y también luego, en Madrid, fue un apoyo fundamental en mi enfrentamiento con mi tío. Esos primeros tiempos de lucha, de tragedias, nos unieron mucho. Tú conociste a mi tío Pelias, sabes la horrible forma en que murió, de mis conflictos con él, antes y después de Estados Unidos. Pero no menos dramática, lo sabes, es la historia de la familia de Medea y más trágico si cabe el desenlace: asesinado su hermano mayor, Apsirto, y Eetes, su padre, uno de los hombres más influyentes de California, recluido en un sanatorio tras perder la razón. Son todas esas vivencias compartidas, experimentadas, juntos, en nuestras propias carnes. Estábamos ahí, ¿recuerdas? ¿Cómo crees que lo soportamos? Porque, en medio de la desgracia, luchábamos unidos por un proyecto común, por construir nuestro futuro. Gracias a ello, lo que fueron sucesos terribles se convirtieron en escalones de nuestro ascenso. Te pareceré duro, inhumano si quieres, pero estoy orgulloso de cómo supere esos escollos, como fui capaz de vencer a las adversidades, cuales dragones mitológicos. Y Medea estaba a mi lado, en el mismo empeño. ¿Cómo no amarla, entonces y ahora, cuando el amor tenía un sentido que lo hacía trascendente, cuando nuestro proyecto de vida llenaba al amor de sentido?

Ayer Medea, en su furia, se empeñó en ensuciar esos recuerdos que dan sentido a mi amor. Ella lo había hecho todo por mí, yo sin ella no habría sido capaz de lograr nada. Y ahora la traicionaba. Ella me amaba y lo que hizo, lo que hicimos juntos, lo hizo por mí; no compartía en el fondo mis ilusiones, eso fue lo que me dejó entrever. Como si, desde el principio, hubiese actuado para convertirme en su deudor, para poseerme, apropiarse de mí, mediante una tenaza de compromiso. He de reconocerte que con esas insinuaciones sí logró hacerme daño, aunque me niego a creerlas del todo. Porque, si fuera verdad, si fuera verdad completa, he estado engañado. En ese caso, habría sido yo el utilizado. Justo lo contrario de lo que me acusa: de que me aproveché de ella sin llegar nunca a amarla de veras.

Sin embargo la amo, la he amado todos estos años, a pesar de que ella no ha sabido, no ha querido entender mi amor. Sobre todo, no ha sabido o no ha querido que nuestro amor sirviera para andar un camino común, que fuera una fuerza creadora y vivificadora. Su malsana pasión sólo nos ha conducido a un opresivo ahogamiento. Así no podíamos seguir; al menos, yo no podía. Tampoco creo que para ella fuera buena su actitud: esa soberbia despectiva hacia todo, ese rechazo y desinterés por las que eran nuestras ilusiones. No pienses que no he peleado para enderezar nuestra relación, pero todos mis esfuerzos han sido inútiles. Ya hacía tiempo que estaba convencido de que había que acabar. Por mi bien, sí, pero también por el suyo. Puede que no me creas, pero me separo de Medea porque la amo; o, si prefieres, la mejor prueba de amor que en nuestra situación puedo darle es separarme de ella.

¿Glauca? Sí, lo sé. Bueno, tampoco soy un santo, así no voy a negarte que es un factor importante en la ecuación. Además, no estás en condiciones de juzgar sobre las decisiones de conveniencia: recuerda cómo te casaste con Agameda; desde esa época compartimos secretos poco honrosos. Pero la entrada en juego de Glauca no cambia el fondo del asunto, no hace distinto lo que siento respecto a Medea y cómo vivía nuestra relación. Por más que te admita –a ti no tiene sentido intentar engañarte– que esta chica ha aparecido como un regalo divino, el ingrediente preciso para que muchas cosas recuperen su sentido. Justamente por eso, por ser una oportunidad preciosa, lo es tanto para mí como para posibilitar lo mejor para Medea tras nuestra separación. Sé que parece retorcido y no me siento capaz de explicártelo bien; créeme no obstante que casarme con Glauca, como haré, es resultado también de mi amor por Medea.

No, claro que no. Ni a Medea ni a Glauca les he contado esto. ¿Crees acaso que se puede siquiera insinuar? Si amas a una mujer no puedes ser absolutamente sincero; eso sólo conduce a malentendidos y recelos. Justamente porque las amo he de actuar por su bien sin atender sus deseos. Muy especialmente con Medea; he de ser muy cauto con ella. Como te he dicho, esperar que pase la tormenta, que recupere la cordura y, entonces, estar ahí, reconducirla hacia lo que más le conviene; lo que más nos conviene a ambos. Para ello habrás de ayudarme; necesitaremos la complicidad de Agameda. Pero ya hablaremos con más calma en otro momento. Creonte se acerca.



CATEGORÍA: Personas y personajes

5 comentarios:

  1. "si amas a una mujer no puedes ser absolutamente sincero ..."
    interesante ...
    me encanta el relato, magnifico ...
    besos ...

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  2. Sí puedes ser sincero lo que no tienes es porqué abrirle tu vida de par en par, pero ni por ser mujer ni por ser hombre. El problema es que a veces nos falta confianza para llegar a ser sinceros y si no hay la suficiente confianza no habrá nunca sinceridad.

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  3. Es verdad que cada parte de una pareja tiene una versión totalmente distinta de como va esa pareja, sobre todo cuando las cosas ya empiezan a ir mal o por lo menos no muy bien.
    Me ha gustado mucho....parece una novela....

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  4. ¿Y por qué me parece tan cercana la obra de Eurípides?

    Como ya dije antes, nunca debemos olvidar nuestro pasado y aún así, no aprendemos.

    Genial adaptación. Gracias.

    Besos de una maia.

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  5. ¡Qué bien que está esto! Los mitos son eternos, queda demostrado así.

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