miércoles, 31 de enero de 2007

Nubes negras, cielos despejados

Acabo de hablar contigo por teléfono y me he levantado del sillón con un montoncito de nubes negras alrededor, en pocas palabras, echando humo. Seguía con esta indefinida sensación de malestar así que me preparé un colacao y un par de tostadas y empecé a preguntarme su por qué. Está claro que es una reacción a lo que me contestaste cuando te pregunté por el asunto ese de tu trabajo: que era un rollo y en esos momentos no te apetecía contármelo. Y eso me dolió y cuando algo me duele, más por inesperado que por importante, noto cómo me cierro en mí misma. Me siento tratada injustamente, que mis buenas intenciones son menospreciadas, y desciendo vertiginosamente a un túnel de piedra: el silencio. El túnel se va ensanchando cada vez más y la distancia que me separa de las paredes de la gruta equivale a mi incapacidad de hablar en ese momento. Sólo unas buenas preguntas a tiempo me devuelven a la superficie, y con ellas, la capacidad de expresarme y decir lo que siento. Tengo que decir que hasta ahora siempre lo has logrado.

A pesar de que yo desee que tú me preguntes sobre mi trabajo (lo perciba como una muestra de interés hacia mí por tu parte) y sienta la necesidad de contarte y compartir contigo las cosas que me pasan durante muchas horas del día, no tengo que pensar (y aquí viene mi reflexión sobre tus ideas) que tú necesitas lo mismo que yo. Es más, ya ha pasado más de una vez, te he preguntado sobre tu trabajo y tu respuesta ha sido parecida a la de hoy. Será cuestión de cabezonería? ¿Tan difícil me es reconocer que tú no necesitas lo mismo que yo y que yo puedo actuar de una forma pero que tú no tienes que hacer lo mismo, porque, simplemente, somos diferentes?

La mayoría de las veces los conflictos de comunicación entre personas, incluso entre las que se quieren, obedecen más a la forma en que se transmite el mensaje que al estricto contenido del mismo. A mí me pierden las formas, y eso no es nuevo. Aunque creo que he mejorado mucho en ese aspecto (no puedes imaginarte cómo era de joven) me queda mucho por andar. Al menos pienso que lo que sí he comprendido es la inutilidad del desprecio a las "contemplaciones" con la excusa de una honestidad mal entendida; porque, en el fondo, revela arrogancia y poca bondad (me resisto a calificarlo de maldad), máxime cuando a uno le consta que en el otro (la otra) sólo hay buena intención y empatía. En mi caso, sin embargo, predomina la impaciencia, que es mi defecto capital, y que cuando se dispara incrementa las probabilidades de respuestas con poco tacto. Naturalmente, el cansancio mental (tras un día de trabajo intenso, por ejemplo) hace que sea más fácil que la impaciencia asome, ya que no estoy lo suficientemente atento a reprimirla.

Así que perdón (de verdad) por haberte dado una contestación que, como bien dices, te resulto inesperadamente cortante. Ciertamente, no me apetecía contarte en esos momentos el asunto laboral; porque no quería volver a poner mi mente en ese tema y porque tampoco me apetecía elaborar la necesaria síntesis que exigía esa conversación telefónica. Pero podía haberte dado ese mensaje de forma que no aparecieran tus nubecillas negras.

En cuanto a tus preguntas finales, no por retóricas voy a dejar de contestártelas. No creo que sea cuestión de cabezonería; simplemente tú (como yo y supongo que casi como todos) actuamos en gran medida dejándonos llevar por nuestros hábitos de comportamiento. Cambiarlos, suponiendo que creamos que debemos hacerlo (y eso es obviamente una decisión de cada uno) requiere esfuerzo y constancia, hasta que, poco a poco, el hábito se va disolviendo. Y tampoco creo que te sea muy difícil reconocer que tú y yo (y cualquier otro) necesitamos cosas distintas. Lo que pasa es que una cosa es reconocerlo desde la razón (relativamente fácil) y otro interiorizarlo. Si de verdad alcanzáramos este segundo nivel, seguramente nos sería mucho más fácil no sentirnos negativamente afectados cuando el otro no actúa como nosotros lo habríamos hecho. Pero, efectivamente, tendemos con mucha frecuencia a valorar e (implícitamente) a juzgar el comportamiento de los demás desde nuestros parámetros (lo que nosotros habríamos hecho) y, lo que es más peligroso, tendemos a extrapolar conclusiones a partir de esas premisas erróneas.

A mí me parece fantástico que te apetezca contarme cosas de tu trabajo y me interesan en la medida en que te afectan; aunque reconozco que mucho menos en cuanto a su contenido propio (lo cual es lógico). También me parece estupendo que te apetezca saber cosas de mi curre y tiendo a pensar que es por la misma razón que me ocurre a mí con las del tuyo: porque me afectan y no tanto porque mi materia laboral te interese en sí misma. Pero, en cambio, no me gustaría (ya sé que no es el caso) que me preguntaras porque entiendes que has de manifestar tu interés como prueba de que me quieres o como contrapartida (o reclamo) de que yo haga (o deje de hacer) lo mismo. A eso me refería con las extrapolaciones peligrosas.

En todo caso, me encanta que, pese a las nubes negras y los túneles anchos, seas capaz de decir lo que sientes. No hay peor opción que el silencio; sólo vale para que se pudra el conflicto y crezca como una bola, no de nieve, sino de futuros rencores. Y de eso ya sabes que tengo un master. Así que perdona nuevamente y un beso muy grande. Te deseo un cielo despejado y luminoso, a ser posible pintado por Velázquez.


POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM

3 comentarios:

  1. Qué tremenda lección de comunicación, por parte de ambos.
    De "ella" (imagino que es K) me quedo con un párrafo que serviría para definir exactamente cómo me comporto yo cuando algo ensombrece mi cielo con nubes negras y que lo ha definido de una forma espectacular.
    Qué camino más hermoso!
    Besos

    Publicado Miércoles, 31 Enero 2007 21:04

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  2. Precioso.

    Publicado Jueves, 1 Febrero 2007 08:58

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  3. Es difícil la comunicación. Es muy difícil aprender a comunicarse pero siempre vale la pena el intento.

    Besos

    Publicado Jueves, 1 Febrero 2007 20:34

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