domingo, 13 de mayo de 2007

El rapto de la poesía

Estoy volviendo a casa. Escribo en el avión -la primera vez que lo hago- intentando desprenderme de la modorra derivada del madrugón de esta mañana. Algo más de una semana fuera; desconexión laboral absoluta que, según me enteré el viernes, ha sentado fatal a un político de mi institución al que, en estas fechas preelectorales, le urgían soluciones que pretendía que yo articulase. Mañana lunes habré de torear un ratito; a lo mejor hay suerte y consigo que me abran expediente.

El motivo de este viaje ha sido reencontrarme con quien fue íntimo amigo, compañero inseparable durante la universidad. No nos veíamos desde hace algo más de veinte años. Fui a recogerlo a Barajas y no lo reconocí cuando salió acompañado de su nueva mujer; tampoco él a mí. Luego, cuando por fin nos encontramos, sí descubrí en los rasgos de ese señor casi cincuentón al chaval de veintipicos con el que pasé tantas horas, con el que viví tantas cosas. Imagino que a él le pasaría algo similar. Además, enseguida, se produjo entre ambos un fenómeno extraño y divertido, una especie de regresión que nos hizo recuperar el lenguaje absurdo de esa época, lleno de ironías y humor en claves propias. Así que, de pronto (y durante todos los ratos que hemos pasado juntos en este viaje), dos señores maduros se sentían como los chavales universitarios que fueron.

Mi amigo venía a recoger un importante premio de poesía que había recibido su madre, imposibilitada de viajar. La entrega era en Granada y allí he pasado dos días, en condición de amigo del homenajeado y, consecuentemente, disfrutando de algunas prebendas oficiales (la mejor, sin duda, la visita sin reserva previa ni colas a la Alhambra, con explicaciones amenas y eruditas de un arqueólogo que trabaja allí). Naturalmente, asistí al acto de entrega del premio, que se celebró en los jardines de una casona de propiedad municipal, a las afueras de la ciudad, con unas vistas magníficas hacia Sierra Nevada y, del otro lado, hacia la propia Alhambra. En el acto, además de las autoridades políticas correspondientes, había varios poetas que estaban en Granada, asistiendo a un festival de poesía que pusieron en marcha algunos entusiastas y que, alcanzada ya la cuarta edición, comprobaban con orgullo su consolidación.


Toda esta gente, los poetas, creaban un clima de apacible bonanza, un ambiente mullido y amable en el que se relacionaban, con sonrisas y dicciones dulces hispanoamericanas y andaluzas. Ese ambiente que a mí me parecía tan vinculado a las mejores potencias de la naturaleza humana (por más que inevitablemente tenga algo de impostura), arropado por la magia granadina, flotaba al inicio del acto oficial, mientras la gente llegaba y se acomodaba enfrentada a un sol naranja en bellísima agonía, mientras en torno al público se disponían funcionarios municipales con los llamativos trajes de galas alternando con chicas jóvenes de la organización vestidas con camisetas ajustadas que llevaban impresos, sobre los pechos resaltados, versos de poetas célebres, mientras la banda municipal interpretaba los himnos de Granada y de Andalucía ...

Tres poetas leyeron tres poemas de la premiada. Fueron tres voces muy distintas entre sí, fueron tres acentos diversos; las tres lecturas magistrales, logrando que los sonidos emitidos desplegaran toda la fuerza de la poesía, de esa poesía dura y sin concesiones, que hiere. Luego, el concejal de cultura del Ayuntamiento, en su calidad de secretario del Jurado, leyó el acta del acuerdo de concesión del premio a la madre de mi amigo. Lenguaje administrativo, formal y alambicado, radicalmente distinto al poético aún suspendido en el aire; pero era un contraste armónico, digno, adecuado al acto. Acabada la lectura del acta, se produjo la entrega del premio (una escultura de casi cinco kilos; el asunto económico había sido "resuelto" previamente) a mi amigo, que hubo de plantarse frente a un público que aplaudía y dirigirse muy nervioso al atril para leer su discurso.

Lo había escrito durante esos dos días. Un rato antes de que viniera a recogernos el coche oficial, me lo había enseñado y, entre los dos le habíamos dado los últimos mínimos toques. Era un texto breve, apenas cinco minutos de lectura pausada. Un texto escrito por el hijo que, evitando florituras literarias (él no es literato) o referencias críticas, hablaba del dolor de su madre, evocaba la anterior estancia de ella en Granada, agradecía el cariño que había sentido ... Estaba nervioso (ya lo he dicho) y emocionado y leyó quizás no tan despacio como habría debido. Pero lo que dijo y cómo lo dijo permitieron que los asistentes (al menos así fue en mi caso) sintieran la presencia de la mujer premiada, logró traerla desde su casa limeña a esa tarde granadina, aunque sólo fuera durante el breve tiempo de sus palabras.

Y bien digo al decir breve. Porque tras el discurso de mi amigo y los aplausos del público emocionado, empezó la parte vergonzosa que, para mayor inri, fue de lejos la más larga. Rapto y violación de la poesía por la política, un cuadro infinitamente repetido. En la versión del jueves pasado, esta obra clásica constaba de tres actos, todos monólogos: embajador del Perú, consejera de cultura de la Junta, alcalde de Granada. El embajador, que no conocía a la poeta, se permitió una plúmbea perorata sobre su biografía y sus influencias literarias; discurso absolutamente vanidoso y hueco, si bien pronunciado con una dicción exquisita. La consejera, del PSOE, aprovechó para dar bombo a la política cultural regional y pullas a la granadina (pese a su carácter de invitada), con ayuntamiento PP; por fortuna no se metió a crítica literaria, pero no pudo resistirse a unos cuantos tópicos de feminismo populachero y simplón (la poeta es una mujer). El alcalde empezó muy campechano pidiendo un aplauso cariñoso para que la poeta lo recibiera en Lima, pero le habían dicho que tenía que leer un discurso culto (¿o era él quien quería parecerlo?) y, con su acento granaíno, se puso a glosar las influencias literarias de la premiada, repitiendo el mismo asunto que el pedante del embajador le había pisado, pero él con las palabras que ya habían sido publicadas en el suplemento cultural de ese día de un periódico local. Puede que el discurso del alcalde no fuera el peor pero, a esas alturas, yo ya estaba indignado.

Para acabar, himnos del Perú y España y desbandada general hacia las copichuelas y los canapés. Multitud de comentarios irónicos hacia los discursos políticos y elogiosos al de mi amigo. Fotos y abrazos. La gente se va yendo poco a poco ... Fin del acto.

Me decía uno de los organizadores del festival de poesía que estas "concesiones" a la vanidad de los políticos es el peaje inevitable para subsistir. Pues así será y con gusto habrá que pagarlo. Pero no puedo evitar preguntarme cómo es posible que esos señores, leyendo discursos improcedentes, no se dan cuenta de que están haciendo el ridículo. Porque no se dan cuenta.

Y no es sólo que hagan el ridículo, sino que ensucian algo que es limpio, emotivo. Eso es lo que me indignó esa tarde noche. Por suerte, la sensación de desagrado es más epidérmica y pasó pronto; la otra, la bonita, caló más adentro.


CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

5 comentarios:

  1. Cuando me dedicaba a la arqueología tenía que lidiar, indefectiblemente, con políticos. En inauguraciones de exposiciones, en presentaciones de piezas restauradas, en inauguraciones de instalaciones, en presentaciones de catálogos y libros...

    Los políticos que nunca estaban cuando se presentaba algún problema gordo (los pequeños y medianos los resolvíamos todos los días sin alharacas y sin ponernos medallas) aparecían como por arte de magia en estos actos pomposos e insoportables. Vomitivo.

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  2. Pues sí, una pena, pero como has dicho lo que perdurará es el resto de la historia.

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  3. los politicos en actos culturales son una lacra...
    pero tu viaje es el tipo de viajes que me dan mucha envidia,, estar con un buen amigo, en granada, (suspiro)

    estoy muy envidiona ultimamente no? o es que si tenemos vidas paralelas??? :O

    un beso

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  4. Los políticos, ya se saben: a su bola, hay que dejarles por imposibles.

    Menos mal que siempre te quedará la poesía y el recuerdo de la Alhambra (envidia me ha dao a mí lo de la Alhambra :D)

    Besos

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  5. Me has emocionado, teniendo en cuenta que me crié a la sombra de la Alhambra, lástima de esos políticos toca... ejemmm...

    Disfruta de tus recuerdos y olvida ese otro lastimoso.

    Besos de una maia.

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