martes, 28 de agosto de 2007

El Loco Tito

Alfredo y Jaime pasean por las calles de Miraflores. ¿A dónde iban? Ya no me acuerdo; han pasado muchos años. Es por la mañana, casi hacia el mediodía; calculo que sería febrero, un día de verano limeño con el cielo inusitadamente despejado. Jaime y Alfredo son dos chicos españoles de dieciséis años; apenas llevan unos meses en Perú. Todavía no controlan este nuevo mundo, esta ciudad inmensa y pequeña a la vez, tan distinta del Madrid del franquismo agónico en el que vivían. Su condición de extranjeros es patente, incluso antes de que el cerrado acento castellano les delate. Pero ellos pasean ajenos e ingenuos, contentos de sentirse libres, casi adultos, con afanes descubridores.

Han tomado unos refrescos en el Óvalo Gutiérrez y luego siguen bajando por la avenida Santa Cruz en dirección a la costa acantilada. Al llegar a la avenida Mariscal La Mar, Alfredo sugiere visitar a Mañuco, un reciente amigo peruano. Su casa creo que es por ahí, dice señalando hacia la derecha. Pero la casa no aparece o aparece mil veces repetida entre muchas edificaciones de dos o tres plantas, de modesta arquitectura racionalista. Es difícil perderse con la referencia del mar tan cercano y, sin embargo, de pronto los dos chicos no saben bien dónde están. Se ven a mitad de cuadra, en una calle desierta, por la que apenas pasan coches y mucho menos peatones ... y a unos metros, sentado en el poyo que delimita el jardín delantero de una de esas casitas de la acera de enfrente, un hombre les mira.

Eh, flaquitos, les grita a la vez que mueve los brazos para que se le acerquen. Vamos, dice Jaime, así le preguntamos por la dirección de Mañuco. Es un cholo cuadradote, con tejanos y una camiseta ajustada, gafas de sol tipo rayban, pelo muy negro engominado. ¿Qué pasó patitas? ¿Andan perdidos? Enseguida les ha cachado y más en cuanto Alfredo habla. ¿Qué son? ¿Españoles? Y a la respuesta afirmativa: ¡Qué lindo! De la Madre Patria. Y comienza a interesarse por los chavales; que qué hacen en Perú, que si van a quedarse mucho tiempo, que por dónde viven ... Habla y habla, tanto que los chicos apenas son capaces de seguirle con parcos monosílabos, sin atreverse a preguntarle por la dirección del amigo. De pronto, sin previo aviso, se levanta y de frente a ambos les pasa a cada uno un brazo por el hombro. No se me asusten, compadres, protesta ante los instintivos sobresaltos de los muchachos, que soy su pata, soy buena gente. Les tengo que pedir un favorcito.

Les cuenta entonces que su hembrita vive ahí mismo, en la quinta a la que se accede por la serventía lateral de esa casa. Efectivamente, los chavales se dan cuenta de que frente a ellos se abre un callejón hacia el interior de la manzana; se trata de una quinta, una serie de edificaciones en hilera, una tras otra, de las que sólo la primera da a la vía pública. Miren, ahí, en la última puerta, es la casa de mi enamorada, pero es que no puedo tocarle porque sus viejos me odian, no quieren que salga conmigo. ¿Por qué? Pregunta de buena fe Alfredo, que empieza a perder las reservas ante ese cholo tan locuaz. Y bueno, es que he estado en Lurigancho, ya saben, la cárcel. Pero fue por culpa de una pendejada que me hicieron. Yo soy buena gente, pregunten no más por ahí por el Loco Tito, todos me respetan.Vayan pues, toquen a la puerta de la casa de mi hembrita y si les abre ella le dicen que estoy acá fuera, que salga; si les abre el viejo conchasumadre, pues se quitan no más, le dicen que se equivocaron. Alfredo y Jaime se miran, no saben qué hacer. Buscando una excusa, Alfredo se remanga la camisa para mirar el reloj ostensiblemente; el gesto llama la atención del Loco Tito. ¡Qué paja tu reloj! Déjame que lo vea. Alfredo, cortado, le acerca la muñeca. No pues compadre, sácatelo, déjame que lo vea de cerca, yo entiendo de relojes, ¿sabes? Tensión; los muchachos dudan: ¿decirle, bueno lo sentimos, estamos apurados y darse la vuelta a paso rápido? Alfredo deja caer lentamente el brazo, pero antes de que hable el Loco dispara: Ya pues, ¿no se fían de Tito? No sean cojudos, flaquitos; si quisiera atracarles, ¿qué me costaría? Y ante el asombro de los chicos saca una navaja descomunal, la muestra sonriente y la vuelve a guardar. No, el Loco Tito no es un pendejo, no les quiero hacer daño. Sólo les he pedido que me ayuden, que avisen a mi hembrita. Pensaba que eran buena gente, españoles de la madre patria; pero si no se fían, váyanse pues.

Pero no se van. Entre el estupor y el miedo, ganas de demostrarse que afrontan las cosas. Bueno, vale, dice Jaime, perdona es que no te conocemos. Gracias patita, eres un buen tipo, ¿a que tú sí que me enseñas tu reloj? Desconcertado Jaime se lo muestra; no es tan bueno como el de Alfredo, pero ... Tito le hace un gesto y Jaime se lo saca y se lo entrega. El cholo lo observa, lo manosea, ceño fruncido, pensativo. No está mal, dice devolviéndoselo, pero creo que es mejor el del otro flaco, el que no se atreve a dejármelo. Picado, Alfredo, ahora sí, se lo pasa. De nuevo los mismos gestos pero esta vez no hace el ademán de devolverlo sino que pregunta ¿Y, pues? ¿Van a avisar a mi enamorada? Sí, dice Alfredo, ¿me das el reloj? Claro flaquito, toma ... pero, espera, mejor déjamelo así mido lo que tardan. ¿Ya te fías de mí, verdad? Alfredo mira a Jaime, derrotado. Sin palabras entran por al callejón pero, a medio camino dan la vuelta: somos gilipollas, el tío ya se ha largado con mi reloj, coño que es un rolex.

Pues no, el Loco Tito sigue ahí, tranquilo, mirando el reloj que se ha ajustado en su muñeca derecha. ¿Ya regresan? ¿Qué pasó? No, es que ... ¿cuál era la puerta? Ah, la última, es amarilla. Oye flaco, estas letritas de aquí son el calendario, ¿verdad? Se acercan y entonces, con la mayor naturalidad, el Loco le dice a Jaime. Déjame también el tuyo, quiero mostrarles una cosa. Maldiciendo para sí, Jaime se lo pasa (Alfredo siente un consuelo interior, ya no es el único). El Loco se lo ata en la otra muñeca y pomposamente alza ambos brazos hacia el cielo y los acerca entre sí. Esto me lo enseñó un colega muy rayado en la cárcel; si uno se concentra puedes sincronizar los segunderos de dos relojes. Fíjense. Baja los brazos y enseña las esferas; para nada, cada aguja va por su lado. Pone cara triste, luego pensativa, luego sonríe. Se necesita más tiempo y fuerza mental. Vayan a avisar a mi hembrita, ya verán cuando vuelvan cómo los he sincronizado.

Los chavales entran de nuevo al callejón y, ahora sí, caminan hasta el fondo. Hay, efectivamente, una puerta amarilla; tocan el timbre; esperan; no se oye nada; golpean la madera, nada tampoco ... Entonces se abre la puerta de al lado y asoma una señora. ¿A quién buscan? Ahí no vive nadie. Se miran entre ellos y ambos a la vez empiezan a correr hacia la calle: el Loco Tito no está. Gilipollas, gilipollas, gilipollas ... Somos gilipollas. Alfredo añade: de esto ni una palabra a nadie. Supongo que ya, pasados más de treinta años, se puede confesar.


CATEGORÍA: Recuerdos

12 comentarios:

  1. Uf! Qué historia...!
    Es el ejemplo de que con buenas maneras se consigue cualquier cosa. Hoy en día los ladrones no son tan elegantes y el reloj te lo quitan a punta de navaja. Lo siento por los dos chicos, pero me gustó la picaresca del Loco Tito.

    Besos

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  2. Vaya profesional...

    Tranquilo, creo que le hubiese pasado a cualquiera, a mí la primera.

    Os quedasteis sin relojes, pero te ha quedado un post genial.

    (no se consuela el que no quiere ;) )

    Un beso.

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  3. Es una bonita historia. Y la canción me encanta.

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  4. Ay poldió, que estaba sufriendo por si les pasaba algo malo a estos jovenzuelos-almascándidas.

    Ya se pueden contar muchas cosas, otras aún no...

    Besotes.

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  5. Y ¿a que te sientes mejor niño??

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  6. Qué fuerte! xDD Por lo menos no os pasó nada

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  7. Muy buena la historia...pero si, tuvieron suerte que sólo fuera el reloj.....

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  8. Eso me habría pasado hasta a mí... y tengo más años. Al menos sólo fueron los relojes.

    Besos

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  9. En Sevilla detuvieron hace años a un chaval acusado de robar relojes y chupas de cuero a adolescentes.

    El alegó para defenderse que él jamás robo nada, se lo daban cuando el se lo pedía amablemente.

    Según decian en el periódico, algunas víctimas habian confesado de forma anónima al periodista que, efectivamente, él se plantaba delante en una calle desierta de madrugada y decía:

    - Me das la chupa por favor?

    La pinta del tipo aconsejaba acceder a su amable petición.

    PD: Por cierto, por razones obvias hoy firmare sin mi nick

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  10. Que conste, Tito, que el nombre del protagonista de mi post para nada ha sido inspirado por tu nick. La purita verdad es que se llamaba (o se hacía llamar) así. Te lo aclaro para evitar cualquier tipo de malentendido :) Un saludo.

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  11. ¡Uy, uy, uy!. Déjame que me ria. Tu amigo el Vidal saca su obra en fascículos... Sacarla toda de golpe sería un atragantamiento para los bolsillos.

    Beso

    P.S.: Sé que no tiene nada que ver con tu post, original aventura, pero siempre nos ha pasado algo de eso a todos. !Y que tire la primera piedra el que no se haya puesto colorado en la adolescencia¡ (Y en más ocasiones, seguro)

    P.S. 2: Permíteme que me siga descojonando de la risa

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  12. vaya, ya decía yo que nunca actualizabas, te tengo en bloglines y tu blog nunca me salía actualizado. Ya veo que fue porque se te agotó el espacio y te has hecho uno nuevo.

    un saludo y me alegro del reencuentro.

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