jueves, 28 de febrero de 2008

Desbarrando sobre la evolución de las palabras

La analogía ente el lenguaje y la biología es tentación difícil de esquivar. Contemplar los fonemas, las palabras, las frases y pensar en células, órganos y organismos casi es un automatismo. Descubrir cómo estos componentes del lenguaje interactúan diacrónica y sincrónicamente despierta, a poco que se tenga una mínima sensibilidad, embelesos parecidos a los que genera la observación de la Vida. Bucear en la etimología se me asemeja a rastrear en la evolución de las especies y, ciertamente, la lingüística fue radicalmente transformada a raíz de los postulados evolucionistas de las ciencias naturales.

Un mecanismo adaptativo frecuente en la evolución de las palabras es, por ejemplo, el de la eufonía. Eufonía, del griego, significa buen sonido (cacofonía justamente lo contrario). Así, muchos de los cambios que sufren las palabras a lo largo del tiempo (provenientes de un idioma madre o en el seno del propio) se deben a que, en su forma evolucionada, “suenan mejor”. Podríamos diferenciar los que responden a una facilitación del habla pero, en el fondo, ¿no son acaso lo mismo? Porque, normalmente, una palabra nos sonará mejor cuanto menos difícil sea de pronunciar. En todo caso, lo que me interesa destacar es que la eufonía funciona “adaptativamente” ya que una palabra que suena mejor, que se pronuncia más cómodamente, parece mejor dotada para la supervivencia en el “ecosistema” de los hablantes.

En los manuales de etimología se sistematizan las distintas alteraciones de letras por motivos eufónicos, tales como la conmutación (por ejemplo la o que muda en e en el vocablo latino fronte), la trasposición (viuda desde vidua), la adición (bástenos la vocal inicial añadida a tantos términos latinos que comienzan por s líquida: escorpión desde scorpione), y la supresión (la i de amabile desaparece, como la d de credere). Lo curioso es que los mecanismos eufónicos, como otros que operan en la evolución de las palabras, pueden invertir su sentido y así, por ejemplo, una supresión previa anularse posteriormente con una adición (ejemplo es la palabra donde que se acortó hasta do, la forma más habitual en los siglos XVIII y XIX, para recuperarse nuevamente el término “largo”).

Probablemente, entre las evoluciones conmutativas de las palabras castellanas, la más popular es la que cambiaba las efes por haches (¿o deberíamos considerar esta alteración entre las supresiones toda vez que la h es muda? nooooo). Todos sabemos que hasta no hace mucho (incluso en el siglo de oro) todavía eran abundantes los vocablos que mantenían la antigua f de sus ancestros latinos (fazer, fermoso, fierro, etc). No sé si el enmudecimiento de la f se explica por mecanismos eufónicos (a mí, por ejemplo, me gusta más fierro, como se dice en algunos países americanos); lo cierto es que este “salto evolutivo” afectó a muchas “especies” pero no siempre se aplicó sobre todos los diversos “géneros” que las componían, de modo que algunas palabras siguieron su evolución sin sustituir la f primigenia por la h. La “especie” más fecunda a este respecto la conforman la multitud de palabras derivadas del venerable facere latino; a bote pronto, tenderíamos a pensar que la f del primer romance fue abolida sin remedio y las especies con ese genotipo se extinguieron; si meditamos un momento contabilizaremos, no obstante, una pléyade de derivados del facere original que han mantenido la f en el castellano actual (afectar, confeccionar, beneficio, efectuar, fechoría, infección, perfecto, y muchas más).

Ese “salto evolutivo” aplicado parcialmente sobre un conjunto de términos con la misma raíz y, consecuentemente, estrecho parentesco semántico, posibilita divergencias evolutivas formales que, a su vez, suelen reforzarse con progresivas diferenciaciones semánticas. Y aquí vendría a cuento el obsoleto debate entre forma y función que, en las burdas analogías con que me estoy entreteniendo, plantearía simplistamente con el dilema del huevo y la gallina. Tiendo a pensar que, en la mayoría de los casos, son las formas existentes (las palabras como composiciones concretas de fonemas) las que van ampliando sus significados con los requerimientos del uso. Me parece que son menos abundantes los neologismos, palabras creadas expresamente para dar nombre a conceptos nuevos, a través de técnicas que recuerdan las propias de la ingeniería genética. Pero podría ocurrir con cierta frecuencia que la excesiva inflación semántica de algún término fuera un incentivo más para propiciar su evolución morfológica, dando origen a dos o más palabras derivadas, cada una con significados más específicos. Sin embargo, intuyo que lo más habitual haya sido que la propia evolución formal, al ampliar el catálogo de palabras, permitiera que uso de los hablantes matizara los significados, como ocurre con especies de antepasados comunes que evolucionan en ecosistemas diferentes.

Se me ocurrió escribir este post curioseando con la palabra horma (molde con que se fabrica o forma algo). No es difícil descubrir que proviene de la palabra latina forma (a su vez derivada por trasposición de letras de la griega morphé), exactamente igual a la castellana. Pareciera que este grupo de palabras emparentadas resistió bien al enmudecimiento tardomedieval de las efes; quizás las más notables entre las afectadas sean las relacionadas con la palabra hermoso (que, pese a sus aparentes distancias semánticas, comparte el mismo origen). Horma, en cambio, se me antoja un caso singular porque es la aplicación simple del “salto evolutivo” comentado dando a luz un término con un significado muy específico frente al mucho más amplio contenido semántico de la palabra madre, que continua existiendo con bastante más fecundidad y abundancia que su derivada. Para colmo, el gen de la h se ha mostrado en este ejemplo algo recesivo ya que, debido seguramente a la progresiva degradación de los oficios, el vocablo horma va poco a poco cayendo en el desuso. ¿Quién guarda ya sus zapatos, por ejemplo, embutiéndoles las correspondientes hormas como antaño hacían las familias pudientes?

Pero, a partir de mi curioseo sobre las hormas, descubro un fenómeno evolutivo de nuestra lengua que desconocía y que me asombra. Tenemos la tendencia a pensar que las transformaciones de las palabras, las que nos aclaran los diccionarios etimológicos, se manifiestan formalmente en sus grafías, olvidando los cambios en la pronunciación de las mismas. Pues resulta que la pronunciación de las letras también ha sufrido transformaciones importantes (y no me estoy refiriendo a las variaciones geográficas que apreciamos hoy en el español hablado). Si, por ejemplo, leyéramos en voz alta los siguientes versos del principio del Cantar del Mio Cid (poema que es un magnífico ejemplo para maravillarse ante la evolución de nuestra lengua en estos ochocientos años)

Mio Çid Ruy Diaz por Burgos entraba,
En su compaña, sesaenta pendones; exienlo ver mugieres y varones:
Burgueses y burguesas por las finiestras son

Plorando de los ojos, ¡tanto habian el dolor!

De las sus bocas todos decian una razon:

¡Dios que buen vasallo! ¡Si hobiese buen Señor!


es probable que a un oyente del siglo XIII le costara entendernos. Los sonidos de la z, x, j y g (y seguro que también otros) eran distintos de la pronunciación actual. De hecho, según leo, pese a que para esa época ya podían considerarse claramente diferenciadas las lenguas romances, había mucha más homogeneidad fonética entre ellas. La z sonaba mucho más suave (rechinante y no ceceosa, dicen por ahí), la x era más o menos similar a la ch del francés (en chateau, por ejemplo); la j se decía igual que en catalán (Jordi). Está aceptado que la evolución de estos fonemas hacia una pronunciación bastante más “dura” (que, a mi juicio, es uno de los más notables rasgos diferenciadores del castellano frente a las restantes lenguas romances) es debida a la influencia árabe. Pero lo curioso es que la mudanza fonética no arraigó hasta bien avanzado el XVI, en torno a un siglo después de que el pobre Boabdil hiciera entre lloros las maletas. Como si el propiciador del “salto evolutivo” (en este caso afectando a la pronunciación) hubiese permanecido inactivo durante bastante tiempo para mostrar sus efectos cuando parecía que ya no había motivo.

Desde la generalización del cambio fonético (ya en el XVII) pasó todavía algún tiempo hasta que se produjeran, como efecto cascada, algunos cambios en la grafía de las palabras. Los hubo en los dos sentidos posibles: palabras que mantuvieron la letra cambiando su pronunciación y palabras que cambiaron la letra para adecuarla a la nueva pronunciación. Fantaseo sobre esos tiempos (apenas distantes en la historia) de grafías y pronuncias indecisas y me figura una batalla entre la x y la j en la que la primera, pobrecita mía (albergo motivos personales para tenerle cariño), fue absolutamente derrotada. Cuántas sílabas con la suave x de musicalidad provenzal fueron transmutadas brutalmente por el sonido de la j (compárese por ejemplo el dexar medieval con el dejar de la actualidad). De poco hubo de valerle a la frágil aspa reclamar, a modo de agravio comparativo, que los antiguos fonemas con j no eran sustituidos por elles (y así diríamos ollos como pronunciaba el Cid y han seguido haciendo los portugueses); la j se impuso con su fuerte voluntad expansiva, admitiendo escasas concesiones (que tienden a desaparecer como arcaísmos) que mantienen el signo pero con el sonido de la vencedora (México, por ejemplo).

Y hasta aquí este entretenimiento etimológico. Que me disculpen biólogos y lingüistas por el atrevimiento de un lego, pero se trata de pasar el rato.

CATEGORÍA: Entretenimientos gramaticales

25 comentarios:

  1. miroslav.. me sorprendes diaria y gratamente.
    Muy interesante post..
    me ha sorprendido..
    congratulations...

    un b.. buena tarde

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  2. Sesenta pendones entre hombres y mujeres? Pues sí que eran promiscuos en esa época... Jejeje, y qué pícaros! Jugando a amos y esclavos... o señores y vasallos, que da lo mismo...
    Ahora sé por qué El Cid estaba cantando...! Y yo que pensaba que las fantasías sexuales eran un invento posterior...

    Besos!

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  3. Aún persisten ciertos apellidos (Ximénez) ,o nombres( Ximena).
    Hoy te has "puesto estupendo", como Max Estrella. Gracias.
    Mery

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  4. Ante posts como estos no hay mucho que comentar pero eso sí, a mí me encantan.

    Besos

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  5. Amigo Miroslav, sólo con el mismo ánimo que tú de distraer el ocio esta tarde del día de mi patria, intervengo sólo para añadir una apostilla a ciertas afirmaciones que has hecho en tu magnífica entrada sobre aqueología fonética. Se trata de la afirmación bastante extendida coloquialmente, aunque yo nunca la vi en ningún tratado y los frecuento a veces, de que la dureza que al español le proporciona el sonido fricativo velar sordo ("j" o "g" ante "e" o "i") se debe a la influencia del árabe. Bueno ya apuntas tú esa imposibilidad aunque la salvas con un ágil salto de charco y a otra cosa. Realmente es imposible esa influencia, por lo mismo que tú apuntas. Los últimos árabes fueron expulsados en 1609 (justo cuando acaba de ocurrir la mutación del sonido de las palabras en "x" en el "j") y ya eran una minoría dispersa en ghetos cerrados y vigilados tras las revueltas granadinas de finales del XVI. Y realmente hasta antes de eso y por varios siglos los árabes se mantuvieron encerrados en el estricto límite del reino de Granada. El trasvase de la multitud de palabras que pasaron al castellano provinentes de la arábiga lengua ocurrió en un proceso muy lento y a los largo de muchos siglos y por supuesto para la conquista de Granada prácticamente había cesado. Así que si malamente podía influir en el léxico imagínate en la fonética.

    Se da el caso además que en la inmensa mayoría de las palabras que provienen del árabe y que portan el rasposo sonido, éste proviene de la evolución de otros fonemas que no se corresponden con el mismo sonido que tiene el árabe en la letra “kha” y que se corresponde exactamente con la fricativa alveolar sorda castellana. Por ejemplo: aljibe, proviene del árabe "al-djib" (bolsillo), cuyo sonido es parecido al de la "ll" porteña o la "j" francesa. "Ajerquía" priviene de "a-sharqíat" ("la oriental") cuyo primer fonema se pronuncia "sh", como la "ch" francesa. Esas palabras ya existían evolucionadas en castellano con pronunciación antigua mucho antes de la mutación endurecedora. Es más las palabras que sí que provienen directamente de palabras árabes que cuentan con la letra "kha" la han enmudecido en su evolución. Por ejemplo, de la palabra "al-khazana" (pronúnciese aljadsana)= armario proviene nuestra alacena y de una derivación de la misma almakhzen (almacén) proviene la que tiene en castellano el mismo significado = almacén. La fricativa alveolar sorda es ni siquiera muta en otra, sencillamente desaparece.

    Por otra parte, es curioso que sea en Andalucía, la tierra donde más contacto se tuvo con los árabes, donde la fricativa alveolar sorda de marras sea más suave y donde pronunciarla correctamente nos cueste vejigas en el fondo del paladar.

    Te agradezco que me hayas inducido a pensar en el asunto y a pasar un ratillo escribiéndolo.
    UN abrazo

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  6. Harazem: tremendamente instructivo tu comentario y, a la vez (como quizá deba ser toda buena instrucción) desconcertante. Vaya de entrada mi reiterada confesión de ignorancia; ante la etimología, como casi ante todo, soy un como un niño que apenas sabe y que se sorprende embelesado. Dicho lo cual, aportas argumentos más que sólidos para negar que la j española (y la c fuerte) provengan del árabe. Esa tesis que desmontas, yo como tú la había oído (no sé donde) hace bastante tiempo. El otro día, de casualidad, encontré un "diccionario etimológico" de mediados del XIX escaneado a PDF por Google (sorprendente la bibiloteca que va almacenando Google) en el cual mantenía esa influencia, amén de explicar lo que yo desconocía: que la pronunciación del español hasta avanzada la edad moderna era mucho más parecida a las otras lenguas romances que en la actualidad. Por supuesto, un manual de esa antigüedad no ofrece demasiadas garantías científicas, pero te lo comento por si te interesa.

    La distancia temporal entre la desaparición de los hablantes árabes de la península y el cambio efectivo en la pronunciación, lejos de tratar de explicarla (no soy tan presuntuoso), me sirvió para fantasear con la analogía de un "gen" lingüístico inactivo durante generaciones. Me mantenía, obviamente, en el plano del mero entretenimiento. Un poco más en serio (has contribuido a incentivar mi curiosidad), si es verdad que los antiguos parlantes hispanos pronunciaban la j como elle y la c la suavizaban (que podría no serlo; eso es lo primero que me gustaría confirmar), se mantiene la duda de qué fue lo que causó la evolución al habla actual. Porque, ciertamente, ambos sonidos apenas existen en las demás lenguas romances. La imputación al árabe, por más que se demuestre falsa, es explicable porque efectivamente en ese idioma abundan tales fonemas, independientemente de que en la traslación al español de palabras concretas no se verifique.

    Pero, en fin, lo entretenido es hacerse preguntas y elucubrar sobre las respuestas. Un abrazo y gracias por el comentario.

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  7. No sé nada sobre el tema. Pero siempre me han gustado estos versos de Celaya, que me parece que vienen a cuento:

    Hablando en castellano,
    con la zeta y la jota en seco zanjo
    sonidos resbalados por lo blando,
    zahondo el espesor de un viejo fango,
    cojo y fijo su flujo. Basta un tajo.

    .............
    Hablando en castellano
    tan solo con hablar, construyo y salvo,
    mascando con cal seca y fuego blanco,
    dando diente de muerte en lo inmediato,
    el estricto sentido de lo amargo.

    ...............
    Hablando en castellano
    decir tinaja, ceniza, carro, pozo, junco, llanto,
    es decir algo tremendo, ya sin adornos, logrado,
    es decir algo sencillo y es mascar como un regalo
    frutos de un largo trabajo.

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  8. Vanbrugh: me encanta Celaya. Y, por supuesto, ese poema viene perfectamente a cuento (costaría encontrar otro mejor) para, leyéndolo despacio en voz alta, apreciar esos rasgos diferenciadores de nuestra habla: dura y sin adornos, sí señor.

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  9. Para no parecer demasiado pedante no quise recomendarte antes la lectura de un delicioso librito de gramática y fonética del siglo XVI, “El diálogo de la lengua” de Juan de Valdés (1509-1541), un humanista erasmista que, modesto, no queriendo elaborar un sesudo tratado, escribió una guía dialogada acerca de cuestiones candentes en su momento de la lengua castellana. Escrito en 1537 no fue publicado hasta el siglo XVIII y su lectura es aún hoy día sumamente amena e instructiva. A mí me sirvió por ejemplo en mis años de estudiante para conocer de primera mano cómo hablaban Celestina o la Lozana andaluza y las corrupciones que entonces comenzaban a extenderse y que darían lugar al castellano actual. Mi edición es la de 1969, pero acabo de ver que existe otra de 1993 en La Casa del Libro. De todas formas debe estar en cualquier biblioteca pública. Echar una tardecilla asistiendo a una discusión entre dos coleguitas del XVI medio de vacile sobre cómo debe hablarse para no parecer paleto o pedante es algo que merece la pena.

    En cuanto a las causas por las cuales mutaron la “x “ y la “j” romance en “j” española no puede siquiera adivinarse en el “Diálogo”. Yo no tengo ni pajolera idea. Es un tema que me interesa desde hace años pero nunca tuve la determinación o memoria suficiente para buscar en profundidad o para preguntar a los expertos. Pero parece ser que ocurrió en muy poco tiempo y en todo el vasto Imperio donde no se ponía el sol.

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  10. Me ha encantado, miroslav, el paralelo analógico entre evolución de las especies y de las palabras; de forma más confusa, algo parecido había pensado yo en el pasado. Las transmutaciones, intercambios y eliminaciones de fragmentos de cromosomas, todas con sus precisos y preciosos nombres técnicos se prestan aún más a tu analogía; supongo que has oído hablar de ellas.

    Para harazen, cual rama de olivo; juan de valdes fue un tío fascinante, redactor de las cartas en latín de Carlos V; hoy se "sabe" que fue el anónimo autor de Lazarillo de Tormes.

    Calaya, insultado en su tumba, delante de su viuda por los energúmenos nacionalistas, Vanbrugh

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  11. Sí, además de su poesía - soy tan antiguo que esa es la poesía que me gusta - Celaya representa para mí una España y una izquierda con las que me sentía más identificado que con las de ahora. Y quisiera pensar que el triste final del poeta no es una prefiguración de algo parecido para esa España y esa izquierda...

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  12. Miroslav, muy entretenido, y educativo como siempre. El pot y los comentarios.

    Gracias por el momento, y un beso.

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  13. Hola Miroslav. Muy buen post. La evolución de las palabras es un bonito correlato de los cambios del ser humano. Te enlazo. Saludos.

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  14. Por aportar un pequeño matiz, quizá habría que tener en cuenta que, tras la reconquista, hubo zonas que quedaron muy despobladas. Mucho tiempo después, aprovechando que teníamos una pica en Flandes, muchas zonas del sur fueron repobladas con habitantes de los Países Bajos, que venían encantados a cambio de un buen pedazo de tierra (imagina que ahora pillas a un holandés y le dices que le das un pedazo de tierra en Andalucía para él solito, con el clima tan bueno que tiene; con los ojos cerraos). Aún se ven por aquí descendientes rubísimos de ojos azulísimos que, si no abren la boca, los tomas por turistas. Puede que de la mezcla con su lengua materna vengan muchos cambios de los que has apuntado.

    Y quería invitarte a pasarte por Adra, pueblo del poniente almeriense, donde la pronunciación de la j y de la s no deja de ser harto curiosa. En esta zona se hace una salvaje ejecución de ambos sonidos en favor de la h aspirada:

    - ¿Hah recohío loh heranio de la caha de la Huana? (¿Has recogido los geranios de la casa de la Juana?)

    Y a mí, que se me pega todo, tengo ya un dehe.........

    Por cierto, yo también he estado de puente por la fiesta del día de mi comunidad autónoma. Pero mi patria es más grande.

    Besazos.

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  15. Voy a aportar una opinión muy personal que no se basa más que en los recuerdos nebulosos de algún profesor de lingüística en la Complutense en los años de la mili con lanza: ¿No puede deberse a alguna influencia del vascuence esa cierta rudeza fonética del castellano? Creo que por lo que respecta a la pobreza vocálica (solo cinco vocales, lo que comparado con el francés o el catalán es una miseria) si se le achaca la responsabilidad al vascuence, y me parece recordar que también tiene algo que ver con el sonido de la "RR" vibrante múltiple. Que me corrijan los sabios (¡Qué palabra "corrijan" con "rr" y "j"! Cuánto le hubiera gustado a Celaya)
    Muy bueno el post y muy buenos los comentarios. No ceso de aprender.
    (Y gracias por "enseñar al que no sabe", que lo necesitamos muchos)

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  16. Ten cuidado, Cigarra. "Vascuence" es palabra que, por algún motivo que sin duda él podrá explicarte mejor, activa los mecanismos "concordantes" de nuestro anfitrión. Al parecer, y no sé exactamente por qué, determinados vascos estiman que su idioma no debe ser llamado así en el nuestro. E ignoro el motivo también de ello, pero por lo visto esa concreta opinión de esos específicos vascos es merecedora de especial consideración, e ignorarla o contrariarla atenta de algún modo, probablemente litúrgico, pero en cualquier caso grave, contra la concordia. Te sugiero el empleo de "basque", que carece de connotación alguna. (Investigaré cómo se dice en sueco, que parece aún más aséptico...)

    ¡Ah, hola, Miroslav! ¿Estabas tú por aquí?

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  17. Vaya Vanbrugh, estás con ganas de coña, pero no voy a picarme que no tengo ajos a mano. En todo caso, intuyo que no desconoces del todo por qué a determinados vascos les molesta que se denomine así su idioma. Tiene que ver -sé que lo sabes- con el valor connotativo de las palabras, y éste se lo da en cada época, con sus circunstancias específicas, el uso y, sobre todo, la asociación del término a determinadas intenciones. Pero que conste que a mí ni me molesta ni me deja de molestar; tan sólo me llama la atención oírlo porque ciertamente no está muy de moda. En todo caso, es palabra castellana muy específica (vasco puede referirse tanto al idioma como al natural) que significa exactamente euskera (DRAE dixit) que, aunque admitida por la Academia, convendremos en que no es muy autóctona en nuestro idioma. De todas maneras, evitando las alusiones a sensibilidades más o menos contemporáneas, si consultas el DRAE comprobarás que las acepciones 3 y 4 no resultan muy halagüeñas para los euskaldunes.

    Y, Cigarra, no tengo ni idea de si la rudeza del castellano le debe algo al vasco, vascuence o euskera; la verdad, no lo había oído nunca. En todo caso, podría cuadrar con los sonidos rr y k, pero no tanto con la c(z) o j. ¿O sí? En todo caso, no hablo vasco.

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  18. Gracias por no enfadarte, Miroslav. Mi vocación de tocapelotas es a veces irresistible.

    Me imagino, más que otra cosa, que "vascuence" sea palabra nefasta porque fue utilizada por el franquismo. Yo viví lo suficiente bajo ese régimen para recordar que a las patatas fritas, entonces, se las llamaba patatas fritas, y a nadie le ha parecido que eso sea motivo para que, acabado el franquismo, tengamos que llamarlas de otra manera. Te aseguro con la más solemne de las sinceridades que no soy capaz de ver por qué ha de ser distinto el caso del vascuence que el de las patatas fritas.

    El uso de la palabra "euskera" cuando se habla en castellano hiere mi sensibilidad, no la política, sino la lingüística, que me importa mucho más, tanto como pueda herir el de la palabra "vascuence" al más sensible de los vascos litúrgicamente sensibles. Y me aguanto. Soy arrogante y prepotente, pero no tanto que pretenda imponer a los demás qué palabras de su idioma pueden usar y cuáles no para que yo esté contento y no los acuse de romper la concordia. Espero, creo que con todo derecho, que los demás hagan otro tanto conmigo. Creo que si no lo hacen son ellos quienes tienen un problema y ellos, no yo, quienes deben modificar sus criterios y conductas si desean resolverlo.

    Gracias de nuevo por tu hospitalidad y tu ecuménica paciencia. Un abrazo.

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  19. Miroslav:
    Tu entrada también es muy interesante. Ya ves que tu intuición es acertada porque la x y la j sí se enfrentaron en una cruenta batalla de la que la j salió vencedora.

    En cuanto a la transformación de la f en h parece que realmente es una particularidad de la lengua española, ya que en las demás lenguas romance no ocurre. Por ejemplo, hacer se dice: faire (francés), fazer (portugués), fare (italiano), fer (catalán), facer (gallego), face (rumano).

    Por otro lado, me encantó la analogía que haces entre el lenguaje y la biología en el marco de la teoría de la evolución.

    Un saludo

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  20. Tania Nolasco Amaro
    Me parecio interesante conocer sobre este tema ya que mencionan cuales son las cualidades por las que una palabra se transforma

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  21. Alejandra Jazmin Sánchez Salinas

    Esta pagina se me hizo interesante debido a que nos proporciona información sobre la evolución de las palabras esta nos ayuda a conocer mucho mas a fondo sobre el tema.

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  22. Magali Santiz

    Este tema nos habla sobre la transformación que han tenido últimamente las palabras y como se utilizan en un grupo social.

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  23. Mireya Huerta

    Las palabras que se utilizan en un entorno han tenido una historia y tal vez otro significado al que nosotros conocemos.

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  24. Pamela Alcantara

    La evolución de las palabras se ha tomado mucho en cuenta para saber como es que han influido en nuestra lengua.

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  25. Jessica Cano

    Gracias a este blog pudimos conocer cual es la importancia que han tenido las palabras para nuestra manera de expresarnos y conocer sobre el origen.

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