Espiritualidad nazi
En la Europa de entreguerras abundaron los movimientos "espiritualistas". Con distintas variantes, casi todos ellos se basaban en unos principios dualistas (y descaradamente maniqueos) entre el Bien y el Mal, así con mayúsculas. El Bien máximo, la perfección, no era otra cosa que Dios. Todos los entes, fueran seres vivos o no, tenían en su propia esencia la tendencia hacia la perfección; es decir, a fundirse en Dios. Habría pues una ley universal centrípeta que gobierna todos los entes, de modo que la dispersa multiplicidad vaya poco a poco reduciéndose por la progresiva fusión en su evolución hacia el Bien absoluto. Ese Dios vendría a ser la concentración de todo el universo que, antes de que existiera el espacio-tiempo, explotó originando el proceso centrífugo de la multiplicidad. Visto así todos los seres somos Dios y por eso tendemos a recuperar la unidad primigenia. Aunque (inevitable dualismo) siguen existiendo las fuerzas del mal que se oponen a esta evolución hacia la perfección divina.
De otra parte, esa dicotomía entre el Bien y el Mal encontraba su exacta equivalencia en la pareja del Espíritu y Materia. Como el Bien sólo estaba en lo espiritual, el progreso hacia la perfección equivalía a la progresiva desmaterialización. En este punto entraba en juego la reencarnación. Cuando uno moría, el alma se reencarnaba en un ser de menor o mayor densidad material en función del bien o el mal que hubiera cometido durante su vida. Este proceso afectaba, como ya he dicho, a todos los entes pero sólo los humanos, en tanto dotados de voluntad autónoma para hacer el bien o el mal, teníamos la capacidad de contribuir a la espiritualización del resto de seres. Por ejemplo, si cada vez había más personas que se avanzaban por caminos de perfección no sólo preparaban encarnaciones más espirituales para sus almas en futuras vidas sino que contribuían a que el propio planeta en su totalidad avanzara hacia una forma estelar superior, más espiritual, menos densa.
Estas gentes pensaban que, a lo largo de la historia, habían existido personajes muy singulares, rayanos en la perfección, si no plenamente perfectos, que antes de fundirse con la Divinidad quisieron enseñar a los humanos el Bien y el Mal a fin de ayudar a la Tierra a alcanzar un nivel superior de espiritualidad; personas, para que nos entendamos, como un Buda, Jesús, etc. En la década de los 30, a medida que el nazismo se iba consolidando, bastantes de estos movimientos en el área centroeuropea (incluyendo Alemania, por supuesto) entendieron que asistíamos a una nueva época de renovación espiritual, de predominio planetario del Bien, y que el Mesías que la iba a hacer posible, el que iba a propiciar la desmaterialización, era Adolf Hitler.
En la Viena de la primera y balbuceante república austriaca, estos grupos esotéricos que se reunían en misteriosas sesiones para consultar a través de médiums a almas en tránsito de reencarnación, solían juntar a personas de clase alta venidas a menos, añorantes del viejo imperio de los Habsburgo, imbuidas de vagas ideas pangermanistas (aunque despreciaban a los prusianos como vulgares advenedizos) y, por supuesto, antisemitas. Por eso, a pesar del inevitable desdén con que habían de ver a ese demagogo gritón de los primeros tiempos, saludaron como necesarias para aumentar la bondad del mundo (o, al menos, de la Mitteleuropa) las medidas destinadas a la expulsión de los judíos. Porque era sabido que ellos, los judíos, eran los portadores de todos los males, seres hundidos en lo material, inferiores. Da que pensar cómo se pueden compatibilizar teosofías etéreas sobre bondades místicas con las crueles prácticas, ya desde el inicio, del antisemitismo nazi.
A este asunto se refiere Gregor von Rizzori, entre otros muchos que salpican caótica y deslumbradoramente las páginas de la novela autobiográfica (?) Memorias de un antisemita. Recomendable (publicada por Anagrama en un libro, La Gran Trilogía, que tiene además Un armiño en Chernopol y Flores en la nieve).
De otra parte, esa dicotomía entre el Bien y el Mal encontraba su exacta equivalencia en la pareja del Espíritu y Materia. Como el Bien sólo estaba en lo espiritual, el progreso hacia la perfección equivalía a la progresiva desmaterialización. En este punto entraba en juego la reencarnación. Cuando uno moría, el alma se reencarnaba en un ser de menor o mayor densidad material en función del bien o el mal que hubiera cometido durante su vida. Este proceso afectaba, como ya he dicho, a todos los entes pero sólo los humanos, en tanto dotados de voluntad autónoma para hacer el bien o el mal, teníamos la capacidad de contribuir a la espiritualización del resto de seres. Por ejemplo, si cada vez había más personas que se avanzaban por caminos de perfección no sólo preparaban encarnaciones más espirituales para sus almas en futuras vidas sino que contribuían a que el propio planeta en su totalidad avanzara hacia una forma estelar superior, más espiritual, menos densa.
Estas gentes pensaban que, a lo largo de la historia, habían existido personajes muy singulares, rayanos en la perfección, si no plenamente perfectos, que antes de fundirse con la Divinidad quisieron enseñar a los humanos el Bien y el Mal a fin de ayudar a la Tierra a alcanzar un nivel superior de espiritualidad; personas, para que nos entendamos, como un Buda, Jesús, etc. En la década de los 30, a medida que el nazismo se iba consolidando, bastantes de estos movimientos en el área centroeuropea (incluyendo Alemania, por supuesto) entendieron que asistíamos a una nueva época de renovación espiritual, de predominio planetario del Bien, y que el Mesías que la iba a hacer posible, el que iba a propiciar la desmaterialización, era Adolf Hitler.
En la Viena de la primera y balbuceante república austriaca, estos grupos esotéricos que se reunían en misteriosas sesiones para consultar a través de médiums a almas en tránsito de reencarnación, solían juntar a personas de clase alta venidas a menos, añorantes del viejo imperio de los Habsburgo, imbuidas de vagas ideas pangermanistas (aunque despreciaban a los prusianos como vulgares advenedizos) y, por supuesto, antisemitas. Por eso, a pesar del inevitable desdén con que habían de ver a ese demagogo gritón de los primeros tiempos, saludaron como necesarias para aumentar la bondad del mundo (o, al menos, de la Mitteleuropa) las medidas destinadas a la expulsión de los judíos. Porque era sabido que ellos, los judíos, eran los portadores de todos los males, seres hundidos en lo material, inferiores. Da que pensar cómo se pueden compatibilizar teosofías etéreas sobre bondades místicas con las crueles prácticas, ya desde el inicio, del antisemitismo nazi.
A este asunto se refiere Gregor von Rizzori, entre otros muchos que salpican caótica y deslumbradoramente las páginas de la novela autobiográfica (?) Memorias de un antisemita. Recomendable (publicada por Anagrama en un libro, La Gran Trilogía, que tiene además Un armiño en Chernopol y Flores en la nieve).
Hitler in my Heart. Antony and the Johnsons
CATEGORÍA: Literaturas
En realidad, los irracionalismos -el esoterismo y el espiritismo sólo son variantes- siempre hacen el caldo gordo a los populismos, a su vez, antecedentes de los fascismos y nazismos. Cuando la gente está asustada no quiere saber, no desea preguntas, sólo respuestas.
ResponderEliminarY yo me pregunto ¿por qué el único materialismo que es malo es el de los demás?. Apuntas que estas clases altas venidas a menos veían en Hitler un mal necesario para poder expulsar a los judíos, portadores del mal porque estaban hundidos en lo material. Es decir, que ellos que habían pertenecido a las clases altas no percibían de sí mismo estar hundidos en lo material. A los ricos se les va la olla un poco, o posiblemente la mala prensa de lo material es para mantener a los tontos en la convicción de que ser pobre es mucho mejor y más espiritual. Yo creo que la espiritualidad se alcanza cuando sabes dar a dios lo que es dios y al césar lo que es del césar, pero para llegar justo a este punto debes disponer de lo que es del césar, todo lo demás es hablar por hablar.
ResponderEliminar..y en el apoteosis la busqueda del Santo Grial, epopeya druida, celta, para-germánica, europea, saga de apropiación de esa doctrina en orígen tan judía y medioriental que es el cristianismo...
ResponderEliminarYo a Dios no le doy ni la hora, y al César, tampoco, Amy
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