miércoles, 9 de noviembre de 2011

Erasmo y España

Si hubiera que elegir un único nombre que representara el inicio de ese otro modo de pensar que supone la ruptura fundamental con el principio de autoridad medieval, éste sería el de Erasmo de Rotterdam. Aunque, como era casi obligado para poder dedicarse a la filosofía, se ordenó sacerdote hacia la mitad de su veintena, fue reacio desde niño a la disciplina eclesiástica (sobre todo la de orden intelectual) además de muy crítico con los modos de vida, tan hipócritas, del clero de la época. Entre los veinticinco y los treinta viajó por los Países Bajos, Inglaterra, Italia, Francia y Alemania, trabando multitud de contactos amistosos y fecundos con las personalidades más notables del pensamiento humanista. El joven Erasmo debía ser bastante locuaz porque, sin necesidad de haber escrito nada, su ingenio y audacia intelectual le granjean fama en toda la Europa central. Frente a los teólogos profesionales, quienes sostienen que sólo ellos pueden interpretar y explicar la doctrina, el de Rotterdam defiende que todo cristiano, en tanto discípulo de Cristo, debe acceder a las palabras de Jesús y que la filosofía cristiana es para ser vivida, no para convertirse en objeto de arcanos discursos entre especialistas. Por supuesto esta animosa defensa de la vulgarización entusiasma a muchos, pero también levanta recelos e incluso actitudes francamente hostiles, aunque todavía no exigen poner a la jerarquía en pie de guerra como ocurrirá pocos años después con Lutero. En España, cuando la fama de Erasmo llega (probablemente al conocerse la publicación de su Nuevo Testamento bilingüe) unos cuantos letrados de inclinaciones humanistas proponen a Cisneros que lo traiga a la península.

Téngase en cuenta que difundir el pensamiento erasmista en España y mucho más hacerle venir era un asunto delicado en aquellos inicios del XVI. Las dos fuerzas que pugnaban en toda Europa dentro del universo omnicomprensivo del cristianismo, tenían en nuestro país matices particulares de alto riesgo incendiario. No se olvide que el sustento (o pretexto, si se quiere) ideológico de las monarquías hispanas, especialmente de la castellana, era el triunfo de la Fe verdadera y, para esos años, España era centro de atención de las otras naciones debido a la culminación de lo que se juzgaba como una verdadera cruzada (el triunfo sobre la dominación musulmana) y la apertura a la Cristiandad de vastos territorios allende el océano. En ese marco de cristianismo militante, la heterogeneidad religiosa de la península había "obligado" a los Reyes Católicos a decidir la institución del Tribunal del Santo Oficio (1478) y la expulsión de los judíos (1492). Había pues temor a los efectos disgregadores en materia religiosa lo cual es natural pues, dada la abrumadora presencia de ésta en todos los aspectos de la vida cotidiana, necesariamente implicaban conflictos de orden sociopolítico. Pero, a la vez, existía una notable pujanza intelectual en estos reinos, claramente orientada hacia el humanismo, varios de cuyos más significativos representantes eran, no por casualidad, de origen judío (conversos). Ya comenté en el anterior post que la fundación de la universidad de Alcalá, por contraste con la escolástica Salamanca, puede adscribirse a esta tendencia "liberalizadora", así como la magna labor filológica de la Biblia Políglota. El propio Cisneros, más que nadie en esos años, debía ser consciente del difícil equilibrio en que se movía. Era un franciscano (la orden que mejor casaba con sus deseos de reforma de la iglesia española) colocado en las más altas responsabilidades políticas (regente de Castilla desde 1506) y religiosas (arzobispo primado de Toledo desde 1495 e Inquisidor General desde 1507). Es natural por tanto que dudara sobre la conveniencia de invitar al prestigioso Erasmo, pero finalmente lo hace, "cediendo sin duda a la opinión de una selecta minoría de letrados españoles" (son palabras de Marcel Bataillon en su Erasmo en España, que pese a datar en su primera edición de 1937, parece que sigue siendo la obra de referencia en esta materia).

Así pues, Cisneros invita a Erasmo y éste durante el primer semestre de 1517 comenta en varias cartas sus reticencias a desplazarse a este extremo y extremado occidente de Europa. Bataillon adivina un marcado prejuicio del humanista hacia nuestro país, que concibe como un mundo ajeno y que le desagrada, en especial por el exceso de influencia judía (las prevenciones contra lo hebreo, un antisemitismo más religioso-intelectual que racista, parece que tuvieron un peso significativo en su ánimo). No le caen bien los españoles, aunque no sé yo si conocería íntimamente a muchos; uno a quien sí, desde luego es Juan Luís Vives (1492-1540) con quien habría trabado amistad, reciente por esas fechas, enBrujas. Consta que ambos se apreciaban y admiraban (supongo que más el joven veinteañero valenciano al cincuentón consagrado que al revés) pero Bataillon asegura que también le resultaba algo pesado con sus cortesías remilgadas y, quizá digo yo, porque era de familia de conversos. De otra parte, había factores poderosos para vencer las reticencias de Erasmo a viajar a Castilla. De entrada, en ese verano de 1517 el joven Carlos estaba en Flandes preparando su desplazamiento para coronarse rey de Castilla, Aragón y Navarra (cada uno por separado, que España no era una, políticamente hablando, pese a lo que nos contaron en los colegios franquistas) y a Erasmo no le faltaron ofrecimientos para integrarse en el cortejo en calidad de consejero áulico. Existían al menos dos motivos para que aceptara: el primero su fidelidad más que probada a la dinastía borgoñona; el segundo que seguir al futuro emperador era el medio más seguro de asegurarse altísimas cotas de prosperidad y prestigio, en lo cual no sería moco de pavo añadir su nombre al equipo de redactores de la ilustre Biblia complutense. Sin embargo, Erasmo no cede a las tentaciones y opta por la paz afable de Lovaina. No podemos saber si la decisión se debe a virtuoso amor a la filosofía (que sabe que le habría estado casi vedada de implicarse en la política activa) o más al temor de no ser capaz de desenvolverse en el mundo de intrigas, ambiciones y rencores que era la corte borgoñona (no hay más que recordar lo mal que cayeron esos vanidosos y avariciosos flamencos cuando aparecieron por Castilla, como si estuvieran en país conquistado, vamos hombre).

Erasmo pues no vino nunca a España, pero durante la década, más o menos, que transcurre desde la invitación de Cisneros (quien no tuvo demasiado tiempo para sentirse defraudado ya que murió a finales del mismo 1517) sus obras alcanzaron una extraordinaria difusión y fama en la península, nutriendo el espíritu y excitando la curiosidad intelectual de una o dos generaciones de filósofos hispanos que estarían entre lo más granado del pensamiento renacentista. Entre Erasmo y Montaigne (otro de los hitos señeros en la gestación del nuevo "otro modo de pensar") estos nombres, no suficientemente reconocidos, brillaron intensamente, alumbrando muchas de las ideas que un siglo después "sistematizaría" Descartes; en ocasiones esas ideas las dejaron tan puliditas que el bueno y listo del francés no tuvo más que cogerlas casi tal cual sin, por supuesto, tener que pagar el copyright (incluso eludiendo citar la fuente original de la que había bebido). Que la mayoría de esas personas sólo sean conocidas por unos pocos (a diferencia de Descartes, por ejemplo) se debe en parte a que los españoles siempre nos hemos despreciados como pensadores, como denunciaba don Marcelino. Pero también a que, ya lo dije, puede que llegaran en época y lugar poco propicios, que no olvidemos que la violencia de la reacción eclesiástica contra la reforma luterana (y los otros secuaces) obligó a nuestro católico país a ponerse en la primera línea de batalla contra las herejías. Y así, quienes eran precursores del escepticismo filosófico y la duda metódica, pasan a convertirse en sospechosos de protestantismo y no pocos acabaron de muy mala manera. Porque también este país nuestro ha sido fecundo en "pensadores" reaccionarios, especialistas en encender con su pluma hogueras avivadas por el odio y la intolerancia. Uno de los primeros de la larga sucesión de intelectuales ultramontanos (hoy diríamos fachas), que se sintió ultrajadísimo nada más recibir en Alcalá el Nuevo testamento de Erasmo, fue Diego López Zúñiga (no confundir con el duque de Béjar a quien Cervantes dedicó la primera parte de El Quijote) y se precipitó en furibundos ataques contra el de Rotterdam, tan cargados de odio que contaminan cualquier validez argumental. De tal laya hemos tenido muchos en esta tierra. Quiero creer que no más que de los pensadores honestos y preocupados por el saber, pero lamentablemente los malos bichos suelen ser los que han prevalecido en nuestra historia. Por eso me apetece conocer a los otros, que haberlos haylos.


Autumn leaves- Eric Clapton (Clapton, 2010)

4 comentarios:

  1. El gran librote de marcel bataillon, 'Erasmo y España' es imprescindible (FCE, ed.)

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  2. En efecto, Lansky. Yo se lo "robé" a mi hermana hace unos cuantos años.

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  3. No olvidemos que para Erasmo, España por entonces debía ser como los Montes Virunga del Congo

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  4. Desde una preciosa ciudad china de la costa del mar de Andamán trato aprovechando un precario wifi hotelero de ponerme (infructuosamente, claro) de ponerme al día con tus últimas entradas. Y empiezo por esta que me hace recordar una conferencia del prof. García Valcárcel en la March que seguro es de tu interés:

    http://www.march.es/Conferencias/anteriores/voz.aspx?id=1544

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