domingo, 26 de febrero de 2012

El hombre de la capa


Born in Puerto Rico - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

Cuando en enero de 1998 no me enteré de que se estrenaba The Capeman, decidí no darme un salto a Nueva York. Nada sorprendente, desde luego, para alguien que nunca ha prestado atención a la cartelera de Broadway y que, además, desde hacía unos cuantos años tenía relegado al viejo Simon, quien –todo hay que decirlo– tampoco es que insistiera mucho en recordarme que había publicado algunos discos después de los setenta. No sé, quizá mi subconsciente guarde algo de resentimiento desde el verano del 91, cuando sí viaje a la Gran Manzana, y el desconsiderado Paul no tuvo el detalle de enviarme un par de pases para la zona vip de su concierto en Central Park. Puede incluso que el despecho influyese en que nos largáramos a California y, como consecuencia, sufriésemos un espectacular accidente en la interestatal 5, pocas millas al norte de Santa Clara, de camino hacia San Francisco. No aprovechó Simon mi estancia en Nueva York para contarme que ya por entonces andaba metido en el proyecto, empeñado presuntuosamente en renovar el musical americano con la historia de un pandillero portorriqueño del West Side que en el verano del 59 había matado (para colmo por error) a navajazos a dos adolescentes. Qué renovación ni qué niño muerto, le habría dicho a Paul si nos hubiésemos tomado un cappucchino en la terracita de Park Avenue, justo al lado del portal del rascacielos donde vivía mi amiga Francesca que tan hospitalariamente nos había acogido. ¿Por qué leches vas a hacer un revival de West Side Story? Verdad es que tampoco llegué a ver esa producción, probablemente porque, cuando acabaron sus aclamadas representaciones en Broadway, tenía dos añitos; pero sí he tenido que tragarme la multioscarizada versión hollywoodiense, que no me gusta nada, pese a la atractiva y malograda Natalie (su misteriosa muerte, incluyendo las dudas sobre el papel que jugó su marido, Robert Wagner, es uno de los folletines clásicos del star-system norteamericano). En todo caso, aunque mis dotes persuasivas, especialmente cuando me expreso en inglés, son unánimemente reconocidas, no creo que le hubiera disuadido de gastar demasiado tiempo, dinero y esfuerzo en un montaje condenado al más miserable fracaso comercial. Y es que así debe ser (o, al menos, así es): los humanos no atendemos a consejos (y mucho menos de desconocidos ignorantes, me habría espetado Paul con desagradable acento barriobajero) y no aprendemos hasta que nos estallamos.


Satin summer nights - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

En fin, que es innegable que Simon dejó negligentemente pasar la ocasión de que le echara una mano en su proyecto y, algunos meses después (yo ya de vuelta en Tenerife), se le ocurre pedir ayuda a Derek Walcott, entonces reciente ganador del Nobel. Tamaño oportunista el ex-socio de Garfunkel: vale que el poeta fuera de origen caribeño, pero ¿acaso Santa Lucía o Jamaica o Trinidad tienen mucho que ver con Puerto Rico? ¿Acaso un profesor de la elitista Harvard es el más adecuado para escribir sobre las broncas entre bandas latinas e irlandesas en el sur del Manhattan de los cincuenta? Y luego que menudo es Paul para trabajar en equipo, lo tiene que controlar todo, pues no en vano se considera un genio. No pocos mosqueos se agarró Walcott, pero también los sucesivos directores que fue contratando y despidiendo, así como el resto de colaboradores que participaron durante casi una década. Seguro que más de uno gozó de lo lindo leyendo las duras críticas de la prensa cuando finalmente The Capeman se representó (apenas 68 funciones) en el Marquis, sustituyendo nada menos que al aclamado Victor/Victoria, del trío Blake Edwards, Henry Mancini y Julie Andrews. En esos meses del 98 no leí ninguno de los varios artículos de los periódicos neoyorkinos, focalizados la mayoría en señalar la confusión argumental, la descoordinación entre los diversos elementos constitutivos de la obra, la falta de credibilidad de los personajes ... Poco importaron las escasas voces que destacaron el magnífico trabajo de Simon que, tras estudiar a fondo la cultura de Puerto Rico, presentaba la vida de Salvador Agrón y el ambiente de las bandas callejeras desde una visión realista y humana, alejada de los tópicos edulcorados de la inevitable West Side Story, y que, de hecho, así había sido apreciada por los portorriqueños. Pero es que, según opinaban los contados defensores de The Capeman, el monolítico sistema de Broadway no admite que nadie se salte sus reglas y Paul Simon lo había hecho. Pues a lo mejor es cierto; no puedo opinar porque, como ya he dicho, decidí no ver el espectáculo ni escuchar los temas musicales, y he mantenido esta radical decisión durante catorce años, exactamente hasta este fin de semana.


Quality - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

Salvador Agrón (Sal) nació en 1943 en Mayagüez, ciudad fundada bajo la advocación de Nuestra Señora de Candelaria, debido a que la mayoría de los primeros pobladores (no los taínos) eran de origen tinerfeño. Los padres se divorcian siendo muy niño, su madre se refugia con él y su hermana en un convento de monjas que lo maltrataban y luego se casa con un sacerdote pentescoliano, uno de los movimientos cristianos más dinámicos y heterogéneos (que es lo que pasa cuando no hay una férrea dirección unitaria que además goza de infabilidad). Con el nuevo marido, la familia se traslada a Nueva York, pero el crío no se lleva nada bien con su padrastro y consigue que lo devuelvan a Puerto Rico, con su padre y su nueva mujer, quien se ahorca para que el chaval sean quien descubra su cadáver. Vamos que, con estos antecedentes familiares, hasta el psicólogo más tópico aseguraría que era carne de cañón. En efecto, empieza a meterse en líos en Mayagüez y su padre, supongo que harto, lo reenvía a Brooklyn, donde enseguida se junta con los Mau Maus, banda juvenil portorriqueña liderada por Nicky Cruz. Pero Nicky, que ya debía tener un cacao mental considerable en cuestiones religiosas (su madre practicaba brujería y le tenía convencido de que era hijo de Satán), se tropezó con un temerario predicador que, pese a las amenazas del joven gangster de rajarle en mil pedacitos, insistió hasta convencerle de que Jesús lo amaba y convertirlo en un cristiano renacido, que dejó la mala vida, se metió a sacerdote evangelista y hasta hoy por el buen camino. Sal, en cambio, no fue alcanzado por la gracia divina y se pasó a un nuevo grupito, los Vampiros, para seguir con sus marchosas actividades delictivas. Es sobradamente conocido que las bandas irlandesas, de larga tradición gangsteril en Nueva York (véase la peli de Scorsese que recrea, en la romana Cinecittà, el barrio de Five Points a mediados del XIX) aborrecían a esos latinos aceitunados, actualizando en los cincuenta el rencor precedente hacia los mafiosos italianos que les habían ganado la partida por goleada. Una de esas bandas, los Norsemen (nórdicos), andaban en bronca continua con los Vampiros y una noche habían quedado para pasar un agradable rato de intercambio de bastonazos y cuchilladas. Los irlandeses no estaban en el parque de Hell's Kitchen pero sí seis chavales que Salvador y sus amigos creyeron que eran Norsemen; así que se abalanzaron sobre ellos y mataron a dos. El crimen causó un impacto tremendo y mucho tuvo que ver la indignación popular en que a Agrón, conocido como The Capeman porque vestía una capa negra durante la gresca, le condenaran a muerte, a pesar de tener sólo dieciséis años. Al final, gracias a una intensa campaña liderada por Eleanor Roosevelt, le conmutaron la pena por la de cadena perpetua; algo tuvo que ver que, mientras estaba en el corredor de la muerte, Salvador también renaciera al cristianismo ... Y luego aprendería a leer y escribir, se sacaría el diploma de high school y escribiría poemas y otros textos: para que luego digan que no cabe la rehabilitación penitenciaria.


Killer wants to go to college - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

Quien quiera saber más de este portorriqueño que haga como yo y busque en internet. O, si no, que escuche el disco que Simon publicó en el 97 y se traduzca las letras, para conocer la versión que ofrece el cantautor neoyorkino. Seguro que, cuando murió Salvador Agrón (en el 86, de neumonía, a los 42 años), los periódicos aprovecharan unas breves necrológicas para recordar el crimen, probablemente olvidado, de la noche del 29 de agosto de 1959 y, a lo mejor, Simon las leyó y recuperaría sus recuerdos de entonces, cuando con 18 años estudiaba en el Queens College y se escapaba siempre que podía a los cafés de música folk del Greenwich. Yo, en cambio, no guardo ningún recuerdo de esa lejana noche (en el tiempo y en el espacio), y sólo puedo imaginarme berreando en el piso donostiarra de mis abuelos maternos.


Trailways bus - Paul Simon (Songs from The Capeman, 1997)

15 comentarios:

  1. ¿Por qué Simon bordea siempre la horterada? Es como esos neurtrinos jugando con la velocidad de la luz, sea con Soweto o con Walcott

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  2. Hombre, Lansky, no es que Simon esté entre mis más favoritos y cierto es que algunos de sus trabajos le dejan a uno algo descolocado, pero hay que reconocerle inquietud artística y, sobre todo, calidad compositiva. Me pasa con él un poco como con McCartney: algo de rechazo apriorístico derivado de prejuicios que seguramente interioricé en mi adolescencia. Sin embargo, con el tiempo he ido admitiendo que ambos son de los mejores compositores de música "popular" de los últimos cincuenta años.

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  3. Para nada, salvo que tu definición de 'música popular' y la mía no sean la misma.

    Y los adolescentes no se equivocan tanto..

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  4. En este disenso, más que de definiciones me da que es cuestión de gustos. En todo caso, si te dignas escuchar los temas de The Capeman, me interesaría conocer qué opinas sobre los mismos.

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  5. Claro que es un asunto de definiciones. pretendo ahorrarme una discusión esteril por no resolver eso antes. así que: ¿para tí la única música popular es el pop? Eso lo primero, y uiego vendrán los gustos, que es evidente que no coincidimos.

    Los temas no están mal.

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  6. Otro artículo de "Panciuttipedia". No sabía nada de este musical ni del chico que lo protagoniza. Gracias Miroslav.

    La música es "bonita", suave; los textos son fáciles de entender (gracias a tu relato). En fin, típica de P. Simon.

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  7. Lansky: Vale, sí es un asunto de definiciones. Por eso, y para no meternos en las discusiones pertinentes, no puedo responder a tu pregunta porque no sé qué entiendes tú por música pop: ¿incluye el folk, rock, el blues, el soul, el jazz ...? En todo caso, hace ya unos meses me hice una pregunta muy parecida a la que planteas, que me está llevando, en mis ratos libres y en medio de lo disperso de mis intereses, a investigar al respecto. Probablemente acabe escribiendo sobre el asunto, así que te sugiero que posterguemos la discusión para entonces.

    C.C.: Como cuento en el post, tampoco yo tenía noticias del musical de Simon ni de la vida del pandillero portorriqueño. He descubierto el disco este fin de semana y, además de gustarme, me llamó la atención lo suficiente como para buscar un rato en internet y escibir esta entrada. Me alegro de que te haya interesado.

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  9. Lansky dijo...

    ¿Me preguntas en serio que si el pop incluye al jazz?, sí, claro, y el pop art a Velázquez.

    (Espero que sea una errata tuya, el pop y el jazz pueden considerarse musica popular, pero desde luego lo grande y complejo no puede ser contenido por lo elemntal y pequeño)

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  10. Recién levantado, cuando la cafeína todavía no ha terminado de cumplir su función, uno no está preparado para tus sarcasmos (que no ironías; también cuestión de definición). Así que no puedo, ni quiero, estar a tu altura. O sea, que sí, que la pregunta iba en serio porque entendí que también la tuya previa iba en serio.

    De tu respuesta deduzco que para ti es evidente que el folk, rock, blues, soul, jazz, etc son música pop, y también que soy lo bastante ceporro para pedir que se me aclare lo evidente. Si es así, aún a riesgo de confirmarte en esa idea about myself, confesaré que entonces no se me ocurre, a bote pronto, que géneros se adscriben a música popular que no se consideren pop.

    Claro que también desconocía que el pop art incluía a Velázquez. ¿O acaso no y es una clave para interpretar la parte anterior de tu último comentario en el sentido contrario de su literalidad, ya de por sí ambigua? O sea que el pop, incluya lo que incluya, no incluye el folk, el blues, el rock, el soul, el jazz ... En cuyo caso, lo que no sé es qué consideras música pop.

    En resumidas cuentas, que vuelves a tener razón, en contra de mi ingenua afirmación original. Va a ser que sí es una cuestión de definiciones, mucho más aún de lo que te concedía en mi anterior comentario. Pero vista tu respuesta, no sólo no avanzamos en acotarnos el significado de los términos (música popular y música pop), sino que incrementamos la entropía semántico, lo que quizá, dado el título de mi blog, sea de lo que se trata: esforcémonos en no entendernos.

    Envidio (en realidad, no) tu facilidad para destacar "lo evidente" (lo que es "Cierto, claro, patente y sin la menor duda" y, por lo tanto, explicarlo es superfluo). A mí, lamentablemente, pocas cosas me parecen evidentes y, como supongo que sabes, me surgen muchas dudas sobre casi todo (también envidio, en realidad no, la infabilidad papal). Por ejemplo, no me es nada evidente que no coincidamos en nuestros gustos musicales; más bien me parecía lo contrario (me remito a un reciente post tuyo al respecto).

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  11. Veo que has cambiado tu último comentario añadiendo una aclaración en la que excluyes el jazz del pop y distingues a ambos, como subconjuntos, de la música popular. Ahora parece que el pop es un género de la música popular. Pero sigues sin aclararmelo del todo. En cualquier caso, como te dije antes, ya volveré sobre este asunto algún día.

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  12. ¿Dón cabe la música sacra además de en las iglesias? ¿Dónde encuadrarla?

    Pregunto desde mi ignorancia musical; ya creo haberos dicho anteriormente que la música me parece ruido al fin y al cabo.

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  13. Cuando leí el titulo del post, supuse que hablarías sobre Gene Chandler.
    Es muy interesante la vida del pandillero, y el empeño del Enano de Nueva York en hacer un musical que se apartara del estilo algo edulcorado de West Side Story.
    No controlo mucho la discografía de Simon, pero últimamente andaba escuchando “Slip sliding away” y me parece una obra maestra: aparte de su bonita melodía con aires de gospel triste, es un buen ejemplo de cómo contar mucho con los versos mínimos.

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  14. Grillo: Supongo que la música sacra, la de "toda la vida", dificilmente puede encuadrarse entre la popular, lo que no quita para que el pop haya llegado a los cánticos de misa, aunque he de reconocerte que no estoy muy al tanto de lo que se canta en estos días en las iglesias. Caso singular es, desde luego, el gospel. Bueno, y un montón de "música cristiana" que tiene mucha aceptación en los USA. Pero, en fin, no es precisamente mi género favorito, lo que no quita para que haya algunas obras "clásicas" compuestas para fines religiosos que me parecen maravillosamente deliciosas. Al fin y al cabo, el cuasi-mopolio de lo religioso (cristiano) en nuestra cultura es responsable de innumerables obras de arte, no sólo en música.

    Antonio: Casi no he escuchado a Gene Chandler. De hecho, la única grabación suya que tengo es en el disco de Arthur Louis "Knockin' on heaven's door", que me lo conseguí sólo por mi coleccionismo dylaniano y porque colaboraba Clapton. Pero hasta entonces ni había oído hablar de él y no sabía hasta ahora mismo (gracias tu comentario y mi consiguiente búsqueda en la wiki) que Chandler solía vestir una capa.

    De otra parte, me ha hecho gracia lo del "enano de Nueva York", pese a ser un apelativo un poco cruel. Coincido contigo en que “Slip sliding away” es un tema estupendo y la verdad que Simon tiene muchos otros bastante "redondos". Como ya he dicho ane un comentario anterior, creo que es un excelente compositor, aunque he de admitir que no es precisamente de mis favoritos.

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