domingo, 7 de julio de 2013

Ética

Se pueden establecer unos principios éticos universales a partir de los cuales legitimar o condenar los actos humanos. Más o menos así podría enunciarse la premisa básica que defendía un amigo el otro día en una reunión que, a partir del asentimiento común de los presentes sobre la desvergüenza generalizada en que vivimos, fue derivando hacia las estratosferas filosóficas y dejando ver interesantes diferencias "ideológicas" –por muy de matiz que fueran– entre quienes allí estábamos. O sea, la sempiterna discusión sobre absolutismo/relativismo moral, en la que yo suelo decantarme hacia el segundo extremo, tiendo a pensar que los valores éticos son poco más que convenciones que van consolidándose (y modificando) sincrónica y diacrónicamente.

Naturalmente, la ética es un producto social. ¿Cabe hablar de la ética de un hombre solo? Defoe, en gran medida, construyó la trama de su Robinson Crusoe como experimento moral: el náufrago que al descubrir las huellas de Viernes –había otro ser humano en la isla– se ve obligado a plantearse cuestiones éticas. Claro que Crusoe, al fin y al cabo, traía ya una moral instilada. Pero a lo que voy, el sistema de valores que asumimos, lo que nos hace distinguir lo bueno de lo malo, se construye socialmente. De ahí que me incline a considerar que es un mecanismo (clave) al servicio de la continuidad de las sociedades humanas y, por tanto, se adapte a las necesidades reales de éstas. No me creo, en cambio, que los grandes principios éticos estén en la base de la evolución social.

Mi amigo sostenía que hay invariantes que siempre, a lo largo de la historia, han sido ejemplos de lo bueno y de lo malo; en ello podía verse, decía, que hay principios universales que probablemente radican en algún componente (¿biológico?) común a nuestra especie. Se trata de la conciencia, claro; o, al menos, de un máximo común divisor de todas las individuales. Yendo más allá, apostó por identificar la conciencia ética como uno de los elementos constitutivos de la humanidad. Por supuesto, entendiendo la conciencia como un vago conjunto de instrucciones de nuestro sistema operativo (de las cuales las fundamentales son comunes a todo individuo) que hacen que cualquier tipo (so pena de no ser humano) se pregunte sobre la bondad o maldad de sus actos (y de los demás) y, consecuentemente, en función de su actuación sienta satisfacción o culpa.

Creo, aunque disto de estar convencido, que podría más o menos admitir que la necesidad de valorar éticamente nuestros actos (y los de los demás) es un componente definitorio (o casi) del ser humano. Ahora bien, cuando los individuos se cuestionan sobre la licitud moral de sus actos (obedeciendo ese "algoritmo moral" impreso en nuestro sistema operativo) lo que hacen la mayoría de ellos y en la mayoría de las veces es confrontarlos con dos factores no siempre coincidentes (de ahí los "conflictos éticos"): los valores que les han instilado desde la más temprana edad y sus pulsiones, intereses, apetencias, ante dicho acto concreto. Y lo hacen casi siempre en un plano sub-consciente.

Que me declare "relativista moral" no significa que reste importancia a los llamados valores éticos. Me parecen, por el contrario, fundamentales en cualquier humano, casi imprescindibles. Tanto que pienso que en gran medida son pilares básicos que sostienen y autojustifican la vida de cualquier individuo y les motivan para actuar (o dejar de actuar) en uno u otro sentido. Al margen de su génesis y consolidación sociocultural, cada uno de estos valores individualmente aprehendidos se convierte en un sentimiento profundo que es, a su vez, generador causal de las más diversas y cotidianas emociones. La indignación que sentimos ante un asesino, por ejemplo, tiene que ver con la interiorización de la condena moral a matar a un congénere. En épocas o entornos en los que los valores éticos tenían un peso tremendo en las personalidades se asiste a actos carentes de toda racionalidad (e incluso contrarios a los que serían los "intereses" elementales del agente) a los que el individuo se siente obligado por imperativo moral. Pensemos, por ejemplo, en los absurdos comportamientos que respondían a la defensa del "honor" o, en nuestros tiempos, en unos fanáticos islamistas que sacrifican sus vidas para obtener un puesto preeminente en el paraíso destruyendo los dos rascacielos más altos de Nueva York.

En el occidente contemporáneo esos valores están bastante descafeínados, aunque su importancia sigue siendo alta para mantener un mínimo grado de conformidad y cohesión social. El actual aflojamiento de la "tensión ética" desvela con mayor claridad la verdadera naturaleza acomodaticia de la moral, cómo los valores se van sutilmente modelando para legitimar las conveniencias sociales. Lo que ocurre a escala de una sociedad ocurre, desde siempre y con menos "rozamientos", en el interior de cada conciencia individual. Pero ahora es más fácil, justamente porque se han debilitado los valores socialmente reconocidos. La gran mayoría de nosotros construimos nuestra moral práctica a partir de lo que nos va conviniendo. Cabe esperar que la posición "ética" frente a la pena de muerte de una madre a la que han matado a su hijo no sea la misma que la de un catedrático de filosofía.

Cualquier discusión ética, por tanto, se mueve en el plano de los sentimientos, de un lado (del más honesto, aunque inevitablemente improductivo), pero también en el de los intereses (el más cínico y, lamentablemente, el más eficaz). En este último se dirimen las batallas que importan y que han de traducirse en las progresivas modificaciones de los condicionamientos de las conciencias. Porque quienes juegan a ese juego saben de sobra la importancia de los sentimientos éticos de sus sociedades para ganar las partidas, pero también están convencidos –intuyo– de la posibilidad de modificarlos (ergo no hay absolutos morales), aunque sepan que es un proceso lento.

A ese fin contribuyen, por más bienintencionados que sean, los múltiples "comités éticos" que se forman ante cualquier novedad en la vida social; pensemos, por ejemplo, en los debates sobre los avances en genética. Como estoy convencido de que todo lo que es posible pasa en algún momento a ser real, las sesudas disquisiciones éticas se me asemejan a las célebres discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles, lo cual no obsta para que me apasionen, pero más como entretenidos ejercicios intelectuales que como factores con incidencia efectiva sobre la historia de nuestra especie. Algún día (me temo que no lo veré) se clonarán seres humanos sin que ello plantee ningún conflicto ético.

En todo caso, no se piense que minusvaloro la fuerza de los sentimientos morales y, consiguientemente, su resistencia al cambio. También lo saben de sobra los hacedores de la ética y por eso, junto a las sutiles acciones para modificar los valores, practican el ocultamiento de los efectos reales de lo que de verdad les importa que no se cuestione. Sin duda, el mayor éxito en tal sentido es el propio sistema económico en el que estamos inmersos, tan absolutamente opuesto a cualquiera de nuestros valores éticos, por muy descafeinados que estén, que lo mejor es evitar cuidadosamente que se exhiban sus consecuencias. Y cuando éstas inevitablemente aparecen han de explicarse como anomalías punibles y nunca como componentes intrínsecos del propio sistema. Conciliar la radical inmoralidad del sistema económico con la mínima tranquilidad de conciencia de los ciudadanos es el principal cometido de nuestros dirigentes y sus lacayos (entre ellos, claro, los medios de comunicación). Hipocresía "estructural" de dimensiones nunca alcanzadas en la historia.


¿Cómo, si no, podría cualquier persona "decente" entregar su dinero al sistema financiero? ¿Sabe acaso que está siendo cómplice del tráfico criminal de drogas, de los asesinatos mafiosos, de la muerte por inanición de niños en África, de los desahucios salvajes de estos tiempos y este país? Que el sistema necesariamente supone todo ello (no son "disfunciones anómalas") se oculta y, desde luego, no es objeto de "discusiones éticas", que en cuanto a alguien se le ocurre siquiera sugerirlas se le acalla a gritos (que no razones) con los tópicos más manidos, como la libertad, mira en lo que acabó el comunismo, etc. A cambio, se nos entretiene con cuestiones morales inofensivas, a las que entramos apasionadamente como los toros al trapo rojo; el matrimonio gay, por ejemplo. Hipocresía, sí, pero muy efectiva.

7 comentarios:

  1. Entre tu postura de relativismo moral, como tú la defines y acotas, y la de tu amigo y sus invariantes éticos creo que me decanto por…ambos. Es decir, no veo un antagonismo sino que ambas posiciones se matizan mutuamente. Eso sí, estoy completamente de acuerdo con tu último párrafo: hay trapos rojos que agitan ante nosotros en tanto que las cuestiones verdaderamente relevantes, como la intrínseca inmoralidad de la especulación financiera se nos escamotean.

    La ética ha sido siempre coto de la filosofía y de la religión, creo que esa vía está ya agotada. Para mí la ética es una interfase entre los que el hombre es y lo que el hombre debería ser. Lo que el ser humano es, depende tanto de su naturaleza biológica como de su condición de ser social y cultural, de ahí los ejemplos de islamistas ‘mártires’ que pones; lo que debería ser son los invariantes de tu amigo: no matarás, etc.

    El asunto dista mucho de estar agotado, pero para no entrar en retóricas y debates ya muy manidos habría que incluir lo que hoy sabemos del ser humano y antes no, campos de la neurociencia en concreto. Y huir de los extremos: el hombre es altruista, el hombre es egoísta, porque ambos son ciertos bajo ciertas condiciones y por lo tanto falsos enunciándolos como exclusivos.

    Quizás, para concluir, nos deberíamos referir menos a Valores éticos y más a Derechos y deberes, humanos y universales, naturalemente

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  2. Estoy de acuerdo con tu opinión en muy alta proporción, pero hay algunos matices que me gustaría hacer.

    (¿Cómo aprendo, eh?)

    Y mira tú por dónde, voy a hacerlos.

    (En eso todavía no he acabado de coger el truco).

    El primero de mis matices va en la misma línea del que te hace Lansky. Creo que los principios éticos son culturales, convencionales y por tanto modificables y variables, pero también que lo son en torno a lo que tu amigo llama invariantes. Ambiguos, difusos, mínimos... por lo que ese 'torno' dentro del que se modifican puede llegar a ser muy amplio. Pero invariantes, por lo que el margen de modificación no es infinito y existe, efectivamente, un mínimo común, aunque las diferencias culturales, sociales e históricas lo hagan difícil de reconocer. Ni absolutismo ni relativismo moral, pues, en mi opinión, sino una permanenete tensión entre ambos.

    El segundo se refiere a tu valoración de los dos planos en que dices que se mueven las discusiones éticas, el de los sentimientos, que consideras 'inevitablemente improductivo' y el de los intereses, 'más cínico y más eficaz'. Yo pienso que los sentimientos tienen en esta cuestión mucho más peso del que parece, por lo que dudo de su 'improductividad' y creo que son tan 'eficaces', si no más, que los intereses.

    Y el último se refiere a tu afirmación de que la hipocresía estructural que disfraza las consecuencias inevitables de, por ejemplo, nuestro sistema económico y las presenta como anomalías corregibles del sistema, cuando en realidad son componentes intrínsecos suyos, presente actualmente 'dimensiones nunca alcanzadas en la historia'. No creo que sea así. La diferencia entre los valores proclamados oficialmente y los hechos reales en que resulta su aplicación ha sido históricamente tan escandalosa como ahora, y más. Creo yo, claro.

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  3. En relación al último párrafo de Vanbrugh: en efecto, eso se llama Doble moral o hipocresía

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  4. Muchas gracias por el palabro instilada

    De lo otro, y para ser breve, diría que la ética es invariante en cada época y que va variando al ir variando éstas.

    No hace tanto que anuncios sobre venta de esclavos aparecían en la prensa diaria, se aceptaba que la homosexualidad era una enfermedad mental y los duelos era la única forma en que hombres de honor podían resolver sus cuitas.

    Quizás lo único que se mantenido como verdad absoluta a lo largo de todas las épocas es que la diferencia entre los valores proclamados oficialmente y los hechos reales en que resulta su aplicación ha sido históricamente tan escandalosa como ahora y es que como decía el poeta:

    cómo, a nuestro parescer,
    qualquiere tiempo passado
    fue mejor
    .

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  5. Lansky: Sí, probablemente la postura de mi amigo se complementan o matizan. En lo que disiento es en que la discusión "filosófica" esté agotada. Tan solo, creo yo, se va replanteando continuamente entre otros motivos a la luz de lo que vamos conociendo, como por ejemplo -como bien apuntas- la neurociencia. De otra parte, en el fondo tampoco veo mucha diferencia entre "valores éticos" y "derechos y deberes" humanos.

    Vanbrugh: Paso a comentar tus matices (sí aprendes, sí) para que no me acuses de prometer y no cumplir. Eso sí, muy brevemente.

    En cuanto al primero, aunque me gustaría, no estoy muy seguro de que haya invariantes, casi diría que ni mínimos. El que para mí es el mínimo irrenunciable (matar es malo) ha demostrado ser muy moldeable históricamente, demasiado para considerarlo invariante universal. Al fin y al cabo, basta depreciar la categoría de humano a un individuo de nuestra especie para legitimar como buena su supresión. En todo caso, me gustaría que esos invariantes existieran, pero soy escéptico.

    La "improductividad" de los sentimientos la refiero a la construcción del sistema ético de cada entorno (temporal y espacial). Naturalmente, no es más que una intuición, pero creo que a largo plazo son más eficaces las acciones en el plano del cinismo. Pienso que nuestros sentimientos también nos los construyen.

    En cuanto a tu tercer matiz, ahí sí me atrevo a disentir con más obstinación. Puede que, en general, "la diferencia entre los valores proclamados oficialmente y los hechos reales en que resulta su aplicación ha sido históricamente tan escandalosa como ahora, y más", pero en el asunto específico del sistema económico hemos alcanzado un record histórico (y seguimos empeñados en batirlo).

    Números: Si la ética es invariante en cada época pero varía al variar éstas, confirmas mi tesis de que no hay valores éticos invariantes (menudo embrollo).

    Por cierto, citas a Manrique que tiene para mí un entrañable valor sentimental. Aún así, no comparto esa añoranza del pasado. Hablando en términos generales, estoy más de acuerdo con Vanbrugh en que casi cualquier tiempo pasado fue peor.

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  6. Cuando digo que la discusión filosófica está agotada lo expreso mal. Quiero decir que desde la filosofía, como especialidad en exclusiva, está agotada, como casi todo ya en filosofía. Pero en el sentido que tú has interpretado, como adjetivo, la discusión filosófica con las aportaciones de los nuevos conocimientos que vayan surgiendo desde luego que no

    No ves diferencia entre Valores y Derechos y deberes. Yo desde luego y tajantemente sí. Los primeros son mil veces más evanescentes y manipulables, porque los segundos son mucho más objetivables y definibles. Claro que, como en el caso de los filosófico de tu otra objeción, quizás se trate de que tu definición de valores y la mía no son coincidentes. Para simplificar: en principio, no le doy demasiado crédito a los discursos que me hablan de valores a defender, etc., en cambio presto atención cuando se mencionan derechos y deberes concretos.

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  7. Sin embargo, releyendo mi primer comentario, veo que no lo exprese mal; dije: La ética ha sido siempre coto de la filosofía y de la religión, creo que esa vía está ya agotada. Eso es.No al discusión 'filosófica' o incluso la 'religiosa', aunque a mí no me interese nada.

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