domingo, 28 de mayo de 2017

Paul Bunyan (y 4)

El culmen de la popularidad de Paul Bunyan se alcanzó con la publicación en 1947 de Legends of Paul Bunyan, escrito por el prolífico cuentista Harold Felton; un libro de lujosa encuadernación que compendiaba una heterogénea mezcolanza de cuentos provenientes de la tradición oral con las más cutres popularizaciones o invenciones. En la década de los cincuenta se produjo la última metamorfosis del personaje que, al fin y al cabo, es la que espera a todos los mitos: convertirse en cuentos infantiles. Homer Watt, el profesor de la universidad de Wisconsin que en la década de los diez había recorrido con su alumna Bernice Stewart los campos de leñadores para recopilar la tradición oral, lo había anticipado pocos años antes en una carta. Una vez que pasan las generaciones que han vivido la leyenda, lo normal es que ésta se refugie, adaptada, en el mundo de los niños; y ponía de ejemplo la tradición inglesa y el famoso cuento de Jack, el mata-gigantes. El propio Watt tenía previsto escribir un libro de cuentos de Paul Bunyan para sus nietos mas el estallido de la II Guerra y complicaciones familiares se lo impidieron. Pero su predicción resultó atinada: Bunyan pasó de ser un símbolo patriótico a un héroe de cuento infantil; su tosca masculinidad se suavizó transformándose en simpatía bufonesca y sentimental. Por supuesto, para entonces los leñadores que habían creado al personaje estaban muertos y su mundo casi había desaparecido. Hay que decir que adaptaciones infantiles de las historias de Bunyan se venían haciendo desde bastante antes; el cambio consistió en que el público del personaje se redujo solo al infantil. Sin duda, la consagración definitiva fue el musical de dibujos animados que en 1958 produjo Walt Disney Studios; como en otros casos, la disneyficación de Bunyan equivalió a la fijación del canon definitivo.



Durante la Depresión de los años treinta, las empobrecidas comunidades de los Grandes Lagos y de los bosques de Maine, ya abandonadas por la industria maderera, intentaron con ahínco rentabilizar el prestigio de Paul Bunyan para atraer visitantes nostálgicos y reavivar sus agónicas economías. Varias de ellas empezaron a competir entre sí reclamando ser el lugar de nacimiento del heroico leñador o, si no, la cuna de sus historias. Akeley, una pequeña aldea de Minnesota que nació porque en ese lugar se instaló un aserradero de la Red River Lumber Company, se declaró a sí misma en 1949 como el lugar donde nació Bunyan: colocaron en un parque la gigantesca cuna de madera del Paul bebé y a partir de 1955 celebran a finales de junio “los días de Paul Bunyan”; años más tarde, en los ochenta, se abrió el Akeley Paul Bunyan Historical Museum y se erigió una estatua gigantesca de un Bunyan arrodillado y con una mano extendida casi a ras del suelo, de modo que los visitantes puedan sentarse en ella y ser oportunamente fotografiados. Fue construida por Dean Krotzer, un residente de Akeley, con su familia, con la intención de recuperar el protagonismo de su ciudad en esa absurda competición por la “propiedad” de Paul Bunyan. Para entonces ya había bastantes otras estatuas del mítico leñador a lo largo del país (entre ellas, la que tengo delante de mí) pero Krotzer quería que su Bunyan fuera el más grande de todos. Con una altura total de 25 pies (siete metros y medio) es desde luego superado por muchas otras estatuas, pero si este Bunyan se pusiera de pie mediría unos 60 pies (18 metros) y, en efecto, no había ninguno tan alto (buen truco el de Krotzer).

Pero la primera estatua que se erigió en honor a Paul Bunyan fue la de Bemidji, una pequeña ciudad de Minnesota en la ribera del lago del mismo nombre que, en los años 30 también decidió proclamarse como la cuna del mítico leñador. Fue Cyril Dickinson, el propietario de una constructora local, el que se ocupó de hacer realidad las gigantescas representaciones en hormigón y acero de Paul y su buey azul. El 14 de enero de 1937 se celebró una fiesta de carnaval con el acto central de inaugurar las dos estatuas –la de Paul y la de Babe– que se colocaron en la ribera del lago, un poco por encima de donde éste recibe aguas del vecino lago Irving –por cierto, ese breve canal entre ambos lagos es el río Mississippi, que nace unos cincuenta kilómetros al Sur–. Las estatuas están dimensionadas a escala 1:3 respecto de un hombre y un buey de gran tamaño (Paul mide 18 pies, lo que supone tres veces la altura de un tipo de 1,80 metros). Aunque después se superaron sobradamente, en esos días causaron verdadera sensación y se convirtieron en potentes atracciones turísticas. Como puede verse en la foto sobre este párrafo, las imágenes de Bunyan y Babe son bastante naif (me recuerda el estilo de los playmobil); ello pudo obedecer a las limitaciones técnicas y artísticas de los constructores pero también apunta a la ya incipiente infantilización del personaje, proceso muy unido a su mercantilización turística. Años después, todavía en la década de los treinta, la ciudad de Brainerd, unos 150 kilómetros al Sur, también erigió una estatua de Bunyan con el buey azul; el leñador parece ir caminando con el brazo derecho en posición de saludo y el izquierdo apoyado sobre el animal que pasta. El conjunto escultórico, bastante más pequeño que el de Bemidji, hecho de madera y una mezcla de cemento y yeso, se había deteriorado mucho y en 2007 la Cámara de Comercio de la ciudad contrató a Josh Porter, un artista de Minnesota, para que la restaurara. Por cierto, Bemidji y Brainerd están enlazados por el Paul Bunyan Trail, una ruta para disfrutarla en bicicleta (o caminando), una especie de mini-camino de Santiago a la americana: en vez de un santo medieval un leñador de inciertos orígenes. Mitos ambos, al fin y al cabo.

En 1959 la ciudad de Bangor iba a celebrar su 125 aniversario (a los americanos les gusta celebrar aniversarios como el 125 o el 175) y, con muy poca originalidad, se les ocurrió reivindicarse como el sitio natal de Bungar y hacer la pertinente estatua en su honor. Sabían, claro, que no iban a ser los primeros pero se empeñaron en ser los más grandes. Por ahí he leído que la idea de la estatua fue de Connie Bronson, una señora del comité organizador de los festejos que acababa de ver la película de Disney, recién estrenada por entonces; me lo creo, porque este Bunyan tiene sin duda una apariencia de dibujo animado. Se hizo el encargo a un artista local, J. Normand Martin, quien modeló en arcilla una representación de 22 pulgadas de Bunyan que gustó al comité. Así que se montó en un avión llevando su maqueta protegida en el regazo temeroso de que se le rompiera y aterrizó en Nueva York, para encargar a la empresa Messmoor & Damon la construcción del coloso en fibra de vidrio, metal y madera, con sus 31 pies. Fabricada en piezas, la montaron en el borde inferior de Bass Park, frente a Main Street (entonces no tenía detrás el polideporivo del Cross Insurance Center). Normand Martin ha explicado que no se pretendió nunca hacer una obra de arte sino simplemente algo que llamara la atención, que animara a la gente a visitar Bangor. Se puso en un punto que puede considerarse la entrada a la ciudad viniendo del Sur (o sea, del resto de los USA) y la ubicación precisa fue elegida para que una persona pudiera encuadrar completamente a Bunyan con una cámara de 35 mm sin salirse de la acera. El 29 de enero de 1959 fue la esperada inauguración y, a pesar de que la temperatura estaba en torno a los 0ºC, más de veinticinco mil personas se congregaron para ver el desfile de Paul Bunyan desde el centro de la ciudad hasta la estatua. Los habitantes de Bangor rebosaban orgullo, se sentían los auténticos propietarios del mítico héroe americano y por eso le habían dedicado la mayor escultura. Ese record, seis décadas después, siguen defendiéndolo; sin embargo, lo cierto es que en el mismo 1959 se erigió en Portland, Oregon, otra estatua de Bunyan que mide también 31 pies, aunque carece de la peana del de Bangor (como puede verse en la foto adjunta, este Paul es todavía más caricaturesco que el de Bangor). Hace un par de años, Normand Martin, que rozaba los noventa tacos, presentó a la municipalidad de Bangor una maqueta de Babe, el buey azul, para que se construyera junto a Paul y así completar el conjunto escultórico (y, de paso, desbancar definitivamente a Bemidji, el pueblo de Minnesota); de momento Bunyan sigue esperando solitario.

Acabo mis comentarios sobre Paul Bunyan y su estatua de Bangor indicando que en la base de ésta embutieron en 1959 lo que los americanos llaman una “cápsula del tiempo”, un recipiente hermético que guarda objetos y mensajes del presente para que sean encontrados por generaciones futuras. La cápsula de Bangor guarda registros sobre la celebración de aquel 125 aniversario de la ciudad y artículos que hablan de su relevancia histórica; se supone que han de descubrirse en 2.084, fecha en que se celebrará el 250 cumpleaños (me temo que no asistiré). Gracias a esta estatua me entero de que el invento de las time capsules data de 1936 y se atribuye a Thornwell Jacobs (1877-1956), pedagogo y pastor de la Iglesia Presbiteriana. Siendo presidente de la Oglethorpe University en Georgia, creó una Cripta de la Civilización, una cámara de 6x3x3 metros, sellada con una puerta de acero, cubierta con una losa de piedra y enterrada bajo el edificio neogótico de la universidad; allí hay multitud de objetos que darán información a seres del futuro sobre la civilización humana en 1940; Jacobs pretendía que la cripta no se abra hasta el año 8113. La idea gustó y, con más modestas pretensiones, empezaron a hacerse cápsulas del tiempo, la primera (y que creó el nombre) la hizo la empresa Westinghouse para la Exposición Universal de Nueva York de 1939, enterrada debajo del parque de Flushing Meadows, en Queens. En España, una idea similar se concreta en la Caja de las letras, aún más modesta, porque no son sino cajas de seguridad en la cámara acorazada del sótano del Instituto Cervantes, en las que personajes célebres de la cultura han depositado materiales fijando ellos mismos la fecha en que podrán desvelarse. En fin, un asunto curioso este de las capsulas temporales, pero no es ahora el momento de enrollarse con él. Me despido de Paul Bunyan y sigo mi camino.

3 comentarios:

  1. Era inevitable que apareciera Disney, sin duda. Cualquier mito moderno susceptible de ser infantilizado pasa por sus manos, al fin y al cabo. El corto fue parodiado por Los Simpson, con Homer en el papel del rudo leñador. Ahora me doy cuenta de una parte del chiste que no entendí del todo bien: Lisa se quejó de que las proporciones de Homer-Paul Bunyan variaban a lo largo de la historia, siendo ahora el doble de alto de una casa de dos pisos, ahora mucho más alto que un árbol de altura considerable. Entonces pensé que era una referencia a la película Godzilla de 1998, a la que se le achacaba ese mismo fallo. Pero veo que en el corto, hacia 6:42 Paul parece bastante más alto que los árboles, pero no lo es en 12:59, por ejemplo.

    En líneas generales, la estatura de los gigantes en cómics y animación suele estar atada a fallos de escala.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Para ser precisos, lo que ha logrado Disney es convertirse en el que fija el canon del mito infantilizado, porque en realidad, como digo en el post, el destino de todos los mitos es ser infantilizados u olvidarse. Y no todos los mitos infantilizados han sido "canonizados" por Disney (todavía).

      Eliminar
  2. Llama la atención lo horrendamente kist que son todas estas esculturas, como parte de cierta cultura popular de los Estados Unidos 'profundos'

    ResponderEliminar