jueves, 24 de mayo de 2018

Intimidad que intimida

Intimidad es el ámbito de lo íntimo e íntimo proviene del latín intimus que es el superlativo del adjetivo intra (dentro), de modo que vendía a significar “lo que está más en el interior”, lo –perdóneseme el palabro– “interiorísimo” (de hecho, tal es la definición de la primera acepción en el DRAE: “lo más interior o interno”).

La intimidad es algo valioso, se dice, y por eso conviene preservarla de miradas indiscretas, reservarla sólo para los íntimos que justo por eso lo son, porque acceden a nuestra intimidad. Por tanto, en las relaciones íntimas –en sentido amplio, no sólo las sexuales– prima la confianza mutua, uno baja las corazas, depone las defensas, se siente a gusto, relajado .

La acción de convertirse, de ir convirtiéndose, en íntimos tiene en castellano un verbo intransitivo que es intimar. Intimar es, dice el DRAE, “pasar a tener una amistad íntima. Es un verbo de vigencia transitoria, válido sólo durante el cambio de estado (de no íntimo a íntimo). No se usa, creo, para referirse al ejercicio de una relación íntima entre quienes ya son íntimos. Uno no intima con su mujer, por ejemplo.

Pero intimar, cuando es verbo transitivo, tiene un significado que nada casa con lo que ocurre entre dos íntimos, en la intimidad. Dice la RAE que es “requerir, exigir el cumplimiento de algo, especialmente con autoridad o fuerza para obligar a hacerlo”. Como alguien va a exigir nada a su amante (el summun de relación íntima), y mucho menos obligándolo por la fuerza. ¿Acaso hay que rastrear en esta evolución lingüística una remota asociación entre intimidad y violencia?

¿Y qué decir de intimidar? Si intimar es convertirse en íntimos, cabría esperar que intimidar fuera actuar en calidad de íntimos, una vez que ya lo somos. Nada de eso; significa “causar o infundir miedo”. Para referirnos al proceso de hacernos íntimos tenemos una palabra que también significa forzar y la palabra que podría denotar los actos de esa intimidad ya lograda alude al miedo no, por ejemplo, al amor. Diríase que el lenguaje se vuelve un espejo deformante que transforma algo bello en monstruoso.

No hay tal; se trata, en realidad de un acercamiento formal desde raíces etimológicas diversas, algo así como los falsos amigos de los traductores. Intimidar proviene del latín timere (temer). De ahí viene también tímido que es “temeroso, medroso, encogido y corto de ánimo” y por tanto intimidar se explica como volver a alguien tímido; o sea, meterle miedo o, simplemente, apocarlo. Imagino que intimar, en su acepción transitiva, habrá derivado de intimidar.

Misterio resuelto, pues, nada que ver. Pero no deja de ser curioso que dos plantas con sus propias raíces confundan entre sí sus hojas. Y más lo es que, al fin y al cabo, no sea tan descabellada esa coincidencia final pues no son pocos a quienes, en efecto, la intimidad les intimida.

3 comentarios:

  1. Decía Pinker en El instinto del lenguaje que es un hecho universal: en todas las lenguas hay homónimos, palabras que se dicen igual aunque vengan de orígenes distintos y, por ende, tengan significados distintos. Y es curioso porque lo contrario, que haya varias voces para un solo concepto, no ocurre nunca (recordemos que los sinónimos totales no existen).

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    1. ¿No existen los sinónimos totales? No sé, me parece una afirmación muy arriesgada. Vienes a sostener que dos palabras sinónimas tiene siempre algún matiz diferencial en sus significados. No digo que no, pero me atrevo a decir que en muchos sinónimos esas diferencias pueden ser menores que las propias que hay en el significado usual de una de ellas. Lo cual, en la práctica del hablante (y no olvidemos que el lenguaje es sobre todo una herramienta del hablante) los sinónimos sí lo son, en tanto sus diferencias se engloban dentro del margen semántico de cada una de ellas. En fin, sería interesante investigar en esta línea con ejemplos concretos.

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    2. Ayer tuve que actualizar el antivirus y olvidé este mensaje por ir con algo de prisa. No, en teoría no existen los sinónimos totales, así lo decían mis libros de lengua y es más o menos una verdad admitida. Incluso si dos palabras tienen significados virtualmente idénticos, la diferencia suele ser regional, etimológica o incluso cronológica (es decir, un arcaísmo).

      Lo que sí se admite es que para una frase concreta, hay sinónimos: "El niño juega a la pelota" = "El chico juega a la pelota"

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