sábado, 14 de noviembre de 2020

De Jardina (La Laguna) al Mercado de Nuestra Señora de África (Santa Cruz)

Paso a las 7:25 a recoger a Jorge por su casa (al lado del mercado de Santa Cruz) y vamos en mi coche hasta el punto de inicio de la ruta, una pista (camino del Tomadero) que sale del Camino de Jardina pasado este núcleo, más o menos a 700 metros de altitud. Iniciamos la caminata a las 8 de la mañana, más o menos. Vamos a seguir un sendero que discurre junto al barranco de Tahodio, aunque ése parece ser el nombre del último tramo, el que va desde la charca del mismo nombre hasta su desembocadura junto al Club Náutico de Santa Cruz. La primera parte del recorrido será en dirección Este, pasando por encima de las cabeceras de unos cuantos barrancos menores que confluirán justo antes del embalse, en el principal. Al llegar al este barranco principal –cuando hayamos caminados unos tres kilómetros y descendido unos doscientos metros– se gira en dirección Sur. Prácticamente toda la longitud de la ruta se desarrolla en el término de Santa Cruz. Jardina, ciertamente, pertenece a La Laguna, pero a los sesenta metros del cruce ya hemos cambiado de municipio.
 

Nada más dejar atrás las casas de Jardina e iniciar la ruta se nos abre otro más de los espectaculares panoramas del macizo de Anaga, una orografía montañosa de infinitos pliegues sobre sí misma, las laderas tapizadas de múltiples verdes, pardos terrosos y afloramientos de roca negra exhibiendo sus muchas fracturas. No pocas de éstas son mordiscos humanos; encontramos algunas canteras abandonadas hace mucho.El nombre del camino permite suponer que en su origen se transitaba para acopar agua de algún "tomadero" más o menos cercano. Descubro ese topónimo en el cruce con el barranco del Salto del Río, que viene desde la dorsal del macizo (en las proximidades del Pico del Inglés) y es el que forma el cauce principal que seguiremos hasta su desembocadura. Imagino que ahí, a unos dos kilómetros y medio del caserío, se formaría una poza de agua cayendo en cascada, para luego continuar con menos pendiente hacia el Sur. 
 
 
El camino está en unas condiciones excelentes, lo que nos hace deducir que ha sido arreglado hace poco. De vuelta en casa confirmo que, efectivamente, es una obra reciente del Área de Medio Ambiente del Cabildo de Tenerife, financiada con cargo al Fondo de Desarrollo de Canarias. Los caminos rurales que ejecuta el Cabildo son de una calidad magnífica y, evidentemente, muy caros. Estas obras en concreto, según leo en la prensa, ascendieron a unos 265.000 €,  lo que supone un coste unitario de casi cien mil euros por kilómetro. La justificación principal que se esgrime para estas inversiones suele ser siempre la de posibilitar la actividad agraria en fincas con malas condiciones de acceso. Es verdad que encontramos algunos bancales en cultivo (y también lo que parece refugios de cabras), pero muy pocos. Pero bueno, uno de los objetivos que establece la Ley para los Espacios Naturales Protegidos en la categoría de Parque Rural –como es el caso de Anaga– es el de promover el desarrollo de las poblaciones locales y mejoras en sus condiciones de vida, lo cual es argumento suficiente para que la inversión pública por habitante en estos territorios sea enormememente superior a la que le toca al residente en cualquier núcleo urbano. Sin embargo, los pobladores de Anaga (y los de Teno, el otro Parque Rural) suelen sentirse (o al menos así lo expresan) en continuo agravio y olvido por la administración. En fin, este asunto daría para un largo debate, pero hoy hemos de seguir la ruta. 
 
El día es magnífico, especialmente para estar a mediados de noviembre. De momento la temperatura es muy agradable pero no es difícil anticipar que en cuanto el sol suba el calor será bastante más del deseable. Como a los cuarenta minutos de camino (vamos despacios, disfrutando del paisaje), la pista se hace algo más sinuosa e incrementa la pendiente: estamos bajando la ladera del barranco principal (por aquí cerca estaría el tomadero de la toponimia) y orientándonos hacia el Sur. Hacemos aun unos setecientos metros por el camino "de lujo", que acaba casi pegado al cauce, donde han colocado un pequeño puente de madera para permitir, durante las lluvias, pasar a unas fincas situadas en otra ladera. Hay un coche aparcado, pero no se ve a nadie trabajando la tierra. Los vehículos que hemos visto pasar eran casi todos de cazadores. Cruzamos y ascendemos por una mínima trocha que entra en bancales que no se cultivan desde hace tiempo. Llegamos hasta el final y vemos que hemos avanzado unos ciento cincuenta metros paralelos al camino que discurre más abajo. Para regresar al mismo hemos de abrir un somier puesto a modo de puerta que está trabado con alambre para impedir el acceso a la finca (algo absurdo cuando por el otro extremo el paso es franco). El camino ha dejado de ser una pista para convertirse en un sendero. Hasta aquí no han llegado las obras del Cabildo  ... de momento, porque leo que hay prevista una segunda fase de ejecución.
 

Durante el próximo poco más de kilómetro y medio caminamos bordeando el cauce del barranco por lo que sí es propiamente un sendero. Hay partes más ciudadas que otras pero en general es de fácil tránsito, sin que haya que tomar ninguna precaución especial. En todo caso, desciende la velocidad de marcha, pero no solo porque haya que fijarse dónde se pisa sino para disfrutar de un bellísimo paisaje que no me canso de mirar y sentir. A veces caminamos sobre toca, otras sobre guijarros, otras sobre tierra; a veces la senda baja al cauce, otras va a media ladera, otras se pega a paredes de roca en las que se abren cuevas ... Por supuesto, el silencio es absoluto, salpicado tan solo por trinos de pájaros. Así, sintiéndonos como si estuviéramos recorriendo un paraíso (y con el temor de que en cualquier momento un dios airado nos expulse), fuimos descendiendo durante unos cuarenta minutos hasta llegar a la charca de Tahodio. Hacia las diez menos diez el paisaje se abrió y ante nosotros apareció el gran muro de la presa. Decidimos bajar hasta el agua y allí descansarun ratito y comernos los bocadillos.

 
La conocida popularmente como charca de Tahodio fue construida entre 1914 y 1926 por iniciativa de Santiago García Sanabria –uno de los más famosos alcaldes de Santa Cruz– para el riego de las fincas de plátanos y pequeñas huertas que había en el valle. Leo que inicialmente spodía almacenar hasta 900.000 m3 pero esa capacidad ha bajado en la actualidad a menos de la mitad debido al barro que ha ido acumulándose en su fondo. En estos momentos, sin embargo, el nivel del agua está bajísimo; no creo que pase del 10%, una pena. Descendemos con algunas dificultades hasta el borde del agua, pisando barro seco resquebrajado. Tres patos se deslizan aburridos por el agua mientras en la orilla opuesta algunas garzas intentan pescar y parecen quejarse de su poco éxito con graznidos airados. Sentados en unas piedras engullimos los bocatas y bebemos un poco de agua. La caminata está siendo fácil y no estamos cansados, pero el sol ya empieza a pegar fuerte. Repuestas las fuerzas, trepamos hasta el acceso a una finca (éste abierto) desde el que alcanzamos de nuevo el sendero. Caminamos hasta la mitad del dique y desde allí miramos hacia ambos lados. Vemos que por la otra margen del barranco discurre otro sendero, pero regresamos para seguir el de la orilla por la que venimos (porque es el que he dibujado previamente al planificar la ruta). Justo al lado del embalse hay una edificación en la que reside una pareja con la que hablamos y que nos dice que ambos caminos confluyen más adelante; bueno, otro día lo recorreremos.
 

Los siguientes trescientos metros del camino, que bajan cincuenta metros (de la cota 270 a la 220), están en bastante mal estado, pero aún así son transitables por vehículos todoterrenos (como el que estaba aparcado en la casa junto a la presa). Pero enseguida, donde  el pequeño caserío de Casas de la Charca, el sendero se convierte en una maravillosa vía de hormigón blanco con arcenes de piedra, sin duda otra obra reciente del Cabildo. Con suave pendiente el camino va siguiendo el barranco de Tahodio, cruzando el cauce varias veces mediante badenes (en los que siempre se señaliza el peligro de pasar en caso de lluvias). El kilómetro escaso que media entre Casas de la Charca y Valle Luis, donde el camino se convierte en una estrecha carretera asfaltada, es un paseo delicioso, entre abundante vegetación y, de fondo, el imponente paisaje que enmarca el valle; tan solo se echa en falta que corriera el agua, como ocurriría en épocas pasadas. Este caserío  se encuentra en la confluencia del barranco de su mismo nombre con el de Tahodio. Para cruzarlo, la carretera dibuja una curva muy cerrada que baja casi hasta el cauce. Para acortar el recorrido peatonal (y permitir el paso durante las lluvias si la parte baja se inunda), se ha dispuesto un puente en pasarela, probablemente parte de las obras recientes. ¡Todo un lujo!


Inmediatamente después nos encontramos con seis o siete casas alineadas frente a la pista cuyas formas y estética nada tienen que ver con el lugar. Aunque quedan todavía casi dos kilómetros para salir del Espacio Natural Protegido, ya se nota la influencia urbana, se desvanece la sensación paradisíaca. Este último tramo  está jalonado por cada vez más edificaciones y, lo que es peor, por más basura de todo tipo que los civilizados habitantes de la Isla tiene por costumbre abandonar. El último caserío rural antes de pisar oficialmente el suelo urbano es el de Puente de Hierro, llamado así por el que cruza el barranco y la carretera, pero que ahora solo soporta una una tubería. Justo antes de este mínimo núcleo se sitúa un club de tenis –Capicua se llama– con tres pistas. Inverosímil ubicación, tanto por el lugar como por la orografía (una ladera). No sé ni cuándo ni cómo se instaló ahí, pero he de averiguarlo. Lo cierto es que en su facebook hacen virtud de lo que, en mi opinión, es un ejemplo clarísimo de un emplazamiento erróneo: "En el entorno más natural, sin contaminación, se encuentra el mejor club de tenis de Tenerife. Tres pistas de tenis en plena naturaleza".
 
Hacia las once y media entramos en la ciudad, lo cual se certifica porque a la carretera, que ya se había ensanchado a dos carriles en el último kilómetro, le aparece una acera y por tanto se convierte en calle. Estamos en el barrio de la Alegría (ése al que se quería mudar Sabina pero siempre perdía el tranvía), un núcleo que se fue consolidando durante los años sesenta y setenta con la autoconstrucción de viviendas trepadas por la ladera. Modelos urbanísticos como el de este barrio son la respuesta espontánea al fracaso de las políticas públicas de vivienda; no es para nada un buen resultado, ni ambiental ni funcionalmente, por más que a estas alturas lo que proceda es conseguir etenuar las indudables carencias de ese abigarrado asentamiento en fuerte pendiente. En todo caso, nosotros no llegamos a entrar propiamente en el barrio; caminamos por el borde del barranco, junto a la única franja de terrenos planos en la que en la actualidad se disponen los equipamientos vecinales, como el centro docente público (infantil, primaria e instituto) y el campo de fútbol (en el que se estaba jugando un partido con mucho público viéndolo de pie en las calles que lo bordean, porque no tiene gradas). Pasada la cancha hay una pasarela peatonal por la que cruzamos el barranco y entramos en Residencial Anaga, un barrio que ya sí responde al urbanismo ortodoxo (con planes aprobados en largas tramitaciones administrativas). Nos sentamos en una terraza para tomar unos refrescos y luego seguimos caminando por Santa Cruz con la incomodidad de la mascarilla (atravesamos el Toscal, plaza del Príncipe, puente Serrador) y llegamos a la casa de Jorge poco después de las doce y media. Nos metimos en su coche y me subió hasta Jardina para recoger mi coche. Etapa finalizada: fácil, corta y sin sobresaltos ni sorpresas.
 

4 comentarios:

  1. recorro tu camino con google maps, y me sigue pareciendo asombroso lo que han hecho de esa isla. ¡Qué enorme densidad de habitantes! Imagino que la mayoria vive del turismo, ¿cómo estan viviendo los habitantes estos tiempos de turismo restringido? ¿Habrá vida luego del COVID?

    El Chofer fantasma

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    1. La isla, efectivamente, está muy poblada. 800.000 residentes y 200.000 turistas diarios (ahora no) en 2.000 km2, pero en realidad en la cuarta parte de esa superficie, porque la mayoría es espacio protegido o zona de mucha pendiente.

      El tremendo bajón del turismo debido a la pandemia está siendo terrible y puede llevar a una crisis catastrófica. De momento, la economía aguanta con el apoyo público, pero veremos qué pasa. A tu pregunta (¿habrá vida después del covid?) no me atrevo a responder.

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  2. Parece que no me llegó correctamente la notificación de tu anterior entrada, así que sólo paso para decirte que em alegra volver a verte.

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