lunes, 30 de julio de 2007

Anacoretas en la tele

Pocos conocen una de las actividades a las que dedico parte de mi tiempo libre; en los ratos ociosos “creo” originales ideas que luego vendo con más o menos éxito a los productores de concursos televisivos. Lo que empecé como mero divertimento se ha convertido en un filón sorprendentemente lucrativo. Quién me iba a decir a mí, en mis modestos inicios, que las absurdas locuras que se me ocurrían a modo de terapia para el estrés laboral iban a ser la fuente de mi más que excesivo patrimonio actual. Y es que, cuánto más disparatada sea la ocurrencia, más entusiasma a esos ejecutivos mentecatos que viven pendientes de los índices de audiencia.

Naturalmente, uso un pseudónimo, ya que me daría muchísima vergüenza que mis colegas profesionales llegasen a descubrir que estoy detrás de deleznables programas en los que concursantes semianalfabetos se angustian en esfuerzos ridículos. Ni siquiera en este blog anónimo me atrevo a mencionar algunos de los títulos de concursos que se han desarrollado a partir de alguna idea mía; incluso aquí creo que debo mantener un cierto prestigio de talla cultural por más que, lamentablemente, la actividad intelectual no sea, en este sociedad del espectáculo banal, tan rentable como debiera.

Aun así, por muy degradado que llegue el producto a la caja tonta, he de reivindicar una mínima calidad en sus orígenes, he de proclamar que el hálito primigenio, la inspiración motora, deriva de inquietudes y buceos en más nobles materias. Bien es verdad que, a lo peor, con esta defensa no hago sino agravar mis culpas, confesando ingenuamente cómo prostituyo lo sagrado en el lodazal pestilente del circo mediático. Sea, pero ello no obsta para que, a medida que mi fama se extiende en ese mundo de yuppies, me reclamen cada vez con mayor frecuencia nuevas ideas y, consecuentemente, haya de estrujar mi fértil creatividad para encontrarlas. En fin, que algún trabajo me va costando.

Dije antes que “creo originales ideas” y exageré más de la cuenta. Las ideas, como la energía, ni se crean ni se destruyen, como mucho se transforman. En gran medida, todo se reduce a un ejercicio de ars combinatoria, procurando que los elementos de partida sean lo más heterogéneos entre sí, a fin de propiciar contrastes chocantes que –la experiencia lo demuestra- generan notables réditos comerciales. Además, es sabido que plagiar de muchas fuentes no es tal (investigación, me parece que lo llaman) y, en todo caso, el riesgo de mostrar ese pecado se minimiza sobremanera si los elementos a combinar son lo suficientemente poco conocidos por el público medio o por la crítica periodística (algo, por otra parte, poco difícil). En fin, van estas excusas no pedidas para sugerir hacia dónde apunto en la búsqueda de ideas.

Ahora mismo, por ejemplo, estoy dándole vueltas a un posible guión basado en el anacoretismo sirio. Como algunos sabrán, en la provincia romana de Siria, durante los siglos IV, V y VI, hubo una espectacular explosión de monjes cristianos, con protagonistas famosísimos en su época por hazañas ascéticas que, hoy en día, figurarían en el Guinnes. Además, visto desde nuestra época, pareciera que entre ellos hubiera habido una especie de competencia de originalidad, a ver a quien se le ocurría la forma de misticismo más singular. Daré algunas pinceladas para que pueda comprobarse que no exagero.

Había un grupo de monjes que se condenaban a la statio o inmovilización absoluta; se trataba de estar siempre de pie. Obviamente, para lograrlo, habían de recurrir a ayudas, tales como colgarse por los sobacos, atarse a un árbol, construirse una celda tan estrecha que no pudieran perder la verticalidad. Pues así, estos estacionarios se pasaban años y años, orando y siendo admirados en su santidad por los devotos cristianos de los alrededores.

Otros se denominaban dendritas porque vivían en árboles. De estos, algunos se construían cabañas, pero para mí que tal recurso debería haberlos descalificado. Mayor mérito tenían los que se aposentaban sobre simples ramas, a riesgo (como ocurrió con varios de ellos) de darse de batacazos contra el suelo. Esta modalidad de anacoretismo, sin embargo, creo que la voy a descartar porque ya se aprovechó de ella Italo Calvino para su Barón rampante.

Más interesantes para mis fines resultan los dementes por Cristo, quienes, durante el día, se paseaban por los pueblos haciéndose pasar por poseídos demoníacos o retrasados mentales, mientras que, por la noche, se dedicaban a la oración. Era una manera de practicar, hasta el desprecio por sí mismos, la evangélica virtud de la humildad. Como es natural, la santidad de estos ascetas no solía serles reconocida en vida; por el contrario, con sus actuaciones se ganaban continuos insultos y hasta palizas de sus contemporáneos.

No están tampoco nada mal los boskoí, unos ascetas de costumbres salvajes a quienes les daba por vivir a la intemperie moviéndose a cuatro patas y paciendo yerba. Todo, por supuesto, para mayor gloria de Dios.

No podemos olvidar a los que, gracias a su fundador San Simeón, son los más famosos de todos: los estilitas, que se pasaban la vida encaramados en lo alto de una columna también (como los estacionarios) en una inmovilidad casi absoluta.

Para acabar con estos pocos ejemplos (no se piense que la lista es exhaustiva) citaré a los hipetros, que eran unos monjes que vivían a la intemperie buscando exponerse a las condiciones más rigurosas del clima. En estos días, por ejemplo, un hipetro se habría puesto a las tres de la tarde bajo el sol, soportando por amor a Cristo los más de 40º que estamos disfrutando.

Un rasgo común de todas estos anacoretas era su gusto por la exhibición pública, lo que los enlaza directamente con los mecanismos psicológicos de los concursantes televisivos; así que, como puede verse, tampoco hemos cambiado tanto en 1600 años. Por supuesto, en su época fueron muy famosos; es decir, sus proezas absurdas atraían espectadores. Tampoco en ese aspecto la humanidad ha evolucionado mucho. Por tanto, creo que hay materia. Sólo se trata ahora de buscar algunos otros elementos para hacer la combinación algo más compleja y, por supuesto, adaptar las prácticas del protocristianismo a los tiempos modernos (pero tampoco creo que haga falta mucho). Por supuesto, habrá que dar con un tono que no hiera susceptibilidades religiosas (téngase en cuenta que muchos de estos ascetas son miembros del santoral católico), aunque no descarto introducir algunos rasgos de espiritualidad new age, en plan homenaje actualizado a las elevadas motivaciones de aquellos sirios. Pues nada, a seguir dándole vueltas. No se me negará que la idea promete.

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

domingo, 29 de julio de 2007

Cani

Este es el nombre de mi perra; en realidad su dueño nominal es H, pero debido a su actual inmovilidad, desde que se lesionó está conmigo. Cani es una perra sin raza definida, negra con partes blancas (el pecho y los “calcetines”), de unos 30 kilos. Tiene trece años y medio; la pobre ya está viejita.

Una tarde, saliendo del trabajo, me encontré en la calle un cachorrito abandonado. A H, que entonces tenía ocho años, le entusiasmó y, pese a los reparos de mi ex, decidimos quedárnoslo. Sin embargo, al poco tiempo (no más de dos meses) se nos escapó mientras lo sacábamos de paseo; un coche lo embistió y lo arrastró unos cien metros. Cuando lo recuperé, el animalito aun vivía, pero estaba destrozado por dentro. No nos dio ni tiempo de llegar al veterinario, se murió en mis brazos.

Como es natural, la muerte de Pizco entristeció mucho a H y decidimos conseguir otro perro. Nos hablaron de un tipo que recogía animales abandonados y fuimos allí. Elegimos a una perra canela, de unos dos meses; la llamamos Laqui, que venía de tranquila, porque no era tan nerviosa como el resto de los cachorros con los que compartía la perrera. Pero esa tranquilidad no era de carácter, sino que tenía moquillo. Pasamos tres meses terribles, yendo al veterinario casi a diario. El moquillo es una enfermedad terrible que va afectando a diversas partes del organismo canino; puedes tratar los efectos, pero no matar al virus. La única esperanza es que el propio sistema inmune del perro acabe con él; no fue así. Primero fue el estómago, luego los pulmones (respiraba afanosamente y tenía unas toses feísimas) y, por último, pasó al sistema nervioso. Era muy doloroso ver a Laqui sin poder moverse, cayéndose al suelo con las cuatro patas abiertas, con miradas de desconcierto y de dolor. Finalmente decidimos ponerle la inyección. Al igual que Pizco, también murió en mis brazos, mirándome intensamente a los ojos mientras la acariciaba.

Ya no sólo era H quien estaba abrumado de tristeza: éramos los tres. La veterinaria, que se portó estupendamente durante la agónica enfermedad, nos recomendó que buscáramos un perro de los muchos que nacen en fincas agrícolas, porque entre los de las perreras era muy frecuente el moquillo (no queríamos, por “principios”, ir a una tienda de animales). Al poco tiempo nos anunciaron que regalaban cachorritos en una finca de La Esperanza. Fuimos y recogimos a Cani. O mejor sería decir que ella decidió “adoptarse”, porque de las ocho ratitas que había tenido una perra pequeñaja tipo lanas con un perrazo estilo pastor belga (por supuesto ninguno de los padres era de raza), sólo ella, al vernos, abandonó a la madre y se vino a jugar con nosotros. Y desde entonces.
Ha sido siempre una perra sanísima y buenísima. De pequeña algo revoltosa, pero sin pasarse; a medida que se hacía mayor, se volvió tranquila. Hace seis años tuvimos que operarla para quitarle la matriz, porque un fox-terrier la había montado en el parque; hasta entonces nunca la habíamos sacado durante los celos, pero esa vez nos había engañado (celos silenciosos, creo que los llaman). Tras la operación engordó algo y se volvió más tranquilota, pero siguió igual de sana y de buena.

Cuando nos separamos, Cani se quedó bastante desconcertada. Nuestra casa estaba formada por dos pisos unidos que, ahora, vuelven a tener entre ellos la pared original. La perra se quedó con H y R, aunque con frecuencia me la pasaban para que la sacara o me la quedara un par de días. Me imagino que debía sentir el mismo desconcierto de un niño chico cuando un día va con el padre y otro con la madre, con el agravante de que seguíamos ambos en el mismo lugar que habían sido siempre sus dominios. Por ejemplo, cuando volvemos del parque y salimos del ascensor en nuestra planta, la perra se queda dudando sobre a cuál de las dos puertas dirigirse.

Desde hace unos años empezaron los achaques de la vejez, principalmente artríticos. Cada vez le iba costando más levantarse, camina más despacio y a veces cojea ostensiblemente. Ayer, mientras jugaba con ella, de pronto lanzó un chillido de dolor; le debí hacer daño en una pata. El caso es que durante la tarde casi no se sostenía en las patas traseras. Hoy parece estar algo mejor; en cuanto publique este post la sacaré al parque a ver cómo se comporta. Mañana habré de encontrar un hueco para llevarla al veterinario. En fin, esta mañana, mientras desayunaba, la miraba y pensaba que, lógicamente, falta poco para que se muera. Será el sexto perro de mi vida que muera (hay tres en mi niñez). Pero será, con toda seguridad, el que más pena me dará.

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

jueves, 26 de julio de 2007

Salchichas y Leyes

Un compañero, a propósito de un texto que le hice llegar de G. Sartori sobre la errónea concepción que de las Leyes tienen los políticos, me pasa un par de anécdotas divertidas. La primera es una cita de Bismarck: “Con las leyes pasa como con las salchichas: es mejor no saber cómo se hacen”. El viejo Otto sabía lo que se decía y, desde mi modesto campo de conocimiento, puedo testificar que las cosas no han cambiado demasiado desde mediados del XIX. Es deprimente enterarse de los porqués, ya no de la promulgación de tal o cual Ley, sino de redactados concretos. Alguna vez me he planteado dejar constancia, a modo de colección aséptica, de los pequeños incidentes que conforman la intrahistoria del desarrollo de muchas normas jurídicas, en cuyas gestaciones he gozado de información privilegiada. Con embarazos así se entiende que los partos sean paridas ... ¡y así nos va!

La segunda es una historieta que me llamó tanto la atención que corrí a verificarla en Internet (encontré la referencia en la Wikipedia, pero sólo en inglés). A finales del XIX, en una pequeña ciudad de Indiana, vivía un tal Edwin J. Goodwin, un matemático aficionado. El buen hombre, investigando sobre la cuadratura del círculo (literalmente), se convenció de haber descubierto que el valor de pi era 3,2. Obviamente, ya desde la antigüedad más remota contamos con mejores aproximaciones de la relación entre la circunferencia y su diámetro; el famoso 3,1416 que aprenden los niños de primaria es sabido desde Arquímedes (siglo III aC); para cuando nuestro amigo de Indiana hizo su “descubrimiento” otro matemático aficionado (William Shanks) había calculado hasta 707 decimales de pi (se pasó casi 20 años en la tarea). Así que lo de Goodwin no debería pasar de ser una boutade intrascendente, pero...

Pero el tío estaba orgullosísimo de si mismo y quería contribuir al bienestar común, especialmente al de su Estado. Primero va y lo publica en una revista matemática (vaya consejo editorial que tendrían); luego registra su valor de pi en los registros de propiedad intelectual de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, España, Bélgica y Austria (no fueran a “piratearle” ese valor mágico) y finalmente, en 1896, le pidió a su representante en el Parlamento Estatal que tramitara la sanción, mediante Ley, del “correcto” valor de pi. Goodwin, generosamente, ofrecía al pueblo de Indiana el regalo de poder enseñar en sus escuelas la nueva verdad matemática sin tener que pagar royalties, a diferencia del resto del mundo. Supongo que diría además a sus amigos políticos que, con la aprobación de la Ley, Indiana obtendría la gloria imperecedera de quienes reconocen la sabiduría. Pues, aunque parezca alucinante, lo cierto es que la iniciativa legislativa se pone en marcha y recorre un lago camino. El proyecto de Ley fue aprobado en un primer Comité, luego en otro, también en el Pleno de la Cámara por unanimidad y llegó hasta el Senado, último “filtro” donde se preveía la promulgación definitiva. Pero, por entonces, un profesor de matemáticas de la Universidad se entera de lo que se está tramitando y logra, aunque con dificultades, convencer a los legisladores de que se abstengan de hacer el ridículo. El proyecto fue simplemente abandonado (parece que no se llegó a votar en contra), argumentando que no era un asunto objeto de la legislación. Incluso la Asamblea agradeció oficialmente al profesor por haber estado alerta y convencer al Senado para que no se enredara en “misterios insolubles cuya comprensión está más allá de las habilidades humanas”.

Fantástico, ¿verdad? Pero es que, al margen del excelso nivel intelectual que exhibieron los representantes de la soberanía popular de Indiana (y que me trae a la mente el muy parecido de los defensores del creacionismo que también, hoy día, pretenden iniciativas legislativas análogas en los Estados de la América profunda), lo que asombra, entre el patetismo y el miedo, es la falta de control en los mecanismos a partir de los cuales se producen las Leyes. Esta fue un aborto muy poco antes del parto, pero ... ¿cuántas normas han nacido con taras muy parecidas? Yo sé de unas cuantas.

Y me pongo algo más serio (sólo un momento) para referirme ahora (siguiendo a Sartori) a la que a mi juicio es una de las causas de tanto engendro normativo: la “manía” de los políticos de gobernar no en la Ley (dentro del marco de las leyes), sino a través de leyes. Y eso no es gobernar o, al menos, no debería ser la parte fundamental de un gobierno; pero, claro, resulta mucho más cómodo, barato (no sólo económicamente) y demagógico. La consecuencia inevitable de esta diarrea legislativa que padecemos es el deterioro de la Ley: falta de coherencia del sistema, baja calidad, disminución de la seguridad jurídica (que genera incertidumbre en la vida de los ciudadanos) y pérdida de generalidad. Pero no me voy a enrollar; quien tenga interés puede leer las dos páginas que al tema dedica Sartori y que aquí enlazo arriesgándome a una demanda de la SGAE. A pesar de todo, procuremos ser felices.

PS: Este post lo he publicado pegando directamente el texto desde Word con un formato algo distinto del habitual (otra fuente, más espaciado el interlineado). No sabía que Blogger pasa a htlm el formato de Word, pero parece que lo hace. Creo que resulta más legible (de eso de trataría); ¿alguna opinión?

Actualización: en el PC del trabajo se veía con mayor interlineado; en el Mac hay menos diferencia respecto a los posts anteriores. Acabo de subir un punto el interlineado; definitivamente me gusta más con el interlineado algo mayor: voy a cambiar los restantes posts. La fuente, en cambio, no ha cambiado.

CATEGORÍA
: Política y Sociedad

martes, 24 de julio de 2007

La culpa es de Kotinussa

Pues sí, Koti, tuya es la culpa (el poder y la gloria). Ya me has metido el miedo en el cuerpo; apenas dormí anoche acosado por pesadillas infames: diabólicos literatos con cerebros resecados pero también noveles escritores en busca de ideas parasitaban ansiosos mi blog y publicaban mis fructíferas creaciones bajo sus ruines nombres. Desperté bañado en sudor frío y durante toda la jornada un martilleo obsesivo no dejó de taladrar mi cerebro. La propiedad intelectual es sagrada, me dije, y ni corto ni perezoso indagué frenético hasta dar con esta licencia que (se supone) ha de protegerme de la piratería virtual y, consiguientemente, preservar incólume mi buen nombre por toda la eternidad.

Bueno, vaaale ... Perdón por la broma y, por favor, no se vea ninguna intención satírica. La verdad es que, por más que nunca me ha preocupado demasiado esto de la propiedad intelectual (y me caen bastante mal los de la SGAE), he de reconocer que -como a Kotinussa- no me son nada simpáticos los plagiarios y también que no me apetecería demasiado descubrir que me han "homenajeado" de esas formas. Por otro lado, hacía tiempo que me habían hablado de las licencias copyleft y tenía curiosidad por saber de qué iba el rollito. Así que, aprovechando la coyuntura, pues le he pegado la licencia Creative Commons al blog (véase abajo a la izquierda), aunque no tengo ni idea de si sirve para algo. Por lo pronto, advertidos quedais: podeis copiar, distribuir y comunicar públicamente cualquier artículo de este blog y hacer obras derivadas de los mismos, siempre y cuando reconozcais los créditos (o sea: que el autor primigenio soy yo, salvo cuando plagio a Eurípides), no tengais fines comerciales (en caso de tenerlos, contactad primero y negociaremos un acuerdo, jejeje) y, cualquier alteración, transformación o derivación de mi obra quede sujeta a una licencia igual a la presente.

¿A que parece algo muy serio? ¿Te animas, Koti?

CATEGORÍA: Blogs e Internet

lunes, 23 de julio de 2007

Estadísticas de nombres y apellidos

Por motivos profesionales consulto con cierta periodicidad las estadísticas de población y, consecuentemente, he de entrar en la web del INE. Hoy, cuando lo he hecho, he descubierto una nueva paridilla que estos chicos del instituto han colocado como explotación estadística del Padrón; se trata de estadísticas y frecuencias de nombres y apellidos. Como ya una vez me dijo Amaranta (no sé si con intención perversa), he de reconocer que me divierten los números, así que no he podido evitar ponerme a jugar un rato con los apelativos con que nos identificamos los españoles.

Los datos tanto de nombres como de apellidos, los aportan en términos relativos (en tantos por mil, en concreto); hubiera preferido las cantidades absolutas. Así, dan una lista de 100 nombres propios de hombre y otros tanto de mujer. Los 100 nombres masculinos cubren el 65% de la población, mientras que los femeninos algo menos, el 60%. Suponiendo una distribución similar entre los nombres de ambos sexos que no están entre los 100 más frecuentes, cabe deducir que hay más variabilidad entre los femeninos.

En cuanto a los nombres más usuales, no hay muchas sorpresas: los cuatro de varones más frecuentes son, por este orden, Antonio, José, Manuel, Francisco y Juan; si bien, si se consideran los nombres compuestos el José se destaca descaradamente del resto y el Juan sube del quinto al tercer puesto. Pero, vamos, entre los primeros puestos del ranking nacional no aparece ninguno “exótico”, de esos que tan de moda pareciera que están en los últimos tiempos. De hecho, los nombres en lenguas no castellanas tienen escasa representación y aparecen bastante abajo (Jordi, Josep, Joan, Marc, Albert y Xavier, en los puestos 56, 69, 70, 79, 97 y 98; Mohamed en el 77; y Aitor en el 95).

Con las chicas ocurre algo similar. Hay tres que se destacan: María, María Carmen y Carmen; como es fácil imaginar, contando los compuestos, la frecuencia del María es apabullante: casi quintuplica al siguiente (Carmen, por supuesto). Un 29% de nuestras compatriotas llevan el María a cuestas, frente a solo el 14% de varones que cuenta con el José. Tampoco encuentro entre los 100 nombre femeninos más frecuentes ninguno “exótico”, pero lo curioso es que, frente a los 8 masculinos no castellanos, en este género no hay ninguno; ¿se deberá a un mayor grado de coincidencia entre los nombres femeninos en castellano y las restantes lenguas del Estado? ¿Chi lo sa?

Para encontrar originalidades hay, obviamente, que salirse de la tabla nacional e irse a las provinciales. Como es de esperar, en las provincias catalanas ya sí aparecen varios nombres en su lengua, así como en las vascas (menos), pero no en las gallegas. Pero, incluso en Cataluña, los nombres castellanos son mayoría; casi en todos los casos el término castellano está situado más arriba que el homónimo vernáculo: es decir hay más Josés que Joseps. Habrá que pensar que todavía pesan más los nacidos en épocas en que no se admitía la inscripción registral salvo en castellano; podría comprobar esta hipótesis porque el INE facilita los nombres por año de nacimiento, pero tampoco es cuestión de hacer una tesis ahora. Por cierto, la excepción al predominio de los nombres castellanos la constituyen Ceuta y Melilla, pero por razones obvias.

Pero busquemos “exóticos”. Pues no, tremenda decepción la mía. Entre los 50 primeros puestos de las 50 provincias no he localizado ninguna Vanessa ni ningún Jonathan (o análogos), ni siquiera en estas islas donde esos nombres no son nada infrecuentes. Así que habrá que suponer que todavía somos un país bastante tradicional en lo que respecta a cómo decidimos llamar a nuestros hijos y quizás esos nombres exóticos nos parecen tan abundantes justamente por ser exóticos (como cuando una embarazada piensa que hay una barbaridad de mujeres embarazadas). No obstante, la distribución de los nombres de los niños de estos últimos años está cambiando y, aunque los “extraños” sigan sin aparecer en los puestos altos, sí es cierto que pasan a los primeros lugares los que, respecto a la media nacional, están bastante más abajo. Entre los nacidos en el 2006, por ejemplo, los más impuestos han sido Alejandro (7.581 críos) y Lucía (9.454 crías); José baja a un miserable trigésimo octavo puesto (apenas 1653 chiquillos), pero María mantiene honrosamente su predominio, aunque sea en segundo puesto (7.702 niñas). Es que somos un país muy mariano.

En todo caso, más que los nombres, lo que me ha resultado entretenido y novedoso es la explotación estadística de los apellidos. Evidentemente, hay más apellidos que nombres, lo que explica que los 100 más frecuentes cubran sólo el 40% de la población, mientras que ese porcentaje en los nombres se situaba en el 60 y 65% para hombres y mujeres respectivamente. Los diez primeros son, por orden, García, González, Fernández, Rodríguez, López, Martínez, Sánchez, Pérez, Martín y Gómez. No sorprende demasiado, ¿verdad? Entre los 100 del INE no hay ninguno “claramente” catalán, vasco o gallego; el predomino castellano es demoledor, desde luego mucho mayor de lo que cabría esperar por la actual distribución demográfica del Estado. ¿Aventuramos una hipótesis sobre el genocidio histórico de los castellanos sobre los linajes periféricos? Un dato: si no me he equivocado al sumar, hay aproximadamente diecisiete millones y medio de españoles que tienen, como primero o segundo (o ambos) alguno de los diez apellidos más frecuentes antes relacionados. Eso quiere decir que, teniendo en cuenta que la población total es de 44,7 millones de personas (a 1 de enero de 2006), más o menos, de cada diez residentes en este país cuatro tiene al menos uno de esos apellidos.

Pero dejando de lado estas explotaciones absurdas (comprendo que la mayoría no tiene esta enfermiza manía mía), lo realmente curioso (y divertido) de la web del INE es que te posibilita escribir un apellido cualquiera (se supone que el propio) y ver cuántos hay en cada una de las 50 provincias, distinguiendo además, si se trata del primero, del segundo. Por supuesto, esta utilidad puede resultar interesante a los que tenemos un apellido “rarito” (yo lo tengo) porque si un García consulta, se va a encontrar con que tiene homónimos en todas las provincias. Bueno, pensándolo bien, también puede dar una pista, incluso en los apellidos frecuentes, acerca de la provincia o área geográfica de origen. Al probarlo me he quedado sorprendido, porque resulta que hay 1.223 personas con mi mismo apellido, bien como paterno, materno o incluso ambos (hay dos “incestuosos”). Dado que los descendientes vivos de mi abuelo paterno sólo somos 15, hay por ahí más de mil doscientos primos lejanos; la verdad, pensaba qué éramos más raros. La distribución geográfica, en cambio, no me ha sorprendido: más del 70% viven en la provincia de Castellón; ya sabía que de ahí venían mis orígenes genealógicos, aunque ninguno de mi familia sea de esa provincia. En fin, que es curioso, animo a que prueben la chorradita que nos aporta el INE. Y colorín colorado, este coñazo de post se ha acabado.

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

domingo, 22 de julio de 2007

¿Mató Medea a sus hijos?

Sin duda, Medea es uno de los más terribles personajes de la mitología griega, una figura anti-heroica, hacedora y portadora del mal, demoníaca. No es casualidad que no sea griega sino bárbara, de la lejana y extraña Cólquida, el fin oriental del mundo conocido. Medea se convierte así en la personificación de los desastres funestos a que conducen las pasiones excesivas que, para los griegos, no son propias de los humanos, sino de los dioses. Por si el mensaje no quedara suficientemente claro, Eurípides lo pone explícitamente en la boca de la vieja nodriza, al comienzo de su famosa tragedia.

El tema de esta tragedia es sobradamente conocido. La obra transcurre en Corinto, ciudad en la que Jasón y Medea, con sus hijos, han encontrado refugio tras ser expulsados de Yolcos, en Tesalia. A través de los diálogos, Eurípides recuerda a sus espectadores la historia previa que han compartido Jasón y Medea, atribuyendo a ésta el principal papel criminal para ayudar a su marido a obtener el vellocino de oro, primero, y el trono de Yolcos, después. Pese a esa íntima complicidad, Jasón va a traicionarla, casándose con Glauca, la hija de Creonte, rey de Corinto. Medea, ultrajada, enloquece de odio y orgullo y, con astucia, lleva a cabo su terrible venganza. A través de unas prendas envenenadas mata a Glauca y a su padre y luego, con la espada, asesina a sus dos hijos, privando así a Jasón de la continuidad de su linaje.

Ahora bien, ¿hasta qué punto Eurípides se limita a dramatizar una historia previa o innova el mito incorporando nuevos elementos? Medea, como todas las obras de la edad de oro del teatro griego, fue escrita para concursar en los certámenes dramáticos de Atenas (parece que en el del año 431 aC obtuvo el tercer puesto, triste resultado si tenemos en cuenta que se presentaban tan solo tres autores). Hay que pensar que, para esos años, las fiestas denominadas Grandes Dionisias, por ejemplo, eran un acontecimiento importantísimo, no sólo para la ciudad sino para toda Grecia; Atenas recibía a numerosos visitantes, tanto ciudadanos comunes como altos cargos de otras polis. En ese contexto, la repercusión de las representaciones era tremenda, significando mucho más que el mero entretenimiento. Hay que recordar que hablamos del siglo de Pericles, el impulsor del apogeo ateniense y quien, no inocentemente, favoreció y consolidó el teatro (el propio Pericles hizo su entrada en la vida pública financiando, para su presentación en las Dionisias, Los Persas, la obra de Esquilo). Las piezas dramáticas perseguían objetivos de educación política (o de propaganda, si se prefiere), justificando, a partir de episodios mitológicos bien conocidos por la ciudadanía, los valores que el gobierno (o el privado que financiaba la producción) quería fomentar. No es impensable que, a medida que la repercusión de estas fiestas teatrales fue afectando a toda la Hélade, otras ciudades quisieran financiar la representación en Atenas de obras que rindieran homenaje a sus propios pasados míticos.

Robert Graves, en Los Mitos Griegos, afirma que fueron los corintios quienes, enfurecidos por el asesinato de Creonte y Glauca, se apoderaron de los hijos de Jasón y Medea y los mataron apedreándolos. Posteriormente, representantes de esta ciudad pagaron quince talentos de plata a Eurípides para que modificara la historia e hiciera recaer el crimen sobre la cólquide. Graves cita a Apolodoro, Pausanias, Eliano y Filóstrato en apoyo de la versión de que la lapidación se produjo en una colina en la que se erigía un templo a Hera; en ese templo fueron enterrados los niños por orden del oráculo de Delfos. A partir de entonces, como expiación del crimen, siete niños y siete niñas corintios con las cabezas rapadas habían de pasar un año en el templo. Si bien los autores citados que imputan el crimen a los corintios son todos posteriores a Eurípides (entre los siglos II aC y II dC), sus relatos aparecen en obras descriptivas, lo que haría pensar que recogieron la tradición de la época, sin tener, como pudo ser el caso del dramaturgo, intenciones concretas sobre sus lectores. En apoyo de esta tesis llama la atención que entre los grandes fijadores literarios de la mitología griega anteriores a Eurípides, si bien aparece en varias ocasiones el personaje de Medea, no se encuentran referencias al parricidio (aunque sí a los asesinatos previos a su llegada a Corinto, así como al posterior intento de envenenamiento de Teseo en la corte de Egeo).

De otra parte, ¿cuántos hijos tuvieron Jasón y Medea? Tampoco está totalmente claro. Graves habla de siete: una chica, Eriopis, y los varones Medeo, Mérmero, Tésalo, Alcímenes, Tísandro y Argos. En la versión que imputa el crimen a los corintios, Eriopis y Medeo escaparon de la muerte; este último (también llamado Polixeno) gobernó posteriormente el país de Media. Quienes piensan que fue Medea la asesina, dicen que mató directamente a dos (tal como cuenta Eurípides) y que otros tres perecieron en el incendio del palacio provocado por ella; se salvarían pues otros dos: Tésalo que llegó luego a reinar en Yolcos y dio su nombre a la región (Tesalia) y Feres que continuó la tradición envenenadora de su madre.

Así que no tengo nada claro ni cuántos hijos tenían Jasón y Medea, ni tampoco si ésta los asesinó. Aun a riesgo de desviarme de Eurípides, me inclino por absolver a Medea del crimen, lo que, por otra parte, hace más fácil actualizar el relato mitológico. Ciertamente ha habido madres parricidas en todas las épocas, pero resulta poco creíble que una dama de la alta sociedad andaluza (según mi ejercicio de los posts anteriores) asesine a sus hijos en venganza contra su marido. De todas maneras, habrá que matar al menos a un par de chiquillos si se quiere mantener el tono trágico … o quizás pueda encontrarse alguna metáfora al crimen que no sea tan brutal.

Exonerar a Medea de la muerte de sus hijos (aunque sea por falta de pruebas suficientes) no la hace en absoluto un angelito. Respecto al resto de sus crímenes no parece que haya divergencias en las diversas fuentes que recogen la mitología griega. O sea, que era un bicho peligroso, del que había que cuidarse muy mucho. Seguramente, siendo como era, no le debió costar mucho a Eurípides sumar a sus “virtudes” la del parricidio de sus hijos (ya lo había cometido con su hermano). Pero creo que, sobre todo, ayudó el que fuera extranjera, ajena a la cultura y los valores de los griegos. Imagino que, entonces como ahora, debía haber abundantes dosis de xenofobia en las polis de Hélade y, más que en ninguna, en la altanera Atenas. Ahora bien, tampoco tengo del todo claro que Medea fuera cólquide de pura cepa; según Robert Graves (otra vez) su padre Eetes había sido el rey legítimo de Corinto y cuando Jasón y Medea llegan a esa ciudad, ésta reclama el trono para su marido. En esta versión (cuyas fuentes no he verificado), Creonte es el rey de Tebas … En fin, nuevo lío.

¿Y qué más dará todo esto si, al fin y al cabo, la mitología no es verdad? Pues tengo que disentir. Estos mitos conformaron durante muchos siglos un sistema cosmogónico coherente y complejo (¡vaya que si era complejo!) que era verdad para griegos y latinos, al menos en un sentido pragmático del término verdad (no voy a explicar a qué me refiero porque me enrollaría demasiado). Y ese sistema mitológico ha imbuido la civilización cristiana e influido mucho en la conformación de nuestra ética. Pero, sobre todo, la mitología es “verdad” en cuanto a creación de arquetipos psicológicos, como prueba la pervivencia de los caracteres de sus personajes a lo largo de la literatura occidental (y de la propia historia). Y, en última instancia, porque me apetecía recuperar viejas aficiones, la que, sin duda, es mi razón primordial.



CATEGORÍA: Personas y personajes

sábado, 21 de julio de 2007

Derecho al honor e injurias a la corona

La noticia la oí ayer en la radio del coche; me sorprendió pero tampoco estaba para prestar mucha atención. Hoy la leo en El País; busco en Internet y compruebo que ha levantado la natural polémica. Ahora sí que me sorprendo: me sorprendo de que estas cosas ocurran en 2007 (en eso coincido con la nota editorial de la web de El Jueves) y me sorprendo de que se den por evidentes afirmaciones que a mí, desde luego, no sólo no me lo parecen, sino todo lo contrario.

Los hechos: En la portada de la revista El Jueves de este miércoles aparece una caricatura de los príncipes Felipe y Leticia realizando el coito en la posición conocida como “del perrito” y él dice: “¿Te das cuenta? Si te quedas preñada … ¡Esto va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida!” Se trata de un evidente sarcasmo a propósito de la electoralista medida zapateril de pagar 2.500 € por niño que nazca. Ayer viernes, a instancias del fiscal general, Cándido Conde-Pumpido, el juez de la Audiencia Nacional, Juan del Olmo, ordenó el secuestro de la revista por entender que con la publicación de esa portada podía estarse incurriendo en un delito de injurias a la corona.

Los argumentos “jurídicos”: En la portada se presentan los príncipes en “actitud claramente denigrante y objetivamente infamante”, lo cual atenta a la dignidad y al honor de la pareja; estamos pues ante el supuesto de injurias (artículo 490.3 Código Penal). De otra parte, “en todo caso, la imagen y diálogos atribuídos a Sus Altezas, provocan un grave menoscabo del prestigio de la Corona”; y aquí caemos en el supuesto del artículo 491 del Código Penal. Según he ido comprobando en un breve repaso por Internet, la cuestión objeto de debate se centra en la adecuación entre la presunta ofensa a los príncipes y la medida judicial adoptada o, si se prefiere (como plantea El País), la colisión entre los derechos al honor y a la libertad de expresión. Sin embargo, todos parecen estar de acuerdo en que la portada de El Jueves es ofensiva.

¿Dónde está la ofensa? ¿En el texto, en el dibujo o quizás en la simultaneidad de ambas expresiones? No creo equivocarme al pensar que lo que ha ofendido al fiscal y al juez sea, básicamente, el dibujo. Si la portada hubiera caricaturizado a los príncipes sentados formalitos en su saloncito palaciego y puesto en boca de Felipe las mismas frases, apuesto lo que se quiera a que no habría habido reacción judicial (descarto pues que sea el texto, por sí solo, la materia injuriosa). Si, en cambio, hubiese aparecido la misma caricatura pero con un texto totalmente ajeno e inocuo (por ejemplo: “Caray, Leti, cada vez disfruto más de nuestro matrimonio”), es más que probable, visto lo visto, que la reacción de Conde-Pumpido y de Del Olmo habría sido la misma (descarto pues que sea la combinación simultánea de texto e imagen la materia injuriosa).

Pero no hace falta mucha argumentación para convencerse de que es el dibujo por sí solo lo que ha ofendido a quienes velan por el sagrado imperio de la Ley. Basta leer el auto del juez para comprobar que es la caricatura la injuriosa ya que la actitud en que dibuja a los príncipes es claramente denigrante y objetivamente infamante. El adjetivo denigrante no aporta mucho, porque denigrar es sinónimo de injuriar; así que esa primera afirmación de Del Olmo no es más que una tautología: la caricatura es injuriosa porque muestra a los príncipes en una actitud que es claramente injuriosa. Infamante, por su parte, se dice de algo (en este caso la caricatura) que quita la fama, honra y estimación a alguien (en este caso, a los príncipes). En resumen, que el señor juez (y a casi todos) opina que la realización del acto sexual en la postura del perrito es algo denigrante e infamante en sí mismo y, por tanto, representar a alguien haciéndolo equivale a denigrarle e infamarle.

Subyace a mi juicio la concepción de que el acto sexual (o, al menos, el acto sexual en esta postura) es una guarrada que, aunque la cometamos, no debe mostrarse porque nos humilla. En esa misma línea van algunas declaraciones (parece que provenientes de la fiscalía) que consideran que la caricatura “roza lo pornográfico y lo escatológico” y que es una “postura degradante que atenta a la dignidad y al honor”. Bueno, bueno; están que se salen. Cuando dicen pornográfico están asociando la caricatura a tantas imágenes impúdicas cuyo objeto es excitar la libido de quienes las contemplan (¡por favor!); y el término escatológico apunta a que estos señores han relacionado la postura con el sexo anal (fíjense bien, el culo de Leticia está demasiado alto; se trata de un coito vaginal), algo que les debe parecer especialmente asqueroso. No sólo asqueroso, practicar el sexo anal (no su representación) atenta contra la dignidad y el honor (porque quiero creer que el sexo “como debe ser” no supone tan grave atentado).

Me parece evidente que la decisión judicial descansa en una muy discutible concepción del sexo y su relación con valores tales como la dignidad y el honor. Una concepción que, de ningún modo, puede calificarse de objetiva (como hace el auto judicial) sino, por el contrario, es absolutamente subjetiva. Para mí, esta abusiva pretensión de objetividad de Del Olmo (curiosamente no cuestionada en ninguna de las opiniones que he encontrado) deslegitima completamente su argumentación e, incluso, disuelve en nada el supuesto objeto delictivo. Aun así, siendo innegable que la caricatura no es objetivamente infamante, podríamos admitir, a modo de hipótesis, que lo es subjetivamente y que no sólo lo es para el juez y el fiscal, sino también para muchos ciudadanos españoles.

Bajo este planteamiento, el secuestro judicial encontraría base no tanto en que el dibujo sea en sí mismo una ofensa al honor de los príncipes, sino en que muchos lectores de la revista puedan así considerarlo. Obviamente, se debilita bastante la acusación, además de adentrarse en terrenos cenagosos que me hacen recordar, por ejemplo, el caso de las caricaturas danesas de Mahoma. Pero, de cualquier modo, me pregunto si realmente los españoles (o una mayoría suficiente de españoles) habrá pensado que se está menoscabando el prestigio de la corona con esta caricatura o, más bien, estamos ante el típico caso del que se escandaliza desde su propio fariseísmo. Eso sin mencionar que tan diligente voluntad de proteger a los príncipes de la “infamia” no hace sino demostrar que estos señores nos consideran poco menos que retrasados mentales.

En primer lugar, me parece del género tonto que un juez pueda pensar que con esa caricatura su autor esté diciendo realmente que el príncipe y la princesa follan en la posición del perrito. Es más que obvio que, mediante un dibujo provocativo (zafio y de mal gusto, si se quiere), se pretende ridiculizar por contraste una medida gubernamental. No hay, por tanto, imputación real a los príncipes de ningún hecho, ya que el “hecho” (follar a lo perrito) es una mera alegoría instrumental de la intención sarcástica; desaparecida la imputación, desaparece también la materia en que consiste el delito penal de la injuria (no de las injurias a la Corona, sino de cualquier injuria).

Pero respetemos la cerril tozudez del magistrado admitiendo que sí se está imputando al príncipe la comisión de esa acción “pornográfica”. Será injuria, penalmente hablando, si con tal imputación se menoscaba su fama o estimación. Aunque me pregunto si, en ese menoscabo, resulta relevante la veracidad de la imputación. ¿Acaso es injuria si acuso a un prestigioso escritor, siendo verdad, de haber plagiado un texto por más que tal imputación suponga menoscabo de su fama? Yo diría que para que haya injuria tiene que haber falsedad, lo que nos llevaría al surrealista ejercicio de indagar sobre las prácticas sexuales de sus altezas reales.

Olvidemos, sin embargo, la cuestión de la veracidad o falsedad del hecho que Del Olmo piensa que El Jueves “imputa” a los príncipes. La pregunta sería: ¿Que nos digan que la pareja folla a lo perrito menoscaba a nuestros ojos su dignidad? Si la respuesta es afirmativa, necesariamente significa que consideramos que las posturas sexuales que una persona practica están relacionadas con su dignidad. A estas alturas me parece alucinante que se pueda sostener esta idea (aunque hay quienes la sostienen). Es cierto que tanto la dignidad como el honor son términos que se relacionan con la forma de comportarse y van asociados a gravedad, decoro, etc. Pero, hoy en día, aceptamos que ese decoro conductual funciona con reglas muy diferentes entre los entornos privado y público. Quiero creer que la mayoría de los españoles entiende que cualquier comportamiento sexual de una pareja, en la mutua complacencia, es completamente digno o, al menos, poco tiene que ver con la dignidad y el honor.

Ya puestos, me atrevería a opinar que la “imputación” a los príncipes de ese comportamiento sexual no sólo no menoscaba su prestigio, sino que lo aumenta. ¿O es que alguien va a valorar más a los príncipes si piensa que sus coitos son a oscuras, bajo las sábanas y en la postura del misionero? La respuesta es sí: el juez Del Olmo y el fiscal Conde-Pumpido.

En fin, resumiendo y concluyendo. Que opino que El Jueves no ha injuriado a los príncipes porque no les ha imputado nada; que tampoco con esa caricatura menoscaba en absoluto, antes bien al contrario, el honor y la dignidad de la pareja; que el auto judicial es un despropósito desde el sentido común y se va a volver contra sí mismo, ridiculizando la actuación … Pero todas estas opiniones (y algunas más que no digo) no me preocupan apenas; el tema en sí me parece baladí: un montaje desproporcionado a raíz de una publicación a la que, como mucho, se le puede acusar de mal gusto, y que poco tiene que ver, de verdad, con el debate sobre los límites de la libertad de expresión (como erróneamente, a mi juicio, apunta El País). En cambio, sí me resulta relevante lo que subyace en este incidente judicial: la permanencia de una ideología retrógrada, no sólo en lo que se refiere a la sexualidad, sino también en su paternalismo autoritario subyacente. En fin, será que somos unos niños y deben tratarnos como a tales.



CATEGORÍA: Política y Sociedad

miércoles, 18 de julio de 2007

Jasón (I)

No, no se lo ha tomado nada bien. De todas formas era lo que esperaba; Medea es excesivamente pasional, le encanta llevar las cosas a los extremos. ¿Te acuerdas cuando, al poco de conocerla, me comentaste que te parecía una mujer muy intensa? No sabes cuánto, te respondí. No lo sabes tú ni lo sabe nadie; esa imagen de mujer fuerte, activa, entusiasta no es más que la pequeña punta que emerge del inmenso iceberg de su carácter apasionado. Y, amigo mío, la pasión agota; no se puede vivir continuamente en la pasión. Especialmente si uno mismo o, mejor dicho, la relación que uno vive, es el objeto único de la pasión. Todo había de pivotar sobre nuestro amor y eso no hay amor que lo resista. ¿Acaso no se mueren las plantas por exceso de riego? En serio, no te lo puedes imaginar: ¡quince años sin aflojar!

En fin, que la he traicionado; eso lo más suave. Porque me ha dicho de todo, de los insultos más zafios hasta algunos francamente simpáticos, heredados de su aya mexicana, todo un personaje que la cuidó desde niña y vino con nosotros desde California. No creas que me afectan, ya estoy bastante curtido; pero quería hacerme daño, buscaba ensuciar las cosas que más valoro, degradarme a mis propios ojos. Te aseguro que se equivoca de táctica. Actuando así lo único que logra es que me cierre a futuros entendimientos. Pero, por doloroso que sea, prefiero tal comportamiento al que tú habías previsto. Me habría resultado tremendamente incómodo que se derrumbara, que mediante chantajes emocionales intentara que siguiera con ella. Yo no habría cedido, eso lo tengo claro. Pero, si te soy sincero, es más que probable que se me hubieran complicado las cosas, que se hubieran alargado los plazos. Seguramente, me habría dado un tiempo para irle haciendo aceptar la separación. Mira: si uno lo tiene claro, lo mejor es que sea lo más de golpe posible; así que, bienvenida sea toda la mierda que quiera echarme si vale para aligerar los trámites.

No obstante, confío en que tras estas tormentas de improperios vaya imponiéndose la calma. Tendremos que resolver muchos aspectos prácticos y Medea es una mujer inteligente, por más que la pierda su carácter apasionado. Además la quiero; ¿cómo no voy a querer a la mujer con la que he vivido quince años, con la que he compartido una etapa fundamental de mi vida, la que ha servido para llegar a donde ahora estoy? Lo que más me gustaría es que no tuviera que desaparecer de mi vida, que fuéramos capaces ambos de transformar nuestra relación en algo también satisfactorio. A los dos nos queda mucho camino. Ya no habremos de recorrerlo juntos, pero no tenemos que hacerlo como enemigos, ni siquiera como ajenos que se ignoran mutuamente. ¿Qué soy un ingenuo? Quizás. No te voy a engañar diciendo que seamos capaces de lograrlo, porque es una empresa difícil, y más con Medea, a quien estos planteamientos ni se le pasan por la cabeza. Pero déjame que deje un espacio a esa confianza.

¿Sabes? Una de sus acusaciones fue que yo no la amaba. Por supuesto, a esa conclusión llegaba por contraste con lo mucho que ella siempre me ha amado. ¡Qué coño sabrá ella de amor! Perdona pero es que me cabrea esa cantinela tan repetida de las mujeres apasionadas. ¿Qué no la amaba como ella me ama a mí? Vale. Pero es que no creo que su amor sea mejor que el mío; es más, tiendo a pensar que su amor, lo que ella llama amor, no es más que la enfermiza fijación de su adicción emocional. No me ama a mí, me utiliza como cebo para su pasión devoradora. ¿Acaso le preocupa de verdad lo que a mí me preocupa? ¿Acaso quiere de verdad que yo sea feliz? Te respondo: no. O mejor, quiere que yo sea feliz de una única manera: con su amor, con nuestro amor. Que nos estemos mirando el ombligo hasta la eternidad, alimentando esa especie de monstruo pasional que lleva dentro, que no haya nada más; o que lo que haya de más sólo sirva como leña para nuestra hoguera. Coño, ya estaba harto, ya me quemé bastante.

Al principio, cuando nos conocimos, no era así. O yo pensé que no era así; a estas alturas empiezo a tener mis dudas. Me enamoré de una chica preciosa que se ilusionaba con mis proyectos, que compartía mis ambiciones. Cuánto me ayudó en esos dos años americanos; y también luego, en Madrid, fue un apoyo fundamental en mi enfrentamiento con mi tío. Esos primeros tiempos de lucha, de tragedias, nos unieron mucho. Tú conociste a mi tío Pelias, sabes la horrible forma en que murió, de mis conflictos con él, antes y después de Estados Unidos. Pero no menos dramática, lo sabes, es la historia de la familia de Medea y más trágico si cabe el desenlace: asesinado su hermano mayor, Apsirto, y Eetes, su padre, uno de los hombres más influyentes de California, recluido en un sanatorio tras perder la razón. Son todas esas vivencias compartidas, experimentadas, juntos, en nuestras propias carnes. Estábamos ahí, ¿recuerdas? ¿Cómo crees que lo soportamos? Porque, en medio de la desgracia, luchábamos unidos por un proyecto común, por construir nuestro futuro. Gracias a ello, lo que fueron sucesos terribles se convirtieron en escalones de nuestro ascenso. Te pareceré duro, inhumano si quieres, pero estoy orgulloso de cómo supere esos escollos, como fui capaz de vencer a las adversidades, cuales dragones mitológicos. Y Medea estaba a mi lado, en el mismo empeño. ¿Cómo no amarla, entonces y ahora, cuando el amor tenía un sentido que lo hacía trascendente, cuando nuestro proyecto de vida llenaba al amor de sentido?

Ayer Medea, en su furia, se empeñó en ensuciar esos recuerdos que dan sentido a mi amor. Ella lo había hecho todo por mí, yo sin ella no habría sido capaz de lograr nada. Y ahora la traicionaba. Ella me amaba y lo que hizo, lo que hicimos juntos, lo hizo por mí; no compartía en el fondo mis ilusiones, eso fue lo que me dejó entrever. Como si, desde el principio, hubiese actuado para convertirme en su deudor, para poseerme, apropiarse de mí, mediante una tenaza de compromiso. He de reconocerte que con esas insinuaciones sí logró hacerme daño, aunque me niego a creerlas del todo. Porque, si fuera verdad, si fuera verdad completa, he estado engañado. En ese caso, habría sido yo el utilizado. Justo lo contrario de lo que me acusa: de que me aproveché de ella sin llegar nunca a amarla de veras.

Sin embargo la amo, la he amado todos estos años, a pesar de que ella no ha sabido, no ha querido entender mi amor. Sobre todo, no ha sabido o no ha querido que nuestro amor sirviera para andar un camino común, que fuera una fuerza creadora y vivificadora. Su malsana pasión sólo nos ha conducido a un opresivo ahogamiento. Así no podíamos seguir; al menos, yo no podía. Tampoco creo que para ella fuera buena su actitud: esa soberbia despectiva hacia todo, ese rechazo y desinterés por las que eran nuestras ilusiones. No pienses que no he peleado para enderezar nuestra relación, pero todos mis esfuerzos han sido inútiles. Ya hacía tiempo que estaba convencido de que había que acabar. Por mi bien, sí, pero también por el suyo. Puede que no me creas, pero me separo de Medea porque la amo; o, si prefieres, la mejor prueba de amor que en nuestra situación puedo darle es separarme de ella.

¿Glauca? Sí, lo sé. Bueno, tampoco soy un santo, así no voy a negarte que es un factor importante en la ecuación. Además, no estás en condiciones de juzgar sobre las decisiones de conveniencia: recuerda cómo te casaste con Agameda; desde esa época compartimos secretos poco honrosos. Pero la entrada en juego de Glauca no cambia el fondo del asunto, no hace distinto lo que siento respecto a Medea y cómo vivía nuestra relación. Por más que te admita –a ti no tiene sentido intentar engañarte– que esta chica ha aparecido como un regalo divino, el ingrediente preciso para que muchas cosas recuperen su sentido. Justamente por eso, por ser una oportunidad preciosa, lo es tanto para mí como para posibilitar lo mejor para Medea tras nuestra separación. Sé que parece retorcido y no me siento capaz de explicártelo bien; créeme no obstante que casarme con Glauca, como haré, es resultado también de mi amor por Medea.

No, claro que no. Ni a Medea ni a Glauca les he contado esto. ¿Crees acaso que se puede siquiera insinuar? Si amas a una mujer no puedes ser absolutamente sincero; eso sólo conduce a malentendidos y recelos. Justamente porque las amo he de actuar por su bien sin atender sus deseos. Muy especialmente con Medea; he de ser muy cauto con ella. Como te he dicho, esperar que pase la tormenta, que recupere la cordura y, entonces, estar ahí, reconducirla hacia lo que más le conviene; lo que más nos conviene a ambos. Para ello habrás de ayudarme; necesitaremos la complicidad de Agameda. Pero ya hablaremos con más calma en otro momento. Creonte se acerca.



CATEGORÍA: Personas y personajes

lunes, 16 de julio de 2007

Medea (I)

Me llamo Medea. Soy una mujer de treinta y ocho años. Vivo en España, en Andalucía, pero soy californiana, de una pequeña ciudad costera al sur de Los Ángeles. Estoy casada con Jasón, madrileño de poco más de cuarenta, profesional de éxito, ejecutivo agresivo a cargo de la dirección de la filial para España y Portugal de una importante multinacional norteamericana. Durante los últimos quince años Jasón ha sido el eje de mi vida, quien la llenaba de sentido, a quien se la dedicaba plenamente, en cuerpo y alma. He estado (¿sigo estándolo?) ciega, absorbente, intensa, perdidamente enamorada de él. Y ahora Jasón quiere divorciarse.

Hay otra mujer, claro; si no, ¿para qué? Mi marido nunca me ha amado o, al menos, nunca ha sentido hacia mí desgarros viscerales siquiera cercanos a los de mi pasión. Creo haberlo sabido desde el principio y he podido verificarlo hasta la saciedad en todos estos años. Aun así, siempre, desde aquellos encuentros iniciales en la UCLA, Jasón fue encantador conmigo: atento, amable, cariñoso. Enseguida me hizo sentir especial, única, deseada, admirada; desde muy pronto logró eclipsar en mi mente a todos los otros (y eran muchos), apartarme de mi ambiente familiar, de las conocidas y seguras referencias de las buena familias republicanas del sur del Estado. ¡Cómo me hacía el amor! No era virgen, desde luego, pero no fue hasta estar con él que descubrí el placer infinito del sexo. Y así ha seguido siendo durante todo nuestro matrimonio; cada encuentro sexual, por más que se fueran espaciando, era para mí una ceremonia casi mística, de abandono y disolución, de orgasmos mágicos que me transportaban fuera de mí, que me fundían con lo eterno. Por cursi que resulte, nuestro lecho conyugal es, para mí, el templo de un amor sagrado, el escenario de mi sacrificio, de mi entrega absoluta a él. Pero, pese a mi fatal esclavitud enamorada, ni siquiera en esos gloriosos momentos podía dejar de intuir que Jasón no sentía lo mismo.

Hay otra mujer, claro; pero sé que no la ama o, al menos, no la ama en la misma medida que no me amado nunca a mí. Pero le conviene, como también yo le convine; la ha elegido como me eligió a mí cuando era un joven licenciado que viajó a los Estados Unidos para seguir un máster en administración de empresas. Jasón jamás ha sentido el amor pasional del que hablo, jamás ha vivido la entrega voluntaria al otro, ese deseo funesto de fundirse con el amado. No lo ha sentido porque, seguramente, no puede, no está en su naturaleza. ¿Acaso puede algún hombre sentir así? No he conocido ninguno; en cambio sé de algunas mujeres, tampoco demasiadas pero quizás sea porque nos dé vergüenza hablar de ello, que han vivido arrebatos como los míos. Sin embargo, ninguna ha mantenido un enamoramiento tan feroz y desequilibrado durante tantos años. ¿Por qué he sido maldita con esta pasión?

La nueva se llama Glauca y es la única hija del presidente de uno de los más importantes bancos españoles. Conozco a este señor desde hace tiempo: un sevillano elegante, cauto, soberbio, astuto. Ambos matrimonios hemos coincidido en numerosas fiestas de esta ciudad engreída, reuniones en palacios barrocos en donde ellos exhiben displicentes su poder tejido de sobrentendidos ambiguos y donde ellas exhiben … lo mismo, pero con más matices y más sedas. Sé hace tiempo que mi marido y él, Creonte, urden una audaz operación financiera que, de salir bien, independizará la empresa de Jasón de su matriz yanqui bajo los auspicios del banco español. Se trata de una partida arriesgada que viene requiriendo complejos y sutiles preparativos que hasta ahora apenas nadie conoce. El sigilo es imprescindible antes de dar el golpe, así como también la complicidad, onerosamente obtenida, de hombres clave de aquí y allá. Cuando se descargue el hachazo, éste será fulminante y terrible; habrá víctimas, entre ellas, incluso, algunos que en su momento encumbraron a Jasón. Pero nada de eso preocupa a mi marido; sólo la vanidad del poder y el dinero, ahora como entonces.

Glauca está enamorada. Si no la odiara como la odio, hasta podría compadecerme de ella. Apenas veintiséis años, melena rubia rizada, cara de niña con mirada pícara, delgada y flexible, sin la exuberancia de mis formas (que la edad ha mejorado) pero con un aura de sexualidad inquietante, de esas que imantan a los hombres. Hace apenas un año volvió a la casa paterna, después de sus estudios universitarios de Historia y un semestre excavando en algún paraje desértico del cercano oriente. El regreso de su hija querida, la menor tras tres hermanos, rejuveneció a Creonte. Fiesta por todo lo grande en el palacio de la familia, los jardines aterrazados sobre el río vestidos de guirnaldas multicolores, manjares y vinos exquisitos, la orquesta del conservatorio primero y una banda de rock después, con la graciosa actuación de uno de los más famosos tenores de este país entre medias (estaba invitado), despliegue de fuegos a los postres … Estaban todos los que son en esta sociedad hipócrita y no pocos venidos de fuera; al fin y al cabo, uno de los reyes congregaba a la corte; presentaba a su princesa.

Esa noche, en mi presencia, Glauca y Jasón se conocieron. Nos presentó su padre; éramos, dijo, el matrimonio más querido entre sus amigos. Mintió; Jasón es su amigo muy querido (y su cómplice), pero a mí no me traga. Quizás las cosas habrían podido ser distintas si hace diez años, al poco de conocernos, me hubiese acostado con él. En cierto modo, eso era lo que se esperaba de mí, y con el reflexivo impersonal genérico incluyo al propio Jasón. Su carrera, todavía no del todo consolidada, se habría impulsado gracias a una relación oficialmente clandestina con el primer titiritero de esta ciudad. Fue la primera vez que no supe adivinar los deseos no dichos de mi marido; yo, que tantas veces antes me había adelantado a ellos, despreciando toda moral. Hubo de ser la venda de mi amor la que no me dejó intuir lo que Jasón esperaba de mí, aun sin declarárselo ni a sí mismo. ¿Cómo podría haber imaginado que a quien tanto yo amaba le complacería que me acostase con Creonte? Y he de advertir, para que no haya equívocos, que por más que me hubiese dolido, de saberlo, de habérmelo dicho, de haber entendido que con ello satisfacía al hombre de mi vida, sin dudarlo habría accedido a la lujuria de Creonte. Que, por otra parte, tampoco era lujuria, sino vanidad de macho, vacío afán de dominio que actualizaba con diplomacias contemporáneas el viejo derecho de pernada.

El caso es que no me acosté con el gran financiero y una barrera invisible quedó erigida entre nosotros; o, mejor, entre yo misma y esa sociedad toda, incluyendo en ella a mi marido. Jasón fue integrándose cada vez más en ese mundo, haciéndose parte suyo y, naturalmente, siendo aceptado como un igual. Aparentemente, esa integración de mi marido conllevaba la mía propia; pero, rasgadas las apariencias, yo sabía que mi puesto era prestado, que en el fondo no se me admitía. Y no creo que ese rechazo secreto que sólo asomaba en miradas desprevenidas hubiese podido evitarlo acostándome con Creonte. Pienso que en mí se desprecia a la extranjera, a la extraña que puede poner en peligro no sé bien qué tesoros locales. Sin embargo, no le ocurre así a Agameda, mi compañera del instituto, la que siempre me emulaba y envidiaba, la que, poco después de yo casarme, lo hizo con otro español y en pos mío vino hasta esta ciudad, tras convencer a su marido de que le pidiera un empleo a Jasón, la que se dice mi amiga más íntima y persigue ser mi sombra, llena de un odio hacia mí hecho de fascinación. Agameda me muestra cómo es aceptada y querida en esta sociedad provinciana; me explica, con razón, que el secreto es humillarse, renegar de lo que éramos, alabarles su vanidad. Agameda me aconseja que siga su ejemplo pero no es porque quiera mi felicidad sino porque ansía resquebrajarme, vencer en su interior a la que nunca alcanzó. Vanos esfuerzos los suyos: sé quien soy y estoy orgullosa de serlo.

Me estoy desviando de mi relato. Y es que todo se entremezcla; se superponen en mi mente los remotos recuerdos americanos y los recientes de estas últimas fechas. Escribo para entenderlos, y así conjurarlos; también porque me hierve la sangre, porque mi amor por Jasón se ha tornado en odio mortal. No uso el adjetivo gratuitamente. He de traer la muerte a Jasón y a todo lo que valora porque con su traición infame él mata lo que daba sentido a mi vida. Pero necesito pensar, necesito para ello calmarme. Por eso escribo. Escribiendo hago visibles las simetrías entre las dos etapas cruciales de mi vida: los acontecimientos de California encuentran en estos tiempos su imagen especular. Fueron aquéllos terribles, criminales; y criminales y terribles habrán de ser los presentes. He de seguir escribiendo; revivir la escena del primer encuentro con Glauca, confrontarla con aquella cena en la playa de Santa Mónica. Tan distintas en la forma, tan iguales en el fondo. Y más cosas, tantas cosas más … Pero ahora he de descansar unas horas. Quisiera encontrar el consuelo del llanto, pero el odio me ha secado las lágrimas.


CATEGORÍA: Personas y personajes

sábado, 14 de julio de 2007

Conversaciones teológicas (II)

Dios ama a los hombres y ese Amor se hace Acto, como se narra a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Este actuar amoroso de Dios se demuestra dramática y excepcionalmente al encarnarse y entregar su vida humana para, con su muerte, dar nueva vida al hombre, rescatar a la humanidad doliente y extraviada. Cristo en la Cruz es la imagen más tremenda del Amor de Dios.

  • Este es un resumen del párrafo 12 de “Deus Caritas Est”, la primera Encíclica de Benedicto XVI. Puede valernos para empezar. Si te parece, enunciemos las diversas afirmaciones que aquí aparecen. Primera: Dios se hace hombre y ese hombre es Jesús. ¿Estarás de acuerdo en que podemos considerar que esta frase es fundamental en nuestra Fe?
  • Sí, desde luego que es un tema fundamental. De distintas formas, la idea se repite en un montón de oraciones o ritos cristianos. “Creo en Jesucristo, su único hijo, nuestro señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo ...”,“Señor Mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero ...”, “El ángel del Señor anunció a María y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo ..."
  • Ya veo, estás puesta. Y sabrás que en las otras dos grandes religiones del Libro no se da esto. Ni en el judaísmo ni en el islam se cree que Dios se haya nunca hecho hombre. Por tanto, este primer enunciado (Jesús es Dios) puede entenderse como una nota diferencial y específica de la creencia cristiana. Juan Pablo II (Carta Tertio millennio adveniente) lo decía contundentemente: esta verdad es "el punto esencial por el que el cristianismo se diferencia de otras religiones. En el cristianismo no es solamente el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios en Persona quien viene al hombre”.
  • Vale, entonces tenemos que contestarnos si creemos que Jesús es Dios, ¿no es así?
  • Espera, no tan rápido. Antes me gustaría desmenuzar un poquillo el significado de ese enunciado, para que podamos estar algo más seguros de que sabemos qué es lo que creemos o dejamos de creer. Pero pospongámoslo un poquillo y, de momento, sigamos enunciando las afirmaciones del párrafo de la encíclica papal.
  • Déjame la segunda a mí. Sería algo así como: “Dios se hizo hombre para salvar a los hombres”.
  • La Redención, sí. Sin duda íntimamente unido a lo anterior y lo que permite la ruptura doctrinal con el judaísmo. Porque el Dios judío, que también es el nuestro, tenía muy presentes a los hombres y actuaba sobre ellos a cada rato. Pero, para los judíos, Dios nunca se plantea hacerse hombre para, sacrificándose por nosotros, redimirnos. No sé casi nada del judaísmo, pero esto me plantea una duda.
  • ¿Que los judíos no consideraban que la humanidad necesitara ser redimida?
  • Por ahí van los tiros, aunque es bastante más complejo. Quedémonos de momento con la idea de que la humanidad necesitaba, para ser perdonada, el sacrificio por ella del propio Dios. Lo que nos enlaza con otro dogma cristiano: el del pecado original.
  • Eso sí me lo sé. Adán y Eva desobedecieron a Dios y, como consecuencia de esa ofensa, la naturaleza humana perdió parte de su dignidad primigenia. Todos nacemos con ese pecado original que nos borra el bautismo. Ya sé que suena a catecismo de niño chico, pero pienso que puede contarse de un modo algo más adulto.
  • Tú misma.
  • Vamos a ver. No creo que Adán y Eva cometiesen ningún pecado original que se trasmitiera a toda la humanidad: En primer lugar, porque no creo que Adán y Eva hayan existido; no soy creacionista y admito la evolución natural. Pero justamente por eso, por ser la especie humana el culmen evolutivo de la Creación divina, estaba falta de algo, esa dignidad primigenia que se simboliza en el Génesis con los dos primeros padres felices y desnudos, a imagen y semejanza de Dios, en el Paraíso.
  • O sea, que entonces no ha habido pecado original. Con esas teorías te habrían quemado por hereje. E, incluso hoy en día, me da que no te las aceptaría casi ningún teólogo.
  • No necesariamente niego el pecado original. Es más, si me apuras, lo admito. Lo admito porque la humanidad tenía que ser culpable de algo gordo para necesitar ser redimida, ya que Jesús vino para redimirnos. Pero es que no veo incompatibilidad esencial entre las evidencias científicas de la evolución y la Biblia, siempre –claro está- que hagamos una lectura simbólica de ésta.
  • Eso de la lectura simbólica ... Sé más de uno que no te la permitiría. Pero, vale, cuéntame tu interpretación simbólica.
  • La evolución es un proceso biológico que se produce en el tiempo, a lo largo de varios millones de años, ¿no es cierto?
  • Sí claro.
  • Ahora bien, Dios es atemporal; para él todo es presente. Es como si existiera en un universo paralelo que no se cruza con el nuestro, pero desde el que es capaz de intervenir. Dios, de otra parte, es amor y el ser humano es la expresión de su amor. Lo crea por amor, a su imagen y semejanza y, por lo tanto pleno de toda dignidad. Pero, atención, lo crea en su universo atemporal.
  • O sea viene a crear a los Adán y Eva bíblicos, antes de que empiece el universo en el que vivimos.
  • No tiene sentido decir antes; los crea en el universo divino, donde no hay tiempo. Y en ese universo el ser humano se rebela contra Dios, comete, efectivamente, el pecado original bíblico.
  • Ya te he pillado. Entonces Dios (aunque no tiene sentido decir entonces) pone en marcha el caldo primigenio en el que confusas reacciones químicas dan origen a la vida para ir evolucionando hasta llegar, en este Universo temporal, al ser humano.
  • Pues sí. Al ser humano hecho a semejanza de Dios, pero incapaz de tener en sí mismo, en tanto producto de la evolución natural, esa dignidad divina que ha perdido por el pecado original cometido en el Universo atemporal.
  • Un poco barroca la teoría. ¿No te parece?
  • No, no me lo parece tanto. Es sólo una hipótesis, llena de puntos débiles, lo sé. Pero me basta para entender el mensaje básico: no hay necesariamente una contradicción esencial entre la creación divina del hombre y la evolución natural; incluso tampoco la hay entre la caída metafísica de la humanidad y la antropología científica.
  • Hay quienes piensan que el cerebro humano tiene neurológicamente la necesidad de Dios. En esta teoría tuya, esa necesidad “natural” podría entenderse como algo que Dios nos ha puesto, que ha ido evolucionando en el ADN a medida que aparecía la conciencia, para que Le busquemos.
  • ¿Como si fuera un recuerdo difuso de lo que éramos antes del pecado original? ¿Un anhelo de recuperar la dignidad divina que tuvimos? Sí, algo así. Tampoco lo he pensado mucho; como te dije, no suelo pararme a reflexionar sobre estas cosas. Me basta con intuir que no hay necesariamente contradicción entre mi Fe y los hechos que ciertamente conocemos mediante el progreso científico.
  • Aunque tus explicaciones se salgan descaradamente del marco de referencia científico. Porque has de reconocer que eso del Universo atemporal no deja de ser un salto en el vacío. En todo caso, aunque tenga un tufillo a trampa dialéctica, dejémoslo estar; ya habrá tiempo de volver sobre tus ideas. Pero, a modo de resumen, vendrías a decir que sí hubo un pecado original y como resultado del mismo, en este universo que conocemos, el hombre resultado de la evolución es una especie doliente y extraviada. Y para salir de ese estado necesitaba ser redimida por el mismo Dios, haciéndose hombre y sacrificándose por nosotros.
  • Pues sí, creo que lo has resumido bastante bien.
  • De acuerdo, entonces, a partir del texto del Papa, podemos enunciar una serie de enunciados concatenados que ambos aceptamos que conforman la expresión de creencias fundamentales de nuestra Fe. Bástenos de momento con enunciarlos; ya habrá tiempo luego para discutirlos e incluso interpretarlos más en detalle, desarrollando, por ejemplo, tus teorías de los universos paralelos.
  • Muy bien; di esos enunciados.
  1. Existe un Ser eterno que llamamos Dios.
  2. Dios ha creado el Universo (en tu teoría, los Universos).
  3. Nuestra especie, el ser humano, ha sido creada a su imagen y semejanza.
  4. El ser humano, a resultas de un pecado primigenio, perdió esa dignidad divina.
  5. El sentido de nuestras vidas es recuperar esa dignidad de modo que podamos volver a ser eternamente como fuimos creados.
  6. La dignidad divina que habíamos perdido con el pecado original, sin embargo, no podía ser recuperada sólo por nuestros medios; requería que, como en la creación, nos volviese a ser concedida por Dios.
  7. Ese algo que nos faltaba para, a través de nuestros medios alcanzar la dignidad divina, sólo nos podía ser concedido a través del sacrificio del propio Dios.
  8. Como Dios siempre se ha preocupado por nosotros y nos ama, decide hacer ese sacrificio en un momento histórico preciso de nuestro Universo.
  9. Ese sacrificio divino se manifiesta en su encarnación, vida entre los hombres, pasión, muerte y resurrección.
  • Vaya, en principio sólo habíamos dicho dos enunciados: “Jesús es Dios hecho hombre” y “Dios se hizo hombre para redimirnos”.
  • En realidad, siguen siendo esos mismos dos, pero algo más desmenuzados. Imagino que estarás de acuerdo en que lo único que he hecho es hacer explícitas creencias que van necesariamente implícitas con las dos primeras. De tal forma que podríamos convenir en que las nueve frases, todas ellas, forman parte del contenido fundamental de la fe cristiana.
  • Sí, creo que podemos convenirlo.
  • Pues mi tesis es que muchos que se consideran cristianos (yo diría que la mayoría) no cree en el fondo de su alma en algunos de estos enunciados, si bien lo que hacen es simplemente no planteárselo.
  • Y esos, para ti, ¿no serían cristianos?
  • Prefiero no pronunciarme. Lo que me parece claro es que tendrían que enunciar, de modo análogo a como lo hemos hecho, sus creencias; es la única forma que conozco de poder comparar unas con otras y convenir en qué es lo que llamamos ser cristiano. Ten en cuenta que, estas dos creencias que hemos considerados fundamentales, no eran universalmente comunes entre los primeros cristianos. El contenido específico de la fe cristiana, te guste o no, ha sido elaborado a lo largo de los siglos por la Iglesia.
  • Sí, la Iglesia ha ido estableciendo los dogmas. Hay muchísimos más que estos dos que hemos considerados fundamentales.
  • Por supuesto; pero ni estos dos lo han sido siempre. Ni que Jesús era Dios, ni que hubiera venido a perdonarnos nada. Y quienes no creían en estos dos enunciados se llamaban a sí mismos cristianos.
  • ¿Estás queriendo decir que se puede ser cristiano sin creer en estos dos dogmas tan básicos?
  • No lo sé. Sin embargo, sí tengo la impresión de que hay muchas personas que se consideran cristianas, siéndoles irrelevantes estos dogmas. Les basta con creer que Jesús fue un hombre excepcionalmente bueno y sabio que nos trajo un mensaje de perfección, dándonos con su propia vida un ejemplo para las nuestras. Eso sí, ese mensaje dado por un hombre expresa, para ellos, el plan de Dios y, por tanto, da sentido práctico a sus creencias trascendentes.
  • Te entiendo. En el fondo no creo que yo misma esté muy lejos de ese planteamiento. Como te dije antes, me basta para ser cristiana con creer en lo que acabas de decir.
  • Lo que pasa es que planteamientos así llevan a una especie de religión laica que muy poco tiene que ver con las iglesias cristianas. De hecho, es lo que está ocurriendo entre tanta gente cuando dicen, como tú, que creen en Cristo pero no en la Iglesia. Aun así, se mantiene la Iglesia (las iglesias), pero este es otro tema.
  • Sí, es otro tema que prefiero no tratar por el momento; no valdría más que para enredarnos. Además, me vas a tener que excusar que he de ir a recoger a los niños.




CATEGORÍA: Creencias y descreencias

jueves, 12 de julio de 2007

Anécdota trivial

Trivial e irrelevante, sí; pero como me ha ocurrido hace un rato y me ha divertido, pues voy y la cuento.

Salía del hospital. La puerta principal se abre a un pequeño rellano exterior, a un nivel algo más alto que la urbanización de la parcela. Desde ese rellano se baja, bien por la izquierda mediante una rampa estrecha, bien por la derecha a través de unos seis o siete escalones. Lo natural, al salir del edificio, es girar hacia la izquierda y tomar la rampa, porque en esa dirección hay que seguir caminando hasta llegar a la calle. Pero justamente por eso, es por ahí por donde entra más gente y se suele formar un pequeño tumulto entre los que llegan y los que están quietos fumándose el cigarrillo prohibido en el interior. Entre estos fumadores, sentados en el murete que cierra el rellano, de frente a las puertas del hospital, había una pareja en torno a la treintena.

¿Situados? Salía yo del hospital, veo el remolino humano a la izquierda, doblo hacia la derecha y desciendo los seis o siete escalones, ya abajo giro 180 grados enfilando mis pasos hacia la calle, estoy caminando con mi costado izquierdo paralelo y cercano al muro frontal del rellano superior. Justo entonces, la mujer allí sentada voltea la cabeza y casi en el mismo movimiento dispara un escupitajo. Como en cámara lenta veo el proyectil líquido y la pernera izquierda de mi pantalón acercándose entre sí. Pero, afortunadamente, el salivazo iba más rápido y cruza antes el espacio de aire que en apenas una décima iba a ocupar mi pierna.

La mujer, a la vez que escupía mira … y me ve, cuando ya estaba expulsando sus babas. Inmediatamente, supongo que sin saber si me había salpicado o no, dice perdón. Yo voy con la vista baja, la oigo, pero opto por callar y seguir caminando (en ningún momento mi ritmo se había modificado). Ya los he pasado y escucho de nuevo su voz, ahora más alta: perdón. Hay un sol de justicia (¿o de injusticia?), no tengo ganas de contestar; además, ¿qué habría de decir? ¿No te preocupes, no ha pasado nada o,coño tía, fíjate antes de escupir? Sigo pues caminando, la vista baja como si estuviera absorto en profundas preocupaciones.

Estoy ya a la altura de la rampa, a cuatro o cinco metros de la pareja, y ahora es la voz del hombre, mucho más alta, casi un grito: Eh, ¿es que no oyes que te están hablando? Me detengo, me giro, los miro. El tío se ha levantado y desde su posición superior (pongamos 110 centímetros respecto a la mía) me está mirando con cara de cabreo. ¿Es a mí? Pregunta absurda, pero útil para valorar por donde podían ir los tiros. ¿No has oído que mi mujer te ha pedido perdón? El tono parecía indicar que consideraba que había sido objeto de una gracia inmerecida. Ah, disculpa, no lo había oído. ¿Y por qué me ha pedido perdón?

La réplica me vino sin pensar. Imagino que mi cerebro hizo de forma automática un velocísimo cálculo de probabilidades y valoraciones de las posibles derivas de la situación a fin de decidir la mejor opción. Y no fue nada mala. El tipo me miró desconcertado con la cara de bobo que se nos pone cuando parece que el tiempo se suspende. La mujer aprovechó el lapsus. Como un resorte se levantó y me dijo: no, por nada, perdona me he equivocado. La miré y le sonreí levemente (a lo mejor en los ojos se me notaba un regocijo más burlón). Me di la vuelta y seguí caminando. Fin del incidente.

Noticia relacionada (con la didáctica intención de que la trivial anécdota del autor aporte información de actualidad que contribuya al enriquecimiento cultural de los sufridos lectores): El gobierno pekinés desde hace ya más de un año (la noticia no es muy actual, lo siento) ha iniciado una campaña para lograr que, antes de las Olimpiadas de 2008, sus ciudadanos abandonen el arraigado hábito de escupir. En Pekín se escupe con fruición y abundancia; y no sólo en los espacios abiertos; los pisos de los locales comerciales, restaurantes, etc suelen estar adornados con densas flemas orientales. Para erradicar este apreciado hábito (¿qué pasa con las señas de identidad culturales?), la Oficina de Desarrollo Ético de Pekín (¿para cuándo una institución así entre nosotros?) ha dado órdenes a la policía de rastrear a los infractores y colocado cámaras de vigilancia para sorprenderlos en el acto. Pero no todo va a ser reprender, hay que ayudar a desprenderse de este tan adictivo hábito. Para ello, se han reclutado a cientos de monitores que patrullan las calles entregando a los transeúntes, de forma absolutamente gratuita, unas bolsas en las que escupir. Luego, informa Zhang Huiguang (el director de la citada Oficina), debe ser el propio escupidor quien deposite la bolsa en una papelera.



CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

miércoles, 11 de julio de 2007

Conversaciones teológicas (I)

  • Te casas por la Iglesia, bautizas a tus hijos … Pero no vas a misa, reniegas de los curas. ¿Qué entiendes tú por ser cristiana?
  • ¿Qué tiene que ver? Soy cristiana, católica, pero no creo en la Iglesia.
  • Mujer, algo tiene que ver. Uno es católico porque pertenece a la Iglesia Católica.
  • No, no estoy de acuerdo. Uno es católico, bueno dejémoslo en cristiano, porque cree en Cristo. Y yo creo en Cristo, pero no en la Iglesia. Es más, creo que la Iglesia ha traicionado el mensaje de Cristo. Bueno, no sé … Quizás traicionado sea muy fuerte y, además, la Iglesia es muy amplia. Pero, desde luego, no me siento para nada a gusto con el comportamiento de la Iglesia, no siento que transmitan correctamente el mensaje cristiano.
  • Ya, vale. Eres cristiana porque crees en Cristo. Pero, ¿qué es lo que crees exactamente?
  • ¿Cómo que qué es lo que creo? Pues que Jesús ha sido una persona excepcional, que vino al mundo a salvarnos y que nos ha dejado una doctrina éticamente insuperable.
  • Bueno, tú sabes que la historicidad de Jesús no es un hecho absolutamente probado. Hay quienes ponen en duda que realmente existiera o, mejor dicho, que el Jesús que nos ha llegado fuera un hombre concreto, uno solo. En esa época, en Palestina, había abundantes predicadores, eran tiempos revueltos …
  • ¿Me estás diciendo que tú no crees que Jesús haya vivido realmente?
  • No, para nada. Yo sí creo que Cristo realmente vivió. Admito que hay muchas lagunas históricas e incluso varias contradicciones respecto a lo que nos han enseñado desde pequeños. Pero soy cristiano, lo sabes, así que ¿cómo no iba a creer en que realmente había vivido entre los hombres.
  • Vale tío, me habías descolocado. ¿Y a que contradicciones te refieres?
  • Bah, tampoco son importantes, ni siquiera estoy convencido de que sean ciertas. Por ejemplo, nos han contado que Jesús nació en Belén y que María y José fueron allí porque esa aldea era la del linaje de David, al cual José pertenecía, y en ella debían empadronarse por un decreto del emperador Augusto. Pero parece que, durante el reinado de Herodes (ya sabes, el de la matanza de los inocentes) no se decreto ningún censo en Palestina.
  • Bueno, ¿y qué más da que naciera o no en Belén? ¿O que sus padres estuvieran allá por cualquier otra razón?
  • Nada, o casi nada. Desde luego no cambia nada fundamental. Pero cuestiona la fiabilidad de los evangelios y eso siempre regocija a los escépticos. Claro que, después de todo, es perfectamente normal que en detalles accesorios los evangelios puedan desviarse de los hechos históricos; ten en cuenta que todos fueron escrito mucho después de la muerte de Jesús y sus autores ni siquiera le conocieron. De hecho, sobre este tema de Belén, Mateo y Lucas dan dos versiones contradictorias entre sí.
  • La verdad, no entiendo qué necesidad hay de comerse el coco con esos detalles. Estoy contigo en que no afectan para nada ni a la verdad histórica de Jesús ni a la validez y santidad de su mensaje.
  • Sí, yo pienso lo mismo pero … tampoco es que los detalles carezcan de importancia. Se supone que si eres cristiana querrás conocer lo más posible a Jesús. Antes has dicho que crees en Cristo y también que la Iglesia ha desvirtuado su mensaje. Pero, ¿qué sabes de Cristo? ¿Y cómo sabes su mensaje, si no es a través de la Iglesia?
  • Estás empezando a hacerme sentir incómoda. En parte, tengo que reconocerte que sé poco de Jesús y, desde luego, su mensaje (o, al menos, lo que yo creo que es su mensaje) lo he conocido a través de la Iglesia. Pero, por otra parte, siento dentro de mí la verdad de su mensaje y mi fe en él.
  • Lo que acabas de decir me parece muy interesante y pienso que es algo común en una gran mayoría de los cristianos actuales. No hace falta conocer demasiado ni a Jesús ni su mensaje para saberse cristiano, para creer en él, para seguir su doctrina como la mejor para nuestra salvación.
  • ¿Sabes? Pareciera que estás ironizando y te advierto que te lo he dicho de corazón.
  • No, en absoluto; perdóname si te he dado esa impresión. Creo sinceramente que eres honesta, de alma limpia, y que tu vía de acceso a Cristo es la más profunda. Crees en él, efectivamente, con el corazón. Crees en su mensaje de santidad porque ese mensaje, en el fondo, lo reconoces en tu propio interior como algo salvífico, necesario, que da sentido y paz a tu vida. Aunque a lo mejor no seas capaz de darte cuenta, es ese espíritu cristiano que llevas dentro el que te hace capaz, con buena fe, de discernir los posibles errores y desviaciones de la Iglesia. En el fondo, no te sorprendas, te envidio.
  • ¿Que me envidias? ¿Qué dices?
  • Sí, porque yo no he sido agraciado con una fe como la tuya. Necesito llenarla de contenidos precisos, saber qué es lo que creo. Y ahí vienen los problemas, porque cada uno de esos contenidos me obliga a cuestionarme cosas, y no me es tan fácil como a ti descartar lo accesorio y quedarme con lo fundamental. No me resulta sencillo saber con suficiente concreción qué es lo que creo. Por eso empecé preguntándote qué entendías por ser cristiano.
  • Pero, tío, ¿tan complejo es el cristianismo para no aclararse sobre el contenido de lo que uno cree?
  • Pufff, muchísimo. Si te apetece podríamos ir repasando enunciados simples, cada uno de ellos expresión de un contenido concreto de las creencias cristianas. Obviamente, casi todos ellos los conocerás desde el colegio, pero seguro que, como la mayoría de los cristianos, ni te has parado a plantearte si crees en uno u otro de esos enunciados.
  • No, la verdad es que no me he parado a hacerlo; ya te he dicho que no siento que sea necesario.
  • Claro, y te he entendido. Pero a mí no me vale. Porque, aunque creo como tú en Cristo, me cuesta creer en muchos de los enunciados que constituyen, se supone, nuestra fe. Es más, si te he de ser sincero, hay muchos que no puedo creérmelos, por más que lo intento. Así que no me queda más remedio que hacer un pacto entre mi inteligencia y mi corazón.
  • Más que un pacto, yo diría que lo que haces es dictar una orden de alejamiento a tu inteligencia. No te ofendas, eh.
  • Un poco sí, tienes razón. Pero es que no puedo, mejor, no quiero debilitar mi fe en Cristo.
  • Perdona, pero me parece que exageras. Me has reconocido antes que lo importante radica en el corazón; ahí está tu fe. ¿Qué más da que tu inteligencia no trague unos cuantos dogmas impuestos por la Iglesia? La esencia de Cristo y su mensaje es independiente de los detalles, la mayor parte de ellos inventados por los teólogos, a veces con fines no demasiado honestos.
  • No es tan sencillo. Déjame que haga de abogado del diablo. Imagínate que vamos repasando todos los enunciados a los que antes me refería y uno a uno vamos concluyendo que no nos los creemos. Si no creemos en nada de lo que constituye el contenido de la fe cristiana, ¿podemos acaso considerarnos cristianos?
  • Vuelves a exagerar. Eso no es así, no podemos no creer en ninguno de esos enunciados. Pero, incluso en el absurdo supuesto que planteas, yo seguiría creyendo desde mi corazón que el mensaje de Cristo es el camino de mi salvación.
  • ¿Sí? ¿No te preguntarías si ese mensaje no es algo que tú misma te has ido construyendo? ¿Algo que has acomodado a tus necesidades de paz interior, a modo de un analgésico anímico, y lo llamas cristianismo sólo porque te has educado en nuestra religión?
  • Coño, empiezas a hablar como el típico ateo militante. Me recuerdas el libro de Dawkins que te comenté. De todas maneras, ya te he reconocido que sé poco de Cristo y de su mensaje. Ya puesta ampliaré mi confesión: tengo muy olvidados esos que tú denominas los contenidos de nuestra creencia cristiana. Y creo que no me vendría mal repasarlos. ¿Qué? ¿Nos animamos?
  • Claro, pero antes líate otro porrito.


CATEGORÍA: Creencias y descreencias