sábado, 23 de mayo de 2015

After the ball

Tío querido, cuéntame –la niña se subió en las rodillas del anciano–, ¿por qué nunca te has casado? ¿por qué vives solo? ¿por qué no has tenido hijos? ¿por qué no has formado un hogar? Y el viejo tío, en vez de darle un cate, que es lo que merecía la pequeña impertinente de mofletes rosados y ricitos de oro, la benjamina de su hermana menor, la acarició tímidamente, con el temblor pudoroso de un viejo solitario, y le habló bajito con su voz ronca. ¿Quieres que te cuente mi historia, preciosa? Escúchala bien y enseguida lo sabrás todo. Yo tuve una novia hace muchos años, estábamos muy enamorados, pero todo se rompió después del baile. Después del baile, después del amanecer, después de que los bailarines se hubieran ido, después de que las estrellas se apagaran ... (supongo que, a este punto, la niña se revolvería impaciente, porque el hombre se decidió a interrumpir su letanía de complementos circunstanciales de tiempo). ¡Cuantos corazones se han roto, cuántas esperanzas se han desvanecido después de un baile! Pero, tío, ¿qué baile? ¿Qué pasó? Era el gran baile, la enorme sala iluminada con millares de bujías, música suave, dulces melodías. Le dije a mi chica, a mi dulce amor, que quería beber un poco de agua y la dejé sola en la pista. Cuando al rato volví estaba abrazándose con un hombre, un hombre desconocido que la besaba y la estrechaba contra sí. El vaso se me cayó de las manos y estalló en mil añicos contra el suelo, igual que en ese momento se quebraba mi corazón. Ella trató de hablar conmigo, intentó explicarme, pero me negué a verla, a escucharla. Tiempo después recibí una carta de su hermano, decía que mi novia había muerto, que él era el hombre que apareció aquella noche en el baile. Han pasado ya muchos años pero he seguido fiel al amor que perdí; por eso no me he casado, chiquitina, por eso soy un viejo solitario sin hogar. Porque le destrocé el corazón después del baile.

El texto anterior es la letra –adaptada, claro– de una canción escrita en 1891 por un tipo de Milwaukee llamado Charles K. Harris (1867-1930). ¿Alguien se puede imaginar que siglo y cuarto después se pudiera escribir algo así? Pero los norteamericanos de la época eran bastante más sensibleros y el tema, con melodía de vals, fue un éxito popular, de hecho es considerado el primer gran hit de la historia logrando vender más de cinco millones de partituras (que era como se distribuía la música antes de los discos) en los Estados Unidos. Por supuesto, la historia es inverosímil vista desde nuestras mentalidades. ¿Cómo él pudo ser tan celoso y orgulloso para negarse a recibir una explicación? ¿Cómo ella pudo ser tan tonta para no ingeniarse alguna forma de que él se enterara de la verdad (máxime cuando resulta que al hermano le bastó escribir una carta para informarle de todo, eso sí, demasiado tarde)? Pero ya digo, los gustos de entonces eran distintos, y las historias de amores trágicos daban mucho morbo, aunque costara creérselas. O a lo peor no, es posible que a finales del siglo XIX (o a mediados, si nos referimos al momento en que acontece el relato) todavía la simple apariencia, debida a los condicionantes sociales, tuviera la fuerza incontestable de los hechos y ni siquiera se le pasara a uno por la cabeza ponerla en duda. Quiero creer que ya casi nadie reacciona ante los sucesos que vive, por mucho que le hieran, tan tajantemente como para negarse a oír explicaciones; aunque quién sabe.

Me entero de la importancia de esta canción en la historia de la música popular gracias al interesante libro de Simon Napier Bell,Ta-ra-ra Boom De-ay, the business of popular music. Hacia finales de la década de los ochenta del XIX, Charles, de dieciocho años, se empezaba a ganar la vida escribiendo cancioncillas y vendiéndoselas por unos pocos dólares a músicos ambulantes que actuaban en las fiestas de los pueblos de la región. Le hablaron entonces de Witmark & Son una compañía neoyorkina que compraba temas, publicaba las partituras y las vendía al público a cincuenta centavos la copia. Charles les vendió un tema y pactó recibir un centavo por cada copia que se vendiera; si la cosa iba bien, le dijeron, serán entre treinta mil y cuarenta mil. Al cabo de un tiempo recibió por correo su primer cheque por la ridícula cantidad de 85 centavos, cuando amigos suyos de la Gran Manzana le aseguraban que su canción era bastante popular en la ciudad. No es que el chico confiara en hacerse rico, pero sí esperaba ganar doscientos o trescientos dólares, una cantidad considerable para la época. Así que, muy cabreado al pensar que unos malditos judíos neoyorkinos se habían burlado de él, se hizo la solemne promesa de no volver a vender sus canciones; partir de entonces él mismo se ocuparía de comercializarlas. Y la siguiente canción que escribió fue After the ball, con la que iba a romper las listas de ventas y situarlas en unas cifras inimaginables hasta entonces.


Nadie se piense que el espectacular éxito de tan melodramático vals se debió sólo a su calidad artística. Harris se dedicó de lleno a la promoción del tema y demostró tantas o más dotes empresariales que compositivas. Siguiendo un método que ya habían inventado los ingleses, ofreció dos dólares y medio a un cantante famoso por cada vez que interpretaran After the ball en sus conciertos. Como así no logró demasiadas ventas de su partitura, pagó quinientos dólares a otra estrella de la época –el barítono James Aldrich Libbey– para poder imprimir su fotografía en la publicación, con el compromiso de que incluiría la canción como fija. La banda con la que actuaba Aldrich estaba por entonces contratada en la Feria Internacional de Chicago de 1893, de modo que durante seis meses la cancioncilla sonó insistentemente (una vez cada hora, cuentan) y pudo ser escuchada hasta la saciedad por los veintisiete millones de visitantes que acudió al evento (la mitad de la población que tenía Estados Unidos). Por supuesto, las ventas se dispararon y Harris, que era dueño de todas las partes del negocio en tanto autor y distribuidor, se hizo millonario. Él mismo enunció la receta que hasta hoy se ha impuesto en el negocio: para lograr que una canción tenga éxito hay que reproducirla sin cesar, bombardearla sin descanso en los oídos de la gente, que la escuchen a todas horas y en todas las ciudades, pueblos y aldeas del país y –en estos tiempos “globales”– del mundo.


PS: El video es una grabación de 1930 del propio Charles K. Harris cantando su famosa canción poco antes de morir. Hay, claro, muchísimas versiones. Una de las más famosas corresponde a Nat King Cole a mediados de los cincuenta, pero también la ha interpretado Johnny Cash o el mismísimo Rick Wakeman (sí, el de Yes). En fechas recientes no conozco ninguna grabación con suficiente repercusión comercial; hay que remontarse unos veinte años (1994) a la que se incluyó en la compilación A Woman’s Heart, cantada por la irlandesa Frances Black, hermana de la más famosa Mary. De hecho, fue entonces cuando, al menos conscientemente, escuché por primera vez este tema, aunque hasta ahora no conocía su importancia en la historia de la música popular.

6 comentarios:

  1. Se puede volver a actualizar el tema: el tío era gay , aunque no sabía el parentesco, pero él de quién estaba enamorado era del hermano de su novia... y al verlos juntos se le rompió el corazón.

    Yo, de ciertas personas y actos tampoco quiero oir explicaciones, debo ser decimonónico

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    1. Siempre es bueno escuchar las explicaciones, Lansky, siempre.

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  2. Interesante. Ahora sé quién inventó la propaganda comercial moderna.

    Sobre las convenciones, pues eran otros tiempos. Todavía por entonces había reparos con que las mujeres mostraran el cabello, así que este tipo de cosas pues no resultan tan raras (admitiendo aquella).

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    1. Sí, probablemente el marketing musical en plan masivo empieza a partir de ahí, aunque había antecedentes.

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  3. Un excesivo puritanismo e idealización del objeto de deseo llevaba a estas historias tan peculiares, que seguro que se daban muy a menudo. Lo increíble es que siga funcionando hoy en día la receta de Harris, en esa época lo entiendo pero ahora...además el bombardeo sin descanso de una canción ahora es más intenso y, a mi parecer, más molesto, y al existir muchas opciones podrían generar el efecto contrario, por lo menos a mí me ocurre, acabo odiando canciones o no escuchando determinadas cadenas de radio o televisión.

    Por cierto, seguro que lo sabes pero el sábado tocaron The Quarrymen en Bilbao, y Colin Hanton estuvo pachucho y no pudo actuar por lo que le sustituyó en la batería el hermano de una amiga mía, me mandaron videos y sonaban muy bien. Como eres un erudito de bandas de skiffle y rock and roll he pensado que te interesaría.

    Un abrazo, :)

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    1. Erudito para nada, tan sólo un aficionado que, a mis años, estoy echándole tiempo a enterarme más en profundidad de las músicas que me gustan desde hace años.

      En cuanto a los Quarrymen, ni idea de que tocaron en Bilbao. Vamos, es que ni idea de que existieran; tenía para mí que desaparecieron al crearse los Beatles. Veo en internet que, en efecto, tocaron en el Euskalduna y los describen como la legendaria banda que fue embrión de los Beatles. Sí ya, claro. Pero, estos, ¿quienes son? Esta tarde lo miraré con calma.

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