martes, 30 de junio de 2015

Un funeral

George Grosz - Los funerales del poeta
Ayer asistí al funeral de un viejo amigo y uso el adjetivo viejo en sus dos acepciones: hace muchos años que manteníamos una buena amistad y, en efecto, el hombre, a sus ochenta y cinco, era ya un viejo bastante cascado. Como yo, claro. Fue una ceremonia íntima, sólo los más allegados, lo cual es de agradecer. Confieso que no me gustan nada los funerales actuales, que preferiría que siguieran realizándose como antiguamente, aunque me guardo mucho de comentarlo porque pensarían que, chocho ya, he perdido la más elemental dignidad. Pero, sí, me desagrada con una repugnancia instintiva que hayamos de tomar esa decisión, tan parecida a la de organizar tu boda. Cuánto mejor que sean los que quedan quienes se ocupen, una vez hayamos muerto.

Mi padre falleció después de un infarto hace casi cincuenta años. En aquellos tiempos todavía eran frecuentes las muertes "a la vieja usanza", aunque ya se estaba imponiendo el nuevo modelo. Pero a mi padre, nacido a finales del XX, ni se le pasaba por la cabeza ser él quien pusiera la fecha de cierre. A medida que iba notando los achaques inevitables de la edad, se volvía más cascarrabias cada vez que salía el tema. Incluso se había negado a pasar los últimos controles médicos, que para entonces eran ya obligatorios. Los jóvenes de ahora ni lo saben, les parece natural, pero las primeras normas que establecieron los controles médicos periódicos levantaron no pocas polémicas, justamente por la precisión con que la tecnología diagnóstica estimaba el tiempo probable de vida. Es verdad que el Estado garantizaba la confidencialidad del dato, pero como se comprobó enseguida eso no era más que teoría.

No es que cuestione, entiéndaseme, las indudables ventajas para el interés público del sistema que se impuso universalmente hacia mediados del siglo pasado. Desde luego, el sistema de pensiones funciona mucho mejor que las épocas antiguas, con una asignación de recursos personalizada mucho más eficiente. Pero no sé; pienso que, en el fondo, pese a esta aparente naturalidad alegre, casi festiva, con que se trata el asunto, el ser humano sigue sin estar íntimamente preparado para fijar el momento de su propia muerte. Vuelvo a acordarme de mi padre, de la última tarde, mi madre y mis hermanos en torno a su cama del hospital. Al día siguiente le iban a operar a corazón abierto y todos, hasta él mismo, nos asegurábamos que saldría bien, por más que sabíamos de sobra que las probabilidades estaban abrumadoramente en su contra.

Hace algún tiempo rememoraba con Paco –el amigo que murió ayer– aquellos días. ¿No crees que tu padre habría querido despedirse de vosotros? ¿Y vosotros de él? Eso de la despedida era muy importante para Paco, una despedida solemne, como la contracubierta rígida con que se encuadernaban los antiguos libros, cerrando rotundamente, con solidez, el relato. No sé, puede que sí, que sea mucho mejor cómo se hacen ahora las cosas. De hecho, reconozco que me emocioné en la ceremonia de ayer, que sentí mucho amor cuando abrazaba a Paco, a ese cuerpo suyo otrora robusto y ahora tan estragado por la quimio. Sus dos hijos, en primera fila, tenían los ojos brillantes, se notaba a la legua que rezumaban orgullo por su padre. Fue muy bonito, sí.

Y, sin embargo, insisto: no me gustan nada los funerales; es más, me repugnan. Al final, tuve que ser yo, viejo cascarrabias como mi padre, quien pusiera la única nota discordante. Ya se había culminado el desenlace (la maldita inyección, ya sabéis) y la gente empezaba a marcharse en desordenados movimientos, los típicos comentarios de despedida. Y va el hijo menor de Paco y me pregunta –amablemente, con cariño, eso sí– que para cuándo el mío. Vete a tomar por culo, le espeté a gritos.

 
My death - David Bowie (Live Santa Monica, 1972)

12 comentarios:

  1. Un comentario marginal: ¡me encanta Grosz! es tan brutal y directo...

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  2. Bueno, le puedes vender la distopía Montoro...

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  3. Curioso relato. Había por ahí una historia de ciencia-ficción en que unos pueblerinos tenían acceso a una fuente de la juventud eterna, pero para no levantar sospechas, fijaron que a los cien años serían ejecutados. Temían la posibilidad de que por acceder a la fuente, hubiera una guerra de proporciones apocalípticas.

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    1. Hombre, mi distopía –como la califica Lansky– no tiene mucho que ver con esa otra. Lo que planteo como ficción que no se me antoja muy descabellada es que se generalice que los humanos decidamos voluntariamente acabar con nuestras vidas. Estoy seguro de que, si así fuera, seguro que se montaría ceremonias ad hoc.

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  4. A veces me da algo de miedo pensar en las cosas que iremos viendo durante los años venideros, antes de que poco a poco vayamos palmando cada uno de los aquí presentes.

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    1. A mí me ocurre algo parecido, Antonio. Por eso, incluso en este post, me he cuidado de que la época en que eso suceda sea posterior a mi muerte.

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  5. Podríamos llegar a eso, no lo descarto, los rituales ceremoniosos están tan arraigados en los humanos.
    David Bowie, qué grande :)

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    1. En efecto, de eso iba el post. Cómo nos gusta "ceremoniar" cualquier acontecimiento, y no pocos fantasean con presenciar sus propios funerales.

      Bowie me encanta en su primera época; luego empezó a desbarrar (a mi juicio, claro).

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  6. El precio para el éxito es un trabajo duro, dedicación y determinación que hemos estado dando nuestro mejor esfuerzo para nuestro trabajo.

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  7. Muchas personas tienden a optar por sustituir su trabajo, su pareja y sus amigos. Pero ni se te ocurra pensar en cambiar a sí mismo.

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