miércoles, 9 de septiembre de 2015

Encima suyo

En el post anterior escribí que el protagonista se propuso desde el principio continuar demostrando su ciega sumisión a quienes estaban por encima suyo. Vanbrugh me comentó que ese "encima suyo" le había herido los ojos muy dolorosamente, elegante forma de llamarme la atención sobre la evidente incorrección gramatical de emparejar el adverbio locativo con un adjetivo posesivo. Ciertamente, sabía que es un error pero resulta que es un error que cometo con bastante reiteración, sobre todo hablando. Tengo la mala tendencia de decir "delante mío", "detrás tuyo", "encima suyo" con relativa frecuencia, pese a las insistentes advertencias de K. Evidentemente, a mí no me suena mal, no me "hiere" los oídos (ni tampoco los ojos, como se ve), y mientras no consiga ese "dolor" al que se refiere Vanbrugh mucho me temo que caeré más de una vez en este vicio gramatical.

Eso de que te salten molestamente a los ojos (o a los oídos) los atentados al lenguaje es, sin duda, la mejor forma de no cometerlos. Yo soy especialmente sensible a varios de ellos. Por ejemplo, la conjugación en plural del verbo haber en expresiones del tipo "¿cuántas alegaciones hubieron?" (escuchada esta misma mañana); añadir una "s" a la segunda persona del singular del indefinido ("fuistes a ese sitio"); usar el sufijo "avo" como ordinal; el leísmo y no digamos el laísmo; el empleo del pluscuamperfecto de subjuntivo en vez del condicional compuesto en las oraciones condicionales en pasado, algo que es ya casi norma y hasta creo que admitido (si hubieses llegado a tiempo, hubiéramos (por habríamos) ido al cine). Sin embargo, no me hieren esos emparejamientos incorrectos de adjetivos y adverbios y, desde luego, no es excusa que mi recurrente error sea compartido con bastante parte de los hispanohablantes.

O sí. Porque la experiencia demuestra que si suficientes personas persisten en saltarse las reglas del lenguaje antes o después la complaciente Academia decretará que ese uso se considera válido, lo que, por ejemplo, ya ha ocurrido con el leísmo. El paso siguiente será, por ejemplo, que lo que antes era un error pase a ser el uso predominante y, poco después, se proscriba el que en su día fue el correcto. De hecho, eso me contaba una amiga a quien hace unos días otra le había confesado en un arrebato amoroso que ella a su marido le quería mucho. Es "lo quieres mucho", corrigió mi amiga. Qué va, contestó la otra, ¿acaso voy a tratar a mi marido como si fuera un objeto? (aunque supongo que si el objeto de su amor hubiese sido una mujer, habría dicho sin problemas "yo a fulanita la quiero mucho"). Así que, si a muchos nos suena mejor "detrás tuyo" que "detrás de ti", lo que hemos de hacer es persistir en nuestro error hasta conseguir que la Academia nos considere bienhablados (calculo que ya falta poco).

La razón de que esas expresiones sean errores gramaticales radica en que los adverbios carecen de género y número y no pueden ser complementados con adjetivos. Requieren en cambio la preposición "de" –seguida del sustantivo correspondiente– para indicar la referencia respecto de la cual adquieren su significado locativo ("delante de ti", "enfrente del Ayuntamiento", "encima de la mesa", etc). Se trata pues de una regla morfológica. El error proviene, imagino, de que hay algunas expresiones del mismo ámbito semántico que estos adverbios locativos que, sin embargo, están formadas por preposición + sustantivo y, por lo tanto, admiten el añadido del adjetivo posesivo. La más usual es "al lado"; es decir, siendo correcto decir "estaba al lado tuyo" (o "a tu lado", que viene a ser lo mismo), es explicable que se piense que también lo es "cerca tuyo". Otro ejemplo que fomenta la confusión es "en torno", locución adverbial que, como torno es sustantivo (aunque su significado nada tiene que ver cuando va sin la preposición), admite el adjetivo posesivo ("todos estaban en torno suyo"). E incluso, la propia regla se quiebra con "alrededor" que es un adverbio locativo exactamente igual que "encima" y sus hermanos y al que, sin embargo, se le permite ir acompañado del posesivo ("se pusieron todos alrededor mío").

Parece que la excepción a la norma de "alrededor" se debe a que el adverbio deriva de un sustantivo ("derredor") que se combina en locución adverbial ("en derredor"). Es decir, como decir "en derredor mío" es correcto, se habría admitido "alrededor mío" porque la variación es tan nimia que no se justifica recalcar que ahora se trata de un adverbio. Me parece floja defensa y, por contra, un argumento que apoya la legitimidad de admitir la concordancia generalizada entre adverbios locativos y adjetivos posesivos. Al fin y al cabo, "encima" proviene del sustantivo "cima" y, aunque ya no se usa así, podríamos sostener (a modo de hipótesis) que decir "encima de mí" tiene su origen en "sobre mi cima" (o "sobre la cima mía"); de modo que, con el mismo derecho que "en mi derredor" autoriza a escribir "a mi alrededor", habríamos de convenir en que "sobre su cima" permite mi "encima suyo".

En todo caso, no se entienda este post como un desesperado intento de mantenella y non enmendalla. Reconozco sin reservas que es un error y que lo cometo con relativa frecuencia. Y, por tanto, me gustaría corregirme y evitarlo (para lo cual, insisto, tengo que lograr que me salte dolorosamente a la vista y al oído). Ahora bien, relativicemos las reglas del lenguaje porque no será nada extraño que dentro de unos años se nos diga que es correcto.

 
Only over you - Fleetwood Mac (Mirage, 1982)

30 comentarios:

  1. Cuando el error se generalice lo suficiente como para que la Academia no tenga más remedio que dejar de considerarlo tal ¿qué concordancia sancionará? ¿"Encima mío", "detrás mío", "delante mío", es decir, en masculino o, como ya dicen muchos, especialmente andaluces, "encima mía", "detrás mía", "delante mía"..? Esta duda, imposible de resolver, es la mejor prueba de que se trata de un error, de que no hay ningún motivo para preferir un género al otro porque, sencillamente, "encima", "debajo", "delante", "detrás" y cualquier otro adverbio de posición, como tales adverbios, no tienen genero, no son ni masculinos ni femeninos, no podemos hablar ni de un delante ni de una delante, ni de un debajo ni de una debajo, y que, por eso, no podemos calificarlos ni de mío ni de mía.

    Cada vez que digo que, en cuanto a mi forma de hablar, yo me atengo a mis propias reglas y que ignoro resueltamente las admisiones que hace o deja de hacer la Academia, quien me oye suele considerarme pedante y arrogante. Quizás lo sea, pero creo que es una decisión acertada, que no se debe en nada a mi posible arrogancia y que debería seguir cualquier hablante que se respete. Y no por desprecio a la Academia, sino porque el papel de esta no es establecer qué está mal y qué esta bien dicho, sino constatar cuál es la forma más generalizada y común de decir, al margen de si es correcta o no. Cuando el suficiente número de hablantes ha abdicado de su propia capacidad de decidir lo que está bien y lo que está mal dicho, la Academia, en estricto ejercicio de esta función suya, no tiene más remedio que sancionar como "correcto" el uso que antes no lo era pero que se ha extendido como el más empleado. Es decir, los hablantes vamos siempre por delante de la Academia, y no por detrás, y no puede ser de otra forma. Somos nosotros, decidiendo libremente cómo hablar, los que le decimos a la Academia qué usos son los que debe acoger. Si elegimos usos incorrectos, la Academia, como bien dices, tendrá que acabar por considerarlos como correctos. Ese es, en mi opinión, el principal motivo de que debamos elegir los correctos: evitar que se asienten y acaben siendo comunes y aceptados usos que sabemos que son menos correctos que otros.

    Por eso mi conclusión es exactamente la opuesta a la que pareces sacar tú en tu última frase: relativicemos las reglas del lenguaje porque no será nada extraño que dentro de unos años se nos diga que es correcto. Al contrario, digo yo, seamos especialmente cuidadosos con las reglas del lenguaje, porque, si no lo hacemos, será inevitable que dentro de unos años se nos diga que es correcto algo que sabemos que no lo es. Y es exactamente así como los idiomas se deterioran y se empobrecen, pierden coherencia, precisión y rigor.

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    1. Totalmente de acuerdo con lo que dices, Vanbrugh. Incluso con tu conclusión que no considero opuesta a la mía. Si te ha dado esa impresión se deberá probablemente a una mala redacción. No pretendía yo recomendar nada (ni siquiera a mí mismo) o, al menos, la conclusión no se movía en el plano de cómo decidir cada uno su forma de hablar. Mi consejo (si queremos considerarlo así) de "relativizar" las reglas del lenguaje iba en el sentido de que no nos creyéramos que éstas son absolutas, dogmas inmutables, en lo cual –como ya sabía– coincides. Dicho esto, y consciente como tú de que el mal uso del lenguaje será sancionado como correcto con el tiempo, mi conclusión a efectos prácticos es exactamente la misma que la tuya.

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  2. Disculpadme, Miroslav y lectores, pero aunque es muy largo, me parece muy indicado lo que Lázaro Carreter decía hace ya bastantes años (El dardo y la palabra) sobre este asunto de los buenos y malos usos lingüísticos:

    Mi cólera particular nada tiene que ver con el purismo, que produce anemia, sino con la alarma de ver cómo se va degradando un sistema complejo de expresión, elaborado siglo a siglo para servir a una cultura superior. Porque una lengua se construye por la acción de dos tensiones: la de quienes, dueños de contenidos mentales más ricos, pugnan por plasmar en ella esa riqueza y por hacerla más capaz de establecer diferencias y matices, y la de quienes solo precisan recursos elementales, por inculpable falta de necesidad o por ignorancia culpable.

    Entre esas dos tensiones el idioma va recorriendo su historia; juntas ambas constituyen el uso. Pensar que el uso es solo la tendencia reductora, espontánea y plebeya, supone tanto como pensar que es más natural -siempre parece así lo espontáneo- no cepillarse los dientes. Se manifiesta un rousseaunianismo infantil cuando se privilegia lo vulgar frente a lo elaborado y cuando se defiende que un código elemental es tan respetable, o más aún, que otros de mayor complejidad y riqueza, con una oferta superior de posibilidades expresivas para diferenciar lo que es distinto.

    Me advierte un mozo en La Vanguardia que "la lengua es un elemento vivo que debe evolucionar", y que si no "en este país hablaríamos en latín". Gran lección la de este escolar (¿sería catastrófico que aún hablásemos latín?), con argumentos de adolescente. Pues claro que los idiomas cambian, pero impulsados por aquellas dos fuerzas. Y ¿qué ocurre cuando la trivializadora se impone? Sucedió, con la ruina del latín, la gran noche de Occidente, durante la cual se rompió la gran lengua y emergieron unos idiomas rudos. Para convertirlos en grandes lenguas también, sus mejores hablantes tuvieron que volver a la tutela clásica, a Cicerón y a Quintiliano, esto es, a dotarlos de nuevas normas cultas, en gran medida a imitación de la latina. ¿O es que se cree que la prosa de Fray Luis, Cervantes y Quevedo, o la de nuestros contemporáneos máximos, ha salido del laxismo (que es forma refinada de denominar el pasotismo)?

    Si nuestro idioma existe como lengua de cultura se debe a los recursos que le aportaron los mejores, elevados por el consenso a norma, difundida tradicionalmente por la escuela. La lucha contra la dejadez y el qué más da forma parte del vivir de toda lengua, y renunciar a ella implica abdicar del progreso. Porque no todo cambio constituye avance: puede depauperar. El que una cosa se diga mal y muchos lo hagan, solo significa que allí hay un fallo individual o colectivo de instrucción. Denunciarlo resulta higiénico y, si se impone, a la fuerza ahorcan. Pero si, además, su triunfo entraña una pérdida de poder distintivo, hay que lamentarlo. Y no por el idioma, sino porque la mente colectiva ha perdido la posibilidad de individualizar un concepto: se ha hecho más roma. A la inversa, sean bienvenidos, de donde sean, todos los neologismos o solecismos o "errores" que aumenten el conocimiento o la aptitud diferenciadora de los hablantes.

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    1. Llevas razón, muchos andaluces dicen "encima mía". Más que en Lázaro Carreter, para defender que haya academias de la lengua prefiero acudir al caso más extraño, incluso opuesto al de este señor: los libros de pseudociencias. Algunos se preguntará, asombrado, por qué acudo a tales lugares tan ignorantes. ¡Pues porque allá se vapulea con más saña la lengua!

      Voy a poner el ejemplo que a título personal más me duele: cuántico. Esta palabra tiene su origen en que se refiere a los cuantos, que fue como llamó originariamente Max Planck al hecho de que la luz, más que un continuo, parecía comportarse como "paquetes" de energía luminosa. No obstante, debido a la infame popularización de lo cuántico como "cambias la realidad con tu conciencia", propalada por los tales libros, pues ahora cuántico se emplea rara vez en su sentido propio. Y habida cuenta de que, por desgracia, el pueblo escucha más al que escribe un libro de medicina cuántica, porque curarse del cáncer con voluntad suena más emocionante que las expectativas médicas, pues no se le puede dejar que defina la palabra "cuántico", como tampoco ADN o cualquier término que exija saber de cualquier disciplina, porque van a lo tonto.

      Soy yo más elitista, incluso, que Carreter. Yo exigiría que a los escritores de esos libros se les colgara de los pulgares y luego se les lanzara sin piedad bolas de barro.

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    2. ¡"Cuántico"! ¡"Medicina cuántica"! Me dejas consternado. Como, gracias a Dios, jamás he leído este género de libros, y hay pocas cosas que deteste más que este género de subnormales que pretenden que la realidad física es susceptible de ser cambiada por nuestra "conciencia", llamen así a lo que se lo llamen, jamás me había encontrado con semejante uso.

      Yo no creo que ni Carreter, ni Miroslav, ni tú ni yo seamos elitistas. Esto no tiene nada que ver con el elitismo. El idioma es una herramienta que todos tenemos en común y que, estropeada por algunos de sus usuarios, se echa a perder para todos. Si mi vecino y yo tuviéramos un destornillador a pachas, y él lo empleara para remover el cemento, mi cabreo por haberme quedado sin destornillador no tendría nada que ver con el elitismo. Querer tener un buen destornillador no es elitismo. Se trata simplemente de mantener entre todos en buen uso una herramienta que para todos es más útil bien tratada que mal.

      El de las jergas especializadas -aunque no sea en terrenos tan deleznables como el de la "medicina cuántica"- es, efectivamente, uno de los medios por los que el idioma se estropea considerablemente. Recuerdo mi pasmo cuando hace unos años escuché a una sobrina adolescente, que no había sacado gran provecho de su bachillerato, pero en cambio estudiaba con entusiasmo y aplicación arte dramático, utilizar el adjetivo "orgánico" como una especie de impreciso sinónimo de "espontáneo, gozoso, intensamente vivido". (Ni que decir tiene que ella no fué capaz de darme ni uno solo de estos sinónimos, tuve que imaginármelos yo por el contexto. Para ella lo "orgánico" era, cuando se lo pregunté intrigado, pues... eso, "orgánico". ¿Cómo era posible que yo, tan culto, no supiera qué quería decir "orgánico"?) Jamás había oído la palabra antes de escucharla entre las instrucciones recibidas para interpretar un papel, no tenía idea de que "orgánico" fuera, en primer lugar, cualquier ser complejo compuesto de partes con distintas funciones armonizadas entre sí, ni de que esta acepción general hubiera encontrado usos específicos para calificar la parte de la química que se refiere a los compuestos en que interviene el carbono, o para diferenciar las dolencias "orgánicas", que afectan duraderamente a los órganos, de las meramente funcionales, ni de ningún otro uso de los comunes para el adjetivo. Y se quedó pasmada de que yo fuera tan inculto que pretendiera que eran estos otros los usos comunes de "orgánico", y desconociera en cambio el único, y más bien raro, que ella conocía. Han pasado los años, es ya adulta y dudo mucho que sepa ya qué quiere decir verdaderamente "orgánico", ni que reconozca que su particular acepción es un empleo metafórico y recóndito de una palabra que se usa comúnmente en otros ámbitos y con otros significados. Ni mucho menos, claro, que se haya parado nunca a pensar en los mecanismos por los que ese uso suyo se ha hecho posible sólo a partir del significado general de "orgánico". No hay peor enemigo de la cultura general -que, más o menos profunda, es la verdadera cultura- que las particulares "culturas especializadas", que creen que el ancho y maravilloso mundo se reduce a su patio particular e ignoran cerrilmente el resto.

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    3. No te falta razón. Las jergas pueden ser peligrosas, ocurre que para el especialista es "natural", claro. A veces, algunos usos metafóricos pasan a ser aceptados como propios, recuerda cuando Miroslav explicó en este mismo blog que el sustantivo "mundo" viene de la idea de que el universo era "armonioso", y que la palabra "mundus" significaba eso en latín.

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    4. No hay nada malo en que el especialista use un término general con un significado particular y restringido, específico de su campo. Al revés, esa es una de las capacidades y utilidades del idioma. Igual que es un proceso natural y enriquecedor el opuesto, que una palabra originalmente especializada amplíe su campo de uso a otros terrenos. Lo malo es cuando el especialista solo conoce ese significado restringido y particular, e ignora el significado general en el que aquel ha tenido origen, y ni conoce, ni imagina ni le importan los mecanismos ni las razones por los que ese cambio, bueno en sí, se ha producido. El conocimiento generalizado de esos procesos, esto es: que los especialistas conozcan los usos no especializados de las palabras que emplean, y los no especialistas conozcan, a su vez, los usos especializados de las palabras comunes, es, entre otras cosas, a lo que llamo "coherencia" de un idioma, y es fundamental, como lo es en cualquier sistema complejo que utilicen muchos usuarios distintos. Cuando se pierde -y el proceso por el que se pierde es justo ese, que los hablantes dejen de ser conscientes de esas cosas, porque el idioma, insisto, solo existe en las cabezas de sus hablantes- el idioma se empobrece y se deteriora objetivamente. Sirve peor a su finalidad de contener y comunicar ideas.

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  5. Yo incurro en el leísmo y el laísmo habitualmente. No pienso operarme

    También salgo p'afuera, entro pa' dentro, subo pa' arriba y bajo p'abajo, pero sólo aposta y como recurso literario. Pues sí, a veces un buen recurso literario implica pasarse por el arco del triunfo alguna norma gramatical de supuesto obligado cumplimiento. Al igual que los delitos en los que no es eximente el desconocimiento de la ley, creo que los peores en gramática son los que se cometen por desconocerlos y no por proponérselo. Y no por empecinarse en subcultura alguna que agreda a cultura general o dominante alguna, sino porque se busque un efecto en especial.

    Lo que más me chirria: esos verbos en plural del tipo de "han habido"; los locutores y cronistas deportivos lo perpetran habitualmente. También considero 'casi' errores gramaticales ciertos usos de la corrección política: esos géneros repetidos donde el genérico bastaría, esos ciudadanos y ciudadanas, etc.

    La corrección gramatical me parece una necesidad y una deferencia o cortesía con el lector, como bien dice Vanbrugh, una herramienta que hay que cuidar, tratar con respeto, pero todo tiene grados, sino el lenguaje tampoco evolucionaría y hoy seguiríamos hablando y escribiendo en buen latín pagano (que no en mal latín de párroco, dixit Robert Graves)

    Los tres comentaristas que me preceden no tienen de qué preocuparse por ellos, ahora bien… de lo que nos rodea y especialmente de los medios de comunicación más vale que os vacunéis.

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    1. Efectivamente, la literatura exige con frecuencia ignorar y hasta infringir las normas gramaticales. Es un recurso no solo legítimo, sino necesario. No hay buena literatura que no lo haga de algún modo.

      Ahora bien, para saltarse las normas de uso "correcto" de la lengua con efectos literarios positivos es imprescindible conocerlas a fondo. Como con cualquier otra Ley, su ignorancia no exime de su cumplimiento pero, al revés que con cualquier otra Ley, su conocimiento sí.

      Siempre me sorprende ese argumento que das, Lansky, y que ya Lázaro Carreter, en el párrafo que he transcrito, ridiculiza en su corresponsal adolescente: "Si no el lenguaje no evolucionaría y seguiríamos hablando en latín..." En primer lugar ¿qué tendría de malo que siguiéramos hablando en latín? De hecho es lo que hacemos, seguir hablando en latín, o en latines... evolucionados, claro. Porque creer que hay alguna circunstancia en la que el idioma "no evolucionaría" es una tontería. El idioma evoluciona inevitablemente, hagamos lo que hagamos, puesto que evolucionan sus hablantes y la sociedad en la que viven, y él no existe en otra parte que ahí. No hay ningún peligro, por definición, de que el idioma "no evolucione". Pero sí lo hay, y mucho, de que evolucione mal, es decir, de que pierda rigor, precisión, coherencia y capacidad de expresar y diferenciar. La elección entre que suceda esto o lo contrario -e inexorablemente sucederá una de las dos cosas- es nuestra, de todos y cada uno de los hablantes, y la realizamos cada vez que optamos entre una manera correcta de decir y otra incorrecta. Por eso, precisamente, es tan importante conocer la correcta y optar por ella.

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    2. No, no seguimos hablando en latín (aunque son formas de hablar, ¿ves?), tú y yo hablamos en castellano que es un latín evolucionado con incorporaciones además de otras lenguas, como el árabe, el vascuence y el gallego, este último también del latín. O todos hablamos indogermánico, no te jode.

      En cuanto a que evolucione mal, es sólo tu perspectiva, y bueno, tu opinión, sólo se habla mal cuando no tiene precisión o expresa banalidades pero no sutilezas. El latín era un idioma peor (como lo era su sietema numérico deV, I, X, C, etc.), por ejemplo para la ciencia moderna, como es lógico, puesto que entonces no existía, pero no para expresar emociones. El idioma es una adaptación, cultural, pero tan adaptación como las biológicas, y de hecho se parece mucho su desarrollo en el tiempo, sólo que másvelos, a la hgenética (linguística y genética se complementan para estudios paleoantropológicos). Y no, no es una evolución exactamente dependiente de que elijamos correctamente a partir d eun momento histórico dado.

      En este caso no estoy de acuerdo con Lázaro Carreter (ni contigo, al menos en el contexto quelo citas)

      Y el idioma, entre otras cosas, evoluciona a través de los errores que se terminan aceptando, o si se quiere, como la evolución biológica, la evolución por antonomasia, por prueba y error, o acierto final

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    3. Protoindoeuropeo... Y si existe, aunque es muy dudoso, nostrático.
      https://twitter.com/PdeTannhauser/status/641602075571453953?lang=es

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    4. Exacto, seguimos hablando castellano, que es un latín evolucionado. Eso es, exactamente, lo que he dicho. Que seguimos hablando latín... evolucionado. Evolucionado, claro, a base de, entre otros mecanismos, incorporar palabras de otras lenguas. Así es como evolucionan los idiomas, eso es lo que quiere decir "evolucionar". Va implícito en el término.

      No, no es solo mi perspectiva. Cuando una palabra o un giro pierden precisión, hay un deterioro objetivo, que se produce al margen de que yo lo aprecie así o no. El fondo menos banal y más sutil se expresa peor cuando el idioma en que se hace ha perdido capacidad de expresión. El fondo y la forma no son disociables en ningún caso, pero menos que en ninguno en el idioma, que es a la vez fondo y forma. En un idioma peor, menos capaz, el hablante más inteligente dirá más tonterías y menos cosas sutiles que las que diría en un idioma mejor, más capaz.

      Y sí, esa evolución depende fundamentalmente de que elijamos correctamente en cada momento histórico dado (mal podríamos elegir, ni hacer ninguna otra cosa, sin hacerlo "en un momento histórico dado". Yo hasta cuando meo, meo "en un momento histórico dado"). Es nuestra elección, la de todos y cada uno de los hablantes, en todos y cada uno de los "momento históricos dados" en los que las realizamos, la que afianza o desecha formas más o menos útiles de decir y, de ese modo, hace evolucionar el idioma, inevitablemente. Y lo hace evolucionar para bien, si elegimos bien, o para mal, si elegimos mal. De hecho, sea cual el mecanismo de que hablemos, de los muchos que operan constantemente y que tienen por ineludible consecuencia que el idioma evolucione, se basa siempre, se basan todos ellos, en las elecciones que hacen los hablantes y en ninguna otra cosa.

      Uno de estos mecanismos es, efectivamente, el "error", es decir, el no atenerse a la norma considerada hasta ese momento como correcta. En ocasiones ese "error" afianza y generaliza una nueva forma de decir que resulta ser más útil, eficaz y precisa que la anterior, y hace evolucionar el idioma a mejor. En otras ocasiones -y cuanto más evolucionado está un idioma y más capaz, útil y expresivo es, más frecuentes son estas otras, por una evidente cuestión de entropía- el "error" resulta serlo efectivamente, no porque se aparte de la norma anterior, que eso ya hemos visto que no es en sí ni bueno ni malo, sino porque objetivamente deteriora y empobrece el idioma, porque objetivamente es menos útil, o menos coherente, o menos preciso que la forma anterior. Es esa elección, la de atenernos a la norma si su infracción va a deteriorar el idioma, o la de saltárnosla si consideramos más útil y enriquecedor nuestro"error", la que tenemos que realizar todos los hablantes en todos los momentos históricos dados, es decir, todo el rato. Y de ella, de todas ellas, y de ninguna otra cosa, depende que el idioma, que en cualquier caso evolucionará, lo haga para bien o para mal.

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    5. Ya ves, usas entropía como metáfora de desorden en otras cosas que no tienen que ver con la termodinámica, y bien está.

      Si tú has dicho lo que has dicho, yo he dicho lo que he dicho, ¿a ti te parece que estamos de acuerdo o en desacuerdo? Lo de saber de antemano si las infracciones deteriorar o no el idioma, nadie tiene la fórmula, ni Lázaro carreter ni tú

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    6. Claro que uso "entropía" fuera de su significado estricto en termodinámica, y claro que ese es un mecanismo usual de evolución del idioma. Es una elección perfectamente consciente, por la que amplío el campo de uso de una palabra especializada a otros en los que puede ilustrar mecanismos similares a los que designaba en el suyo de origen. Creo enriquecer el idioma de ese modo.

      Solo lo creo, claro, nadie tiene la garantía de ir a acertar en su elección. Nadie sabe con certeza, ni en este ni en ningún otro terreno, si tiene o no la razón. Pero todos actuamos "como si" la tuviéramos, en eso consiste tener opiniones: en creer que la opinión que tenemos es acertada, motivo por el que la mantenemos. Ni sabemos si nuestra elección será efectivamente buena, aunque lo creemos así, ni sabemos siquiera si, efectivamente, se extenderá, se afianzará y será uno de los cambios que hacen evolucionar el idioma para bien. Pero no saberlo, no "tener la fórmula", como dices, no es motivo para decidir al tun tún y abdicar de nuestro derecho a opinar que unas formas son, en nuestra opinión, claro (¿de qué otra forma podría ser?) mejores que otras.

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    7. No veo qué disensión hay, pero por mí puedes quedar encima mío, ¿o sólo 'quedar encima?

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    8. Tampoco veo yo ninguna disensión, ni tengo el menor interés en quedar encima de nadie -nunca he sido convencional en estas cosas, cada postura tiene su gracia-. De ti, en concreto, ni encima, ni debajo, ni siquiera demasiado cerca, no te lo tomes a mal, son manías mías. Que circule el aire.

      Me pareció que había alguna disensión cuando te leí, por ejemplo: "No, no seguimos hablando en latín ..." después de haber dicho yo que sí, o "Y no, no es una evolución exactamente dependiente de que elijamos correctamente ... tras haber afirmado yo lo contrario. Pero si, como parece, mis consideraciones posteriores te han hecho ver las anteriores a otra luz, que no te exija ya reiterar estas afirmaciones tuyas, entonces, efectivamente, no debe ya de existir ninguna disensión. Pero tampoco pasaría nada si la hubiera.

      En cualquier caso, el orden en el que blogger hace aparecer estos comentarios determina que quien escriba el último quede, inevitablemente, por debajo, y no por encima, de los que han escrito antes que él. Eres tú, por tanto, quien queda, de momento, por encima de mí. A mí, personalmente, me da igual, pero si a ti te hace feliz...

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    9. Salvo en el empleo de la palabra "elegir" (porque dudo que los hablantes elijan, si entendemos que el verbo sugiere un acto consciente), me parece acertadísima y muy didáctica la explicación de Vanbrugh. Y también creo, con él, que se puede valorar con cierto grado de objetividad si un determinado cambio en el empleo del lenguaje es bueno o malo. Desde luego, no lo es si emprobrece la capacidad expresiva del ideioma.

      Yendo un poco a lo concreto, el leísmo y el laísmo me parecen evoluciones negativas, porque justamente reducen la precisión de los mensajes. En cambio, el error que con frecuencia cometo y que, al hilo del comentario de Vanbrugh, me motivó a escribir este post, parece que, en principio, no afecta a la capacidad expresiva. Aún así –que conste– atenta contra la lógica interna de nuestro idioma como sistema más o menos coherente.

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  6. ¡Veis! Quería escrbir 'si no'...y he escrito 'sino el lenguaje tampoco evolucionaría...'

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  7. Los zapatos descosidos del lenguaje son basurilla que se incrusta no exactamente en la gramática sino en la propia lengua. Adjetivos como el de ‘ecológico’ o la propia palabra ‘ecología’ son casos típicos, lo de cuántico aplicado a la medicina es un caso bien paradigmático. Ahora toca hablar de 'ecosistema' para cualquier 'sistema' o conjunto desglosado en partes interrelacionadas, por ejemplo, ‘ecosistema cultural o ‘social’, si se le pone comillas no pasa nada, pero nadie que hace eso las usa. Con el tiempo, si cuajan, formarán segundas acepciones del término original, cero yo. Lenguaje en evolución, ya digo.

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    1. Otro adjetivo que en su época (supongo que todavía) tuvo mucho éxito en contextos ajenos al original es "orgánico". Vanbrugh, que en su juventud sé que tuvo tentaciones profesionales de las que afortunadamente se libró, conocerá de sobra su empleo como calificativo de cierto estilo arquitectónico. A mí siempre me repateó. En general, las ampliaciones semánticas vía metafórica me producen algo de escozor.

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    2. Son peligrosas, sí. Son tolerables usadas de modo excepcional, como recurso expresivo puntual, por hablantes conscientes de su carácter de metáfora algo forzada. Pero cuando se generalizan y empiezan a usarlas con carácter habitual quienes ignoran cuál fue su origen y cuál el camino metafórico por el que han llegado a tener ese nuevo significado (el "orgánico" de tu arquitectura, o el muy similar de las interpretaciones dramáticas de mi sobrina) se convierten en una estupidez insufrible.

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    3. De modo excepcional, en efecto, entonces pueden ser aciertos, pero cuando se generalizan, y suele pasar, suelen ser lamentables

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    4. Saasto, eso es lo que quiero decir. Que un arquitecto o un dramaturgo entusiastas califiquen de "orgánica", en un arrebato metafórico, una edificación o una interpretación, está muy bien y puede ser un hallazgo expresivo. Pero si sus corifeos apuntan la palabreja y empiezan a usarla sistemáticamente como si describiera cualidades específicas y objetivas de determinada arquitectura o de determinada forma de interpretar, el palabro pasa a ser una estupidez irritante más de las muchas que nos afligen a los hablantes sensibles. Y pasa mucho.

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  8. Era irónica, Vanbrugh, mi intención era irónica en lo de “quedar por encima de mí”, aludiendo al título de este post de Miroslav. Es sabido que la ironía se pierde a menudo en la Red, quizás porque falta el lenguaje corporal, el alzamiento de cejas, el guiño, la mirda en suma, el encogimiento de hombros, etcétera. Deploro que te haya molestado hasta el punto de tener que mencionar una obviedad como la de que el aire tiene que circular entre ambos. O quizás en ese caso soy yo el que no he detectado la ironía… En el fondo, incidentes puntuales al margen, me parece alentador que esta forma de comunicación no pueda sustituir con éxito total a la de las personas hablándose cara a cara.

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  9. También lo del aire que circule era broma, Lansky, hombre. Abundando en lo de estar encima o debajo, y sus connotaciones sexuales. Efectivamente, la comunicación escrita tiene sus limitaciones. Tendemos a usarla como si fuera igual, a todos los efectos, que la charla entre amigos que en nuestra intención es, sin darnos cuenta de que, como dices, le faltan el contacto visual y auditivo que vuelven obviamente inofensivas ciertas chorradas orales, y sin los cuales esas mismas chorradas, escritas, pueden cargarse de significados ajenos a nuestro propósito. Arrímese, arrímese cuanto quiera, buen hombre, que ya sé que va sin mala intención.

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  10. No hace falta, pues, que te aclare que no hay nada que me haya molestado, ni mucho ni poco, y que no tienes nada que deplorar.

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  11. Bueno, bueno, sin pasarse en lo de arrimarse...

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  12. He disfrutado enormemente tanto con el texto como con los comentarios. Por mi parte, creo que en la actualidad estamos viviendo un empobrecimiento generalizado de idioma, no tanto por el uso de ciertas incorrecciones, como puede ser ese encima suyo, sino por el uso continuo de muletillas que se utilizan para todo, como por ejemplo, la partícula "super", antepuesta a casi cualquier adjetivo, superbueno, superemocionante, superfrío, etc. También por la pérdida de palabras que tenían un significado preciso, sustituidas por otras ya existente, pero cuyo significado se amplía para acoger al anterior. Por ejemplo, hasta no hace mucho, la masa hecha con harina y agua y a continuación frita en espiral o en ruedas tenía una denominación distinta según la región o aún la comarca en la que nos encontrásemos. En Córdoba le llamábamos jeringos. Esta palabra se ha perdido, siendo sustituida por la genérica de churro, que fue siempre una masa semejante, pero hecha de patata y frita en pequeñas tiras. De hecho, ambos se siguen haciendo en Córdoba, pero ahora, cuando llegas a un bar y quieres un chocolate con jeringos, tienes que pedir un chocolate con churros, porque si no no te entienden. Y si lo quieres con churros, tienes que pedir: con churros, churros. Este empobrecimiento me parece de mayor gravedad que un error puntual como el que titula la entrada, porque no atenta solamente al lenguaje nos adocena, nos aborrega, nos convierte de personas en masa. En la misma línea está también la ampliación abusiva de significado en multitud de palabras que tienen, o tenían, su significado preciso. Pero de eso ya habéis hablado.

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