miércoles, 14 de octubre de 2015

La palabra más hermosa del español (para mí)

Hace ya bastante tiempo descubrí una iniciativa de la Escuela de Escritores de Madrid que, mediante participación popular, pretendía encontrar la palabra más hermosa de nuestro idioma. La convocatoria encontró eco porque pocos años después, en 2009, el Instituto Cervantes creó una plataforma internet para que cualquier hispanohablante propusiese los vocablos que más le gustaban de nuestro idioma. También sé de otras instituciones e incluso particulares (a través de blogs, por ejemplo) que se han apuntado a este juego. De hecho, basta teclear en google "palabra más bonita del español" para encontrarse con multitud de páginas y sus correspondientes top-ten, top-fifty o cualquier otro ranking. Naturalmente, las palabras más bonitas son simplemente las más votadas, sin que se necesite ninguna justificación. A cada uno le gusta lo que le gusta (también en gramática) y es difícil deducir qué criterios, si es que los hay, han predominado en las elecciones de las más populares. Aún así, me atrevo a decir que probablemente se trate de una combinación a partes bastante similares del sonido del fonema y de su significado (lo que no impide que alguno –Javier Marías– proponga "nauseabundo", pero es que hay de todo).

Yo tengo desde hace muchísimos años (al menos desde la adolescencia) una palabra destacadamente favorita en nuestro idioma y ésta es almohada. Cada vez que veo una lista de las que más gustan –algo que me entretiene desde que supe de esta tonta forma de promocionar el castellano– espero encontrármela, pero hasta ahora nunca ha ocurrido. La pertinaz ausencia de almohada en esos rankings es algo que, lo confieso, me extraña y no acabo de comprender cómo no se le hace evidente a cualquier hispanohablante la belleza del vocablo o por qué lo relegan detrás de otros mucho más insípidos y, sobre todo, manidos en exceso (por ejemplo amor). Pero, en fin, será que soy de gustos raros. Aunque me gusta porque sí, porque me gusta, porque ha sido desde siempre un enamoramiento fulgurante, de esos que rechazan por innecesaria cualquier justificación, he de reconocer que con toda seguridad esa atracción mía obedece a la perfecta armonía entre la hermosa fonética y su significado.

Como es sobradamente sabido, almohada proviene del árabe; concretamente –si creemos a Corominas– del dialecto hispano-magrebí, en el que se decía muhadda, derivado de hadd que significaba "mejilla". Es un vocablo de introducción tardía en el idioma (ya entrado el XIV) que vino a sustituir a "facero", de origen latino y derivado de "faz" (donde se apoya la cara). Por cierto, ni "facero" ni "hacero" que fue su evolución, se mantienen actualmente en el diccionario con esa acepción, pero pervive en cambio (ya veremos por cuanto tiempo porque está muy en desuso) el diminutivo, "acerico", que es almohadilla que sirve para clavar en ella alfileres o agujas y también almohada pequeña que se pone sobre las otras grandes de la cama para mayor comodidad. Desde luego, tengo más que claro que la palabra hacero no tiene ni de lejos la misma belleza que la que acabó imponiéndose en nuestro idioma. Y es que, en mi opinión, la aportación del árabe al castellano, tan copiosa, no sólo le da su nota distintiva respecto del resto de lenguas romances sino, sobre todo, una belleza lexicográfica que ya quisieran éstas.

Porque si revisamos cómo se denomina este imprescindible objeto cotidiano en francés (oreiller), italiano (cuscino) o catalán (coixí), vemos que ninguna de esas palabras, todas de etimología latina, roza siquiera la maravillosa sonoridad de almohada. Tan sólo en portugués (y gallego) cuentan con la casi igual almofada, pero casi, porque coincidiremos sin discusión en que la sonora f estropea el sutil pero fundamental efecto de la h muda, que alarga la pronunciación de las vocales en un encantador arrullo somnoliento. Y si los términos latinos pierden mucho frente al arábigo-castellano, qué decir de los espantosos de las lenguas de la familia germánica, como pillow en inglés, kissen en alemán o pute en noruego. Pero todavía es mucho peor si buscamos la palabra en idiomas eslavos: jastuk en serbocroata, poduszka en polaco o polstar en checo. Y para rematar este ejercicio descubro que en esperanto, un idioma artificial que debería haber tenido en cuenta la belleza de sus vocablos, van y denominan a la dulce almohada con un término que suena a medias entre insulto y combustible: kapkuseno. Nada que ver, sólo nuestra lengua ha conseguido –moros mediante– encontrar un nombre digno del objeto que designa.

Nótese la importancia de la primera sílaba, ese "Al" tan arábigo, que funciona como un pórtico al meollo del vocablo, remarcando y preparando al hablante para su pronunciación. Es una sílaba fuerte, pero no tanto como si empezara por consonante; la l eleva al habla pero, al mismo tiempo, anuncia la continuación hacia el núcleo significante. Lo sorprendente es que no sigue, como en tantos otros vocablos de nuestro idioma, una sílaba dura (piénsese, por ejemplo, en "alcázar") que haría áspera la palabra (aunque no por ello fea), sino que sorprende trayéndonos la mullida m para sugerirnos el mimoso deleite del abandono. Y esa insinuación no se frustra como ocurre con otros términos del castellano que también se inician con "alm" y que bruscamente rompen la dulce promesa fonética (me viene ahora a la mente "almacén", dicho con la cerrada c peninsular y, para colmo, con el grosero acento al final). No, a continuación viene la hermosísima unión/separación de las dos vocales gracias a la impagable h intercalada. Que a nadie se le ocurra pronunciar esas dos sílabas (mo-ha) en una sola (moa) y quebrar sacrílegamente la magia; por el contrario, enfatícese el ha tónico, saboreando esa infinitesimal pausa. Y el remate no es menos acertado, con la da final, un fonema que se me antoja elástico, flexible, el más adecuado para acabar de definir con sonidos el querido objeto que apoya nuestros sueños. Se valorará en su justa medida la importancia de esta última sílaba si comparamos nuestra palabra con otra muy parecida, "almohaza" (instrumento, usado para limpiar las caballerías, que se compone de una chapa de hierro con cuatro o cinco serrezuelas de dientes menudos y romos, y de un mango de madera o un asa), en la que la za final estropea zafiamente la armonía sonora.

Mencionaré, para acabar, que a la belleza de estas cuatro sílabas y a la perfecta correspondencia entre forma y significado, también contribuye a que "almohada" sea para mí la más bella de nuestras palabras el que el objeto designado sea uno de mis preferidos entre los muchos que cotidianamente usamos. Parece que hasta bien avanzada la Edad Media era un adminículo exclusivo de la clases altas, lo cual no me sorprende porque durante la mayor parte de la historia la gran mayoría de la humanidad apenas tenía nada y, por tanto, hasta dormir adecuadamente le estaba vedado. Agradezcamos pues que hoy damos por hecho que las almohadas son bienes de primera necesidad, tan obvios en nuestras noches que ni siquiera nos percatamos del impagable servicio que nos prestan. Y entonemos en consecuencia, a modo de jaculatoria jubilosa, su precioso nombre: al-mo-ha-da, al-mo-ha-da, al-mo-ha-da.

22 comentarios:

  1. Almohada es muy bonita, como alambique, alazán, alambre y alumbre, almez y alarife (de tu oficio, Miros). Yo voto por mujer, rebelde y hacha, arroyo, collado y nava. Una sola palabra, ¡imposible! Pero bueno, me quedo con… mar, en masculino y en femenino: el mar, la mar.

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    1. Fíjate que a mi mujer, fonéticamente, no me parece ni especialmente bonita ni bien elegida para su significado (que, en cambio, me gusta y mucho). Como sabes de sobra, es término derivado del latino mulier que, sin ebargo en casi todos los romances ha evolucionado para designar sólo la acepción "esposa". Mujer, la hembra de nuestra especie, es donna en italiano, femme en francés y también casi( dona en catalán; y cualquiera de esos términos, sin encantarme, me parece más estético y apropiado que el nuestro.

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    2. Mujer es palabra muy bonita, más que las mencionas en otros idiomas, para mi gusto, pero si hasta tuvieron que inventar una etimología falsa derivada supuestamente del latín mulier, de molleris, blando, aguado, como molusco. Bah, anda que no hay mujer... y miedo a la ídem

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  2. Excelente tu analítica -¡sílaba a sílaba!- explicación de las virtudes fonéticas de la palabra almohada, muy bien rematada además por las alabanzas al objeto a que se refiere. Casi me convences. Si las que tú alabas fueran las cualidades que yo más apreciara en una palabra, no obstante, me inclinaría por alhelí antes que por almohada: es todavía más cursi, y casi tan placentera la cosa a que se refiere.

    Pero sucede que yo me inclino más bien por la rotundidad y la tajancia, que creo, además, que son las características que diferencian al español, especialmente al hablado en Castilla, Aragón, Navarra y el País Vasco -al idioma vernáculo de este último, tengo entendido, es a quien se las debe en buena medida- de sus vecinos más o menos semejantes. Pocas vocales, claramente definidas, y consonantes recias, sonoras y un tanto ásperas. Siempre recuerdo los espléndidos versos de Celaya, que expresan unas cien veces mejor que yo lo que quiero decir:

    Hablando en castellano,
    mordiendo erre con erre por lo sano,
    la materia verbal, con rabia y rayo,
    lo pone todo en claro.
    Y al nombrar doy a luz de ira mis actos.

    Hablando en castellano,
    con la zeta y la jota en seco zanjo
    sonidos resbalados por lo blando,
    zahondo el espesor de un viejo fango,
    cojo y fijo su flujo. Basta un tajo.

    Hablando en castellano,
    tan sólo con hablar, construyo y salvo,
    mascando con cal seca y fuego blanco,
    dando diente de muerte en lo inmediato,
    el estricto sentido de lo amargo.

    Hablando en castellano,
    las sílabas cuadradas de perfil recortado,
    los sonidos exactos, los acentos airados
    de nuestras consonantes, como en armas, en alto,
    atacan sin perdones, con un orgullo sano.

    Hablando en castellano,
    las vocales redondas como el agua son pasmos
    de estilo y sencillez. Son lo rústico y sabio.
    Son los cinco peldaños justos y necesarios
    y de puro elementales, parecen cinco milagros.

    Hablando en castellano,
    decir tinaja, ceniza, carro, pozo, junco, llanto,
    es decir algo tremendo, ya sin adornos, logrado,
    es decir algo sencillo y es mascar como un regalo
    frutos de un largo trabajo...


    Así que me quedo con cualquiera de ellas, con todas ellas: tinaja, ceniza, carro, pozo, junco, llanto... Por ejemplo. Qué maravilla de idioma.

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    1. Perfecto que traigas este fantástico poema de Celaya. Cómo no emocionarme con esa vertiente del idioma que él elogiaba (le delatan sus orígenes que también son los míos). Por supuesto que me gustan las palabras cortantes, recias, ásperas casi, de las que nuestro idioma abunda. Pero tenemos tanta suerte que caben otras muy diversas, más suaves y sugerentes. El español de Celaya, como él mismo dice, es idioma casi agresivo, las palabras como armas, y bien está y, desde luego, no reñido con la belleza. Aún así, para mí, sigue destacando la hermosura de mi almohada; ya sabes, en cuestión de gustos somos soberanos. Pero lo bueno es que, como en la gastronomía, preferir algo no nos prohíbe disfrutar del resto.

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  3. Me ha encantado enterarme de que el acerico no tiene nada que ver con el acero, por más que en él se claven agujas, sino que es un diminutivo de un hacero, un facero donde se apoya la faz. Qué imprevisiblemente fascinante es el idioma.

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    1. No presumiré de mayor sabiduría léxica. También yo me he enterado consultando "almohada" en el Corominas. Eso sí, nuestro idioma es fascinante.

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  4. Brillante entrada Miroslav , me ha encantado. Es como adentrarse poco a poco y deslizarse por la comisura de tan vivaz elocuencia. Que fácil puede parecer , cuando buscar era encontrar , sin embargo ,después de leerte a ti y ese deleite de comentarios , me encuentro con la dificultad de elegir por unos instantes con la palabra más hermosa del español y luego arrepentirme de no realizar la elección correcta...así que como los últimos colores del día cuando se quiebran sobre el mar , y las distantes aguas suben y bajan , doradas y púrpuras....me quedo también con cualquiera de ellas : aldaba , acacia , adagio ,hilo ,cielo sonrisa...

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    1. No hace falta elegir, quedémonos con muchas, muchísimas. Desde luego, hay de sobra para deleitarse con nuestro patrimonio lingüístico.

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  5. Hay que tener en cuenta que el vigía es un energúmeno, bodoque, burujo, esmirriado, ofuscado y socarrón, y por eso grita este raudal:

    —¡Barco a la vista por la amura de babor en rumbo de colisión!

    El serviola, bajando rápidamente de la cofa, desprendiendo trozos de hielo de los flechastes, volvió a dar el parte de avistamiento al timonel. El barco que se aproximaba y el nuestro se dispusieron a abarloarse para terminar amaridándose hasta poner en contacto los baos respectivos. Y ayudados por los bicheros manejados por dos marineros. Aprovecharon la facha, puestos en paralelo, para colocar los estayes, contraestayes, brazas y obenques, así como empuñiduras, envergues, rizos y motones para las mayores y trapas para las gavias, además de escotas y chafaldetes de proa a popa.

    —No he entendido nada— dijo un pasajero a su vecino.
    —Bueno, lo que sé es que estamos ahora unidos a este otro barco.

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    1. Más o menos lo mismo que yo entendí. Pero es que juegas en campo vedado, lenguaje de especialistas y yo, ya sabes, de marinero no tengo nada.

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    2. Aún sin entenderlo es un párrafo precioso, Lansky, ¿es tuyo? Cuajado de palabros que habrían encantado a Celaya: burujo, socarrón, facha, estayes, obenques, escotas, chafaldetes... Y también hay de las que le gustan a Miroslav: abarloarse, baos... Abarloar, por cierto, es una palabra preciosa. Me suena que Torrente Ballester escrbió sobre ella algo muy en la línea de este post, pero no recuerdo ahora dónde.

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    3. ¡Lo he encontrado! (En gúguel está todo, o casi). En el prólogo de "La Isla de los jacintos cortados" le dedica este párrafo, y algún otro, que dice mucho de las relaciones de los escritores con las palabras:

      Pero, mientras lo escribía, se me estaba ocurriendo que bien podría contar aquí, como compensación, mis desdichadas relaciones con la palabra abarloado, término marinero de los comunes, que quiere decir, más o menos, que dos barcos, atracados en punta, tienen vecinas las panzas de los costados. A mí, es una palabra que me gusta mucho, abarloado, suena precioso, a pesar de su irredimible y algo cargante condición de participio, que la incapacita, por ejemplo, como rima rica de un soneto; pero, fuera de eso, la encuentro seductora, la encuentro casi fascinante (como otras muchas, claro). De modo que me propuse utilizarla en cuanto apareciese una ocasión, y lo bueno del caso fue que surgieron muchas, como decir que se mecían en el puerto los barcos abarloados, o que, abarloados en el mismo lecho, dormían tranquilamente Flaviarosa y Nicolás, si es que lo hacían, paralelos y rozándose los flancos, porque si no se mantienen así, la metáfora no sirve. Pues, ¡lo que son los efectos de la arteriosclerosis, sobre todo cuando actúa en silencio! Ni abarloé los buques en el muelle, ni a Flaviarosa y Nicolás en la cama. Terminé la novela, y la palabra permanecía ante mí, casi visible, audible por supuesto, meciéndose en el aire, y sin uso. Cuidado que da rabia.

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    4. Sí, Vanbrugh es un texto mío improvisado para este post de Miroslav, sólo que yo no tenía intención de mostrar ningún 'lenguaje de especialistas' como dice él, sino la belleza y precisión del lenguaje de cualquier oficio, sea la carpintería, la poda de árboles frutales, arrieros y carreteros o este de la navegación en la mar. Y como se pierden los oficios,se pierden esas palabras, palabras en peligro de extinción, como el águila pescadora, que no el de los especialistas que son argots de spanglish que cambian como los modelos de smarphon, pero bueno sí, un pastor es un especialista, como o, pero a mí em suena mal, ya que hablamos de la belleza de las palabras...

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    5. Acotas el término "especialista" a una acepción casi peyorativa, Lansky, y no era esa mi intención al usarlo. Tu texto -precioso, por cierto- abunda en palabras propias, como dices, de un oficio concreto y, por tanto, es un lenguaje especializado o específico o de especialistas. Qué ciertamente es palabra fea (esta vez sí coincidimos) pero remite a quienes practican una rama determinada de un arte o ciencia, y creo que vale para aplicárselo a los marineros. En absoluto estaba pensando en los mal llamados especialistas o expertos que a ti te saltan a la mente.

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    6. Lo entiendo y te entiendo, Miroslav, sólo que como bien dices no me gusta la palabra para aplicarla a artesanos expertos en su oficio

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  6. No sé por qué, cuando se nombra el tema de la fonética, pienso en la palabra "ergonómico". Seguramente, porque la primera vez que la oí me llamó la atención, tanto por desconocer su significado por su peculiar sonoridad.

    Hay una palabra en química cuya sonoridad es parecida a la de "almohada": "aldehído".

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    1. Repito que sobre gustos ... Dicho lo cual he de decirte que a mí tus dos ejemplos no me parecen especialmente hermosos. Las esdrújulas rara vez me atraen por su estética y la que citas menos aún. En cuanto al parecido que ves entre almohada y aldehído, disiento enérgicamente. El emparejamiento ei me sugiere algo afilado y tirando un poco a cursi, nada que ver con el acogedor oa. Y luego que cae en el exceso de des: la que en almohada vale para rematar airosamente la sílaba mo (corazón del vocablo) se convierte en aldehído en una repetición casi gangosa. Lo siento, pero no.

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    2. Por "ergonómico", lo que sentí fue simple curiosidad porque sonaba un tanto peculiar. Sobre "aldehído", ¡lástima! Como dices, ¡sobre gustos..!

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  7. Sí que almohada es una bonita palabra que además suena mucho mejor que el "oreiller" o el "coussin" franceses. En cambio, "femme" me parece más bonita que su equivalente en los idiomas que mencionas o que el "woman" inglés.
    Arroyo es otra palabra hermosa, aunque yo nunca fui capaz de pronunciar esa r, me sale una pronunciación a la francesa.
    Pero, como dice Lansky, ninguna se puede comparar con el mar, la mar. (Curiosa, o significativamente, en francés mar y madre se pronuncian igual.)

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    1. Coincidencia lingüística que resulta muy pertinente, pienso.

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  8. Cuánto da de sí una almohada, la verdad es que tiene un sonido cálido y esponjoso. Difícil ejercicio el de elegir la palabra más hermosa, nunca me lo había planteado, pero bueno si tuviera que elegir una, quizás elegiría elixir.

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