Confesión (3)
— Así que tú eres Amaranta ... Y te apellidarás Buendía, supongo.
— Es probable, tanto como que tú seas un gangster judío con casinos en La Habana.
— Eso fue hace mucho, antes de Fidel, y mira ahora lo cascado que está el comandante.
— Vale, y ahora, ¿me puedo sentar?
Esta breve esgrima dialéctica había durado los cuatro pasos que distaba la puerta del apartamento 411 del edificio Gante de la pequeña sala mobiliario estándar. Había tocado a las cuatro y media exactas y la puerta se abrió inmediatamente, aún reverberaba el timbrazo. Lansky era un hombre corpulento (1,85 y casi noventa kilos, calculé), de unos cincuenta y pocos, la cabeza totalmente afeitada y barba de tres días, mirada directa, inteligente, muy parecido a Zidane, el futbolista. Una primera impresión más que agradable, vamos que el tío me gustó de entrada, lástima.
Con un gesto displicente me señaló el sofá de dos plazas tapizado a flores que se apoyaba contra la pared. Un detalle de buena educación, pensé, mientras lo veía agacharse tras la barra de la cocina americana y asomar con una botella y dos vasos. Supongo que te gusta el whisky, éste es un malta excepcional, un descubrimiento reciente, japonés. Creí advertirle un amago de sonrisa, ambos estamos examinándonos, me dije, pero él quiere llevar la iniciativa. Me sirvió dos dedos, para que lo saborees, me dijo, luego, si quieres, te añado agua. El whisky no me gusta, cogí el vaso clavándole los ojos, bebí un sorbo, despacio, dejando que el líquido reposara contra el paladar, entraba fresco pero acababa con un golpe áspero. Delicioso, afirmé, dejando el vaso sobre la mesa. ¿Te pongo agua? Un poco, contesté, la verdad es que no estoy demasiado acostumbrada a beber. Sí, son cuarenta y tres grados y dieciocho años, ¿has notado el aroma a cereza? Voy a tener que currarme el aprobado, y puse mi mano izquierda sobre su derecha, deteniendo el acercamiento de la jarra; no pudo evitar un ligero respingo de sorpresa. Espera, deja que dé otro sorbo. Tienes razón, le contesté, y noto también tonos de fresas y albaricoques, ¿acierto? Probablemente, no podría asegurártelo, como te digo, lo he descubierto hace poco y me ha entusiasmado; lo que sé es que se produce al modo tradicional japonés, en la destilería más antigua de ese país. Le sonreí y tiré ligeramente de su mano para que me sirviera un poco de agua. Luego se sirvió su vaso y se sentó en el sillón que daba la espalda a la puerta. Parecía más relajado: ¿fin del primer asalto?
— Te imaginaba más joven — fue su primera frase, los dos ya sentados, y pensé que no era la mejor para empezar a hablar de negocios.
— Yo también a ti, la verdad — me lo había puesto a huevo, pero era cierto: demasiado mayor para el trabajo que quería encargarle.
— Más joven pero menos guapa y, desde luego no tan culta — no se daba por aludido (de momento) y pasaba al piropo; ¿quería caerme bien? — Siempre es una sorpresa agradable. Contéstame a una pregunta: ¿cómo es que una chica de tu edad sabe quién fue Meyer Lansky?
— Podría contarte que me interesa la historia norteamericana de mediados del XX o que soy una cinéfila, fanática del Padrino.
— Hyman Roth, sí, El Padrino 2, Lee Strasberg — se le ensanchó la sonrisa — Podrías contarme eso pero ...
— Pero lo cierto es que nunca había escuchado ese nombre hasta que llegué a ti. Soy meticulosa, así que lo primero que en ese momento fue teclearlo en google.
— Claro, cómo no se me había ocurrido. La maldita internet ...
— Pues no parece que reniegues de ella en la práctica ...
— No, y no creas que no la valoro, al contrario; a veces, sin embargo ... Da igual, cosas mías — el rostro se le había ensombrecido.
— Parece que te he decepcionado.
— Al contrario, has confirmado mis suposiciones y eso siempre es halagador.
— ¿Y por qué adoptas como nombre profesional el de un delincuente? ¿No te parece una elección poco adecuada? Lo digo porque llamarás la atención.
— Obviamente, si decidí llamarme así no pudo parecerme poco adecuado. — Vaya, el tío se mosqueaba, demasiado susceptible, había que recular.
— No quería molestarte, perdona, es sólo que me pareció extraño que ...
— No pasa nada, no te preocupes. El porqué de Lansky es una historia larga, personal. Quizá en otro momento, en otras circunstancias, te la cuente. Además, el asesino no debe hablar de sí mismo con su cliente, ¿no te parece?
Bien, parecía que ya estábamos en disposición de entrar al grano. ¿Cómo empezar? En el bolso llevaba el expediente que cuidadosamente había preparado durante estos meses; quizá sacarlo y colocarlo sobre la mesa baja que había entre nosotros. Puede que eso fuera demasiado brusco, que le sentara mal; no sabía a qué atenerme con ese hombre, tan enigmático, aún cuando intuía que mucho de ese misterio era impostura, voluntad de mantener su ventaja frente a mí. En fin, que sea él quien marque el ritmo; él es quien tiene la experiencia. Esta es la primera vez que contrato a un sicario. Pero Lansky seguía en silencio, como esperando que moviera ficha en ese crispante ajedrez dialogado.
— El asesino no debe hablar de sí mismo con su cliente — repetí su frase; alguna vez había escuchado que era una buena técnica para ganar tiempo, para mantener viva una conversación. — Supongo que no, pero yo no quiero contratar un asesino, así que no es el caso.
— Ya, lo que pasa es que el único servicio que ofrezco es el asesinato. Soy un asesino.
— Entonces, ¿para qué has aceptado que nos veamos? Yo no quiero contratar un asesinato.
— Ya lo sé. Tampoco yo habría aceptado por la cantidad que ofreces. Mi tarifa mínima, gastos aparte, es más o menos el doble.
— No te entiendo, ¿qué pretendes? ¿Convencerme de que mi hombre ha de ser asesinado? ¿Subirme el precio?
— No entiendes, en efecto. No, no quiero convencerte de nada, ni mucho menos negociar el precio de mis servicios como si estuviéramos en un zoco. Si así fuera, no estaríamos sentados frente a frente. Yo nunca conozco a mis clientes.
— ¿Entonces?
Me estaba desconcertando, cabreando incluso. ¿Se burlaba de mí? La atracción que sentía hacia aquel tipo se iba convirtiendo en aversión rencorosa. Tanto tiempo de esforzado trabajo para llegar a este fondo de saco, toparme con este cretino altanero. Respiré profundamente. Tenía que salir del laberinto; sin duda Lansky me estaba probando, querría asegurarse. ¿Por qué si no las molestias de coger un avión, pasar dos o tres días fuera de su casa? Porque yo se lo estoy pagando todo, estúpida, me contesté; este ha querido aprovecharse de mí para darse un paseíto turístico.
— Por si te tranquiliza, no he venido para vacilarme de ti ni para hacer turismo; ninguna de esas dos cosas forma parte de mis aficiones. — Mierda, para colmo es telépata, o es que mis pensamientos son demasiado transparentes.
— Vamos a ver, Rafael, — era la primera vez que lo llamaba por el nombre de pila, por muy falso que fuera; quería mostrar mi voluntad de acercamiento – te he contado por internet lo que quiero, te he explicado a grandes rasgos cómo ha de hacerse, incluso creía haberte convencido de que mi hombre (era la segunda vez que usaba el posesivo) merece este ... castigo.
— Lo has hecho, es verdad, pero no hacía falta. De hecho, ningún hombre merece lo que tú llamas castigo o, por el contrario, puede que cualquiera; en todo caso, para mí sus posibles culpas son irrelevantes. Soy un asesino a sueldo, mato por un precio, así de simple.
— Estás mintiéndome. Me consta, así me lo han asegurado quienes te conocen bien, colegas profesionales, que sólo aceptas víctimas que te convenzan, si así puede decirse.
— Sí, es verdad. Pero no por cuestiones morales, no en función de que tengan más o menos "merecimientos". Tengo mis propios criterios que, discúlpame, no son de tu incumbencia.
— Vale, no intento sonsacarte. Pero lo cierto es que sabías en qué consistía el encargo y has aceptado venir a cerrar el trato. Comprenderás que espere que, a pesar de dedicarte sólo al asesinato, a pesar de no conocer nunca a tus clientes, este caso pueda ser la excepción que confirma la regla, ya sabes: siempre hay una primera vez. Al fin y al cabo, si eres capaz de asesinar, también has de serlo de dar una buena paliza, un asesinato incompleto, ¿por qué no?
— Me repatean los tópicos y acabas de soltar dos de una tacada. Córtala ya o no llegaremos a ninguna parte. No voy a aceptar tu encargo.
— Entonces, de nuevo, ¿para qué demonios has venido? ¿Por qué me haces perder el tiempo?
— ¿Hacerte perder el tiempo? Confío en que dentro de poco no pienses así. Pero te contestaré a tu primera pregunta: he venido porque tú me has interesado, no como cliente. Y creo que necesitas ayuda y puede que esté dispuesto a dártela.
— Que puedes estar dispuesto a ayudarme, manda narices. Me ayudarías pero no haciendo lo que quiero que hagas.
— Así es, te ayudaría sin hacer lo que ahora quieres que haga; pero sólo si es que terminas de convencerme, si lo que me falta por saber de tu historia cumple mis expectativas Por ejemplo, dime, el hombre al que quieres castigar, la víctima, es tu padre, ¿verdad?
— Te imaginaba más joven — fue su primera frase, los dos ya sentados, y pensé que no era la mejor para empezar a hablar de negocios.
— Yo también a ti, la verdad — me lo había puesto a huevo, pero era cierto: demasiado mayor para el trabajo que quería encargarle.
— Más joven pero menos guapa y, desde luego no tan culta — no se daba por aludido (de momento) y pasaba al piropo; ¿quería caerme bien? — Siempre es una sorpresa agradable. Contéstame a una pregunta: ¿cómo es que una chica de tu edad sabe quién fue Meyer Lansky?
— Podría contarte que me interesa la historia norteamericana de mediados del XX o que soy una cinéfila, fanática del Padrino.
— Hyman Roth, sí, El Padrino 2, Lee Strasberg — se le ensanchó la sonrisa — Podrías contarme eso pero ...
— Pero lo cierto es que nunca había escuchado ese nombre hasta que llegué a ti. Soy meticulosa, así que lo primero que en ese momento fue teclearlo en google.
— Claro, cómo no se me había ocurrido. La maldita internet ...
— Pues no parece que reniegues de ella en la práctica ...
— No, y no creas que no la valoro, al contrario; a veces, sin embargo ... Da igual, cosas mías — el rostro se le había ensombrecido.
— Parece que te he decepcionado.
— Al contrario, has confirmado mis suposiciones y eso siempre es halagador.
— ¿Y por qué adoptas como nombre profesional el de un delincuente? ¿No te parece una elección poco adecuada? Lo digo porque llamarás la atención.
— Obviamente, si decidí llamarme así no pudo parecerme poco adecuado. — Vaya, el tío se mosqueaba, demasiado susceptible, había que recular.
— No quería molestarte, perdona, es sólo que me pareció extraño que ...
— No pasa nada, no te preocupes. El porqué de Lansky es una historia larga, personal. Quizá en otro momento, en otras circunstancias, te la cuente. Además, el asesino no debe hablar de sí mismo con su cliente, ¿no te parece?
Bien, parecía que ya estábamos en disposición de entrar al grano. ¿Cómo empezar? En el bolso llevaba el expediente que cuidadosamente había preparado durante estos meses; quizá sacarlo y colocarlo sobre la mesa baja que había entre nosotros. Puede que eso fuera demasiado brusco, que le sentara mal; no sabía a qué atenerme con ese hombre, tan enigmático, aún cuando intuía que mucho de ese misterio era impostura, voluntad de mantener su ventaja frente a mí. En fin, que sea él quien marque el ritmo; él es quien tiene la experiencia. Esta es la primera vez que contrato a un sicario. Pero Lansky seguía en silencio, como esperando que moviera ficha en ese crispante ajedrez dialogado.
— El asesino no debe hablar de sí mismo con su cliente — repetí su frase; alguna vez había escuchado que era una buena técnica para ganar tiempo, para mantener viva una conversación. — Supongo que no, pero yo no quiero contratar un asesino, así que no es el caso.
— Ya, lo que pasa es que el único servicio que ofrezco es el asesinato. Soy un asesino.
— Entonces, ¿para qué has aceptado que nos veamos? Yo no quiero contratar un asesinato.
— Ya lo sé. Tampoco yo habría aceptado por la cantidad que ofreces. Mi tarifa mínima, gastos aparte, es más o menos el doble.
— No te entiendo, ¿qué pretendes? ¿Convencerme de que mi hombre ha de ser asesinado? ¿Subirme el precio?
— No entiendes, en efecto. No, no quiero convencerte de nada, ni mucho menos negociar el precio de mis servicios como si estuviéramos en un zoco. Si así fuera, no estaríamos sentados frente a frente. Yo nunca conozco a mis clientes.
— ¿Entonces?
Me estaba desconcertando, cabreando incluso. ¿Se burlaba de mí? La atracción que sentía hacia aquel tipo se iba convirtiendo en aversión rencorosa. Tanto tiempo de esforzado trabajo para llegar a este fondo de saco, toparme con este cretino altanero. Respiré profundamente. Tenía que salir del laberinto; sin duda Lansky me estaba probando, querría asegurarse. ¿Por qué si no las molestias de coger un avión, pasar dos o tres días fuera de su casa? Porque yo se lo estoy pagando todo, estúpida, me contesté; este ha querido aprovecharse de mí para darse un paseíto turístico.
— Por si te tranquiliza, no he venido para vacilarme de ti ni para hacer turismo; ninguna de esas dos cosas forma parte de mis aficiones. — Mierda, para colmo es telépata, o es que mis pensamientos son demasiado transparentes.
— Vamos a ver, Rafael, — era la primera vez que lo llamaba por el nombre de pila, por muy falso que fuera; quería mostrar mi voluntad de acercamiento – te he contado por internet lo que quiero, te he explicado a grandes rasgos cómo ha de hacerse, incluso creía haberte convencido de que mi hombre (era la segunda vez que usaba el posesivo) merece este ... castigo.
— Lo has hecho, es verdad, pero no hacía falta. De hecho, ningún hombre merece lo que tú llamas castigo o, por el contrario, puede que cualquiera; en todo caso, para mí sus posibles culpas son irrelevantes. Soy un asesino a sueldo, mato por un precio, así de simple.
— Estás mintiéndome. Me consta, así me lo han asegurado quienes te conocen bien, colegas profesionales, que sólo aceptas víctimas que te convenzan, si así puede decirse.
— Sí, es verdad. Pero no por cuestiones morales, no en función de que tengan más o menos "merecimientos". Tengo mis propios criterios que, discúlpame, no son de tu incumbencia.
— Vale, no intento sonsacarte. Pero lo cierto es que sabías en qué consistía el encargo y has aceptado venir a cerrar el trato. Comprenderás que espere que, a pesar de dedicarte sólo al asesinato, a pesar de no conocer nunca a tus clientes, este caso pueda ser la excepción que confirma la regla, ya sabes: siempre hay una primera vez. Al fin y al cabo, si eres capaz de asesinar, también has de serlo de dar una buena paliza, un asesinato incompleto, ¿por qué no?
— Me repatean los tópicos y acabas de soltar dos de una tacada. Córtala ya o no llegaremos a ninguna parte. No voy a aceptar tu encargo.
— Entonces, de nuevo, ¿para qué demonios has venido? ¿Por qué me haces perder el tiempo?
— ¿Hacerte perder el tiempo? Confío en que dentro de poco no pienses así. Pero te contestaré a tu primera pregunta: he venido porque tú me has interesado, no como cliente. Y creo que necesitas ayuda y puede que esté dispuesto a dártela.
— Que puedes estar dispuesto a ayudarme, manda narices. Me ayudarías pero no haciendo lo que quiero que hagas.
— Así es, te ayudaría sin hacer lo que ahora quieres que haga; pero sólo si es que terminas de convencerme, si lo que me falta por saber de tu historia cumple mis expectativas Por ejemplo, dime, el hombre al que quieres castigar, la víctima, es tu padre, ¿verdad?
Pues habrá que esperar para ver cuáles son sus motivos...
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