Daniel Viglietti
Ha muerto Viglietti. En Montevideo, donde nació, donde vivía desde que regresó de su exilio en 1984. Ha muerto, leo, de complicaciones durante una operación, parece que cardiaca. Tenía 78 años.
Lo conocí en el otoño de 1973, yo era un crío de catorce años, él tenía 34 y ya lo habían echado del Uruguay (eran los inicios de la Dictadura). Lo descubrí entre la pila de elepés que guardaba mi padre en su despacho, debajo del viejo pick-up Phillips. El disco era Canciones para el Hombre Nuevo (1968) y muchas de ellas, casi todas, se me grabaron indelebles en la memoria, hasta hoy.
Era, desde luego, un disco revolucionario, integrado en lo que entonces se llamaba la canción protesta latinoamericana. En el despacho de mi padre había no pocos otros elepés de ese movimiento: Violeta Parra, Víctor Jara, Quilapayún, Alfredo Zitarrosa, Atahualpa Yupanqui … Curioso, porque mis padres nada tenían de izquierdosos. Luego, en casa de un amigo con hermanos ya universitarios, escuché más canciones de Viglietti.
En junio de 2010, viajé a Montevideo, para participar en un congreso. Uno de los organizadores, que había estado meses antes en Tenerife y con el que había trabado amistad, me invitó a una reunión de amigos en su casa. Y allí estaba, sí, me lo presentaron y casi no pude articular palabra, por un momento me sentí el chavalín adolescente que se sentaba en el suelo frente al único altavoz de aquel tocadiscos. Daniel –por su nombre me pidió que lo llamara– no estuvo mucho tiempo, tampoco habló mucho. Pero, acompañado por su guitarra, nos cantó su Milonga de andar lejos, precisamente de ese LP. No me avergonzó notar que se me escaparon algunas lágrimas nostálgicas.
Recuerdo ahora aquella velada y la veo tan nítida que me cuesta creer que han pasado ya más de siete años. Y ayer, de casualidad, navegando por internet, me entero de que el lunes murió Daniel. Me apeno, me emociono, siento un pequeño pinchazo en el alma. Se fue Viglietti. No se me ocurre mejor cosa que ponerme a escuchar, por enésima vez, esas canciones para el hombre nuevo, que, me temo, no llegó nunca a nacer (supongo que estas letras y músicas poco han de decir a los jóvenes de estos días).
Viglietti no fue de los cantores sudamericanos que más escuché en mi adolescencia, pero sí fue, desde luego, uno de ellos. Más o menos por los mismos años que tu, 73 o 74, mis amigos y yo escuchábamos y cantábamos fervorosamente "A desalambrar", "Me matan si no trabajo" y "Duerme,negrito". Curiosamente no conocía, en cambio, la "Canción del hombre nuevo", que acabo de oir en el link de tu post por primera vez. Casi me alegro; me ha parecido una loa bastante desmedida al Che y, sinceramente, no consigo lamentar demasiado que el tal hombre supuestamente "nuevo", con su fusil por brazo y el resto de atractivas características con que Viglietti lo adorna, muy vistosas pero dudosamente novedosas, no llegara nunca a nacer. Le disculpo los entusiasmos guerrilleros al autor, que en paz descanse. Eran otros tiempos. Pero celebro no haber tenido la tentación de compartirlos en mis frágiles, idealistas e impresionables quince años. Lo cierto es que todos aquellos ardores revolucionarios que tanto iluminaron mi juventud me despiertan una innegable ý dulce nostalgia, sí, pero me suenan, cuarenta y tantos años después, de muy otra forma que entonces.
ResponderEliminarA mí, cuarenta y pico años después, supongo que también estas canciones me dicen cosas muy distintas a las que podían decirme entonces. No obstante, como a ti, me despiertan emociones nostálgicas y he de reconocer que éstas me bastan y sobran.
EliminarSí, todos esos son nombres de los que escuchábamos en los finales de nuestras adolescencias (aunque no solo, que conste, que por esos años empecé a descubrir el rock). En cuanto a tu cantautor vallecano, ¿no sería Luis Pastor?
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