domingo, 11 de marzo de 2018

Plataformas profesionales

Veo un reportaje en la tele (la Sexta) sobre plataformas profesionales. “Plataforma” es una palabra que se ha convertido en una especie de “comodín semántico” y, como todos estos comodines, más o menos entendemos a lo que se refiere pero no seríamos capaces de definir su significado con rigor o precisión mínimos. La acepción primera e indiscutible es la tablero horizontal, descubierto y elevado sobre el suelo, donde se colocan personas o cosas. Una plataforma profesional adquiere su significado por vía metafórica: un espacio virtual (de internet) en el que se colocan ofertas de servicios para que al demandante le sea fácil obtener lo que quiere. Pues el caso es que me entero de que hay ya plataformas para ofrecer servicios profesionales de las que antes (no sé si todavía) se llamaban “profesiones liberales”: médicos, abogados, arquitectos …

En el reportaje televisivo mostraron algunos ejemplos de la plataforma Doctoralia en los que los pacientes se habían sentido defraudados. Parece que quienes controlan esa web (y ganan dinero poniendo en contacto pacientes con médicos) no toman mínimas precauciones para garantizar un suficiente nivel de seguridad. Por ejemplo, parece que cualquiera puede anunciarse, sin que se les pida demostrar que son realmente médicos. Además, tampoco hay ninguna certeza de que los comentarios sobre cada profesional sean escritos verdaderamente por pacientes que lo hayan visitado. Yo jamás he ido a un médico tras buscarlo en internet pero parece que cada vez son más los profesionales de la salud que consiguen clientes a través de plataformas de este tipo. Si eso es así, llama la atención que no se garantice una mayor seguridad. La excusa –que a mi juicio no es defendible– de estas empresas es que ellos lo único que hacen es poner en contacto oferta y demanda, sin responsabilizarse en nada de lo que ocurra a partir de ese momento.

También hablaron en el programa de una plataforma dedicada a ofrecer servicios de abogados. Por lo visto, los profesionales se apuntan y reciben un aviso cada vez que en la central entra una petición de servicio (por ejemplo, llevar un divorcio con hijos menores). Si al abogado le interesa, tiene que “comprar” el contacto y a cambio del pago recibe la información completa, incluyendo los datos de contacto. Entonces le envía una oferta al cliente potencial. Ahora bien, la central puede dar la información hasta a cuatro abogados, con lo cual el cliente puede llegar a disponer de cuatro ofertas (además de las que obtenga por otras vías). Es decir, que lo que el abogado está comprando es simplemente la posibilidad de ofrecer sus servicios; de ahí a que efectivamente le contraten todavía falta un paso. Según decía uno de los usuarios, este tipo de plataformas ha hecho que bajen los precios profesionales pero, al mismo tiempo, le permite conseguir clientes en unos tiempos de mucha dificultad.

El reportaje no se ocupaba de plataformas para arquitectos, pero imagino que habrá. En todo caso, lo que me resultó sorprendente es que parece que profesionales que tradicionalmente consideraban impropio ofrecer sus servicios en el mercado, publicitarlos como si se tratara de cualquier producto de consumo, se ven obligados a “venderse”. Pareciera que actualmente lo primordial no es la calidad profesional sino la visibilidad. Ciertamente que seas buen profesional debería traducirse en más clientes ya que, se supone, los que hayas tenido previamente subirán comentarios elogiosos a la plataforma a través de la cual te anuncias. Bien es verdad que no siempre los comentarios de los clientes miden la calidad profesional, pero ello no quita que lo está ocurriendo es, simplemente, que los servicios profesionales se ponen a competir en un mercado virtual, con las inevitables dosis de banalización que eso conlleva.

Uno de los entrevistados es el presidente del Colegio de Médicos (de Madrid, supongo) quien, a propósito de las plataformas de salud, dice que su institución no puede hacer nada. No le tengo ningún cariño a los colegios profesionales, ni en términos generales (me parecen residuos medievales que defienden privilegios, aunque a estas alturas ya van de capa caída) ni en los personales (el Consejo de Arquitectos, en su día, se ocupó de putearme), aunque a pesar de ello estoy colegiado, y eso que no lo necesito (explicar las razones me llevaría otro post). La cuestión es que cuando oigo a representantes colegiales decir lo que dijo ese de los médicos, me reafirmo en la inutilidad de esos gremios obligatorios. Porque si la misión fundamental de los colegios es dar servicios a los profesionales por supuesto que podrían hacer muchas cosas. Por ejemplo, centrándonos en este asunto, que cada Colegio organice una plataforma de servicios sólida, segura y abierta a la sociedad. Sin duda que los usuarios se fiarían más de un médico avalado por el Colegio respectivo; los abogados podrían acceder a las demandas de servicio sin pagar por ello (iría en la cuota de colegiación). Pero parece que a los señores de los Colegios profesionales todo esto les parece ajeno. Y por eso, entre otras muchas más razones, así les va.

7 comentarios:

  1. Cuando aprobé hace muuchos años la oposición, la colegiación era obligatoria para el peculiar cuerpo de funcionarios al que pertenezco, así que me vi colegiado sin especial decisión por mi parte. Aparte de que una pequeña parte de mi sueldo mensual se me descontaba como cuota, y que se me convocaba anualmente a una asamblea y comida "de hermandad" a la que jamás asistí, no advertí ningún otro efecto, ni beneficiosos ni perjudicial, que me procurase la colegiación. Hasta que en un concurso de traslado vi mi nombramiento impugnado por el Colegio. Al parecer se daban numerosos casos de "apaños" en muchos de los nombramientos como el mío y el Colegio, celoso de la legalidad y de los intereses de los colegiados, decidió impugnarlos todos. Detenerse a ver cuál estaba amañado y cuál no era excesivo trabajo, por lo visto. Como el Abad Amaury, el Colegio decidió cargar indiscriminadamente contra todos, y que Dios reconociera a los suyos. Tuve suerte, y como en mi caso no había trampa alguna, Dios me reconoció como suyo y mi nombramiento salió indemne. Pero el asunto me molestó. Que mi cuota financiara una impugnación injusta, que solo por suerte no llegó a perjudicarme, me decidió a pedir la baja en el Colegio, que entonces ya era legalmente posible. A partir de entonces nunca he estado colegiado, con los mismos efectos, exactamente, que antes me producía estarlo: ninguno, pero un poco más baratos. Años después tuve problemas y suprimieron ilegalmente la plaza que ocupaba. El Colegio me ofreció toda su simpatía y comprensión, pero no movió un dedo en mi favor. Me sentí, eso sí, muy apoyado, emocionalmente hablando. (Debo decir que la ayuda que recibí de los sindicatos fue exactamente igual de efectiva, pero sin la parte de apoyo emocional: funcionario elitista y privilegiado como al parecer soy, a los sindicalistas ni siquiera les caía bien. La impresión general era que, mal mirado, tampoco estaba tan mal que de vez en cuando el puteado resultara ser uno de los habitualmente privilegiados).

    Mi fe en la utilidad y conveniencia de estas corporaciones profesionaes es, por todo ello, francamente limitada. Con todos sus defectos, una plataforma de servicios profesionales como la que describes podría ser útil. De manera que, naturalmente, los colegios profesionales se mantendrán santamente alejados de semejante idea. ¿Novedoso y encima útil? Lagarto, lagarto. Anatema sit. Sigamos celebrando comidas anuales de hermandad sin mancharnos con semejantes invenciones.

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    1. El reputado abogado administrativista que llevó mi convalidación cuando el CSCA la impugnó (no digo el nombre porque es bastante conocido), ante mis denuestos contra los Colegios, me decía que entendía que estuviera cabreado pero que una vez que se resolviera mi contencioso y "me admitieran" en su seno, vería que son instituciones que conviene defender y mantener. Pasados muchos años, sigo sin estar de acuerdo con aquel buen señor.

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  2. Tengo una historia similar. En el comienzo de los años 70 yo estaba colegiado en el Colegio de Doctores y Licenciados (Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias), porque era un nido de “rojería” contra el régimen franquista y porque me permitió crear una Comisión de Medio ambiente que acogió benévolamente en su seno. Años después, en la Transición, surgió el colegio de biólogos al que nunca me adscribí, tampoco me obligaron; en lugar de eso me sindiqué. Los organismos corporativos o gremiales nunca han gozado de mis simpatías, salvo cuando vivía en el Medioevo y sentía la necesidad de defenderse de los abusos de la nobleza.

    Sin embargo, al revés que Vanbrugh, yo sí creo que tienen una utilidad, la de mantener los privilegios y exclusividad de sus colegiados, como cuando el colegio de Ingenieros agrónomos negó la convalidación de la titulación homologa de mi ex a pesar de que el número de créditos de su carrera extranjera era mayor que los de la de la titulación española.

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  3. Coño, Lansky, ¡viviste en el medioevo!

    Ahora en serio, antes que a tu ex, a principios de los ochenta el Consejo de Colegios de Arquitectos se dedicó a impugnar las convalidaciones de titulos hispanoamericanos (a pesar de los convenios vigentes de homologación). De hecho, yo fui uno de los afectados (de los primeros, según creo), aunque luego gane el pleito en el Supremo. La justicia poética del asunto es que cuando, debido a la reciente crisis en el sector, muchos arquitectos españoles han ido a buscarse la vida a países hispanoamericanos (lo sé por el Perú), para convalidarles los títulos les piden que acrediten el comportamiento de los colegios españoles al respecto.

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  4. Servidor no está colegiado y nunca le han preguntado por ello... Tampoco creo que estarlo hubiera mejorado mis posibilidades profesionales, así que así me quedaré.

    Respecto a la existencia de estas plataformas, has dado en el clavo en que les importa más la visibilidad que la profesionalidad. Internet ya ni perdona ciertos sectores profesionales, todo se empieza a reducir a una feria en la que cada cual grita "¡Pasen y vean!". Y acaba triunfando lo rocambolesco y exagerado que llame la atención del público, todavía mejor si se ofenden para sí asegurar una polémica que garantice que hablen de uno, aunque sea mal.

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  5. Los Colegios siguen existiendo justamente porque son obligatorios. Lo cual, a mi modo de ver, poco bueno dice de ellos.

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