jueves, 9 de agosto de 2018

Etapa 4: La Matanza de Acentejo - Santa Úrsula

Aparco junto al Ayuntamiento de La Matanza y subo por la Av. Tinguaro hasta la Calle Real, el camino tradicional de medianías; es cuesta arriba pero no excesiva pendiente y sólo unos doscientos metros. Doblo a la derecha por la Calle Real, a cuyos bordes van disponiéndose anodinas viviendas de reciente construcción intercaladas entre grupos de edificaciones más antiguas con el cutre aspecto de estas medianías; lo único destacable, el Teide que se yergue enfrente. A unos quinientos metros me encuentro una glorieta en la que confluye con la carretera general del Norte. La sigo por un breve trecho hasta la calle Guía, por la que bajo hasta la de Acentejo. Sigo descendiendo por esta última y atravieso la autopista TF5 por un túnel; una vez al otro lado, cojo la vía de servicio en sentido suroeste, hacia La Victoria. A mi derecha ladera abancalada –antiguos cultivos en su mayoría abandonados–, lo acantilados y el mar. A i izquierda aparece una casona amarilla de origen claramente agrario que ha sido reconvertida en restaurante; justo al lado la desembocadura del barranco de Acentejo, que da nombre a los dos municipios cuyo límite define. En este barranco se libraron dos de las batallas fundamentales de la conquista castellana de la Isla. La primera, probablemente en mayo de 1494, fue en la parte alta; un ataque de los guanches que, a pedradas y bastonazos, derrotaron a los españoles causándoles fuertes pérdidas; de ahí que uno de los municipios se denomine La Matanza. La segunda, en diciembre de 1495, con mucha mejor organización de las tropas de Fernández de Lugo que aprovecharon sus ventajas “tecnológicas”, acabó con la derrota de los aborígenes y el sometimiento de final de la Isla. Eufórico, el Adelantado hizo construir una ermita en honor a Nuestra Señora de la Victoria que se convierte en el germen de la población de su mismo nombre. Paso el barranco, cruzo de nuevo la autopista (esta vez por encima) y me dispongo a entrar en el pueblo de la Victoria de Acentejo.

Nada más salir del nudo de la autopista empieza la calle Santo Domingo: a mano derecha está la zona recreativa del Palmeral, en la que un ruidoso grupo está de sobremesa. A la izquierda, un conjunto de tres viviendas rurales tradicionales que ha sido rehabilitadas por el Ayuntamiento para conformar el Museo Etnográfico que, cómo no, está cerrado. Vuelvo a la calle Santo Domingo y llego a la ermita y exconvento de ese Santo. El conjunto fue construido en la segunda mitad del XVII por don Pedro de Ponte y Molina, de la famosa familia genovesa que tan poderosa fue en la Isla. Que la ermita se pusiese bajo la advocación del santo burgalés se debe, según dicen las crónicas oficiales, a la devoción que hacia él sentía Ponte pero a mí me parece más probable que fuera para hacer la pelota a los dominicos que, desde el principio de la conquista, eran la orden de más influencia en el archipiélago. Lo que está claro es la propia casona solariega serviría después como parada y fonda de esos frailes en sus desplazamientos hacia las villas norteñas, La Orotava y, sobre todo, Garachico. Justo al lado, el Ayuntamiento ha hecho una plaza con equipamientos culturales que es un verdadero horror, otro ejemplo más de falta de sensibilidad estética. Retrocedo unos metros para subir por la calle Sanabria, una fortísima cuesta en dos tramos: 300 metros hasta la carretera general a más del 20% de pendiente y otros 100 metros hasta la calle Pérez Díaz con un poquito menos (pero solo un poquito) de inclinación. Llegó agotado, zigzagueando los últimos metros como los ciclistas en los puertos alpinos.


Estoy ya frente a la Iglesia, que se localiza en el mismo lugar donde el Adelantado erigió la ermita de la victoria e incluso, según dicen algunos, casi donde fue la batalla. En todo caso, si creemos las crónicas, aquí se celebró la primera misa, con tañer de campanas que se colgaron del pino que aún subsiste en la parte trasera del templo. Se empezó a construir la actual iglesia (que se llama de Nuestra Señora de la Encarnación y no de la Victoria, como creía) en 1537 pero, tras un incendió en 1589, se reconstruyó, mejoró y amplió hasta el siglo XVIII. Me senté delante de la fachada principal, a recobrar fuerzas y disfrutarla; hacía por lo menos veinticinco años que no venía por esta plaza y, la verdad, merece la pena, no está nada mal. Del interior del templo, aparte de las numerosas imágenes marianas, debe destacarse el excelente artesonado mudéjar. Sigo caminando por la cara Sur del templo y me encuentro con el cementerio, cuya entrada –primero una escalera coronada por dos cipreses y luego un pórtico de hormigón visto que deja ver una estructura metálica con claraboya– me llama la atención. Descubro que recientemente, para mejorar y ampliar la instalación, el Cabildo financió unas obras que, en lo fundamental, consistieron en techar los feos bloques de nichos. El resultado me sorprende muy agradablemente. Bajo de la plaza justo junto al Ayuntamiento del pueblo (una edificación reciente de “estilo canario”; esto es, ventanas de guillotina y balconada corrida de imitación). Camino por la calle Pérez Díaz en sentido contrario a la meta de esta etapa (es decir, hacia La Matanza) para llegarme hasta la ermita del Calvario. Se trata de una pequeña edificación con techo a dos aguas, espadaña, puerta central y dos ventanas, todos los vanos en arco de medio punto. No tiene demasiado valor (parece que sustituyó a un templo de estilo clásico) pero en este núcleo urbano cualquier cosita que no sea horrorosa se agradece.

Doblo a la derecha por la calle Los Cercados, otra cuesta empinada pero esta vez es un tramo corto (80 metros) porque se trata solo de llegar a la paralela por arriba, la calle Vista Alegre, para cambiar el sentido de la marcha. Recorro la calle Vista Alegre en toda su longitud (unos 500 metros) y, tras cruzar la del Pino, sigo por Horno de la Teja. Nada interesante que reseñar: se trata de calles mal urbanizadas y flanqueadas de edificaciones de mínima calidad constructiva y pésimo gusto. Baste como ejemplo la que acompaña este párrafo: planta baja revestida en cerámica brillante, puerta de garaje para dar acceso a lo que aquí se llama el “salón” (un espacio de mucha altura libre que vale para cualquier uso), puerta de acceso a la vivienda en madera con columnillas labradas y un tejadillo sobre el umbral; y lo mejor, sin duda, el audaz voladizo en zigzag diagonal de la planta alta, que se ha quedado sin revestir (práctica frecuente) aunque ya hayan puesto el banderín del bar. Pues eso, bebamos pepsicola a ver si adormecemos cualquier conato de sensibilidad estética. A continuación voy por la calle Arrayanero, otro medio kilómetro cuesta abajo, hasta desembocar en Domingo Salazar. Sigo por ésta hacia la izquierda que enseguida se convierte en Los Bajos y, tras algo menos de 300 metros, acabo en la carretera general. Otros 500 metros más y me sitúo en el puente de Alfonso XIII, conocido popularmente como el puente de Hierro, que cruza el barranco Hondo, que es el que separa los municipios de La Victoria y de Santa Úrsula. Según cuenta la web de La Victoria, este viaducto se ejecutó entre 1908 y 1909 con las entonces modernas técnicas del hormigón y el hierro. Un par de años antes, en marzo de 1906, Alfonso XIII había visitado Tenerife y los ayuntamientos de estos dos municipios, llevados de la mano por una niña vestida de ángel, demandaron al rey un puente que los uniera.


Cruzado Barranco Hondo ya estoy en el término municipal de Santa Úrsula, pero también en su núcleo urbano que, a su vez, no tiene solución de continuidad con el de La Victoria como se prolongará también hacia el vecino de La Orotava. Se trata de un poblamiento continuo, edificaciones adosadas frente a los escasos viarios, que en ciertas áreas se densifican dando origen a algo que tiende a ser, sin conseguirlo del todo, lo que llamamos malla urbana. En todo caso, en estos gradientes aleatorios de urbanidad, se aprecia enseguida que Santa Úrsula es menos rural que los dos municipios de Acentejo: una mayor calidad de la urbanización, predominio de las tipologías colectivas. Sin duda se debe a la influencia del turismo, irradiada desde el casi vecino Puerto de la Cruz; pero aun así el paisaje urbano es feo, carente de todo interés. A unos 600 metros del puente de Hierro nace una pequeña calle en pendiente descendente que se llama de La Vera. Bajo por ella hasta la calle Capitán, por la que doblo a la izquierda. Ahí, haciendo esquina, se alza la casa de la Vera o de los Capitanes. Se trata de una hacienda de campo construida en 1860 por Diego González Martín, capitán del destacamento militar, y tiene como singularidad más relevante que la fachada está decorada con un esgrafiado de gran detallismo, una técnica muy poco frecuente en la isla de Tenerife. Cabe destacar, además, la carpintería, tanto de las ventanas como del balcón. Ahora bien, pese a estar reconocida como uno de los inmuebles de mayor valor patrimonial del municipio, se encuentra en un lamentable estado de abandono.


La calle Capitán, muy cortita, desemboca en la Carretera Vieja, por la que camino algo más de trescientos metros para doblar a la derecha por la rambla del Doctor Pérez, así llamada (supongo) porque tiene una mínima mediana en la que han plantado unos todavía raquíticos árboles; tal vez pretendían emular en versión local la rambla santacrucera. El primer tramo, como no está edificado en su margen norte, permite una buena panorámica hacia el mar y, en primer plano, a un centro comercial de reciente implantación (Lidl). Esta calle remata contra el pequeño núcleo fundacional del pueblo: la plaza en torno a la cual se erige la Iglesia y, al otro lado, el Ayuntamiento viejo. Opto por bordear este conjunto por la calle Calvo Sotelo que, en su punto más bajo da acceso al cementerio municipal, que está cerrado. Luego, de subida, me detengo a ver el edificio viejo del Ayuntamiento que exhibe coronando su fachada el escudo en piedra del régimen anterior. Pero es que la plaza se llama del General Franco, así que por lo que se ve en Santa Úrsula no tienen demasiadas ganas de actualizar símbolos y callejero. La Iglesia y la plaza datan de finales del XVI, cuando el alcalde Alejo Pérez cedió los terrenos a condición de que el templo se advocara a Santa Úrsula, que era el nombre de su hija. Este de una sola nave en forma de cruz latina con capilla mayor y dos laterales, separados por arcos de cantería azul de Acentejo; la fachada es de piedra molinera, a excepción de la portada, y la parte superior de cantería más depurada y rematada en una cornisa pétrea a dos aguas y espadaña lateral. Una iglesia bastante más pequeña y discreta que la de La Victoria.

Aunque en principio había pensado hacer las etapas con los puntos inicial y final en los ayuntamientos, como todavía no ha anochecido y no estoy cansado, decido seguir la carretera general para acercarme al barrio del Calvario. En el camino antiguo del Calvario, a unos ochocientos metros de la iglesia parroquial, está la ermita de San Luis, de construcción simple y planta rectangular, con un arco de medio punto de cantería en la puerta de acceso, artesonado de madera cubierto con teja árabe y una espadaña con su campana en la izquierda de la fachada; fue erigida a finales del XVII. Al lado está la Casona de San Luis, una edificación de dos plantas, con grandes ventanales y tejado a cuatro aguas. Ha sido rehabilitada recientemente por el Cabildo y actualmente, se utiliza como equipamiento cultural del municipio. En estos días están en fiestas y en el pequeño auditorio del jardín va a haber en breve un concierto de música folklórica. Salgo del complejo a la carretera general hasta la parada de guagua. La etapa está cubierta, ha sido una longitud de 9,3 kilómetros, algo más de lo que ayer pensaba recorrer.


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