sábado, 1 de septiembre de 2018

Etapa 9: San Juan de la Rambla - La Tabona

Esta vez quedé con un amigo. Nos dimos cita a las ocho de la mañana en el que habría de ser el punto de llegada: unos quinientos metros al Oeste de la balsa de la Tabona, en el término municipal de La Guancha (en concreto, en el cruce entre las vías Hoya de Los Pablos y Lugar el Convento). Allí dejé aparcado mi coche y fuimos ambos en el suyo hasta la plaza de la Iglesia de San Juan Bautista, donde había finalizado la etapa octava y, por tanto, había de iniciarse esta novena. Empezamos pues la ruta siguiendo la calle empedrada de la Alhóndiga, llamada así porque al final de la misma, a mano izquierda, se ubica la Casa de la Alhóndiga, edificio de dos plantas y paredes encaladas, construido a comienzos del XVII y cuya planta alta era granero y en la baja sala de juntas, cárcel, carnicería, despacho de pan y otras dependencias propias de los servicios vecinales. Estaba cerrado pero leo que del inmueble original solo quedan los muros exteriores; en la actualidad alberga dependencias administrativas en la planta baja y una salón de actos en la alta. Justo enfrente hay otra edificación de notable interés arquitectónico e histórico: la casa de los Delgado Oramas, construida en el tercer cuarto del siglo XVIII por don Antonio Lorenzo Delgado Oramas de Saá, de una las familias más principales de la localidad. Se trata de un edificio de dos plantas del que destaca un amplio balcón cubierto a tres aguas, con cuatro cuerpos y sustentado por dobles canes, que se abre a la calle por la que subimos. Doblamos a la derecha por la calle que precisamente lleva el nombre de Antonio Oramas y que define el límite Sur del casco urbano; es un paseo en subida, agradable por la calidad de las edificaciones, la mayoría de arquitectura tradicional. Doblamos hacia la izquierda por un pequeño ramal de la carretera a San José que sale al puente sobre la TF-5 y, nada más pasar ésta, hacia la izquierda hay una estrecha escalera que lleva al inicio del empinado sendero empedrado que, tras cruzar el barranquillo Poncio, trepa por la ladera hacia las medianías del municipio. Los primeros quinientos metros son los más duros; el camino, con trazado sinuoso y orientación Este, sube algo más de cien metros con una pendiente media en torno al 30%. En ese punto, miramos hacia abajo y se despliega una panorámica magnífica de San Juan de la Rambla y el litoral acantilado, la misma que si estuviéramos volando en parapente.


La segunda parte del camino tiene menos pendiente pero, por el contrario, no está tan bien acondicionada; de hecho no es más que una senda entre la maleza, con varios arbustos y abundantes telarañas que se nos pegan en la cara y cuerpo. Entre flora tan poco atractiva, encontramos no obstante una rezogante tunera (Opuntia ficus-indica) cargada de higopicos que ,i compañero, a quien le encantan, no se resiste a recolectar pagando el casi inevitable precio de unos cuantos pinchazos. Pasamos también por una finca reconvertida en hotel (hotel informal en una antigua granja reformada, dice Google). El acceso, claro, es por una pista asfaltada paralela a la trocha por la que estamos caminando; aún así, no deja de impresionar que hasta parajes tan remotos (en el contexto de la isla) esté llegando el turismo. Al cabo de unos quinientos metros llegamos a una pista asfaltada que se llama Orilla de la Vera que, aunque en ese momento no me doy cuenta, es la misma por la que anduve para pasar del primer al segundo tramo de la bajada del Barranco de Ruiz (el Mirador de Mazapé está a un kilómetro y medio hacia el Este). Doblamos justamente en esa dirección pero caminamos solo centenar y medio de metros y giramos de nuevo hacia arriba por un camino empinado con firme bastante deteriorado de hormigón que discurre entre bancales agrarios, la mayoría en cultivo. Tras unos cuatrocientos metros doblamos hacia la derecha, pasando a través del muro de un bancal, cuyo dueño está por ahí y se interesa por nuestra ruta. Otro poco de camino de tierra para salir a la calle Lomo La Palma, que no es tal, sino otra pista agrícola entre bancales, aunque ésta algo mejor conservada. Unos trescientos metros más y estamos en la carretera de la Vera baja, bien asfaltada y que discurre sensiblemente a nivel. Seguimos por ella en dirección Oeste, cruzamos el barranco de la Chaurera y entramos en el núcleo de Los Quevedos, prácticamente pegado al de San José, que es la capital municipal desde que hace unos años desplazaran aquí el ayuntamiento de San juan de la Rambla. Sin embargo, como para evitar la carretera, nos hemos desviado por una calle trasera que va directamente a la plaza de la Iglesia, no pasamos por delante de la Casa Consistorial (de hecho, pensamos erróneamente que era la fea edificación que hay enfrente de ésta) aunque no nos perdimos nada. La Iglesia de San José tampoco es gran cosa; más parece una ermita grande (con el estilo tradicional de las ermitas urbanas tinerfeñas) con mucha menor prestancia, desde luego que la de San Juan Bautista en el pueblo costero.

Poco más hay que ver en San José, del que salimos por la calle Diecinueve de Marzo y luego la TF-353 que cruza el barranco de la Guancha, límite entre los municipios de San Juan de la Rambla y La Guancha. Entramos en el barrio de La Guancha de Abajo por la calle de la Cruz Verde que corresponde con el trazado histórico del camino que unía el pequeño caserío con San José y en torno al cual, en años recientes, se ha llevado a cabo la expansión urbanizadora. Me pregunto si –como otras– el nombre de esta calle hace referencia a la cruz verde de la Inquisición, que era costumbre llevar en procesión antes de los autos de fe hasta el lugar de la ceremonia, colocándose en el mismo cadalso. Ese es el origen de la calle de la Cruz Verde que hay en el centro de Madrid; sin embargo, no he encontrado que así fuera en este caso ni tampoco en el de la calle que hay en el centro de Santa Cruz (de ésta se sabe que a mediados del XVIII había una cruz verde de tea que podría señalar una de las estaciones del Via Crucis entre las Iglesias de La Concepción y San Francisco). Dejando pues el asunto en el ámbito de las elucubraciones, doblamos a la izquierda por la calle San Antonio, el eje tradicional que une este barrio con el casco histórico. A mano derecha, ubicada en una plaza que es mirador sobre la ladera agraria hasta el mar, se erige la Capilla del Calvario, construcción del siglo XX sin excesivo interés, dedicada a Nuestra Señora del Coromoto. Esta advocación mariana es frecuente en Tenerife (no la había oído fuera) por los estrechos lazos de los isleños con Venezuela, país del cual es Patrona. La leyenda de esta Virgen, por cierto, guarda bastante parecido con la de la Candelaria, pues en ambos casos se trata de una aparición milagrosa ante aborígenes facilitando así la evangelización de éstos (y la consiguiente integración en el sistema colonial hispano). Algo más arriba giramos por la rambla Cristóbal Barrios Rodríguez, en donde se sitúa el edificio del Ayuntamiento (absolutamente anodino y prescindible) y seguimos subiendo por la tremenda cuesta de la calle Solítica. Entre la Guancha de Abajo (en la Cruz Verde) y el núcleo alto hay unos seiscientos metros de distancia y noventa de desnivel, que se salvan por estas calles directamente contra pendiente.

Llegamos a la Avenida Hipólito Sinforiano que, en realidad, es sino la carretera TF-342 que viene desde el Realejo Alto y llega hasta Buen Paso, en el vecino municipio de Icod (en ella está el mirador del lance, que visité en la etapa precedente). Pero me llama la atención este nombre o, mejor dicho, dos nombres propios, ambos de mártires de los primeros siglos del cristianismo y, desde luego, de uso muy infrecuente en nuestros días, especialmente el segundo. Luego, en mi casa, quise averiguar a quien honraba esta calle y con algún esfuerzo descubrí que a Don Hipólito Sinforiano González Mesa, un periodista de principios del siglo pasado que escribió abundantemente sobre La Guancha, contribuyendo a sacarla de su aislamiento cultural. Vemos a nuestra derecha un bar y, como ya es media mañana, nos premiamos con un tentempié merecido y un breve ratito de descanso. De nuevo en marcha, enfilamos por la calle de La Alhóndiga que va a dar a la Iglesia, puesta bajo la advocación del Dulce Nombre de Jesús. Estamos en el entorno del núcleo fundacional del pueblo, en las cercanías de donde, según la leyenda, una mujer guanche fue sorprendida por una avanzadilla de las tropas invasoras mientras despreocupadamente llenaba de agua de una fuente su gánigo (pequeño recipiente de arcilla que usaban los aborígenes canarios. El capitán español, prendado de la belleza de la chica, ordenó a sus soldados que la prendieran y ella, antes de dejarse atrapar, se lanzó al barranco (tendría que ser al de La Guancha, que está unos doscientos metros hacia el Este desde esta plaza). El caso es que, verdad o no, el pueblo se llamó Fuente de la Guancha en razón de este relato, aunque entre finales del XIX y principios del XX, se acortó la denominación a la actual. El actual templo tiene su origen en una ermita erigida en 1579 que fue objeto de sucesivas ampliaciones hasta avanzado el siglo XVIII (y aún hubo reformas posteriores, siendo la última la más llamativa, ya que en 2001-2002 se sustituyó la torre por una de nueva construcción). Por fuera es una construcción muy en el estilo tradicional de la arquitectura religiosa de la Isla; del interior (se estaba celebrando un bautismo) me llamó la atención que consta de dos naves, la primera de menor dimensión, de lo que resulta una planta asimétrica poco habitual. Llegamos a la Avenida Hipólito Sinforiano que, en realidad, es sino la carretera TF-342 que viene desde el Realejo Alto y llega hasta Buen Paso, en el vecino municipio de Icod (en ella está el mirador del lance, que visité en la etapa precedente). Pero me llama la atención este nombre o, mejor dicho, dos nombres propios, ambos de mártires de los primeros siglos del cristianismo y, desde luego, de uso muy infrecuente en nuestros días, especialmente el segundo. Luego, en mi casa, quise averiguar a quien honraba esta calle y con algún esfuerzo descubrí que a Don Hipólito Sinforiano González Mesa, un periodista de principios del siglo pasado que escribió abundantemente sobre La Guancha, contribuyendo a sacarla de su aislamiento cultural. Vemos a nuestra derecha un bar y, como ya es media mañana, nos premiamos con un tentempié merecido y un breve ratito de descanso.

De nuevo en marcha, enfilamos por la calle de La Alhóndiga que va a dar a la Iglesia, puesta bajo la advocación del Dulce Nombre de Jesús. Estamos en el entorno del núcleo fundacional del pueblo, en las cercanías de donde, según la leyenda, una mujer guanche fue sorprendida por una avanzadilla de las tropas invasoras mientras despreocupadamente llenaba de agua de una fuente su gánigo (pequeño recipiente de arcilla que usaban los aborígenes canarios. El capitán español, prendado de la belleza de la chica, ordenó a sus soldados que la prendieran y ella, antes de dejarse atrapar, se lanzó al barranco (tendría que ser al de La Guancha, que está unos doscientos metros hacia el Este desde esta plaza). El caso es que, verdad o no, el pueblo se llamó Fuente de la Guancha en razón de este relato, aunque entre finales del XIX y principios del XX, se acortó la denominación a la actual. El actual templo tiene su origen en una ermita erigida en 1579 que fue objeto de sucesivas ampliaciones hasta avanzado el siglo XVIII (y aún hubo reformas posteriores, siendo la última la más llamativa, ya que en 2001-2002 se sustituyó la torre por una de nueva construcción). Por fuera es una construcción muy en el estilo tradicional de la arquitectura religiosa de la Isla; del interior (se estaba celebrando un bautismo) me llamó la atención que consta de dos naves, la primera de menor dimensión, de lo que resulta una planta asimétrica poco habitual. Luego seguimos por las calles El Sol, Los Loros, Doctor Fleming y el Natero, donde está el cementerio y, nada más entrar, una cruz de piedra con una placa en mármol en la que honran a los guancheros “caídos por Dios y por España en la Guerra Civil (un médico, un sargento, un cabo y trece soldados, todos ellos por debajo del que “cayó” en todos los cementerios de España: José Antonio). Doblamos a la derecha por la calle Los Pinos y salimos del pueblo para adentrarnos, como indica el propio nombre de esta pista, en el pinar que aquí en La Guancha (como en Icod) llega bastante abajo (estamos sobre la cota 525 más o menos).

A unos quinientos metros del final del perímetro urbano, pasado el campo de fútbol de Montefrío, sale a mano derecha la denominada Ruta del Agua, que discurre por el pinar junto a numerosas canalizaciones (atarjeas cubiertas) provenientes de galerías de la zona alta del municipio. En años recientes el Ayuntamiento, con los alumnos del taller de empleo, ha llevado a cabo varias actuaciones de acondicionamiento del sendero, de modo que éste, en efecto, se encuentra en excelente estado de tránsito y seguridad para el caminante, incluyendo algunos paneles informativos sobre los recursos naturales y culturales del entorno. No hay mucho que decir de la primera parte de esta ruta, salvo que es cómoda y agradable, como siempre que se pasea dentro de un bosque. A unos novecientos metros aparece una pequeña ermita, sin ningún valor y llena de estampas en su interior. En ese punto, como comprobaría después en mi casa, deberíamos haber girado hacia la derecha; sin embargo, no vimos que el sendero continuara en esa dirección y optamos por el sentido contrario que nos bajó a una edificación con un claro de árboles frutales, desde la que proseguimos por un camino que, como comprobamos con el GPS, discurría paralelo al que debíamos haber tomado. A los pocos metros nos encontramos caminando sobre una atarjea que seguía la cumbrera de un lomo, con pronunciadas pendientes a ambos lados. De pronto, en un claro del pinar, a nuestra izquierda (hacia el Oeste) se abrió una espectacular vista sobre los terrenos agrícolas que se extendían muy debajo de nosotros, tanto que daba hasta vértigo. Unos cuantos pasos más adelante, la tubería sobre la que pisábamos se precipitaba en abrupta caída: era imposible seguir. Así que dimos la vuelta, buscando algún paso hacia el Este que nos permitiera llegar al camino del que nos habíamos separado y por suerte lo encontramos: una pequeña trocha que en curva bajaba hacia el barranco para volver a subir y situarnos en la ruta (reaparecieron la señales) que, tras unos setecientos metros casi todos en descenso, nos llevó a la ermita de San Antonio de Padua, en el barrio del Pinalete, junto a la boca de la galería del mismo nombre. Se trata de una edificación de los años sesenta que, por lo visto, se construyó en cumplimiento de una promesa hecha por el que era presidente de la Comunidad de Aguas de la recientemente abierta galería. Estamos de nuevo en la TF-342 (la que atravesaba el núcleo de La Guancha); la cruzamos y bajamos por el camino de la Tabona, saliendo de los últimos retazos del pinar para entrar en terreno agrícola, claramente de medianías de esta vertiente Norte de la Isla. Pasamos delante de la balsa de la Tabona, de Balten (entidad pública empresarial del Cabildo) y cinco minutos después ya estamos en la esquina con la calle Hoya de los Pablos, donde está aparcado mi coche. Etapa cumplida.

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