domingo, 23 de diciembre de 2007

Felicidad e inconsciencia, personal y colectiva

Nación feliz, sin duda, la que no tiene ningún pensamiento sobre sí misma. La frase anterior la leo en un artículo de Carlos Taibo sobre el Nacionalismo español, el primero de un libro colectivo con este mismo título (Los Libros de la Catarata, 2007). La frase es una cita de un tal Harold Lasswell, a su vez citada por RL Ninyoles en otro libro de título similar (Nai España. Aproximación ó nacionalismo español). Los confines de mi ignorancia quedan infinitamente lejanos y en su inmenso océano flotaba, entre tantísimos otros, ese Harold Lasswell. Pero existe internet y google en cinco centésimas de segundo me encuentra cincuenta y tres mil trescientas referencias a este señor. Norteamericano de Illinois, Lasswell (1902-1978) es considerado el fundador de la psicología política. Analizó profundamente la propaganda y abrió las vías metodológicas para estudiar cómo se produce la influencia en la sociedad, cuestión clave en los debates sobre el ejercicio de la libertad en la democracia y temas afines.

Pero en la Red no encuentro la frase de Lasswell (me interesaba el contexto). Taibo, como he dicho, la cita de segunda mano, tras leerla en la traducción gallega de un libro que, publicado en castellano en 1979, fue famoso a principios de los ochenta (Madre España). Su autor, Rafael Lluis Ninyoles, uno de los nombres más importantes de la sociolingüística catalana, es profesor de la universidad de Valencia y cuenta con varios escritos sobre conflictos nacionales, centrados principalmente en las vertientes lingüísticas. El caso es que Madre España es un libro que sé que he tenido y leído, pero al ir a buscarlo en mi biblioteca no lo encuentro (tampoco es demasiado de extrañar, dado el desorden en que se encuentra). Con lo cual me quedo con las ganas de contextualizar, aunque fuera indirectamente, la frase de Lasswell.

Como sea, Taibo trae la cita a colación de la reflexión permanente sobre la condición nacional que este país ha ¿padecido? y, desde luego, sigue padeciendo. Parece que el fenómeno de autoanálisis psico-colectivo data de principios del XIX, cuando los ilustrados españoles de entonces decidieron con entusiasmo abolir el antiguo régimen e inventar el estado-nación que todavía somos (Cortes de Cádiz). Fuera para siempre el país patrimonio de los reyes (aunque sigamos manteniéndolos) y construyamos un estado de ciudadanos (aunque no todos hayan de ser iguales en el reparto de la tarta). Pero no se trata de debatir, sino de dejar constancia de que llevamos al menos doscientos años dándole vueltas al psicoanálisis nacional. En la misma sopa, guste o no, están por supuesto los españoles que no quieren serlo. Tanta preocupación esencialista puede ser síntoma de alguna patología porque, si no, ¿de qué? Esa importancia que le damos a nuestra identidad nacional (para afirmarla, para negarla, para oponerla otra a la cual damos también tanta importancia) .... ¿No revela acaso carencias en nuestro propio ser personal?

El protagonista de una novela que leí hace no mucho (y que ya no recuerdo cuál era) declaraba la incompatibilidad entre ser feliz y ser consciente; o se busca la felicidad o se busca la verdad, algo así. Muchos estarían de acuerdo en esa apreciación y aceptarían el corolario: ¿Eres feliz? Entonces eres un inconsciente. En esta tesis, pensar, reflexionar, cuestionarse, nos alejarían de la felicidad. De hecho, ¿para qué pensar más allá de los automatismos cerebrales? Cuando se hace es frecuente poner en crisis nuestras estructuras internas, las que nos dan estabilidad; y, si eso ocurre, viene la ansiedad. Ciertamente por esos derroteros no se llega a finales felices ... ¿o sí? A propósito viene transcribir un párrafo del primer capítulo de Las Benévolas, la novela de Jonathan Littell premiada el año pasado con el Goncourt:

No; lo que resultó penoso, agobiante, fue dedicarme sólo a pensar. Consideradlo: ¿en qué pensáis en el transcurso de un día? En muy pocas cosas, de hecho. Sería facilísimo clasificar de forma razonada vuestros pensamientos habituales: pensamientos prácticos, o automáticos, planificación de gestos y de tiempo (por ejemplo: poner a hervir el agua del café antes de lavarse los dientes, pero meter las tostadas en el tostador después, porque tardan menos en hacerse); preocupaciones del trabajo; incertidumbres financieras; problemas domésticos; ensueños sexuales. Os ahorraré los detalles. Durante la cena, le miras la cara a tu mujer, que va envejeciendo, mucho menos sugestiva que la de tu amante, pero con mucho más estilo en todos los aspectos; qué le vamos a hacer, es la vida; así que habláis de la última crisis ministerial. En realidad, os importa un carajo la última crisis ministerial, pero de algo hay que hablar. Si dejáis de lado ese tipo de pensamientos, estaréis de acuerdo conmigo en que ya no queda mucho que digamos. Por supuesto que hay momentos diferentes. De forma inesperada, entre dos anuncios de detergente, un tango de antes de la guerra, La Violeta pongo por caso; y hete aquí que resucitan el chapoteo nocturno del río, los farolillos del merendero, el leve olor a sudor en la piel de una mujer jubilosa; a la entrada de un parque, el rostro sonriente de un niño nos devuelve el de nuestro hijo un segundo antes de que eche a andar; por las calles, un rayo de sol atraviesa las nubes e ilumina las hojas anchas, el tronco blanquecino de un plátano y, de pronto, nos acordamos de nuestra infancia, del patio de recreo del colegio donde jugábamos a la guerra, vociferando de pavor y de dicha. Acabamos de tener un pensamiento humano. Pero ocurre muy de tarde en tarde. (Página 15)

Pues sí, es verdad que pensamos poco y que lo que llamamos pensamientos son del tipo de los que describe Max Aue, el ex SS que narra en primera persona los horrores del nazismo en guerra. Sin embargo, no creo (o no quiero creer) que felicidad y reflexión sean incompatibles, salvo que la felicidad que admitamos sea muy parecida a un opiáceo. En todo caso, ni siquiera creo que sea una opción; me temo que, en la casi totalidad de los casos, te sacan a patadas de las ficciones bucólicas, por más que haya (¿hayamos?) tantos empeñados en reconstruirlas a cada rato. Si, en cambio, uno se atreve a verse desnudo siempre estará la angustia, pero de esa materia también estamos hechos. Al cabo, le felicidad bien entendida no es sino una forma de consciencia (y, de más está añadirlo, no es incompatible con el dolor).

Lo que intuyo como proceso para los individuos no lo veo tan claro (en absoluto) para las colectividades. Traicioneras son las analogías (y mucho más lo son las metáforas) y me echo a temblar cuando se habla de identidades colectivas o se personifican pueblos (o naciones). Dicho lo cual, tiendo a ser prudente al referirme a esencias nacionales y a las consiguientes existencias per se (al margen de sus ciudadanos, trascendiéndoles). Sin embargo, aunque me falten datos para garantizar una mínima seriedad comparativa, si en España hay (ha habido) muchos (relativamente) ciudadanos que se han preguntado por su esencia, habrá que concluir que algo peculiar hay sembrado entre nosotros. Dada la permanencia de componentes morbosos en esas reflexiones (con frecuentes tendencias a la grandilocuencia), me inclino a coincidir con la frase de Lasswell y pensar que alguna patología sociológica nos aqueja.

Por eso, quizás, convenga desarmar lo más posibles los discursos esencialistas de la escena política. Pero mi deseo para el año que viene (además de la paz mundial y la fraternidad universal) caerá nuevamente en vaso roto y seguiremos en este debate estéril de naciones y pueblos. Tenemos, creo, sobredosis de sentimiento nacional (sea éste español, vasco, catalán, gallego, canario o el que se quiera), lo cual influye más de lo recomendable en nuestras emociones, en nuestra percepción de la realidad, en nuestra forma de pensar. A mi modesta manera de ver, sería saludable (desde la óptica de la felicidad de cada uno de nosotros y nuestro mejoramiento personal) que nos desnacionalizáramos lo más posible, que rechazásemos lo que, en el fondo, no es sino manipulación desde todos los frentes o una nube de humo, como diría el lexicógrafo de la nave Beagle III-09876, que actualmente se encuentra en órbita sobre la Tierra.

Quiero acabar este post deslavazado citando, también de segunda mano, a un hombre a quien tuve (¿tengo?) aprecio. Transcribo a Carlos Taibo (del libro citado): Creo que fue Manuel Vázquez Montalbán quien, enmendándole la plana irónicamente a José Antonio Primo de Rivera, habló al respecto de una unidad de desatino en lo "universal". Pues eso, que desatinemos lo menos posible o que nos permitamos aquellos desatinos que contribuyan a nuestras felicidades. Y feliz navidad, claro.


PS: No es que esta canción tenga que ver con el post, pero es que me sonó ayer sin esperarla y me trajo, como catarata, recuerdos de mi adolescencia.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

martes, 18 de diciembre de 2007

Habla Gabriela al otro lado del espejo

Cuando crucé, me vi en una sala de blanca inmensidad. Seis planos diédricos, superficies níveas brillantemente pulidas, cada una cruelmente sujeta por cuatro líneas aceradas, aristas en las que el blanco planar se intensificaba en luz hiriente. Miré en mi derredor y nada vi, salvo el color blanco de la nada. El aire que no había empezó a remolinearme en una espiral cónica cuyo eje horadaba mi médula. Fui girada sobre mí misma rindiendo los ojos al estupor de la desorientación. Ya no había espejo y enseguida no supe qué eran paredes, qué suelo y qué techo. Las aristas de luz vibraban y se tornaban curvas, desgarrándose de los planos que ataban. Y así, líneas, planos y espacio escapaban de la geometría rígida y me envolvían transfigurándome. Yo era el espacio que me contenía y entonces empecé a escuchar los cantos.

Eran millones de voces superpuestas en los miles de idiomas de los muertos. Pese al guirigay de sonidos mi alma se mecía tranquila entre ellos, identificándolos en el no tiempo y uno a uno sintiéndolos. Paseaba oyendo, oliendo, tocando y viendo las voces con sus caras y aromas, sus brumas de sueños. Me enredaba y desenredaba en múltiples recuerdos y así, acento tras acento, oí el áspero rasgueo de la sílabas osetias que refrescaron mi cara con los aires del Cáucaso. Saludé a un hombre joven, de ojos azules profundos y tristes, cuya mirada evocaba una larga estirpe desde los sanguinarios escitas. Supe enseguida que él había de ser quien me confesara el secreto, quien me recordara lo que el ángel ocultó al sellarme los labios. Entonces, callaron todas las voces, se detuvo el revoloteo incesante.

Quise acercarme al joven escita pero estalló en añicos acristalados el silencio inaudito. De pronto estaba sola en una nave hipóstila reverberada con ecos sordos. Los aleteos de un ave a mi espalda me alertaron; una gran rapaz en rápido vuelo pasó sobre mí, dejando caer dos largas plumas. Asiéndolas, deje que me arrastraran tras ella y sentí mi cuerpo, vestido con túnica blanca, convertirse en móvil aéreo entre columnas de mármol. Volaba y volaba y volaba, jaleada por los murmullos sordos e ininteligibles, hasta que el espacio se abrió a un cielo infinito y callaron los rumores y apareció el color y la música, plena de notas mojadas.

Estaba en un prado, una inmensa llanura de yerba verde, una alfombra húmeda, mullida en la que mis pies descalzos se hundían. El ave había desaparecido; también las plumas. Ante mi, sólo verde y azul en dos bandas horizontales, límpidas, que dividían mi panorama. Empecé a andar sin referencias, dejando que esa música absoluta me guiase. Anduve un tiempo que se me hacía eterno, por más que supiese que no transcurría. Sin embargo, sentía en mi cuerpo la retrospección orgánica. Caminaba con la mirada alineada en el horizonte mientras mis células deshacían hacia atrás su desarrollo y así fui joven, niña, embrión y me descubrí luego una anciana, una mujer madura, otra joven, otra niña, otro embrión y de nuevo anciana, mujer, niña, embrión y así una y otra vez, cada vez más rápido, mientras el paisaje mutaba y, despacio, se iba salpicando de detalles, desperezando sus topografías la llanura, estarciéndose de nubes el cielo. No sé cuantas generaciones había recorrido, ni sé siquiera si fueron todas en una misma dimensión vital, cuando divisé a lo lejos los primeros arbolillos de un bosque otoñal. Para entonces, la melodía transitaba en arpegios cada vez más sombríos como iban tornándose los colores del prado y del cielo. El azul se oscurecía y nubes deshilachadas aparecieron como latigazos caprichosos. Aceleré mis pasos.

Llegué al bosque cuando la luz del aire se había tornado del color del fuego. Me di cuenta, sin apenas asombro, de que mis pies flotaban sobre un mar de hojas secas y de que la materia de mi cuerpo se hallaba en un estado a medio camino entre lo sólido y lo gaseoso. Era una especie de ectoplasma gelatinoso, de apariencia cambiante. Mi rostro (sí, podía vérmelo) eran mil rostros en etéreas superposiciones sucesivas y mi piel vibraba dibujando fractales en el aura. El bosque era un hayedo, muy igual y también muy distinto de aquél en el que me revelaste tu secreto. Las hojas infinitas teñían con todos los colores del otoño acordes de violines largamente sostenidos. Llegada al centro del bosque, la ansiedad me atenazó. De pronto la música había cesado, el aire se aquietó pesado, la sinfonía vegetal se atenuó hacia un gris rojizo. Los troncos desnudos se llenaron de ojos que me miraban. Son los ojos azules del joven escita que se multiplican y empiezan a sangrar fluidos negros que, resinas viscosas, resbalan por las cortezas de las hayas y corren formando ríos radiales hacia mí, haciendo un charco negro de líquido denso y frío en el que me hundo; aunque no sé si soy yo la que caigo por el sumidero oscuro o, por el contrario, es esa sustancia la que se convierte en columna mercuriana y me penetra por la vagina, invadiéndome, llenándome. Y entonces, justo cuando estoy a punto de sentir en el paladar el sabor acre del miedo líquido, oí tu voz gritando mi nombre.

Cada sílaba de mi nombre por tu voz multiplicada se hizo un eslabón de una cadena de terciopelo y esa cadena se enroscó con cien vueltas alrededor de mi cuerpo para de golpe, como si fuera jalada por una voluntad omnipotente, alzarme por encima de los árboles y catapultarme vertiginosamente hacia los espacios celestes. Volé otra vez, pero ahora sin rapaz que me guiara ni plumas en las manos, y no había columnas a mis flancos. Cruzaba un cielo casi negro y casi mudo y, a pesar de ser una ráfaga apresurada, percibía que de mi cuerpo iba cayendo el negro miedo líquido, igual que el agua de una esponja. A medida que la ansiedad me abandonaba, el cielo iba adquiriendo color y el aire dejándome oír su tenue música. Ya me sentía totalmente liviana cuando apareció un sol inaugural en el firmamento rojo y justo delante, enfrentado a mi mirada, este castillo en el que estamos. De pronto mi vuelo era el flotar de una pelusa, una suave caída hacia los matorrales al pie de las murallas. Me enderecé y atravesé el pórtico de piedra y aquí, en este patio central, tú me esperabas sonriendo. Y ahora dime tú, amor mío, ¿cómo has llegado?

Notas: La primera foto es de Gregory Colbert, la segunda de Magnus Lindqvist y las tercera y cuarta de Martín Gallego. Como es obvio, el post es una excusa para colgar estas fotos (clikar sobre cada una para verla en grande).

CATEGORÍA: Ficciones

lunes, 17 de diciembre de 2007

Calentamiento global

Como supongo que todos sabemos, hay un acuerdo generalizado sobre la veracidad de las siguientes afirmaciones:
  1. La temperatura media global del planeta está aumentando progresivamente.
  2. Este calentamiento global se debe principalmente a la acción del ser humano.
  3. La acción humana más significativa a estos efectos es la emisión de gases invernadero, especialmente el CO2 (dioxido de carbono).
  4. Los resultados a corto plazo de este aumento de las temperaturas serán catastróficos.
  5. Para evitarlos, es necesario reducir drásticamente las emisiones de gases invernadero.
Más que acuerdo generalizado, podríamos decir que hay un consenso oficial (o políticamente correcto, si se prefiere) sobre la veracidad de las premisas anteriores. Es más que sabido que el vocero principal de estas tesis, de la teoría del calentamiento global, es el ex-vicepresidente estadounidense Al Gore, con el respaldo del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC). Este año 2007, Gore y el IPCC han recibido el Premio Nobel de la Paz (amén de otras distinciones entre las que se cuenta el Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional), con lo que la teoría ha pasado a consolidarse casi como un dogma incuestionable. Como inteligentemente subraya el propio Gore, no es sólo un tema político (o científico) sino sobre todo ético (¿acaso los temas políticos no son éticos?); con esta afirmación intenta pasar el asunto al plano de las conciencias individuales, de los intereses y sentimientos de los ciudadanos comunes. Y ciertamente lo consigue en un porcentaje asombroso, porque la gran mayoría de las personas corrientes creen que, en efecto, las frases anteriores son absolutamente verdad y que de nosotros (los seres humanos) depende salvar la especie. Los ciudadanos comunes (ordinary people) luchando contra los malvados gobiernos y capitalistas para salvar el planeta, para salvarnos a nosotros mismos. El componente emocional es evidente.

Ahora bien, hay quienes no están de acuerdo con que las afirmaciones anteriores sean verdad. Esos desacuerdos son de distinto grado, desde parciales hasta radicales y sus defensores no son precisamente ignorantes en capacidad científica o sospechosos de intereses mercenarios. Sin embargo, esas voces no son difundidas con la misma eficacia y, en vez de apoyos oficiales, encuentran desprecio y silenciamiento. Una teoría que dista mucho de estar corroborada con las garantías que exige el método científico y, sin embargo, en base a y argumentos de autoridad y criterios de conveniencia populista, se oficializa materializándose en múltiples consecuencias prácticas. Por poner un ejemplo, en Canarias se ha creado una Agencia de Desarrollo Sostenible y de Lucha contra el Cambio Climático, cuyas competencias se basan en la veracidad de que es la actividad humana la causante del calentamiento global.

Yo mismo, durante el último año, había ido viviendo un proceso de sutil filtración de las conclusiones de la teoría, siempre confusas y poco argumentadas, lo cual no es óbice (antes bien al contrario) para que se vayan asentando como verdades, casi sin que uno se moleste en discutírselas. Así las cosas, como a otros muchos, me llegó el impacto multimedia de la Verdad Incómoda de Al Gore que, sin duda, impresiona. La eficacia semiótica del filme estriba justamente en que se dirige no a la razón sino a la emoción y, para ello, recurre a las eficacísimas técnicas del marketing. Si, a diferencia de Saulo, no caí totalmente del caballo y me entregué en cuerpo y alma a la nueva religión, fue porque algún pepito grillo interior se me resistía y porque tengo un amigo que, cada cierto tiempo, me aportaba algunos datos que obligaban a poner en duda la teoría, que hacían pensar que la explicación de Al Gore no cuadraba del todo.

Hace menos de dos meses, gracias a un post de Nanny Ogg, me enteré de la existencia del documental La Gran Farsa del Calentamiento Global. Tardé un mesecito en ponerme a verlo completo y despacio (atendiéndolo y entendiéndolo, para lo cual recomiendo ir parándolo y tomando notas); seguramente, su duración me asustó un poco. Una vez visto (o visionado, como dicen algunos), te quedas con la sensación de que el cuestionamiento de la teoría del calentamiento global es más sólido que la propia teoría y que, en la explicación de ésta, Al Gore ha hecho más de un truquillo de ilusionismo (por ejemplo la escena fantástica de la correlación entre temperaturas y CO2) que no parece muy compatible con la honestidad intelectual.

No voy a decir que ahora esté convencido de la absoluta falsedad de la afirmaciones que ponía al principio de este post. No tengo ni datos ni formación suficiente para tener una opinión suficientemente fundada. Sin embargo, el temita ya me ha picado y estoy decidido a ser capaz de formarme esa opinión. Para ello, no se me ocurre otro camino que el largo y tedioso (no, tedioso no) de ir cuestionando las distintas premisas mediante confrontaciones, lo que me obliga además a aprender algo sobre química, clima, etc ... Como en los viejos tiempos de la universidad me iré haciendo mis resúmenes y, a lo peor, los cuelgo en el blog (¿crearé una sección que se llame cambio climático?) para que quienes sepan más que yo me corrijan o confirmen.

Eso es lo que voy a hacer, porque creo que, siempre que dispongamos de algo de tiempo, es lo que debemos hacer antes de opinar. Estoy visceralmente en contra de las convicciones emocionales y de todas las prácticas asociadas que tan bien han dominado (y siguen dominando) las religiones. Sin embargo, hoy mismo, un compañero de trabajo que de estos temas sabe más que yo, me ha sorprendido con una frase que me parece aterradora: “da igual que sea verdad o no, esto ya no se va a parar”. Se refería, obviamente, a la teoría de Gore y a su posición personal de subirse al carro para evitar ser un outsider sin encaje en el mundo real. Esto, señores, se llama realpolitik que, aunque sea un término alemán (acuñado por Bismarck en el XIX) viene heredado de la astucia italiana del Renacimiento; no en vano, allí se asentó la Iglesia Católica y allí dictó su teoría magistral Maquiavelo: non è vero, ma ben trovato.

Digo que me parece tremenda esta posición y, sin embargo, me doy cuenta de que es la predominante en casi todos nosotros. Poner en cuestión los discursos oficiales es trabajoso, obliga a buscar, a ser crítico, a preguntar ... Pero es que pensar con pensamiento propio es trabajoso, no es fácil ser dueño de nuestros propios pensamientos. Al fin y al cabo, nuestros pensamientos somos nosotros, por lo que da miedo imaginar lo poco que vamos siendo a medida que dejamos de ser capaces de tener pensamientos propios. Y lo más aterrador es que, cuando sólo seamos capaces de producir pensamientos prestados, nos creeremos que son nuestros.

Y acabo preguntando: ¿Cuántos de los que conocen la existencia del documental citado lo han visto completa y atentamente? Los que, conociéndolo, no lo habéis visto, ¿por qué? Los que lo hayáis visto: ¿qué pensáis? ¿no creéis que debería ser respondido puntualmente?



PS: Este video es un buen ejemplo de cómo debemos educar a nuestros niños en un pensamiento crítico e independiente. En fin, para los que no lo hayan visto, este video y siguientes en youtube:


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

domingo, 16 de diciembre de 2007

Um arquiteto apaga cem velinhas

Ayer fue el cumpleaños de Oscar Niemeyer, el arquitecto vivo más famoso de América Latina. Cumplió ... ¡100 años! No conozco ningún arquitecto célebre (ningún profesional o artista célebre, en realidad) que haya llegado a centenario. Y que lo haya hecho, además, en las condiciones de lucidez en las que se encuentra el maestro carioca.

Hará unos treinta años que yo conocí (descubrí) a Niemeyer. Fue en la asignatura de Arquitectura Contemporánea, a través de los entretenidos pases de dispositivas (todavía no existía el powerpoint) de un profesor excesivamente histriónico. Niemeyer se nos presentaba como uno de los herederos del Movimiento Moderno en Latinoamérica. Y, sin embargo, los grandes arquitectos latinoamericanos del siglo pasado (de los que sólo sobrevive Niemeyer) fueron, en general, radicales negadores de los principios estéticos de la Bauhaus, de Corbu. Pero, acaso la mejor aceptación de una herencia es su negación, tras haberla asumido; la creación de la obra propia tras la digestión de lo previo. Quizás, frente a la pretensión del internacionalismo estético de los maestros europeos, continuado tras la guerra con aceptación mimética en los USA, los grandes de la arquitectura iberoamericana encontraron su fuerza expresiva en la feracidad excepcional de sus geografías, de sus sociedades.

Sería interesante, creo, repasar la titubeante evolución de la arquitectura latinoamericana y sus contrastes con las "modas" dominantes en el oficio; también lo sería compararla con repasos similares en otros campos de la creación humana: las artes, la literatura ... Tierra de contradicciones enormes, tanto como su vitalidad (justamente por eso). Un amigo americano una vez se quejaba de que la arquitectura del continente oscila entre la sumisión mimética a las modas oficiales del internacionalismo o intentos patéticos de diferenciarse a través de engendros folkloristas. Puede que así sea en muchos casos; sin embargo, hay caminos de creatividad personal que encuentran sus motivos en el espacio latinoamericano y, por eso justamente, son expresión de un espíritu colectivo, de una sociedad, de una geografía. En ese intento hay que citar nombres como el mexicano Luis Barragán (dense un paseo virtual por la que fue su casa-estudio, declarada Patrimonio de la Humanidad, para entender las ideas de luz y color en la arquitectura), el colombiano Rogelio Salmona (muerto el tres de octubre pasado) y, por supuesto, el propio Niemeyer.

Para celebrar su cumpleaños, he curioseado la página de la Fundación Niemeyer. Leyendo su biografía me entero de que no empezó a estudiar arquitectura hasta después de casado, con 22 años, cuando dice que comprendió que tenía que asumir responsabilidades. A mediados de los treinta empieza a trabajar con Lucio Costa, cinco años mayor que él pero ya para entonces el gran pionero de la arquitectura y del urbanismo brasileño. En el 36 conoce a Le Corbusier, quien había sido invitado por Lucio Costa a pasar una temporada en Brasil; de esa estancia son los proyectos de Corbu del Ministerio de Salud y Educación y de la Ciudad Universitaria, ambos en Río de Janeiro.

Hago un paréntesis para contar el porqué de este viaje del gran maestro suizo a Brasil. En el 35 se convoca un concurso público para el diseño del Ministerio de Salud y Educación; el premio no llevaba aparejado el encargo de construcción. Fallado éste, Lucio Costa, que pese a su juventud era miembro del Jurado y una personalidad influyente, convence al ministro Gustavo Capanema para que, en vez de construir el proyecto ganador, se encargue a un equipo de arquitectos jóvenes (entre los que, casualmente, estaban él y Niemeyer) asesorado por Le Corbusier un nuevo proyecto que, efectivamente, fue el que posteriormente se realizó. La anécdota me trae a la mente casos similares menos célebres pero más cercanos que, obviamente, fueron objeto de enconadas polémicas. El edificio, acabado en 1947, es un fiel reflejo del manifiesto corbuseriano y un estupendo ejemplo de la arquitectura del Movimiento Moderno. Claro que queda la pregunta de si tan excelente resultado consolaría a los ganadores del concurso que se quedaron sin edificar su proyecto. Tengo la impresión de que, más de setenta años después, la cuestión dista de estar resuelta.

No acabará ahí la relación de Niemeyer con Corbu. Recién fundada la ONU, la Asamblea General reunida en Londres a finales de 1946 decidió aprobar la oferta de John D. Rockefeller Jr. de unos terrenos a orillas del East River neoyorkino en los cuales construir su sede. Inmediatamente se formó una Junta Asesora de Diseño formada por diez arquitectos de diez países, de los cuales adquiriría un protagonismo evidente Le Corbusier (nombrado por Francia). Brasil nombra a Niemeyer y me atrevo a imaginar que en esa decisión debió influir el franco-suizo. El nombramiento, en todo caso, debió de ser conflictivo, porque a Niemeyer, recientemente ingresado en el Partido Comunista Brasileño, le habían negado el visado de entrada en USA unos meses antes cuando iba a dar unas conferencias invitado por la universidad de Yale. Finalmente, se desplaza a Nueva York y trabaja en el diseño de la sede; según consta en la ficha de la AIA (American Institute of Architects), si bien la concepción global del conjunto arquitectónico se asocia principalmente a Le Corbusier, se piensa que las contribuciones de Niemeyer son fundamentales.

Pero, sin duda, la consagración de Niemeyer fue Brasilia, la nueva capital del país. Niemeyer conocía desde hacía muchos años a Kubitschek, el médico izquierdista que ocupó la presidencia de la República desde 1956 a 1961 y que decidió finalmente llevar a la realidad lo que estaba previsto desde la primera Constitución de 1891: desplazar la capital de Río al centro geográfico del Brasil. Decidido el emplazamiento de la nueva capital y constituida un ente público ejecutivo para materializarla (NOVACAP), Oscar Niemeyer es nombrado el director de arquitectura. A instancias suyas, en septiembre de 1956 se convoca un concurso de ideas para el plan urbanístico; pese a la abundante información que se les aporta, a los concursantes sólo se les pide que entreguen un plano a escala 1:25.000 y una memoria. El concurso lo gana (cómo no) Lucio Costa, con su famosísimo plano en el que expresaría los principios de la Carta de Atenas, el acta fundacional del urbanismo del Movimiento Moderno.

La planificación y construcción de Brasilia es sin duda una de las aventuras más apasionantes de la arquitectura y el urbanismo modernos; etapa cargada de ilusiones, con espléndidos éxitos y estruendosos fracasos. Entre el 56 y el 62, Niemeyer construye multitud de edificios públicos (casi todos los oficiales), cada uno de ellos una maravilla arquitectónica y algunos verdaderas obras de arte. A mi modo de ver es en este periodo, rondando la cincuentena, cuando el arquitecto alcanza su plena madurez expresiva. Seguramente de esas fechas es su definitivo renegar de la línea recta y, como dijo en su discurso de aceptación del Pritzker Price, "de las prematuras conclusiones del racionalismo, con su monotonía y sus soluciones repetitivas". Me pregunto si estaría pensando en los principios estéticos de Corbu que él mismo respetó en sus colaboraciones con el gran ideólogo del Movimiento Moderno ... Y, sin embargo, el primer proyecto que abordó para Brasilia (antes incluso del plan urbanístico), la Capilla del Palacio de la Alborada, surgió a partir de unos bocetos en los que el arquitecto divagaba a partir de Ronchamp, la maravillosa iglesia que Le Corbusier había terminado apenas un par de años antes.

Entre los tantísimos edificios de Niemeyer en Brasilia, por motivos de nostalgia personal, me quedo con el Palacio de Itamaraty, la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores brasilero. Nunca he estado en Brasil pero habré de ir, y habré de darme un salto a Brasilia y sentarme de noche frente al cubo rodeado de arcos y ver sus reflejos en el estanque. A lo mejor me vendrán entonces esas ráfagas extrañas del chaval que fui, impactado por la belleza de una imagen de ese edificio proyectada en un aula cochambrosa de una universidad miraflorina. Pero, nostalgias aparte, si logro visitar Brasilia tendré muchos más edificios y espacios que visitar, además de la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores.

En fin, me estoy enrollando como una persiana. Acabo de comprar El País y encuentro una referencia al cumpleaños de Niemeyer; la mujer que lo escribe me ha copiado cosas que he escrito e incluso algunas que todavía no he escrito: todos recurrimos a internet. Pensaba seguir escribiendo sobre Niemeyer, pero la red está llena de información para quién le interese. Después de todo, lo único que pretendía era felicitarle y expresar mi alegría de que este hombre, el autor de fantásticos edificios, siga vivo y activo. Veo la foto que publica El País y que dice que es de ayer: cuesta creer que corresponda a una persona de 100 años (y fuma como un carretero). Según parece que él mismo comenta, su longevidad es consecuencia de mantenerse activo; ayer, en su celebración, comentó que pese a haberse pasado la mayor parte de su vida detrás de la mesa de delinear, lo más importante no es la arquitectura, sino la vida, los amigos y este mundo injusto que debemos modificar. Procuraré aplicarme su filosofía y ya veremos si dentro de poco más de medio siglo celebro también yo mi centenario con otro post. Felicidades, maestro.

PS: Como es natural, la prensa brasileña atiende mucho más profusamente la onomática. Para quien le interese, adjunto los enlaces a O Globo y al Jornal do Brasil, ambos de Río de Janeiro, donde nació y reside Oscar Niemeyer.

De dónde he robado algunas de las fotos de este post: La de la casa Gilardi proyectada por Barragán en Tacubaya, es de Armando Salas Portugal y proviene del Premio Pritzker. La del Ministerio carioca proviene de la web plataforma de arquitectura. La de la sede de la ONU desde el East River, de wikipedia. La del Palacio de Itamaraty, de la web de un fotógrafo brasilero, Rui Faquini.

CATEGORÍA: Personas y personajes

martes, 11 de diciembre de 2007

Fragmentos de conversaciones (I)

– No sé, Paco, creo que Weacock se está pasando. La revista, más que de una Asociación científica, empieza a parecer de un círculo esotérico.

– Vamos, no es para tanto. Te diré que este asunto del sueño de los muertos me recuerda mucho a la teorías de Jung. En mi opinión, Weacock no está sino ensayando un nuevo acercamiento hacia las personalidades esquizoides.

– Suponiendo que así fuera, no me convence su estilo. Dos conferencias en el Colegio, muy cargadas de referencias eruditas y, al mismo tiempo, tremendamente ambiguas. Entre medias el rechazo, que sigue manteniendo, a que conozcamos a su paciente; se ha atrevido a darle largas al mismísimo Amedeo Pazzoli. Y ahora esta serie de cuentitos fantásticos ...

– Raro si es, para qué negártelo. Pero démosle todavía un plazo de gracia; tengo el pálpito de que algo bueno sacaremos todos de este asunto. A Pazzoli ya lo calmaré la semana que viene, cuando nos veamos en Lugano; desde luego, no hay que perder los fondos de los suizos.

– Por el bien de todos, espero que aciertes; nos estamos jugando demasiado. Lamento no ser tan optimista como tú. Yo, fíjate lo que te digo, cada vez me convenzo más de que no hay tal paciente, que Weacock se está carcajeando de nosotros, probablemente para ocultar alguna movida que no acierto a imaginar pero que, de fijo, no es nada buena.

– Santos, te tienes que hacer mirar esos brotes paranoicos. Venga, que es una broma. En todo caso, deja que yo me ocupe y tú relájate un poco. O mejor: trata de localizar al graciosillo de las cartas al director. Sí, ese que firma como Aquilino Fuencarral. Weacock cree que tras esas cartas pueden estar los de la Agrupación Gestáltica y ahí sí habría motivos para preocuparnos.

– ¿Tú crees? Si son una panda de inocentes; no me trago que puedan estar al tanto de lo que se está cociendo.

– No tan inocentes, al menos alguno no lo es tanto. Me consta que Marc Caspers se ha reunido con Pazzoli la semana pasada.

– Ese viejo cabrón ... ¿Qué mierda pretende?

– No lo sé, pero en estos momentos es cuando menos nos conviene que los de la Gestáltica decidan practicar su alemán oxidado con viajecitos a Suiza. Y hay algo de lo que deberías haberte percatado si hubieses prestado más atención a los que llamas cuentecitos fantásticos de la revista. ¿Te acuerdas de aquel escándalo en el que se vió envuelto Caspers hace ya varios años?

– Vagamente, algo relacionado con su hijo, un chico retrasado o monstruoso, no estoy seguro.

– Ni retrasado ni monstruoso; tienes una memoria muy barroca. Era, es, un enano y se llama Waldo. Ahora dime: ¿No te parece importante evitar cualquier cabo suelto? Localízame quién está detrás de ese Aquilino Fuencarral.



– Mi amor, este jueves cruzo.

– Pero Gaby, es peligroso. Tú apenas tienes práctica. Esperemos un poco, ya casi tengo convencido a Weacock. La próxima semana, con el gancho del pastel, pienso pedirle que me deje ir a casa, a prepararlo en el laboratorio; esa será la ocasión: cruzaremos juntos.

– ¿Y aumentar tanto el riesgo? No, cariño. Hemos ya apostado demasiado para cagarla llegando tarde. Voy a cruzar el jueves. Te lo estoy diciendo, no pidiéndote permiso. Por una vez vas a tener que conformarte con mi decisión, no tienes alternativa.

– E imagino, princesita obcecada, que le confiarás tu cuerpo al enano ese ...

– ¿Celoso de Waldo? Cielo, no te rebajes tanto.

– Ojalá fueran sólo celos. No me fío de él; recuerda quién es su padre.

– No le conviene traicionarme. Desea con todas sus fuerzas traspasar el umbral y se lo he prometido. Por eso estoy segura de que se esforzará en que todo vaya bien.

– Vale, no voy a discutírtelo más pero, a cambio, acepta lo que voy a proponerte; quiero que tengamos otra opción, un plan B si lo prefieres.

– ¿Qué quieres?

– Dile a Waldo que, en vez de permanecer en casa protegiendo tu viaje, lleve tu cuerpo al almacén de la calle Ornitorrinco. Las llaves las guardo en la quinta gaveta del secreter; son las del llavero que me regalaste hace unos meses, ese de broma que te gustó tanto. En el local hay dos espejos azogados con necrosomnia; que uno lo desplace a su casa y luego se encierre con tu cuerpo en el almacén. Hay un dormitorio perfectamente amueblado para ese sátiro repugnante.

– No te pases. Pero, ¿para qué todo eso?

– El jueves conseguiré que Weacock me deje ir a mi casa, con la excusa de preparar el pastel. Me temo que me pondrá dos vigilantes; es demasiado pronto para que confíe en mí, necesitaba una semana más para ganármelo. En cualquier caso, comprobaré que has cruzado y se lo contaré a Weacock, haciéndole ver que estás en peligro tú y, sobre todo, el manuscrito. Apuntaré las culpas hacia Waldo Caspers; estoy seguro de que con sólo oír el apellido conseguiré poner nervioso al ilustre doctor, lo bastante para que no recele demasiado y me dé la necesaria libertad de acción.

– ¿Libertad de acción?

– Sí, la suficiente para que me permita ir a la casa del enano; la suficiente para que pueda escabullirme al baño, que es donde Waldo habrá colocado el espejo.

– Y entonces cruzarás ... ¡Qué lindo eres!

– Sí, nos encontraremos al otro lado más o menos a las seis horas de que tú hayas pasado. Ese es el tiempo de que dispondrá Waldo para organizarlo todo.

– Por ahí no habrá problemas. Pero, mi amor, tu cuerpo ... ¿qué pasará con tu cuerpo?

– Tenemos que seguir apostando, preciosa. Pero es un riesgo pequeño; diez a uno a que Weacock lo trae de vuelta al Centro. Por otra parte, creo que sabré volver aun ignorando el paradero preciso de mi yo material. Y, en última instancia, si logramos el pleno tampoco sería grave renunciar a mi cuerpo. Ya sabes a lo que me refiero ...

– Sí, pero es que me cuesta tanto imaginarlo; es tan maravilloso que me da miedo creérmelo.

PS
: La canción está en polaco (es del disco
Upojenie, con Pat Metheny). Aunque no entiendo absolutamente nada de lo que dice, intuyo que la chica nos está desvelando alguno de los mágicos secretos que se aprenden al otro lado del espejo.




PS2: Enlazo este video que acabo de descubrir en el interesante blog de José Luis Palacios Alonso. Es un repaso mágico a la pintura del siglo XX. Mientras lo veía, la transformación de unos cuadros en otros, las fusiones mutuas de sus colores y formas, me recordaba experiencias oníricas parecidas a las que se viven al otro lado de los espejos azigados con necrosomnia.


CATEGORÍA: Ficciones

domingo, 9 de diciembre de 2007

Decidió morir sin avisarme

Supuse que ella, mi ex-mujer, tendría los papeles del coche y por eso la llamé. Mientras tecleaba el número de su móvil pensé que hacía mucho que no sabía casi de ella. El número marcado está apagado o fuera de cobertura y en el fijo de casa saltaba el contestador. Llamé entonces a mi hijo, también hacía mucho, y fueron largos y muchos pitidos hasta que contestó. Voz seria: estoy con mama en el cementerio, ha venido a morir.

No quiso explicarme nada por el móvil, salvo darme la dirección del lugar. ¿Cómo que a morir? Como una letanía, la pregunta me martilleaba incesante mientras conducía en dirección norte, hacia un pueblo de la sierra. ¿Una recaída en la enfermedad? ¿El cáncer de nuevo? Llegué casi sin darme cuenta, como en sueños. Un edificio austero, campo de reposo, creo que decía en el rótulo sobre el umbral. Lo atravesé y me vi en un espacio amplio, suelo de mármol claro, paredes desnudas, salvo por algunas puertas. Por una de ellas apareció Raúl, mi hijo.

Me ve casi como si no me reconociera. Nos acercamos el uno al otro, despacio, pareciera que dudamos, que no sabemos qué hacer. Tiene los ojos muy hundidos, la mirada acuosa y seria. ¿Dónde está? Ya ha pasado, ya no puedes verla. Quiero despedirme de ella, le digo. Ven, a lo mejor, todavía ... Atravesamos la puerta por la que había entrado y aparecemos en un claustro enorme, cada lado mide por lo menos cien metros. Todo es de piedra: grandes losas de piedra en el pavimento, gruesos muros de piedra a ambos lados de su perímetro: uno, el exterior, ciego y jalonado sólo por austeros machones; el otro, roto en arcadas de medio punto, tapiadas en todos sus vanos con cristales traslúcidos.

Raúl me toma de la mano y me arrastra hacia uno de los arcos. Distingo, en la parte baja del cristal, a la altura de la boca, un círculo horadado. Silvia, digo, ¿estás ahí? Pasan unos segundos y ella habla, su voz parece sorprendida y a la vez tranquila. Esto es muy bonito, Jorge, tendrías que haberlo visto. Bueno, podrás verlo a partir de mañana; te va a gustar, ya verás. Silvia, pero ... ¿por qué estás aquí? Sal, ven conmigo, hablemos. Ya no puedo hablar, Jorge, pero no te preocupes, aquí estaré bien. Para siempre.

Intento que mi mirada atraviese el cristal y me desvele lo que hay al otro lado, creo adivinar sombras que se mueven. Raúl me sujeta por los hombros y, lenta y firmemente, me va separando de esa pared de vidrio. Vámonos, me dice, déjala. Camino sonámbulo, como borracho. Al abrir la puerta que accede al vestíbulo me parece ver que se cuelan dos osos pardos en el claustro. No entiendo nada, pero Raúl camina sin inmutarse.

Si quieres acompañarme a la oficina ... Hay que firmar algunos papeles, pagar, concretar los detalles finales. Me cuenta que Silvia ha querido ser enterrada en el jardín interior al cual abraza el claustro. Morirá tras un par de horas de somnolencia opiácea, de felicidad provocada con los fármacos precisos. Ha sido, efectivamente, una recidiva. Tres meses últimos de sufrimientos, cada vez mayores. Sólo Raúl lo supo porque ella así lo quiso. Pero ya antes de los dolores, antes de las primeras, de nuevo, malas analíticas, Silvia había decidido pedir ayuda a la Fundación. Quería ser la dueña de su muerte, eso me dijo Raúl que decía.

A mí no me quiso decir nada o quizá esperaba que apareciese para averiguarlo. Raúl, obviamente, nada sabía. Los hijos lo ignoran casi todo de los amores y desamores de los padres. Como fuera, yo no había ido en mucho tiempo. Ahora caminaba por un sendero de gravilla con un dolor metálico e intenso; sentía que se me rompían miles de células y quería llorar, pero no podía. Sentía que habría de pagar y que habría de aprender a hacerlo. Y acerté a vislumbrar la inmensidad de lo que nos había faltado por decirnos, empezando por los papeles del coche.

CATEGORÍA: Ficciones

sábado, 8 de diciembre de 2007

Orgasmos feraces y argumentos falaces

Hay orgasmos y orgasmos, vaya esta obviedad de entrada. Decían Bruckner y Finkielkraut en 1977 que el deseo del hombre que copula es lograr el abandono para alcanzar el éxtasis femenino del placer sin tregua, en una pérdida incondicional de su propio ser. Pero ellos hablaban de la continuidad cuasi-eterna de la excitación y sí, sé a lo que se refieren, pero no es de ese orgasmo del que quiero hablar. Y sin embargo hay similitudes, parentescos tan estrechos que a veces precisarlos exige inventarnos un lenguaje. Así que, ¿cómo estar seguros de entendernos?

Todos los hombres son mortales; Sócrates es un hombre; ergo, Sócrates es mortal. Barbara, Celarent, Darii, Ferio ... ¿Quién se acuerda de los modos válidos de los silogismos? Si las dos premisas son verdad, la conclusión necesariamente lo es. Por supuesto, hay que cumplir ciertas reglas; de las 64 posibles combinaciones en cuanto a la estructura formal de los tres juicios, sólo diecinueve son correctas. Las erróneas son falacias lógicas, algunas populares y con su propio nombre. Falacias lógicas, eso da para un buen rato de diversión, pero ahora no es el momento.

Quiero hablar del orgasmo que es placer de abandono pero sin excitación. Sería estrictamente el estado tras el orgasmo, el post-orgasmo. Y sin embargo, llamarle post no le hace justicia; primero porque sigue siendo un éxtasis (otro estado de conciencia), segundo porque no todos los después alcanzan este grado. La cuestión -siempre la misma- es encontrar las palabras, la forma de expresarlo. Quizá la idea clave sea que es el placer separado del cuerpo, un placer desprendido de sus raíces sensoriales, aunque sean ellas las que lo hayan traído.

Un silogismo sencillo: la primera premisa plantea la equivalencia entre dos categorías generales (A=B); la segunda, la pertenencia de un caso particular a la categoría general que es el término medio (x€B); la conclusión, correcta, es que el caso particular se incluye en la primera categoría general. Asisto con frecuencia a debates cuya decisión final puede entenderse como una conclusión similar a la descrita. Para legitimar su adopción como si fuera una inferencia lógicamente necesaria, quienes la proponen (normalmente un jurídico) suelen explayarse en la argumentación de la premisa mayor, la teórica, y dar por sentada la menor. La eficacia de la falacia (¡qué gracia!) descansa tanto en el rechazo mayoritario a las discusiones abstractas (lo que estarán sintiendo quienes ahora están leyéndome) como en el agotamiento mental con el que los participantes llegan a la discusión de la segunda premisa.

Antes del orgasmo habría sido como ir subiendo el volumen de la excitabilidad de cada uno de los receptores sensoriales, cada una de las terminaciones nerviosas de nuestra piel que llevan los datos del placer a nuestras neuronas. De esa guisa, no sólo amplificaríamos nuestra sensibilidad hacia los estímulos placenteros, detectando la más mínimas cargas de goce, sino que iríamos abotargando la recepción de cualesquiera otros tipos de sensaciones. Ha de intentar alargarse ese tiempo, el de la excitabilidad; han de buscarse y forzarse los límites sensoriales, estirar casi hasta el desagarro las fibras de nuestra sensibilidad erótica. Es imprescindible el abandono, perder el control consciente para dejar solo ser al cuerpo: ser sólo materia sintiente ... hasta que la sensación (el placer) explote explotándonos.

El ejemplo más reciente lo viví hace pocos días; una reunión de una veintena de personas, cada una representando a alguna institución. El asunto era si se daba luz verde a la iniciativa municipal, contraria al plan insular, de urbanizar unos terrenos. Larga argumentación teórica sobre el alcance competencial de dicho plan insular; un monólogo leído con voz monótona por el jurista estrella de la Dirección General de Urbanismo. La premisa mayor del silogismo era, a su vez, conclusión de complejos encadenamientos de textos legales y jurisprudenciales (hasta del Constitucional) sin que en ningún momento hubiera la mínima referencia a los terrenos concretos. Acabada la lectura, nadie se atrevió a discutir que A=B, pese a que en la argumentación había yo detectado más de un salto en el vacío (pero no era un tema de mi isla, así que debía callarme). Hasta los asistentes más tenaces habían ido rindiéndose al aburrimiento y desconectando en algún momento del discurso. Así que la segunda premisa se aceptó, sin prestar apenas atención. Ciertamente, si la premisa mayor era verdad (con la erudición que se había empleado para establecerla), más habría de serlo la menor. Por tanto, la prohibición de urbanizar del Plan Insular se había de entender como una recomendación no vinculante y se aceptaba la iniciativa municipal. A otro asunto.

Cuando el placer explota (nos explota) vacía de sensibilidad todo nuestro cuerpo, porque todos los órganos sensoriales estaban excitados en la percepción erótica y sólo en ella. Entonces es como si todo lo que fuéramos (todo lo que sentimos que somos, al menos) fuera el placer ... Y el placer no es corpóreo, por más que salga del cuerpo, dejándolo vació al salir, disolviéndolo. Ha sido ya la explosión y la excitación se ha ido, pero también se ha ido todo estímulo sensorial, se ha ido el cuerpo. Es ese periodo de absoluto abandono sin percepción corpórea lo que quiero seguir llamando orgasmo. No somos cuerpo, somos placer intensísimo sin soporte orgánico; somos, sobre todo, paz.

A otro asunto, sí, pero la premisa menor era falsa, deslegitimizando la conclusión, mas a quién le importa la lógica. Ese mismo día, otro ejemplo parecido: una sentencia judicial que declaraba ilegal lo que había establecido un Plan Z sobre unos terrenos Y. Se trae a colación para discutir una determinación igual del Plan R sobre otros terrenos K. El carácter ilegal de Z sobre Y se amplía a R sobre K; ciertamente es la misma determinación (clasificar terrenos como suelo urbanizable), pero para nada se trata de los mismos supuestos. Aunque, de nuevo, qué más da.

Estar sintiendo que no se tiene cuerpo (no sintiéndolo en absoluto) y que, por tanto, se es algo inmaterial. Esa inmaterialidad es puro placer, prorrogado del placer orgásmico y ahora suspendido, pareciera que eternamente. Cuesta describir con palabras la naturaleza de ese goce, quizá porque cuesta asociar paz, vaciedad, disolución a placer, intensidad, alegría. En ese rato (cuya duración temporal se constata una vez ha acabado) se siente que se entiende, que se alcanzan las verdades sin necesidad de silogismos. Son periodos feraces porque ese fluido incorpóreo que uno es parece contactar, mezclarse, con otros que bullen en torno: ideas, sentimientos, imágenes ... ¿cabe acaso clasificarlos?

En cambio, de las reuniones institucionales que pretenden sustentar en la lógica las decisiones urbanísticas saldría uno sintiéndose estafado si no fuera porque son ya demasiados años. No son los argumentos para buscar la verdad, sino para enmascararla y, así, justificar intereses. A eso se le llama vestir el santo, por más que los vestidos sean todos como el traje del emperador. Y, como en el cuento, cuánta importancia se da a callar sobre las desnudeces, por obvias que sean. A eso se le llama guardar las formas.

Pasado un tiempo (¿cuánto?), uno va recuperando la sensibilidad corporal y, maldita sea, redescubriéndose material. Y nuestra esencia mágica, fluida, desaparece como lo hace la niebla. Te queda la sonrisa tonta de la felicidad, mientras notas los achaques del cuerpo (uno ya no es joven) e intentas en vano apresar las huidizas ideas, imágenes, sentimientos que te visitaron. Habrás de volver a manejarte con los argumentos respetando las reglas de la lógica, aunque no valgan para muchas cosas y se falseen para las que debieran valer. Pero en ese juego seguimos, hasta que seamos muertos que sueñan. 

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras

martes, 4 de diciembre de 2007

ZP censura internet

Ayer, un poco de casualidad, leí en un blog que se han bloqueado nueve webs críticas con el gobierno. Ese blog remitía a otro y éste a una noticia de Libertad Digital publicada el pasado 22 de noviembre. La información (lo más que he sacado en claro) es que el Juzgado de lo Mercantil número 2 de Barcelona ha dictado un auto de medidas cautelares contra unas webs antinacionalistas en un procedimiento iniciado por la demanda de la Cámara de Comercio catalana. Siempre según Libertad Digital, el Director General para la Sociedad de la Información (Ministerio de Industria) habría dictado una Orden instando a los proveedores de acceso a internet a que bloqueen dichos sitios web. Ciertamente, todas esas webs (menos una a la que luego me refiero) son en estos momentos inaccesibles.

Reconozco que la noticia me sorprendió, máxime cuando en la mayoría de sitios en los que la leía se acompañaba de escandalizados comentarios que denunciaban la inadmisible censura a la libertad de expresión que estaba imponiendo el Gobierno de Zapatero. El caso es que me interesó y busqué durante mucho tiempo para ver si, además de las rasgaduras de vestiduras de tantos “liberales” que asisten preocupados a cómo ZP hace con España lo que Chávez con Venezuela, me enteraba de esos detalles que, aunque aburridos para muchos, son los que dan sustancia a las noticias y permiten formarse una opinión mínimamente fundada. El caso es que fracasé estrepitosamente; encontré muchísimos comentarios de la noticia (la mayoría en blogs vinculados a lo que se está dando en llamar red liberal con claro abuso semántico del término “liberal”), pero siempre eran artículos “de opinión”, dando por sabida y demostrada la noticia: caso de censura de la libertad de expresión promovida por el Gobierno de la Nación. Al final, independientemente de cualquiera de las muchísimas entradas que escogiese, siempre acababa en el enlace a Libertad Digital. Este periódico internáutico afirma haber tenido acceso a la orden ministerial, pero no la aporta; tampoco facilita el auto judicial.

Esta mañana pedí a un compañero del trabajo que dispone de la Base de Datos Aranzadi que mirase si aparecía el Auto del Juzgado barcelonés. No aparece, puede que porque no exista, porque no haya de aparecer o porque todavía no esté actualizada. De otra parte, tampoco he logrado encontrar la orden ministerial. He revisado todos los BOE desde mediados de noviembre y, hasta la fecha, no ha sido publicada. Desde luego, no digo que tal Orden no exista, ni que no haya habido un auto judicial que establezca medidas cautelares contra esos sitios webs concretos. Simplemente me gustaría llamar la atención, de entrada, sobre el hecho de que antes de saber realmente de qué va la historia estamos enseguida dispuestos a escandalizarnos y disparar acusaciones en todas direcciones (en este caso, especialmente, hacia el pobre ZP que parece un ser de maldad omnipotente).

Sólo uno de los webs presuntamente bloqueados, Hasta los Huevos (HLH), es accesible; por lo que dicen a través de un proxy que permite saltarse el bloqueo. En su último post, el autor declara en siete idiomas lo siguiente: “El presente blog ha sido censurado en España. Actualmente los ciudadanos españoles no pueden leer este blog ya que el acceso ha sido cortado por orden del Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero. En este blog no se ha cometido ningún delito, por lo que no puede ordenarse su cierre al proveedor del servicio (Blogger) y simplemente se le acusa de informar a los ciudadanos para que ejerzan su libertad como consumidores, y de criticar al Gobierno de José Luis Rodriguez Zapatero y sus independentistas socios de gobierno. Ello ha bastado para que un juez dictara sentencia sin base jurídica alguna y para que el Gobierno la haya ejecutado, cercenando la libertad de expresión en España”.

El autor de HLH explica que hace unos dos años, cabreado con la "insolidaridad de los catalanes", se le ocurrió con un compañero hacer una lista de productos catalanes y alternativas no catalanas. Esta lista la publicó en su web instando a que se boicoteasen los artículos catalanes. La iniciativa tuvo éxito (un ejemplo claro fue el cava) y, según dice este hombre, empezó a notar “ataques” contra su web, lo que le obligó a mudarse a Blogger. Pasadas las navidades de 2005, se enteró de que la Cámara de Comercio catalana (¿catalana o la de Barcelona?) le había puesto una demanda. No le dio importancia porque él lo único que había hecho era informar a los ciudadanos del origen de los productos de consumo para que, quienes quisieran, se abstuviesen de comprarlos. Sin embargo, un juez barcelonés, según las palabras de HLH, “ha debido pensar que el hecho de que los españoles estén informados y elijan libremente los productos con los que llenar sus frigoríficos es algo intolerable, y ha ordenado el cierre del acceso a este blog”. Luego añade que el gobierno, más que sospechosamente, se ha dado mucha prisa en cumplir la solicitud de las medidas cautelares.

Si este señor ha sido demandado, debería tener los papeles correspondientes, tanto de la demanda como del fallo y, además de proclamar su airada y legítima indignación, habría estado bien que los facilitase para que los ciudadanos estemos bien informados (que es algo que ha demostrado que le preocupa mucho). Yo he de decir que, en principio, no me gusta nada que el poder judicial (y mucho menos el ejecutivo) impidan el acceso a una web, y menos todavía si lo único que hace es decir qué productos son catalanes incluso aunque sea para animar a no comprarlos. Ahora bien, no tengo todavía nada claro que haya sido así y no lo tendré hasta que no lea el auto judicial y, en su caso, la orden ministerial. Hasta entonces, puestos a moverme en el resbaladizo terreno de las suposiciones, tengo la intuición, dado quiénes cuentan las cosas y cómo las cuentan, que estamos ante medias verdades, el abono predilecto para los demagogos. Lo prudente, a mi modo de ver, sería tener la suficiente información antes de pronunciarse; cosa distinta es que lo que se pretenda no es acercarse al conocimiento de la huidiza verdad, sino simplificarla y cercenarla para dirigirla hacia nuestros intereses (arrimar el ascua a nuestra sardina, se llama).

El incidente concreto me ha valido, no obstante, para leerme la famosa Ley de servicios de la sociedad de la información y de comercio electrónico (LSSI) que sale a cada rato en los debates sobre la libertad de expresión en internet, los derechos de autor, etc ... Compruebo así que, efectivamente, el artículo 8 prevé que “los órganos competentes” puedan adoptar medidas necesarias para restringir la prestación de servicios de acceso a internet o retirar contenidos. En esa disposición se relacionan los principios que, en caso de ser atentados por contenidos en internet, pueden llevar a la adopción de medidas restrictivas; además se dice que de adoptarse tales medidas se hará con las garantías necesarias para preservas los distintos derechos, entre ellos los de la libertad de expresión.

He de decir que no me gusta ese artículo de la Ley, me parece excesivamente amplio, tanto que puede posibilitar efectivamente la censura. Ahora bien, admito que no tengo nada claro que deba imponerse la libertad de expresión por encima de todo; si un contenido es delictivo en un periódico, por ejemplo, lo ha de ser también si se publica en internet; consiguientemente, si quien publica en un periódico asume responsabilidad penal también la hemos de asumir quienes publicamos en internet. Pero las medidas represivas deben adoptarse con suficientes garantías y no puedo sino desconfiar de esos “órganos competentes” (nótese que la Ley no habla de autoridades judiciales) que pueden sancionar incluso cuando el servicio “pueda” atentar contra los principios defendibles (la Ley pareciera dar pie a peligrosísimas medidas preventivas, esas sí típicas de estados dictatoriales).

No está de más recordar que esta Ley fue promulgada por el Gobierno de Aznar. Si es cierto que el Ministerio (de ZP) ha ordenado medidas restrictivas contra webs concretas lo ha hecho apoyándose en una Ley del PP elaborada para permitirle al Gobierno adoptarlas, una Ley cuyos autores no parecían estar especialmente preocupados por evitar que los internautas fueran censurados. Pero es que además, si es verdad que el Ministerio (de ZP) ha adoptado estas medidas restrictivas lo ha hecho sin aprovecharse de la legitimidad que le da la Ley (del PP) en tanto “órgano competente”, sino en cumplimiento de un presunto auto judicial. En mi opinión (provisional) resulta un poco cínico que los mismos que ensalzan a Aznar y denigran a ZP, conviertan este asunto en un ejemplo “evidente” de cómo el actual gobierno conculca la libertad en España.

En todo caso, estaría muy bien que pudiésemos leer el auto judicial y la orden ministerial. Seguiré indagando a ver si me entero de algo más.

Nota: Lo de la red liberal, según barrunto, es un invento vinculado a Libertad Digital y su entorno; de otra parte (¿o no es de otra parte?) está la blogosfera antiZP, más de 250 blogs y webs que hacen del antizetapismo (y del amor a España, of course) sus señas de identidad. La verdad que es sorprendente, con lo soso que es, la de pasiones que despierta ZP.

CATEGORÍA: Blogs e Internet

domingo, 2 de diciembre de 2007

Sergei Gennadiyevich Nechayev

Si alguien puede ser considerado el "inventor" del revolucionario, ese es Sergei Nechaev, nacido en Ivanovo en 1847 y muerto en 1882 en la Fortaleza de Pedro y Pablo (San Petersburgo) hace mañana 125 años. Robert Payne, en su clásica biografía de Lenin, le llama "el precursor" y dice de él que, aunque antes, y especialmente durante todo el siglo XIX, ya hubo varios que instaron la destrucción violenta de la sociedad entera, él fue el primero que no la planteó como un ensueño, el primero que descarnadamente aseguró que podía hacerse. Nechaev definió la figura del revolucionario y, por lo que se sabe de su vida, parece que ciertamente fue fiel a su propio catecismo. Tanto es así que, estando ya en prisión y ante las dudas de la Naródnaia Volia (grupo terrorista estrechamente ligado a él) entre intentar liberarle o matar al Zar, les ordena que acometan el crimen (como efectivamente hicieron el 13 de marzo de 1881). El ascenso al trono de Alejandro III, mucho más enérgico que su padre, supuso el drástico endurecimiento de las condiciones carcelarias de Nechaev, descubiertas sus relaciones con los magnicidas. El último año y medio de su vida lo pasó en condiciones de aislamiento absoluto, alimentado a pan y agua y privado de luz; enfermó de hidropesía, tuberculosis y escorbuto y fue cayendo en un progresivo enloquecimiento, atacado por recurrentes alucinaciones. Este hombre terrible murió solo, en silencio, con apenas treinta y cinco años.

¿Qué es la Revolución? Para Nechaev (y a partir de él para tantas otros del siglo XX) es la destrucción total del orden social para conseguir la emancipación y felicidad de las masas (punto 22 del Catecismo Revolucionario). ¿En qué momento el joven Nechaev (y tantos otros después) llega a la conclusión de que quiere consagrar su vida a liberar a los oprimidos y que para ello no hay otro camino que el de la violencia destructiva? Seguramente mamaría los oprobios de la primera industrialización en Ivanovo, ciudad de "ruidosos telares y obreros mal pagados". Luego, con diecinueve años, instalado en San Petersburgo, se integraría en el activismo radical estudiantil muy influido por Bakunin. En dos o tres años, ese muchacho mostró la personalidad del líder, formó un movimiento revolucionario (no tan importante como temió la policía zarista) y adquirió un tremendo ascendiente sobre varios jóvenes. ¿Cuánto habría de vanidad o de soberbia en esos afanes revolucionarios? La pregunta, por supuesto, vale para todos los que en la Historia han seguido su ejemplo (conociéndolo o no).

A finales de 1869 Nechaiev asesina a Ivan Ivanov, un compañero de su Asociación revolucionaria. El chico se había negado a obedecer una orden suya (colocar un pasquín en la pared del comedor universitario), por lo que, en una Junta y a instancias de Nechaev, se le condenó a muerte por traición. Lo mataron en un parque de Moscú, hundiendo su cadáver, atado con piedras, en un lago. Cuando se descubrió el cuerpo, la policía, poco a poco, fue desvelando la existencia de la asociación revolucionaria y de diversas conspiraciones. Hubo muchos detenidos, pero entre ellos no estaba Nechaev; inmediatamente después del asesinato huyó de Rusia y vivió varios años en Francia, Inglaterra y Suiza. Durante el exilio conoció y trató a Bakunin y a Herzen, y de ambos trató de sacar provecho con malas artes. Para entonces había pasado a ser considerado una grave amenaza por los poderes rusos. Las investigaciones policiales sacaron a la luz diversos documentos y, entre ellos, el denominado Catecismo Revolucionario, que convenció al Zar y a sus ministros de que se enfrentaban a alguien que merecía ser tenido en cuenta. No se le quiso dar tregua y el 14 de agosto de 1872 la policía zarista lo detiene en un restaurante de Zurich. El Gobierno suizo, informado de que se le acusaba de asesinato, permitió la extradición.

Abro un paréntesis para recordar que fue el crimen de Ivanov y su vinculación a las conspiraciones revolucionarias y terroristas lo que motivó a Fiódor Dostoyevski a escribir su obra Los Demonios. Me entero que Dostoyevski estaba en Dresde y que la publica en 1872; probablemente antes de conocer la detención de Nechaev y, en todo caso, antes de saber el resultado de su juicio. En la novela, Verjovenski es el trasunto del revolucionario real. Apenas me acuerdo de ese personaje (algo más, en cambio, de las angustias de Stavroguin, el protagonista); habré de releerla. Dostoyevski murió casi dos años antes que Nechaev; aunque intuyera los abismos oscuros que podrían abrir los revolucionarios no llegó a conocerlos (ni siquiera vivió el asesinato del Zar). Cierro paréntesis.

Creo que la lectura del Catecismo Revolucionario es sumamente instructiva; recomiendo encarecidamente que, tras pinchar el enlace, se lea detenidamente y se medite sobre cada uno de los puntos, se reflexione sobre el "programa moral" (o amoral, si se prefiere) que prescribe. Y no se descarte frívolamente porque esos mandamientos han sido interiorizados "honestamente" y respetados y cumplidos lealmente por muchas personas durante los últimos cien años. Por supuesto, los primeros fueron los bolcheviques, los que abrieron la caja de Pandora; a partir de ellos ... la intemerata. Merece la pena -repito- meditar sobre el Mal individual justificado por el Bien colectivo. Ser revolucionario, tal como lo define Nechaev, es ser una mala persona. No es la única cara del Mal, pero es, sin duda, una de ellas. ¿Cómo pueden todavía hoy tener buena prensa los revolucionarios? Es irónico cómo el marketing (una de las más descarnadas expresiones de la sociedad que la Revolución pretende destrozar) ha edulcorado a los revolucionarios (piénsese en el Che) para su consumo romántico. Pero es mentira; la verdad es la del Catecismo.


CATEGORÍA: Personas y personajes

sábado, 1 de diciembre de 2007

El sexo es sucio

En 1928, en una villa cerca de Florencia y enfermo de tuberculosis, David Herbert Lawrence escribió El Amante de Lady Chatterley. La novela se publicó en ediciones privadas en Florencia y en París y fue desde sus inicios motivo de escándalo. Lawrence siempre negó las acusaciones de pornógrafo y escribió dos ensayos específicos (Pornografía y Obscenidad y A propósito del amante de Lady Chatterley) para explicar que la visión “pornográfica” del sexo deriva de una concepción enfermiza. En Inglaterra la novela se publicó expurgada de sus pasajes más escabrosos, hasta que en 1960, Penguin Books decidió publicar el texto íntegro (para entonces, Lawrence llevaba treinta años muerto). Un año antes, en 1959, el Parlamento Británico había aprobado la Ley sobre Publicaciones Obscenas que, modificando la anterior de 1857, salvaba de la censura por pornografía aquellas obras de “mérito literario”. Pese a ello, la fiscalía llevó a juicio la obra, consciente de que el caso había de sentar jurisprudencia sobre la pornografía. El veredicto del Tribunal fue “no culpable” y supuso no solo que a partir de entonces la novela se publicase libremente (y haya pasado a considerarse una obra importante de la literatura del siglo XX) sino una notable apertura en los criterios de la censura oficial. Se estaban iniciando los 60, y este hecho tiene su importancia en lo que se dio en llamar la “revolución sexual”.

En su defensa, Lawrence sostenía que, a partir de cierto momento (en concreto en Inglaterra, desde el renacimiento y como consecuencia de las epidemias de sífilis), se perdió una relación natural e inocente con el sexo, pasando a considerarlo algo sucio y revistiéndolo de tabúes. No me convence para nada la explicación histórica de Lawrence (por más que hable de una actitud sana ante el sexo previa al reinado de Isabel I, remitiendo a la alegre y franca literatura de Chaucer); sin embargo, sí coincido en que, efectivamente, vemos el sexo como algo sucio en sí mismo. Ciertamente, mucho hemos avanzado desde la moral represiva victoriana, prolongada en España hasta hace relativamente poco. Se han ido removiendo las “prescripciones legales” (por decirlo de alguna forma) respecto a la suciedad del sexo, pero no creo que se pueda negar seriamente que estamos muy lejos de haber “limpiado” nuestra concepción sobre el sexo. Los tabúes vinculados a la sexualidad los llevamos (al menos yo) muy en lo profundo de nuestra personalidad (¿en el inconsciente freudiano?) y por más que los rechazamos desde el análisis racional, ahí siguen, incidiendo notablemente en nuestros comportamientos.

El tabú es algo que no es lícito mencionar. Los tabúes son prohibiciones de las que no se habla porque sacarlas a la luz nos avergüenza. Los tabúes, además, son sociales, son asumidos como tales por la sociedad en su conjunto, por más que individualmente haya quienes no los consideren tales. Ciertamente, si nos comparamos con los días del juicio a la novela de Lawrence, el sexo es ahora menos tabú que entonces. Habrá quien piense, engañado por la abundancia de su exhibición, que ha perdido ya tal condición. Pero no es así. Hablamos mucho de sexo, sí, pero "desde fuera", sin implicarnos personalmente, sin atrevernos a considerarlo algo normal. El sexo, la actividad sexual, no es simplemente lo que es en sí misma, sino que es, además, una complejísima sarta de implicaciones psicológicas que tocan los recovecos oscuros de nuestra intimidad. Si no consideráramos que el sexo es algo sucio, no nos costaría hablar sobre cómo lo practicamos, los aspectos que nos sorprenden o molestan, las eventuales disfunciones ... Tampoco, si no lo consideráramos sucio, habríamos estigmatizado el placer sexual ni a los profesionales que lo procuran.

Para mí, el más contundente argumento sobre esta apreciación pecaminosa del sexo, es la necesidad (ideológica) de redimirlo con el amor. Hacer el amor (que no follar) con alguien a quien amas, dignifica el sexo, lo eleva desde la inmundicia de su naturaleza. En cambio, follar, entendiéndolo como buscar sólo el placer sexual, es un acto vil (aunque ya no lo condenemos), que en cierto modo nos degrada. La excusa del amor no hace a mi juicio mucho bien, ni al sexo ni al amor. Lo cual no implica negarle al sexo su tremenda capacidad de propiciar comunicaciones afectivas entre las personas; o sea: que hay, sin duda, relaciones entre amor y sexo (de reforzamiento positivo mutuo). Pero, a veces, no ser capaces de asumir el sexo al margen del amor, como acto carnal en sí mismo, es engrosar el tabú oculto, alimentar nuestras vergüenzas necesarias.

Porque ... ¿son necesarios los tabúes, las vergüenzas? Si liberáramos al sexo de todo tabú, si fuéramos capaces de asumirlo con la más absoluta naturalidad y vivirlo, por ende, con plena libertad, ¿no perdería acaso potencia la sexualidad? Hay muchos que piensan que debe preservarse el silencio de lo ilícito, que justamente el que sintamos el sexo como algo "sucio" es parte muy importante de su fuerza excitadora. Si así fuera, la transgresión del tabú, como reclamaba el pobre D.H. Lawrence, quizá en vez de liberarnos nos aguaría nuestra sexualidad. A tal conclusión parecen apuntar quienes de esto saben, cuando hablan, por ejemplo, de la función de las fantasías sexuales. A esta conclusión podemos haber llegado muchos, cuando nos atrevemos a desenmascarar las propias y, a veces, sorprendernos a nosotros mismos.

Sería pues necesario seguir considerando el sexo como algo sucio para, transgrediendo el tabú, excitarnos. De lo cual parecería que tenemos algún mecanismo mental que hace que nos excite la transgresión. No lo sé, pero no termino de querer creérmelo. Prefiero pensar que es un condicionamiento ideológico, implantado ya hasta en lo profundo del inconsciente, resultado de muchos años de deformación cultural, de "ensuciados" de cerebro. Quiero pensar que si fuéramos capaces de limpiar de verdad el sexo, de asumirlo con la inocencia primigenia que reclamaba Lawrence, no por ello sería menos gozosa su práctica. En todo caso, esa es una meta para muy futuras generaciones. Yo ya estoy ensuciado; lo más que puedo hacer es sacar esas suciedades al plano consciente para intentar desarticularlas (aunque sepa que nunca podré alcanzar el éxito).



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