Felicidad e inconsciencia, personal y colectiva

Pero en la Red no encuentro la frase de Lasswell (me interesaba el contexto). Taibo, como he dicho, la cita de segunda mano, tras leerla en la traducción gallega de un libro que, publicado en castellano en 1979, fue famoso a principios de los ochenta (Madre España). Su autor, Rafael Lluis Ninyoles, uno de los nombres más importantes de la sociolingüística catalana, es profesor de la universidad de Valencia y cuenta con varios escritos sobre conflictos nacionales, centrados principalmente en las vertientes lingüísticas. El caso es que Madre España es un libro que sé que he tenido y leído, pero al ir a buscarlo en mi biblioteca no lo encuentro (tampoco es demasiado de extrañar, dado el desorden en que se encuentra). Con lo cual me quedo con las ganas de contextualizar, aunque fuera indirectamente, la frase de Lasswell.

El protagonista de una novela que leí hace no mucho (y que ya no recuerdo cuál era) declaraba la incompatibilidad entre ser feliz y ser consciente; o se busca la felicidad o se busca la verdad, algo así. Muchos estarían de acuerdo en esa apreciación y aceptarían el corolario: ¿Eres feliz? Entonces eres un inconsciente. En esta tesis, pensar, reflexionar, cuestionarse, nos alejarían de la felicidad. De hecho, ¿para qué pensar más allá de los automatismos cerebrales? Cuando se hace es frecuente poner en crisis nuestras estructuras internas, las que nos dan estabilidad; y, si eso ocurre, viene la ansiedad. Ciertamente por esos derroteros no se llega a finales felices ... ¿o sí? A propósito viene transcribir un párrafo del primer capítulo de Las Benévolas, la novela de Jonathan Littell premiada el año pasado con el Goncourt:
No; lo que resultó penoso, agobiante, fue dedicarme sólo a pensar. Consideradlo: ¿en qué pensáis en el transcurso de un día? En muy pocas cosas, de hecho. Sería facilísimo clasificar de forma razonada vuestros pensamientos habituales: pensamientos prácticos, o automáticos, planificación de gestos y de tiempo (por ejemplo: poner a hervir el agua del café antes de lavarse los dientes, pero meter las tostadas en el tostador después, porque tardan menos en hacerse); preocupaciones del trabajo; incertidumbres financieras; problemas domésticos; ensueños sexuales. Os ahorraré los detalles. Durante la cena, le miras la cara a tu mujer, que va envejeciendo, mucho menos sugestiva que la de tu amante, pero con mucho más estilo en todos los aspectos; qué le vamos a hacer, es la vida; así que habláis de la última crisis ministerial. En realidad, os importa un carajo la última crisis ministerial, pero de algo hay que hablar. Si dejáis de lado ese tipo de pensamientos, estaréis de acuerdo conmigo en que ya no queda mucho que digamos. Por supuesto que hay momentos diferentes. De forma inesperada, entre dos anuncios de detergente, un tango de antes de la guerra, La Violeta pongo por caso; y hete aquí que resucitan el chapoteo nocturno del río, los farolillos del merendero, el leve olor a sudor en la piel de una mujer jubilosa; a la entrada de un parque, el rostro sonriente de un niño nos devuelve el de nuestro hijo un segundo antes de que eche a andar; por las calles, un rayo de sol atraviesa las nubes e ilumina las hojas anchas, el tronco blanquecino de un plátano y, de pronto, nos acordamos de nuestra infancia, del patio de recreo del colegio donde jugábamos a la guerra, vociferando de pavor y de dicha. Acabamos de tener un pensamiento humano. Pero ocurre muy de tarde en tarde. (Página 15)

Lo que intuyo como proceso para los individuos no lo veo tan claro (en absoluto) para las colectividades. Traicioneras son las analogías (y mucho más lo son las metáforas) y me echo a temblar cuando se habla de identidades colectivas o se personifican pueblos (o naciones). Dicho lo cual, tiendo a ser prudente al referirme a esencias nacionales y a las consiguientes existencias per se (al margen de sus ciudadanos, trascendiéndoles). Sin embargo, aunque me falten datos para garantizar una mínima seriedad comparativa, si en España hay (ha habido) muchos (relativamente) ciudadanos que se han preguntado por su esencia, habrá que concluir que algo peculiar hay sembrado entre nosotros. Dada la permanencia de componentes morbosos en esas reflexiones (con frecuentes tendencias a la grandilocuencia), me inclino a coincidir con la frase de Lasswell y pensar que alguna patología sociológica nos aqueja.
Por eso, quizás, convenga desarmar lo más posibles los discursos esencialistas de la escena política. Pero mi deseo para el año que viene (además de la paz mundial y la fraternidad universal) caerá nuevamente en vaso roto y seguiremos en este debate estéril de naciones y pueblos. Tenemos, creo, sobredosis de sentimiento nacional (sea éste español, vasco, catalán, gallego, canario o el que se quiera), lo cual influye más de lo recomendable en nuestras emociones, en nuestra percepción de la realidad, en nuestra forma de pensar. A mi modesta manera de ver, sería saludable (desde la óptica de la felicidad de cada uno de nosotros y nuestro mejoramiento personal) que nos desnacionalizáramos lo más posible, que rechazásemos lo que, en el fondo, no es sino manipulación desde todos los frentes o una nube de humo, como diría el lexicógrafo de la nave Beagle III-09876, que actualmente se encuentra en órbita sobre la Tierra.

PS: No es que esta canción tenga que ver con el post, pero es que me sonó ayer sin esperarla y me trajo, como catarata, recuerdos de mi adolescencia.
CATEGORÍA: Política y Sociedad