martes, 23 de septiembre de 2014

¡ Gallardón, dimisión! ¡Gallardón, dimisión!

En las diez legislaturas que llevamos desde la Constitución –es decir, durante los últimos treinta y cinco años– han ocupado sillones del Consejo de Ministro ciento ochenta y tres personas (si no he contado mal, que es mucho suponer), bastantes de ellas varias veces. Pocos de este grupo de padres de la patria han asumido sus reponsabilidades políticas mediante la dimisión. Determinar el número exacto me llevaría trabajo, porque en un primer rastreo por internet, aunque he encontrado varias páginas que tratan del asunto, la mayoría son poco fiables, ya que mezclan datos o incluso señalan como dimisionarios a quienes nunca lo fueron. El caso más notorio fue, sin duda, el del vicepresidente Alfonso Guerra, cuando ya no pudo soportar más la presión que le acosaba a causa de las granujadas de su hermano Juan. Pero también dimitió el siguiente vicepresidente socialista, Narcís Serra junto con el ministro de Defensa Julián García Vargas, en 1995, cuando salió a la luz que el antiguo CESID se había dedicado a escuchar las conversaciones de media España (por cierto, Serra dejó la política en 2005 para pasar a presidir Caixa Catalunya y cobrar una media de cuarto de millón de euros al año, a pesar de que la entidad bancaria tuvo que ser intervenida por el FROB). Hay unos cuantos más, no muchos, y mayoritariamente se trata de dimisiones casi obligadas por la presión política e incluso por "salpicaduras de mierda", aunque no siempre fueran justas; tal es el caso que ya ni se recuerda de Julián García Valverde, ministro de Sanidad y Consumo en el tercer gobierno de Felipe González y que presentó la dimisión en enero de 1992 –no llevaba ni un año en el cargo– porque se le imputó en el asunto de la adjudicación de terrenos del AVE Madrid-Sevilla mientras era presidente de RENFE, acusación de la que fue absuelto en 2006 (viva la rapidez de la Justicia). Muy pocos de los señores ministros han dimitido como auto-penitencia por haber hecho mal su gestión; tan sólo encaja en este supuesto Antoni Asunción que dimitió seis meses después de ser nombrado ministro del Interior por Felipe a causa de la espectacular fuga de Luis Roldán.

Y hoy va y dimite Gallardón, sin que su dimisión pueda atribuirse a manejos corruptos o salpicaduras choriceras. Simplemente se había comprometido a sacar una Ley y el presidente del Gobierno lo ha desautorizado. A mi modo de ver es algo casi inaudito, máxime en un personaje de la relevancia política de José María. Y además dice que se retira de la actividad política, él del que siempre se ha dicho que era el pepero de más valía y con mayor ambición. Supongo que tendrá bien preparado un mullido colchón (o varios) pero ello no quita que su decisión, por más que la hubiera amagado desde hace algunos meses, me sorprenda. Claro que los listillos de los media, conocida la decisión del ministro, se han apresurado a declarar de forma unánime (al menos los bastantes que he escuchado) que se la esperaban, que era obligada, que estaba cantada (sin embargo, nada más que hace tres días, cuando el tema ya runruneaba intensamente, ninguno de los periodistas-tertulianos de radio y televisión que pude escuchar pronosticaban este desenlace, más bien apostaban en su mayoría por la continuidad del interfecto). Pareciera que estos profetas de los hechos consumados vienen a decirnos que es lo más normal del mundo –¡en España!– que un cargo público dimita si incumple sus compromisos. ¡Por favor! Díganme otro caso análogo. Naturalmente, no considero a Gallardón ningún santo y estoy convencido de que ha practicado hasta la saciedad ejercicios de torticería en los ya largos años que lleva metido en ese maloliente mundo de la política (si no, no habría medrado). Justamente por ello su dimisión puede tener mayor efecto ejemplarizante.



Desde luego no me creo que la abortada Ley del aborto fuera iniciativa de Gallardón. La reforma derogatoria de la Ley de Zapatero era una más de las promesas electorales del Partido Popular, y naturalmente le tocaba al ministerio de Justicia. ¿Sería el precio que le cobró Rajoy para darle el cargo, sabiendo que el asunto iba desatar polémicas potencialmente costosas en términos electorales? Si así hubiera sido, se trataba de un regalo envenenado, y Gallardón cometió el error táctico no ya de aceptarlo, sino de emplearse "demasiado a fondo", mucho más de lo que le convenía a sus intereses. Cuesta entender que fuera tan tonto como para convertirse en el parachoques de Rajoy, que con tanto entusiasmo se entregara a tragarse el solito toda la mierda. ¿Acaso creyó que el presidente no iba a dejarle en la estacada si pintaban bastos? A estas alturas, creo que ya conocemos que la lealtad hacia sus amigos o colaboradores no es precisamente una de las cualidades del actual inquilino de la Moncloa (recuérdese, sin ir más lejos, su actitud con Bárcenas). No, Rajoy no es en absoluto nada de fiar y ante los marrones lo único que sabe hacer es escaquearse. Este último vuelve a ser una muestra: bueno chico, yo me voy a China y tú a ver si anuncias tu dimisión, pero eso sí echándote toda la culpa. Y el fiel acólito así lo hace, intentando hasta su postrer aliento loarnos las virtudes del Presidente. Patético.

Conste que Gallardón no ha sido nunca santo de mi devoción y tampoco me gustaba la Ley que aprobó el Gobierno solidariamente y que estoy convencido de que respondía más a otras sensibilidades del PP que a la del propio ministro. Pero lo que me asquea es este estilo hipócrita y cobarde de nuestro gobierno, que en el fondo está asustado (que viene el coco) pero sigue manteniendo esa repugnante chulería fanfarrona mientras, desconcertado, no sabe bien qué hacer, salvo echarle las culpas a otros (aunque esos otros sean piezas propias que hay que sacrificar).

PS: Recomiendo escuchar el video, que es el único que he encontrado que reproduce íntegramente la comparecencia (y que a lo peor desaparece en breve de Youtube). Por más que sea inevitable desconfiar de la sinceridad de los políticos, lo cierto es que el hombre parece coherente y veraz, y dice bastantes cosas que cualquiera suscribiríamos.

3 comentarios:

  1. Últimamente los personajes que me caen gordos parecen empeñados en conquistar mi simpatía póstuma por el procedimiento de dimitir. Lo hizo Ratzinger, lo hizo Rubalcaba, y ahora Gallardón, una de mis numerosas bestias negras, se suma al grupo. A este paso me voy a quedar sin nadie a quien execrar. No es que el mutis les absuelva a mis ojos de sus muchos yerros, pero sí que me priva del impulso furibundo necesario para abominar de ellos activamente, que es una cosa que desahoga tanto. Nada más frustrante que que el blanco elegido se muera él solito de un ataque al corazón justo cuando te disponías a dispararle a la cabeza...

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  2. Ah, y la Aguirre, me olvidaba de la Aguirre. Menos mal que esa conserva cierta actividad callejera que nos permite seguir odiándola sin problemas.

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  3. Siempre me ha sorprendido la buena prensa que tenía fuera de Madrid el Sr Gallardón, uno de los alcaldes y presidentes de la comunidad ídem más nefasto que han sufrido los madrileños, corrupto, despilfarrador y autoritario. Por eso, en lo esencial y no en matices, no estoy de acuerdo con el reparto de papeles de Rajoy y Gallardón tal y como lo plantea; más bien son tal para cual y, para no imitar a los profetas de los hechos ya consumados, como acertadamente señalas, habrá que aguardar acontecimientos del inminente futuro para ver el conjunto de esta historia de chacales (Rajoy y Gallardón), con perdón de estos simpáticos cánidos, disputándose la carroña política, eso sí, con estilos distintos, de don Tancredo, Rajoy; de empollón de clase y repelente niño Vicente, Gallardón. En cuanto a cómo Gallardón ha podido caer en esa celada de la ley del aborto, en mi opinión, y pese a la alta opinión que tiene de sí mismo, esa pomposidad victimista, yo creo que es tonto, por ejemplo, en su legendaria rivalidad con esperanza Aguirre —esta sí un animal político populista de una potencia espeluznante— ésta siempre le ha dado unos revolcones de no te menees. Es torpe, Gallardón es torpe.

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